DE CIUDADES CONSERVADORAS Y FISONOMÍAS HERÉTICAS
MANUEL GÁLVEZ, SU NOVELA SOBRE CÓRDOBA Y DEODORO ROCA
Alicia G. Rubio *
Resumen:
La idea de ciudad-doncella y ciudad-ramera parecen ser una constante en la cultura occidental. Cabe destacar que ni una ni otra nacen como tales, la mayoría de las veces son doncellas que pierden dicha condición al no saber resistir ante los escollos y las tentaciones como pueden serlo las exigencias de los pueblos invasores o las banalidades y la perversión a la que se entregan víctimas de su ambición. Sin embargo, el hecho que la ciudad sea percibida como una formación amenazante y corrupta, tanto por el campo como por las otras ciudades, no es patrimonio del pensamiento clásico. ¿Puede el espíritu de una cuidad estar encarnado en los personajes de una novela? En La sombra del convento Manuel Gálvez describe a Córdoba como lugar de entrecruzamiento de tiempo y espacio, pero en el que el primero es visto como estático, negado al cambio que el mismo concepto implica. Córdoba no es simplemente el telón de fondo de la novela, por el contrario, es la fuerza motora que impulsa a los personajes. El tiempo es el de una ciudad que está a punto de desaparecer. Esa crisis es percibida por el autor y representada en su protagonista, un joven de origen aristocrático que reniega de los valores sociales y religiosos de su familia. La novela de Gálvez fue publicada en 1917, un año antes de que se produjera el movimiento de la Reforma Universitaria uno de cuyos objetivos era impugnar a la sociedad conservadora que allí se describe
Palabras clave: Córdoba- Sociedad conservadora- Pensamiento ultramontano- Reforma Universitaria-
* Licenciada en Historia. Doctora en Semiótica. UNC. EMAIL aliciarub@gmail.com Aceptado 05/05/2018.
Abstract:
The idea of city-maiden and city-harlot seem to be a constant in Western culture. It should be noted that neither are born as such, most of the time they are maidens who lose that condition because they do not know how to resist the pitfalls and temptations as the demands of the invading peoples or the banalities and the perversion to which they can be. they give themselves victims of their ambition. The fact that the city is perceived as a threatening and corrupt formation, both in the countryside and in other cities, is not the heritage of classical thought. Can the spirit of a city be embodied in the characters of a novel? In The Shadow of the Convent Manuel Gálvez describes Córdoba as a place of intersecting time and space, but in which the former is seen as static, denied the change that the concept implies. Córdoba is not simply the backdrop of the novel; on the contrary, it is the driving force that drives the characters. The time is that of a city that is about to disappear. That crisis is perceived by the author and represented in its protagonist, a young man of aristocratic origin who denies the social and religious values of his family. Gálvez's novel was published in 1917, a year before the University Reform movement took place, one of whose objectives was to challenge the conservative society described there.
Keywords: Cordoba - Conservative society - Ultramontane thought - University Reform-
1. La ciudad doncella
Desde tiempos inmemoriales la ciudad era el centro de la tierra, por la que pasaba el axis mundi que preparaba el encuentro del hombre con Dios. Los relatos mitológicos hablan de tipos paradigmáticos como lo son la ciudad-doncella y la ciudad-ramera. Esta última se corporizó en Babilonia, de acuerdo con lo planteado por la Biblia, en donde la ciudad mostraba una imagen apocalíptica, razón por la cual sus habitantes fueron castigados por sus pecados, siendo destruida y haciendo fracasar su misión. Como contrapartida de ésta, aparecería otra ciudad, encargada de redimir a los hombres, la ciudad-doncella, Jerusalén, en la que “sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. Y llevaran la gloria y la honra de las naciones a ella.” Aunque aquí se hace referencia a dos ciudades mencionadas en el Antiguo Testamento, la idea de ciudad-doncella y ciudad-ramera parecen ser una constante en la cultura occidental. Cabe destacar que ni una ni otra nacen como tales, la mayoría de las veces son doncellas que pierden dicha condición al no saber resistir ante los escollos y las tentaciones como pueden serlo las exigencias de los pueblos invasores o las banalidades y la perversión a la que se entregan víctimas de su ambición. Sin embargo, el hecho que la ciudad sea percibida como una formación amenazante y corrupta, tanto por el campo como por las otras ciudades, no es patrimonio del pensamiento clásico. El escritor Manuel Gálvez, autor de la novela La sombra del convento, opinaba que en Buenos Aires no existía ninguna pasión religiosa. La modernidad amenaza al orden establecido, montada en los apocalípticos jinetes de la anarquía. Esta es la razón por la que Gálvez elije escribir sobre una ciudad, Córdoba, que no habita pero a la que define como el último bastión del catolicismo en Argentina. El propio escritor señala que el enemigo parecía el ateísmo y por eso consideraba como hermanos a todos los que creían en Dios, en el alma, y en el más allá. Gálvez cuenta en sus memorias que viajó infinidad de veces a Córdoba debido a que aquí residía, temporariamente, por razones de salud, su novia Delfina Bunge. Por este motivo tuvo oportunidad de conocer profundamente a la provincia y sus costumbres. “Pero en mi conocimiento de Córdoba a nadie debo tanto como a mis tres grandes y queridos amigos Octavio Pinto, Arturo Capdevila y Deodoro Roca. A ellos dediqué mi novela de Córdoba, La sombra del convento” (Gálvez, 2002: 453)
Sin embargo, cuando Gálvez publica su novela, en 1917, la propia Córdoba, la ciudad doncella, parece amenazada por el avance de nuevas ideas ¿Podía la ciudad desaparecer en virtud de transformaciones ideológicas? Existe una tradición que insiste en erigir a Córdoba como símbolo del pensamiento católico. ¿Cuáles son los argumentos utilizados para llegar a esta interpretación? ¿La profusión de templos, su austeridad colonial, sus procesiones? ¿O su tan mentada cerrazón ante el avance de cualquier idea innovadora?
Hábitos y becas de los estudiantes en Córdoba
Obra de Florián Paucke S.J.
Es válido preguntarse qué es lo que define a una ciudad aunque la respuesta sea incierta. Innumerables parámetros pueden ser tomados para hacerlo, pero en el caso de Córdoba, el mismo apelativo por el que se la conoce, la docta, hace referencia a su condición de ciudad universitaria, con una característica especial, la impronta dejada por los jesuitas. Esa doble condición de letrada y religiosa marcará al imaginario cultural. Es la Córdoba de las campanas y la de los latines en boca de todos pero, por ello y a pesar de ello, es el lugar elegido para realizar una operación ideológica que desactivaría ese conservadurismo. Este plan había sido iniciado en la década de 1870, cuando en virtud de una ampliamente meditada estrategia del presidente Sarmiento, desembarcan las Ciencias en la ciudad. Decimos Ciencias con mayúsculas porque se trata de aquellas, las exactas, las hijas de un positivismo “darwiniano” que pondrán en entredicho los baluartes del pensamiento local. La cuña introducida en la ciudad doncella resulta un revulsivo cuya evolución no sería difícil de vaticinar. Lo cierto es que nada quedará indiferente a su paso. La literatura tampoco. Ese paisaje, en el cual se experimenta con ideas, es el que quiere capturar Manuel Gálvez en su novela La sombra del convento. Ya el título evoca innumerables cuestiones: la sombra puede cobijar pero también puede ser la que impida el paso de la luz que irradian los nuevos paradigmas. Esa intensidad lumínica, el grado de apertura o clausura ante el obturador que representan las nuevas disciplinas, decidirá el futuro de la ciudad y tal vez, el del país, al pretender romper el aparente equilibrio del enfrentamiento dialéctico entre católicos y liberales. El propio Gálvez, católico asumido como tal, afirma que escribió la novela para tratar la cuestión religiosa
Esta cuestión, en realidad, apenas existía en nuestro país por entonces, pero existía una cuestión latente, escondida, entre católicos y liberales y dentro del catolicismo, había matices. Nada mejor que Córdoba para servir de marco a esas cuestiones. En la descreída y materialista Buenos Aires no había, por entonces, ninguna pasión religiosa. En Córdoba, sí. Allí, católicos y liberales vivían en lucha, si no pública, por lo menos privada. Al ir conociendo el espíritu de la ciudad vi dónde estaba el drama” (Gálvez, 2002: 452)
El autor parece haber tenido un insight que le permitió comprender el fondo del conflicto que la ciudad creaba, no solo dentro del marco de la república sino también, al interior de la propia sociedad. El problema lo generaba la fe, las distintas formas en que esta se manifestaba y las luchas de poder que encubría. Gálvez afirma que su intención al escribir la novela fue la de propender a la tolerancia religiosa. Sin embargo, su lectura desafía toda actitud comprensiva, ya que traza ciertos perfiles que parecen más ligados al peor de los oscurantismos que a la redención de los hombres a través de la fe. Al punto que por momentos parece que en vez de estar leyendo una novela nos vemos ante una parodia de la sociedad cordobesa. Sin embargo, su autor alega que “quien lea bien La sombra del convento verá en ella la animadversión hacia aquellos católicos ‘que quieren hacer de la religión un garrote para disciplinar y romper los huesos a los demás’ ” (Gálvez, 2002: 462) Como para darle mayor énfasis a esta idea, cuenta que su amigo Arturo Capdevila, famoso anticlerical, llegó a dudar del catolicismo de Gálvez.
2. La novela y sus personajes
Uno de los protagonistas de La Sombra del convento, el Dr. Beldarraín, es un católico ultramontano que veía la fachada de la Compañía de Jesús como una valla: “un dique de doctrina y de virtud que contenía el desborde de la corrupción” (Gálvez, 1922: 97) El Dr. Beldarraín ejerce gran influencia en su medio profesional, el Derecho, es columnista del principal diario católico y gobierna a su familia con tal grado de rigidez e intransigencia ideológica que desata el drama que se describe a lo largo de la novela. Quien corteja a una de las hijas del Dr. Beldarraín es José Alberto Flores, distinguido miembro de la sociedad local que acaba de volver de Europa, donde fue en búsqueda de su “educación sentimental” y volvió ganado por un total descreimiento. El joven parece no darse cuenta del ambiente en que se mueve, ya que manifiesta sin ningún tapujo, ante un grupo de católicos igualmente intolerantes que Beldarraín, sus ideas. Esta confesión la realiza en el acto de Graduación de la universidad ante el tumulto que provoca el discurso pronunciado por Ignacio, uno de los hijos de Beldarraín y lo condenará al ostracismo social.
Aquí aparece el problema que tenía a maltraer a la sociedad cordobesa, la llegada de manos de una camada de científicos extranjeros, de ideas que parecen poner en cuestión las certezas proporcionadas por la religión católica. Gálvez pone en boca del hijo de Beldarraín cómo percibían los conservadores esa oleada modernizadora
Ignacio hablaba de “la llamada ciencia moderna”. No había sino hipótesis y orgullo. Teorías audaces, largadas a la vida con gran aparato, conquistaban la opinión durante algunos años, llenaban el mundo, sugestionaban a los débiles, a los ignorantes, y luego se derrumbaban estrepitosamente, quedando la verdad más pura y fuerte que nunca. (Gálvez, 1922: 85)
Por supuesto que la verdad más pura y fuerte era la religión católica pero ¿cuál versión es la correcta? Gálvez afirma que escribe un libro sobre la intolerancia que parece encontrarse no solo fuera del culto sino también en su interior, ya que son los propios feligreses quienes necesitan dar una discusión sobre lo que sucede en la propia comunidad católica. Sin embargo, optan por poner el problema fuera, en un chivo expiatorio, la ciencia y en el lugar que debe ocupar ésta en la universidad:
¿Por qué la Universidad de Córdoba, hija de la tradición y de la verdad, había de abrir sus puertas a falsas verdades, a hipótesis no comprobadas, a orientaciones malsanas que no resuelven ni explican nada ni contribuyen a hacer más felices ni mejores a los hombres? No había sino una ciencia, una verdad, y la Universidad de Córdoba se había engrandecido enseñando esa ciencia única, esa verdad única. Necio fuera abandonarla, como, aun dentro de la misma Casa, algunos pretendían; dejarlas a un lado por viejas, como si la ciencia y la verdad pudieran envejecer alguna vez. ¡Bravo, bravo, soberbio! exclamaron varias voces al unísono, al tiempo que, como una descarga, estallaban nutridamente los aplausos.” (Gálvez, 1922: 85)
Estas palabras pronunciadas por el hijo del Dr. Beldarraín plantean el problema acerca de qué ciencia es la que debe enseñarse en la universidad. Ya se sabe que Córdoba es su universidad y ésta es la sinécdoque de aquella. La reacción de quienes están en contra de ese pensamiento no se hace esperar
Un minúsculo grupito de liberales había protestado en voz alta contra las ideas del orador. Las consideraban una vergüenza para la Universidad, una ignominia. Uno de ellos se había trenzado en discusión con dos admiradores de Ignacio. Se oían, en el tumulto, algunas palabras: ultramontano, anarquista, frailón, enemigo de la sociedad. La gente se había arremolinado, y los liberales vencidos por el número, se retiraron iracundos y superiores. (Gálvez, 1922: 87)
Por supuesto que entre estos se encontraba José Alberto Flores.
3. Una visión especular
Jóvenes graduados: vosotros sois la universidad misma que se derrama por los ámbitos de la Republica: Andad, pues, y sed los pregoneros de la ciencia y de la cultura universitaria. Desparramad dadivosamente vuestro oro intelectual, tal como lo recibisteis en esta casa, de vuestros maestros: sin aleaciones mezquinas. (Deheza, 1915: 163)
Este es el último párrafo del discurso pronunciado por el rector de la universidad de Córdoba, en 1915, en la colación anual celebrada el 8 de diciembre, día de la Virgen de la Inmaculada Concepción. Allí se insta a los egresados desparramar su riqueza intelectual sin aleaciones mezquinas. ¿Cuáles? ¿Aquellas que llegan de la mano de las nuevas ideas y del auge alcanzado por las novelas? Basándose en variadas investigaciones llevadas a cabo fundamentalmente en Francia, Alemania e Inglaterra, Robert Darnton afirma que
En poco más de doscientos años, el mundo de la lectura se transformó por completo. El auge de la novela habría compensado el declive de la literatura religiosa, y en el caso de casi todos los géneros fue posible situar el momento de ruptura hacia la segunda mitad del siglo XVIII, particularmente en la década de 1770, durante los años de la fiebre wertheriana. En Alemania se le brindó a Wherter una recepción aún más apoteósica de la que se ofreció en Francia a La nueva Eloísa y a Pamela en Inglaterra. El éxito arrollador de las tres novelas confirmó el triunfo de una nueva sensibilidad literaria; las líneas finales de Werther darían la impresión de proclamar el advenimiento de un nuevo público lector y la extinción de la cultura cristiana tradicional: ‘Unos jornaleros cargaron con la caja. No le acompañó ningún clérigo’." (Darnton, 1996)
Siendo esta la tendencia preponderante en el viejo continente desde mediados del siglo XVIII, resultaba previsible que respondiendo a una casi atávica vocación de replicar su influjo, en América podían verificarse iguales preferencias. Un siglo pletórico en revoluciones y un océano de por medio, lo cual es mucho decir, en una pequeña villa conocida como Córdoba, algunos lugareños consideraban indispensable crear nuevas bibliotecas. Nuevas, porque ya existía la paradigmática Biblioteca de la Universidad, conocida como Biblioteca Mayor. Esta expresión, paradigmática, parece la más adecuada para designar un fenómeno que describe un modelo. En qué sentido fue modelo nuestra primera Biblioteca. Saliendo del círculo de conciudadanos, el más famoso y enfático en sus apreciaciones es Sarmiento acerca de las carencias bibliográficas de dicha institución. Entonces ¿El problema residiría sobre qué se leía en Córdoba? El sanjuanino, reproduce una supuesta conversación entre un lugareño y un visitante de Buenos Aires que respondía a la pregunta sobre por qué autor estudiaban legislación, informándole que por Bentham: “¡Por Benthamcito! En un escrito mío hay más doctrina que en esos mamotretos.” (Sarmiento, 1977, 107) A la vez que el cordobés reivindicaba el uso del Cardenal de Luca. Probablemente, este fuera el problema, qué se leía en la docta. Es cuestión se torna palpable en las disputas que atraviesan el siglo XIX cordobés.
Entonces, esa pureza mineral de la que habla el rector Deheza, hace referencia a la inflexibilidad que debe mantenerse ante los cambios ¿Qué tiene que ver todo esto con la novela de Gálvez? La novela gira en torno de la crisis espiritual de un joven que no es ni aceptada ni comprendida por su entorno. Gálvez lo define como un neurasténico que no logra concretar ningún proyecto y que se encuentra alienado en una ciudad en que todo, o casi, parece estar regido por la fe. Es por eso que describe ampliamente las procesiones y las cofradías que participan de ellas hasta el mínimo detalle. El retrato detallista del ambiente por momentos se siente opresivo, recordando más a rituales medievales que a manifestaciones religiosas llevadas a cabo ya entrado el siglo XX
En su camino hacia la iglesia encontró centenares de personas que hacían las estaciones. Beatas con manto a la cabeza, vestidas de azul, de blanco, de ocre, marchaban con pasos desiguales y apresurados y con aire abstraído. Eran, casi todas, mujeres del pueblo, de rostro negruzco y aspecto desagradable. Muchos hombres de todas las clases circulaban también. Todos iban graves y recogidos. Innumerables cofradías pasaban. (Gálvez, 1922: 224)
Este espectáculo, lejos de conmover a José Alberto Flores, le causa repulsión
No creía, no sentía la religión. Miraba a su alrededor, y le parecía encontrarse en un mundo extraño, casi exótico, tan extraño para él como el ambiente de las mezquitas que visitara en África. Se acababa el sermón. Toda la concurrencia se arrodilló, y, con el movimiento de los cuerpos, fue mayor el olor a mugre. José Alberto, incómodo, disgustado, abandonó el templo. (Gálvez, 1922: 224)
La desesperación de José Alberto ante la imposibilidad de creer, no es una preocupación originada por en su propia conciencia sino por la presión social que ejerce el entorno local y, más precisamente los Beldarraín, quienes no aceptan que alguien así pueda casarse con una de sus hijas:
Un hombre sin religión no puede tener moral. El fundamento de la moral está en Dios; el fundamento de la moral es el Decálogo, la Ley de Dios; no puede ser otro. (…) Yo no quiero en mi familia un hombre así. ¡Lejos de mi casa la iniquidad! En este hogar cristiano, donde siempre se ha respetado a Dios y a su Iglesia, no he de permitir la presencia de un hombre que niega a Dios, que niega a su Iglesia, que niega a Cristo y a los santos, que blasfema, que sería una perpetua ofensa a nuestra religión... Jamás, jamás, lo repito, entrará en mi hogar un hombre así. (Gálvez, 1922: 111)
La oposición terminante del padre desencadena un drama previsible: la hija enferma gravemente y cuando se recupera decide tomar los hábitos. Por su parte, el pretendiente culpa de todo a la estrechez mental de los católicos y su desesperación y deseos de venganza encuentra campo fértil en un grupo de liberales y anarquistas que pretenden arrasar con la Córdoba ultramontana, encabezado por Zurbarán
José Alberto conocía mucho de nombre a este sectario oscuro e ininteligente. Anécdotas que revelaban su estulticia circulaban por toda Córdoba. Zurbarán escribía de cuando en cuando. Sus artículos eran modelo de bajeza espiritual y de abominable prosa. Odiaba a las cosas de religión con un odio siniestro, y a juzgar por su prosa debía odiar lo mismo al buen gusto y a la sintaxis. Era positivista, y todo cuanto se apartase de sus opiniones era reaccionarismo y clericalismo. La Metafísica, la Psicología, el pragmatismo, eran manifestaciones disimuladas de la reacción clerical. No concebía que después de la filosofía positivista pudiera haber nada nuevo. "Las ideas nuevas" eran para él las que hacía sesenta años sostuvo Augusto Comte. (Gálvez, 1922: 183)
Como muestra de la alocada irreverencia de Zurbarán, Gálvez escribe que “cada Viernes Santo invitaba a sus amigos a comer un asado con cuero.” !!!
José Alberto se une a Zurbarán y a otros activistas semejantes, en su plan de publicar un periódico anticlerical. En este diario escribirá un feroz artículo denunciando la nefasta influencia que ejercen los jesuitas sobre la ciudad.
Sin embargo, luego de una serie de sucesos que se asemejan a un vía crucis personal, a raíz de una crisis nerviosa, José Alberto vuelve al redil de los creyentes. El padre Rincón, cura de pueblo, será el responsable de la charla que lo reconcilia con la Iglesia
En nuestra Iglesia cabe mucho más de lo que imaginan los que no la conocen. Hay mucha libertad, pero nuestros enemigos, y aun infinidad de católicos, lo ignoran. Ahí tiene usted la evolución. Nos están jorobando con esta doctrina, como si con ella fuesen a reventar a la Iglesia. ¿Y sabe quién inventó la evolución'? Pues San Agustín, hombre, San Agustín. Y así en muchas cosas. Repito que todo cabe en nuestra Iglesia: desde el más puro espíritu franciscano hasta el catolicismo perseguidor de León Bloy, que insulta a cuanto cura Dios crió, a obispos y hasta al Papa; desde el fideísmo por pálpito de mi cocinera hasta el racionalismo de los teólogos; desde la religión humana y tolerante de muchos católicos hasta la de garrotazo y tente tieso de algunos que verían con gusto la Inquisición. Yo encuentro—dijo Flores—que la mayoría de los católicos practicantes no son cristianos. ¿Cómo es eso? Preguntó Rincón, sonriendo. El cristianismo se define pronunciando tres o cuatro palabras: fraternidad, piedad, humildad, penitencia. ¿Y qué fraternidad existe entre los católicos? Para casi todos, la religión es apenas una opinión política. Un partido. Son católicos del modo que son radicales o autonomistas. Algunos creen de veras, no lo dudo. Llegan hasta ser un poco místicos. Pero no cristianos. Rincón pensó: “Has hablado como un libro. ¡Si sabré yo eso! ¡Cuarenta años confesando! ¿Y quién tiene la culpa de que no haya más cristianismo? Nosotros los curas, pues”. (Gálvez, 1922: 172)
Las palabras del cura Rincón acerca de la complejidad y amplitud de la Iglesia pone en evidencia que, más allá del pensamiento conservador y reaccionario, que según su testimonio parece estar fielmente representado por el espíritu cordobés, también existe aquel de los católicos a los que su vida fuera de los límites del convento les había permitido ampliar su mirada. Y eso es lo que busca destacar el escritor confrontando a la descreída Buenos Aires con la Córdoba de tradición colonial. Para Gálvez existía un pensamiento alternativo en la Iglesia que contemporizaba con las ideas de la ciencia. Sin embargo esa “tolerancia” hacia el pensamiento del otro que pretende descubrir Gálvez para los lectores, está en discrepancia con su propia novela. Un ejemplo de ello es la descripción del encuentro de José Alberto, luego de su retorno a la fe, con sus contertulios liberales donde alega que
El fanatismo de Belderrain deja vivir, creer a sus enemigos; pero el fanatismo anticlerical no dejaría vivir ni creer sino a sus sectarios. Para mí, el fanatismo anticlerical es reo del más grave de los crímenes: peca contra el espíritu y el buen gusto. El fanatismo católico ha producido las magníficas páginas de De Maistre, de Veuillot y de Félix Frías, mientras el otro sólo ha producido los folletos de Valladares, las novelas de Francisco Gicca... (Gálvez, 1922: 196)
Obviamente consideramos esto altamente subjetivo y tendencioso, lejos de la tolerancia supuestamente enarbolada por Gálvez. Y algunos indicios dejados en sus novelas y memorias nos sirven para corroborar que su compresión del otro no fue lo que lo guió al juzgar a sus propios amigos y a Córdoba, ciudad que decía comprender y amar.
La ciudad, acechada por la ola modernizadora parece, pese a todo, finalmente alcanzar su redención gracias a la conversión de su protagonista. Sin embargo, un año después de publicada la novela de Gálvez, la realidad golpea estruendosamente con el inicio del movimiento de la Reforma Universitaria. En el famoso Manifiesto Liminar firmado por los estudiantes, estos destacan que
La federación universitaria de Córdoba cree que debe hacer conocer al país y a América las circunstancias de orden moral y jurídico que invalidan el acto electoral verificado el 15 de junio. Al confesar los ideales y principios que mueven a la juventud en esta hora única de su vida, quiere referir los aspectos locales del conflicto y levantar bien alta la llama que está quemando el viejo reducto de la opresión clerical.
Uno de sus principales líderes de este movimiento, Deodoro Roca, a nuestro criterio, en quien Gálvez se inspiró en parte para crear al José Alberto Flores de la novela, inicia un camino de transfiguración en el que, a criterio del escritor, se desdibuja y traiciona su origen. Ese personaje, finalmente ese hombre hacedor de la gesta ¿es una metonimia de la ciudad a la que pertenece? ¿Se trata acaso de una analogía de la transformación de la ciudad doncella a la ciudad ramera de la que habla Vladimir N. Toporov?
4. De ciudades conservadoras y fisonomías heréticas
Como ya hemos referido, La sombra del convento aparece en 1917, es decir un año antes de producirse el conmocionante movimiento estudiantil conocido como la Reforma universitaria. Manuel Gálvez, dado a la observación socio-cultural y política de la ciudad, pudo percibir las tensiones que la atravesaban, como lo manifiesta en sus memorias, aunque en ella hace hincapié en la cuestión religiosa soslayando, aparentemente, la sociopolítica. Ahora bien, los principales personajes de la novela, José Alberto Flores, el joven que atraviesa una profunda crisis de fe y el Dr. Beldarraín, notable abogado que representa al pensamiento conservador y ultramontano, guardan estrecha relación con dos figuras de Córdoba: Dr. Julio Deheza, rector de la Universidad por tres períodos entre 1907 y 1918, año en el que clausura las clases en abril por el conflicto que mantiene con los estudiantes. Deheza que comparte la orientación ideológica del Dr. Beldarraín, también tiene otro punto en común con éste: su hija María se casa en 1918 con el líder del movimiento reformista, DeodoroRoca.
[1] Tal fue el revuelo que produjo esta situación que los amigos de Deodoro se oponían a la unión e inclusive, amenazaron con irrumpir en la ceremonia. Si bien Deodoro Roca, indiscutido líder de la Reforma, no atravesaba ninguna crisis espiritual, sí compartía con José Alberto su distanciamiento de la grey católica. Esto acarrearía el rechazo de la
familia y fricciones en la pareja [2] .
Manuel Gálvez cuenta que Deodoro Roca era uno de sus grandes amigos y que Ortega y Gasset le había dicho que Alberto Rougués y Roca eran lo mejor que había conocido en el país. Gálvez escribe que
Deodoro reunía todas estas excelencias y en alto grado: distinción personal y personal, inteligencia, delicadeza, sensibilidad, bondad, don de comprender, tolerancia, ecuanimidad, cultura e información en cosas del arte, literatura y filosofía. Era además extremadamente bien parecido y llamaban la atención sus grandes y bellos ojos. Hablaba con voz suave, grave, lenta y afectuosa.” (Gálvez, 2002: 456)
Sin embargo, Gálvez le reprochaba a Deodoro su abulia, otra de las características que le atribuye a su personaje, el joven Flores. Manuel Gálvez afirma que este rasgo en Roca “no era otra cosa, en él, que la clásica pereza criolla” (Gálvez, 2002: 456) Dejamos para otra oportunidad el análisis de ese magnífico prejuicio cultural para ahondar en su siguiente aseveración. Según Gálvez, Deodoro habría salido solo dos veces de ese estado de indiferencia, cuando se dedicó a pintar y la vez que se abocó a la política. Pese a esa desidia que le achaca, existe un testimonio contundente de su laboriosidad. Sus escritos reunidos por la editorial de la Universidad de Córdoba, ocupan cuatro generosos tomos, y no hace falta dar testimonio de la profundidad y brillantez de los mismos. Pero lo que a Manuel Gálvez molesta es otro tema. Aquí el escritor lanza su diatriba:
La política fue la desgracia de Deodoro (…) Deodoro, espíritu aristocrático se incorporó al socialismo. Jamás lo he comprendido. Cierto que él era generoso, que sentía la justicia social pero nada puede imaginarse más opuesto a su espíritu que el socialismo. De pronto, el hombre tolerante y comprensivo que en él había empezó a ser frecuentado por energúmenos del anticlericalismo y del comunismo. En su casa (…) recibió con los brazos abiertos a cuantos agitadores, zaparrastrosos y comunistoides deseaban verle, y aún llegó a simpatizar con el comunismo, sin dejar las filas socialistas. (Gálvez, 2002: 456)
Notablemente, Roca escribe un texto en el que muestra su ecuanimidad y libertad de espíritu:
(…) no he actuado en la vida pública de mi país desde la angostura de programas y partidos políticos. Pero he hecho, al margen de ellos, y desinteresadamente, una intensa y riesgosa vida pública. La haré hasta que muera porque me interesa hasta la pasión el destino de la patria y sobre todo el destino del hombre (Roca, III: 110) [3]
Su compromiso permanente lo llevó a ser destituido de la dirección del Museo Sobremonte por firmar en contra de los procederes brutales del jefe de policía. También fue acusado de recibir dinero del Soviet ruso para mantener la provincia en estado de agitación y se le reprochó defender ante la Justicia a estudiantes de medicina de la universidad de Córdoba acusados por disturbios en 1932.
Para Gálvez, esa traición a su inteligencia y su cultura llegó a reflejarse en el rostro de Deodoro. Como si se tratara del retrato de Dorian Grey, afirma que “Su transformación espiritual influyó en su persona. Sus ojos perdieron la mirada bondadosa. Su rostro se vulgarizó. Su señorío disminuyó en forma visible.” (Gálvez, 2002: 456) El hombre que para muchos de sus contemporáneos escribió las mejores páginas sobre Córdoba y su relación con la política y la cultura, a juicio de Gálvez y como consecuencia de su lucha, perdió hasta su digna apariencia. ¿No se trata acaso de la misma percepción que tiene Gálvez de la Córdoba industrial? En 1960 escribe que “habiendo desaparecido el espíritu tradicional de Córdoba, transformada en una gran ciudad industrial y viviente, mi novela constituye un importante testimonio del pasado.” (Gálvez, 2002: 455)
¿No es ésta una visión especular de la vida de Deodoro Roca? Si tomamos las memorias de Gálvez como un post scriptum de La sombra del convento, podemos afirmar que el final que no alcanza a avizorar en los conflictos planteados en su novela, los encuentra en su lectura fisio-ideológica del propio Roca. Y por cierto, allí no hay nada de la tolerancia que pretendía pregonar.
Sin embargo, si bien para la década de 1960 Córdoba ha cambiado, permanece en ella una esencia que se niega a dejar atrás ese espíritu tradicional y resiste los cambios. Porque si allí tuvo lugar el movimiento de la Reforma en 1918 y si en 1969 se produjo el Cordobazo, tal vez debamos leerlos no como una muestra de constante rebeldía sino como intermitencias que rompen el constante flujo conservador de la provincia. Como sugería Walter Benjamin, debemos leer la historia a contrapelo. Pensar de esta manera sobre Córdoba tal vez fue lo que inspiró a Deodoro a describir el espíritu dual de la ciudad con excepcional claridad:
Vengo de Córdoba, ciudad situada no precisamente en un lugar geográfico, sino en una vaga latitud de los mitos nacionales: floreo de tropos y blasonados lugares comunes, para uso de viajeros asombrados y turistas intrépidos. No vengo del famoso “centro de la República”, de cuya latitud y capitalidad espiritual suele ser de rigor colgar emociones y doctrinas de almanaque. Y no traigo representación alguna de la intelectualidad cordobesa, que sigue moliendo harina de código en los molinos del tiempo. Vengo de Córdoba, pero de otra parte. Vengo de una trinchera, donde un grupo de hombres, prieto y fuerte, con avizor sentido de las realidades históricas y con aguda comprensión del drama social que se desarrolla en América, y especialmente en este país, cree que esta América del sur es el campo propicio de tremendos y cercanos desenlaces, y que por eso lucha y hace señales, a veces descompuestas, para atraer la atención sobre cosas y problemas candentes, que para las mayorías desatentas parecen, todavía, temas adscriptos al floripondio de la Revolución, o a las vacaciones de los necios, que llena academias o Parlamentos. Servimos a la paz y a la libertad de América desde esa trinchera, con la única arma de la que disponemos, frágil y terrible, con la “palabra” encendida en la vocación de la verdad y la justicia.” (Roca, 2012, IV: 51)
Tal vez una imagen nos sirva para pensar este proceso: Deodoro Roca y el pasamontañas. Increíble intervención realizada a la cabeza de yeso del escultor Alberto Barral del gran intelectual por su nieta, Cristina Roca, quien lo cubre con esa prenda para resignificar “una labor, que tiene que ver con lo más revolucionario, lo anticlericlal, antifascista.” [4]
Cabeza Deodoro con pasamontaña
Obra de Cristina Roca-Fotografía de la artista
El pasamontaña tapa el rostro que causaba tanto desprecio en Manuel Gálvez, en el que podían leerse las huellas de una transformación en virtud de su constante reflexión sobre la sociedad que lo rodeaba. Deodoro como uno más. Sin construcciones míticas que lo único que lograron fue desemantizar su lucha. En un artículo imprescindible el filósofo Diego Tatián habla acerca del Centenario de la Reforma Universitaria : “Sería lindo poder decir: ‘un fantasma recorre Córdoba…’, pero en Córdoba el espectro de la Reforma y el de Deodoro Roca están ausentes. Al menos, la conmemoración del Centenario en el momento de máxima expresión del conservadurismo cordobés -el mismo contra el que se alzaron los reformistas en 1918-, nos da la oportunidad de una tarea: ser justos con alguien cuyo pensamiento corre el riesgo de una monumental malversación.” (Tatián, 2018)
Creemos que el mejor homenaje a la Reforma de 1918 es rescatar al otro Deodoro, al escasamente leído y divulgado más allá del Manifiesto Liminar. Tal vez así podamos sumarle, con justo conocimiento, al pasamontañas de su nieta, que condensa una imagen en permanente lucha, una bandera plurinacional, un pañuelo naranja, el respeto a la libertad de expresión, una auténtica ley de protección del monte nativo y otros símbolos, tal vez innumerables, como las luchas por él encaradas.
Bibliografía
Robert Darnton (1996) "El lector como misterio", en Fractal n° 3, octubre-diciembre, año 1, volumen I http://www.mxfractal.org/F2darn.html
Julio Deheza (1915) Discurso pronunciado por el señor Rector de la Universidad. Revista de la Universidad de Córdoba. AÑO 2. Nº 10
Deodoro insurgente (2018) Entrevista con Cristina kikí Roca en Uniciencia , UNC, Córdoba, http://m.unciencia.unc.edu.ar/2018/abril/deodoro-insurgente-entrevista-con-kiki-roca
Manuel Gálvez (1922) La sombra del convento. Buenos Aires, Tor.
(2002) Recuerdos de la vida literaria (I) Buenos Aires, Taurus.
Néstor Kohan (1999) Deodoro Roca, el hereje. Buenos Aires, Biblos.
Deodoro Roca (2012) Obra Reunida. Córdoba, Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba
(2018) “Carta de Amor” en Matices http://www.revistamatices.com.ar/la-carta-de- amor-inedita-de-deodoro-a-100-anos-de-la-reforma/
Diego Tatián (2018) Deodoro y la Reforma, en revista Socompa. Periodismo de frontera http://socompa.info/author/diego-tatian/
Vladímir N. Toporov (2006) El texto de la ciudad-doncella y de la ciudad-ramera desde una perspectiva mitológica. Entretextos: Revista Electrónica Semestral de Estudios Semióticos de la Cultura, ISSN-e 1696-7356, Nº. 8
NOTAS
[1] Deodoro Roca se doctora en Derecho en 1915 con una tesis titulada Monroe, Drago, ABC. Su mesa examinadora estuvo integrada por el Dr. Santiago F. Vélez, presidente y como vocales Dr. José Cortez Funes, Dr. Carlos E. Deheza, Dr. Alberto Garzón Funes y Dr. Pastor Achaval. Replicantes: Dr. Saúl Alejandro Taborda, Dr. Emilio Pizarro. Estudiantes: Pedro León, Julio Deheza (h) y Ernesto S. Peña. Aunque en el original de la tesis no aparece ninguna dedicatoria, por una carta escrita por Deodoro Roca a María Deheza el 10 de diciembre de 1915,se conoce que ella es la verdadera destinataria del trabajo. (Kohan,1999: 23-24)
[2] El 6 de noviembre de 1918, Deodoro Roca le escribe una carta muy reveladora a su novia María (Maruca) Deheza: “ Imaginarás la confusión de mi espíritu la noche del domingo, a pocos días de nuestra boda. ¿Qué pasa por su espíritu? ¿Quiénes influyen en usted que le hacen creer que las pruebas del cariño consisten en que el amado se despoje de lo más sagrado de su personalidad, su libertad de conciencia, la integridad de su ideal ciudadano? ¿No respeté yo siempre sus convicciones religiosas en cuanto ellas representan el ejercicio de su libertad espiritual? ¿Le insinué yo que dejara de ir a misa, por ejemplo? ¿Juzgué yo un ataque a mis creencias enteramente contrarias en que usted practique públicamente su religión? ¿Por qué se me ha de juzgar entonces con distinto criterio? ¿Por qué no ha de respetárseme también?
Además ni siquiera he atacado su religión. Yo estoy empeñado en una campaña contra el clero inmoral de la República y la he de llevar adelante porque mi deber de ciudadano, de hombre que se debe a los ideales irrenunciables de su tiempo, me lo imponen. Y nadie que no esté fanatizado o que me aborrezca puede ver en mis actitudes otra cosa que honradez, independencia de espíritu y pureza de ideal. Yo no me sacrifico y no me hago víctima de los odios sectarios que a cada rato me tienden sus púas y sus venenos para satisfacer otros odios igualmente despreciables. (…) Deje que las jaurías ladren y sepa para tranquilidad de su conciencia que usted puso los ojos en un hombre que tiene su vida limpia de toda impureza y que no tiene en su vida (…) que pueda empequeñecerlo moralmente o avergonzarla.” http://www.revistamatices.com.ar/la-carta-de-amor-inedita-de-deodoro-a-100-anos-de-la-reforma/
[3] Estas palabras fueron escritas antes de que Deodoro Roca, luego de la crisis de 1930, se incorporara al Partido Socialista junto a otras figuras como Carlos Sánchez Viamonte, los hermanos Orgáz, Julio V. González, Alejandro Korn, Ernesto Giudici, entre otros.
[4] Cuando la periodista le pregunta el por qué del pasamontañas, Cristina Roca responde: “Por dos cosas. Por un lado, es parte del imaginario revolucionario, señalaba al Deodoro insurgente, el incómodo; pero también resignifica el contenido que yo venía trabajando en la pintura: el camuflaje. Mi preocupación venía por cómo nos vamos mimetizando, los mecanismos de defensa que tenemos frente a lo colectivo. La pintura no me alcanzaba, y creo que logré resolverlo así. Con el pasamontañas puesto, Deodoro pasa a ser uno más. También, me parecía un símbolo muy desprestigiado: el camuflaje es algo que está mal visto por la sociedad, hoy alguien con pasamontañas es tomado como peligroso. Y todo eso con una cabeza que es una copia, hecha por un español exiliado que terminó haciendo obra acá en Córdoba. En ese sentido, tiene que ver con la idea de ir en contra del monumento.” Deodoro insurgente. Entrevista con Cristina kikí Roca en Uniciencia , UNC, Córdoba, Abril 2018 http://m.unciencia.unc.edu.ar/2018/abril/deodoro-insurgente-entrevista-con-kiki-roca
Agradecemos a Cristina Roca por habernos permitido reproducir la imagen de su obra Cabeza Deodoro con pasamontaña en este artículo.