Del dicho al hecho:

los debates lingüísticos de Jorge Luis Borges y

Macedonio Fernández en la década del ’20

Diego Hernán Rosain [*]

Resumen: La década de 1920 fue, sobre todo, una época de gran ebullición intelectual con respecto a las teorías en torno al lenguaje. Entre aquellos escritores que se destacaron en su modo de reflexionar, en crear sistemas de pensamiento autóctonos en sintonía con tendencias lingüísticas en boga y en proponer alternativas para el crecimiento de la variedad dialectal rioplatense, Macedonio Fernández y Jorge Luis Borges fueron de los miembros más comprometidos de su generación. Enarbolando como bandera la autonomía y la independencia de otros idiomas y formas del lenguaje, desde ámbitos artísticos y filosóficos afines, cada uno trazó los postulados para el uso y el manejo de una lengua regional más fiel a la sensibilidad argentina y algunas cuestiones que harían de ella un espacio propicio y fructífero para el pensamiento. Sin embargo, estos textos han sido leídos más por su valor estético antes que por su valor teórico, minimizando así sus aportes al estudio de la lengua. En el siguiente trabajo analizaremos cómo las vanguardias fueron el campo de batalla propicio para debatir el problema de la esencia de la argentinidad y hallar su cauce en el uso particular que los hablantes hacen del lenguaje.

Palabras clave: Jorge Luis Borges – Lenguaje – Macedonio Fernández – Martín Fierro – Vanguardia

Abstract: The decade of 1920 was, above all, a time of great intellectual boiling with respect to the theories about language. Among those writers who stood out in their way of thinking, in creating indigenous thought systems in tune with linguistic tendencies in vogue and in proposing alternatives for the growth of the La Plata River’s dialectal variety, Macedonio Fernández and Jorge Luis Borges were the most committed members of his generation. Raising as a flag the autonomy and independence of other languages ​​and their forms, from related artistic and philosophical spheres, each one drew up the postulates for the use and management of a regional language more faithful to the Argentine sensibility and some issues that would make it a propitious and fruitful space for thought. However, these texts have been read more for their aesthetic value than for their theoretical value, thus minimizing their contributions to the study of the language. In the following work we will analyze how the vanguards were the propitious battlefield to debate the problem of the essence of argentinity and find its channel in the particular use that speakers make of the language.

Keywords: Avant-garde – Jorge Luis Borges – Language – Macedonio Fernández – Martín Fierro

Introducción

La primera mención de Macedonio Fernández dentro de la obra de Jorge Luis Borges ocurre en 1923, en Fervor de Buenos Aires, su primer poemario publicado en Argentina. Allí, Borges dedica a Macedonio su poema “La Plaza San Martín”. Desde una primera apreciación, el poema no es más que una descripción de la ciudad desde los puntos de vista que permite adoptar la plaza durante la tarde; sin embargo, encontramos más: la plaza se convierte en el ámbito en el cual las almas se funden, similar al espacio de la muerte o del ensueño. El atardecer brinda al espectador una rica y diversa percepción de colores, formas y figuras, lo cual permite al sujeto perderse y confundirse con aquello que observa (“Todo sentir se aquieta / bajo la absolución de los árboles”). La subjetividad se transforma así en accidente, ya que no hay diferencia entre el fenómeno, su apreciación y la entidad que percibe. El sujeto se vuelve uno con el paisaje y con el resto de las ánimas que circulan por la plaza, diluyendo así su individualidad junto con las de los demás seres. [1]

Los motivos de la amistad que floreció entre Macedonio y Borges resultan casuales y casi ocasionales. Amigo íntimo de Jorge Guillermo Borges, padre del escritor, se interesaron ambos rápidamente en el estudio de la psicología, la filosofía de Schopenhauer y el positivismo de Spencer. En 1898 obtuvieron el grado de doctores en jurisprudencia, pero ejercieron el cargo por relativamente poco tiempo para dedicarse enteramente a la escritura y la educación. En 1914, por motivo de una progresiva ceguera que resultó ser hereditaria, Borges padre, junto con toda su familia, viajó a Europa con el fin de ser sometido a un tratamiento oftalmológico especial. Siete años más tarde, Borges hijo, influenciado por las lecturas de su padre y los filósofos y vanguardistas europeos, fue recibido en el puerto de Buenos Aires por el mismo Macedonio, con quien continuó la profunda amistad legada por su progenitor.

Por tres décadas, los intercambios de Macedonio y Borges han logrado crear poéticas, si bien disímiles, con más de una arista en común. A pesar de las diferencias generacionales y estilísticas, no podemos pensar la relación de Borges y Macedonio sino como la de dos contemporáneos que buscan resolver, imaginativamente y por medio de la escritura, los problemas y preocupaciones que aquejan a su época. La contemporaneidad destruye las barreras del tiempo, es una sensibilidad y una actitud frente al presente que permite colocar como pares a sujetos de generaciones y hasta épocas distantes. Como afirma Giorgio Agamben:

La contemporaneidad es esa relación singular con el propio tiempo, que se adhiere a él pero, a la vez, toma distancia de éste; más específicamente, ella es esa relación con el tiempo que se adhiere a él a través de un desfase y un anacronismo. Aquellos que coinciden completamente con la época, que concuerdan en cualquier punto con ella, no son contemporáneos pues, justamente por ello, no logran verla, no pueden mantener fija la mirada sobre ella […]. Contemporáneo es aquel que tiene la mirada fija en su tiempo, para percibir no la luz sino la oscuridad. Todos los tiempos son, para quien experimenta la contemporaneidad, oscuros. Contemporáneo es, justamente, aquel que sabe ver esta oscuridad, y que es capaz de escribir mojando la pluma en las tinieblas del presente […]. La contemporaneidad se inscribe en el presente y lo marca, ante todo, como arcaico, y sólo quien percibe en lo más moderno y reciente los indicios y las marcas de lo arcaico puede ser contemporáneo. (Agamben, 2008; traducción de Verónica Nájera).

Si Macedonio y Borges han llegado a ser contemporáneos, es porque han experimentado, asimilado y reaccionado de un modo crítico y disonante a los acontecimientos de su época, aunque con resultados distintos en ciertos aspectos. Los factores que permitieron la aparición de poéticas como las de estos dos autores son varias y tienen una larga tradición, pero son, a su vez, las que permiten comprender hasta qué punto ambos están tan estrechamente vinculados. Estos factores pertenecen a ámbitos sociales y culturales heterogéneos, pero algunos de los más importantes pueden agruparse de la siguiente manera: 1. La conformación y estabilización del territorio nacional, además de la progresiva modernización de la geografía urbana, pero, sobre todo, la constitución de un campo literario y de organismos e instituciones que regularan el arte; 2. La progresiva desmitificación de los alcances y certezas del positivismo como marco de pensamiento filosófico y el ascenso de disciplinas tales como las ciencias sociales y humanistas, la filosofía, la psicología, la sociología y la antropología; 3. Cruces, préstamos e intercambios entre la literatura y esferas del conocimiento que no pertenecen al ámbito de las artes, al igual que ocurrió con el psicoanálisis, pero también tradiciones literarias y matrices genéricas como las fantasías científicas del siglo XIX, uno de los predecesores de la ciencia ficción, que instauran polémicas y desarrollan postulados dentro de un marco ficticio; 4. El surgimiento de las vanguardias europeas y latinoamericanas, el desarrollo de nuevas técnicas líricas y narrativas y la aparición e hibridación de nuevas tipologías textuales; 5. La aparición de las teorías que servirían de base a la lingüística del siglo XX, lo cual derivó, en la Argentina, en una profunda preocupación por el uso, los alcances y las posibilidades del lenguaje, reflexiones en torno a la esencia del ser nacional a través del habla regional y la meditación acerca del rol del escritor con respecto a sus lectores. [2]

Este último punto es el más visible y sobre el cual nos ocuparemos en el siguiente trabajo.

La utopía del lenguaje nacional en dos autores martinfierristas

Si bien se ha dicho mucho del uso del lenguaje tanto en Macedonio como en Borges, las postulaciones que formularon acerca de su funcionamiento fueron las que determinaron muchos de los aspectos de sus poéticas. El lenguaje, a comienzos del siglo XX, se coloca en el centro de los debates de lingüistas y escritores, por lo cual comienza también a cobrar mayor relevancia dentro de los textos ensayísticos y de ficción. Las obras de estos autores parten de una preocupación medular que estructura y condiciona ambas poéticas: el problema de la lengua. Aun cuando también son cruciales las cuestiones en torno a la identidad, el ser, el conocimiento y el universo, nada de esto tendría sentido si no fuese por el particular interés que ambos demuestran por los asuntos referentes a la palabra.

La literatura, mucho más que cualquier otra disciplina, es arte verbal. [3] El lenguaje es la materia prima de toda obra literaria y el escritor aquel que se adueña de la palabra, por medio de la escritura, para un fin particular y determinado, quien violenta ese bagaje abstracto que los estructuralistas han dado el nombre de Lengua para construir textos concretos, palpables, visibles y, sobre todo, evocadores de sentidos. [4] Si hay algo que entrelaza de principio a fin las obras de Borges y Macedonio es el altísimo grado de conciencia y de concientización con respecto a las posibilidades, limitaciones, deficiencias y necesidades del lenguaje. Tres aspectos deben interesarnos sobre el uso que ellos dan al lenguaje: 1. El tipo de elecciones léxicas y armado de enunciados; 2. Las reflexiones metadiscursivas que elaboran; 3. El protagonismo que cobra dentro de sus escritos. Deliberadamente trabajaremos con los ensayos publicados en la década de 1920 por ser un período en el cual proliferaron los discursos relativos a este tema y por hallarse allí las bases de sus futuros enfoques. Los textos son, en el caso de Macedonio Fernández, “La Metafísica, Crítica del Conocimiento; la Mística, Crítica del Ser” publicado en el Nº 2 de Proa, septiembre de 1924, y No toda es vigilia la de los ojos abiertos (1928); en el caso de Jorge Luis Borges, ensayos recopilados en Inquisiciones (1925),El tamaño de mi esperanza (1926) y El idioma de los argentinos (1928). En el caso de ser relevante, diremos en qué revista literaria fueron publicados los ensayos.

A comienzos del siglo XX en Argentina, se produjo una serie de debates en torno al ser nacional cuyo contexto histórico coincidió tanto con las fiestas del centenario, así como también las múltiples oleadas inmigratorias que modificaron drásticamente la topografía y demografía de Buenos Aires. [5] Ambos hechos, que resultaron ser incompatibles, provocaron el afianzamiento en las raíces, la creación y el renacer de símbolos patrios y la búsqueda de aquello que conformaba, según cierta elite terrateniente, el germen de la argentinidad. [6] Las polémicas respuestas no se hicieron esperar y fueron varias (Fleming 1987), pero, de las más satisfactorias y aceptadas, el lenguaje fue la que encontró mayor consenso. Así, muchos de los textos de Borges publicados en revistas y libros de ensayos durante la década del ’20 están dedicados enteramente al análisis y la valoración de la lengua, en general, y del dialecto rioplatense, en particular. Estos ensayos cuentan con un tinte esencialista propio de la época, pero también con razonamientos muy lúcidos que demuestran que Borges se encontraba en sintonía con las tendencias lingüísticas en boga. [7] También cabe señalar que las lecturas de Borges no provenían tanto de fuentes lingüísticas sino, más bien, de filósofos del lenguaje. Como afirma Jaime Rest:

Un detenido reconocimiento de los textos de Borges permite observar que, a decir verdad, son casi nulas sus referencias a las figuras que impulsaron la filosofía del análisis lógico propiamente dicha, tal vez con la única excepción de Bertrand Russell. Sin embargo, es posible señalar coincidencias de interpretación a propósito de ciertos problemas, las que tal vez cabría remontar a una afinidad de fuentes, a una analogía en la formación y la actitud filosóficas, a una frecuentación de los mismos pensadores. Al respecto, en la obra de Bores es muy notoria la mención de quienes han sido considerados precursores directos de este movimiento: Occam, Hume, John Stuart Mill, William James. Además, quizá valga la pena tener presente que Schopenhauer, uno de los filósofos que Borges recuerda con mayor asiduidad, ejerció poderosa atracción en las ideas tempranas de Wittgenstein, durante el período en que este autor compuso su famoso Tractatus logicophilosophicus, uno de cuyos propósitos básicos era determinar los límites del lenguaje considerado como instrumento para desentrañar la estructura de la realidad […]. En consecuencia, es lícito ubicar a Borges en la orientación que ha sido legada al pensamiento actual por influjo del positivismo lógico, de G. E. Moore y de Wittgenstein, los que han compartido la presunción de que la meta de la filosofía no consiste en describir o siquiera explicar el mundo, y aún menos en transformarlo, puesto que su preocupación específica debería encaminarse exclusivamente a examinar de qué manera se habla de él. (1976: 82-86).

En “Queja de todo criollo” (1925), Borges anunciaba que: “Muestran las naciones dos índoles: una la obligatoria, de convención, hecha de acuerdo con los requerimientos del siglo y las más veces con el prejuicio de algún definidor famoso; otra la verdadera, entrañable, que la pausada historia va declarando y que se trasluce también por el lenguaje y las costumbres” (2011a: 173). El lenguaje, para el joven Borges, no es solo lo que caracteriza al hombre de cualquier otra especie, sino también el contenedor y vehículo del ser nacional. [8] Estudiar el funcionamiento de la lengua es lo que permitiría hallar las bases y principios de la argentinidad; es decir, la comprensión de una lengua conlleva a comprender el comportamiento de una nación.

Borges encontraba en sus compatriotas dos posturas igualmente desleales al idioma nacional (“El idioma infinito”, Proa, 1925; “El idioma de los argentinos”, Anales del Instituto Popular de Conferencias y La Gaceta Literaria, 1928): la primera la asociaba con el arrabalero, una jerga inventada aparentemente utilizada en las orillas; la segunda con el casticismo, enarbolado por aquellos que avalan y adoptan la actitud de la Real Academia Española. El arrabalero sería una creación para caracterizar personajes bajos de los saineteros quienes se valen de unas pocas palabras complementadas con el lunfardo para dibujarles un perfil ruin y pendenciero; el castizo, por el contrario, es aquel que emplea el diccionario para demostrar cultismo y erudición, cuando no pedantería. Mientras que el arrabalero sería una lengua técnica (“especializada en la infamia y sin palabras de intención general”, 2011b: 243), la Academia no haría más que acumular términos por demás inútiles (“la sinonimia perfecta es lo que ellos quieren, el sermón hispánico. El máximo desfile verbal, aunque de fantasmas o de ausentes o de difuntos. La falta de expresión nada importa; lo que importa son los arreos, galas y riquezas del español, por otro nombre el fraude”, 2011b: 246). [9] Borges optaba por la pluralidad de lenguas y su ensanchamiento, pero para él no todo sinónimo implica un enriquecimiento de la capacidad de representación y pensamiento que permite el lenguaje. [10] En su opinión, dos frases pueden decir lo mismo empleando diferente cantidad de signos, sin cambiar su significado. [11] La sinonimia sólo amplía cuantitativa e inútilmente los axiomas del lenguaje; en lugar de contribuir y promover el pensamiento, lo estorba, ya que “la numerosidad de representaciones es lo que importa, no la de signos” (2011b: 245). Sin embargo, tanto en Borges como en Macedonio se repiten una y otra vez temas e hipótesis, incluso argumentos y ejemplos, al punto de encontrar el mismo contenido reproducido en dos o tres textos diferentes. Estos tópicos responden a una preocupación y a un temor metadiscursivos: la posibilidad de no ser del todo comprendidos por los lectores.

Borges considera al idioma un organismo vivo, mutable, que evoluciona junto con los hablantes, y que tiene realidad propia: “el no escrito idioma argentino sigue diciéndonos, el de nuestra pasión, el de nuestra casa, el de la confianza, el de la conversada amistad” (2011b: 249). [12] Todo idioma está lejos de ser perfecto: es un ser inacabado, incompleto, y por ello absolutamente mejorable; de lo contrario, si el idioma estuviese consumado, los hombres tendrían una capacidad plena de pensamiento, y esto no ocurre. [13] Para Macedonio, incluso es provisorio; no hemos hallado aun un método de comunicación mejor que el que tenemos. [14] En este punto, las posturas de Borges y Macedonio se tocan: todo lenguaje es una herramienta de pensamiento, pero no la única ni la más acabada; su fin es ser un canal para la reflexión y cuanto más precisas sean sus representaciones y más expresen o transmitan sus palabras, tanto más útil y beneficioso será para los hombres. El lenguaje condiciona la sensibilidad de los sujetos y su forma de ver y entender el mundo, de allí que ambos se preocupen tanto por ser comprendidos por sus lectores. De esta manera, se destaca cierta inseguridad explícita en sus escritos, pero esos miedos representan el compromiso del escritor con la escritura y con su público. Dice Borges: “temo no ser entendido en este lugar, y a riesgo de simplificar demasiado el asunto, buscaré un ejemplo” (2011b: 200); dice Macedonio: “así puedo yo haber pasado mi vida en un vasto error del cual fuera hijo este libro, y podría cualquier lector atento señalármelo, darme un despertar que quizá siempre me falte” (1967: 150). Sus poéticas demuestran una practicidad patente de la escritura y un particular interés hacia el rol de los lectores sin precedentes porque ven en el público su único destinatario: el escritor no escribe para sí, sino para los demás. [15] Y esto se vuelve manifiesto si pensamos que estos textos de la década del ’20 son expositivos y argumentativos: “Espero que el lector no creerá garantirse exigiéndome tres tomos o 900 páginas de exposición. No hallo placer en lo meramente extenso. Lo serio fuera que yo comenzase a ser entendido a la tercera página y convenciera en cincuenta páginas” (1967: 124). Si en algo se destaca tanto Borges como Macedonio es en su escritura ensayística que derivó en la de asiduos autores de ficciones narrativas que se caracterizan por dos puntos en común: primero, apelan a una memoria colectiva, a ejemplos concretos, experimentables o fácilmente imaginables para el lector; [16] segundo, a pesar de la (im)probable validez de sus teorías, muestran un disfrute y un cuidado extraordinario por el desarrollo de un razonamiento. [17]

Borges se pregunta por aquello que distingue y enaltece, para el argentino, al Español Rioplatense del Español de España y de otras lenguas. Desecha el número de vocablos arguyendo que, de ser así, el Español sería más rico en posibilidades de pensamiento que el Francés, que tiene menor cantidad, pero más pobre que el Inglés o el Alemán. [18] La diferencia, si la hubiera, estaría en cierto matiz “lo bastante discreto para no entorpecer la circulación total del idioma y lo bastante nítido para que en él oigamos la patria” (2011b: 250). Dicho matiz estaría conformado por el ambiente en el cual se desenvuelve el lenguaje, en la valoración irónica o cariñosa de ciertas palabras, en su temperamento, su nueva connotación. Lo emotivo de los argentinos, que podemos encontrar en los versos o el humor, es lo que determina el sentido de ciertas palabras al momento en que son empleadas. [19] El escritor, en este contexto, es el que hurga en el lenguaje, el que busca una voz que lo represente y exhiba una de las tantas posibilidades del habla; [20] el que conoce las falencias de su lengua y, por eso mismo, tuerce el lenguaje, lo amplía para romper con los límites de lo representable. [21] Borges se presenta ya a mediados del siglo ’20 bajo la máscara del escritor y vuelve públicos algunos de sus métodos para engordar el lenguaje, sin negar otras posibilidades: “yo he procurado, en los pormenores verbales, siempre atenerme a la gramática (arte ilusoria que no es sino la autorizada costumbre) y en lo esencial del léxico he imaginado algunas trazas que tienden a ensanchar infinitamente el número de voces posibles” (2011b: 38). Entre sus propuestas, el nombre de Macedonio aparece ejemplificando la traslación de verbos neutros en transitivos y lo contrario. El aporte de Macedonio a los vocablos del Español va más allá, habiendo creado sustantivos compuestos y palabras que derivan de sustantivos, verbos o adjetivos; baste a modo de ejemplo:

Llamo estilo de ensueño a todo lo que se presenta como estado íntegramente de la subjetividad, sin pretensiones de correlativos externos, y llamo por eso al Ser un almismo ayoico, porque es siempre pleno en sus estados y sin demandar correlación con supuestas externalidades ni substancias, tal como es el Ensueño, todo del alma, pleno, absorbente e incomprometido con la alegada Causalidad. (1967: 87).

La escritura de Macedonio se vuelve dificultosa de seguir, muchas veces, por la incongruencia de parámetros tipográficos (nótese que “ensueño” aparece en minúscula y mayúscula), [22] su sintaxis extensa y enrevesada y hasta el olvido, en algunos casos, de la apertura o cierre de signos ortográficos. Esos aspectos no los tiene en cuenta Borges, cuyo estilo es mucho más cuidado, compacto y sobrio que el devenir de la escritura macedoniana. [23] El desorden y la continuidad de la escritura de Macedonio se opone a la reescritura y reformulación constante de la de Borges. [24] Sin embargo, Macedonio posee una política estricta y explícita acerca de las posibilidades del lenguaje que, en el caso de Borges, es necesario rastrear y reconstruir a lo largo de todos sus escritos. Él las enumera de la siguiente manera: 1. Las palabras son signos asociados a imágenes; su función primaria no es la de comunicar, sino la de suscitar imágenes en el receptor y, posteriormente, las afecciones asociadas a dichas imágenes; 2. El pensamiento prescinde de la palabra, ya que la inteligencia es sólo un registro del pasado (ley causal) y el fenomenalismo no tiene leyes; por lo tanto, la función de la palabra puede cesar algún día; 3. El raciocinio es propio de la comunicación y no del pensamiento; toda comunicación es raciocinio lógico y dialéctico porque son agrupaciones verbales conducentes a suscitar ciertas imágenes; 4. La evocación de imágenes en el pensamiento se produce a partir de una experiencia sensorial compartida (“pensar es ver, oír, tocar y evocar lo visto, tocado, oído”, 1967: 148); ni los conceptos ni las abstracciones son imágenes desde el momento en que no pueden ser percibidos por los sentidos (1967: 147-149). A diferencia de Borges que parte de un proyecto esperanzador acerca de las posibilidades del lenguaje y, al final del trayecto, desemboca en un escepticismo abrumador, Macedonio parte por desconfiar del lenguaje, pero reconoce que es el único método para contrarrestar los perjuicios que éste mismo ha creado. [25]

La utopía borgeana de la década del ’20 es la exploración de la lengua, del pensamiento por medio del idioma autóctono, y la ampliación de las barreras de lo cognoscible: “Que alguien se afirme venturoso en lengua española, que el pavor metafísico de gran estilo se piense en español, tiene su algo y también su mucho de atrevimiento” (2011b: 253). La postura de Macedonio, a la cual Borges adhiere en algunos casos (“Palabrería para versos”, La Prensa, 1926; “Indagación de la palabra”, Síntesis, 1927) es aún más extrema y, para él, el hombre no piensa por medio de palabras, sino a través de percepciones e imágenes, es decir, sensaciones y afecciones: “la palabra es instrumento de comunicación y no de pensamiento; se piensa con percepciones e imágenes, se comunica esto con palabras, es decir, se suscitan estas mismas imágenes en otro” (1967: 98). Entonces, ¿cuál es la función del lenguaje para Macedonio si no es la de ser vía del pensamiento?: “en su único uso posible, la comunicación, [las palabras] pueden usarse con inadecuación para aludir y refutarlas, a otras inadecuaciones verbales que hay ya en la mente del lector o interlocutor” (1967: 98). Prueba y error parecieran ser, para Macedonio, las únicas utilidades del lenguaje ya que su ámbito de interés no está en lo verbal, aunque depende en gran parte de ello, sino en lo esencial, la metafísica. Borges, en cambio, no concibe al ser humano por fuera del lenguaje; como ya vimos, para él, “el hombre es, en esencia, un animal lingüístico que se halla recluido inexorablemente en un espacio nominal. […] ha perdido por completo su disposición para vivir en libertad: es incapaz de sobrellevar intelectualmente un exceso de realidad” (Rest 1976: 111). La utopía macedoniana de un hombre que piense sólo por medio de imágenes es inconcebible para Borges porque él no se considera ni filósofo, ni metafísico, ni lingüista: su pensamiento no postula una propuesta alternativa, sino que se limita a exponer las falencias del idioma. [26] Pero, sobre todo, Borges considera que la facultad del hombre de crear un sistema coherente de signos es intrínseca a él; no existe la humanidad sin lenguaje.

Así, Borges entiende al lenguaje como un medio artificial, incompleto e insuficiente de ordenar el mundo:

El mundo aparencial es un tropel de percepciones barajadas […]. El lenguaje es un ordenamiento eficaz de esa enigmática abundancia del mundo. Dicho sea con otras palabras: los sustantivos se los inventamos a la realidad. Palpamos un redondel, vemos un montoncito de luz color de madrugada, un cosquilleo que nos alegra la boca, y mentimos que esas tres cosas heterogéneas son una sola y que se llama naranja. La luna misma es una ficción. (2011b: 42-43).

Si las matemáticas (sistema especializado de pocos signos, fundado y gobernado con asiduidad por la inteligencia) entrañan incomprensibilidades y son objeto permanente de discusión, ¿cuántas no oscurecerán el idioma, colecticio tropel de miles de símbolos, manejado casi al azar? Libros orondos –la Gramática y el Diccionario– simulan rigor en el desorden. Indudablemente, debemos estudiarlos y honrarlos, pero sin olvidar que son clasificaciones hechas después, no inventores o generadores de idioma. Ni las palabras asumen invariadamente la acepción que les es repartida por el diccionario ni hay una relación segura entre las ordenaciones de la gramática y los procesos de entender o de razonar. (2011b: 171). [27]

En estos párrafos se ve claramente la adhesión de Borges a los principios metafísicos de Macedonio: el Mundo, la Realidad, tal y cómo la conocemos, es un misterioso accidente, una invención producto de la sensibilidad, “pues en la palabra orden la idea es: ‘como la Realidad’, y ésta, el Ser, libre, sin ley” (1967: 76). Lo único verdadero es la afección, el sentir; que nuestra psiquis una esos elementos heterogéneos para configurar un árbol, un perro o un yo, es pura casualidad. Desde esta perspectiva, los sustantivos o nombres solo logran sintetizar afecciones, pero por sí mismos no existen. [28] La realidad es en sí enigmática, posee intersticios a los cuales no podemos acceder por medios humanos y eso se debe tanto a nuestra condición animal como a nuestra limitada capacidad lingüística. [29] El lenguaje es la herramienta que nos permite crear una ficción capaz de abordar el mundo, pero, por el mismo motivo, conlleva a más de una falacia, como lo es el ansia por clasificar y organizar sus elementos individuales. [30] El universo existe por fuera del lenguaje pero no en las cosas, sino en las sensaciones: “La vida, o sensibilidad, o mundo, o ser, es siempre esencial, plena y no imagen de ‘sustancias’. No hay externalidad psíquica (otras conciencias) ni física (materia)” (1967: 87); esa es la verdad última que le permite a Macedonio afirmar que el hombre piensa por medio de imágenes y no por palabras, aunque dichas imágenes no sean un todo completo y homogéneo, sino la suma de afecciones disímiles a las cuales dotamos de un nombre y una entidad. Borges comprende que los lenguajes son distintas formas de moldear la realidad, de unir a un signo una serie de sensaciones e impresiones. [31] Macedonio, en cambio, opina que la realidad no precisa de ordenamiento alguno, pero es el hombre quien se empecina en nombrarla constantemente. [32] Su postura llega a negar las grandes leyes universales (entre ellas la causalidad, la más atacada) y la existencia de Dios como causa primera de todas las cosas, porque el conocimiento (lo que el hombre llama Conocimiento) no es más que un juego de gramatiquerías lógicas conformado, muchas veces, por términos vacíos. [33]

El pensamiento a través de imágenes no es una novedad para ninguno de los dos. Borges sigue a Spiller [34] en su razonamiento, quien “se fija en las estructura de las oraciones y las disocia en pequeños grupos sintácticos, que responden a unidades de representación” (2011b: 139). Borges desecha la comprensión palabra por palabra al igual que la comprensión una vez finalizada la lectura; en cambio, adopta una postura según la cual comprendemos de un modo estructurado por medio de unidades de representación, es decir, unidades de sentido mayores a las palabras que nos permiten generar una representación mental de aquello que leemos. [35] Concluye así que la finalidad de las palabras es la de generar representaciones del mundo; de no ser así, cada palabra, así como cada unidad léxica a incorporar, sería un objeto a analizar, no un enunciado sino una oración. [36] Macedonio es aún más extremista y afirma que existen palabras para elementos que no son imágenes, es decir, que no existen en la realidad porque no son inducciones de sensación alguna; dichas palabras entorpecen el pensamiento y son las mayores causantes de error en metafísica: los conceptos abstractos. [37] El problema del lenguaje sería, como el de todo concepto, que encierra sus propias contradicciones y cuanto más reflexionamos sobre él, más deficiente resulta ser.

Borges halla una paradoja en el funcionamiento del lenguaje: por un lado, es lo que permite ordenar el mundo, aunque no existan categorías posibles para su propio ordenamiento; pero, por el otro lado, el discurso siempre parece estar supeditado a la sintaxis:

Dos proposiciones, negativas la una de la otra, han sido postuladas por mí. Una es la no existencia de las categorías gramaticales o partes de la oración y el reemplazarlas por unidades representativas, que pueden ser de una palabra usual o de muchas. (La representación no tiene sintaxis. Que alguien me enseñe a no confundir el vuelo de un pájaro con un pájaro que vuela.) Otra es el poderío de la continuidad sintáctica sobre el discurso. Ese poderío es de avergonzar, ya que sabemos que la sintaxis no es nada. La antinomia es honda. El no atinar —el no poder atinar— con la solución, es tragedia general de todo escribir. Yo acepto esa tragedia, esa desviación traicionera de lo que se habla, ese no pensar del todo en cosa ninguna. (2011b: 144).

Al ahondar en estas cuestiones que atañen al lenguaje, cae en un profundo desaliento que se convertirá, posteriormente, en una patente resignación pesimista. [38] La esperanza está puesta siempre en el futuro, no en el presente. Las posibilidades de mejorar el lenguaje radican en el estilo, es decir, el habla, el uso particular de la lengua que varía infinitamente las posibilidades gramaticales. [39] La utopía borgeana no tiene cabida en la realidad, es por ello que encontrará su lugar en el campo de la ficción; toda su confianza será depositada en el lenguaje poético: “No hay poeta que sea voz total del querer, del odiar, de la muerte o del desesperar. Es decir, los grandes versos de la humanidad no han sido aún escritos. Ésa es imperfección de que debe alegrarse nuestra esperanza” (2011b: 203). [40]

Lo artístico es, para Borges, intrínsecamente generador de imágenes, ya que el fin de toda obra de arte es transmitir sensaciones y evocar estados. [41] La imagen tiene la virtud de encerrar una verdad para el lector, espectador u oyente, por lo cual tanto el arte, así como otras tantas expresiones del hombre, corresponden a lo estético porque indagan y buscan intuiciones que se quieren transmitir, “percepciones instantáneas de una verdad” (2011b: 184). La imagen, como tal, es incompleta e imperfecta, incluso puede llegar a ser incorrecta, ya que el medio elegido por Borges y Macedonio para transmitirla es la palabra, de la cual ya hemos hablado. Borges destaca “simulacro” como una de las posibles acepciones de imagen; así, la imagen es repetición, copia de otra cosa, pero nunca la cosa en sí. En el caso de la escritura, la palabra, el signo o la unidad representativa está lejos de ser la imagen misma, pero, como vuelve a afirmar Borges: “El deber de toda imagen es precisión. Este aparente axioma o facilísima verdad ni siquiera lo es, ya que las precisiones de la aritmética o de la geografía suelen ser imprecisas a más no poder en el ejercicio del arte” (2011b: 187). [42] Contra todo pronóstico de transmitir correctamente una imagen, Borges y Macedonio no recaen en el silencio, sino que exponen su parecer sobre cualquier materia, porque “la situación del hombre no admite ninguna alternativa: pese a las restricciones que nos impone, el lenguaje aparece como nuestra única vía satisfactoria de expresión” (Rest 1976: 110):

Toda exposición de doctrina es meramente un llamado a la intuición en el lector, puesto que la Inteligencia no es más que crónica de estados y su orden, y puesto que si el lector no ve, toca y oye (intuición) lo que veo, toco, de qué le puedo hablar ni qué persuasión tiene por qué recibir de mí. Las palabras son todas concretas y con ellas no se piensa, sino que, meros instrumentos de recordación para sí y de comunicación por recordación en otro, suscitan la misma escena de imágenes en las dos mentes: del dicente y el oyente, y entonces es posible hablar sobre relaciones entre las imágenes. (1967: 178).

La escritura, a fin de cuentas, busca concientizar a los lectores, despertar el interés en todas estas cuestiones y proponer nuevas vías de abordaje y desarrollo: dice Borges, “lo que persigo es despertarle a cada escritor la conciencia de que el idioma apenas si está bosquejado y de que es gloria y deber suyo (nuestro y de todos) el multiplicarlo y variarlo. Toda consciente generación literaria lo ha comprendido así” (2011b: 40); dice Macedonio, “¿por qué escribo? Porque no hay Causalidad, porque a veces nos determinamos por finalidad y a veces nuestra acción mental o física no se propone nada; es una espontaneidad que no tiene por qué buscar nada” (1967: 179). La escritura es, por sobre todo, didáctica, pero dicho didactismo no es imposición de un saber, sino más bien dialogismo entre dos seres igualmente ignorantes: autor y lector. [43] Cualquier licencia está permitida mientras no obstruya, sino que permita la “estimulación mental para el lector” (1967: 120). [44] El camino del aprendizaje no es transitado primero por uno y luego por otro; Borges y Macedonio utilizan el tiempo presente para dar a entender que la búsqueda de la verdad se emprende a la par: “diré que si he empezado a estudiar el problema antes que el lector, llegaré en cambio a la solución junto con él, pues escribo asociado al lector en una busca común y cordial preocupándome de que todos los datos estén cuando nos planteemos la Respuesta” (1967: 128-129). Esto, que podría resultar un simple recurso retórico o una técnica discursiva, se vuelve en ambos escritores un leitmotiv, ya que dentro de sus poéticas el autor existe sólo gracias y para el lector: partiendo de la necesidad de un público lector para poder desarrollar su función autoral, Macedonio y Borges buscan, en segunda instancia, perfilar su entendimiento: “Quiero repartir una de mis ignorancias a los demás: quiero publicar una volvedora indecisión de mi pensamiento, a ver si algún otro dubitador me ayuda a dudarla y si su media luz compartida se vuelve luz” (2011b: 133).

La de Macedonio, más que la de Borges, es una escritura libre de disertaciones moralizantes y prejuicios sociales; su único objetivo es despertar inquietudes en los lectores, sacarlos de su estado inerte, de su zona de confort, y producir una conmoción mental: “lo que ‘yo siento’, es decir lo que ‘se siente’, sea tuyo o mío, es ilusorio; es igual que aquí el que escribe (o siente que escribe) seas tú y el que lee yo, porque la sensibilidad no puede ser situada en un cuerpo, no es situable espacialmente” (1967: 173). [45] Es por eso que sus textos adoptan la forma de una búsqueda incesante hacia algún tipo de saber que sólo se puede alcanzar no por medio de razonamientos lógicos o consensuados, sino de reflexiones arriesgadas, polémicas y, en algunos casos, fácilmente refutables o imposibles de sostener. Como afirma Alicia Borinsky: “La verdad que buscaba Macedonio era accesible a través de un «tropezón conciencial» en el cual el lector abandonaba su ilusoria identidad individual para reconocerse en aquello que Macedonio llamaba el «almismo ayoico». Estado más allá del yo, independencia de una suerte de sujeto puro” (1993: 439). La búsqueda que emprende Borges es mucho más abarcativa, ya que no se limita a los modos del hombre de percibir y percibirse, sino a las posibilidades, límites y alcances de cualquier tipo de saber. [46]

Conclusión

Así como a Macedonio se lo reconoció durante décadas como un autor de ficciones antes que como un metafísico, tanto él como Borges han sido abordados más frecuentemente por su valor como estetas antes que por su beta de teóricos del lenguaje. Esto se debe en gran parte a su afamada trayectoria como artistas que ha eclipsado o relegado a un segundo plano sus aportes enriquecedores a las disputas nacionales, en el campo de la cultura y la política, e internacionales, en el campo del conocimiento. La condición ensayística de sus textos de la década de 1920, a su vez, quizás haya influido también en la recepción de sus trabajos y la veracidad de sus afirmaciones por parte de la crítica. [47]

Sin embargo, como hemos visto, ambos han demostrado un verdadero y profundo interés por los problemas que atañan al lenguaje, a la correcta transmisión de los mensajes, a los medios humanos para lograr un intercambio verbal eficiente y a la esencia del ser nacional. Sus producciones no son una simple consecuencia de su época; por el contrario, demuestran estar avanzados a dicha sensibilidad. Borges y Macedonio lograron correrse de los debates de su tiempo, que tenían como trasfondo una lucha material y clasista, para elaborar hipótesis que contribuyeran a una cuestión mucho más amplia y global: la necesidad de los hombres de comunicarse entre ellos.

Tanto Borges como Macedonio no se ven a sí mismos como portadores de conocimiento; todo lo contrario, son tan ignorantes como cualquier otro. Sus textos, que no se limitan a debatir sobre cuestiones regionales y pasajeras, sino que profundizan en la discusión hasta alcanzar el meollo del asunto: qué se puede conocer por medio de las palabras. Sus reflexiones dejan entrever dudas e inseguridades que desean compartir con los lectores para así allanar el camino hacia una posible alternativa. [48] La escritura se presenta, así, como una búsqueda incansable hacia un modelo mejor que el que tenemos para acceder al mundo. El quid de la cuestión ya no es el idioma de los argentinos –recorte particular del lenguaje en un tiempo y espacio determinados– sino cualquier tipo de código empleado en la comunicación para crear y transmitir información.

Estos escritores demuestran ser poseedores de una curiosidad filantrópica que sólo busca mejorar las condiciones de reflexión y abordaje a la realidad. El lenguaje que empleamos no es el más adecuado para esta empresa, pero, a pesar de todas sus falencias, es la mejor herramienta de la que disponen los hombres hasta el momento. Si hay algo que dejan entrever todos estos textos es el alto grado de compromiso que ambos autores tenían con respecto a su rol de escritores, un deber que no se limitó a las disputas de su tiempo y abarcó los grandes temas y preocupaciones universales.

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Notas



[*] Licenciado y Profesor Normal y Superior en Letras por la Universidad de Buenos Aires (FFyL-UBA). Adscripto a la cátedra de Problemas de Literatura Latinoamericana. Miembro activo de la Red Iberoamericana de Investigadores en Anime y Manga (RIIAM). dhernan_rosain@live.com.ar

Recibido: 21/02/2018. Aceptado: 30/05/2018



[1] Para Jaime Rest, toda la obra de Borges puede ser resumida en un único axioma macedoniano: “‘A cosas de nuestra alma vigilia llama sueños. Pero hay de ésta también un despertar que la hace ensueño: la crítica del yo, la Mística’. Pienso que la producción íntegra de Borges ha sido una desesperada búsqueda de este despertar anunciado por Macedonio Fernández” (Rest 1976: 22-23).

[2] El desarrollo histórico y su implicancia en la poética macedoniana de los puntos 1, 2 y 3 aparecen desarrollados en Rosain, Diego Hernán (2017), “Cambios de paradigma: Macedonio Fernández o la confluencia entre filosofía y literatura”, Trazos. Revista de filosofía, Año 1, Vol. 2, pp. 17-28. Disponible en: https://trazosrevistadefilosofia.files.wordpress.com/2017/12/trazos-ii-completo-final.pdf.

[3] Borges en “Ejercicio de análisis” (1925) desgaja dos versos del Quijote y concluye que “no hay creación alguna en los dos versos de Cervantes que he desarmado. Su poesía, si la tienen, no es obra de él; es obra del lenguaje. La sola virtud que hay en ellos está en el mentiroso prestigio de las palabritas que incluyen” (2011b: 96). Para Rest, Borges considera a la literatura “como un sistema combinatorio cuyos elementos los proporciona el lenguaje” (1976: 88).

[4] Al respecto, Macedonio aclara: “La palabra es signo para comunicación. Ésta es sólo, más que comunicación, suscitación de imagen por signo. Y el orden de lo así comunicable es puramente el de las imágenes, aunque haciendo nacer en otra mente las imágenes que tenemos ahora en la nuestra, por signos asociados a ellas y llamados palabras; podemos, así como suscitamos imágenes, suscitar las afecciones asociadas a esas imágenes; mas lo primero suscitado ha de ser imágenes” (1967: 147).

[5] Sobre este punto ver Sarlo, Beatriz (1997), “Vanguardia y criollismo: la aventura de Martín Fierro” en Altamirano, Carlos y Beatriz Sarlo, Ensayos Agentinos. De Sarmiento a la Vanguardia, Argentina: Ariel, pp. 211-255, y Lafleur, Héctor R., Sergio D. Provenzano y Fernando P. Alonso (2006), “La nueva generación (1915-1939)” en Las revistas literarias argentinas (1893-1967), Buenos Aires: El 8vo. Loco, pp. 75-170.

[6] En realidad, los debates en torno al lenguaje nacional germinaron durante el siglo XIX y estuvieron signados por muchos nombres ilustres. En 1842 comenzó el enfrentamiento entre Andrés Bello y Domingo Faustino Sarmiento, para quien la Academia debía limitarse a datar y recopilar el léxico, mas no así a imponer una gramática y ortografía ya que las lenguas evolucionan por el manejo que los pueblos hacen de ellas. En 1845 se produjo el debate sobre las letras americanas en contraposición a las letras españolas entre Dionisio Alcalá Galiano y Esteban Echeverría, para quien no se podía ser español en la escritura y americano en lo político. En 1852, Juan Bautista Alberdi respondió a la Campaña en el Ejército Grande de Sarmiento, iniciando así uno de los debates más acalorados dentro del campo cultural y político. En 1875, Juan María Gutiérrez rechazó públicamente la designación como miembro correspondiente que la RAE le había otorgado unos años antes y estableció otra polémica en torno al idioma argentino con el teórico Juan Martínez Villergas. De esta manera, vemos que aquello que se vuelve crónico a comienzos del siglo XX es, en verdad, consecuencia directa de algunos síntomas que ya se venían viendo algunas décadas atrás. Para más información acerca de los debates sobre la lengua nacional en el siglo XIX ver Glozman, Mara Ruth et al. (2008), “Políticas del hispanismo en perspectiva histórica: la fundación de la Academia Argentina de Letras (1931-1933)”, ponencia presentada en el XV Congreso de la ALFAL en Montevideo. Disponible en: http://alfal.easyplanners.info/programa/bajando_tl.php?id=PRO0813_Contursi_Maria_Eugenia_(ref_3721).doc

[7] Con respecto al “esencialismo” de la época, María Gabriela Micheletti aclara: “Diversos trabajos de investigación han demostrado cómo en las últimas décadas del siglo XIX, las tendencias más liberales y universalistas que a partir de 1852 habían dado forma a una legislación argentina de puertas abiertas a la inmigración, entraron en tensión con otras que, a contrapelo, comenzaron a esbozar los rasgos de un incipiente nacionalismo cultural, que alcanzaría un especial momento de consolidación y densidad discursiva y activa hacia la época del Centenario de la Revolución de Mayo.

”Entre sectores de la elite dirigente argentina se fueron extendiendo así, ya desde fines de la década de 1880, actitudes de recelo hacia los extranjeros que arribaban en grandes cantidades y amenazaban con modificar las costumbres y la lengua patria. Uno de los primeros en dar la voz de alarma fue Domingo Sarmiento, uno de los paladines, años antes, de la política inmigratoria. No se trataba, claro está, de frenar los flujos migratorios, pero sí de prestar más atención con respecto a quiénes eran los que ingresaban y, sobre todo, de resguardar a la nacionalidad argentina, nueva, débil y aún en proceso de consolidación. La educación pareció ser el medio adecuado para argentinizar a los hijos de extranjeros, e incluso diversos exponentes de la generación liberal y positivista finisecular se hicieron portavoces de estas crecientes prevenciones hacia la difusión de pautas culturales extranjeras en el país […]. Una concepción esencialista de la nación, desarrollada por el romanticismo alemán, y que adjudicaba a diversos elementos aglutinantes, como la raza, la historia, la lengua y/o las costumbres una función preponderante, se fue imponiendo así entre las elites intelectuales y políticas de la Argentina finisecular, y desplazando parcialmente a aquella otra que encontraba sus fuentes en la Revolución Francesa y que concebía a la nación, en primer lugar, como una comunidad política. Mitos de origen, pautas culturales y lingüísticas y símbolos fueron difundidos por entonces desde las elites políticas e intelectuales hacia el conjunto de la sociedad argentina y, en ese proceso educativo y formativo tendiente a la consolidación de una identidad colectiva, quedaron involucrados también los inmigrantes que llegaban a radicarse” (2015).

[8] “El sujeto es casi gramatical y así lo anuncio para aviso de aquellos lectores que han censurado (con intención de amistad) mis gramatiquerías y que solicitan de mí una obra humana. Yo podría contestar que lo más humano (esto es, lo menos mineral, vegetal, animal y aun angelical) es precisamente la gramática” (2011b: 133).

[9] Como anuncia Beatriz Sarlo: “La cuestión de la nacionalidad cultural y, correlativa a ésta, del cosmopolitismo, es, en ese momento del proceso social argentino, una línea que divide el campo intelectual con una marcado sesgo de clase. Los escritores de Boedo casi no la tienen planteada o, cuando abordan el problema del cosmopolitismo cultural, es para afirmar que son los martinfierristas los verdaderamente europeizantes y cosmopolitas. Los martinfierristas, al mismo tiempo que se apoyan en la ‘naturalidad’ de la idiosincrasia cultural de la que serían depositarios, devuelven la acusación de cosmopolitismo y la convierten en un cargo de extranjería lingüística y cultural […]. La cuestión del criollismo traza una línea en el interior del espacio propio de la revista. Hay criollismo legítimo y falso criollismo, hay un criollismo ‘necesario’ y un criollismo ‘exagerado’, superfluo desde el punto de vista de la lengua o de la temática. Es casi una tradición nacional argentina que el criollismo sea un campo de disputa y que la afirmación de un criollismo se haga siempre explícitamente en contra de otro” (1997: 239-241).

[10] “Lo grandioso es amillonar el idioma, es instigar una política del idioma.

”Alguien dirá que ya es millonario el lenguaje y que es inútil atarearnos a sumarle caudal. Esa agüería de la perfección del idioma es explicable llanamente: es el asombro de un jayán ante la grandeza del diccionario y ante el sinfín de voces enrevesadas que incluye. Pero conviene distinguir entre riqueza aparencial y esencial. Derecha (y latina)mente dice un hombre la voz que rima con prostituta. El diccionario se le viene encima enseguida y le tapa la boca con meretriz, buscona,mujer mala, peripatética,cortesana, ramera, perendeca, horizontal, loca, instantánea y hasta con tronga, marca, hurgamandera, iza y tributo. El compadrito de la esquina podrá añadir yiro, yiradora, rea, turra, mina, milonga… Eso no es riqueza, es farolería, ya que ese cambalache de palabras no nos ayuda ni a sentir ni a pensar. Sólo en la baja, ruin, bajísima tarea de evitar alguna asonancia y de lograrle música a la oración (¡valiente música, que cualquier organito la aventaja!) hallan empleo los sinónimos” (2011b: 36-37).

[11] “¿Cómo negar que es una unidad para el pensamiento, cada palabra, si el diccionario (en desorden alfabético) las registra a todas y las incomunica y sin apelación las define? La empresa es dura, pero nos la impone el análisis anterior. Imposible creer que el solo concepto En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme , esté organizado por doce ideas. Tarea de ángeles y no de hombres sería conversar, si esto fuera así. No lo es y la prueba es que igual concepto cabe en mayor o menor número de palabras. En un pueblo manchego cuyo nombre no quiero recordar, es equivalente y son nueve signos en vez de doce. Es decir, las palabras no son la realidad del lenguaje, las palabras —sueltas— no existen” (2011b: 136-137).

[12] “El idioma de los argentinos es mi sujeto. Esa locución, idioma argentino, será, a juicio de muchos, una mera travesura sintáctica, una forzada aproximación de dos voces sin correspondencia objetiva. Algo como decir poesía pura omovimiento continuo o los historiadores más antiguos del porvenir. Un embeleco de que ninguna realidad es sostén. A esa posible observación contestaré luego; básteme señalar que muchos conceptos fueron en su principio meras casualidades verbales y que después el tiempo las confirmó” (2011b: 240-241).

[13] “Afirmar una ya conseguida plenitud del habla española, es ilógico y es inmoral. Es ilógico, puesto que la perfección de un idioma postularía un gran pensamiento o un gran sentir, vale decir una gran literatura poética o filosófica, favores que no se domiciliaron nunca en España; es inmoral, en cuanto abandona al ayer, la más íntima posesión de todos nosotros: el porvenir, el gran pasado mañana argentino” (2011b: 247).

[14] “En esta sucinta introducción a la Mística usaré asertos y términos provisionales, infieles; sin ello no tendría idioma con el lector” (1967: 65), “Uso provisionalmente las voces subjetividad, materia, nuestro, porque el lenguaje estrictamente idealista no sería asequible todavía” (88).

[15] “Si nos hemos encontrado, lector, desde el principio, ya estamos en confianza como para que no hagáis caso de paréntesis confundidos; son erratas que pueden acertar y las sitúo al azar, por si aclaran cuando en lo oscuro se hace aún más oscuro. Intrincadísimo hállome aquí, lector; aquí pueden erratas más que autores. Y te tomo por ejemplo, lector: errata feliz tuya fue acertar conmigo en momentos en que me separaba, con Domínguez, con Hobbes, porque aunque yo no lograra la Solución, nadie te habló tan hondo como aquí, porque sólo yo sé que hay que explicar el Misterio a la Pasión y no a la Geometría, fácil de engañar: yo no te instruiré con posiciones, fuerzas, figuras, extensiones, sino con aquietamiento en el Ser y aspiración sin límites en la Pasión. ¿Qué me has dicho, lector?… Creí oírte…” (1967: 157).

[16] “Lo que llámase demostración es invitar al lector a ver o recordar haber visto tal grupo o secuencia de fenómenos como los vio el autor: la palabra demostración no tiene más eficacia que ésta, y es lo que hago aquí, como debo hacerlo en toda mi exposición” (1967: 142).

[17] A pesar de que Macedonio encontraba en la metafísica kantiana el gigante a derribar por lo erróneo de su razonamiento desde su perspectiva, veía en él un método correcto de exposición reflexiva: “Aunque Spencer iguala a Kant en poderes mentales y lo excede en honestidad y en ciencias y noblemente esmera el método de sus libros y aun el vocabulario y sintaxis, deseoso de excusar al lector toda evitable confusión y labor, se siente más interesante y viva la vocación metafísica en Kant” (1967: 121).

[18] “Si la superioridad numérica de un idioma no es canjeable en superioridad mental, representativa, ¿a qué envalentonarnos con ella? En cambio, si el criterio numérico es valedero, todo pensamiento es pobrísimo si no lo piensan en alemán o en inglés, cuyos diccionarios acaudalan cien mil y pico de palabras cada uno.

”Yo, personalmente, creo en la riqueza del castellano, pero juzgo que no hemos de guardarla en haragana inmovilidad, sino multiplicarla hasta lo infinito. Cualquier léxico es perfectible, y voy a probarlo” (2011b: 42).

[19] Esta misma hipótesis tendrá sus adeptos más adelante en autores como Osvaldo Lamborghini y Héctor Libertella, para quienes la Argentina es un fraseo, un registro particular del lenguaje.

[20] “En resumen, el problema verbal (que es el literario, también) es de tal suerte que ninguna solución general o catolicón puede recetársele. Dentro de la comunidad del idioma (es decir, dentro de lo entendible: límite que está pared por medio de lo infinito y del que no podemos quejamos honestamente) el deber de cada uno es dar con su voz. El de los escritores más que nadie, claro que sí” (2011b: 252).

[21] “Nosotros, los que procuramos la paradoja de comunicarnos con los demás por solas palabras -y ésas acostadas en un papel- sabemos bien las vergüenzas de nuestro idioma. Nosotros, los renunciadores a ese gran diálogo auxiliar de miradas, de ademanes y de sonrisas, que es la mitad de una conversación y más de la mitad de su encanto, hemos padecido en pobreza propia lo balbuciente que es. Sabemos que no el desocupado jardinero Adán, sino el Diablo -esa pifiadora culebra, ese inventor de la equivocación y de la aventura, ese carozo del azar, ese eclipse de ángel- fue el que bautizó las cosas del mundo. Sabemos que el lenguaje es como la luna y tiene su hemisferio de sombra. Demasiado bien lo sabemos, pero quisiéramos volverlo tan límpido como ese porvenir que es la posesión mejor de la patria” (2011b: 252-253). Al respecto, Jaime Rest concluye: “esto es lo que queda de la obra de Borges –y sin duda no es poco– como aporte ejemplar: se propuso desentrañar una imagen del hombre que tenía imperiosa necesidad de comunicar. Lo ha hecho en las circunstancias más difíciles, en medio de grandes conflictos y de profundos cambios cuya concresión tantos han querido capitalizar sin orden ni claridad mentales” (1976: 21-22).

[22] Alicia Borinsky explica que el uso de las mayúsculas en Macedonio sirve para “enfatizar ciertos términos para que el lector fuera consciente de su importancia” (1987: 173). Sin embargo, en otros géneros como la narrativa y más aún en la poesía, Macedonio utiliza las mayúsculas para indicar alegoría o personificación de ideas y conceptos. Cuando hablemos de sus ensayos nos atendremos a lo indicado en primer término.

[23] Para Rest, “esta virtuosidad del estilo no es, para Borges, ni un preciosismo ocioso ni un formalismo vacío que se agota en sí mismo y que puede estudiarse aisladamente, sino que se halla ligada de manera íntima a una concepción del lenguaje según la cual la palabra se apodera del hombre en razón de su fuerza persuasiva, del férreo dominio que ejerce sobre nuestra imaginación. […] propone un estilo funcional que se caracteriza por la expresividad lograda con una utilización rigurosa, ceñida, de las palabras. Pero, al mismo tiempo, no admite ni justifica la inagotable –y, a su juicio, superflua– diligencia de quienes se distraen en la computación de efectos ‘acústico-decorativos’” (1976: 100-101).

[24] La obra macedoniana se caracteriza por no ser orgánica y atravesar múltiples géneros que la han vuelto un objeto único y particular; el modo en que Macedonio escribía hacía que más de una vez se perdieran partes o escritos enteros, de allí que además se la considere una obra fragmentaria. En la obra de Borges, en cambio, pese a no poseer de principio a fin un plan consciente y coherente, pueden reconocerse múltiples ejes de lectura que se van repitiendo y reformulando a lo largo de los años. Además, el hecho de que el autor haya podido intervenir en la edición de sus Obras Completas antes de su muerte dio a su obra una imagen mucho más acabada que la de Macedonio.

[25] “Escribir es, por lo tanto, «pensamiento a la vista», y la escritura refleja el «estilo de pensar» […]. Pensar es una forma de «atención» intelectual, posterior a la experiencia sensual (percepción) y opuesta a la contemplación (atención mística), lo mismo que a la «afección» como estado de vida interior ajeno a la «representación» o la «objetivación». […] el pensar como actividad intelectual abarca virtualmente todo, aunque quizá se le escape lo esencial del estado místico (afección, pasión, altruística) […]. Postular que, en principio, todo puede ser objeto de atención teórica, significa para el autor el reto de la universalidad temática” (Flammersfeld 1993; 396-397).

[26] Para Rest, “la producción de Borges nos lleva a vislumbrar una suerte de filosofía del lenguaje que acaso pueda cuestionarse –en cuanto parece negar toda alternativa que permita salvar, por lo menos de manera práctica, este presunto antagonismo irreductible entre universo y palabra–, pero que dentro de sus propios alcances se muestra sin lugar a dudas rigurosa y coherente: a su juicio, el conocimiento es una actividad fundamentalmente especulativa, una labor limitada a imaginar el ámbito en que nos hallamos insertos pero no a interpretarlo; por añadidura, pensar el mundo consiste en verbalizarlo o, vertido en otros términos, conocer la realidad significa convertirla en una sistematización conceptual que deforma y simplifica la naturaleza de los hechos concretos que registra nuestra percepción” (1976: 82).

[27] “Borges llega a sugerirnos que todo sistema es inevitablemente artificial, que a menudo no excede el ejercicio de la pura ficción, que está muy cerca del mero pasatiempo; aún más: pareciera juzgarlo un perjudicial efecto secundario –según se dice en argot médico– del uso que hacemos del lenguaje, en tanto suponemos que éste es un dócil instrumento para dominar y almacenar ordenadamente nuestra información sobre el mundo” (1976: 34).

[28] “Todo sustantivo es abreviatura. En lugar de contar frío, filoso, hiriente, inquebrantable, brillador, puntiagudo, enunciamos puñal; en sustitución de alejamiento de sol y profesión de sombra, decimos atardecer” (2011b: 43).

[29] “El lenguaje sólo permite que accedamos, en cada ocasión, a un número reducido de datos, pese a que cada acontecimiento y cada existencia entrañan un caudal ilimitado de detalles. ‘Tan compleja es la realidad, tan fragmentaria y tan simplificada la historia’ que cualquier enunciado, por exacto que pretenda ser, nos proporciona de manera inevitable un conocimiento que es ficticio; es decir, incalculablemente parcial y abstracto. Nuestros instrumentos especulativos son insatisfactorios y nos impiden captar lo demasiado grande, lo demasiado pequeño, lo demasiado habitual, en su inagotable complejidad. En suma, Borges no desecha la realidad del universo, pero cuestiona la aptitud humana para penetrar en su naturaleza y ordenamiento” (Rest 1976: 57-58).

[30] “Lector: No clasifiques: ¡fantasías!, con desvío. Cotidiana tuya, como mía, es Fantasía” (1967: 86).

[31] “Insisto sobre el carácter inventivo que hay en cualquier lenguaje, y lo hago con intención. La lengua es edificadora de realidades. Las diversas disciplinas de la inteligencia han agenciado mundos propios y poseen un vocabulario privativo para detallarlos” (2011b: 44).

[32] “No es la insistente, mas impretenciosa visita del nítido, entero y sin doblez, del irreprimible y no anunciado Ensueño […] la que nos ha buscado preocupación, perplejidad, sino la Realidad que pretendiendo ser algo además de lo que es y más que el Ensueño, que es entero y concluido en él cual quiere ser, se hizo problemática y necesitada de documento” (1967: 90).

[33] “¿Cómo no sospechar que una ordenación tan completa, universal e invariable en un mundo tan casual, al que llegan y pasan, extinguiéndose, nuestras casuales existencias, o conciencias, o sensibilidades, ha de ser un mero verbalismo, un enunciado convenido, un axioma, como lo es más notoriamente su gran noción-ley Sujeto-objeto, que no es más que la definición gramatical del Conocer, de la supuesta función espiritual: el Conocimiento, y no una ley del Ser?” (1967: 104).

[34] Gustav Spiller (1864-1940) fue un escritor y psicólogo húngaro radicado desde joven en Inglaterra. Borges leyó su libro The mind of man; a text-book of psychology (1902) en el cual aparece esta teoría. Si bien no creía del todo que fuera así (“ignoro si Spiller tiene razón; básteme demostrar la buena aplicabilidad de su tesis”, 2011b: 140), la hipótesis de Spiller le permitió eliminar y dejar en vergüenza otras posturas acerca del modo en que abordamos la lectura. Desde muy temprano Borges mostró un interés por las teorías arriesgadas y la practicidad de ciertos pensamientos.

[35] “El inventario de todas las unidades representativas es imposible; su ordenación o clasificación lo es también. Evidenciar esto último, será lo inmediato de mi tarea” (2011b: 141).

[36] “La definición que daré de la palabra es –como las otras– verbal, es decir también de palabras, es sotodecir palabrera. Quedamos en que lo determinante de la palabra es su función de unidad representativa y en lo tornadizo y contingente de esa función. Así, el término inmanencia es una palabra para los ejercitados en la metafísica, pero es una genuina oración para el que sin saberla la escucha y debe desarmarla en in y en manere: dentro quedarse” (2011b: 141).

[37] “No hay ninguna imagen o percepción propia, exclusiva, como contenido de la palabra materia, y de las palabras tiempo, espacio, yo, substancia, noumeno. Eso es lo que quiero decir cuando los niego; niego como contenido privativo de esas palabras ninguna imagen; pero no necesito negarlos en sí sino sólo como contenido de tal o cual palabra, porque la existencia, el ser, no es negable, dado que de nada puedo hablar o pensar si no es existencia, estado, y no es existencia lo que nunca estuvo en mi sensibilidad como imagen o afección. Tal ocurre al Yo, Materia, Tiempo y Espacio. El Yo, Materia, Tiempo, Espacio, son los faltantes en el Mundo: el genio gramatical puede sustantivarlos así como un vocablo que precisamente los niega como substancias y como fenómenos” (1967: 98-99).

[38] “¿Y nosotros, los nunca ángeles, los verbales, los que

en este bajo, relativo suelo

”escribimos, los que sotopensamos que ascender a letras de molde es la máxima realidad de las experiencias? Que la resignación-virtud a que debemos resignarnos sea con nosotros. Ella será nuestro destino: hacernos a la sintaxis, a su concatenación traicionera, a la imprecisión, a los talveces, a los demasiados énfasis, a los peros, al hemisferio de mentira y de sombra en nuestro decir. Y confesar (no sin algún irónico desengaño) que la menos imposible clasificación de nuestro lenguaje es la mecánica de oraciones de activa, de pasiva, de gerundio, impersonales y las que restan” (2011b: 145).

[39] “La diferencia entre los estilos es la de su costumbre sintáctica. Es evidente que sobre la armazón de una frase pueden hacerse muchas […]. No de intuiciones originales –hay pocas–, sino de variaciones y casualidades y travesuras, suele alimentarse la lengua. La lengua: es decir humilladoramente el pensar.

”No hay que pensar en la ordenación por ideas afines. Son demasiadas las ordenaciones posibles para que alguna de ellas sea única. Todas las ideas pueden ser palabras sinónimas para el arte: su clima, su temperatura emocional suele ser común” (2011b: 146).

[40] “Sólo la poesía –arte manifiestamente verbal, arte de poner en juego la imaginación por medio de palabras, según Arturo Schopenhauer la definió– es limosnera del idioma de todos. Trabaja con herramientas extrañas […]. Distinta cosa, sin embargo, sería un vocabulario deliberadamente poético, registrador de representaciones no llevaderas por el habla común. El mundo aparencial es complicadísimo y el idioma sólo ha efectuado una parte muy chica de las combinaciones infatigables que podrían llevarse a cabo con él. ¿Por qué no crear una palabra, una sola, para la percepción conjunta de los cencerros insistiendo en la tarde y de la puesta de sol en la lejanía? […]. Sé lo que hay de utópico en mis ideas y la lejanía entre una posibilidad intelectual y una real, pero confío en el tamaño del porvenir y en que no será menos amplio que mi esperanza.” (2011b: 44-45).

[41] “Indagar ¿qué es lo estético? es indagar ¿qué otra cosa es lo estético, que única otra cosa es lo estético? Lo expresivo, nos ha contestado Croce, ya para siempre, y tan satisfactoria me es esa fórmula que ni siquiera pienso sacar de la estantería el libro en que está y verificar en él las palabras textuales (las representaciones textuales) de su escritor, y su apurada repartición del conocimiento en intuitivo y lógico, es decir, en productor de imágenes o de conceptos. El arte es expresión y sólo expresión, postularé aquí. De eso puede inferirse inmediatamente que lo no expresivo, vale decir, lo no imaginable o no generador de imágenes, es inartístico” (2011b: 184).

[42] “Borges considera, por un lado, que todo conocimiento no va más allá de la idea que nos formamos de las cosas, y por el otro, que es imposible separar el pensamiento de los mecanismos lingüísticos” (Rest 1976: 57). En este punto Borges disentiría de Macedonio, para quien el hombre prescinde del lenguaje para pensar.

[43] Como afirma Alicia Borinsky: “La literatura de Macedonio, aunque antididáctica por su afán antiautoritario y desjerarquizante, padece de la voluntad de enseñar que acaso sea endémica de todo discurso polémico. Al afirmar su estética a través de la crítica al realismo, Macedonio no puede sino entonar una lección porque el modo en que se realiza esta crítica es el de la demostración, con un discurso que quiere ser persuasivo y transformante del lector” (1993: 441). Ocurre algo similar con la poética borgeana que es aún más sutil: Borges no obliga al lector a coincidir plenamente con su pensamiento, pero su postura termina por imponerse. La persuasión es una herramienta contundente en ambos autores cuyos textos acaban por decir más que aquello que se proponían en un principio.

[44] “Consiéntaseme esta necesidad de intimidad y de lírica en una obra de pura doctrina. Innumerables citas de tantos estudiosos que investigaron donde yo lo hago ahora, nos distraerían, lector; entorpecerían la escasa energía y concentración en mi tarea y me desposeerían de la intimidad que alimenta mi lírica, y yo quisiera retenerla, de apariencia, aun en la publicidad” (1967: 85).

[45] “Toda dialéctica, doctrina y arte, toda conversación o libro se suman en gestiones verbales u otras para llevar al interlocutor o espectador a la misma intuición que está en nuestra imaginación o es nuestra percepción, a la misma imagen, compuesto de imágenes y ordenación espacial y temporal con que nosotros vemos, tocamos, intuimos, en suma” (1967: 153).

[46] “En la estrategia gnoseológica a un tiempo ambiciosa y modesta que caracteriza la poética de Borges, la lectura es el complemento fundamental de la búsqueda y escritura del autor y, así, parte de una compleja dialéctica de la inspiración.

”Si es verdad que Borges siente profundamente el valor de lo seleccionado, su reconocimiento es de un alcance limitado (‘hemos perdido algo’), y no puede sino confiar en que los esenciales seleccionados resuenen lo más fuerte y hondamente posible en el lector; es decir, que inspiren al lector, y que continúe éste la meditación. Esto es: el papel fundamental de escritor deviene, tanto como recibir y reconocer, componer, plasmando los esenciales en formas eficaces que les den su máximo poder de resonancia […]. En esta perspectiva, el lector ideal sería aquél en que dichos esenciales resuenen más fecundamente que en el mismo autor” (Lefere, 1998: 80).

[47] Sobre la circulación y pautas formales de los textos académicos de la época ver Rosain, Diego Hernán (2017), “Cambios de paradigma: Macedonio Fernández o la confluencia entre filosofía y literatura”, Trazos. Revista de filosofía, Año 1, Vol. 2, pp. 17-28. Disponible en: https://trazosrevistadefilosofia.files.wordpress.com/2017/12/trazos-ii-completo-final.pdf.

[48] “En concreto, Borges procede al rescate de ideas extrañas, a una problematización somera pero sugestiva o a un razonamiento imaginativo que quizás tenga cierta virtud intelectual – al profundizar intuitivamente, críticamente, produciendo inferencias ad absurdum – pero sobre todo procura «interesar». Es decir que el uso de la filosofía (así como de cualquier otra disciplina, sea artística o no) está determinado por un imperativo funcional: ser estimulante, con vistas a una respuesta tanto afectiva como intelectual. […] la limitación a la esfera de lo interesante y estimulante de reflexión gnoseológica, y también de la «verdad» en cuanto, para un escéptico esencial, la inteligencia constituye el último valor, el más firme” (Lefere 1998: 83-84).