INCURSIÓN EN ALGUNAS TERRITORIALIDADES BORGEANAS
María Elena Legaz *
RESUMEN
Me propongo una incursión a ciertas territorialidades en las ficciones de Borges. Deseo indagar además los cambios que se producen en las últimas etapas de su producción. Al mismo tiempo dejo abiertas las posibilidades para profundizar y extender la búsqueda y el análisis.
Palabras clave: Frontera – Orillas – Sur
ABSTRACT
I propose an incursion to certain territorialities in the fictions of Borges. I also want to investigate the changes that occur in the last stages of production. At the same time, I leave open the possibility to deepen and extend the search and analysis.
Keywords: border – South – Suburbs
Al referirse a la situación conflictiva del escritor como elemento permanente de nuestra sociedad, Juan José Saer recuerda el caso de Borges a quien en algunos momentos oscuros de la historia política, se lo erige como escritor oficial, al tiempo que su obra se convierte en un objeto cerrado e inabordable (Saer, 1988: 24). Hoy han cambiado las circunstancias y este corpus de prestigio internacional resulta susceptible de infinitos abordajes. Mi apuesta para el dossier es la abstracción y reconocimiento de ciertas territorialidades en sus textos narrativos.
Cronotopos
La primera, quizás la más difundida de esas territorialidades compone incluso el título de un estudio canónico de Beatriz Sarlo: Borges, un escritor en las orillas. Las orillas constituyen un cronotopo en el sentido bajtiniano de conexión de temporalidad y espacialidad en un todo inteligible y concreto, asimilado artísticamente (Bajtín, 1989: 239). El concepto se corresponde con la denominación que hace el propio Borges, al tiempo que lo fundamenta y justifica en “Palermo de Buenos Aires” de su Evaristo Carriego (1930), cuando explica que el barrio fue siempre “naipe de dos palos”, “moneda de dos caras.”
Más allá del ramal del ferrocarril del Oeste que iba por Centroamérica, haraganeando entre banderas de rematadores el barrio, no sólo sobre el campo elemental, sino sobre el despedazado cuerpo de quintas, loteadas brutalmente para ser luego pisoteadas por almacenes, carbonerías, traspatios, conventillos, baldíos y corralones (…) Palermo era una despreocupada pobreza (…) Hacia el poniente quedaba la miseria gringa del barrio, su desnudez. El término las orillas cuadra con sobrenatural precisión a esas puntas ralas, en que la tierra asume lo indeterminado del mar (…) Hacia el poniente había callejones de polvo que iban empobreciéndose tarde afuera; había lugares en que un galpón del ferrocarril o un hueco de pitas o una brisa casi confidencial inauguraba malamente la pampa (…) Después, el Maldonado, reseco y amarillo zanjón, estirándose sin destino desde la Chacarita y que por un milagro espantoso pasaba de la muerte de sed a las disparatas extensiones de agua violenta, que arreaban con el rancherío moribundo de las orillas ( Borges, 1955: 20-24).
Las orillas marcan las fronteras entre la llanura y la ciudad sin vereda de enfrente y dan hacia el espacio vacío; son la escenografía para lo que Borges denomina “mi primer cuento logrado”. Se trata de “Hombre de la esquina rosada” que su autor ubica en Historia universal de la infamia (1935) y con el que se inicia una de las líneas de su narrativa. La otra comienza con “El acercamiento a Almotásim”, relato casi oculto en una de dos notas y en las últimas páginas de un libro de ensayos sobre el tiempo, Historia de la eternidad (1936).
Saer considera que toda la obra de Borges está recorrida por la nostalgia de la épica que ya pertenece al pasado (Saer, 1988: 32) y cuyo prestigio algunos de sus mayores contribuyeron a forjar en el campo de batalla, entre ellos su abuelo el coronel Francisco Borges, héroe en la batalla de “La Verde” e inmortalizado por él en un soneto de El hacedor. En “Hombre de la esquina rosada” se cuenta la historia de la noche en que mataron a Francisco Real, el Corralero, que asentaba su poder en el norte, y Rosendo Juárez abandona el barrio después de rechazar el duelo. El narrador –quien a través de una incógnita diferida se revela al final como el autor de la muerte de Francisco Real– reflexiona sobre la necesidad de ser valientes en esas orillas:
Me quedé mirando esas cosas de toda la vida –cielo hasta decir basta, el arroyo que se emperraba solo ahí abajo, un caballo dormido, el callejón de tierras, los hornos– y pensé que yo era apenas otro yuyo de esas orillas, criado entre las flores de sapo y las osamentas. ¿Qué iba a salir de esa basura sino nosotros, gritones pero blandos para el castigo, boca y atropello nomás? Sentí después que no, que el barrio cuanto más aporreao, más obligación de ser guapos. (Borges, 1958: 102)
Es el territorio del coraje, de los duelos a cuchillo. En el cuento, ese duelo que acaba con la vida del Corralero, se escamotea, no se narra. Si se tratara de cualquiera de los folletines de Eduardo Gutiérrez que Borges admiraba en su adolescencia, hubiera ocupado un lugar central. En cambio, aquí el duelo está en otra parte del libro, porque Borges lo desplaza pudorosamente hacia una escena arquetípica al comparar a nuestro malevaje con el de Nueva York en una de las historias de infamia: “Los de esta América”.
Perfilados bien por un fondo de paredes celestes o de cielo alto, dos compadritos envainados en seria ropa negra bailan sobre zapatos de mujer un baile gravísimo, que es el de los cuchillos parejos, hasta que de una oreja salta un clavel porque el cuchillo ha entrado en un hombre que cierra con su muerte horizontal el baile sin música. Resignado, el otro se acomoda el chambergo y consagra su vejez a la narración de ese duelo tan limpio. Esa es la historia detallada y total de nuestro malevaje”. (Borges, 1958:53)
Esta misma nostalgia de la épica produce un segundo cronotopo: el del Sur. El relato del mismo nombre que se encuentra en la segunda parte de Ficciones, “Artificios” y que el autor califica como uno de sus mejores cuentos, puede ser leído, según lo que Borges comenta en el Prólogo, de dos maneras: “como una serie banal de hechos novelescos o como otra cosa” (Borges, 1956: 106). La historia de Juan Dahlmann, por otra parte, puede culminar con una muerte heroica luchando en la llanura, o con otra trivial en una cama de hospital. Si las orillas se identifican como los suburbios, los límites de Buenos Aires en la etapa de la niñez de Borges, antes del viaje a Europa, el Sur nos transporta a la llanura pero hacia atrás en el tiempo, a la época de las luchas de la organización nacional, es decir durante el siglo XIX. En el cuento, un narrador en tercera persona señala que el Sur “empieza del otro lado de Rivadavia”. El protagonista, al viajar hacia la estancia, entra en un mundo más antiguo, “más puro”. Cuando mira por la ventanilla del tren observa que “la ciudad se desangraba en suburbios” (es decir las orillas), pero la transmutación temporal que se produce entonces afecta incluso al coche que lo transporta: “no era el que fue en Constitución al dejar el andén”. Viaja hacia el pasado y no sólo hacia el Sur. “Todo era vasto pero también íntimo y secreto”. El adjetivo que condensa el espesor espacial e histórico-mítico del campo o la llanura es “desaforado”. (Repite esa cualidad en “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, una de las reescrituras que Borges realiza del Martín Fierro de Hernández). Si en su poema “Fundación mítica de Buenos Aires” recuerda que “el corralón seguro ya opinaba: ‘Irigoyen’”, ahora en la vuelta hacia el pasado, el almacén tiene el símbolo de Juan Manuel de Rosas que se va atenuando. “El almacén alguna vez, había sido punzó, pero los años habían mitigado para su bien ese color violento” (Borges, 1956: 182).
Todo el coraje del Sur está cifrado en ese gaucho muy viejo de “los que ya no quedan”, y es quien invita a Dalhmann a responder a la provocación arrojándole “una daga desnuda”. Resulta como si el hombre, representación simbólica del Sur, hubiera resuelto que aceptara el duelo. El cuento termina en el instante previo a la pelea sugerida con una afirmación contundente: “Sale a la llanura” (Borges, 1956:185). En otra de las reescrituras del Martín Fierro, “El fin”, parece cerrarse el ciclo de la gauchesca. Según Josefina Ludmer, Borges le da el fin al final del Martín Fierro con el duelo de Martín Fierro y el Moreno que llega para vengar la muerte de su hermano. Hernández lo había impedido en la Vuelta…con su postura didáctica de entonces respecto al gaucho. En este Sur, la llanura antes desaforada, ahora se convierte en abstracta: “La llanura, bajo el último sol, era casi abstracta como vista en un sueño” (Borges, 1956: 158). Entonces, puede compararse con la música porque nos dice algo pero quizás no llegamos a entenderla. Pierde el espesor concreto de la historización y se convierte en símbolo, como en el final de Don Segundo Sombra de Guiraldes.
El Sur es la llanura, espacio paradigmático de nuestra épica, y así lo reconoce el narrador en otro de sus cuentos “El muerto”: allí manifiesta que es el territorio privilegiado para los argentinos “porque lo mismo que los hombres de otras naciones veneran y presienten el mar, así nosotros (y también el hombre que entreteje estos símbolos) ansiamos la llanura inagotable que resuena bajo los cascos” (Borges, 1957: 29). Incluso se identifica tanto con la escena, que transportado a ese tiempo y a ese lugar, al Sur, percibe el movimiento de la batalla en su propio cuerpo, aunque ya esté lejana la concreción épica.
Las fronteras
Cuando Alejandro Grimson se pregunta cuáles son las fronteras de América Latina ya que se postulan actualmente una diversidad de respuestas alejadas del esencialismo de otra época, reconoce en Borges a uno de los creadores de esa multiplicidad:
Borges colorea y trastoca los límites simbólicos con los gauchos, los indios y los negros; explora territorios como la frontera de Brasil con la República Oriental o la Colonia del Sacramento; se interroga incisivamente acerca de los criterios de las clasificaciones y las fronteras y postula incesantemente la universalidad que se guarece detrás de todas nuestras invenciones particulares. (Grimson, 2011: 132-133)
En “Historia del guerrero y la cautiva” Borges transcribe la historia que presuntamente le cuenta su abuela inglesa, recuperando como otras veces la oralidad de un relato contado a viva voz y se remonta a los sucesos de los fortines en la lucha contra los indígenas. Para definir ese territorio adopta la denominación de Echeverría en su clásico poema “La Cautiva”: “el desierto” o “Tierra Adentro”.
En 1872 mi abuelo Borges era jefe de las fronteras Norte, Oeste de Buenos Aires y Sur de Santa Fe. La comandancia estaba en Junín, más allá a cuatro o cinco leguas unos de otro la cadena de los fortines, más allá de lo que se denominaba entonces la Pampa y también Tierra Adentro. Alguna vez entre maravillada y burlona mi abuela comentó su destino de inglesa desterrada a ese fin del mundo… (Borges, 1957: 50)
Cuando se produce el encuentro entre las dos inglesas, la esposa del coronel Borges y una compatriota suya raptada años atrás por un malón y ahora convertida en una de las mujeres de un capitanejo indígena adaptada totalmente a su nueva condición familiar y cultural, se describe a la segunda con sus crenchas rubias, sus ojos celestes y con el rostro pintado y se añade: “Venía del desierto, de Tierra Adentro y todo parecía quedarle chico: las puertas, las paredes, los muebles” (Borges, 1957: 50). En un relato posterior, “El cautivo” de El Hacedor, se cuenta también el problema de identidad de un niño tomado cautivo por un malón y el desconocimiento de los suyos y de su casa al cabo de los años, salvo una fugitiva y recobrada imagen de su infancia. El narrador habla también de desierto y de Tierra Adentro para referirse a ese medio al que el indio de ojos celestes regresa después de la experiencia de la vuelta a sus orígenes. La historia de la cautiva se relata en simetría con la de Droctulft, el guerrero lombardo que en el asedio de Ravena, desde su barbarie se deslumbra con la ciudad y muere defendiendo a Roma, permaneciendo como paradigma heroico viril que cae en combate. Sin embargo, las protagonistas activas del cuento son las dos mujeres, fundadoras de un linaje criollo, mestizo. En este laberinto de lenguas y de etnias –la abuela del narrador no ha prestado atención a las antiguas culturas indígenas y no conoce sus lenguas; la cautiva ha olvidado el inglés; las dos provienen de Inglaterra, isla que alguna vez antes de la conquista normanda, había sido de los salvajes pueblos celtas– la conversión heroica femenina se presenta a través de un proceso paulatino, y no en una súbita iluminación reveladora de la identidad, como cuando Cruz se pasa de bando en “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz” o el guerrero lombardo se adscribe a la “civilización”. Si bien Borges se apropia del lenguaje sarmientino en la dicotomía civilización / barbarie, la relativiza notoriamente porque no adscribe a una determinación estricta cuando reconoce motivaciones alejadas de un binarismo simplificador: “A los dos los arrebató un ímpetu secreto, un ímpetu más hondo que la razón y los dos acataron ese ímpetu que no hubieran sabido justificar” (Borges, 1957:52).
Este traslado del conocimiento y de las identificaciones entre fronteras y culturas es explorado por Borges en otros relatos. “El etnólogo”, por ejemplo, que integra un libro con predominio de poemas “Elogio de la sombra” (Borges, 1972: 359-362). Ahora no se trata de guerreros o cautivas y de un tiempo de enfrentamientos generalizados, sino del ámbito académico, de los investigadores en el campo de la antropología y la etnografía. Aunque no se patentiza un espacio concreto, a la manera de las incertezas borgeanas, los sucesos ocurren en el continente norte y en idioma inglés. Quien debe convivir con los “hombres rojos”, los nativos del lugar, ha sufrido la muerte de alguno de sus antepasados en la frontera, pero para realizar sus tareas científicas se traslada a una reserva en la que comparte los códigos y los ritos de esos pueblos del oeste. Al cabo del tiempo regresa pero decide no revelar sus experiencias ni las enseñanzas que ha recibido de un maestro. Ya no volverá a ser el mismo porque la posesión de una lengua y de unos ritos compartidos, el acceso “al secreto”, lo hará desistir de toda transmisión de los saberes adquiridos. Más aún, no permanecerá en la reserva –lo que supondría algún tipo de identificación– sino que se desempeñará en una biblioteca ya que todo lo adquirido le servirá para vivir en cualquier lugar.
Ahora que poseo el secreto podría enunciarlo de cien modos distintos y aún contradictorios. No sé muy bien como decirle que el secreto es precioso y que ahora la ciencia, nuestra ciencia me parece una mera frivolidad.// Agregó al cabo de una pausa: –El secreto, por lo demás, no vale los caminos que me condujeron a él. Esos caminos hay que andarlos. (Borges: 1972, 361)
Deconstrucción del territorio del coraje
Las ficciones borgeanas han contribuido a lo que Grimson observa respecto a los términos “identidades”, “fronteras”, “territorios” que para él en las últimas épocas se han convertido en verdaderas metáforas conceptuales (Grimson, 2011: 132).
El territorio del coraje y la obligación de ser valientes –las orillas y el Sur– comienza a ser desmitificado por el Borges de la década del setenta en El informe de Brodie (1970) y El libro de arena (1976). Así Rosendo Juárez (“Historia de Rosendo Juárez”) años después, cuenta la versión secreta de su rechazo del duelo en “Hombre de la esquina rosada” y ahora se confiesa amante del progreso y del orden. Sólo las circunstancias lo habían llevado a convertirse en un matón de comité, pero ha roto con esa vida y se ha integrado a la sociedad. Juan Muraña (“Juan Muraña”) se aparece en el sueño de su sobrino en una actitud de repliegue: “Tenía la mano bajo el saco, a la altura del corazón, no como quien está por sacar un arma, sino como escondiéndola. Con una voz muy triste me dijo: “He cambiado mucho” (Borges, 1971: 69).
El prototipo del hombre valiente para sus contemporáneos, el legendario Juan Moreira, resulta desmitificado por su crueldad, antes de que lo maten. En ese relato, “La noche de los dones”, hay una mujer a quien llaman “la Cautiva” pero sólo porque cuenta haber sido testigo de un malón que viene de “Tierra Adentro” y que los oyentes imaginan. En “El encuentro” existe una suerte de cosificación del coraje: quienes pelean no son sus dueños sino las mismas armas. “Se habían buscado largamente, por los largos caminos de la provincia, y por fin se encontraron cuando sus gauchos ya eran polvo. En su hierro dormía y acechaba un rencor humano” (Borges, 1971: 60).
Cuando se cuenta la historia del Congreso que pretende ser el Congreso del Mundo (“El congreso”) en el transcurso de la larga historia, reaparece alguien a quien se denomina “Tapia o Paredes,” aludiendo a Nicanor Paredes, otro de los referentes de los cuchilleros de Palermo. Este provoca al protagonista y cuando responde a la amenaza, se echa a reír afablemente, lo llama amigo y asegura que sólo quería probarlo. En “El Congreso” se alude al propio autor Borges y se le adjudica “la exaltación demagógica de un imaginario Buenos Aires de los cuchilleros”. Además se habla de un sitio en que “el Sur ya no es Sur” (Borges, 1975: 35).
Por otra parte, ya en algunas de los textos de sus libros más logrados, El Aleph o Ficciones, se advierten deslizamientos en los territorios del coraje. Cuando se ocupa de “Borges como problema”, Saer observa que lo que él denomina “veta criollista” es superada por una visión poética y filosófica y al mismo tiempo ocurren transformaciones:
…en relatos orales tales como “El hombre en el umbral” o el clásico policial “La muerte y la brújula”, el elemento local es transformado en ambiente exótico y las calles de Buenos Aires y de los suburbios se transmutan en vagas ciudades de la India o en curiosas toponimias francesas. Esa reelaboración de lo local y lo universal en una materia novedosa y personal, es lo que le da el sabor particular a su escritura –y a través de ella, reaparece en su obra, de una manera muy marcada, una tendencia esencial de la cultura rioplatense. (Saer, 1999: 129)
Territorios virtuales
En otros relatos borgianos se exploran territorios como la frontera de Brasil, los confines de Río Grande do Sul, Fray Bentos, Montevideo y se habla de la frontera Norte. De acuerdo a los argumentos de cuentos como “El muerto”, por este límite difuso se mueven troperos y contrabandistas. Pero esa misma frontera sirve de escenario para introducir territorios virtuales. Esto ocurre en “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius” cuya primera parte está fechada en Salto Oriental (1940) y se mencionan datos geográficos como Ouro Petro, Cuchilla Negra, el río Tacuarembó. En uno de los momentos decisivos de la “Postdata de 1947”, un hombre aparece muerto en la pulpería de un brasileño en Cuchilla Negra y junto a él se encuentran objetos de Tlon. Sólo se sabe que “venía de la frontera” (Borges, 1956: 32).
“Tlon, Uqbar, Orbis Tertius” es una de las ficciones borgeanas que puede considerarse matriz de futuros relatos y ensayos. Forma parte de la Antología de la literatura fantástica coordinada por el propio Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo y se encuentra en Ficciones. Bioy, como uno de los personajes del relato, desencadena la búsqueda de la Anglo-American Cyclopaedia, a quien atribuye su conocimiento de uno de los heresiarcas de Uqbar. Se trata de una reimpresión pirática de la Enciclopedia Británica. Según una entrada de dicho libro, Uqbar es una región vagamente ubicada en Asia con ríos y montañas como fronteras y que remite a otro país; Tlon figura como una región imaginaria de la literatura de Uqbar. En una vertiginosa sucesión de hechos que se registran en la historia, Tlon pasa a ser un planeta que según se devela ha sido inventado por una Sociedad Secreta y Orbis Tertius será luego el mundo descripto en una de las lenguas de ese planeta. Poco a poco y a partir de unas líneas intercaladas en una falsa enciclopedia, el territorio virtual va creciendo hasta modificarlo todo. Además, en una siguiente etapa, objetos de ese mundo –un mundo del idealismo en donde no existe la materia– se van introduciendo en la realidad. Antes de esa absorción de un planeta por otro, en las denominaciones de las territorialidades, se produce una clasificación inestable: Tlon, el planeta inventado, ha sido mencionado como país y antes como una de las dos regiones imaginarias de la literatura de Uqbar. Tlon es a la vez, planeta ilusorio, país y una región imaginaria de la literatura fantástica de Uqbar y sin embargo se apodera del territorio que habita el narrador, quien permanece impasible. En el desenlace, en el momento crucial de la amenaza ya cercana e imposible de detener, el yo quien había realizado la investigación afirma: “Yo no hago caso; yo sigo revisando en los quietos días del hotel de Adrogué una indecisa traducción quevediana (que no pienso dar a la imprenta) de Urn Burial de Browne” (Borges, 1956: 34) como si borrara su propia creación. Un mundo inventado está devorando al “conocido” y éste cede porque del otro por lo menos sabemos su origen: lo han imaginado un grupo de conspiradores del siglo XVII; del nuestro lo ignoramos todo y la batalla está perdida. Por eso “El mundo será Tlon.”
Mapas
Siempre se recuerda que el punto de partida de Las palabras y las cosas de Michel Foucault es la clasificación de animales que aparece en “cierta enciclopedia china” citada por Borges en “El idioma analítico de John Wilkins” ensayo de Otras inquisiciones. Tal clasificación imposible en la realidad fáctica, revela los límites de nuestro pensamiento según Foucault. Para Borges “notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo” (Borges, 1971: 142-143). Los mapas están sujetos a esa misma arbitrariedad.
Borges cita el texto “Del rigor en la ciencia” como de Suárez Miranda “Viajes de varones prudentes” y del siglo XVII (1658). Lo da a conocer por primera vez en “Los Anales de Buenos Aires” año 1 n° 3, en 1946, como parte de una publicación llamada “Museo” y con el seudónimo de B. Lynch Davis. También se lo encuentra en la edición de 1946 de Historia universal de la infamia y luego en El Hacedor ( 1960). Se cuenta en este microrrelato de apariencia entre lúdica y anacrónica, que el mapa de una sola provincia ocupaba toda una ciudad y el mapa del Imperio toda una provincia. Este intercambio de magnitudes se produce en la época imperial y en tiempos de los varones prudentes. Entonces el mapa del Imperio llega a coincidir con el propio Imperio. La relación mapa/ territorio tiene antecedentes en Silvia y Bruno de Lewis Caroll en que se habla de un mapa ficticio que tiene como escala una milla por milla. Uno de los personajes de la novela hace notar las dificultades prácticas con el mapa y asegura que “ahora usamos el país mismo como mapa y funciona casi igual de bien” (Lewis Caroll, 2003: 56).
En el texto de Borges se imagina un Imperio en el que la ciencia de la cartografía se ha vuelto tan rigurosa que sólo un mapa a escala del imperio sería suficiente. Pero cuando se pasa a las generaciones siguientes la perspectiva cambia y coincide eventualmente con la del lector: los mapas hiperbólicos resultan inútiles. En esas generaciones, los mapas dilatados sufren las inclemencias del tiempo. “En los desiertos del Oeste quedan despedazadas Ruinas del Mapa habitadas por Animales y Mendigos. En todo el País no hay otras reliquias de las Disciplinas Geográficas” (Borges, 1967:146).
Puede observarse que ya no se habla de Imperio sino de País y por lo tanto el paso del tiempo ha introducido cambios políticos y cartográficos. Cuando el rigor de la ciencia llega a representar a su objeto punto por punto se produce una situación inquietante. Sustituir al territorio por una imagen, convierte a ambos en indiferenciables e intercambiables, y aquí se pone en tela de juicio la cuestión de la representación que se autonomiza de su referente. Como en todos sus textos Borges plantea preguntas estéticas acerca de la realidad y del realismo y en claves más contemporáneas esboza un mundo globalizado que aspira al control total.
Podríamos complementar este texto con un fragmento de “Magias parciales del Quijote” que se encuentra en Otras inquisiciones (1952) en el que Borges señala que “las invenciones de la filosofía no son menos fantásticas que las del arte.” Para justificar esta afirmación cita a Joseph Royce:
Imaginemos que una porción del suelo de Inglaterra ha sido nivelado perfectamente y que en ella traza un cartógrafo un mapa de Inglaterra. La obra es perfecta, no hay detalle del suelo de Inglaterra por diminuto que sea que no esté registrado en el mapa y todo tiene ahí su correspondencia. Ese mapa, en tal caso, debe contener un mapa del mapa que debe contener un mapa del mapa del mapa y así hasta el infinito. ¿Por qué nos importa que el mapa esté incluido en el mapa y las 1001 Noches en el Libro Las 1001 Noches? ¿Por qué nos inquieta que don Quijote sea lector del Quijote y Hamlet espectador de Hamlet? Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, podemos ser ficción. (Borges, 1971: 68-69)
Si el mundo puede ser Tlon, el planeta inventado, si lo mapas pueden sustituir a los territorios que representan, estos se desdibujan y pierden concreción geográfica e identitaria. Tales juegos borgianos, acordes a su escepticismo esencial y a su alejamiento de los rigores de la ciencia y de la Modernidad, avanzan hacia una realidad virtual que algunos críticos contemporáneos admiran como de anticipación respecto de los logros tecnológicos.
Territorios y contiendas
Ahora bien, existe otro costado de su mirada crítica sobre la cuestión de las territorialidades que parece preocuparle, sobre todo en su última época. Ya en el conocido ensayo de Otras inquisiciones, “La muralla y los libros”, Borges recuerda que Shih Huang Ti fue quien ordenó edificar la “casi infinita” muralla china y, al mismo tiempo, hizo quemar todos los libros anteriores a él. Reconoce que construir murallas y quemar libros es una tarea común a los príncipes, si bien el caso de ese primer emperador, se exacerba en razón de las magnitudes que afecta. Construir murallas significa delimitar territorios para asegurar su posesión y defenderlos de los otros, de los que están afuera. Es una estrategia que adopta la comunidad para cerrarse sobre sí misma. La fogata de los libros atañe a la destrucción de los testimonios de la historia y resulta una forma de delimitar el tiempo.
El intento de reunir un Congreso del mundo (“El Congreso”) a imitación de Anacharsis Cloots quien habló ante una asamblea a la cabeza de treinta y seis extranjeros como “orador del género humano”, resulta un intento fallido; uno de sus integrantes, con cierta lucidez lo desestima:
…el Congreso presuponía un problema de índole filosófica. Planear una asamblea que representara a todos los hombres era como fijar el número de los arquetipos platónicos, enigma que ha atareado durante siglos la perplejidad de los pensadores. Sugirió que sin ir más lejos don Alejandro Glencoe podía representar a los hacendados, pero también a los orientales y también a los grandes precursores y también a los hombres de barba roja y a los que están sentados en un sillón”. (Borges, 1975: 44-45)
Más allá de la puesta en cuestión una vez más de la validez de las representaciones, este Congreso –cuyo escenario está expandido por varios espacios locales e internacionales pero uno de los cuales es la “áspera frontera de Brasil” que “no era otra cosa que una línea trazada por mojones” (Borges, 1975) con la presencia de gauchos orientales parecidos pero distintos a los nuestros– acaba con una extraña quema de libros y se desvanece en una noche que entrega al protagonista una visión modesta y hasta paródica del Aleph con la enumeración de territorios de otros tiempos
Algo de lo que entrevimos perdura –el rojizo paredón de la Recoleta, el amarillo paredón de la cárcel, una pareja de hombres bailando en una esquina sin ochava, un atrio ajedrezado con una verja, las barreras del tren, mi casa, un mercado, la insondable y húmeda noche– pero ninguna de esas cosas fugaces que, acaso fueron otras, importan. Importa haber sentido que nuestro plan, del cual más de una vez nos burlamos, existía realmente y secretamente y era el universo y nosotros. (Borges, 1975: 62)
En paralelo, en el libro final Los conjurados (1985) Borges diseña una utopía: la de que representantes de los hombres se reúnan, pero no como en el fallido Congreso del Mundo, sino para conjurar por la paz. Los pactos secretos, la idea de conspiración de grupos y de sectas se encuentran en varias de las más conocidas ficciones; el conflicto y el diferendo en sus distintas formas de querellas intelectuales, eruditas, teológicas o lingüísticas recorren las tramas de los relatos. Resulta extraño, casi un oxímoron conjurar por la paz. Esa escena inimaginable tendría lugar en Ginebra.
El poema en prosa anterior del mismo libro recuerda la guerra de Malvinas y pone el acento en la causa de esa contienda y de todas las que han tenido lugar desde épocas inmemoriales: la posesión territorial y la hegemonía que esa posesión implica.
Se trata de “Juan López y John Ward”
…El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno portador de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogias y de símbolos. Esa división cara a los cartógrafos propiciaba las guerras (…) Hubieran sido amigos pero se vieron una sola vez cara a cara en unas islas demasiado famosas y cada uno de los dos fue Caín y cada uno Abel.// Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.// El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos comprender. (Borges, 1986: 95)
Sintetiza en estas líneas un mundo con delimitaciones justificadas por la historia y todo aquello que el proceso histórico conlleva: próceres, símbolos, mitología. Pero los peligros de la parcelación no residen en los límites o en las fronteras por sí mismas sino en que dentro de esos límites se acumulan diversos grados del poder. Y el poder tiende a extenderse más allá de las fronteras y así surgen las contiendas. Nuestra guerra de Malvinas fue uno más, de innumerables enfrentamientos. Aquí es cuando caen las categorías constitutivas de la épica: ya no se habla de héroes (o de traidores), de fama (o de infamia), sólo se mencionan las víctimas. Son vidas desperdiciadas para el arte, la cultura, el trabajo, el afecto. A pesar de que cuando Borges publica Los Conjurados han pasado pocos años de la guerra el autor le quita inmediatez, es como la distancia de lo incomprensible. Y para que esto no vuelva a ocurrir nunca más, en los cantones suizos están conspirando por la paz. “Mañana serán todo el planeta. / Acaso lo que digo no es verdadero, ojalá que sea profético” (Borges, 1986: 97).
Podríamos seguir indagando en otras territorialidades borgeanas: pienso, por ejemplo, en el concepto de patria, adherido o no a un territorio, o en los espacios simbólicos como el laberinto o la heterotopía de la biblioteca total…Pienso en todo el corpus de la obra de Borges como un conjunto de territorios textuales en que los escritos cruzan las fronteras de los libros, de las distintas ediciones, de los géneros y se desplazan de unos a otros, o se arrinconan en las zonas marginales de los prólogos, de los epílogos, de las notas y de las postdatas. Pienso en ese territorio periférico de las citas al pie, aprendido de su maestro Macedonio Fernández, que nos obligan a subir o descender de la parte central de la página hacia su subsuelo. La inestabilidad de esos territorios textuales requiere de una ardua tarea de parte del lector; ardua pero fascinante.
Bibliografía
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_____ (1999) La narración objeto. Seix Barral, Buenos Aires.
Sarlo, Beatriz (1993) Borges, un escritor en las orillas. Ariel, Buenos Aires.
* Doctora en Letras Modernas. Docente e investigadora de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. María Elena Legaz [ mariaelena_legaz@hotmail.com ]
Recibido: 25-05-2017 Aceptado: 25-06-2017