María Lidia Fassi
María Angélica Vega [*]
Resumen
Leemos en el Plan de operaciones de Mariano Moreno una identidad política (posicional) en la figura del “pueblo movilizado” en vínculo positivo con sus representantes, la cual circula como pre-construido en las novelas contemporáneas French y Beruti. Los patoteros de la patria de Juan Carlos Martelli y La campaña de Carlos Fuentes. Dichos relatos establecen nuevas modulaciones sobre ese legado y aportan un sentido diferencial al campo polemológico de las narrativas sobre el acontecimiento Revolución de Mayo. Damos espesor histórico a los efectos de sentidos en y por la descripción de las escenografías de la revolución en un plano discursivo, a partir de textos de historiadores según una perspectiva interdisciplinaria del Análisis del Discurso.
Las tensiones entre una identidad política pueblo movilizado, razón iluminista y democratización discursivizadas en las ficciones configuran el pasado de la revolución y actúan como un campo de experiencias que obra sobre la incertidumbre del futuro.
Palabras claves: Revolución-Pueblo-Iluminismo-Emancipación-Democratización
Abstract
We read in the Plan de operaciones of Mariano Moreno a political identity (position) in the figure of "the people mobilized" in a positive relationship with their representatives, which circulates as a pre-built in the contemporary novels French y Berutti,Los patoteros de la patria of Juan Carlos Martelli and La campaña of Carlos Fuentes. These stories provide a new module on that legacy and offered a differential sense on the controversial field of narratives about the event May Revolution. The effects of meaning in the description of the scenery of the revolution, in a discursive level, are considered from a historical density, based on texts of historians according to an interdisciplinary perspective of discourse Analysis. Tensions between political identity “mobilized people”, enlightened reason and democratization, put into the discourse, configure the past of the revolution in the fictions and operate as a field of experiences that work on the uncertainty of the future.
Keywords: Revolution-People-Enlightenment-Emancipation-Democratization
Nuestro punto de partida es el lugar teórico y político de la subalternidad como perspectiva y como categoría para pensar la figura de una identidad “pueblo” en el Plan de Operaciones de Mariano Moreno (1810) y en las novelas French y Beruti. Los patoteros de la Patria, de Juan Carlos Martelli (2000) y La campaña, de Carlos Fuentes (1990). Nos situamos en el marco de los Estudios Culturales y del tratamiento historiográfico de la subalternidad que hace Ranajit Guha cuando redefine la condición de subalterno como “denominación del atributo general de subordinación, sea en términos de clase, casta, edad, género y ocupación o en cualquier otra forma” (Guha, 1996: 23), y cuando explicita su interés por dos cuestiones: el intento de “desmantelar la razón ilustrada y colonial para restituir a los subalternos su condición de sujetos, plurales y descentrados, que habitan de un modo territorial la espesura histórica de la India” (Rivera Cusicanqui y Barragán, 1996: 11), y la crítica a las interpretaciones del papel de las élites nacionalistas en las luchas por la independencia y del rol pasivo que atribuyen a los subalternos. Para Guha la subalternidad es un problema de representación (Ludmer, 2000), es decir, del modo en que se representa al sujeto subalterno. Al respecto, nosotros damos forma a nuestra política de la lectura desde un lugar sociocultural -dar valor al subalterno-, e institucional -el del interés por los modos (discursivos) de representación de la subalternidad en el enunciado y por la posición enunciativa que las opciones discursivas proyectan en un campo discursivo polemológico. Asimismo, consideramos que las maneras de configurar el imaginario de una identidad pueblo se asocian a la memoria y la historia de la nación y por ello condensan sentidos culturales y políticos.
Hacemos una lectura desde el presente, en reconocimiento, y trabajamos con textos en interacción discursiva y en red: en el eje cultural y político construimos un campo discursivo polemológico respecto del acontecimiento Revolución de Mayo, las trayectorias de jefes intermedios y la emergencia de una identidad política “pueblo” [1] . En ese campo de discusiones, desde el presente recortamos un espacio y seleccionamos un corpus en el que ingresan discursos de la historia cuyas escenografías representan temporalidades de diversa duración y que operan como superficie de inscripción de los actores revolucionarios, un discurso político cuyas representaciones funcionan como preconstruidos a modo de heterogeneidad mostrada y / o constitutiva -el Plan de Operaciones -, y las novelas La campaña (1990) y French y Beruti. Los patoteros de la patria (2000) en y por las que se reformulan esas representaciones. Incorporamos dichas ficciones al espacio discursivo porque a finales del siglo XX anticipan la revisión de los sentidos de la Revolución de Mayo, las revoluciones americanas y los lugares asignados al sujeto popular que nos interpelan en el Bicentenario. Interpretamos esa función anticipatoria como una operación cultural que vuelve a poner en escena y da espesor semántico a las luchas por las representaciones políticas en la coyuntura histórica de disolución de reglas constitutivas del estado-nación y de reformulación del mismo según la narrativa neoliberal predominante. En ello se fundamenta el recorte que hacemos, son ficciones orientadoras que luchan contra prácticas destituyentes y contra “el avance de la insignificancia” (Castoriadis, 1997). Describir un efecto de identidad “pueblo” en un discurso político adjudicado a un actor central en el acontecimiento de Mayo de 1810 y las modulaciones respectivas que las dos ficciones plantean, implica comprender cómo funcionan la historia y la memoria en el presente de nuestra lectura, cómo circula y se reinventa el imaginario cultural y político argentino y americano.
Entendemos por identidad “una autoadscripción en el seno de una comunidad que los agentes hacen propia a través de la socialización y que puede visualizarse empíricamente en las expectativas y códigos que ponen en funcionamiento cuando se embarcan en situaciones comunicativas” (Anderson, 1993). Una autoadscripción es imaginada en todos los casos, según Anderson , porque los miembros de la comunidad no pueden conocerse en su totalidad, y en consecuencia imaginan la comunión o adscriben a una imagen de lazos comunitarios, y ponen en funcionamiento ese imaginario cuando construyen hipótesis sobre la identidad de sí mismo o del otro, en una interacción comunicativa. Dicho concepto una perspectiva constructivista y no esencialista de la identidad (Altamirano, 2002). Cuando hablamos de una identidad política “pueblo” consideramos que es una identidad relacional porque las formas de la vida social están estructuradas como una diferencia, o sea que una comunidad siempre está atravesada por el otro y la identidad se construye como diferencia con el otro; asimismo decimos que es una identidad posicional porque asociamos la diferencia a la desigualdad social y ello implica situarla en relaciones de subordinación, considerar las diferentes formas de desigualdad como ilegítimas -equivalentes a formas de opresión- y valorar las representaciones como apuestas en la lucha por la reivindicación de derechos (Laclau y Mouffe, 2004). También hacemos uso de la operación discursiva de Ernesto Laclau (2005) cuando caracteriza la constitución de un pueblo como una acumulación de demandas insatisfechas que presupone una división del espacio político en campos antagónicos. Esta dictomía se genera en y por la práctica política y está asociada a una cadena equivalencial de demandas o reivindicaciones. La necesidad de constituir un “pueblo” -una “plebs” que reivindica ser un “populus” [2] - sólo surge cuando un orden institucional no satisface las demandas sociales particulares, las excluye (poder vs pueblo) y éstas son investidas simbólicamente por un acto de nominación del representante, cuyo significante particular pasa a significar la totalidad de la cadena, las unifica precisamente por su contenido más universal y las constituye como una identidad política contingente.
Nos preguntamos por el modo (discursivo) en que se representó una identidad política “pueblo” y nuestra hipótesis es que en el corpus mencionado es construida con rasgos significantes que la especifican como figura concreta y activa. Cuando decimos concreta y activa nos referimos a la forma que toma dicha figura en nuestro corpus de textos que integran una narrativa del acontecimiento “Revolución de Mayo”, forman parte del campo polemológico que estructura el pasado de la Revolución y proyectan un horizonte de expectativas que el significante “revolución” -aunque revocado en la actualidad- abre hacia el futuro, si usamos como vector la perspectiva del subalterno. Es decir que, desde ese punto de partida, interpretamos que las novelas producen un espesor semántico en torno a lo político y proyectan a la actualidad posiciones de distancia crítica y revalorización del sujeto popular.
Lo que ponemos en discusión es un modo de suturar temporalidades sociohistóricas y representaciones políticas que dieron y dan forma a políticas de la historia y de la memoria, las cuales obturan la relación productiva entre una parte de la dirigencia revolucionaria y sectores populares al reducir el rol de dichos representantes y al negar al subalterno como actor político competente: en el caso de Mariano Moreno, se lo construye como “jacobino sin pueblo” o como “pulcro republicano”, “padre de nuestro periodismo”, “abogado librecambista” (Feinmann, 1996: 54-55); en el caso de French y Beruti, la historiografía mitrista y su proyección como “fábrica” de figuras históricas para el imaginario escolar, los semantiza con el rasgo de “repartidores de cintas celestes y blancas” y en ese acto invisibiliza su rol de agitadores o sus acciones como jefes populares de los habitantes de los suburbios de Buenos Aires; en el caso de los caudillos de las republiquetas del Alto Perú, se obtura su representación como agentes de las luchas independentistas en el territorio del Virreinato del Río de la Plata.
Como las novelas y el Plan de Operaciones comparten el objeto Revolución de Mayo, describimos el estado de la cuestión a partir de los siguientes discursos que centran la crítica en el relato de Mayo canonizado y sus interpretaciones abstractas de la figura del pueblo:
Norberto Galasso, en La revolución de Mayo (el pueblo quiere saber de qué se trató) (1995) y La larga lucha de los argentinos. Y cómo la cuentan las diversas corrientes historiográficas (2006), desmiente la versión de un Mayo elitista, separatista y pro-inglés y la ideología dominante que legitima una política de subordinación y elitismo en el presente, mediante la elección como figura revolucionaria de un Mariano Moreno cuyas marcas significantes son: liberal europeizado, antecedente de Rivadavia, abogado de varios ingleses, autor de la Representación de los hacendados cuyo objetivo era el libre comercio, pero jamás autor del jacobino Plan de operaciones. En contrapartida, Galasso postula como agente histórico al pueblo orientado por una pequeña burguesía jacobina -Moreno y Castelli, entre ellos- y tiende una línea de continuidad entre la insurrección española (1808) y las latinoamericanas (1810).
José Pablo Feinmann, en “La razón iluminista y la revolución de Mayo” en Filosofía y Nación (1982) y “Apuntes sobre la Revolución de Mayo” (2009), muestra cómo la adopción de la racionalidad occidental, por parte de la clase dirigente argentina, implicó el desconocimiento del valor de los sentidos laterales representados por la posición social, política e histórica del caudillo. Asimismo, a mediados de la década del 70’ y en sus recientes artículos, en desacuerdo con el accionar armado de la vanguardia peronista, representa un Mariano Moreno iluminista, jacobino, soberbio y solitario, con plan pero sin pueblo, que elige la ideología como sujeto de la revolución e invade las provincias desconociendo sus representantes.
Nicolás Shumway, en La invención de la Argentina (1993), representa un Mariano Moreno surcado por la tensión entre el discurso iluminista y su catálogo conceptual configurador del pueblo como una entidad abstracta soberana, y su educación escolástica tradicional que glorificaba la autoridad y la verdad absoluta; como resultado presenta fisuras que cuestionan el componente democrático de sus proyectos y prácticas políticas.
En estos discursos se da forma e interpretación al debate sobre las representaciones de Moreno y de los morenistas, en su rol de vanguardias y en su vínculo específico con los sectores populares.
Al respecto, ampliamos nuestra hipótesis: leemos una diferencia de sentido en el Plan de Operaciones, en cual se instaura discursivamente una construcción del sujeto “pueblo en armas” como vínculo positivo con un tipo de representante político; esa representación es lo que circula como preconstruido [3] en la novela de Martelli y en la de Fuentes, y en esa materialidad significante se producen las modulaciones del sentido de “sujeto autónomo” que va tomando forma diferenciada en el tiempo políticomilitar completo de la revolución americana (1780-1825), específicamente en el tiempo de la revolución y de la construcción política interna en el Virreinato del Río de la Plata (1806-1817). En estos discursos no se construye sólo un signo-sujeto semantizado como un “cuerpo movilizado para la guerra” sino que sus significantes se multiplican y sus sentidos se complejizan porque se narra, describe y valora una figura unificada por la representación política, con experiencias de participación activa y con reconocimiento como sujeto competente en la lucha por una autonomía local (restringida al mapa del puerto) o regional (expandida al mapa rioplatense, al del antiguo virreinato o al espacio americano conquistado por España).
Asimismo, reconocemos dos tensiones en el corpus:
- Una tensión entre una identidad política “pueblo movilizado” para la guerra y una trayectoria implícita de “democratización” de un modelo de relaciones sociales entre dirigentes y sectores populares. Esta tensión conecta el Plan de Operaciones y las dos novelas, porque lo que se discursiviza es algo más que el significado de un sujeto pasivo arriado por la leva, cuyo cuerpo es disciplinado por jefes militares. Ese plus de sentido es la valoración positiva de las competencias diferenciales que ostentan jefes intermedios y sujetos populares (saber y poder hacer -capacidad de insurgencia-), el investimiento de ambos como agentes revolucionarios y, en consecuencia, como sujetos políticos. Estos procedimientos connotan un cambio de sentido respecto de las posiciones que ocupaban los subalternos en la jerarquía social de la Colonia y en la lucha política, efecto que no borra el significante “pueblo movilizado” y su sentido excluyente de uso militar de los cuerpos.
- La otra tensión se construye entre el trayecto de “democratización” que recorre el sujeto popular y los principios y opciones de los sujetos portadores de la “razón iluminista” -los representantes del morenismo-, o dicho de otro modo, entre reconocimiento “ideal” y desconocimiento “real” del valor de un sujeto cuya identidad política emerge en y por los mismos procesos de representación que los dirigentes encarnan simbólicamente.
Condiciones de producción del Plan de Operaciones: escenografías inscriptas en el régimen de historicidad moderno
Tomando como punto de partida los estudios de Koselleck, François Hartog (2005) ha precisado el concepto de “régimen de historicidad” que define como los modos de articulación de las tres categorías de pasado, presente y futuro, hablando en términos de categorías y no de contenido, y del modo en que sus articulaciones han variado según los lugares y las épocas. En la época moderna el pasado comienza a ser considerado como un “campo de experiencia” que, en lugar de repetir lo que ya era conocido, obraba sobre la novedad y la incertidumbre: el futuro tenía un porvenir y creaba por eso mismo un “horizonte de expectativas”.
La Revolución de Mayo se inscribe en lo que Hartog designa como el régimen de “temporalidad moderna”, que asocia y proyecta hacia el futuro significantes de lucha contra el absolutismo monárquico, revolución, progreso, libertad, igualdad. Pero ello no implica que debamos ignorar las particularidades que aportan el tiempo de la crisis total en la metrópoli (1808-1814), el tiempo de los conatos, revoluciones, explosiones sociales en ciudades y regiones de toda la América española (1809-1811) y el del acontecimiento de Mayo; y los entrecruzamientos entre esas tres duraciones. Estos recortes diegéticos de distancias temporales y velocidades diferentes nos permiten construir escenografías discursivas de la Revolución en textos de historia y en las novelas. El campo discursivo de la Historia que hemos recortado es el siguiente: “Guerra y orden social” e “Introducción” y “El fusilamiento del ‘padre de los pobres’, en ¡Fusilaron a Dorrego! (Fradkin, 2010: 1-5 y 2008: 9-55) ); “De la crisis del orden colonial al primer sistema de Rosas” en Rosas bajo fuego (Gelman, 2009:19-45); “Capítulo I”, Capítulo II”, “Capítulo III”, “Capítulo IV” en La formación de los Estados en la cuenca del Plata. Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay (Moniz Bandeira, 2006:35-77). Usamos los discursos precedentes porque contribuyen a situar un proceso significante en su materialidad sociohistórica y, a la vez y principalmente, porque nos permiten leer los modos de comportamiento del sentido en algunos discursos de las ciencias sociales, según la hipótesis de Verón (1993:126): “este doble anclaje, del sentido en lo social y de lo social en el sentido, sólo se puede develar cuando se considera la producción de sentido como discursiva” .
La noción teórico-metodológica “escenografia discursiva” [4] posibilita pensar los juegos en los que intervienen los discursos por su filiación con o contra otros en un campo polemológico y opera como un principio de homogeneidad según el cual podemos elaborar un corpus y desautonomizar los textos contrastándolos con los géneros discursivos, que son instituciones inscriptas en la sociedad y en la cultura y por lo tanto autorizan una enunciación; tales operaciones historizan los procesos de producción de sentido en relación a los sentidos actuantes y o en circulación en los campos discursivos. Como dice Maingueneau (Amossy, 2005:73-74), la palabra implica una determinada escena de enunciación que, en realidad, se valida progresivamente a través de la enunciación misma y el discurso es un acontecimiento inscripto en una configuración sociohistórica y no se puede disociar la organización de sus contenidos y el modo de legitimación de su escena discursiva.
Los discursos de Fradkin (2010 y 2008) y Gelman (2009) despliegan una escenografía y una identidad discursiva del historiador que, basándose en la renovación profesional reciente del conocimiento histórico sobre la vida social y política del período revolucionario y posrevolucionario, vuelve a interrogarse, cambia la perspectiva –elige una coyuntura histórica y la usa como “prisma”, como “mirador”, para leer de otro modo el objeto “representación de los sujetos populares y de su vínculo con el caudillo” (Fradkin, 2008:9-55). Construyen así la escena requerida para enunciar un conocimiento histórico-otro: la participación activa y decisiva -no clientelar- de los sectores populares en la vida social y política, y la creciente autopercepción de dichos actores acerca del peso que tenían en la resolución de conflictos, de los servicios que prestaban a la “patria” y de la necesidad que tenían de ellos los grupos dominantes (Gelman, 2009:14-15), todo lo cual había sido favorecido por el proceso revolucionario. La renovación de la perspectiva mencionada al comienzo de este párrafo omite sin embargo otros enfoques del mismo tipo de discurso y de una política de la historia (política), la de los historiadores nacionalistas populares, cuyas hipótesis se centraron a mediados del siglo XX en el vínculo positivo del caudillo con los sujetos populares y en la construcción de una identidad “pueblo” vinculada a los procesos de formación de la patria y la nación.
El discurso de Moniz Bandeira (2006:21-34) despliega una escenografía del estudioso de las ciencias políticas que valora explícitamente la determinación del presente por el pasado “vivo” y en función de ello se autorrepresenta con una identidad discursiva de historiador y cientista político que se exige conocer el pasado para comprender el presente; desde esa perspectiva, su objeto es la historia de la formación de los estados de la cuenca del Plata (Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay) y su hipótesis es que en esa mediana duración la estructuración de los lazos del Brasil con la cuenca del Plata coexisten con los conflictos y que el proceso político revolucionario se sustenta en guerras, desplazamientos poblacionales y conflictos regionales anteriores (Moniz Bandeira, 2006: 35-76). Estas hipótesis amplían el campo de análisis de las temporalidades y del sujeto popular que va a ser un elemento activo en la revolución según su necesidad de sobrevivencia, sus intereses locales o según sus crisis lo vayan ubicando en la coyuntura de desguace del imperio colonial español (Moniz Bandeira, 2006: 81-86).
Las escenografías legitiman los enunciados respectivos que, a la vez, por su contenido explícito legitiman el acto de enunciación en cada caso: una cronografía que asocia tres duraciones -el tiempo de la crisis total en la metrópolis, el tiempo de los conatos, revueltas, revoluciones en América y el tiempo del acontecimiento de Mayo- y una topografía que entrecruza espacios, las metrópolis europeas, América española y portuguesa, la cuenca del Río del Plata. En función de lo dicho y basándonos en dichos enunciados, se justifica la operación descriptiva e interpretativa que hacemos a continuación.
El tiempo de la crisis total en la metrópoli abarca la invasión napoleónica, la prisión de los Borbones, la división de aristócratas y liberales en afrancesados y juntistas, la ocupación de España y Portugal, la huida de la corte de Lisboa a Río de Janeiro, el inicio de la guerra de la independencia española, la constitución de las juntas, la alianza de España con los ingleses, el refuerzo de las tropas francesas y la extensión de la rebelión llevada a cabo por campesinos, liberales y monárquicos españoles. También abarca el impacto en las colonias americanas: el corte de comunicaciones y las demoras en la comercialización, la debilidad de los administradores reales. Todo ello hasta 1812, en que las amarras se sueltan y se desatan las contradicciones en cada parte del viejo imperio.
Se cruza con la temporalidad de las diversas reacciones y revoluciones americanas (1809-1811) motivadas por los impactos que provoca esta crisis y las tensiones que había provocado la metrópolis sobre las colonias en la larga duración (los 300 años de conquista y colonización): la administración centralista y burocrática, la economía extractiva, la eliminación de economías competitivas con la metrópolis, la concepción recaudatoria, la consolidación de monopolios, las luchas entre segmentos sociales internos, la posición de los comerciantes del interior, las pequeñas fortunas de zonas portuarias reducidas a negocios ilegales para seguir creciendo. Podemos pensar que éstas y otras son condiciones de posibilidad de las revoluciones porque componen una narrativa de disputas por la acumulación de riquezas y por un grado de autonomía en la toma de decisiones.
Mayo de 1810 es el tiempo del acontecimiento, en el que Buenos Aires es un puerto constituido por una sociedad horizontal y contrabandista, próximo a la banda oriental del Río de la Plata, que es zona de frontera en disputa permanente con la monarquía portuguesa, luego luso-brasileña. Articulamos esos espacios no sólo al presente en crisis sino a un pasado inmediato que configuró una gran experiencia política en todas las capas sociales de la población, el de la organización para la reconquista y la defensa del virreinato ante el invasor inglés, el tiempo de un “pueblo en armas” dos veces triunfante, el de la formación y persistencia de milicias criollas, el de la gestión de nuevos grupos de poder asentados en intereses, ideas y armas, y enfrentados a los partidarios del absolutismo monárquico…
El tiempo del acontecimiento de Mayo, que recortamos como una duración y proyección de conflictos y respuestas en gestación desde 1806 y que se extiende en las décadas siguientes, se puede leer como lucha independentista y al mismo tiempo como una guerra civil, según nos dice el historiador Fradkin (2010:1-4) porque los actores sociales comprendían que era una revolución. Entendemos “revolución” en términos de Castoriadis (2006: 134): son “períodos de autoalteración importante y rápida de la sociedad durante los cuales una intensa actividad colectiva, investida de un grado mínimo de lucidez, apunta a cambiar las instituciones y lo logra” . Es decir que los actores –élite y plebe porteñas- habían acumulado una experiencia política que les permitía luchar por un grado de autonomía respecto de la metrópolis, por la independencia y también por la instauración de un nuevo orden social. Asimismo, las fuerzas movilizadas por la crisis atravesaban todo el espectro social y ello dio origen a nuevas relaciones de fuerza y a nuevas asociaciones que atravesaban las fronteras y jerarquías sociales impuestas por España. Sin embargo, parece que había una conciencia de las limitaciones del pliegue que se había formado en la coyuntura política, de allí las negociaciones, presiones, avances, retrocesos en el manejo de los tiempos, acuerdos y rupturas, labilidad de la coyuntura, y búsqueda de sustentabilidad social. Esta relativización del movimiento de autoalteración parece desmentir la noción de Castoriadis, pero podemos considerarla pertinente para el análisis apoyándonos en dos afirmaciones de Fradkin: “la revolución era entendida como un ciclo que había destruido un orden pero no lograba afirmar otro que lo reemplazara” (Fradkin, 2010: 2) y la década de 1820 lo pone de manifiesto; y los movimientos revolucionarios activaron amplios sectores sociales, sin cuya participación “no es posible comprender el éxito del republicanismo y el tono plebeyo que adoptó la política posrevolucionaria” (Fradkin, 2010: 4).
La Revolución como pasado y como campo de experiencias: democratización, “pueblo en armas” y sujeto agente en la historia
En las condiciones sociohistóricas descritas se sitúa el Plan de Operaciones, documento fechado en agosto de 1810 y cuya autoría se reconoce a Mariano Moreno. Pensamos dicho texto como un acontecimiento discursivo inscripto en un campo discursivo polemológico, el de los discursos de y sobre la Revolución.
En ese discurso político hecho “por encargo”, se construye una escenografía de servicio a la patria, de defensa urgente de las libertades y de la autonomía conquistada frente al enemigo absolutista; dicha escenografía se valida en el despliegue del acto de enunciación que se configura como serie de instrucciones cuya eficacia depende de las tácticas a emplear en la Banda Oriental, entonces en manos de españolistas, monopolistas y absolutistas. Se configuran discursivamente tácticas de acumulación de poder que combinan la convocatoria pública a formar parte de las fuerzas revolucionarias, las acciones de espionaje y las actividades secretas de jefes intermedios para lograr la sublevación general.
El Plan se configura como respuesta a las necesidades de la Revolución, en y por el detalle descriptivo de las tácticas de represión e insurrección a llevar a cabo. Construye un saber con dos destinatarios: uno, inmediato, la Junta de Buenos Aires y otro, mediato, dirigentes militares y de las milicias y religiosos de la Banda Oriental; es un saber de alianzas, negociaciones y desplazamientos que tematiza el secreto de la insurrección popular en la campaña, imaginada como futuro inmediato y refuerzo de la Revolución.
¿Qué tipo de sujeto popular representa y cómo lo presenta el Plan de Operaciones? Al respecto, ¿por qué puede ser un foco de análisis fructífero el Plan de Operaciones?
El discurso configura explícitamente un saber de las tácticas de construcción de poder político, de seducción y de articulación de alianzas con sujetos representativos de sectores populares para la guerra revolucionaria, tal como describimos más adelante. Si bien las relaciones de fuerza no pueden confundirse con la relación de guerra, ésta puede considerarse como “el punto de tensión máxima de las relaciones de fuerza y puede valer como foco de análisis de las relaciones de poder y como matriz de las técnicas de dominación”, dice Foucault (2006: 50-52) cuando se refiere al surgimiento de un discurso histórico-político que postula que la política es la continuación de la guerra por otros medios. Desde nuestra perspectiva, el discurso sobre tácticas de la guerra revolucionaria sirve como foco de análisis de las relaciones de poder en y por las que se fabrica un sujeto popular. Nos permite describir el modo en que un discurso político nomina y constituye a la “plebs” -los de abajo- en “populus” -la totalidad de la comunidad- (Laclau, 2004: 1), es decir el modo en que dota a los sectores populares de una identidad política pueblo de la patria, no ya como principio abstracto de soberanía sino como partícipe en el juego de fuerzas con algún grado de autonomía y como resultado del vínculo productivo entre líderes intermedios y sectores populares. En función de ello algunos jefes de milicias y curas de la campaña son investidos como agentes encargados de cumplir las tácticas de divulgación de la doctrina revolucionaria:
“(…) es preciso que se capte la voluntad de aquéllos (los Comandantes militares y Alcaldes de los pueblos de la Banda Oriental- y de los eclesiásticos de todos los pueblos, ofreciéndoles la beneficencia, favor y protección, encargándoles comisiones y honrándolos con confianza y aun con algunos meros atractivos de interés, para que, como padres de aquellos pequeños establecimientos, donde se han dado a estimar, hecho obedecer y obtenido opinión, sean los resortes principales e instrumentos de que nos valgamos, para que la instrucción de nuestra doctrina sea proclamada por ellos, tenga la atención y el justo fruto que se solicita” (Moreno, 1810: Artículo 2, 2ª).
Asimismo, el discurso trabaja en el plano de la puesta en práctica de valores revolucionarios que orientan el hacer más allá de la coyuntura porque asignan una dirección a las acciones en base a sentidos fundadores de las luchas, y connotan una apuesta por el cambio en las posiciones de poder y en las relaciones sociales en todo el territorio que ocupaba el Virreinato: el tratamiento y publicación del reglamento de igualdad y libertad entre las castas establecidas por la metrópolis, y la modificación del estatus legal destinado a integrantes de ese colectivo popular -el indulto y perdón para el desertor que se reincorpore a los regimientos revolucionarios, la eximición de culpa y pena a los delincuentes que se integren al servicio de la causa revolucionaria, además del reconocimiento y jerarquización de su competencia (saber y poder hacer) en orden a distinguirlos en puestos de conducción).
Por último, el Plan consigna los nombres propios que condensan los semas de representación social y política de ese colectivo en virtud de sus competencias –saberes en relación a la campaña y saber hacer- y reconocimientos que gozan entre sus dirigidos: los capitanes José Rondeau y José Artigas.
Otros nombres propios forman una serie de sujetos distinguidos por su temeridad y sus vicios, que son reconocidos como competentes y destinados a desplegar las primeras escaramuzas de combate contra el enemigo.
La descripción previa de los sujetos seleccionados para integrar los primeros escuadrones de la Revolución nos permite inferir que el Plan instaura discursivamente modalidades de participación popular y criterios flexibles de selección de dirigentes, oficiales y tropa; como efecto de sentido leemos una democratización del proceso y una movilización de fuerzas sociales con diversos grados de jerarquización.
No podemos omitir que el Plan contiene designaciones que son contradictorias con las descriptas previamente porque connotan una valoración negativa y una desjerarquización de actores y colectivos, tales como “sujetos que por lo conocido de sus vicios, son capaces para todo”, “los ánimos del populacho” (Moreno, 1810: Artículo 2, 9ª y 8ª, respectivamente). Conjeturamos que el texto proyecta ambas valoraciones como efecto de tensiones entre el par “iluminismo racionalista” que emplea el sentido abstracto de pueblo y “reconocimiento de las prácticas políticas locales” como una positividad.
Revolución democrática, reconocimiento de los vínculos positivos entre jefes y colectivos populares, construcción de un pueblo en armas para sostener la Revolución y producción de una identidad, son los ejes de nuestro recorrido según el objeto construido, los modos de representación de sectores subalternos.
La Revolución de Mayo como legado en el presente: la novela French y Beruti. Los patoteros de la Patria y la “insurrección de saberes sometidos” [5]
Aunque fue publicada en el año 2000, consideramos que esta novela forma parte de la actualidad del Bicentenario no sólo por su tema sino porque articula pasado, presente y porvenir al narrar el fracaso de las utopías y del voluntarismo, y la “historia de las esperanzas insistentes y recurrentes” (Martelli, 2000: epígrafe). Por ello y al modo del régimen de historicidad moderno, el pasado de la Revolución constituye un “campo de experiencias” que continúa obrando sobre la novedad y la incertidumbre de nuestro futuro; con dicha operación cultural esta ficción crea un “horizonte de expectativas” (Hartog, 2005): el paratexto se presenta como un habla valorativa de un enunciador que instruye al lector sobre los sentidos contradictorios de las trayectorias revolucionarias de sujetos históricos, creencias, pasiones, y sobre la persistencia de tal hacer en orden a la esperanza, lo que deja leer una connotación de futuro, de una comunidad de destino posible.
La forma que estructura la novela es la de las memorias políticas y por ello produce una diferencia con respecto a los discursos de historia. Aunque hay un narrador básico, el orden temporal del relato es estructurado por macrosegmentos a cargo de las voces que se identifican con los nombres propios Beruti (apertura y cierre del relato) y French (voz predominante en el relato de los conflictos y resoluciones); ambos narran a partir de la instancia política final que los encuentra separados por sus opciones en la guerra civil, entre unitarios y federales. El espacio autobiográfico es condición de posibilidad para que la imaginación que revuelve y rearma el pasado se construya en una materialidad significante público-política e íntimo-subjetiva: unas memorias que refieren y valoran los trayectos revolucionarios se alterna con relatos autobiográficos sobre el modo en que la revolución alteró afectos, modificó lealtades y destinos, todo lo cual politiza las subjetividades y constituye una narración de la identidad política.
El género de las memorias –narrar el acontecimiento público-político y revisar la propia vida- permite leer continuidades y discontinuidades en las acciones y valoraciones de los dos actores-narradores respecto de sus vínculos con sujetos populares. La continuidad es instaurada desde el comienzo del relato por la voz de Beruti como valores que orientan su acción: el orgullo de ser criollo, la participación en la fiesta popular calificada como la “verdadera vida”, el aprendizaje de la lengua popular -la extraña jerga gaucha-, el vínculo afectivo y de obediencia creado con “la plebe”, su rol de agitadores, la “pueblada” de mayo, la opción por la causa revolucionaria y la puesta en destino de sus dirigidos, habitantes de los suburbios de Buenos Aires. Estos modos de hacer y ser son condición de posibilidad de otra transformación: French y Beruti se convierten en jefes populares de milicias cuyo uniforme iguala y borra las diferencias de castas. En esos actos se inventa un pueblo, según dice French a Cisneros:
“¿Quiénes se atreven a hablarle de esta manera? Nosotros, la novedad, eso, el Pueblo. Y usted, oh excelentísimo, recién se entera de que algo parecido a eso existe, aunque sea un invento de Siete, aunque sea una mala traducción de un señor Rousseau, eso ha comenzado a existir y hasta con mayúsculas. El excelentísimo Pueblo, señor Virrey, esa nebulosa que acaba de inventarse, al menos en este lugar perdido del infinito mundo, al sur del sur, donde nada existe, salvo el Pueblo, esa cosa mayúscula pero incomprensible, que se iba a entrañar en nuestra alma” (Martelli, 2000: 101-102).
Asimismo, la escenografía de identificación con el pueblo construida en y por su propia palabra, permite a French oponer una construcción de Moreno -el pueblo ideal- a la propia y a la de Artigas - el pueblo real- que era producto de un vínculo afectivo y de una experiencia de vida (Martelli, 2000: 95-148). Se instaura discursivamente una diferencia de sentido y valor: el pueblo no es una identidad exterior a los jefes, ambos componen ese sujeto colectivo.
“Habíamos discutido mucho o, mejor dicho se había discutido mucho, si esa idea morenista de pueblo, como que nadie sabía bien qué era o dónde estaba era la conveniente (…) después de todo, éramos Beruti y yo casi los únicos que sabíamos lo que ese pueblo era, o que amábamos lo que ese pueblo podía ser más allá de un nombre escrito en libros traducidos, o mal traducidos, del francés. El de Moreno era un pueblo ideal, producto de la Revolución Francesa. El nuestro, un pueblo real.
Saavedra, Moreno, los Rodríguez Peña, Vieytes, Balcarce y también todos los godos hablaban en nombre de un pueblo, al que nombraban como a Dios. Nosotros –ahora lo sé- al borde del fin de mis fatigas- creo que Beruti, yo, tal vez Castelli, éramos pueblo, sin serlo. Quiero decir sabíamos quiénes eran pueblo, sin haberlo mamado en ningún libro. Pueblo, desde los alcaldes de barrio hasta el último gaucho.” (Martelli, 2000: 95-96)
La novela incorpora otras voces narrativas que también son voces políticas porque su palabra distribuye sentidos y valores respecto de los sujetos que intervienen en la Revolución. Otros géneros alternan con las memorias de French y Beruti: cartas, partes de guerra, memorias con valor de documento-monumento, como la de Tomás Guido. La combinación y la alternancia de voces y géneros estructuran, verosimilizan las escenografías mediante la multivocalización y focalización múltiple y producen un efecto de verdad intersubjetivo que desoculta los juegos de parecer y ser en torno al sujeto político pueblo en formación y a los intereses de sus dirigentes.
A diferencia del Plan de Operaciones, discurso político que planifica tácticas destinadas a asegurar la supervivencia de la Revolución, el enunciado de la novela inscribe la representación de los dirigentes intermedios y de sectores populares en un tiempo diegético de mayor duración, que abarca desde las Invasiones Inglesas hasta la agonía y muerte de los dos actores, divididos al final por su adscripción a los proyectos opuestos de país, el unitario y el federal.
Ese recorte más amplio de tiempo permite leer la representación del vínculo positivo entre sectores populares - jefes como sentidos asociados al menos a tres coyunturas históricas en las que está en juego la “patria”:
- La conducción de Liniers durante la Reconquista de Buenos Aires, su éxito y su liderazgo popular (a favor del Rey de España) posibilitan la configuración de French como agente de reclutamiento y destinador de una primera identidad política a los hombres de las quintas que rodean la ciudad (French propone a Pueyrredón) “– Traiga usted quinientos jinetes de la frontera y yo le aporto quinientos chisperos. (…) Yo, Domingo French, tenía por fin la Causa en mis manos. Mis hombres tenían un destino (…) Toda esa confusión se convertía en hazaña” (French y Beruti…, 2000: 37).
- La agitación popular bajo la conducción de los morenistas French y Beruti en el momento crucial de reemplazo del Virrey, en mayo de 1810, los configura como jefes populares: (dice Beruti): Eran la plebe, el populacho y nosotros, la gente decente, los comandábamos” (French y Beruti…, 2000: 15)
- El enfrentamiento de los morenistas con el mismo pueblo durante la la llamada Revolución de los orilleros porteños, organizada por alcaldes de quintas el 5 y 6 de abril de 1811, los describe como jefes militares: (French dice) –Lo he hecho para resguardar el orden, amenazado por un gauchaje posiblemente ebrio y furioso. (Saavedra responde) – Ése era su pueblo hace menos de un año, coronel French. Ahora es el pueblo, todo el pueblo que quiere peticionar, que pretende se castigue a los traidores” (French y Beruti…, 2000: 132).
La ficción instaura discursivamente, por medio del recuerdo de French y Beruti, el momento de emergencia de una identidad “pueblo”: en la instancia de reclutamiento de vecinos y de habitantes de los suburbios de la ciudad para la reconquista de Buenos Aires, en la formación coyuntural de milicias integradas por los plebeyos, en la persistencia de estos cuerpos de milicianos en el tiempo. A partir de la defensa exitosa de los bienes, se traza una continuidad discursiva de trayectos y sujetos populares asociada a la patria. A la vez, cada coyuntura y cada relación con un dirigente popular aporta al menos un sentido diferenciado a la narración de esa identidad “pueblo”: el reconocimiento de un destino común, la lucha por el terruño, modifica la relación del actor French con los hombres del suburbio -un valor social adquiere un valor político-; la asunción del rol de agitadores convierte a French y Beruti en jefes populares de una fuerza política que les da sustentabilidad social frente a los que pretenden conservar el statu quo durante el acontecimiento de Mayo; y la transformación de ambos dirigentes en jefes militares implica una ruptura de la alianza y una estigmatización del mismo pueblo que habían reconocido como agente social y político. En el modo de hacer memoria de estos narradores-actores, en la selección y el recorrido de sus trayectos se produce una proliferación de efectos de sentido respecto de la formación (discursiva) de una primera identidad “pueblo” y una acumulación de connotaciones de sujeto concreto y activo que componen su identidad en los contextos políticos representados.
Otra diferencia entre las representaciones del Plan de Operaciones y la novela French y Beruti… consiste en la construcción de la representación política en y por enunciados que refieren la constitución del vínculo afectivo entre representante y representados, y el acto de nominación simbólica que toma forma en y por la palabra de French a partir del acontecimiento de Mayo.
Se expande el sentido de la representación política porque lo que se narra como práctica de los dirigentes no se reduce al reclutamiento sino a la constitución de un sujeto “pueblo” a partir del vínculo social y político creado por el afecto. En la narración y descripción de los vínculos sociales leemos una diferencia con las representaciones del Plan… porque aunque éste reconoce como sujetos competentes a jefes intermediarios y a sujetos populares, la novela instituye el valor eufórico de los afectos como condición que hace posible una identificación política con el líder. Al respecto, presenta a los sujetos populares como “hijos” y ello connota que en el otro polo de la relación el jefe político encarna la figura del “padre” (recuerda Beruti: “Los demás no comprendían que (…) al abrazarnos, libar, reír con los parias, los hacíamos nuestros fieles hijos, fuera cual fuese la edad que tuvieran . (French y Beruti…, 2000: 15-16).
Asimismo, durante el acontecimiento de Mayo el uso de la palabra política convierte a French y Beruti en “traductores” del lenguaje intelectual a conceptos simples destinados al “gauchaje bravo”. Se apropian de la palabra colectiva y se presentan como la voz del Pueblo ante los cabildantes ( “Por mí y en nombre de seiscientos”; Martelli, 2000: 104), reconocen y solicitan el poder de los cuerpos, palabras, gritos y firmas como apoyo político de sus demandas. Con la palabra el actor French convoca a luchar por “las necesidades de la Patria”, por “ los derechos de este Pueblo”, y al interpelar a los Patricios de la Colonia como americanos (Martelli, 2000: 115) los articula a una cadena equivalencial de reivindicaciones que designa con el significante “independencia”. En y por ese acto nomina una identidad “pueblo de la revolución”, trazando una frontera política que excluye a los españolistas. El reconocimiento de la voz (de los gritos), del cuerpo (del brazo que golpea y amenaza), de la vestimenta como ícono del soldado (el uniforme iguala a todos), de su destreza y ferocidad (como competencia para la lucha social y política), connota un valor diferente de la representación que ejerce el jefe: el trayecto de French marca el pasaje de ser “padre” a ser un dirigente que simboliza un proyecto independiente, americano y democrático; el trayecto del subalterno connota un cambio, pasa de ser sentido como “hijo” a ser representable como el sujeto “americano”, como un igual entre iguales y como partícipe activo en la construcción de la patria y de los derechos del pueblo.
Por último, una diferencia de sentido y valor proyecta un posicionamiento social e ideológico respecto de la narrativa de la Revolución. La novela confisca “saberes sometidos”: los signos-actores French y Beruti no se representan como repartidores de cintas sino como agitadores y jefes populares; el pueblo es representable como fuerza que triunfa sobre los ingleses, amenaza y cerca a los españolistas, es valorable por sus competencias en la lucha revolucionaria y es reconocible como sujeto con derechos. De ese modo la ficción invierte su fuerza contra una política de la historia que naturaliza trayectorias y sujetos e instaura otro modo de suturar pasado, presente y futuro: leída desde el presente, esta novela resignifica el lugar del subalterno en las luchas independentistas y proyecta el valor de la representación política para pensar cómo se organiza la nación.
Militarización y guerra en el espacio americano como preconstruido discursivo en La campaña
Entendemos que La campaña pivotea sobre las prácticas político-militares revolucionarias jerarquizadas como las garantes de la independencia frente al colonizador, lo cual, sin mayores dificultades, nos permite señalar que tal acento puesto en la acción bélica constituye un preconstruido discursivo presente en el Plan de operaciones de Mariano Moreno, donde vimos que la movilización de los cuerpos para la guerra contra el absolutismo español constituía una de las dimensiones estratégicas ideadas por el enunciador. Vale señalar al respecto que si bien la acción que desencadena la narración no es un gesto bélico -Bustos intercambia el bebé negro de una prostituta por el blanco de la esposa del presidente de la Audiencia del Virreinato del Río de La Plata en el Buenos Aires el 24 de Mayo de 1810-, la enunciación de proclamas revolucionarias y las prácticas político-militares que implican la movilización del pueblo constituyen las acciones centrales (hacer) del personaje: “ se libera a los indios del tributo, se les reparten las tierras, se establecen escuelas y se declara al indio el igual de cualquier otro nacional argentino y americano ” (Fuentes, 1990: 83).
La novela narra las luchas del ejército independentista en el Alto Perú, liderado por Juan José Castelli, en el marco de la Revolución de Mayo. Si bien Baltasar Bustos introduce un blanco semántico que progresivamente se carga de significación y es un dirigente revolucionario subalterno en relación a los grandes líderes como Juan José Castelli y San Martín, es decir, el personaje principal no está inscrito en la tradición historiográfica, sus peripecias tienen como marco bastante inmediato a sujetos destacados en y por la historiografía. En efecto, Bustos decide unirse “ a Castelli y el Ejército del Norte, para mantener la integridad de la República contra las fuerzas realistas ” (Fuentes, 1990: 67) y, luego, participa de la gesta sanmartiniana.
El acento puesto en la movilización de los cuerpos populares para la guerra adquiere una nueva modulación en La campaña lo cual nos permite establecer una relación de contigüidad con las tácticas político-militares que leemos como efecto de sentido en el Plan de operaciones redactado por Mariano Moreno; la novela de fines de siglo XX [6] y el texto político inscripto en el tiempo del acontecimiento de Mayo diseñan la practica revolucionaria desde una perspectiva americana y, en consecuencia, La campaña construye el objeto revolución por referencia al espacio americano reivindicando espacios distintos de Buenos Aires.
Tal representación geográfica es leída por nosotras como un preconstruido que circula en el campo discursivo relativo al acontecimiento de Mayo donde es central el texto político de Mariano Moreno. La ficción de Fuentes construye el objeto revolución por referencia al espacio americano, en filiación con el objeto revolución del Plan de operaciones, instaurando una polémica con la historiografía liberal mitrista que lo representó en el escenario del Virreinato del Río de La Plata y cuya sede fue un Buenos Aires que irradiaba sus luces al interior en conexión con las metrópolis que se disputan su dominio -Inglaterra y España- o devenían las necesarias fuentes de ilustración -Francia.
Significativo al respecto resulta que la ciudad de Mendoza sea representada en la novela como “ el centro de la revolución americana” (Fuentes, 1990: 166) y el recorrido por el territorio americano que realiza Baltasar Bustos durante once años: desde la estancia paterna en la pampa viaja a Buenos Aires a los 17 años “huyendo de la barbarie” gaucha, en Buenos Aires participa de los círculos ilustrados, regresa a la pampa donde decide viajar a Chuquisaca para luchar con Castelli, en Jujuy se incorpora al ejército con grado de teniente para el asalto al Alto Perú, luego de pelear con las partidas montoneras en Bolivia, regresa a la estancia paterna parecido al “gauchaje”, viaja a Lima en 1815 (bastión de España) cuando Fernando VII es restaurado y Bonaparte exiliado, viaja a Chile en 1816 y pasea por los salones de Santiago como paseó por los de Lima, en Mendoza se incorpora al ejército de Los Andes para un asalto general a Chile, participa de la revolución mexicana y regresa a Buenos Aires.
La deseada alianza del proyecto democrático ilustrado con el sujeto pueblo en el relato de Fuentes
Los personajes principales del texto de Fuentes se definen por la pertenencia al minoritario grupo ilustrado del Buenos Aires de principios del siglo XIX quienes, al decir de Feinmann, consideraban a las ideas europeas “evidentes de por sí, y sólo por falta de luces es posible no comprender las cosas de ese modo” (Feinmann, 1996: 37). El narrador Manuel Varela define a su grupo social como “jóvenes que amamos las ideas y las lecturas…los libros prohibidos de Voltaire, Rousseau y Diderot” (Fuentes, 1990: 9) en clara filiación intelectual con las ideas europeas en tanto “porteños, argentinos con ideas y lecturas cosmopolitas” (Fuentes, 1990: 11).
Una vanguardia iluminada se define por el ausente o precario vínculo entre una minoría que lidera y la mayoría a la que pretende orientar (Feinmann, 1996), es decir, remite al binomio masas-líderes. Nos preguntamos si el grupo ilustrado representado en el relato de Fuentes constituye o no una vanguardia, es decir, nos interrogamos por el tipo de vínculo que establecen los líderes ilustrados con los sectores populares del interior. Al respecto, merece señalarse que el Plan de operaciones suscitaba tal nexo en la medida misma que, como ya estudiamos, deviene necesaria la alianza política entre los caudillos del interior, las masas populares del mismo y los líderes “porteños” en el cuadro de movilización de cuerpos para la guerra contra el absolutismo español. Por tal motivo, la “necesaria alianza” entre sujetos de distintas jerarquías y distantes territorial y culturalmente, circula en La campaña como otro preconstruido en las narrativas en torno al acontecimiento de Mayo y las guerras independentistas.
Miremos el enunciado. Si bien Bustos decide alejarse de su grupo ilustrado ante “el riesgo de confundir nuestra libertad con la de todos” (Fuentes; 1990: 27) y admira a Juan José Castelli en tanto “hombre de ideas pero activista también” (Fuentes, 1990: 27), siente frente a los indios“una tentación terrible…de ejerce el poder impunemente sobre el más débil…mortalmente orgulloso…pero al mismo tiempo, enamorado de la inferioridad ajena ” (Fuentes, 1990: 92). Nos interesa señalar que esta tensión en el signo actoral, luego, se diluye mediante progresivas instancias de aprendizaje con jefes populares que devienen en los sujetos plenos de competencia y, en razón de esto, inferimos que el relato de Fuentes instituye una posición enunciativa crítica respecto de la vanguardia sin pueblo que ya circula en el campo discursivo relativo a las narrativas revolucionarias de Mayo aunque en el Plan de Operaciones se presentifica dicha relación como proyecto realizable en términos de estrategia político-militar.
El protagonista desea proclamar la libertad “ con una paciencia inexperta” (Fuentes, 1990: 79) y expresa frente a una multitud reunida en la plaza central de Ayopaya que “La Junta de Buenos Aires le había ordenado… liberar de la servidumbre a los indios del altiplano” (Fuentes, 1990: 83), sin embargo, Simón Rodríguez le advierte que sus palabras no fueron escuchadas porque “ para ellos no eres más que otro porteño arrogante, igual a un español arrogante, lejano, al cabo indiferente y cruel. No ven la diferencia. Las palabras no los convencen ” (Fuentes, 1990: 90). En esta misma dirección el caudillo Miguel Lanza le explica que el Negro Baltasar Cárdenas ha confiado erróneamente en sus palabras, y ese enunciado constituye una instancia de adquisición de saber para Baltasar: “Ya lo vez – le dijo Lanza… - yo me muero de la risa, pero él no; yo sé que tus proclamas son puras palabras y me dan risa, pero este indio no, él se las ha tomado en serio. Y no te perdona ” (Fuentes, 1990: 103). Así, en dos enunciados complementarios, el relato ficcional acentúa el rol de las masas como necesarios actores revolucionarios, cuestiona el precario vínculo entre los polos del binomio y representa una vanguardia ilustrada cuyo proyecto democrático deviene ineficiente en tanto el grupo no logra construir el lazo social con las masas. La incomunicación referida entre el líder porteño y las poblaciones indígenas es un claro ejemplo de ello.
El preconstruido jefe popular como sujeto de competencia política
El relato de Fuentes representa a los caudillos de las republiquetas como actores de competencia plena proyectando axiología positiva sobre los mismos e instituyendo una distancia crítica ante la racionalidad occidental que representa el interior como un espacio vacío de saber. La europeización, como consigna occidental y racional, significó el fortalecimiento de un Buenos Aires devenido sede del “progreso” que menosprecia los caudillos provinciales representantes de los sentidos laterales (Feinmann, 1996). Sucesivos son los encuentros entre el ilustrado porteño Baltasar Bustos y caudillos “sin luces” que lideran tropas montoneras del Alto Perú: José Vicente Camargo, Miguel Lanza, José Antonio Álvarez de Arenales, Ignacio Warnes, Manuel Ascenso Padilla y Juana Azurduy de Padilla, el padre Ildefonso de las Muñecas, el maestro Simón Rodríguez, el cura Anselmo Quintana. Tales encuentros constituyen instancias de aprendizaje en las cuales el protagonista constata, corrige y pone en crisis el valor de su saber racional ilustrado. Como resultante, Baltasar Bustos cuestiona los planes ilustrados porteños que representa frente “ a una población que, acaso, tenía sus propios caminos hacia la libertad ” ( Fuentes; 1990: 91 y 92) y concede valor a los ejércitos de las republiquetas que saben luchar en tal terreno a diferencia del ejercito rioplatense: “ el ejército en el cual el pobre Baltasar Bustos mandaba a 200 reclutas de las provincias norteñas de la Argentina no hubiese durado una noche sin ellos, los caudillos locales ” (Fuentes; 1990: 79).
La descripción posibilita inferir una posición crítica ante la racionalidad occidental ponderada en un Buenos Aires que representa el interior como un espacio vacío de saber y restituye al caudillo no ilustrado la condición de sujeto de conocimiento en una operación que desmantela la razón occidental. Así, el relato restituye la dimensión de acción de líderes omitida o desvalorizada en los discursos historiográficos y este acento en personajes subalternos respecto de las élites, desprovistos de estatuto histórico, opera a nuestro juicio en el ámbito ficcional como Ranajit Guha señala para el campo historiográfico, es decir, “ como medida de valoración…del papel de las élites y como crítica de las interpretaciones elitistas de ese papel ” (Guha, 1996: 24).
En La campaña de Carlos Fuentes no interesó indagar los preconstruidos discursivos que circulan y, particularmente, observar las nuevas modulaciones que opera la novela sobre éstos, en términos de inversión semiótica: la movilización de los cuerpos populares para la guerra, el carácter americanista de la revolución, la alianza entre los líderes y el pueblo deseada por el proyecto democrático ilustrado y la reivindicación de los líderes populares como sujetos de plena competencia política. Al respecto, y leyendo desde las nociones de hegemonía y representación política elaboradas por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en Hegemonía y estrategia socialista (2004), entendemos que la novela instaura discursivamente el conflicto representativo de la élite ilustrada porteña que no puede construir la deseada alianza política con los subalternos populares necesaria en la movilización de los cuerpos para la guerra contra el dominio español.
Recordemos que la representación política de un pueblo requiere de un significante que pasa a designar la totalidad de la cadena equivalencial o las demandas insatisfechas y la novela narra justamente la imposibilidad por parte de los ilustrados porteños de construir tal vínculo político-discursivo, como vimos en los párrafos precedentes. De este modo, y situando la novela en su presente, interesa pensar cuál es la diferencia de sentido y valor que proyecta un posicionamiento social e ideológico al respecto. Entendiendo que es la operación discursiva o simbólica la que permite asignar sentido al tiempo, consideramos que la novela de Fuentes, en condiciones históricas de disolución de las narrativas políticas revolucionarias, configura un pasado americano revolucionario caracterizado por al menos dos componentes cuyo modo de relación pone en cuestión -la movilización del pueblo para la guerra y el proyecto democrático ilustrado- y proyecta hacia el futuro su resolución. [7]
Conflictos y desafíos
En el Plan de Operaciones se construye una representación política compleja: los actos valorativos propios de una razón igualitaria y la convocatoria de los jefes intermedios de la Revolución connotan el sentido de “proyecto democrático”. También se da forma a una identidad “pueblo” con los rasgos de “cuerpo movilizado para la guerra” y de sujeto que sabe y puede llevar a cabo la lucha revolucionaria. En French y Beruti… se modula el significante pueblo: a semejanza del Plan, se reconoce la relación positiva entre jefes intermedios y sujetos populares, se narrativiza una identidad marcada por el uso de la palabra y el gesto de demanda, y se le asigna el sentido de novedad histórica; se representan trayectos como juegos de fuerza entre dirigidos y dirigentes: reconocimiento de roles activos y asignación de emblemas igualitarios en tensión con el disciplinamiento de los cuerpos. En La campaña se construye la tensión respecto de la identidad “pueblo” entre dos sentidos: la movilización de los cuerpos para la guerra y el reconocimiento de un sujeto competente y necesario para la revolución.
Si la cultura es tratada como una dimensión del problema político y éste es considerado un componente de la cultura en sentido amplio, el espesor semántico de la experiencia política de la Revolución de Mayo se torna un valor central y connota los sentidos polémicos de una nación “futura”, porque “no puede haber sociedad que no sea algo para sí misma, que no se represente como siendo algo” (Castoriadis, 1997: 28). Si valorar las significaciones imaginarias es condición de existencia de una sociedad, el modo de representar su pasado funciona como representación de sí, como marca de pertenencia y proyección de los sujetos en el tiempo presente y en el futuro. El conflicto central en una creación cultural se lee en la oposición entre una transformación radical de los sentidos y el “avance de la insignificancia” (Castoriadis, 1997: 103-127): las novelas ponen en circulación formas productivas de la identidad pueblo en una instancia de lucha por otra construcción discursiva de la Nación y de la “autonomía de la sociedad” en democracia, lo que significa en términos de Castoriadis que el colectivo hace la ley, crea sus instituciones y se autoinstituye, al menos en parte, explícita y reflexivamente. Los modos de representación proyectan posicionamientos [8] que pueden contribuir a resignificar el colectivo y sus prácticas en nuestro presente y futuro. Como dice Maingueneau, la “identidad de posicionamiento” caracteriza la posición que el sujeto ocupa en un campo discursivo en relación con los sistemas de valores en él circulantes, como efecto de los discursos que él mismo produce. Al respecto, las dos novelas proyectan desde el fin de siglo XX una reorientación semántica y axiológica de los estereotipos de pueblo y jefes populares que circulan en el campo discursivo recortado, al transformar la representación de los subalternos en sujetos competentes y actores políticos con un grado de fuerza en el juego de construcción de la patria.
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[*] María Lidia Fassi, Licenciada en Letras, Profesora Adjunta por concurso en la cátedra Teoría y Metodología Literaria I, Esc. de Letras, FFyH, UNC. Directora de equipo de investigación, aprobado por SECyT-UNC y radicado en el CIFFyH. María Angélica Vega, Licenciada en Letras Modernas, Integrante del equipo de investigación dirigido por la Lic. María Lidia Fassi mlaf54@live.com.ar
Recibido 08/2010. Aceptado 10/2010
[1] Según D. Maingueneau, distinguimos el campo discursivo como una noción operativa y productiva: “En el universo discursivo, es decir, en el conjunto de discursos que interactúan en una coyuntura dada, el analista del discurso se ve llevado a recortar campos discursivos donde un conjunto de formaciones discursivas (o de posicionamientos) se encuentran en relación de competencia...en determinada coyuntura para detentar el máximo de legitimidad enunciativa....”. (Charaudeau y Maingueneau, 2005: p. 81). Al respecto, Sirio Possenti (2003) observa que “ese recorte en “campos” no define zonas insulares, es apenas una abstracción necesaria, que debe permitir abrir múltiples redes de intercambio. No se trata de delimitaciones evidentes. Para el autor, es en el interior del campo discursivo que se constituye un discurso, y su hipótesis es que tal constitución puede dejarse describir en términos de operaciones regulares sobre formaciones discursivas ya existentes. Lo que no significa, entretanto, que los discursos se constituyan todos de la misma forma en todos los discursos de ese campo; ni es posible determinar a priori modalidades de las relaciones entre las diversas formaciones discursivas de un campo.” (Fassi –comp-, 2009).
[2] “En latín, por ejemplo, había una distinción entre plebs y populus. El populus era la totalidad de la comunidad, mientras que plebs identificaba a los de abajo. En inglés también existe una palabra muy clara para referirse a los exluidos: underflow. Pero caracterizar al pueblo como el conjunto de aquellos que han sido excluidos implica que una cierta particularidad, una cierta parcialidad comienza a ser considerada como el todo, o puesto en otras palabras, que la plebs aspira a constituir un populus (…)” (Laclau, 2004: 1).
[3] De acuerdo con la lógica natural los preconstruidos son un conjunto de nociones, de saberes, opiniones y prácticas, sin la existencia de las cuales la comunicación sería inconcebible (Vergés, P., Apothéloz, D., Meiville, D., 1987: 209-224).
[4] Maingueneau (2005:221-223) entiende por escenografía el acto discursivo por el cual una enunciación se caracteriza por su manera específica de inscribirse, de legitimarse, prescribiéndose un modo de existencia en el interdiscurso; y a la vez, considera el despliegue discursivo de la enunciación como la instauración progresiva del propio dispositivo de habla. Y distingue en la escena de la enunciación tres tipos: a) englobante, que asigna un estatuto pragmático el tipo de discurso al que corresponde un texto; b) escena genérica, definida por los generos discursivos particulares; c) escenografìa, instituida por el discurso mismo que a la vez en su proceso significante convalida el propio dispositivo de habla.
[5] Foucault (2006: 21) entiende por “saberes sometidos” dos cosas: Por una parte, quiero designar, en suma, contenidos históricos que fueron sepultados, enmascarados en coherencias funcionales o sistematizaciones formales (…) porque sólo los contenidos históricos pueden permitir recuperar el clivaje de los enfrentamientos y las luchas que los ordenamientos funcionales o las organizaciones sistemáticas tienen por meta, justamente, enmascarar (…) En segundo lugar, por saberes sometidos creo que hay que entender otra cosa y, en cierto sentido, una cosa muy distinta. Con esa expresión me refiero, igualmente, a toda una serie de saberes que estaban descalificados como saberes no conceptuales, como saberes insuficientemente elaborados: saberes ingenuos, saberes jerárquicamente inferiores, saberes por debajo del nivel del conocimiento o de la cientificidad exigidos”
[6] A finales del siglo XX, en América Latina, el fracaso de los proyectos revolucionarios y la instauración de gobiernos militares a lo largo del continente conjuntamente con las discusiones sobre la validez de las grandes narrativas del siglo XIX introducen la denominada condición posmoderna y suscitan una re-lectura del propio pasado. Algunos ejemplos que podemos citar sobre cómo la ficción asume tal revisión histórica son:La muerte de Artemio Cruz (1962) de Carlos Fuentes,El siglo de las luces (1962) de Alejo Carpentier,Yo, el supremo (1974) de Augusto Roa Bastos, La revolución es un sueño eterno (1987) de Andrés Rivera, La astucia de la razón (1990) de José Pablo Feinmann y La campaña (1990), entre otras de la serie (Vega; 2009: 25).
[7] El modo en que las narraciones asignan sentido al tiempo ha sido objeto de estudio de Kosselleck, Hartog y Ludmer, y en esta línea nos ubicamos cuando reflexionamos sobre las articulaciones del tiempo pasado, presente y futuro operadas por las escenas ficcionales donde es discursivizada la ficción de la Nación con sus cartografías, catálogos de símbolos y configuraciones identitarias.
[8] “La “identidad de posicionamiento” caracteriza la posición que el sujeto ocupa en un campo discursivo en relación con los sistemas de valor en él circulantes, no de manera absoluta sino por obra de los discursos que él mismo produce. Este tipo de identidad se inscribe, entonces, en una formación discursiva” (Maingueneau y Charaudeau; 2005: 306).