Caeiro, Oscar (2014) Memento. Alción. Córdoba
Culpa, arrepentimiento y responsabilidad en Memento, de Oscar Caeiro
Carlos Martín Rodríguez [1] ,
En 1982, Oscar Caeiro concluye Memento, la primera de sus novelas, la cual permanecerá inédita hasta 2014, año en que la editorial cordobesa Alción decide publicarla de manera conjunta con Noche de insomnio (1984). Después de estas dos primeras producciones narrativas del escritor cordobés vendrán Espera (2000) (novela), Viaje al poema (2008) (novela) y El tajamar de Carvallo (2012) (cuentos).
El autor casi no necesita presentación dado su extenso recorrido académico e intelectual a lo largo de los últimos cincuenta años. Sin embargo, vale mencionar que es profesor emérito de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC y Miembro Correspondiente de la Academia Argentina de Letras. Se especializa en Literatura Alemana y Literatura Comparada, campos a los que ha aportado con trabajos comoLa obra narrativa de Reinhold Schneider (1970),Paisaje literario de Córdoba (1975),Temas de Literatura Alemana (1999) y Kafka y sus consecuencias (2003), entre decenas de artículos publicados en diversas revistas especializadas.
Memento está compuesta por treinta y cuatro pequeños capítulos introducidos por medio de una “Aclaración preliminar” y epilogados con una “Aclaración final”. A lo largo de sus páginas, la novela nos conduce a través del relato autobiográfico y póstumo de un sujeto cuya identidad jamás es develada. En la primera “Aclaración…” es el padre Martín, un sacerdote que ha conocido al protagonista y sus circunstancias, quien utiliza la primera persona para confesar que será él el encargado de transcribir a máquina el manuscrito original. En su texto, el sacerdote manifiesta su azoramiento a causa del fallecimiento de este sujeto innominado en torno al cual girarán las acciones del relato. Según el clérigo, en cierta medida la muerte del protagonista ha sido precipitada por su irresponsabilidad y abandono. De esta manera, emprenderá la tarea de transcribir el manuscrito con la somera sospecha de que, quizás, esta acción aminore la angustia de su alma.
El primer capítulo de la novela está destinado a la descripción de la carpeta en donde el sacerdote encuentra el manuscrito original, la cual lleva por título “Memento”. Según el protagonista lo aclara y los diccionarios lo confirman, “memento” es un imperativo latino que significa “acuérdate”, “recuerda”. El valor de la memoria asociada a la función imperativa se advierte, entonces, desde las primeras líneas del relato; relación que se hará cada vez más evidente a medida que avancemos en la lectura de la novela y sus diferentes ejes argumentales.
Más allá de las especificaciones etimológicas, “memento” también puede entenderse como dos de las partes que integran la Plegaria Eucarística en la que el sacerdote implora a Dios que atienda las súplicas de los vivos (memento de los vivos) y admita en Su Reino a los difuntos (memento de los difuntos). Por otra parte, podríamos pensar también en Génesis3, 19 en donde el texto latino reza: “ Memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris” (“Recuerda, Hombre, que polvo eres y al polvo regresarás”). Este pasaje bíblico, conjuntamente con los dos significados del término “memento” antes mencionados, son tres puntos de anclaje necesariamente atendibles en este texto que nos sumergirá en lo más profundo de la conciencia de un sujeto asolado por la culpa y la angustia.
El actor principal de la novela es un estafador que, acorralado por las deudas y conflictos judiciales, decide escapar de sus persecutores solicitando refugio a un viejo conocido que trabaja en un asilo para ancianos. Su amigo, de nombre Alejandro, accede al pedido y, de esta manera y sin que nadie lo sepa, le concede la posibilidad de esconderse en la buhardilla del geriátrico, asumiendo, a su vez, la responsabilidad de cuidar del prófugo a quien deberá alimentar y proveer de los enseres básicos para su subsistencia. Así, en el ínfimo espacio de la buhardilla abrasada por el intenso calor del verano y atestada de trastos viejos, el protagonista pretenderá escapar del merecido castigo a sus faltas. Este encierro voluntario será, además, el puntapié inicial de un camino que lo llevará a internarse cada vez más en el análisis y la valoración de sus acciones pasadas.
Tras haber transcurrido algún tiempo sin que su presencia sea percibida por los ancianos ni por las autoridades del asilo, el padre Martín, capellán del geriátrico, advierte la irregularidad y decide hablar con el prófugo. La conversación no resuelve nada desde el punto de vista práctico: el sacerdote expresa su disconformidad por la situación en la que se ha visto inmiscuido, y advierte de forma tajante que, más temprano que tarde, el prófugo deberá abandonar el asilo. Sin embargo, por el momento no lo expulsa.
Pese a la aparente intrascendencia del encuentro con el religioso, para el protagonista la conversación plantea una disyuntiva nunca antes insinuada a lo largo de su vida: ¿qué es preferible escoger: salvar su pellejo o salvar su alma? Ante la certeza de un fin que en algún momento, inevitablemente, habrá de llegar, la disyuntiva se plantea en el plano de la elección que el sujeto, aunque casi reducido a la condición de un animal acorralado, todavía conserva: optar entre el egoísmo que lo lleva a aferrarse a su miserable coyuntura o la respuesta heroica de aceptar sus faltas y pagar sus culpas.
De esta manera, la novela de Caeiro nos introduce en un eje de lectura atravesado por la culpa, la responsabilidad y el arrepentimiento que se advierte también con marcada claridad en Noche de insomnio (1984). En la segunda novela del autor cordobés, su protagonista, Narciso Gonzáles, es incapaz de conciliar el sueño a causa del recuerdo de una serie de hechos reprobables cometidos a lo largo de toda su vida. Esta situación, además de colmarlo de angustia, lo ubica en el difícil plano de examinar su conciencia para encontrarse con lo más oscuro y oculto de sí mismo. Aquí, al igual que en Memento, las acciones humanas se tamizan en el plano ético, propiciando así una reflexión acerca de la repercusión de las acciones cotidianas en el prójimo.
Volviendo a Memento, podríamos considerar como otro dato significativo en su estructura argumental el hecho de que su protagonista, en el transcurso de su encierro, se topa, de manera casual, con dos libros olvidados en medio de los desechos de la buhardilla y que ocuparán, de forma alternada, buena parte de su tiempo ocioso.
El primero de ellos se titula Historia de la Conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán y fue escrito por un jesuita, de nombre Pedro Lozano, en 1875. El segundo es Preparación para la muerte, un breviario dedicado a ayudar a los agonizantes en su tránsito final. A partir de la lectura de estos textos, el protagonista se sumergirá de forma aún más categórica en el examen de sus acciones pasadas y comenzará a sentirse interpelado por la muerte y el tiempo como dos temas que absorberán su atención hasta el final de la novela.
A medida que el tiempo transcurre y su encierro se prolonga, el protagonista se irá percatando de que comienza a convertirse paulatinamente en otro: ya no es aquél sujeto adinerado y atento a los placeres sensibles; ahora su conciencia ocupa un lugar preponderante y lo obliga a pensarse desde un punto de vista otro, más cercano al temor por el juicio de Dios que por el asedio de los Hombres y sus leyes. Algunas alteraciones intempestivas en su salud que le provocan un desmayo seguido de un período de convalecencia, acentuarán la preocupación en torno a la muerte no como acontecimiento que pone fin a la vida y sus hábitos, sino como instancia que pudiera sorprender al prófugo antes de que su arrepentimiento se vea realmente avalado por una acción que lo confirme.
La novela de Caeiro nos presenta el camino de conversión ética de un protagonista que advierte la dimensión de sus faltas a partir de la ascesis que aprende en la soledad de la buhardilla en donde transcurre su encierro voluntario. La conciencia de saber que su vida ha estado dominada por la corrupción y la mentira —y el consecuente daño que esa actitud ha provocado en sus seres queridos— lo conduce a un camino en donde la culpa y el arrepentimiento ocupan un lugar preponderante. En medio de la soledad y el encierro, su memoria actúa como un fiscal que lo enfrenta imperativamente a la iniquidad de sus acciones pasadas y a la dolorosa certeza de los males que ha provocado a sus seres más cercanos.
Sin embargo, la novela de Caeiro nos deja en claro que el mero arrepentimiento de sus actos no redime al sujeto de su culpa si esa consciencia no viene acompañada de una acción reparadora. Finalmente, el Ecce Homo en que se ha transformado el protagonista en los últimos capítulos es capaz de dar, antes de morir, el salto cualitativo que hará que sus escritos sean lo suficientemente valiosos como para ser conservados.
Es en estas últimas páginas, por un lado, donde resuenan con mayor ahínco los versos del Génesis que recuerdan al Hombre su efímera condición de creatura; mientras que, por otro lado, los mementos de los vivos y de los muertos se aúnan en una acción totalizadora que rubrica la vida entera del protagonista.
A pesar de que Caeiro desde la primera página de la novela parece develarnos todos los secretos en materia argumental, Memento no es, ni mucho menos, una obra fácilmente reductible. Por el contrario, su fuerte impronta moral acompañada de un detallado desarrollo psico-espiritual del protagonista —a través de un estilo por momentos exquisito— hacen de esta novela un texto complejo que invita a ser disfrutado e indagado en busca de nuevas vertientes significativas.
[1] Estudiante de Lic. en Letras Modernas. CIFFyH – Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba. Rodriguez Trillo Martin [rodrigueztrillo@gmail.com].