EL FEMINISMO COMO PROYECTO CIVILIZATORIO-CULTURAL.
UNA APROXIMACIÓN CRÍTICA A LAS REFLEXIONES DE MARGARITA PISANO
FEMINISM AS A CULTURALLY- CIVILIZING PROJECT.
A CRITICAL APPROACH TO THE REFLECTIONS OF MARGARITA PISANO
Carelí Duperut*
Resumen
En el presente artículo nos interesa revisar críticamente algunos de los aportes conceptuales de la pensadora chilena lesbofeminista Margarita Pisano (1932-2015). Considerada una de las principales representantes del movimiento del feminismo autónomo en América Latina, proporcionó, en la década de los 90, una serie de categorías originales que le permitieron, por una parte, articular críticas al patriarcado como sistema de valores, y por otra, formular una propuesta civilizatoria de resimbolizarnos como humanas a través de la creación de otra cultura.
Primeramente, nos aproximamos al contexto de aparición de las reflexiones de Margarita. En segundo lugar, repasamos sus críticas más importantes a la institucionalidad del sistema patriarcal, tomando su noción de cortes/conflictos y sus observaciones en torno a la feminidad/masculinidad. Por último, consideramos críticamente su propuesta de “resimbolizarnos como humanas” en relación con su planteo de un feminismo como proyecto civilizatorio-cultural.
Palabras clave: Margarita Pisano - Feminismo - Patriarcado – Cultura
Abstract
In the present article we are interested in reviewing some of the conceptual aspects of the lesbian feminist Chilean thinker Margarita Pisano (1932-2015). Considered one of the main representatives of the autonomous feminist movement in Latin America, she represented, in the 90s, a series of original categories that allowed her, on the one hand, to articulate some critics to the patriarchy as a system of values, and, on the other hand, to formulate a civilizing proposition of re-symbolize us as humans through the production of another culture.
For the analysis, first, we will approach the context surrounding the beginnings of her reflections; and second, we will review her most important critics to the institutionalization of the patriarchal system, taking her notion of cuts/conflicts and her observations around femininity/masculinity. Lastly, we will critically consider the proposal of “re-symbolize us as humans” in relation to her suggestion of feminism as a cultural-civilizing project.
Keywords: Margarita Pisano - Feminism - Patriarchy – Culture.
Margarita Pisano y el feminismo autónomo
En 1995, en medio de la implementación de políticas neoliberales en el continente Latinoamericano, dirigidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), se celebró en Beijing la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, organizada por la Organización de las Naciones Unidas-Mujeres (ONUM). 189 representantes de diversos países establecieron una plataforma de acción para luchar contra la discriminación a la mujer y la niña, para insertar a las mujeres en el mercado laboral, y para ampliar su representación en la política. Esto posibilitó que tanto el FMI como el BM comenzaran a financiar agrupaciones feministas en América Latina que pronto se convirtieron en Organizaciones No Gubernamentales (ONG). Ante la proliferación de estas ONG en el territorio, que siguieron las políticas decididas en Beijing sin la aprobación o consulta a militantes y movimientos del continente sudamericano, muchas feministas de movimientos sociales sintieron la necesidad de oponerse y combatir a los feminismos institucionalizados desde la reivindicación de la autonomía.
En efecto, a partir de la década de los 90, en un contexto de transformaciones neoliberales en América Latina, apareció una nueva corriente crítica feminista: el feminismo autónomo. Desde sus inicios, defendió la posibilidad de creación de otra cultura, que no partiera de relaciones de dominación; y se opuso fervientemente a la institucionalización y “oenegización” del feminismo, de ahí que reivindicara la autonomía (tanto personal como colectiva, de los cuerpos, mentes y acciones), la socialización horizontal de los saberes y la autofinanciación del movimiento feminista.
En su Declaración de conformación, producida en Colombia, en noviembre de 1996, las autónomas cuestionaron y se opusieron al sistema hetero-patriarcal, ubicando como su principal exponente al Estado y sus instituciones. Uno de los grupos más importantes de esta corriente fue Cómplices, fundado en 1993 e integrado por cinco pensadoras de diferentes países de Latinoamérica: Francesca Gargallo, Ximena Bedregal, Amalia Fischer, Edda Gaviola, y Margarita Pisano, en quien focalizaremos el análisis en este artículo.
El feminismo autónomo se trató de “(...) una invitación a deconstruir el sistema patriarcal y las instituciones que lo sostienen, afectando el orden simbólico y valórico del patriarcado, desde el ejercicio de la autonomía en lo íntimo, privado y público” (Gaviola et al, 2009, p. 13). Esta autonomía solo fue posible de ejercer, para las Cómplices, desde el afuera del sistema hetero-patriarcal, en una reivindicación de la no participación. En este aspecto, creemos que Margarita Pisano (1932-2015), arquitecta, escritora, pensadora y militante lesbo-feminista chilena, desde una formación que se nutre del feminismo autónomo italiano, el feminismo radical y los grupos de autoconciencia[1], hizo importantes aportes conceptuales, que en este artículo revisaremos.
En efecto, desde la Casa de la Mujer (lugar de encuentro de mujeres para un cambio civilizatorio), se construyó un lugar que era un “afuera”, en el sentido de que estaba por fuera de las lógicas academicistas, institucionalistas y partidistas que sostenían el feminismo en la región. La propuesta de un feminismo activo, autónomo y rebelde, para Margarita, posibilitaba construir una cultura distinta a la hegemónica que perpetuaban los feminismos institucionalizados, reproduciendo una cultura que, según Pisano, deshumaniza a las mujeres.
Pisano prosiguió su labor política y reflexiva hasta su muerte en 2015 a sus 81 años.
La crítica a la institucionalización del feminismo desde la posición autónoma
En su texto “Las trampas del sistema” de 1995, Pisano explica que hay dos modos a partir de los cuales la “sociedad civil” puede intervenir en el diseño de políticas: los movimientos sociales y los partidos políticos. La gran diferencia entre unos y otros es el aparato institucional que tienen los partidos, el cual les posibilita no solo elaborar programas que se llevan a cabo con mayor rapidez, sino también participar en el poder (lugares de gobierno, por ejemplo). Por su inserción en estos espacios de poder, los partidos se ven enfrentados con lógicas de organización más jerarquizadas, estructuradas y rígidas. Según Pisano, funcionan proponiendo ideologías, planes económicos, culturales y sociales que “aportan soluciones” a los grupos poblacionales. Sin embargo, están atravesados por identidades de clase, religión, raza, género, etc., es decir que, si bien no se agrupan bajo estas lógicas, tampoco las asumen o explicitan (Pisano, 1996). Por otra parte, los movimientos sociales no poseen una organización clara, ni tampoco una existencia legal, lo cual les impide muchas veces llevar a cabo planes específicos de transformación social. Por el contrario, tienen una tendencia a la demanda, que les dificulta reconocerse en su capacidad transformadora, traicionando, de algún modo, aquello que debieran ser: espacios de libertad y autonomía, no controlados por el sistema.
El hecho de no tener un modelo de referencia produce una ambigüedad en los movimientos: por una parte, fomenta su creatividad y su facultad de invención, pero por otra, son inorgánicos, están en constante crisis pues, al no haber un modelo prefijado, hay un constante cuestionamiento a cualquier estructura (Pisano, 1996, p. 27). Esto también lleva como consecuencia la posibilidad de que haya abusos de poder hacia los movimientos, en la medida que no hay una organización estable que pueda hacer frente en caso de que agentes externos deseen entrometerse o capturar la potencia política de la grupalidad.
Empero, a diferencia de los partidos, los movimientos sociales sí apelan a identidades construidas por el sistema como la raza, la clase, la edad, etc., y es justamente en base a esto que elaboran sus demandas. La contradicción, para Pisano, está en que, mientras reconocen que ciertas desigualdades fueron construidas por el sistema, demandan a ese mismo sistema que las solucione, o devienen en “fanatismos” que pierden su horizonte revolucionario para buscar “insertarse” o estar “incluido” en el sistema hetero-capitalista -pone el ejemplo del matrimonio entre parejas homosexuales- (Pisano, 1996, p. 30).
La alternativa que ofrece la pensadora es dejar de agruparse con un criterio identitario (asignado, en definitiva, por el sistema), y comenzar a organizarse en movimientos a partir de todas las potencialidades que se tiene como seres humanos, en orden a romper las dinámicas patriarcales. Raza, clase, religión, son todas formas de dividir, encasillar la potencialidad de nuestros cuerpos, por ello, se debe “(...) convocar a la gente desde su capacidad creadora” (Pisano, 1996, p. 29).
Pisano observa que en la década de los 90 en América Latina y, más específicamente en Chile, existe una gran dificultad para construir movimientos, en la medida que la institucionalidad va creciendo y ocupando cada vez más espacios (a través de partidos u otros). El peligro que acarrea esta institucionalización del feminismo es asimilarse a los valores y cultura hegemónica y dominante. El feminismo pierde, para Pisano, su perspectiva histórica, que siempre ha sido la de transformar la cultura. A este feminismo capturado la autora lo denomina como “feminismo institucional” o “feminismo patriarcal”. El mismo, ha sufrido una pérdida de visión política:
El síndrome del movimiento feminista es la profesionalización, estamos llenas de expertas, poco importa si ellas han trabajado su propia condición de mujer (...). Nada hay más funcional al sistema que instalar un feminismo de expertas aduciendo el derecho a la no discriminación, al derecho a la igualdad (Pisano, 1996, p. 30).
Como es posible de ver, Pisano encuentra en la demanda por la igualdad una trampa que pone el sistema al feminismo, en la cual han caído múltiples movimientos que se han institucionalizado. La igualdad no posibilita, según la autora, ninguna transformación, sino que posibilita la reproducción del sistema patriarcal dando la ilusión de transformación, integrando (o asimilando) a las mujeres con una prédica de cambio. Margarita observa entonces, que, si el feminismo adhiere sin más a los proyectos de los partidos políticos, necesariamente cree en sus ideologías y supone que son perfectibles, es decir, juzga que el sistema (patriarcal) es mejorable. En este aspecto hay una clara influencia de la feminista italiana Carla Lonzi y el grupo Rivolta Femminile, quienes afirman en su “Manifiesto”: “La igualdad es un intento ideológico para someter a la mujer en niveles más elevados” (Lonzi, 2017, p. 15). Es decir, ambas consideran que las políticas de la igualdad mantienen la lógica patriarcal, pero “incluyendo” a las mujeres.
Por añadidura, para la pensadora chilena el feminismo institucional es ciego a demandas que provienen de sectores más vulnerables como también de sectores más radicales. En este sentido, lo que ha hecho, dice Pisano, es irrumpir en espacios de poder cedidos por varones, otorgados por el patriarcado, y a partir de allí, ha funcionalizado los aportes del feminismo.
Las críticas de Pisano al feminismo académico
Pisano también es crítica con el feminismo académico, del cual señala que “(...) recupera, resimboliza y usa esos conocimientos [feministas], sin dar cuenta de sus orígenes, lavándolos de sus propuestas más políticas.” (Lonzi, 2017, p. 4). En otro de sus textos, “La simulación, o la Academia y los Movimientos Sociales”, marca una dualidad casi irreconciliable entre estos dos, por entender que la primera [Academia] es el espacio institucional en el cual se legitiman de manera desigual los conocimientos que la humanidad produce, es decir, aquellos saberes que aportan a la desinstalación de prácticas patriarcales son reciclados para neutralizarlos y funcionalizarlos. Nuevamente, el peligro inminente que observa es la gran capacidad del sistema para neutralizar la potencia rebelde de los aportes feministas y la ingenuidad, por parte de ciertos feminismos, para impedir que esto suceda, en la medida que empiezan a conformar una élite funcional al poder (Pisano, 1996, p. 40).
Según la autora, lo que debería hacerse es establecer un diálogo entre los movimientos feministas y la Academia, para que los saberes de mujeres circulen en espacios dedicados al conocimiento. Sin embargo, advierte que en los episodios en que esto ha sucedido, se ha caído en un paternalismo academicista.
En vinculación con la Academia, Pisano advierte el “peligro” que contiene la multiplicación de los estudios de género y la utilización de ese significante, en la medida en que se ha despolitizado despojándose de su potencia crítica y transformadora. Jules Falquet hace mención de los estudios que ha hecho el feminismo autónomo acerca del género como una categoría despolitizada: “empleado para evitar el término ‘feminista’, que tiene la reputación de espantar, o como sinónimo de moda de la palabra ‘mujer’, para atraer los financiamientos, generalmente ha sido criticado por su carácter impreciso.” (Falquet, 2014, p. 56). La crítica de Margarita, además de lo señalado por Falquet, agrega que es un término impuesto por la academia norteamericana, que ha disuelto muchos de los planteos feministas en el territorio.[2]
La creación de espacios autónomos dentro del feminismo
En cierto modo, tanto los partidos políticos como las instituciones constituyen para los movimientos sociales feministas entorpecimientos, ahogamientos, constricciones que deben ser combatidas. Para ello, la autora propone un feminismo autónomo del sistema.
En un texto de finales de 1994 titulado “El plano inclinado”, Margarita reflexiona acerca de la colonización que el sistema patriarcal ha ejercido en las mujeres y que se expresa en una “psicología de oprimidas” que impide la percepción clara de nuestra dependencia a las instituciones que nos constriñen. Ante esta situación, propone la creación de espacios autónomos “(...) para encontrar la fuerza, el poder y la creatividad que, desde nosotras mismas, nos permitan construir una simbólica de nuestra corporalidad sexuada y cíclica” (Pisano, 1996, p. 50). Su horizonte conceptual y militante se halla en la necesidad de cortar con los lazos que atan a las mujeres a un sistema que no las deja ser en su completitud, y que les impide construir cultura. Es por esto que la conformación de espacios y de un movimiento autónomo vendría a oponerse al sistema y a construir un reconocimiento entre pares de las propias capacidades tanto como de las ajenas.
Autonomía, aclara, no es aislamiento. Bien por el contrario, su noción de autonomía se relaciona íntimamente con la capacidad de interacción con las demás. El quid de la cuestión sería, para Pisano, que dicha interacción deba realizarse por fuera de los espacios puestos por el patriarcado y las instituciones que le corresponden. Solo así sería posible hacer frente a dicho sistema, revalorizándonos en nuestra capacidad de crear valores y símbolos. En El triunfo de la masculinidad agrega que la autonomía se ejerce cuando el movimiento feminista puede configurar políticas propias, sin el visto bueno de grupos de hombres o mujeres situados en espacios de poder (Pisano, 2001, p. 34).
Por otra parte, en una influencia explícitamente camusiana, Margarita reivindica la rebeldía, entendiéndola como la capacidad humana de cambiarlo todo, que requiere necesariamente de la autonomía para ponerse a funcionar. La autonomía, como libertad de sentir y pensar, independiente de poderes externos y coercitivos, es la fuerza necesaria para transformar la cultura y los valores patriarcales. Es en este sentido que defiende un feminismo autónomo, contrapuesto al feminismo institucionalizado que ha negociado su entrada al sistema desde una situación de desigualdad, aspirando, contradictoriamente, a una posición igualitaria en la cultura: "En todo caso, lo que puedo afirmar es que, sin movimiento autónomo e independiente de partido, y sin una visibilidad clara de un discurso feminista crítico al sistema no hay avances para el feminismo" (Pisano, 1996, p. 13).
El patriarcado y los cortes/conflicto
Hemos visto que Pisano elabora una crítica a las instituciones por considerar que reproducen la lógica del sistema patriarcal, pero ¿qué entiende por patriarcado? y ¿cuáles vendrían a ser sus efectos?
En “La regalona del patriarcado”, escrito en 1995, explica que la cultura[3] está sostenida por una dinámica de dominio que construye los cortes/conflictos en las identidades y los cuerpos. Para profundizar en esta noción debemos primero comprender cómo entiende Pisano la corporalidad y la humanidad. La autora afirma constantemente en sus escritos que nacemos con múltiples potencialidades, que se hallan en nuestros cuerpos entendidos como unidad. En efecto, considera a las personas como conjuntos armónicos e interconectados, cuya humanidad reside en una energía autoconsciente que les posibilita construir conceptos, símbolos y valores. El problema reside en que el sistema, al asignarnos ciertos roles, fija nuestras capacidades.
Estos papeles impuestos, predeterminados y estáticos, producen cortes en nuestra naturaleza libre y unitaria, que se expresan posteriormente en conflictos, con nosotras/os mismas/os y con las/os demás: “atrapar nuestros cuerpos en estos espacios cerrados y fijos nos produce resistencias conscientes e inconscientes” (Pisano, 1996, p. 15). Cortes/conflictos son, según Margarita, la raza, el género, la edad, la religión, pero también jerarquías internas del sujeto como razón/cuerpo o ignorancia/saber. Estructuras que no solo nos dividen en nuestra potencia de ser, sino que también nos posicionan en lugares binarios y estancos de dominación y jerarquía en los cuales crecemos. La naturalización de los mismos trae como consecuencia la casi imposibilidad de transformarlos y de romper así la lógica del sistema.
Dijimos anteriormente que estos cortes/conflictos nos conflictúan, valga la redundancia, en primer lugar con nosotras/os mismas/os, en la medida que perdemos la capacidad de conocer nuestras potencialidades como humanas íntegras; en segundo lugar, nos aparta de las demás, a quienes no reconocemos desde su posición como personas y humanas, sino desde sus cortes/conflictos identitarios (mujer-varón/ blanco-negro/ joven-viejo, etc.); en tercer lugar, nos desvía del proceso de la vida, que, para la autora, es cíclico y se expresa por antonomasia en el cuerpo de las mujeres (profundizaremos sobre este aspecto más adelante cuando revisemos su análisis acerca de la feminidad y la masculinidad).
El patriarcado se estructura desde estos cortes/conflictos, que le sirven como base para instalarse de manera estática, privilegiando uno de los polos: varón, blanco, joven, etc. Para la autora el sistema se estructura con lógicas masculinas: lineales en lugar de cíclicas, proyectivas, sin cambios alternados, y con ansias de dominio sobre la circularidad de la naturaleza. “La cultura patriarcal legitima la experiencia corporal del varón, crea la idea de un Dios-hombre único y sobre todas las cosas” (Pisano, 1996, p. 16). El sistema patriarcal, además, se asienta en la competencia y la guerra, rasgos que para Pisano están expresados en la “naturaleza masculina”. En este sentido, observa que para el varón es más fácil el acceso al poder, y que son ellos quienes lo dan y lo quitan.
En este aspecto creemos que la autora, en primer lugar, obvia una interseccionalidad en su planteo. Pareciera que tanto el colectivo de varones como el de mujeres es homogéneo, sin atravesamientos de raza o clase. Nuevamente aparece el homologamiento de todas las identidades a una misma actitud o semblanza. Por otra parte, si bien hace una crítica al sistema por su esencialismo fundante, ella misma no logra salirse de una idea tanto de varón como de mujer que también esencializa características “naturales” (linealidad, progresión/ circularidad), más allá de que tenga en cuenta la socialización y la cultura. Esto le impide, por ejemplo, pensar el gran problema del capitalismo como fundante de desigualdades y violencias. Margarita adjudica la creación y reproducción de los cortes/conflictos a la estructura patriarcal sin tener en cuenta que, necesariamente, se potencia con las relaciones de producción capitalistas que no solo requieren de una división del trabajo, sino también de la gratuidad de los trabajos de las mujeres. Este “olvido” tiene sentido si lo pensamos desde las influencias de las cuales parte Pisano. El feminismo italiano de la década del 60 discute fuertemente con el marxismo de la época que, habiendo puesto en un primer plano la lucha contra las relaciones capitalistas de producción y la necesidad de emancipación de las clases obreras, ha obviado e invisibilizado la situación de opresión que vivenciaban las mujeres. En consecuencia, la militancia feminista encuentra imprescindible centrar el análisis en el sistema patriarcal y sus relaciones de dominio. En Escupamos sobre Hegel, Carla Lonzi afirma:
La mujer, como tal, se halla oprimida en todos los niveles sociales: no solo a nivel de clase, sino a nivel de sexo. Esta laguna del marxismo no es casual, ni podría ser subsanada ampliando el concepto de clase de modo que englobase a la masa femenina, a la nueva clase (Lonzi, 2017, p. 28).
Esta crítica, fundamental para el marxismo y para la historia del feminismo de la Segunda Ola, es retomada por el feminismo autónomo de América Latina, como ha podido verse. El conflicto que encontramos es que termina cayendo en el mismo dilema en el que se encontraba el marxismo de los años 60: parcializa la mirada en una sola cuestión. Ya sea el capitalismo o el patriarcado, pareciera ser que es uno solo el problema, y que deben combatirse por separado. Al respecto, entendemos que es necesario, a la hora de elaborar una crítica, conformar un mapa complejo de las situaciones de opresión, pues estas no se hallan aisladas, sino que se entrelazan, y en muchos casos, difícilmente puedan entenderse unas sin las otras.
La obligatoriedad del amor
La autora afirma que la fijeza de los cortes/conflictos se cristaliza en la creación de instituciones que permiten la reproducción del sistema a largo plazo: el Estado, las naciones y, en un nivel micro, la familia. De esta última, Pisano desconfía profundamente, en la medida que, legitimada por la consanguinidad, permite la reproducción de estructuras de dominación desde un supuesto “amor natural”: “(...) el espacio familiar es básico para asegurar el sometimiento de las mujeres y preservar el modelo de una sociedad neutra y mentirosa, donde la idea de hombre representa a la humanidad entera (...)” (Pisano, 2001, p. 16, en cursiva en el original). En primer lugar, el amor romántico como exigencia social viene a ideologizar el proceso de reproducción de la especie a través de un manto de dominación que legitima ciertas uniones (varón-mujer) mientras prohíbe otras (específicamente parejas homosexuales); y en segundo lugar, el sistema hace uso de los lazos sanguíneos para exigir relaciones afectivas dentro de las familias en orden a establecer una cierta incondicionalidad amorosa que vendría a expresarse en la obligatoriedad del amor entre madres e hijas/os, hermanas/os, etc. Esta exigencia impide, por ejemplo, a las mujeres, abandonar el espacio íntimo en el cual muchas veces son maltratadas o violentadas. Asimismo, culturalmente las constriñe al papel de madres coartando su potencial creador de valores nuevos.
Como queda visto entonces, no solo los cortes/conflictos, sino también las instituciones patriarcales y la obligatoriedad del amor, limitan las potencialidades de lo humano para aquellos/as sujetos/as que se encuentran dominados/as. A su vez, hiere la posibilidad de relacionarnos libremente, por ejemplo, al impedir las parejas del mismo sexo. Según Pisano, el amor lésbico u homosexual ofrece un importante espacio para deconstruir las dinámicas patriarcales al no estar conducido por la exigencia de la procreación ni la familia nuclear que se sacraliza en la institución matrimonial. Sin embargo, en este aspecto la autora reconoce que, aún en relaciones homosexuales pueden darse dinámicas de dominación y de contraposición entre feminidad y masculinidad, en la medida que las personas que integran estas parejas están impregnadas de la ideología patriarcal en la cual se han criado.
A este respecto, Pisano se refiere a la colonización mental que padecen las mujeres, la cual produce una serie de deseos y emociones que reproducen en función del sistema: el deseo de ser madres, el sentimiento de inferioridad, la necesidad de aprobación del “padre” (siendo este el Estado, alguna institución, el marido, una autoridad, etc.). El peligro que representa no sospechar de estas estructuras internalizadas es aportar a su legitimación y producción. Más adelante veremos cómo profundiza esta cuestión en su análisis de la masculinidad y la feminidad.
La democracia en el sistema patriarcal
Pisano ha hecho interesantes esfuerzos para pensar la democracia dentro de la cultura patriarcal. Este es un tema que interesó al feminismo autónomo chileno, pues, tanto la autora que presentamos, como Edda Gabiola o Julieta Kirkwood comienzan sus andanzas en el feminismo durante y en oposición a la dictadura, con la urgencia de pensar una democracia posible en la cual participen las mujeres. Ya en 1990, con la instauración de un gobierno electo neoliberal en Chile, el feminismo autónomo, comienza a sufrir sus primeras decepciones en torno a los procesos de democratización.
Tanto Ximena Bedregal, pensadora boliviana perteneciente al grupo de las Cómplices, como Margarita, denominan a la democracia neoliberal como “esta democracia”. Pisano analiza esta estructura en un texto que puede encontrarse en su libro Un cierto desparpajo. En él, afirma que la democracia dentro de la cultura patriarcal es una simulación. El patriarcado, como hemos visto, se instala en la necesaria superioridad de unas personas sobre otras, en el dominio y la desigualdad. Bajo este criterio, una democracia construida dentro de esta cultura no es realmente democrática.
El problema yace en que, para la pensadora chilena, mientras no haya libertad y verdadera igualdad entre las personas (sin cortes/conflictos) no podrá haber una legítima democracia, en donde cada quien participe autónomamente. El sistema está instalado en los cortes/conflictos y, por ende, en relaciones de dominación, de ahí que no pueda estar realmente conectado con las vivencias de la población, y no pueda insertar una transformación verdadera.
A su vez, todo beneficio que podamos extraer o todo espacio institucional al cual podamos acceder “democráticamente”, en realidad nos haría cómplices del dominio: “cuando una se adscribe a un sistema que sabe de antemano que es un sistema de dominio y recibe ciertos beneficios usando al mismo tiempo un discurso libertario (…) es entonces cuando existe un grave problema ético” (Pisano, 1996, p. 45). Habría, para Pisano, una doble moral en aquellos agentes (sean políticos, feministas, etc.) que ingresan a este sistema buscando comenzar una transformación, pero manteniéndose en espacios de poder.
Su planteo nos enfrenta con una cuestión importante que el feminismo actual continúa pensando: el acceso de grupos oprimidos a espacios de poder no constituye necesariamente una transformación en el sistema. El hecho de que haya más mujeres, por ejemplo, en cargos de gobierno no implicó necesariamente beneficios, derechos, o reconocimiento para todas las mujeres. Sin embargo, creemos que justamente por ello, este aporte debe pensarse desde las relaciones capitalistas de explotación que se dan de manera transversal con aquellas patriarcales y racistas. No todas las mujeres viven el mismo grado de opresión patriarcal, en la medida que algunas son, ellas mismas, dominantes dentro del sistema gracias a su capital económico o su color de piel.
Hay una idea fundante desde la cual parte la autora: el patriarcado lo invade todo. De ahí en más, nada que surja de allí puede verse con buenos ojos. El problema que encontramos en esto es que obvia los poderes de resistencia en la población, que pueden darse dentro de las instituciones (tomas, huelgas, formación de sindicatos, etc.). Quizás no contienen una fórmula explícitamente antipatriarcal, pero asumen el conflicto social y llevan a cabo luchas por transformaciones de las relaciones de dominación dentro de los espacios públicos o privados. En este aspecto, tomamos la noción foucaultiana del poder como algo que se ejerce más que como algo estático que se tiene (Foucault, 2008, p. 90), y con ello afirmamos que las instituciones no fijan ciertas dinámicas de poder, sino que buscan de manera permanente instalarlas, pero, por ello, es necesario y posible combatirlas para transformarlas. Las vidas no se sostienen por fuera de las instituciones en nuestros sistemas democráticos. Vivimos permeados por ellas, ya sea en el acceso a la salud, la educación o la justicia.
En este sentido, es de suma importancia también poder reflexionar, con las herramientas que aporta Pisano, modalidades de resistencia dentro de las instituciones. Incluso pensar en instituciones feministas: ¿cómo sería una escuela feminista? ¿Una justicia feminista? Señalamos un caso paradigmático de esta situación en Argentina: la sanción de la ley de Matrimonio Igualitario (Ley 26618) en el año 2010. De la misma podría decirse, tomando las ideas de Pisano, que es una institución patriarcal, en la medida que sostiene una idea de amor romántico, regulada, fija y mediada por los cortes/conflictos. Sin embargo, consideramos que habilitó discusiones, posibilitó nuevos modos de llevar la vida, de proyectarse a futuro (social, económica y políticamente) y de pensar el amor para miles de personas.
Por otra parte, poder pensar en la transformación social o cultural a través de la transformación misma de las instituciones resulta fundamental y productivo para el feminismo. Silvia Federici señala que cuando la lucha por el salario por el trabajo doméstico es criticada desde la izquierda por ser una “demanda parcial”, obvia el hecho de que la demanda de un enorme porcentaje de mujeres por acceder al salario (elemento de control no solo capitalista sino también patriarcal) roe sus efectos destructivos y posibilita ciertas discusiones más amplias para toda la clase trabajadora, tales como el debate sobre el horario laboral, los servicios sociales e incluso el acceso a mayor remuneración (Federici, 2018: 37).
Si bien la propuesta de Pisano está enmarcada en un contexto específico en el cual los feminismos institucionalizados seguían políticas dictaminadas por entidades internacionales que nada tenían que ver con los movimientos sociales de mujeres en el territorio, entendemos que es posible elaborar una crítica hacia estos sectores sin abandonar las instituciones sino realizando activismo para transformarlas, discutirlas, producir otros sentidos desde adentro. En este sentido, nos servimos del señalamiento de Federici a la izquierda para dialogar con la propuesta de Pisano en su postura del Afuera. Teniendo en cuenta la estructura y la proyección que dan las instituciones, consideramos que es interesante para el feminismo pensar en modalidades de transformación, reforma y reestructuración.
Feminidad y masculinidad
La cuestión de la feminidad y la masculinidad aparece a lo largo de toda la obra de Pisano, sin embargo, adquiere mayor contundencia en El triunfo de la masculinidad donde, desde una perspectiva pesimista, anuncia el fracaso del feminismo y, como lo advierte su título, la victoria del sistema patriarcal.
Hemos visto que el patriarcado se funda en lo que Pisano denomina como los cortes/conflictos. Pues bien, la fragmentación primera y más importante es aquella de lo femenino y lo masculino. Este corte fija ciertas características a los cuerpos: lo masculino está signado por lo creativo, lo autónomo, lo racional y lógico; mientras que lo femenino vendría a ser lo intuitivo, lo débil, lo dependiente, la reproducción de la especie y lo relacionado con el mundo de los afectos. Esta dualidad se asienta en un modo de lectura asimétrico, en el cual las características “varoniles” son más valiosas que las “femeninas”. A su vez, este corte/conflicto primario se ha ideologizado, produciendo así toda la cultura. Desde la masculinidad se han proyectado las instituciones, los valores, los símbolos, incluso la literatura y la filosofía: “esta supra ideologización de la masculinidad ha cruzado siempre los sistemas culturales, ha impuesto las políticas, las creencias, ha demarcado las estructuras sociales, raciales y sexuales” (Pisano, 2001, p. 9). Hay una imposición universal de valores que tienen que ver con lo “masculino”, negando todos aquellos que se relacionarían con lo “femenino”. La feminidad, como construcción simbólica/valórica patriarcal que ha sido impuesta sobre los cuerpos de las mujeres, ha sido naturalizada y aceptada, funcionalizándose a las demandas de la cultura masculina. Es decir, algunas mujeres han aceptado estar signadas por la maternidad y el amor, por el matrimonio y la pasividad.
Pisano es crítica con las políticas o los feminismos “femeninos” o de “niñas buenas”, como ella los denomina, los cuales exigen “ser buenas y comprensivas”, se basan en los afectos, abogan por abandonar la confrontación de las ideas (por entender que es una práctica masculina), y defienden la idea de que todas las mujeres somos iguales e idénticas por esencia. De acuerdo con Margarita, esta feminidad en realidad no estaría separada de la masculinidad, sino que sería “la masculinidad que contiene en sí el espacio de la feminidad” (Pisano, 2001, p. 10). Es decir que, estos feminismos, en su búsqueda de características propias, terminarían afirmando aquellas que les otorgó el sistema: “la feminidad no es un espacio aparte con posibilidad de igualdad o de autogestión, es una construcción simbólica, valórica, diseñada por la masculinidad y contenida en ella, carente de la potencialidad de constituirse desde sí misma” (Pisano, 2001, p. 26).
En este sentido, su propuesta es abandonar la feminidad como construcción simbólica, como conjunto de comportamientos y costumbres, para así abandonar el modelo en el cual se sustenta, y al cual las mujeres han servido y reproducido históricamente (la masculinidad). A su vez, afirma la necesidad de no legitimar ni reivindicar las características asignadas a la feminidad por el sistema patriarcal, justamente porque ese, más que un modo de rebeldía es una forma de ayudar a reproducir esos cortes/conflictos. Acerca de la verdadera rebeldía, siguiendo a Albert Camus, y como ya adelantamos, afirma que tiene que ver necesariamente con la capacidad de cambiarlo todo, y no de introducir pequeñas reformas desde el lugar que nos han asignado.
Este abandono de la feminidad implicaría, para la autora, en primer lugar, hacer una revisión de la dominación instalada en nuestro interior. Para ello, resulta fundamental, en primer lugar, re-simbolizar nuestros cuerpos entre mujeres (ampliaremos esta cuestión en el siguiente apartado). Y, en segundo lugar, desterrar el esencialismo, y asumir nuestra capacidad de pensar y crear, sin conectarla con lo masculino, sino con nuestra naturaleza humana.
La autora entiende que lo femenino y masculino son construcciones culturales e históricas que han fijado los cuerpos en determinadas estructuras y conductas, dominando a unos sobre otros. En este caso se ha ligado la masculinidad a los varones y la feminidad a las mujeres. Y aquí es donde Pisano sí opera una naturalización al concebir que hay cuerpos de mujeres y cuerpos de varones, con características específicas desde las cuales parecieran desprenderse algunos rasgos tanto de la masculinidad como de la feminidad. Por ejemplo, cuando afirma que los cuerpos de las mujeres están constantemente en procesos cíclicos de cambios y desprendimientos (menstruación), mientras que el de los varones está alejado de la ciclicidad, y contiene una lógica lineal que va de la vida a la muerte. Esta linealidad, esencial al cuerpo de los varones, sería propia de la masculinidad como sistema dominante (Pisano, 1996, p. 15).
En este sentido observamos una cierta contradicción en su planteo. Mientras que, por una parte, asume que en la naturaleza de nuestros cuerpos hay una potencialidad sin restricciones para proyectarnos de múltiples modos, que la cultura patriarcal estanca en los cortes/conflictos; y que masculinidad y feminidad son construcciones culturales de las cuales hay que desprenderse porque nos restringen en lugares fijos; por otra parte, ella misma liga ciertos rasgos culturales a características supuestamente “naturales” de cada cuerpo. Pero resulta que estas propiedades ya restringirían nuestras energías humanas “incondicionadas”, en la medida que, siguiendo su lógica, la experiencia de la mujer necesariamente estaría conectada con la ciclicidad de la vida.
De este modo, su análisis parte de una división binaria supuesta: cultura vs naturaleza. Habría algo previo a lo que la cultura nos impone: una energía no condicionada, alojada en nuestros cuerpos, que permanece a pesar de nuestras fijaciones en espacios estancos, y con la cual deberíamos reconectarnos para crear otra cultura.
Un nuevo proyecto civilizatorio: re-simbolizarnos como humanas para crear otra cultura
La cultura patriarcal nos subsume en programas determinados que debemos seguir: ser varón, ser blanca, ser madre. Estos cortes/conflictos se estructuran de manera asimétrica, permitiendo la dominación y la violencia de ciertos sujetos sobre otros. Según la autora, en el sistema masculino en que vivimos, las mujeres han sido desplazadas de la categoría de humanidad al ser deslegitimadas en su capacidad como constructoras de sociedad, valores, símbolos y cultura. A su vez, el cuerpo de las mujeres ha sido destinado a la reproducción, que cumple un “rol divino”. Dice Margarita a este respecto: “la capacidad reproductiva de la mujer es atribuida a un hecho de la naturaleza y/o de la voluntad divina, según sea el caso, y no a un hecho de lo humano” (Pisano, 1996, p. 20). El cuerpo femenino, al ser leído desde la lógica masculina esencialista que ha buscado dominarlo, ha sido expropiado de sus potencias y ha sido fijado en un destino. Para zafar de esta lectura, la autora propone, como adelantamos en el apartado anterior, desprenderse de la feminidad, la cual nos mantiene en el lugar inferior en que la sociedad nos ha puesto. Renunciar a la feminidad provocaría, en el mismo gesto, renunciar a la masculinidad, en la medida que la primera es producto de la última. Pero ¿cómo renunciamos a la feminidad?
De acuerdo con la autora, quien al respecto sigue la propuesta de Carla Lonzi, las determinaciones sociales en las cuales todas/os nos hallamos (feminidad, masculinidad, blanco, negra, etc.), deben hacerse conscientes para poder desarmarse. En su texto “Un cierto desparpajo”, que se encuentra en su libro homónimo, cuenta que ser feminista le permitió conectarse con la capacidad humana de interrogar la vida para construir otros símbolos y valores, que le fueran propios. Y agrega que el desafío del feminismo es conectarnos con nuestra energía no condicionada, la cual nos permitiría salirnos del orden patriarcal para comenzar a crear una cultura propia (Pisano, 1996, p. 21). Pero ¿cómo conectarnos con esta energía? Según Margarita esto es posible al recuperar nuestros cuerpos, que han sido fragmentados y robados a partir de los cortes/conflictos inducidos por el sistema.
Crecemos en una sociedad que destina nuestros cuerpos a un cierto corte/conflicto, esta determinación impide que nos conectemos con nuestro cuerpo tal cual es, con sus potencialidades de amar y relacionarse, consigo mismo y con los demás seres: “la recuperación del cuerpo desafía a las mujeres en la capacidad de diseñar sus propias vidas, nos desafía en la capacidad de ser productoras de cultura, símbolos y valores, adquiriendo la mujer la capacidad de lo humano” (Pisano, 1996, p. 20). Es decir, las mujeres hemos sido expropiadas de estas potencialidades humanas, y solo al recuperar la energía incondicionada presente en nuestra corporalidad, podremos, desde allí, construir otra cultura, una que nos pertenezca y de la cual podamos sentirnos parte.
Ahora bien, su propuesta concretamente es la de construir espacios de diálogo entre mujeres, en los cuales podamos hacer conscientes las opresiones que hemos internalizado, los cortes/conflictos que vivenciamos, al mismo tiempo que podamos “despabilarnos” acerca del funcionamiento opresivo y asimétrico del sistema patriarcal. Estos espacios también deberían usarse para los debates entre feministas, la explicitación de nuestras diferencias y la creación de nuevos valores, símbolos y, en definitiva, de otra cultura. Una cultura feminista. En este sentido, para Pisano el feminismo es y debe ser una propuesta civilizatoria-cultural que plantee una nueva lógica de aceptación de las diferencias, y resolución de los problemas a través de la integración de los puntos de vista diversos.
A su vez, a Margarita le parece fundamental armar genealogías propias del feminismo, pues en la construcción de una historia propia se asienta la solidez de una propuesta civilizatoria futura. Y aquí aparece la cuestión tanto de la autonomía como de la re-simbolización como humanas. Solo en la medida que las mujeres nos re-simbolicemos como humanas (ya no como femeninas o buenas o pacientes) en nuestra capacidad creadora, en nuestra autonomía con respecto al sistema y en nuestra libertad de inventar, será posible hacer frente al patriarcado desde otra civilización. Pues las feministas no pueden realmente introducir reformas en el sistema masculino, ya que serán capturadas por él. Deben, entonces, ubicarse por fuera del sistema hegemónico, en conexión con sus cuerpos, y desde esa corporalidad crear una nueva civilización a través de pactos políticos que creen una política alternativa. Pero estos pactos no deben asentarse en el hecho de ser mujeres, sino en planes específicos, que las movilicen y que no mantengan referencia con el sistema de la masculinidad.
Esta es la verdadera rebeldía para la autora, la capacidad humana de cambiarlo todo a través de la autonomía. Esta última nos permitiría experimentar un cierto extrañamiento hacia la moral del sistema que hemos internalizado. Por esto es que Pisano se opone a la igualdad, porque coarta la posibilidad de transformar el patriarcado y sus lógicas de dominio y violencia. Si entramos al sistema, adquiriendo igualdad de condiciones jurídicas, financieras, etc., pero tomamos decisiones acerca de la próxima guerra en territorios vulnerados, no estamos transformando nada.
Como adelantamos, la pensadora afirma una división entre nuestra “naturaleza”, nuestro cuerpo “indeterminado”, y las estructuras culturales, que vendrían a imponerse sobre esta materia incondicionada. Esta mirada, que supone algo anterior a la cultura, que podría ser “rescatado”, le permite argumentativamente elaborar una posibilidad a futuro para el feminismo: crear nuevos valores desde aquello que no ha sido aún determinado por el sistema. Pero esta mirada humanista, que confía en una naturaleza humana “sin condicionamientos”, vuelve a establecer el binarismo fundante del que quisiera despegarse, al mismo tiempo que se asienta en una noción de humanidad que pareciera desligada de lo cultural. Cabe entonces preguntarnos, ¿hay acaso una “interioridad” no determinada por estructuras sociales? ¿Es posible pensar en una esencia humana depurada de lenguaje, símbolos, valores? A su vez, es interesante ver cómo Pisano parece disociarse de la sociedad en la que vive al exigir al feminismo situarse por fuera del sistema para poder transformarlo, pero ¿existe acaso un afuera de la cultura?
La discusión continúa
Es indudable que la reflexión de Margarita Pisano surge desde los movimientos sociales. Del encuentro necesario que se da entre el pensar y la praxis política tendiente a la transformación. Es visible, por ello, la interrelación de su pensar con los feminismos que se estaban gestando en el territorio, y con sus compañeras latinoamericanas. Pisano hace el esfuerzo de pensar su presente, de interrogarlo y transformarlo elaborando nuevas categorías. En ese sentido ponemos en valor sus aportes.
Hemos señalado, a lo largo del artículo, aspectos en los cuales discrepamos de su punto de vista o sus afirmaciones. En primer lugar, el hecho de que la autora obvie las relaciones de clase que atraviesan a los sujetos, dejando por fuera de la mayoría de sus reflexiones, las relaciones de dominación que produce el capitalismo. En segundo, consideramos que, aunque sea crítica de la fijación en significantes que producen los cortes/conflictos, entra en contradicción con su planteo pues ella también por momentos reproduce ciertos esencialismos, como cuando afirma la circularidad de los procesos corporales “femeninos” o “de las mujeres” y la linealidad de “los varones”.
Con respecto a su postura rebelde de transformar completamente la cultura, entendemos que, por una parte, permite desligarnos del peligro al individualismo en el cual nos sitúa el neoliberalismo y sus políticas meritócratas, a partir de las cuales solo encauzamos nuestro interés en perseguir el propio beneficio; pero, por otra parte, paraliza, en cierto modo, la capacidad de acción en el plano político concreto, en la medida que la coyuntura, con su violencia y su urgencia, no permite, la mayoría de las veces, revoluciones de este tipo. De la misma manera que impide, para muchos cuerpos, la supervivencia por fuera de las instituciones. En este sentido, el enfoque de Pisano, al situarse en un afuera idealizado, obvia las realidades de personas que, sin el apoyo de ciertas instituciones, no sobreviven. En este sentido, sostenemos la importancia de pensar modalidades creativas de intervención en las instituciones, viciadas de prácticas patriarcales, capitalistas, transfóbicas y capacitistas.
Coincidimos en que una igualdad femenina para participar en decisiones de guerra o recortes al presupuesto nacional es una igualdad vacía. Sin embargo, la oposición entre autonomía e institucionalidad, que ella marca como insalvable, pierde de vista la multiplicidad de feminismos que pueden encontrarse ya sea dentro del reformismo o del autonomismo, o incluso por fuera de estas propuestas, pero que contienen sus especificidades que sobresalen al binarismo. En relación con esto, rescatamos su propuesta de re-simbolizarnos como humanas, pues supone a lo humano como proceso y como lucha. De ahí su constante señalamiento a la militancia feminista a que no pierda de vista la reflexión y la creatividad, pues un movimiento feminista sin prácticas de formación, de crítica y autocrítica no tiene sentido.
Por último, y acerca de sus reflexiones con respecto al patriarcado, creemos que, deudoras de los aportes del feminismo italiano de la década del 60, son contribuciones fundamentales para el feminismo en Latinoamérica. En efecto, pensadoras como Andrea Franulic y la misma Edda Gabiola, retoman sus aportes conceptuales y continúan sus reflexiones. Sumado al hecho de que Pisano fundó espacios como La Casa de la Mujer “La Morada” y Radio Tierra, al igual que el Movimiento Rebelde del Afuera, que continúa hasta el día de la fecha.
Nuestra decisión de recuperar los aportes conceptuales de Margarita se ve sustentada en la necesidad de valorizar y poner en discusión el pensamiento de feministas de la región. Sus escritos nos han permitido pensar problemas fundamentales para nuestros feminismos, y su mirada inverecunda nos aporta ese cierto desparpajo, necesario a veces para recomenzar la crítica de nuestro presente.
Recibido: 09/04/2023
Aceptado: 10/09/2023
Referencias Bibliográficas
Celedón, Alejandra y Gabriela García de Cortázar (2017). Margarita. ARQ (Santiago), (95), 126-139. scielo.cl/pdf/arq/n95/0717-6996-arq-95-00126.pdf
Falquet, Jules (2014). Las “Feministas Autónomas” latinoamericanas y caribeñas: veinte años de disidencias. Universitas Humanística, (78), 39-63. http://www.scielo.org.co/pdf/unih/n78/n78a03.pdf
Federici, Silvia (2018). El patriarcado del salario. Tinta Limón.
Foucault, Michel (2008). Historia de la sexualidad. La voluntad de saber. Siglo XXI.
Gaviola, Edda, Bedregal, Ximena y Rojas, Rosa (2009). Feminismos cómplices. Más gestos para una construcción radicalmente antiamnésica. En M. Pisano, E. Gaviola, X. Bedregal, R. Rojas, A. Franulic, (2009). Feminismos Cómplices, 16 años después, 6-24. La Correa Feminista-CICAM.
Lonzi, Carla (2017). Escupamos sobre Hegel. Tinta Limón.
Pisano, Margarita. (1995) Deseos de cambio ¿o el cambio de los deseos? Editorial Revolucionarias.
Pisano, Margarita (1996). Un cierto desparpajo. Sandra Lidid.
Pisano, Margarita (2001). El triunfo de la masculinidad. Surada Ediciones.
Pisano, Margarita (2004). Julia, quiero que seas feliz. Surada Ediciones.
Pisano, Margarita (2009). Fracasos y una salida. En M. Pisano, E. Gaviola, X. Bedregal, R. Rojas, A. Franulic. (2009). Feminismos Cómplices, 16 años después, 3-5. La Correa Feminista-CICAM.
* Universidad Nacional de Cuyo. Facultad de Filosofía y Letras. Departamento de Filosofía Argentina y Americana. Mendoza, Argentina.
[1] Los grupos de autoconciencia surgen en el movimiento del feminismo radical estadounidense en la década del 60. Eran espacios en los cuales las mujeres se reunían para llevar a cabo procesos de conciencia de sus propias opresiones internalizadas, en orden a des-alienarse de la cultura “masculina”.
[2] A este respecto, hacemos notar que subyace de manera implícita, en las reflexiones de Pisano, un cierto cuestionamiento a la idea de la deconstrucción del propio género, a los movimientos trans, y a una supuesta “licuificación” de la categoría de mujer e invasión de “varones disfrazados” en el movimiento. Sobre la cuestión no nos explayaremos, sin embargo, hacemos notar que su posición ya entrada el siglo XXI, como la de gran parte del feminismo autónomo, se ubica en una corriente que rechaza la teoría queer, las identidades trans y travestis, y que, en varios de sus argumentos, hacen surgir importantes cuotas de transfobia, desestimando sus identidades y considerando sus aportes como ilegítimos por ser “patriarcales”. Para más información pueden consultarse entrevistas recientes: Cfr.: Pisano, M. “En pleno disfraz. Desde las profundidades del patriarcado” en Margarita Pisano: https://www.mpisano.cl/en-pleno-disfraz-desde-las-profundidades-del-patriarcado/.
[3] Entendemos que por “cultura” se refiere a la cultura occidental, en la medida que, generalmente, se está refiriendo tanto a Chile como América Latina, sin un diálogo explícito con culturas nativas u orientales.