UNA LECTURA DE EL CHE AMOR (1965): LA FRACTURA DE LA EMOCIONALIDAD GUERRILLERA EN LA POÉTICA AFECTIVA DE ALBERTO SZPUNBERG
A READING OF EL CHE AMOR (1965): THE FRACTURE OF GUERRILLA EMOTIONALITY IN THE AFFECTIVE POETICS OF ALBERTO SZPUNBERG
María
Luján Travela*
Resumen
La articulación del afecto y el género como categorías de la crítica habilitan lecturas disruptivas que ponen en jaque las construcciones discursivas en torno a ciertos entramados culturales canonizados. Tal es el caso de la épica revolucionaria latinoamericana de los sesentas, que se erige alrededor de la figura del Hombre Nuevo guevariano. Tras poner el acento en la capacidad que tiene un cuerpo de afectar y ser afectado, este artículo busca analizar el modo en el que el escritor argentino Alberto Szpunberg (1940-2020) construye en El che amor (1965) una poética capaz de afectar la circulación legítima de las emociones de la masculinidad guerrillera a partir de performances corporeizadas.
Palabras clave: Alberto Szpunberg - poesía - afectos - género - Hombre Nuevo
Abstract
The synthesis of affect and gender as categories of criticism enable disruptive readings that hack the consolidated speech around canonized cultural formations. Such is the case of the Latin American revolutionary epic of the sixties, which is built around the figure of Guevara's new man. After emphasizing the ability of a body to affect and be affected, this article seeks to analyze the way in which the Argentine writer Alberto Szpunberg (1940-2020) develops in El che amor (1965) a poetics capable of affecting the legitimate circulation of emotions of guerrilla masculinity from embodied performances.
Keywords: Alberto Szpunberg - Poetry - Affects - Gender - New Man
Introducción
En una publicación en torno a los Viajes de Sarmiento, Sylvia Molloy (2002) señala el potencial desestabilizador del género como categoría de lectura para la crítica latinoamericana, en especial sobre los cánones literarios que esta ha construido. Se trata de una apuesta, a la vez política y epistemológica, por una “relectura llamativa” e incisiva que dé lugar a grietas y puntos de fuga, una nueva flexión en el entramado cultural del continente. En términos similares se expresa, más adelante, Mabel Moraña al referirse al afecto como un punto de inflexión clave en la “caja de herramientas” de la crítica, en la medida en la que se reconozca que la potencia afectiva es la que configura los vínculos de una comunidad con su pasado, así como las lecturas que esta hace de su presente y “la proyección hacia el futuro posible, deseado e imaginado en concordancia o en oposición a los proyectos dominantes” (2012, p. 315). De este modo, la autora sugiere que, para problematizar las formas de conocimiento, las conductas sociales, los procesos de institucionalización del poder y sus asentamientos intersubjetivos, será necesaria la revisión radical de la historia cultural a la luz del giro afectivo. A partir de la articulación de los afectos y el género, entonces, indagaremos en la escritura del poeta y militante revolucionario Alberto Szpunberg (1940-2020), con el objeto de contribuir a la tarea de releer y revisar el entramado cultural de los años sesenta en América Latina, período que tiene a la Revolución Cubana como núcleo magnético y la construcción del Hombre Nuevo como imperativo. Como lo indica Claudia Gilman (2003), la diligencia revolucionaria llevó a la radicalización del debate público y la institución de la política como vector legitimador de toda práctica, especialmente al interior del heterogéneo campo intelectual, donde regía la lógica del amigo-enemigo[*] y la bipartición entre (varones) comprometidos y revolucionarios: quienes elegían no subordinar su pluma a las dirigencias en pos de la propia autonomía y quienes estaban dispuestos a subsumir sus tareas a la causa y dejar el cuerpo en el campo de batalla, a la renuncia plena por la revolución.
En esta trama de polémicas y disputas, la poesía no escapó a dichas tensiones, sino que, por el contrario, se presentó como un potente espacio discursivo en el que proliferaron representaciones críticas, ambiguas y contradictorias, un decir “desterritorializante que visibilizó las tensiones sobre las que se constituyó el imaginario revolucionario latinoamericano” (Catalano y Fernández 2020, p. 192). En efecto, en este artículo examinaremos una serie de modulaciones disonantes presentes en El che amor (1965), tercer poemario publicado por Szpunberg y del que se infieren dos campos semánticos superpuestos, el guevarista y el amatorio. Dicha yuxtaposición delínea una ficción escritural paradójica en la que la doxa guerrillera, cuyo sujeto axiomático es el varón que ha entregado el cuerpo a la revolución, es afectada a partir de la inclusión de una voz y una corporalidad femeninas, minoritarias en términos deleuzianos[†]. Desde la dimensión afectiva, nos proponemos explorar, entonces, el modo en el que la poética sesentista de Szpunberg inscribe actos performativos corporeizados (Butler 1990) en una poética que afecta y desborda la emocionalidad guerrillera, de forma tal que habilita una revisión de la configuración de la subjetividad y la corporalidad de la lucha armada, ordenada por la edificación del Hombre Nuevo, ideal revolucionario sintetizado en El socialismo y el hombre en Cuba (2011) por Guevara, y encarnado por él mismo: sujeto absoluto de la historia, liberado de toda forma de dominio y, por lo tanto, en servicio ya no de su voluntad individual, enajenante, sino del pueblo a quien ama y por quien trabaja continuamente. En esta constelación, la ejemplaridad del Hombre Nuevo consiste en su apuesta total por el futuro, pasión bajo la que se consigna el peregrinaje, el reclutamiento, el sacrificio y la muerte (Gilman, 2015).
Los cuerpos de la guerrilla
En su libro de 1970, Kate Millett (1995) introduce el concepto de política sexual para problematizar hasta qué punto la relación que existe entre los sexos está diametralmente imbricada con lo político. Las sociedades patriarcales, de acuerdo con la autora, se estructuran y sostienen a partir de políticas sexuales, es decir, una serie de normas, conductas, imaginarios, relatos, etc., que tienen un anclaje ideológico, sociológico, psicológico, material y económico, que hacen de la supremacía masculina, encarnada en el varón, la norma. En este marco, el cuerpo es territorio de dominio, tanto en términos jurídicos como de forma implícita (Millett, 1995). La lucha armada latinoamericana de 1960 está íntegramente atravesada por estas concepciones, en la medida en la que tuvo por interlocutor privilegiado al varón heterosexual mientras se anulaba la pertinencia de la participación femenina. Al varón paradigmático, a su vez, se le demandaba la entrega total a la causa revolucionaria. El sacrificio que este debía afrontar implicaba la renuncia al erotismo y la sexualidad, bajo la guía de la férrea moral guerrillera, que concebía la libertad sexual como una exuberancia pequeñoburguesa (Cosse, 2017).
Así lo confirma el estudio de Nilda Redondo (2016), quien reconstruye, a partir de un minucioso trabajo documental, la primera experiencia foquista argentina, la guerrilla salteña, entre finales de 1963 y principios de 1964. Jorge Ricardo Masetti, formado originalmente en el nacionalismo de derecha y recientemente regresado de la Cuba revolucionaria, se encargó de organizar el Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) bajo la dirección del Che Guevara, . De acuerdo con el relevamiento de Redondo, este incluía en su código de disciplina “la pena de muerte por traición ante el enemigo, aprovechamiento de la población civil (violaciones, robos, etc.) y homosexualidad” (2016, pp. 166-167). A su vez, se constata en diversos testimonios el fusilamiento de dos de sus miembros, uno por intento de deserción y otro por “insubordinación, pérdida de moral revolucionaria y descuido de armas y materiales militares”, tras ser descubierto masturbándose (2016, pp. 171-172).
Asimismo, Isabella Cosse (2017) explora las matrices fundacionales de la moral sexoafectiva de la guerrilla en Argentina. En primer lugar, se detiene en la constitución del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en el noroeste argentino, bajo las influencias del catolicismo tradicional y al calor del onganiato y el asesinato de Ernesto “Che” Guevara en Bolivia. En este contexto, se legitimó la intervención de las autoridades partidarias sobre la vida sentimental de sus militantes y la defensa del matrimonio. Los dirigentes debían ser un ejemplo de moral revolucionaria, lo que impedía la escisión de la esfera íntima y el compromiso político. La concepción del amor en términos judeocristianos y patriarcales subordinaba las decisiones personales al deber social, la entrega amorosa era igualada a la revolucionaria, que exigía una abnegación sin límites. Entonces, la fidelidad amorosa se subsumía al valor de la lealtad política en un imaginario donde el alejamiento de dicho valor suponía la traición. En segundo lugar, Cosse examina la conformación de Montoneros, organización identificada con el peronismo y la lucha armada por el socialismo en cuyos orígenes también se observa el ascetismo cristiano. De este modo, se homologan una vez más la moral sexual, la fidelidad matrimonial y la lealtad política, noción vertebral del peronismo del que se desprendía un discurso dicotómico que oponía el “bien” al “mal”. La autora concluye:
lo personal adquirió sentido político en un colectivo que asumía la refundación moral con el objetivo de desterrar los valores capitalistas (como el individualismo) de las relaciones sociales, pero también de las familiares y amorosas. Lejos de las libertades individuales, la revolución exigía una entrega completa de los sujetos a la causa colectiva y la sumisión de lo sentimental a la lucha revolucionaria en una lógica que ponía en cuestión la separación misma de lo privado y lo colectivo (Cosse, 2017, p. 43).
Tales afirmaciones se verifican en la carta programática que Ernesto “Che” Guevara escribe a Carlos Quijano, editor de Marcha, semanario de Montevideo, titulada “El socialismo y el hombre en Cuba”, y publicada en la revista uruguaya el 12 de marzo de 1965. Siempre en términos masculinos, este ensayo proclama la abolición del individuo de la sociedad capitalista, ligado al aislamiento y la autosatisfacción, y la consolidación del hombre revolucionario, el hombre futuro, portador del germen del socialismo, custodio y depositario de la causa total. Para lograr este objetivo, cada hombre debe asumir la entrega absoluta y constante, ejecutando una “revolución” también en sus hábitos y perpetrar en la vida cotidiana una actitud heroica. Así, el individuo debe someterse a un proceso consciente de autoeducación fundado en un esfuerzo continuo para erradicar los residuos del pasado. El Che Guevara anuncia que “la época gloriosa que nos toca vivir es de sacrificio a la revolución verdadera, a la que se le da todo” (2011, p. 19) y en la que se premia a los que cumplen y se castiga a los atenten contra la sociedad en construcción. Ahora bien, resulta especialmente valioso a los fines de nuestro análisis detenernos a lo que esta carta concibe como amor, y a lo que no:
Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad. Quizás sea uno de los grandes dramas del dirigente; éste debe unir a un espíritu apasionado una mente fría y tomar decisiones dolorosas sin que se contraiga un músculo. Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas más sagradas y hacerlo único, indivisible. No pueden descender con su pequeña dosis de cariño cotidiano hacia los lugares donde el hombre común lo ejercita.
Los dirigentes de la Revolución tienen hijos que en sus primeros balbuceos, no aprenden a nombrar al padre; mujeres que deben ser parte del sacrificio general de su vida para llevar la Revolución a su destino (...) Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización. El revolucionario, motor ideológico de la Revolución dentro de su Partido, se consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene más fin que la muerte, a menos que la construcción se logre en escala mundial” (Guevara, 2011, p. 20. El resaltado es mío).
Como es posible advertir, “El socialismo y el hombre en Cuba” es sustancial para la constitución de la moral revolucionaria y prefigura al Hombre Nuevo como identidad naciente, en tránsito. En el pasaje citado, que se inicia con la célebre proposición que consagra “los grandes sentimientos de amor” a los hombres revolucionarios, se definen las formas habilitadas del afecto, en términos sacrificiales, ascéticos y humanistas, en contraposición a “las pequeñas dosis de cariño cotidiano”. Por lo tanto, en el contexto de la insurgencia foquista en América Latina se produce una politización explícita del sentir y de la corporeidad. En simultáneo, en esta fórmula las mujeres, junto a las familias, son concebidas únicamente como sujetos del espacio doméstico, estériles para la esfera pública, que deben aceptar la posición subalterna respecto de la lucha en la vida del naciente Hombre Nuevo, con lo que se infiere la amenaza que su interferencia supone para los ámbitos de la política.
Así, sellado con la consigna “Patria o muerte”, en el escrito dirigido a Carlos Quijano puede rastrearse la emocionalidad de las guerrillas latinoamericanas de los sesentas, su economía afectiva, en términos de Sara Ahmed (2007; 2014): en él es posible reconocer las condiciones de producción, circulación y recepción de las emociones, en tanto prácticas sociales y culturales fundamentales para la elaboración intersubjetiva de las identidades. De esta manera, la autora descarta la concepción de las emociones como elementos exclusivos de la interioridad psíquica y la individualidad, y las coloca en el plano social, en la medida en la que son determinantes para la vida pública. A partir de los conceptos de la crítica marxista, Ahmed equipara el funcionamiento de la emocionalidad con la del capital y considera que es el circuito de las emociones, histórica y culturalmente construido, el que interviene primordialmente en la conformación de los cuerpos, su interrelación y su posicionamiento o impugnación en el espacio social, así como la delimitación del mismo. De este modo, el concepto de economía afectiva nos permite comprender el marco binario de lo público y lo privado que rige la emocionalidad revolucionaria latinoamericana, en el que el cuerpo, entregado a la lucha armada, puede establecer determinadas relaciones de forma legítimas, mientras que otras son entendidas como contrarrevolucionarias, tendientes al aislamiento y la autosatisfacción del individuo capitalista.
Dado el carácter corporal de dichas relaciones, debemos considerar sucintamente la noción misma de cuerpo. De acuerdo con Judith Butler (2006), todo sujeto es precario en tanto que no existe por sí mismo de forma plena, autónoma o autosuficiente, sino que, por el contrario, este se halla siempre en relación de sujeción a otros sujetos. Es más, es a causa de la existencia y necesidad de los otros que el sujeto sufre y desea. La precariedad supone, entonces, una marca de falta e incompletitud y, a su vez, una posibilidad de potenciación de la agencia (Butler, 2006). El carácter relacional y precario del sujeto es encarnado por el cuerpo que, en la estela de Heidegger, podemos considerar como arrojado al mundo, por lo que entra en contacto con lo otro desde su primera aparición. Esta línea se desprende de la concepción spinoziana, según la cual un cuerpo no puede experimentarse sino a través de las relaciones que éste es capaz de establecer y a las que se expone desde el momento en el que nace, cuando compone relaciones específicas, particulares y momentáneas con otros cuerpos a su alrededor (Béjar Ramírez, 2021). Deleuze y Guattari (2004) explican que, cuando Baruch Spinoza postula que “no sabemos lo que puede un cuerpo”, señala que no es posible determinar a priori lo que un cuerpo será sin considerar la disposición en la que se encuentre en cada caso, las transiciones por las que atraviesa, las afecciones, al entrar en contacto con otros cuerpos. Por lo tanto, no sabemos de un cuerpo hasta no saber los afectos de los que es capaz, cómo se compone o no con otros afectos, en tanto pasajes que lo descomponen o lo modifican, proceso mediante el cual se produce un devenir-otro. En términos similares se expresa Jonathan Flatley (2008), quien retoma estas perspectivas e indica que pensar los afectos implica partir de una lógica relacional y transformativa en una plano intersubjetivo y del sujeto en su medio, con el mundo material circundante, al que se apega y recrea, a la vez que se recrea.
De esta manera, no es posible concebir los afectos que los sujetos configuran sin considerar la puesta en escena corporeizada de un otro con el que se entra en contacto. Por lo tanto, una vez más, las tesis elaboradas por Judith Butler resultan iluminadoras. Por un lado, en un temprano artículo de 1990, la autora recorre las aproximaciones de la teoría fenomenológica de los actos constitutivos a la concepción de cuerpo con la que articula la dimensión histórica, intersubjetiva y de género. En este análisis, es fundante la noción de performatividad, que consiste en la repetición estilizada de actos encarnados. Por lo tanto, Butler explica, en primer término, que tanto para Maurice Merlau-Ponty como para Simone de Beauvoir el cuerpo, lejos de responder a una esencia interior, es “el proceso activo de encarnación de ciertas posibilidades culturales e históricas” (1990, p. 298) que, al efectuarse, cobran un significado. De este aspecto, la autora desprende el carácter dramático de los actos constantes mediante los cuales se materializan una serie de posibilidades con las que se da lugar a una identidad en proceso, discontinua e ilusoria, sancionada socialmente e igualmente transformable, característica que formula a través de una ontología de los gerundios como “una forma de ir tomando cuerpo” (1990, p. 299). Se trata de una performance repetida, de actos performativos que excluyen toda inmanencia y exteriorizan lo que Butler entiende como ficciones que tensan la división de lo privado y lo público.
Más adelante, en su libro Cuerpos aliados y lucha política (2017), Butler conjuga los conceptos de performatividad y precariedad en una doble valencia del término, entendido, por un lado, como la incompletud del sujeto y su interdependencia respecto del otro, como ya hemos expuesto, y, por otro, en algunos casos traducido como precaridad (Butler, Cano y Fernández Cordero, 2017, p. 23), como la subalternidad, invisibilidad e inaudibilidad sistémica y estructural. Nos concentraremos en la acepción relativa a la interdependencia y su articulación estratégica con las teorías performativas que ensaya Butler para explicar el modo en el que el encuentro de los cuerpos pueden producir nuevas formas de lo político. Previo a desarrollar este argumento, la autora sintetiza el desarrollo que ha realizado en trabajos previos en relación al concepto de la performatividad. Destaca, en primer lugar, el aspecto lingüístico de todo enunciado que da existencia a aquello que expresa, y, por lo tanto, modela los modos de vida corporeizados que los sujetos adquieren a lo largo del tiempo. En este sentido, Butler recupera a Shoshana Felman para postular que “el acto del discurso está igualmente implicado en las condiciones corporeizadas de la vida” (2017, p. 16), es decir, establecer un correlato entre la perfomance verbal y la performance corporal. De este modo, retoma el carácter generizado de todo acto performativo para luego explorar la dimensión colectiva de la performatividad. En esta nueva elaboración de su teoría performática, es fundamental el punto de reunión[‡] en el que se producen nuevas modalidades de corporeización, las cuales tienen la potencialidad de horadar, ampliar o transgredir el orden público y el imaginario de lo político, sin perder su cualidad heterogénea. En este sentido, Butler señala que un encuentro performativo no necesita asumir o producir una identidad uniforme sino que, por el contrario, establece “relaciones dinámicas entre las personas, en las que puede observarse cómo se activa el apoyo, la disputa, la ruptura, la alegría y la solidaridad” (2017, p. 34).
Así, la posibilidad de pensar la performatividad desde su aspecto político, intersubjetivo, generizado, lingüístico y corporal nos permitirá abordar la poesía del por entonces guerrillero Alberto Szpunberg, que escapa al gobierno de la economía afectiva de la revolución al inscribir la puesta en contacto, la afección, de dos cuerpos: un sujeto poético, varón y militante, con una mujer que no se circunscribe al espacio que le impone la emocionalidad de la guerrilla sino que lo interpela. De este modo, en diversos pasajes de El che amor se pone en escena el cuestionamiento a la masculinidad épica de la militancia armada al subsumir el mandato sacrificial al erotismo, el goce y el deseo.
La poesía como arena de conflicto
Alberto Szpunberg nació en septiembre de 1940 en Buenos Aires, en una familia de clase trabajadora con inclinaciones socialistas, de origen judío y proveniente de Polonia. En su juventud temprana comenzó a ensayar sus primeras inscripciones en la poesía y la literatura, al mismo tiempo que ingresó a las filas del Partido Comunista (PC). Esta confluencia dio lugar a una poética enlazada a la vida política y las causas populares, bajo la influencia de poetas militantes como Raúl González Tuñón, Juan Gelman o Juana Bignozzi, que buscaban sintetizar, en mayor o menor medida, el compromiso político y la exploración estética. En 1962, Szpunberg publicó su primer libro, Poemas de la mano mayor, donde pueden apreciarse estos influjos. De acuerdo con las reconstrucciones que realiza Nilda Redondo (2016), son ambos, sus tendencias estéticas y sus posicionamientos políticos heterodoxos, los que provocan la expulsión de Szpunberg del PC en 1963 y agilizan su proximidad a las primeras gestaciones de la guerrilla en Argentina. En primera instancia, simpatizó con el EGP, la guerrilla salteña, a la que se propuso unirse apenas meses después del ingreso de su mejor amigo, Marcos Szlachter. Sin embargo, en marzo de 1964 se produjo un quiebre fundamental en su trayectoria tras el asesinato de su amigo y la desarticulación del foco en manos de la Gendarmería. El poeta impulsó la conformación de la Brigada Masetti, uno de los grupos de las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL). Además, junto a un grupo de poetas, publicaron en distintos medios escritos que homenajeaban al EGP y sus bajas. Szpunberg incluyó estos poemas en el libro de 1965, El che amor, última publicación hasta 1981, cuando ya se encontraba en el exilio. Este episodio fue el que hizo de Szpunberg un escritor revolucionario, en los términos ya citados descriptos por Claudia Gilman, llevado por tales poemas a la plenitud de la lucha, según él mismo declara en “Seré el que seré”, el prefacio de su obra reunida (Szpunberg, 2013, p. 12). Así, entregado a la organización armada y al proyecto continental, convencido de que “la poesía era la militancia” (Redondo, 2016, p. 193), durante sus más de quince años alejado de las publicaciones, el poeta se encuadró en el PRT-ERP, llevando, así, una doble vida, entre la clandestinidad y la militancia pública, como estudiante y luego profesor en Letras, y Director de la carrera de Lenguas y Literatura Clásica de la Universidad de Buenos Aires en 1973, así como periodista de La Opinión y director de su suplemento cultural entre 1975 y 1976 (Redondo, 2016, pp. 185-186).
Esta recapitulación de la militancia de Szpunberg nos permite comprender su posicionamiento en el campo político y su adhesión programática al movimiento armado de influencia guevarista. En una misma línea, esta reconstrucción nos obliga a complejizar la lectura del poemario de 1965, libro que obtuvo la primera mención en la categoría poesía de Casa de las Américas de ese año, pero en el que, sin embargo, no todo es épica revolucionaria. Dividido en cuatro secciones, “El che amor”, “Confabulaciones”, “Bando” y “Egepé”, solo en esta última parte nos encontramos con poemas que deliberadamente buscan apelar a una sensibilidad que viera en la guerrilla un destino, aquellos que fueron escritos a modo de homenaje el año anterior, tras la caída del foco en Salta. En estos textos, se erige un tono celebratorio y convocante en el que el asesinato de los guerrilleros del EGP, a quienes se proclama como “los muertos de amor” (Szpunberg, 2013, p. 185), es entendido como un sacrificio mayor que se convierte en garantía de lucha y emancipación, se asume por completo los mandatos de la moral revolucionaria, y los poemas se articulan con su discurso hegemónico, en la que cada parte del cuerpo pertenece al combate. En estos textos la temporalidad se lanza hacia el futuro como espacio de triunfo y consagración y la escritura marcha, armada, hacia adelante, inexorable, con una métrica de ritmo fuertemente marcado y cortes de versos precisos.
No obstante, lejos de cristalizarse una imagen totalizante y unívoca en relación a la lucha armada, las tres secciones que preceden se establecen como contrapuntos disonantes que fracturan y desvían la prescripción sacrificial del cuerpo del militante. No solo se hallan pasajes que cuestionan la posibilidad misma de la revolución e impugnan el destino fatal ineludible pero en vano de todo guerrillero. En El che amor se disputa abiertamente la condición subalterna de aquellas “pequeñas dosis de cariño cotidiano” a las que el hombre armado debe renunciar en nombre de la revolución. Especialmente en la sección homónima, pero también en “Confabulaciones”, se produce un deslizamiento semántico clave con el que los grandes sentimientos son inspirados no por la causa emancipatoria ni la liberación de los pueblos de América, sino por la cercanía y el contacto de un cuerpo femenino. “Ella”, permanentemente invocada en estos poemas, toma una posición discursiva estratégica que permite al sujeto de la enunciación poética manifestar un deseo otro, con lo que se construye un andamiaje afectivo que se superpone al de la edificación del Hombre Nuevo guevarista y que supone una fisura ambivalente al interior del propio título El che amor, que ya no puede leerse sin admitir sentidos contrarios y excluyentes.
Entonces, este libro compone una compleja zona de contradicciones irresueltas en la que, como sugieren Catalano y Fernández, la poesía desterritorializa aquello que en simultáneo contribuye a forjar (2020, p. 208), ofrece resistencia y permite mantener la imaginación política abierta frente a un discurso totalizante, el de la lengua revolucionaria, que no admite matices ni divergencias. De acuerdo con Jacques Rancière (2011), lo literario puede dar lugar a nuevas formas de inteligibilidad, un nuevo sensorium, en el que la “política de la literatura” interviene en la redistribución material y simbólica del espacio, el tiempo, las imágenes, los objetos y los cuerpos. En este sentido, la poesía tiene la potencialidad de alterar las economías afectivas, de torcer o bifurcar la circulación legítima de los afectos. La poética de Szpunberg lo hace a partir de una puesta en escena, una performance que consiste en el encuentro corporeizado, al encarnar un sujeto revolucionario que anuncia en el primer poema su partida hacia las tormentas, los ciclones, y, no obstante, es desorientado y afectado por un sujeto femenino deseante, como es posible leer en “El che amor” III:
Olvidado de mis holas mis adioses
suelo encontrarme perderme
los días de otoño que vienen insistirán con sus tristezas
las noches de su cuerpo que vienen insisten ya con sus sonrisas
saco la mano aguardo impacientísimo la primera de las lluvias
y tranquilamente miro sus ojos esperándola esperándola
las hojas suelen caer como sus manos
sobre mi cuerpo
y la tierra no se llena aunque todo un otoño la cubra:
hay para más hojas más lluvias más noches más días toda ella (Szpunberg, 2013, p. 172).
Este poema cifra una correlación entre los días de otoño y las tristezas, que se asociarán luego a la imagen del fuego que enrojece el aire, quema las manos y nubla los ojos (Szpunberg, 2013, p. 176) en alusión a la euforia revolucionaria de la época que es puesta en duda y que evidentemente no logra entusiasmar al sujeto. Por el contrario, las noches confluyen con un cuerpo que se espera anhelante, sentido reforzado por la duplicación (esperándola esperándola). Puede observarse cómo efectivamente esta conmoción es eminentemente corporal: son sus sonrisas que insisten, sus ojos los que se miran, sus manos las que caen sobre su cuerpo, y, “aunque todo el otoño” cubra la tierra, el deseo de “toda ella” es insaciable. Así, se invierten los valores que impone la economía afectiva de “El socialismo y el hombre en Cuba”, tras esta intervención el otoño es impotente frente a la cercanía y el contacto de la mujer que hace olvidar al yo poético de sus “holas”, sus “adioses”. El cuerpo ya no pertenece a la causa revolucionaria sino que es entregado al erotismo y la sensualidad. Este poema de versos largos es seguido por otros tres sin escansiones que tienen por título, precisamente, “Sus ojos”, “Sus manos”, “Sus piernas”, en los que se reinscribe esta puesta en contacto de ambas corporalidades en un espacio de intimidad al que todo lo existente queda impregnado. Citamos el último a modo de ejemplo:
La sostienen cuando en verdad es el mundo que se les prende y ellas lo llevan lo traen giran las cosas de este mundo vale decir hoy día la poesía camina como pisando corazones o sea yo sufro de terribles palpitaciones o sea corazonadas o sea bajo ella soy de la tierra para abajo pero entre ellas soy de la tierra vale decir camino sobre las aguas más salvajes de la tierra incendio mi pecho agrego leña al fuego leña bosques selvas a las llamas regreso corriendo de mis viajes cosmonautas a tomar vuelo en sus rodillas
me sostienen
(Szpunberg, 2013, p. 173).
Así, sus piernas, así como antes sus ojos y sus manos, no solo provocan alteraciones en el cuerpo del sujeto, las palpitaciones, y hacen girar las cosas de este mundo al reordenar su disposición con sus movimientos. También se apropian de la significación del fuego, enardecen al hombre y el encuentro con la amante ocupa los bosques y las selvas, territorios privilegiados de la guerrilla. Desprovisto de puntuaciones, en un aliento que no puede interrumpirse y en el que los pronombres femeninos singular y plural se confunden, el poema da lugar a un único espacio en blanco para enfatizar el carácter medular de sus piernas en la propia concepción de los afectos: el cuerpo de ella también lo sostiene a él. El contacto afectivo que se produce en este texto establece relaciones que descomponen los mandatos de la lucha armada. La encarnadura de ella en el poema, como lo otro de la revolución, desarticula la lengua de la guerrilla, la transforma en el decir del cariño cotidiano e impide, al menos momentáneamente, la entrega sacrificial del cuerpo del varón, con lo que, a su vez, aturde y desorienta la configuración de su masculinidad militante. Estas fluctuaciones que la presencia femenina indócil opera sobre el discurso de la doxa llega al mayor grado de expresión en el poema XII, último de la serie “El che amor”, donde el ritmo galopante y decidido es encauzado por la atracción de la carne de la amante, a quien ahora se dirige en segunda persona para declarar su lealtad, su adhesión plena y partidaria:
Cada corazonada de tu carne
me empuja dulcemente hacia la tierra
y saca paladas de amor como quien pájaros
entonces tus manos despiertan mi cuerpo
lo que aún quedaba en él de hueso
con eso solo yo seguiría de pie clavado
estacado sobre el mundo
arriba, amor, quien no quisiera desplegar esas banderas
(Szpunberg, 2013, p. 175).
De esta manera, el sujeto se atrinchera y entrega su cuerpo a este amor que se nombra en los términos de los grandes sentimientos, destacando una vez más con espacio en blanco su arenga, dirigiéndose a la amante a quien habilita como interlocutora y ante quien proclama su fervor. Esta construcción dialógica que inaugura el poema XII es la que en la segunda sección del libro, “Confabulaciones”, hará resonar la crítica y la duda frente al deber guerrillero, y así contrariar la determinación del sujeto de la revolución. En la economía afectiva de la militancia armada no hay espacio para que los hombres manifiesten sus inquietudes, las cuales están a priori anuladas como reminiscencias individualistas. Esto se inscribe en El che amor, donde el sujeto poético, que debe combatir con los residuos de su subjetividad pasada y permanentemente reeducarse, proyectarse hacia el futuro, adopta incluso un nuevo nombre, el de las actividades clandestinas: “Pedro”. De este modo, él no puede enunciar lo que sí puede hacer la voz de ella, que los poemas de Szpunberg vuelve audible para dislocar la férrea asertividad de la guerrilla. En el poema titulado “El día de la lealtad”, este mismo valor de la política es puesto en crisis por su amiga, “la del dulce coraje de querer”, que es capaz de ponderar los sentimientos de cariño y reinstala como legítima la afectividad a la que el sujeto debe renunciar:
sucede que alberto existe decía mi amiga la del dulce coraje de querer
y enrojecido yo encendía mis cigarrillos en los volcanes
estallaba irrumpía enrojecía flameaba
y un solo corazón y un solo corazón
(Szpunberg, 2013, p. 179).
Conclusiones
La inminencia de la revolución en América Latina ordenó la agenda política del continente. El anhelo colectivo de transformación urgente articuló un discurso fuertemente dicotómico en el que adherir a la sublevación de los pueblos oprimidos implicaba la renuncia absoluta de la vida previa en función de la entrega a la causa, y no hacerlo determinaba la exclusión de la estela revolucionaria. Dicha entrega tenía su mayor expresión en la corporalidad militante, que debía colocarse sin interrupciones ni concesiones al servicio de la lucha y la edificación del Hombre Nuevo. Como señalan Ana Abramowski y Santiago Canevaro (2017), pensar los afectos implica concebir a los sujetos con sus ambivalencias, contradicciones, paradojas y conflictos, al tiempo en que se ponen en cuestión las normatividades y prescripciones. Leer desde esta perspectiva El che amor de Alberto Szpunberg nos permitió revisar el modo en el que la subjetividad militante de los sesentas fue atravesada conflictivamente por el mandato de la entrega. Pensar la emocionalidad de la guerrilla en términos de economías afectivas, así como admitir la capacidad que un cuerpo tiene de afectar y ser afectado, da lugar a una lectura de la poesía como una zona contradictoria en la que la circulación de los afectos puede revertirse. En efecto, Szpunberg traza en su poética un espacio performativo donde se encarnan subjetividades otras a partir de la incorporación desobediente de la mujer, una inscripción que desvía y fractura la afectividad revolucionaria. “Ella”, única capaz de señalar que “alberto existe”, relegitima el sentir de aquellos cariños que, según el discurso que gobierna las afectividades de la lucha armada, no tienen lugar en la gesta de la revolución, un reclamo cuyas resonancias afectan la lectura de la totalidad del poemario e intensifican sus zonas de duda manifiesta. Así, bajo esta óptica, El che amor comporta una escritura inestable que traza de forma oblicua espacios de enunciación desde los cuales es posible convocar a la entrega sacrificial y a la más íntima sensualidad.
Recibido: 14 de junio de 2022
Aceptado: 11 de octubre de 2022
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* Universidad Nacional de La Plata. Departamento de Letras. Cátedra de Literatura Latinoamericana II. La Plata, Argentina.
[*] Schmitt (1999) ha concebido lo político como un campo de antagonismos constituido por la distinción amigo-enemigo, una oposición que se vincula no tanto con valores morales o estéticos, sino relacionales, en tanto que la esencia de lo político no puede reducirse a la enemistad pura y simple, sino a la posibilidad de distinguir entre el amigo y el enemigo. En este sentido, esta oposición fundamental conlleva un sentido de afirmación de sí mismo, nosotros, frente al otro, ellos.
[†]Para Deleuze y Guattari, las mayorías se conciben no en términos cuantitativos sino como un modelo al que debe adaptarse, un patrón de medida que supone un estado de dominación. Los autores señalan que “el hombre es mayoritario por excelencia, mientras que los devenires son minoritarios, todo devenir es un devenir-minoritario (…) es en este sentido que las mujeres, los niños, y también los animales, los vegetales y las moléculas son minoritarios” (2004, p. 356). De esta manera, según su teoría de los devenires, estos suponen procesos que no tienen otro sujeto que sí mismos y que no se juzgan según sus posibles resultados sino según su potencia de curso. Así, el pasaje por una afección supone una modificación minoritaria, un devenir menor, y es por ello que no existe el devenir hombre.
[‡] Assembly en el original. Virginia Cano y Laura Fernández Cordero advierten el riesgo de optar por la traducción de “asamblea” en el contexto argentino, dado que es un concepto que está fuertemente arraigado a las experiencias asamblearias tras la crisis del 2001. Sugieren términos como “encuentro”, “manifestación pública” o “reunión” para mantener el sentido al que alude Butler (Butler, Cano y Fernández Cordero, 2019, p. 47).