SOMOS LAS NIETAS DE LAS BRUJAS QUE NUNCA PUDIERON QUEMAR: UNA REFLEXIÓN ANTROPOLÓGICA DE LA MAREA VERDE EN ARGENTINA.

 

WE ARE THE GRANDDAUGHTERS OF THE WITCHES THEY COULD NEVER BURN: AN ANTHROPOLOGICAL REFLECTION ON THE GREEN TIDE IN ARGENTINA.


María Celeste Bianciotti*

 

 

Resumen 

Este trabajo aborda el fenómeno de la marea verde en Argentina a partir de la explosión de activismos feministas, específicamente juveniles, en torno a la legalización del aborto, que se estableció especialmente con el ingreso de un proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo al Congreso de la Nación y su discusión en las cámaras baja y alta durante el invierno de 2018. El trabajo se sostiene en la hipótesis de que la marea verde implicó una conmoción de la vida social en general, y de las relaciones establecidas al interior de ciertas instituciones sociales –entre las que se destacan las de enseñanza media–, y que, por tanto, puede ser analizada desde la noción antropológica de “drama social” de Victor Turner. El cisma de grandes dimensiones producido por la masificación de los feminismos que ocuparon las calles de todo el país durante las vigilias del 13 de junio y 8 de agosto de 2018, permitirá indagar algunas de las características sobresalientes de esa marea verde. A saber: su marca generacional –el visible proceso de juvenilización de los activismos feministas locales–, sus marcas de sexo/género/deseo y raza/clase, y ciertos procesos (des)identificatorios que dicha marea ofreció. 

 

Palabras clave: marea verde - drama social - juventudes - feminismos

 

 

Abstract

This paper adressed the phenomenon of the “Green Tide” in Argentina from the explosion of feminist activisms, specifically those of the youngs ones, in the context of the legalization of abortion, which was established specially with the entry of the Voluntary Interruption of Pregnancy Bill at the National Congress of Argentina and its discussion in the Lower and Upper Houses during winter 2018. The paper assumes that the “Green Tide” implicated a commotion of social life in general and of the relationships established within certain social institutions -among which middle school institutions stand out-, and that, therefore, it can be analyzed from Victor Turner's concept of “social drama”. The schism of great dimensions produced by the massification of feminisms that occupied the streets of the whole nation during the vigil on June 13th and August 8th in 2018, will allow us to investigate some of the remarkable characteristics of this “Green Tide”. Namely, its generational mark –the visible process of rejuvenation of the local feminist activisms–, its sex/gender/desire and race/class marks, and certain (dis)identifying processes that such a “Tide” offered.

 

Keywords: Green Tide - Social drama - Youth - Feminisms

 

 

 

 

Consideraciones preliminares

El 24 de mayo de 2018 la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito –desde ahora, la Campaña– informó en conferencia de prensa que en junio la Cámara de Diputados de la Nación debatiría, por primera vez, un proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), elaborado y presentado por la misma Campaña.

Más allá del impacto social que implicó la entrada del proyecto a la cámara baja, el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo en nuestro país tiene una historia más larga. Para Magui Bellotti, aunque los antecedentes nacionales datan de los años 70, “la lucha por el derecho al aborto comienza en el país en 1988 con la formación de la Comisión por el Derecho al Aborto” (Bellotti, cit, en Bellucci, 2020: 326). Para Bellucci (2020) “la fecha clave” también es sobre fines de los 80, con la aparición de Católicas por el Derecho a Decidir y la Comisión por el Derecho al Aborto, dado que durante los primeros años de la transición democrática el foco estuvo puesto en el “reclamo de derechos civiles y políticos” mientras “el aborto” aún “resultaba un discurso inviable” (Bellucci, 2020: 224).

 Los orígenes de la Campaña datan del XVIII Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) –denominados desde 2019 Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales y No Binaries– realizado en la ciudad de Rosario en 2003. En ese Encuentro aparecieron por primera vez los pañuelos verdes que permitían identificarse a favor de la despenalización y legalización del aborto y se llevó a cabo el primer taller de “Estrategias para el Derecho al Aborto” con el objetivo de desarticular el atolladero que implicaba la discusión ‘aborto sí/aborto no’ que imponía la ofensiva católica por medio de la participación de sus fieles en talleres referidos al tema. Rosario fue un “punto de inflexión” ya que el feminismo “que en anteriores luchas había basado su accionar en la alianza con mujeres políticas, en campañas de divulgación y con lobby, se articulaba ahora con las mujeres populares” en el marco de los ENM y pasaba a una “fase propositiva” (Di Marco, 2010: 59).

Con el lema “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”, la Campaña se lanzó públicamente un 28 de mayo de 2005, Día Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres. El primer proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo data de 2006, y fue elaborado durante una plenaria nacional de la Campaña realizada en la ciudad de Rosario. Desde entonces, se presentaron proyectos cada dos años en la Cámara de Diputados de la Nación pero nunca ninguno fue tratado hasta 2018.

Con fecha de debate en la cámara baja para el 13 de junio de 2018 –desde ahora 13J– y la percepción de expectativas favorables, se agudizaron las estrategias para obtener la media sanción. Para el 13J se pensó en organizar vigilias en todo el país, es decir, ocupar las calles esperando –y presionando– el resultado de la votación, que daría o no media sanción al proyecto de ley.[1] Veníamos de múltiples actividades públicas realizadas mientras se daba el debate en comisiones, entre ellas, los Martes Verdes frente al Congreso de la Nación en Ciudad de Buenos Aires y los pañuelazos que, en todo el país, aglutinaban participaciones cada vez más masivas.[2]

La carta de presentación de la marea verde se dio con las imágenes de esos masivos pañuelazos comenzando a ocupar las pantallas televisivas y las páginas de los diarios. Sin embargo, según el consenso alcanzado por la literatura académica existente en el tema (Faur, 2018; Elizalde, 2018; Natalucci y Rey, 2018; Larrondo y Ponce Lara, 2019), la marea verde, con sus características masificación y juvenilización, venía formándose desde el 3 de junio de 2015. Para Faur el “punto de inflexión” lo constituyó, justamente, “el Ni una menos (NUM)” (2018: 8) con alrededor de 150.000 personas marchando en Ciudad de Buenos Aires hasta el Congreso de la Nación.

La marea verde, que debió su nombre al color esperanza que las impulsoras de la Campaña eligieron darle hace ya dieciséis años, reactivó otros debates –también dotados de una historia de más de una década– como la Educación Sexual Integral (ESI) pero ya no sólo entre hacedores de políticas públicas y agentes educacionales, sino entre les jóvenes. Con la marea verde la “demanda” de les estudiantes al derecho a la ESI creció “de manera exponencial”: “centros de estudiantes que exigían ESI, tomas de colegios para demandar por la legalización del aborto, niñxs (…) que contestaban las pruebas del Operativo Aprender solicitando la aplicación de la ley” fueron algunos de los “signos de esa proliferación” (Faur, 2018: 8).

Al calor de los debates por la IVE, los feminismos argentinos devinieron jóvenes. Comenzó a hablarse de la revolución de las hijas (Peker, 2019) y de la revolución de las pibas mientras cientos de jóvenes cantaban en las calles somos las nietas de las brujas que nunca pudieron quemar. Esto sucedía en el marco de un fenómeno de intensificación y juvenilización de los feminismos de escala regional. Ese mismo 2018, en Brasil el movimiento EleNão –en rechazo a la entonces candidatura de Jair Bolsonaro a la presidencia– se configuró como la movilización femenina más grande de la historia del país, mientras que en Chile las estudiantes universitarias lograron alcanzar la suma de alrededor de 150.000 personas marchando en contra del acoso y la violencia de género (Gargallo Celentani, 2019).

La ilustración de la mendocina Mariana Baizán –que muestra a una mujer de cabello canoso con un pañuelo blanco cubriendo su cabeza y a una joven con pañuelo verde amarrado a su cuello, sentadas sobre el césped una al lado de la otra– circuló federalmente convirtiéndose en significante de una herencia de lucha y militancia que se instaló performativamente. La imagen “se consolidó como representativa de la continuidad, especificidad y confluencia” de la lucha por los derechos humanos y la lucha feminista (Felitti y Ramírez Morales, 2020: 124). Las hijas, las nietas, las pibas aparecieron como las sucesoras en una cadena intragenérica e intergeneracional de parentesco donde aquello que se heredó fue la lucha y un pañuelo.

La construcción de esas cadenas de parentesco no sorprende debido a las históricas relaciones de los feminismos argentinos con los movimientos de derechos humanos y a que la reivindicación local del aborto estuvo basada desde sus inicios en el fundamento de que es un derecho humano –además de un tema de salud pública, de equidad social y una deuda de la democracia–. A su vez, la idea de un pañuelo, en este caso verde, estuvo inspirada en los pañuelos blancos de las Madres de Plaza de Mayo. Así, las Madres y Abuelas fueron reinscriptas en una “genealogía política femenina” donde ellas tanto como las feministas de su generación –las históricas, las referentes– heredaron a las más jóvenes un espíritu de lucha, renovado y multiplicado por éstas últimas (Elizalde, 2018).

En el marco de esa “intensificación del activismo juvenil” (Faur, 2018) que masificó los feminismos locales, comenzó a hablarse en Argentina de una marea verde que lo iba tiñendo todo. Se habló, incluso, de un tsunami verde que –al reunir frente a la demanda de la IVE a sectores juveniles, estudiantiles, académicos, populares, activismos LGTBIQ+, varones antipatriarcales– arrasó con todo. Fue, de hecho, significativa la viralización en redes sociales de un video que mostraba un tsunami verde que arrasaba con el entonces presidente de la nación Mauricio Macri y la entonces gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, que abrazados ‘se entregaban a su destino’.

¿Qué implica la llegada de un tsunami?, ¿cómo se mueve la vida social en medio de una fuerza incontenible que lo da vuelta todo?, ¿qué deja tras su paso? El tejido social se conmueve, se flexiona y tensa en cada una de sus intersecciones musculares. Se produce un cisma de grandes dimensiones que nos enfrenta a un “drama social ritual” (Turner, 2002) sin precedentes. Desde esta hipótesis me propongo analizar eso que llamamos la marea verde argentina. Para ello, voy a centrarme especialmente en las experiencias vividas y las acciones colectivas desarrolladas durante el debate de un proyecto de IVE en el Congreso de la Nación en 2018, para analizar, por su intermedio, algunas de las características de esa marea: la masificación y juvenilización de los activismos feministas, su configuración de sexo/género/deseo y raza/clase y las posibilidades (des)identificatorias que ofreció.

Esta reflexión se sostiene en la antropología del ritual y la performance (Turner, 1974, 1988, 2002; Schechner, 2000; Taylor, 2011) y reconstruye los principales momentos del drama social (Turner, 2002) acontecido aquél año. Siguiendo la propuesta metodológica ofrecida por dicha antropología para el estudio de dramas sociales hago aquí una reconstrucción de los meses en que se produjo aquél proceso de discusión y votación de un proyecto de IVE en 2018. Dicha reconstrucción se sostiene, especialmente, en un conjunto de coberturas de medios audiovisuales, notas y crónicas periodísticas que dan cuenta del proceso tanto como de los momentos más intensamente vividos. Combino ese tipo de información de segunda mano con datos elaborados a partir de entrevistas antropológicas (Guber, 2008) y conversaciones informales, de carácter aproximatorio, realizadas a posteriori de las vigilias de junio y agosto de 2018 con un conjunto de mujeres cis implicadas en dicha marea como estudiantes, docentes y/o activistas. Por último, utilizo también notas de campo de mi propia participación en diferentes concentraciones y acciones: vigilias, pañuelazos, conversatorios en los que participé en la ciudad de Córdoba.[3]

El siguiente apartado se aboca a esa reconstrucción analítica del proceso acontecido en 2018 al que acabo de referir, entendiéndolo como un drama social de carácter dramático construido a través de diversos medios performáticos y estéticos capaces de exponer, trastornar y transformar el mundo social. El último apartado analiza algunas de las potencialidades performativas de ese drama, es decir las posibilidades (des)identificatorias que ofreció la marea verde especialmente a jóvenes y adolescentes, y se pregunta por la configuración de sexo/género/deseo y raza/clase de dicha marea.

 

Un drama social ritual

En “La antropología del performance”, Victor Turner propone pensar la “realidad social” como un “proceso o una serie de procesos” (2002: 112) en el marco de una revisión crítica de la tendencia “moderna” a considerarla como una configuración armoniosa y estable regida por principios compatibles e interrelacionados entre sí. Construye un modelo de análisis que llama drama social y que conceptualiza como una “irrupción en la superficie de la vida social continua” que brota de la “suspensión del juego de los roles normativos” (2002: 129) y cuenta con cuatro fases: la brecha, la crisis, la acción correctiva y la fase final. Si bien estas fases no aparecen de manera inmutable y fija en todos los casos, su especificación es útil a los fines de “describir densamente” (Geertz, 2006) procesos socio-culturales diversos. En un drama social “alguien empieza a moverse hacia un nuevo lugar en el orden social”, ese “movimiento” puede “propiciarse” o “bloquearse” a través de diferentes tipos de rituales –religiosos, seculares, legales y jurídicos, etc.–, pero, en todos los casos, “surge una crisis” ya que “cualquier cambio de status involucra un reajuste” socio-cultural general (Schechner, 1977, cit. en Turner, 2002: 106).

De esas cuatro fases, la primera es “la brecha”: el evento inaugural de un drama suscitado a partir de una “transgresión simbólica” (Turner, 2002) que puede coincidir “con una violación efectiva” de costumbres u órdenes legales (Turner, 2002: 108). Para el caso que me interesa, la brecha de las relaciones sociales establecidas hasta entonces empieza a evidenciarse cuando cientos de miles marchamos por las calles del país bajo el lema Ni Una Menos en 2015. Ese 3 de junio salimos masivamente del silencio y alzamos las voces para que la problemática de la violencia de género sea abordada urgentemente por los estados nacional, provinciales y municipales. Hartas de los femicidios, vivas nos queremos, no nos callamos más, paren la mano con la violencia hacia las mujeres dijeron los carteles y gritaron las voces aquella tarde de otoño. En ese momento sorprendieron los números de las movilizaciones, los rostros jóvenes y la cobertura de los medios masivos de comunicación que, durante décadas, habían invisibilizado la potencia política de los feminismos argentinos que se evidenciaba, sobre todo, en los ENM.

“La crisis” se desató con el ingreso del proyecto de IVE a la cámara baja, el debate en comisiones y su votación en junio de 2018.[4] Durante las crisis, lejos de actuarse ‘irracionalmente’, las manifestaciones públicas y fuertemente performáticas son concomitantes con procesos profundamente reflexivos (Turner, 2002). Así, se desencadenaron en 2018 un sinfín de eventos públicos: conferencias de prensa, conversatorios, pañuelazos, performances, movilizaciones en todo el país tendientes a ganar no sólo votos positivos en la cámara baja sino también la batalla cultural en la arena pública. Presenciamos, en esos meses, lo que Turner denominó “metateatro”: “un lenguaje dramático [lingüístico y corporal, performático y performativo] acerca del juego de los roles ordinarios y el mantenimiento del status (…)” (Turner, 2002: 108).

Dos días después de que el proyecto ingresara a la cámara baja, las periodistas feministas Luciana Peker, Ingrid Beck y Florencia Freijo se sentaron en un programa de televisión de chimentos –que lideraba su tanda horaria– a hablar de la movilización de ese mismo día por el 8 de marzo (8M). El programa –denominado “Intrusos en el espectáculo”– acostumbraba tener móviles en puertas de teatros, canales de televisión y sets de filmación, pero aquella vez lo instaló en el Congreso de la Nación, donde se había llamado a concentrar en ciudad de Buenos Aires. No sólo las tres periodistas sino el conductor del programa y una de sus panelistas llevaban el pañuelo verde amarrado a sus muñecas. Pero no solamente algunas periodistas feministas ocuparon por primera vez el prime time televisivo por aquellos meses, sino también un grupo de actrices que formaron el Colectivo Actrices Argentinas y cuyas voceras circularon por diversos programas de televisión ya no para publicitar un film o una nueva serie de tv sino para militar la interrupción voluntaria del embarazo.

El llamado verde aborto o verde campaña tiñó tanto la plataforma mediática como la plataforma urbana. Y como las crisis se sitúan en el centro de la vida pública y exponen a todes a enfrentarse con ella y a sentar posición (Turner, 2002), los debates respecto de la IVE monopolizaron los espacios televisivos y radiales, las universidades, los colegios secundarios, las redes sociales, las charlas de café, los almuerzos familiares de todo el país.

Las juventudes también irrumpieron en la escena mediática nacional por aquellos días. En la víspera del 13J catorce escuelas de enseñanza media estaban tomadas en Capital Federal en favor de la legalización del aborto. Una periodista de la televisión abierta expresó enfurecida: ¿vos decís que es legítimo tomar un colegio?, ¿es legítimo tomar un edificio público?, ¡no, señor! Actrices Argentinas respondió con un twit: “No se trata de no tener clases, la toma es la única herramienta que tienen para ser escuchados, y están exigiendo derechos claves: Educación sexual y aborto legal ya! Esta es la revolución de Lxs pibxs y @actrices_arg ESTÁ CON ELLXS” (Telam, 12 de junio de 2018). En Mendoza un grupo de adolescentes de entre 15 y 18 años se manifestó en un medio local: “el Estado tiene que ocuparse de políticas públicas para la salud de la mujer, no sólo garantizando el aborto legal, seguro y gratuito, sino la aplicación (…) de la ley de Educación Sexual Integral y reparto permanente de anticonceptivos en los hospitales” (Mendoza Post, 2 de junio de 2018). En Córdoba, el mismo 13J, se decidió en asamblea general tomar la Escuela Superior de Comercio Manuel Belgrano, dependiente de la UNC, hasta la hora establecida para la concentración en el centro de la ciudad. Una consejera estudiantil afirmó en conversación con el diario local La Voz del Interior (13 de junio de 2018): “en todos los secundarios del país se notan las carencias que sufrimos los adolescentes porque (…) no tenemos educación sexual integral. Tenemos un montón de compañeras embarazadas, otras han tenido que abortar, la falta de información que hay es tremenda”.

De cara al debate en la cámara baja, las vigilias del 13J comenzaron a prepararse en muchas ciudades del país. En Córdoba la cita sería en el centro de la ciudad, frente al Museo de Antropología de la UNC. La masividad de esa primera vigilia sorprendió. Dos activistas jóvenes que fueron parte de su organización relataron que buscaban “un lugar cómodo para mirar el debate, algo para 100/300 personas (…). Algunas planteaban que nadie se iba a quedar tantas horas, (…), nos costaba mirar la inmensidad que somos” (Altamirano y Molina, 2018: 7-8).

Ese día, sobre la tarde, viajamos con amigas desde la localidad donde habitábamos –a unos 40 kilómetros de la capital– hasta el lugar de encuentro propuesto por la Campaña.[5] Al llegar quedamos impactadas. Las adyacencias del Museo estaban colapsadas, especialmente de jóvenes que coparon el espacio físico tanto como sonoro. La ancha avenida sobre la que se ubica el edificio estaba repleta de personas sentadas sobre el asfalto o paradas en rondas conversando, cantando, tomando mates, mientras los gazebos de diferentes organizaciones y partidos tanto como los puestos de venta de pañuelos verdes, violetas, naranjas y, hasta, celestes parecían haberse ubicado donde pudieron. Grupos de jóvenes y adolescentes monopolizaron el espacio público con sus párpados maquillados con purpurina verde aborto, sus pómulos de un violeta brillante, sus labios morados y sus cuellos o muñecas luciendo el pañuelo. Alicia, una de mis interlocutoras de 17 años, recuerda que ese día fue toda vestida de verde y que por primera vez usó glitter. Me contó que no importaba si no conocías a la gente que tenías al lado, te sentabas y te ponías a tomar mate y charlar mientras esperabas la votación.

Una pantalla gigante transmitió en vivo la sesión en la cámara baja. Frente a cada posición negativa respecto a la legalización silbábamos y abucheábamos, frente a cada posición positiva aplaudíamos y cantábamos. Abrazos, risas y cantos enmarcaron ese momento de “homogeneidad y compañerismo” (Turner, 2002). En esas horas parecieron desdibujarse las diferencias de sexo/género/deseo, raza/clase, edad, ideología política y hasta las propias disputas al interior de los feminismos entre abolicionistas y regulacionistas, entre otras. Los cuerpos diversos se hicieron uno en cada ciudad del país y los límites del yo devinieron porosos y se reformularon porque aquello que sucedió fue “una fiesta” y “un ritual” (Faur, 2019a), un “encuentro afectivo de los cuerpos” (Gutiérrez, 2019). Así lo experimenté yo misma aquél 13J y así reconstruyeron narrativamente esa vigilia mis interlocutoras cordobesas jóvenes y adultas. Eluney, de 16 años, lo expresó con claridad meridiana: yo sentía en mi corazón el retumbe de los tambores, de la gente (…) y sentía mucha gratitud, de decir: qué lindo que estemos todas acá luchando por lo mismo.

 

 

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Fotografía: Roxi Ramírez

 

Llegó la noche y el frío azotó. Sin embargo, una multitud esperamos la votación en muchas ciudades del país. Se estima que hubo un millón de personas frente al Congreso en ciudad de Buenos Aires, mientras que en la ciudad de Córdoba se calculan unas 6.000 personas frente al Museo aquel 13J (Altamirano y Molina, 2018).

Al atardecer se armaron fogatas donde permanecimos esperando. La votación se dio la mañana del día siguiente: 129 votos a favor, 125 votos en contra y 1 abstención. En las calles hubo un estallido de gritos y llantos. Fue un momento de “confraternidad” (Turner, 1988: 134), un momento a la vez “en y fuera del tiempo” (Turner, 1988: 103), un estar “con los otros integrantes de una multitud de personas. (…) un fluir del Yo al (Buber, 1961, cit. en Turner, 1988: 132).[6] Las voces se fundieron en un grito colectivo y los cuerpos se hicieron uno solo en los abrazos. Ese aquí y ahora de la mañana del 14 de junio se experimentó intensamente, las conductas fluyeron de maneras diferentes a las de la vida cotidiana y entramos en un “estado de conciencia” especial. Vivimos una experiencia de “communitas” (Turner, 1974, 1988): una “homología” “entre existencia y éxtasis” (Turner, 1988: 144).

A partir de la media sanción de la cámara baja, una contraofensiva de los sectores antiderechos se puso en marcha desde la obtención de la media sanción. “Cada intento explícito de fijar las relaciones (…) sociales es implícitamente un reconocimiento de que son mutables”, aunque dichos intentos luchen “contra la mutabilidad” y aspiren a “fijar la cosa en movimiento para que se detenga” (Turner, 2002: 112). Dos días después de la media sanción los diarios argentinos hicieron públicas algunas declaraciones que llegaron desde el Vaticano. Infobae (16 de junio de 2018) tituló: “Para el Papa Francisco el aborto es como lo que hacían los nazis pero con guantes blancos”. Luego del 13J “la Iglesia entró en una posición beligerante, las ONG confesionales activaron grupos en los medios, acrecentaron su presión sobre el Gobierno y sobre los bloques opositores, y potenciaron la agresión en la calle, contra locales partidarios (…), periodistas y escritoras” (Rosende y Pertot, 2018).

En varias ciudades del país fueron atacadas jóvenes que llevaban el pañuelo verde en su mochila o en su muñeca. En Mendoza a una joven de 20 años la patearon en el piso mientras le gritaban “ojalá algún día te violen, puta, asesina” (Rosende y Pertot, 2018). En la ciudad de Buenos Aires, cuatro locales de un partido político implicado en la lucha por la legalización del aborto fueron vandalizados con la inscripción “abortistas, se la vamos a cobrar” (Rosende y Pertot, 2018). Un médico riojano propuso, en la red social Facebook, que si la ley salía los abortos se hagan sin anestesia. En Córdoba, la ONG antiderechos Portal de Belén amenazó con litigar en caso de que el Senado aprobara la ley. Durante esas semanas un colegio confesional despidió a una docente que apoyaba el proyecto. Romina Molina, desvinculada del Colegio Santa Teresa de Jesús de la ciudad de Córdoba bajo el argumento de “reestructuración de personal”, denunciaba “persecución ideológica” ya que ella fue la “única profesora despedida” de la institución (La Nueva Mañana, 20 de julio de 2018).

Para el debate en el Senado, la representación de “grupos conservadores que operaron a través de iglesias diversas” se organizó activamente (Gutiérrez, 2018: 4). Una de las ONG más importantes en el lobby parlamentario anti legalización fue la Fundación CONIN, presidida por Abel Albino, quien había recibido en 2017 un financiamiento del estado nacional de 52 millones de pesos (Rosende y Pertot, 2018). En esos días Abel Albino tomó popularidad cuando, en el debate en comisiones en el Senado, envió un mensaje a las mujeres: el profiláctico no la protege de nada. El virus del SIDA traspasa la porcelana. Por su parte, el abogado del Portal de Belén Rodrigo Agrelo apuntó contra tres senadores cordobeses en el debate en comisiones del Senado. Afirmó que les senadores carecían de “mandato popular” para votar favorablemente y que “estaba seguro” de que “de haber sido avisados de que sus senadores impulsarían un proyecto de legalización del aborto, muchos comprovincianos hubieran cambiado el sentido de su voto” (La Voz del Interior, 26 de julio de 2018). Una mañana, diferentes diarios provinciales amanecieron con avisos de páginas enteras que interpelaban a les senadores bajo el hashtag #ConAbortoNoTeVoto. Quien firmaba los avisos era CitizenGo, una organización española que se opone al matrimonio igualitario y al aborto (Rosende y Pertot, 2018).

En este contexto, la crisis se acentuó. Se redoblaron los esfuerzos también desde los feminismos. En Córdoba pocos días antes de la votación en el Senado, la Red de Periodistas por el Aborto Legal organizó –nuevamente en el Museo de Antropología de la UNC– un pañuelazo seguido de un conversatorio del que participaron la actriz Andrea Pietra, las escritoras Eugenia Almeida y Claudia Piñeiro, la diputada nacional por Córdoba Brenda Austin y la periodista Ingrid Beck (La Tinta, 5 de agosto de 2018). Nuevamente el hall central del Museo se llenó de personas, presagiando lo que sería el 8 de agosto –desde ahora 8A–, el día en que iba a discutirse el proyecto en la Cámara Alta.

Para ese momento ya se estaban organizando nuevas vigilias en alrededor de veintiséis ciudades del país. Además del lobby parlamentario y la participación en los debates en comisiones, la Campaña puso el acento en la movilización callejera: la ley se gana en la calle. Fuimos 1 millón. Seamos 2 millones, se arengaba. El mismo 8A se desarrolló un pañuelazo internacional. Los feminismos latinoamericanos acompañaron lo que pasaba en Argentina. El apoyo llegó desde Lima, Santiago de Chile, San Pablo, Quito, Ciudad de México, Madrid, Barcelona, París, Londres.

El drama social es un “asunto de urgencia” (Turner, 2002: 129) y, en ese sentido, las acciones colectivas desarrolladas por los feminismos insistieron en la imperiosidad de que la ley saliera favorablemente: ahora es cuando, aborto legal ya, que sea ley eran las consignas subidas a redes sociales y cantadas en las calles.

El impulso de la media sanción de la cámara baja y el hecho de que llegaba el momento definitorio acrecentaron los números de asistentes a las vigilias. Para el caso cordobés, Altamirano y Molina (2018) rememoran:

Desde la Campaña y la Asamblea Ni Una Menos alquilamos una pantalla LED, dispusimos un sonido que se proyectara por toda la Yrigoyen y desde el mediodía nos dimos cuenta que no seríamos solo 10.000. (…). El 8 de agosto en Córdoba 50.0000 personas nos mantuvimos durante horas sobre Yrigoyen para escuchar el debate, llevamos frazadas (el frío de la vigilia de Junio nos preparó para una noche larga y fría), vino, mate, café (…) y todo lo que pudiera acompañar la jornada (Altamirano y Molina, 2018: 8).

 

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Fotografía: Roxi Ramírez

 

Sobre las dos de la madrugada, con 38 votos en contra sobre 31 votos a favor –y el festejo de la entonces presidenta de la cámara alta que a micrófono abierto gritó ¡vamos todavía!– se negó para las mujeres y las personas con capacidad gestante el derecho a la IVE en Argentina. Mis interlocutoras recuerdan la tristeza, la bronca, el llanto. Lila, de 17 años, me contó que aquel 8A de 2018 lo vivió desde su casa, con su familia y que estaba tranquila porque pensaba –después de la media sanción– que la íbamos a lograr, que se iba a hacer ley. Recordó que fue decepcionante ver que no se hizo ley, y de hecho, esa desilusión hizo que creyera que en 2020 tampoco se iba a aprobar, que faltaba para que se logre, que faltaban años para que la gente tome conciencia. Alicia –que fue parte de la vigilia de la calle Yrigoyen, y que se quedó hasta el final– recuerda que creía que la ley iba a ser sancionada y que no podía dejar de llorar con el desenlace final, que caminaba por la calle de regreso de la concentración llorando, abrazada de sus amigas.

Con el rechazo de la legalización del aborto por parte del Senado de la Nación se abrió la tercera fase de este drama social, la fase reparatoria o de la “acción correctiva”: el momento en el que se intenta remediar “el desorden” (Turner, 2002: 130). Si bien la cognición –por sobre componentes volitivos y afectivos– suele reinar en esta fase tendiente a limitar la expansión de la crisis, pareciera que en torno a la IVE en Argentina lo que rigió fue el peso de la tradición de unos sectores minoritarios –las jerarquías de la iglesia católica y algunas iglesias cristianas– en vinculación con la derecha local. El Senado respondió con disciplinamiento. No obstante, en las fases correctivas “los status altos pueden cambiar a status bajos y viceversa” y es posible que “la distribución de los factores de legitimidad” se transformen (Turner, 2002: 132). Así, se perdió en el Senado pero se ganó en las calles, las escuelas, los hospitales, las mesas familiares, la televisión: el aborto se despenalizó socialmente (Gutiérrez, 2018, 2019; Spataro, 2018). La ONU se expresó inmediatamente con un comunicado de prensa que sostenía que “el voto del Senado no sólo le ha fallado a las mujeres en Argentina, sino también a toda una región (…)” y calificó la negativa como una acción de “resguardo” “de un legado arcaico basado en una doctrina religiosa que incorpora estereotipos (…) discriminatorios y opresivos para las mujeres” (Los Andes, 10 de agosto de 2018). Por su parte, Amnistía Internacional le había hecho llegar a les senadores su mensaje por intermedio de un anuncio en el New York Times días antes del 8A. Con la imagen de una percha sobre un fondo verde les decía: “El mundo los está mirando. Aborto legal ya”. Los diarios del mundo lamentaron la decisión de la cámara alta. Entre otros, El País tituló que se había impedido a las mujeres argentinas que “puedan decidir cómo y cuándo ser madres” (9 de agosto de 2018).

La fase final del drama social conduce al “restablecimiento de las relaciones” o al “reconocimiento público del cisma irreparable” (Turner, 2002: 131). Ambas formas de finalización del drama son producidas por medios rituales que (re)consagran la unidad o reconocen la separación definitiva (Blázquez, 2007). En el caso argentino, el cisma resultó irreparable y luego del 8A los sectores en pugna siguieron llevando a cabo acciones públicas, de fuerte carácter performático y performativo, a favor o en contra del mantenimiento y la ampliación de derechos para mujeres y disidencias. Entre agosto y diciembre de aquél 2018 los sentidos en disputa alrededor de los derechos sexuales y (no)reproductivos, la IVE y la ESI siguieron ocupando las tapas de los diarios, los debates mediáticos y las discusiones cotidianas en las aulas de las escuelas. En septiembre se lanzó en Córdoba la campaña Con mis hijos no te metas, con gigantografías en el centro de la ciudad y ploteos sobre las lunetas de los colectivos de recorrido urbano que decían sí a la educación sexual, no a la ideología de género. En octubre Página/12 cubrió la concentración de la campaña frente al Congreso de la Nación, en la cual una de sus representantes, Nancy García, sostuvo desde el escenario armado para la ocasión: “Este fue un año glorioso. Salimos a defender las dos vidas (…) y ahora salimos a luchar por nuestros hijos. Somos un pueblo que quiere defender a la familia” (29 de octubre de 2018). Por su parte, los feminismos, bajo el lema Niñas, no madres, se lanzaron a denunciar incumplimientos de abortos no punibles en diferentes provincias del país. La Campaña anunció que elaboraría un nuevo proyecto de IVE y que la lucha continuaba. En Córdoba, con las aguas movidas por la marea verde, el Tribunal Superior de Justicia tuvo que expedirse sobre un amparo presentado por el Portal de Belén en 2012 que impedía la aplicación del protocolo de aborto no punible en la provincia. Luego de seis años, el Tribunal decidió rechazar el amparo que frenaba la aplicación de dicho protocolo (Página/12, 19 de diciembre de 2018). En diciembre de ese histórico 2018, un grupo de estudiantes del Colegio Nacional Buenos Aires denunció acosos y comportamientos discriminatorios por razones de género por parte de preceptores, docentes y compañeros, ocurridos en un acto de egreso. El hecho tuvo gran repercusión mediática a escala nacional (Faur, 2019b) y renovó las discusiones en torno a los escraches al interior de los feminismos. El mismo mes, Actrices Argentinas denunció en conferencia de prensa al actor Juan Darthés por abuso sexual contra una actriz menor de edad durante una gira por América Latina de una telenovela infanto-juvenil argentina. Nuevamente las escenas pública y mediática se vieron estremecidas.

Así terminó aquél tumultuoso 2018, testigo de uno de los dramas sociales más significativos de las últimas décadas en el país. Dicho drama social evidenció y (co)produjo tanto la irrupción de ciertas juventudes en la escena pública nacional como la adherencia masiva a los feminismos argentinos. A partir de este proceso político, histórico y socio-cultural llamado la marea verde se abren cuestiones de suma importancia sobre las que es preciso reflexionar. ¿Qué nos dejó ese histórico 2018 en Argentina? ¿Qué implicancias tuvo la marea verde sobre los activismos feministas en particular y sobre el tejido social, y sus tramas de significados y relaciones, en general? ¿Quiénes fueron los sujetos de sexo/género/deseo y raza/clase que pudieron sumarse? ¿Qué efectos performativos conllevó ese drama social acontecido durante todo un año? Unas primeras consideraciones sobre estos puntos serán desarrolladas en el siguiente, y último, apartado de este texto.

 

Consideraciones finales

Entender la marea verde argentina como un drama social implicó reconstruir el proceso acontecido en 2018, describir las prácticas culturales que la constituyeron –atendiendo a su carácter dramático, estético y afectivo– y analizar sus fases. Preguntarse por el carácter performático de la marea verde, desde la perspectiva desde la que lo hice aquí, requiere necesariamente preguntarse por su potencialidad performativa: “por las transformaciones que produjo” (Blázquez, 2007), por su “eficacia” (Schechner, 2000), por su “dimensión productiva” (Tambiah, 1985).

Intentando aportar a los incipientes estudios sobre el tema, pretendí en este texto centrar la mirada sobre el carácter ritual, performático e intenso de experiencias colectivas como las vigilias y sus implicancias performativas, que la literatura existente en el tema (Tomasini, 2020; Felitti y Ramírez Morales, 2020; Acevedo y Bosio, 2019; Elizalde y Mateo, 2018) asume como importantes pero no analiza en profundidad. En este sentido, lo primero que hay que resaltar es el hecho de que la marea verde parece ofrecer, especialmente para las juventudes y las adolescencias, un “ritual de paso” (Van Gennep, 1982) hacia nuevas subjetividades e identidades políticas. Una posibilidad identificatoria con los activismos feministas y con algunas de sus demandas, a la par que una desidentificación con ciertas normas de sexo/género/deseo de la matriz de inteligibilidad heteronormativa (Butler, 2007). Todas mis interlocutoras jóvenes –con más o menos profundidad descriptiva de sus experiencias– se refirieron a este proceso. Carmela, de 15 años, lo compartió en los siguientes términos:

A mí el día de la media sanción [en 2018] en el colegio me llegó el discurso de una profe provida. Cuando llegué a mi casa empezamos a charlar. Mi mamá y mi tía me explicaron todo y a mí se me hizo una revuelta en mi cabeza y ahí me di cuenta. Y cuando no salió la ley yo me puse re mal porque yo quería que se dé, porque era lo más justo, era lo correcto… Todo lo que fue el 2018 fue como una revuelta en mi cabeza, pero fue muy lindo poder aprender, poder entender (…) y después salir a luchar y empezar, hasta el día de hoy, a ser feminista.

Por su parte, Camila, de 18 años, referenció también que su proceso de devenir feminista comenzó a darse con la marea verde de 2018 y utilizó las siguientes palabras para explicar lo que había experimentado: una vez que te ponés los anteojos violetas ya no te los podés sacar. Ese proceso implicó, en sus propios términos, encontrarle la definición a ciertas cosas naturalizadas: el acoso callejero o el abuso sexual y darse cuenta de cómo tratan a las mujeres como personas que no pueden decidir, cómo denigran a las mujeres diciendo que el único objetivo de las mujeres es engendrar.

Cada drama social y las communitas asociadas a él se establecen en un “modo subjuntivo” (Turner, 1988: 133). Cada crisis pública “tiene rasgos liminares” porque constituye “un umbral (limen) entre fases” “del proceso social” (Turner, 2002: 107) y entre estados subjetivos. Por ello, las experiencias de las vigilias, las movilizaciones del 8M y el NUM suelen suponer para las juventudes “experiencias transformadoras” que encontrando “algo profundamente comunal y compartido” van “hasta la raíz del ser” (Turner, 1988: 144). Así, mis entrevistadas hablaron de darse cuenta, de empezar a ser feminista o de ponerse los anteojos violetas mientras que jóvenes cordobesas cuya experiencia fue indagada por otras investigadoras locales utilizaron términos como “abrir los ojos”, “cambiar” la “forma de ver el mundo” (Tomasini, 2020: 144) o comenzar a reconocerse como “sujetos con derecho” a “desear” y “decidir” si “ser madres” o no, “cuándo, cómo y en qué condiciones” (Acevedo y Bosio, 2020: 20).

Estos procesos de transformación subjetiva y devenir identitario no pueden considerarse desde posiciones racionalistas, al modo de la ya clásica teoría de la movilización de recursos, porque el carácter afectivo de estas experiencias es notorio. Las emociones, aquí, constituyen un lenguaje que habla de los modos en que se establecen relaciones, se comparten experiencias y se construyen acciones comunes (Fernández Álvarez, 2008). Alicia recordó el llanto y el abrazo colectivo para sostenerse en el desenlace final de aquél 8 de agosto de 2018 tanto como la decisión de seguirla y la convicción compartida con sus amigues de que la próxima estallaría el triple. Lila rememoró sobre todo la madrugada del 30 de diciembre de 2020, me contó que fue super emocionante y que empezaron a llamarse por teléfono entre las amigas al grito de se hizo ley. Camila recordó la marcha del 8M de 2020 del siguiente modo:

era una energía muy fuerte, había mujeres tocando los tambores y alrededor toda la gente bailando. La presencia que tenían, lo que comunicaban con el ritmo era muy emocional, muy emotivo, en ese momento se sentía el empoderamiento. (…). Había muchas personas bailando, mujeres pintadas y pintando, muchas expresiones corporales. Recuerdo mucho de ese día la canción de que éramos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar, esa canción la tengo muy presente porque se hizo como un pogo ahí en el [shopping] Patio Olmos. Esa canción era para mí la más impactante.

A su vez, las jóvenes rescataron la importancia de la lucha de tantas mujeres por tantos años, es decir reconocieron el carácter colectivo e histórico de la lucha, distinguiendo, en algunos casos, activistas y espacios –como los ENM– precursores de la lucha por el derecho al aborto legal. Mis interlocutoras –tanto como muches jóvenes que gritaron en las calles ahora que estamos juntas, ahora que sí nos ven atribuyeron a la mancomunión colectiva, a la concentración creativa de las vigilias y a la movilización efervescente de los 8M una potencialidad performativa de transformación tanto social como subjetiva.

 

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Fotografía: Roxi Ramírez

 

Por otra parte, los dramas sociales suelen generar desplazamientos en los escenarios culturales que implican, a su vez, transformaciones en los sistemas de instrucción de la conducta (Gagnon, 2006). En contextos como éstos, “los individuos son solicitados a modificar lo que hacen y lo que piensan” (Gagnon, 2006: 264). La marea verde, como un drama social de magnitud, impactó sobre las relaciones sociales, los guiones culturales de la feminidad y la masculinidad, las interacciones eróticas, amistosas, familiares, institucionales y, entre ellas, las establecidas intra e intergeneracionalmente en las escuelas de enseñanza media entre jóvenes y entre estudiantes y docentes. En este marco, la Ley de Educación Sexual Integral Nº 26.150, aprobada en 2006, fue fuertemente reivindicada por ciertos sectores estudiantiles durante los debates de la IVE de 2018 y de 2020. Las “Pruebas Aprender 2017” ya arrojaban que “ocho de cada diez adolescentes del último año de secundaria” pedían que se aborden temas de “educación sexual” y “violencia de género” en sus escuelas (La Nación, 21 de marzo de 2018), mientras que las “Pruebas Aprender 2019” mostraron una “intensificación” de los reclamos estudiantiles en torno a una “agenda” específica en “violencia de género y diversidad sexual” (La Nación, 03 de septiembre de 2019). Dentro del grupo de entrevistadas jóvenes con las que trabajé la ESI apareció, también, como una reivindicación (re)valorada al calor de los debates sobre IVE. Varias de mis interlocutoras se refirieron a su derecho a recibir educación sexual, a sus constantes exigencias en sus colegios respecto a que se hable más de ESI o acusaron a las autoridades de sus instituciones educativas de silenciar los debates y las opiniones en torno al aborto. Algunas entrevistadas jóvenes y adultas, además, levantaron cuestiones vinculadas a conflictos entre compañeres. Carmela me contó que algunes pibes son muy cerrados y hacen comentarios muy heavys, en mi curso cuando se arman debates nos dicen las piqueteras feministas o las aborteras de mierda. Por su parte, una de las profesoras con las que conversé me contó que tuvo que mediar en ocasión del 8M de 2019 porque los chicos querían ir a la marcha y las chicas se negaban, la verdad es que no sé cómo intervenir en esas discusiones, agregó preocupada.

La marea verde argentina (co)produjo y visibilizó una marcada juvenilización de los feminismos. La explosión de las juventudes al interior de los feminismos –y en las calles sosteniendo y ampliando sus demandas– resulta evidente tanto como emocionante. Por ello, cada vez más trabajos nos abocamos a los aspectos generacionales de los feminismos argentinos pasados (Manzano, 2019) y actuales (Tomasini, 2020; Felitti y Ramírez Morales, 2020; Acevedo y Bosio, 2019; Seca, 2019; Larrondo y Ponce Lara, 2019; Elizalde, 2018; Elizalde y Mateo, 2018; Lares, Nimo, Morales y Tomasini, 2018). Algunas indagaciones se preguntan por las modalidades que asume la “dimensión intergeneracional e intragénero implicada en la autoadscripción, por parte de las jóvenes, a ciertas formas identitarias” feministas (Elizalde, 2018: 90) y afirman que “las genealogías políticas” que se configuran “entre las ‘pibas’ y las ‘históricas’” de los feminismos argentinos instalan “algo del orden de un reconocimiento recíproco” (2018: 91). Otras reflexiones (Felitti y Ramírez Morales, 2020) se abocan al carácter simbólico del pañuelo verde sosteniendo que su circulación materializa “el ensamblaje de una solidaridad feminista” (p. 136). Investigaciones empíricas observan que la identificación con los feminismos representa “un punto de viraje” en las “trayectorias individuales” de muchas jóvenes (Seca, 2019: 86). También advierten la “conformación” de nuevas “comunidades afectivas” (Seca, 2019: 92) y de un “movimiento instituyente” (Tomasini, 2020; Acevedo y Bosio, 2019; Lares et. al., 2018) en el cual las juventudes “se afirman como sujetos de derecho” (Lares et. al., 2018: 20) y demandan “educación sexual” (Tomasini, 2020: 137), un “cambio cultural” (p. 133) y ser “escuchadas y reconocidas como sujetos con voz propia” en un proceso de cuestionamiento de visiones minorizantes (Tomasini, 2020: 135).

No obstante los importantes aportes de estos estudios, observo la ausencia de algunas preguntas que creo es necesario hacernos urgentemente. En este sentido, quisiera cerrar este texto con un comentario y algunos interrogantes que desbordan, en un punto, los ‘resultados lógicos’ de la indagación que hice aquí, para lanzar una provocación que aporte a estas incipientes investigaciones sobre juventudes y feminismos. Me pregunto, ¿quiénes –en términos de sexo/género/deseo, raza/clase, territorialidad– están pudiendo sumarse a los feminismos actuales?, ¿quiénes son las pibas y les pibes de la generación glitter?, ¿de quiénes es la revolución de las hijas y las nietas?, ¿quiénes pueden esgrimirse como nuevos sujetos de derecho? Considero, que en comparación a la clásica imagen hetero-cis-masculina que referencia los procesos de politización juveniles del pasado reciente argentino, especialmente de las décadas de los 60 y 70, la marea verde –y los estudios que estamos comenzando a llevar a cabo– nos muestran una politización juvenil cis y trans feminizada, torta, marica, no binaria, disidente… No sin disputas, en términos del marcador social de sexo/género/deseo “el sujeto del feminismo” (Butler, 2007) viene revisándose, disputándose, deconstruyéndose, ampliándose. En relación a la lucha por la legalización del aborto un signo de ello se encuentra en el hecho de que lejos de hablarse sólo del derecho al aborto de las mujeres se instaló el derecho al aborto de las personas con capacidad gestante. La marea verde argentina nos mostró, en este sentido, por lo menos dos cuestiones. Por un lado, pudo desarmarse la idea de un “único sujeto [heterosexual] con derecho al aborto” (Alma, 2018: 3); por otra parte, los cuerpos jóvenes que sostuvieron “la demanda callejera por el aborto legal” “estallaron los márgenes de la inteligibilidad de las identidades de género” (Alma, 2018: 3). No obstante, en términos del marcador de raza/clase[7], el panorama no parece tan alentador. Las indagaciones llevadas adelante hasta el momento no parecen estar abordando las implicancias de este marcador social de la diferencia y la desigualdad en los procesos de adscripción de las juventudes a los feminismos locales, ni problematizando el hecho de que parecen ser las juventudes escolarizadas de sectores medios y medios-altos, urbanos y blancos las que están ensanchando las filas de los feminismos argentinos. ¿Por qué no incluimos reflexiones transversalizadas por el marcador social de raza/clase? ¿Por qué damos por sentado el carácter “pluriclasista” (Faur, 2019a) de las juventudes que participan de las vigilias y los 8M o la extensión de clase en el uso del pañuelo verde (Felitti y Ramírez Morales, 2020)?, ¿cuánto sabemos realmente sobre ello? ¿No son evidentes los privilegios de raza/clase de las juventudes que escriben sobre sus cuerpos movilizados en las zonas céntricas de las ciudades que son el grito de las que no pueden hablar? ¿El “acto enunciativo de luchar por las pobres o las trans”, tal como demuestran algunas indagaciones, no es acaso “un acto de distinción cis sexual y de clase” (Tomasini, 2020: 141)? ¿Quiénes se construyen como sujetos protagonistas de las luchas feministas y quiénes parecen seguir siendo hablades por otres?

Lo que quiero subrayar es que no sabemos y no estamos indagando hasta el momento cuáles son las relaciones de les jóvenes de sectores subalternizados con los feminismos locales y cuáles son las características específicas que asume la marea verde y el Movimiento NUM más allá de las fronteras materiales y simbólicas de los centros urbanos de clases acomodadas y de las instituciones de enseñanza media más prestigiosas del país. Por ello, si entre “el feminismo y las juventudes hay una relación por desentrañar” (Larrondo y Ponce Lara, 2019: 23) las desigualdades y jerarquías de raza/clase no debieran ser desconsideradas de procesos de producción de conocimiento que pretendemos “críticos”, “encarnados” y “situados” (Haraway, 1991).

 

Recibido: 28 de junio de 2021 

 

Aceptado: 12 de octubre de 2021




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“Para el Papa Francisco, el aborto es como lo que hacían los nazis pero con guantes blancos.” (2018, 16 de junio). Infobae. https://www.infobae.com/politica/2018/06/16/para-el-papa-francisco-el-aborto-en-algunos-casos-es-nazismo-con-guantes-blancos/

Tejeda, Azul. “Una marcha para dejar a los hijos afuera.” (2018, 29 de octubre). Página/12. https://www.pagina12.com.ar/151730-una-marcha-para-dejar-a-los-hijos-afuera 

“Tomaron el colegio Manuel Belgrano para reclamar por el aborto legal.” (2018, 13 de junio). La Voz del Interior. https://www.lavoz.com.ar/ciudadanos/tomaron-el-colegio-manuel-belgrano-para-reclamar-por-el-aborto-legal 

Vázquez, Luciana (2018, 21 de marzo). “Aprender 2017: los chicos piden más educación sexual en las aulas.” La Nación. https://www.lanacion.com.ar/sociedad/aprender-2017-los-chicos-mas-educacion-sexual-en-las-aulas-nid2118910

“Vía libre para el Protocolo.” (2018, 19 de diciembre). Página/12. https://www.pagina12.com.ar/163093-via-libre-para-el-protocolo?fbclid=IwAR25KVdpmwlBXC0ybdPJqrbH9kycVv0nvPP0pwHKOlqWFw0MEp5NBw9FvS8 

“Viernes verde en Córdoba.” (2018, 08 de agosto). La Tinta. https://latinta.com.ar/2018/08/viernes-verde-cordoba-ingrid-beck/

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 



* Departamento de Antropología y Centro de Investigaciones “María Saleme de Burnichon”, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.

[1] En este texto los términos y frases locales irán en cursiva, mientras que los conceptos e ideas teóricas aparecerán entrecomillados.

[2] Los Martes Verdes tuvieron lugar frente al Congreso de la Nación durante las audiencias que se dieron en las cámaras baja y alta durante los meses de tratamiento del proyecto de IVE. Tomaron la forma de una concentración que incluyó diferentes acciones públicas: radio abierta, performances, stand up de humor, danzas, lecturas de poemas, etc. Los pañuelazos se desarrollaron en todo el país y consistieron en concentraciones en puntos neurálgicos de diferentes ciudades donde alzábamos nuestros pañuelos verdes para demostrar la fuerza de los feminismos a favor de la legalización del aborto. En general, los pañuelazos eran acompañados con acciones públicas como lectura de un documento, música en vivo y variedad de expresiones artísticas.

[3] Mantuve conversaciones o realicé entrevistas con un total de diez jóvenes de entre 15 y 18 años, dos docentes de nivel medio de 40 y 42 y una integrante de la Campaña de 54 años de edad de la ciudad de Córdoba o localidades del cordón de Sierras Chicas. Todas las interlocutoras de este trabajo se autopercibían, al momento de la realización de las entrevistas, como mujeres. El total de las jóvenes entrevistadas estaba realizando estudios de nivel medio en escuelas públicas –Instituto Provincial de Enseñanza Media (IPEM), Instituto Provincial de Enseñanza Técnica y Media (IPETyM) y un colegio dependiente de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC)– de la ciudad de Córdoba o el corredor de Sierras Chicas. Las docentes de nivel medio trabajaban en escuelas públicas y privadas de la ciudad de Córdoba, y la integrante de la Campaña se desempeñaba como docente en la UNC. Todas las interlocutoras pertenecían a sectores socio-económicos medios. En el marco de esas entrevistas y conversaciones les solicité especialmente a las jóvenes una reconstrucción de su participación en vigilias, pañuelazos y movilizaciones, sus sentires y reflexiones acerca del proceso acontecido en 2018 y 2020 en torno a la IVE, los debates en los que participaron en ámbitos familiares, educativos y/o en sus grupos de pares. Con las docentes me interesó, especialmente, conversar sobre aquello sucedido al interior de las instituciones educativas de nivel medio; mientras que a la integrante de la Campaña le solicité una reconstrucción histórica del proceso militante que desembocó en 2018 tanto como puse en consideración algunas hipótesis propias sobre las que dialogamos. En todos los casos explicité los objetivos y posibles usos de esas conversaciones y conseguí el consentimiento informado de cada entrevistada. En este texto aseguro el anonimato de mis interlocutoras por intermedio del resguardo de sus nombres reales.

[4] El proyecto original establecía que “en el ejercicio de su derecho humano a la salud, toda mujer tiene derecho a decidir voluntariamente la interrupción de su embarazo durante las primeras catorce semanas del proceso gestacional”. Extendía el plazo en casos de embarazo producto de una violación, riesgo de vida o salud física, psíquica o social de la mujer y malformaciones fetales graves. Incluía en los derechos y beneficios de la ley a “las personas con capacidad de gestar de acuerdo en lo normado en la ley de identidad de género nº 26.743” (Página/12, 7 de marzo de 2018).

[5] En 2018 la concentración que acompañó los debates en las cámaras baja y alta en la provincia de Córdoba se concentró en la ciudad capital, la cual actuó como fuerza centrípeta que acercó a organizaciones y colectivos de diferentes departamentos provinciales –especialmente aquellos ubicados alrededor de la capital: Departamento Colón, Departamento Punilla y Departamento Santa María– hacia su zona céntrica. En cambio, en 2020, por causa del Distanciamiento Social, Preventivo y Obligatorio (DISPO) pero también por el peso que ganó la marea en el interior provincial, se organizaron y sostuvieron vigilias en diferentes localidades de los departamentos linderos a la capital tanto como en otras ciudades provinciales como Río Cuarto y Villa María.

[6] Las cursivas pertenecen al texto original.

[7] Siguiendo las líneas de análisis fundadas por antropólogues como Hugo Ratier (1971) y Rosana Guber (1999) en Argentina, Gustavo Blázquez (2008) afirma que las categorías de “raza/clase” se (re)producen en el país de manera conjunta e interrelacionada, hecho por el cual decide conectarlas por medio de una barra (/). Blázquez subraya que, en el marco del sentido común nacional blanco y eurocéntrico, es frecuente escuchar frases como “es negro, no por el color de su piel, sino de alma” (2008: 7). Esa expresión clasificatoria y discriminatoria se realiza sobre sujetos de sectores empobrecidos de la sociedad, y, en el caso de la ciudad y provincia de Córdoba, en base a sus gustos musicales y prácticas de divertimento asociadas a los bailes del cuarteto cordobés. Este proceso efectiviza unas relativas (des)racialización de lo afrodescendiente y racialización de los sujetos económicamente subalternos, produciéndose “un régimen sensorial y moral enloquecido donde los negros no siempre tienen piel oscura” (Blázquez, 2008: 13). En este universo, la raza es también una categoría social, moral, erótica y estético-corporal, en la cual “los negros” –varones cis de sectores populares– son asociados a elementos de connotación negativa como la vagancia y la delincuencia, y “las negras” –mujeres cis de sectores populares– a un “mal gusto” estético y una disponibilidad sexual amoral (Blázquez, 2008).