UN TRANSITAR VIRTUAL FEMENINO. MUJERES JÓVENES Y LA PRODUCCIÓN DE UN NUEVO MOMENTO CIBERFEMINISTA

 

A FEMALE VIRTUAL TRANSIT. YOUNG WOMEN AND THE PRODUCTION OF A NEW CYBERFEMINIST MOMENT


Teresa Díaz Torres*

 

 

Resumen 

El artículo reflexiona sobre un recorrido virtual/personal que será a su vez un trayecto ciberfeminista (otro). Este camino busca dar cuenta de las transformaciones del uso de las tecnologías y las formas de habitarlas bajo la condición de una mujer joven. Por otro lado, se centra en la importancia de diversas manifestaciones de las mujeres, sobre todo jóvenes, en las redes sociales (principalmente en Twitter), que visibilizan cómo se están gestando distintas formas de contacto, acompañamiento y producción de significados fuertemente ligadas y construidas por el discurso feminista. Esto marca un nuevo momento en los estudios ciberfeministas contemporáneos. 

Palabras clave: Ciberfeminismo-  Jóvenes - Twitter.

 

 

Abstract

The article reflects on a virtual/personal journey that will be in turn a (other) cyberfeminist  journey. This path seeks to account for the transformations of the use of technologies and the forms of inhabiting them under the condition of a young woman. On the other hand, it focuses on the importance of various manifestations of women, especially young women, on social networks (mainly Twitter), which make visible how different forms of contact, accompaniment and production of meanings, strongly linked to and constructed by feminist discourse, are being developed. This marks a new moment in contemporary cyberfeminist studies.

Keywords: Cyberfeminism - Youngsters - Twitter.

 

 

 

Palabras preliminares

Las mujeres hemos logrado construir nuestro propio territorio en la red, no se trata de un territorio exclusivo, pero hemos demostrado ser capaces de establecer nuestras propias reglas en este medio disputando el espacio virtual al patriarcado.

Ana de Miguel y Montserrat Boix

 

De los últimos años a esta fecha, he visto proliferar en las plataformas virtuales (sobre todo en Twitter), grupos de mujeres, en su mayoría jóvenes, que están alzando la voz en contra de violencias machistas y misóginas. Además, su presencia y prácticas emergentes están gestando otras formas de producción de significados y símbolos, así como otras maneras de contacto y acompañamiento que están fuertemente ligadas y construidas por el discurso feminista.

¿Desde cuándo inició este actuar político?, ¿cómo apareció? Para contestar a estas preguntas tomo mi trayectoria personal virtual y construyo estos argumentos siendo yo misma. La decisión de hablar desde mi experiencia remite a mi trayectoria como usuaria de redes sociales digitales por más de dieciocho años, trayectoria que me ha permitido reconocer los cambios y transformaciones que han generado las usuarias en su habitar virtual. No es que tuviera pensado partir de mi persona para abordar cómo es que cada vez más mujeres jóvenes toman las plataformas digitales para expresarse y posicionarse desde una postura feminista, pero al reflexionar sobre estos acontecimientos, aparecían sin cesar mis propias vivencias como adolescente y mujer joven en las redes sociales años atrás, que contrastaban (a veces fuertemente) con las manifestaciones que se viven hoy en la red. Otro punto que me impulsó a escribir desde mi experiencia es que mientras me adentraba a la literatura ciberfeminista, podía reconocer las etapas de este pensamiento teórico en mi habitar el espacio digital, como se podrá ver en los próximos apartados.

En esta trayectoria como usuaria de redes sociales y gracias a mi profesión como antropóloga social he ido registrando anécdotas y vivencias importantes que han marcado mi transitar virtual, pero también mi acercamiento al feminismo y mi actuar político en tweets o en libretas a modo de diario de campo, lo que me ha permitido regresar a ellos y reflexionar a la distancia. Es por esto que el texto que presento a continuación emerge de una práctica autoetnográfica ya que utilizo mi experiencia como “una forma de llegar a la dimensión cultural, pero también a la política y a la económica de los fenómenos estudiados, yendo y viniendo de lo local a lo global, de lo individual a lo colectivo, de lo ideológico a lo vivencial” (Esteban, 2013: 56). Se trata de una reflexión situada teórico-crítica de “análisis profundo, sobre determinados aspectos de experiencias, convivencia social, emociones y acciones” (Carmen Gregorio en Romero Plana y Martínez Santamaría, 2021: 8) en un contexto actual en relación al feminismo, la subjetividad y la acción social.

Parto de mi experiencia para analizar cómo el habitar virtual trae consigo procesos complejos y visibilizar los cambios subjetivos y políticos que acarrea el encuentro con otras voces y manifestaciones sociodigitales, en contra de la idea de que “lo virtual se queda en la pantalla”. Asimismo, me interesa resaltar cómo las nuevas generaciones de mujeres se están encontrando con diversas prácticas y discursos feministas y con muchas otras usuarias que no sólo están generando denuncias, sino que en su hacer ponen en tensión códigos y significados, señalando que este habitar virtual juvenil es muy diferente al que yo viví, pero es un habitar esperanzador y emocionante, tal es así que su potencia está generando un nuevo momento en los estudios ciberfeministas contemporáneos del cual son parte.

Esta reflexión autoetnográfica es un derrotero ciberfeminista (otro) que da cuenta de las transformaciones del uso de las tecnologías, de las tecnologías mismas y de la forma de habitarlas bajo una condición de mujer. Es una manera de “teorizar, reflexionar y aportar, pero también legitimar al mismo tiempo nuestras propias vidas” (Esteban, 2013: 55). Siguiendo el pensamiento de Mari Luz Esteban (2013), escribo desde la autoetnografía ya que la perspectiva “auto” da la posibilidad al “yo” reflexivo de cuestionar la idea del autor como figura lejana e imparcial “cuestionamiento que pone en entredicho cualquier aspiración a la conquista de un cierto estatus de objetividad” (Esteban, 2019: 11), más cercana al conocimiento situado en donde la observación y todo análisis “es subjetivo, imparcial, incompleto en sí mismo, pero al mismo tiempo, real privilegiado y necesario” (Esteban, 2013: 56). De esta manera, la escritura autoetnográfica que a continuación presento se desplaza entre la experiencia, el yo, lo teórico, político, y social “implicando la propia historia entre procesos históricos y discursos académicos” (Miren Guillo en Esteban, 2019: 17).

 

Un transitar virtual femenino

Mi comunicación y mi transitar han sido mayoritariamente en la red. “¿Te acuerdas del ICQ?”[1], me preguntaba una amiga hace poco. ICQ fue la primera herramienta de comunicación digital que utilicé entre los años 1999 y 2000 con apenas once años. ICQ me permitió conocer un exterior distinto y un acercamiento a otros mundos lejanos que se aparecían en mi pantalla. Era básicamente una sala de chat, una sala en la cual sólo se veían letras escritas por alguien más, en ICQ éramos números.

Después caminé por otras salas (Latinchat o Elchat.com), ahí nos percibíamos como nicknames[2] extraños que no necesitaban tener coherencia y un avatar que podía tener cualquier imagen, esta interacción extraña que carecía aparentemente de cuerpos, dio paso a cuestionar a varios grupos y pensadoras ciberfeministas de los años 90 (VNS Matrix, 1996; Plant, 1998), la movilización o incluso el agotamiento de conceptos como centro, horizontal, linealidad, privacidad, etc., y de pensar el ordenador como una Matrix, que bien podía parecerse a un útero creador de individuos nuevos que podían:

Convertirse en una explosión demográfica en la red: muchos sexos, muchas especies. Sobre [la pantalla] no existen límites a los juegos que se pueden jugar en el ciberespacio. Como resultado la creación de un lugar que se define como urdimbre infinita de relaciones en ausencia de jerarquía, un lugar cuya estructura excusa, en principio, la presencia de cualquier determinación falocéntrica (Sadie Plant en De Miguel y Boix, 2013: 57).

En la mitad de los años noventa y principios del siglo XXI, se alentaba, en Estados Unidos y Europa entre los espacios ciberfeministas (Venus Matrix, 1996;  Zafra, 2005), a repensar la tecnología digital, como un núcleo de posibilidades para las mujeres. Internet era un lugar que permitía juegos y jugadas que, en ausencia de identidad, posibilitaba la creación de cuerpos-máquina que podían quizá, eliminar el problema de la diferencia sexual y habilitaban nuevas metáforas y producciones de lo femenino/masculino. Cuando usaba ICQ y las salas de chats, ese juego de identidad que tanto alentó las discusiones de aquellas feministas estaba presente, creíamos que podíamos ser cualquier cosa, sin embargo, existía también una necesidad de aterrizar en aquello que nos identificaba, pequeños datos que descubrían quiénes éramos y por qué nos encontramos en esos lugares.

Después de estas salas que agitaban la fantasía, hacia los años 2003-2006 aparecieron en mi radar los blogs y las redes sociales. Yo con diecisiete años, encontraba otros modos de habitar ese ciberespacio que me empujaba a destapar mi rostro y mi personalidad. Myspace, Blogspot, Fotolog, MSN, 5Five y Facebook se apoyaban, siguiendo a Remedios Zafra, en una realidad del yo como protagonista, a través de la demanda constante de actualización de perfiles, una hipervisibilización del yo acreditado con imágenes de realidad (2010). En estas primeras redes sociales queríamos mostrar quiénes éramos y cómo percibíamos el mundo, con esas cámaras digitales de tres megapíxeles intentábamos presentar caras felices, rostros bonitos y aniñados (aunque no necesariamente nos sintiéramos así) y dejamos de jugar con los nicknames, para regresar a nuestros nombres.

No alcanzamos a llegar, por esta vía, a lo que proponía el “utopismo cibernético”. En esta etapa el feminismo se dio cuenta de que las jerarquías y dicotomías, aún en lo virtual se imponían, y de lo mucho que se había relegado a las mujeres de la creación, producción y uso de las tecnologías digitales. Un grupo de feministas (Braidotti, 2002; Everett, 2004; Maffía, 2014; Wilding, 2004) también comenzaron a notar cómo el patriarcado en su elasticidad alcanzaba estos lugares. Los estudios de la brecha digital y poco después de la brecha digital de género (Castaño, 2008; Gurumurthy, 2009), ponían sobre la mesa la desigualdad de uso y producción, de este mundo tecnológico que crecía y crecía, cada vez más, sólo para algunos y algunas. Pero estas visiones y discusiones no eran relevantes entre los usuarios y usuarias de esas plataformas en aquellos años, si bien no dudo de la existencia de páginas y mujeres feministas en la web desde sus inicios, parecía que el feminismo era algo muy lejano, instalado en los círculos académicos o en las universidades, el feminismo aún no inundaba el discurso público en la red y poco se cuestionaba entre los usuarios y usuarias las relaciones de género o las posiciones de varones y mujeres.

En esta efervescencia de hipervisibilización del yo que propone Zafra (2010) en España y Sibilia (2008) en América Latina, aparece una red social que combina elementos que se venían manejando ya sólidos en otras redes sociales y que pone énfasis otra vez en el regreso a la textualidad: Twitter. Aunque nace en 2006, yo la conozco y comienzo a ser usuaria en 2009. Si bien en un principio para el usuario nuevo, 140 caracteres[3] parecían un límite muy severo, la plataforma se perfila como un lugar en el cual se pueden dejar notas sobre lo que “nos parece relevante”, sobre todo con relación a noticias nacionales y mundiales. Twitter nos alienta a su uso con una pregunta: ¿Qué está pasando? Pregunta que se torna abierta a la posibilidad, no de una sola respuesta, y que en su interrogación nos interpela y nos permite una interpretación particular.

 

Twitter como espacio personal

Cuando Twitter llegó a México, los 140 caracteres generaban un desaliento para su uso, pues la interfaz se instalaba en una textualidad plana, sin la posibilidad de agregar imágenes, iconos, GIF[4] o videos. Twitter regresaba un poco a aquellas salas de chat que sólo permitían interactuar mediante palabras. Cuando otras redes sociales ya incluían el uso de imágenes y audio (Myspace o Facebook), Twitter volvió a lo simple.  Por lo tanto, era un poco desconcertante poder tener acceso a blogs y otras redes sociales, que no marcaban límites para escribir y luego llegar a Twitter, que apostó por la primicia de: “no hay una sola idea o pensamiento, que pueda ser expresado correctamente dentro de esos límites” (Cansino, 2017: 393).  Esta forma tan plana se vio como aliada para comunicar en tiempo real sucesos específicos que se compartían rápidamente de perfil en perfil. Algunos de ellos terminaban siendo acontecimientos mediáticos que empujaron a la creación de los primeros movimientos sociales, que recurrían como herramienta clave de acción a las redes sociales, en particular Twitter.

Pero, además de impulsar ciertos movimiento sociales, en Twitter también se podían encontrar otro tipo de prácticas, por ejemplo: entre el año 2012 y 2015 Twitter en México se vio inundado de hashtags racistas, clasistas, misóginos y homofóbicos como: #EsDeNacos, #HuelesASirvienta, #EsDeJotos, #PutiPobre y el que generó más polémica en la opinión pública en ese momento #EsDeIndígenas, cuando la hija del entonces gobernador del estado de Baja California, Marco Covarrubias tuiteó: “#EsDeIndígenas emocionarse con ir a USA y poner mil estados y fotos de cada paso que das” y “nunca falta el indio que se emociona por ir a plaza Las Américas”[5]. Aunque hubo una indignación por estos tweets y hashtags, muchos usuarios y usuarias participaban alegremente en ellos sin generar un mínimo cuestionamiento a los discursos que se vertían en estos tweets. En ese momento con veintitrés años, me pareció preocupante la aparición de esos hashtags, sobre todo el de #PutiPobre pues a mi forma de ver, aparecía un discurso doblemente discriminatorio hacia ciertas mujeres, cuestión que impulsó muchas de las preguntas que abrieron paso a mi investigación de maestría. Sin embargo, debo admitir que en el momento de la aparición de estos hashtags, no logre cuestionar o generar una postura de rechazo en Twitter por miedo a ser atacada o segregada dentro de la comunidad, ya que en esos años aún no se visibilizaban ampliamente grupos de mujeres que cuestionaran estas prácticas y discursos como sucederá más adelante con la llegada del feminismo a la plataforma.

Para el año 2015 comencé a darme cuenta del aumento de usuarias jóvenes en Twitter. Mujeres que escribían sobre su vida, inconformidades y cotidianidad, estos hallazgos llevaron a plantearme distintas preguntas: ¿existían otros usos para Twitter más allá del acceso alternativo a la información o como herramienta de promoción y visibilidad?, ¿las mujeres usamos la plataforma de otro modo?, ¿cómo nos apropiamos de ella?, ¿tuiteamos por los mismos motivos que lo hacen los hombres?

Para empezar a problematizar estas cuestiones, tomaré los planteamientos de Cesar Cansino, aunque me alejaré de la figura que propone de “Homo Twitter”, por parecerme totalizadora y masculinista, ya que para él todos los usuarios (así en masculino) de Twitter, viven la plataforma de la misma manera, bajo las mismas condiciones y los mismos intereses, planteamientos que vengo cuestionando desde hace tiempo. No obstante, me parece que su desglose de la práctica “tuitear”, me ayuda en ciertos momentos a pensar el uso que le damos las mujeres y sobre todo las jóvenes a la plataforma.

Cansino nos dirá que: “Twitter no renuncia a la palabra escrita, tentativa de ser elocuente en la brevedad, el esfuerzo de la síntesis” (2017: 392). Esta posibilidad limitante era para mí estimulante, entre tanta información de la escuela, la casa, la calle, amigos, familia y parejas sentimentales, mi vida tenía muchos vértices a donde mirar. Ir a Twitter en ese primer momento, como espacio restringido, me servía como una pequeña libreta digital, en donde hacía anotaciones de cosas importantes como: nombres de canciones, frases de películas, palabras que alguien me había dicho y que me resonaban y no quería perder, nombres de libros y más, las anotaba en tweets de 140 caracteres.

Cansino agregará: “un tweet que nadie lee es un tweet que nunca existió” (2017: 394), cuestión que me parece problemática, en un principio mi intención no era necesariamente “conectar” con otros y otras, porque en general, conocía a muy pocas personas que usaban Twitter (siempre he sido de pocos seguidores), así que esos primeros tweets que “nadie vio”, son tweets que existieron para mí, que significaban algo en el momento de ser producidos, existieron/existen.

 Esa agenda significaba pequeñas notas de memoria que se guardaban en la agitación de mi vida, y pienso que Twitter abrió la posibilidad a las mujeres como yo, de poder tomarse sólo cinco o diez minutos para escribir un tweet, entre el ajetreo de la escuela, el trabajo, el hogar, la familia. Encender la computadora o abrir el celular y condensar el pensamiento en 140 caracteres, posibilitaba que se pudieran seguir las actividades diarias, sin una interrupción muy larga. No había la necesidad de “un cuarto propio” para escribir largas publicaciones. En Twitter era posible abreviar el pensamiento o la idea en pocos caracteres y se podía “tuitear” desde el baño, la cocina, el metro, la calle, las escaleras, la cama, y en esto concuerdo con Cansino “Twitter restituye la cultura de la escritura, pero breve y críptica, lo que lleva a una lectura críptica, cortada, intermitente” (2017: 392).

Pero, ¿por qué me fugué a Twitter?, ¿por qué lo vi como un lugar preciado, habiendo otras redes sociales, con otras posibilidades? Porque lo que escribía en esta red caminaba rápido, pero no se desvanecía, las búsquedas de algún tweet al que quería regresar eran más fáciles y también se podían olvidar rápido. Llegué a Twitter porque quería alejarme de espacios como Facebook, que se comenzaban a llenar de mis familiares y conocidos, que hace años no veía, de esto recuerdo una anécdota: un día subí a Facebook una fotografía en ropa interior, a los cinco minutos tenía una llamada perdida de mi mamá y luego otra, cuando contesté escuché: “tu papá me habló, me dijo que qué te creías, ninguna muchacha “decente” sube ese tipo de fotos a Facebook, elimínala”. Me enojé y después me reí, pero ganaron y eliminé esa imagen de mi perfil de Facebook. Sin embargo, no quería que esa fotografía se perdiera, como en Twitter no tenía a ningún conocido, la publiqué ahí junto a la palabra “venganza”, tuvo dos o tres likes, pero ningún escándalo. Entendí la oportunidad que me daba la plataforma, esa “venganza”, era una forma de zafarme de la vigilancia de mis padres y otros y de reconocerme por primera vez como una mujer que deseaba ser vista con otra mirada, en este punto aún no había llegado al feminismo, pero intuía que Twitter era un espacio que, como mujer joven, me permita otra apertura a mi forma de expresión, mi contenido, mis ideas y mi escritura.

Los tweets son efímeros y a la vez no lo son, esta imagen convertida en tweet además marcó el principio de una práctica de desnudo que realizaría más adelante ante los ojos de unos y escondida de otros, esto me hizo ver que “El momento de la narración en sí misma, da cuenta de los lugares de intimidad a quien va dirigida dicha narración y en qué contexto se da. El objetivo al transmitir dicha experiencia puede ser distinto dependiendo de a quién se narra,” (Bautista Pérez, 2016: 52).

Twitter me permitió contactar sobre todo a mujeres que mostraban su cuerpo en la plataforma, mujeres que no conocí físicamente pero que conocieron de cerca ese primer cambio consciente en mí, un cambio que apelaba al reconocimiento de mi cuerpo femenino, de mi deseo, de la forma en que me reconocía como mujer y aunque en ese momento no entendí esos cambios como feministas, ahora puedo pensar que lo que los impulsó, fue precisamente el encuentro con otras mujeres y el impacto que causaron en mí sus experiencias relatadas en tweets.

Todos estos pensamientos en cierta medida fueron un detonante para realizar un análisis más complejo en mis estudios de maestría en antropología social. Esta investigación se centró en una práctica específica, hecha por usuarias mexicanas, ellas tomaban Twitter para subir fotografías de su cuerpo desnudo que podían ser leídas como eróticas y sexuales. Esta investigación, realizada entre los años 2016 y 2018, fue para mí, un parteaguas para entender que las prácticas en internet son: praxis complejas y contradictorias que llevan a procesos de materialidad y de subjetividad que son constituyentes y constitutivos de quien las realiza, prácticas que ponen en duda dicotomías como público-privado, adentro-afuera, arriba-abajo, virtual-real, etc., y que son productoras de sujetos de género.

Pero otra cosa fundamental también pasó. Mientras realizaba esta investigación de maestría, mujeres mexicanas usuarias de la plataforma la tomaron como un punto de arranque para denunciar violencias específicas que se vivían en otros espacios. A partir del Día Internacional de la Mujer y el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, se crearon hashtags que se han vuelto icónicos dentro del movimiento contemporáneo de mujeres. #NiUnaMenos y #MiPrimerAcoso fueron hashtags detonantes que dieron a Twitter un lugar específico de encuentro en donde cientos de mujeres (sobre todo jóvenes), contaron sus historias y animaban a que más y más usuarias se unieran. En 140 caracteres se podían leer pequeñas experiencias que se encadenaban unas con otras, además la gran mayoría de estas narraciones estaba situada en el contexto mexicano, hacían alusión a una estación del metro, el nombre de una calle, un parque o una escuela, el nombre de un “pueblo mágico” o de una gran avenida de un estado del país aparecían sin cesar por horas y horas en mi timeline[6]. Yo también me uní, lo que hizo que tuviera que obligarme a recordar aquel día que caminaba de mi casa a la estación del metro Morelos en la Ciudad de México, cuando dos sujetos se acercaron a mí y me gritaron palabras obscenas refiriéndose a mis senos, usaba una blusa hermosa que jamás volví a vestir, sólo tenía catorce años. Recuerdo que lo que más me costó al redactar ese tweet, fue condensar toda mi tristeza y mi rabia en 140 caracteres. Sin embargo, lo logré y mi voz se unió a otras más, recuerdo que el tweet recibió varios likes de otras chicas, lo que me hizo sentir acompañada.

En ese momento estaba experimentando una cosa única en mi vida, por primera vez me sentía identificada con otras mujeres, en dos procesos diferentes: por un lado, estaba entablando una confidencia y aprendizaje con mujeres que mostraban su cuerpo desnudo en Twitter y que se reconocían como sexualmente activas, por otro lado, reconocía y rememoraba procesos de violencia que había vivido y que no sabía que otras muchas también habían experimentado. Yo soy una mujer que no tiene una gran cantidad de relaciones con otras mujeres, así que comencé a conocer y poner atención a las usuarias de Twitter, porque con ellas era posible conocer otras formas, otras vivencias, otros conocimientos, otras opiniones. Entre 2016 y 2017, gracias a estos acontecimientos, conocí y me replanteé el feminismo y lo que trae consigo. 

 

El actuar de las jóvenes en Twitter

Del año 2016 a la fecha, por mis ojos comenzaron a emerger una multiplicidad de voces de mujeres jóvenes en Twitter que se organizaban a través de hashtags para denunciar un acto violento o misógino o para salir a las calles a marchar. Mujeres de secundaria, preparatoria y universidad utilizan sus cuentas de Twitter para “alzar la voz”, para decir basta y confrontar desde este espacio una realidad mexicana terrible para las mujeres, en donde según cifras oficiales (AP, 2020) se matan en México a 10.5 mujeres diariamente.

Ante estos actos que ya no se pueden ignorar, las jóvenes usuarias toman a las redes sociales que tienen a su alcance para visibilizar estas violencias y mostrar indignación ante un Estado pasivo. Un ejemplo de ello es el caso de Ingrid Escamilla. El día 11 de febrero del año 2020, me encontraba como lo hago diariamente, navegando por Twitter para conocer las últimas noticias del día. El nombre de Ingrid Escamilla se posicionaba en la lista de tendencias, así que decidí mirar de qué se trataba, pues no era un nombre conocido y la curiosidad me invadió. Era la noticia de un feminicidio.

Ingrid Escamilla había muerto el día 9 de febrero a manos de Erik Francisco “N”, este hombre acuchilló a Ingrid en distintas ocasiones para después quitarle la piel. Las imágenes del cuerpo de Ingrid rápidamente se viralizaron por Twitter, pero no sólo eso, estas imágenes comenzaron a ser usadas por distintas cuentas para hacer chistes y burlas crueles sobre el feminicidio. Si la noticia ya era demasiado fuerte, las imágenes que circulaban hacían que el ambiente en la plataforma fuera peor para nosotras, ¿qué hacer para que estas imágenes ya no circularan? Una usuaria tuvo una idea y “tuiteó”: “Amigas, una vez vi un caso de un feminicidio a una chica de EEUU en el que filtraron las imágenes de su cuerpo y sus familiares y amigos compartían fotos de cosas bonitas para cuando buscaran su nombre (en la red) y no aparecieran las desafortunadas fotos” (@citcitcitcit_, cit. en Verne, 2020); a continuación, aparece una ilustración de la cara de Ingrid hecha por la misma usuaria. Este tweet alcanzó más de 35 mil “me gusta” y más de 11 mil retweets, esto llevó a la creación del hashtag #IngridEscamilla, que se inundó de imágenes de atardeceres, flores, gatitos y más, que no sólo dignificaban el recuerdo de Ingrid, también nos permitía a las usuarias un abrazo colectivo virtual, una señal de acompañamiento y acuerpamiento digital que nos unía en el dolor, en la rabia y en la fraternidad. El hilo de imágenes que se creó en ese momento tejió un poco de esperanza entre las usuarias de Twitter e intentó reconfortar a los familiares, amigas y amigos de Ingrid. A esta acción la reconozco como un “momento de ebullición de lo colectivo, que surge como contestación y supervivencia” (Cejas, 2020: 204).

Twitter se vuelve un espacio para el encuentro con el feminismo a través de esa misma presencia y enunciación de las mujeres, pues es un lugar en donde identificarse y desidentificarse, presentarse y cuestionarse, procesos que se pueden dar a partir de la expresión de sus pensamientos, creencias y sentires en la propia escritura de los tweets, esto podría “cuestionar un sistema que es incapaz de hacer creíbles determinadas realidades” (García López, 2012: 107). Estos encuentros con el feminismo, la escritura que produce en la plataforma, las manifestaciones que genera y las transformaciones que desata, evidencian la “la crisis de los discursos patriarcales, a la vez que abre la posibilidad e invita a pensar en otros lugares (García López, 2012: 107). Esto es así porque en Twitter hay una exposición constante y continua no sólo del feminismo, sino de los procesos que desata este discurso, que puede llevar a mostrar lo que significa ser mujer y ser joven en México, en un tiempo histórico determinado, en donde distintos discursos están en juego y donde ha crecido una discusión sobre el lugar y la posición de las jóvenes en esta sociedad. Así “se abre una vía para romper con las reglas del discurso androcéntrico” (García López, 2012: 107) y de conocer más a fondo qué está motivando a las usuarias jóvenes mexicanas y más aún, qué están moviendo y descentralizando al “tuitear”.

Hoy tengo treinta dos años y reflexiono con nostalgia mi transitar digital. Desde la adolescencia sospechaba que internet, sus salas, sus chats, sus blogs y sus redes sociales me facilitaban socializar y encontrar espacios para recluirme. Mi personalidad tímida y cierta soledad me obligaba a buscar en lo virtual otras voces, otros mundos con que conectar. Podía pasar horas navegando de página en página y de sala de chat en sala de chat, platicando con un desconocido tras otro. Sin embargo, ese transitar muchas veces fue sigiloso y silencioso pues buscar ciertos temas se sentía como hacer algo “indebido” por ejemplo, realizar una búsqueda sobre el orgasmo femenino o sobre anticonceptivos me daba ansiedad, pues tenía miedo que me sorprendieran buscando esos temas, además de que era para mí muy difícil encontrar experiencias de mujeres que hablaran sobre ello o tuvieran las mismas inquietudes que yo, pues cuando llegaba a tocar el tema con otras usuarias en estos tiempos, se generaba un silencio o simplemente huían, evitando hablar de ello. En esos momentos (entre el año 2009 y 2015), tampoco lograba conectar plenamente con otras usuarias, pues la idea de competencia entre nosotras era muy fuerte y presente. Era cotidiano encontrar mensajes irónicos o agresivos entre usuarias, sobre todo en los fotologs en donde las selfies proliferaban, yo prefería guardar silencio y alejarme de hacer interacciones con otras mujeres por miedo a encontrarme envuelta en esas situaciones, lo que también me apartaba de la oportunidad de conocer y unirme a otras.

Asimismo, me abstenía de cuestionar ciertas acciones, discusiones o prácticas dentro de las redes sociales y los blogs. Como comenté líneas arriba, ya siendo usuaria de Twitter vi proliferar hashtags misóginos y homofóbicos que me causaban enojo y frustración, de hecho tengo registrado en una libreta que el 18 y 19 de diciembre del 2015, apareció en México el hashtags #MásInutilQueUnaMujer, recuerdo que lo apunté porque quería hacer un tweet mostrando mi indignación hacia dicho hashtag, hice entre cinco y ocho borradores y no logré “tuitear” ninguno, porque me dio miedo volverme blanco de ataque por parte de usuarios que alegremente hacían “chistes” que celebraban entre ellos, me abstuve de escribir, pero a ese hashtag nunca lo olvidé, no sólo por el contenido, sino por mi imposibilidad de posicionarme frente a él.

Un año después llegó un evento que me maravilló. El hashtag #MiPrimerAcoso apareció en Twitter. Con este suceso pude ver como cientos de usuarias jóvenes mexicanas se unían para visibilizar las violencias que habían vivido en otros lugares. Con la aparición de #MiPrimerAcoso, Twitter se convirtió en un lugar intervenido que no te condenaba, al contrario, a través de las voces de las mujeres te hablaba e interpelaba, un lugar en donde mi vivencia tenía cabida, un espacio de identificación que transformaba mi perspectiva, convirtiéndose en un lugar para “denunciar y hacer visibles situaciones y lugares de opresión que vivimos las mujeres” (Cejas, 2020: 220). Para mí, #MiPrimerAcoso en México fue el hashtag que nos encontró y nos permitió a muchas usuarias voltearnos a ver en la distancia/proximidad[7] del espacio virtual. #MiPrimerAcoso posibilitó a muchas mujeres “hablar por primera vez, acerca de lo que siempre hemos sabido” (Hall, 2013) y no habíamos podido nombrar. De ahí en adelante fui capaz de identificar a Twitter como un espacio público que: “en su visibilidad, es el contexto constituyente de la acción y la experiencia a la vez, es el medio en donde suceden la articulación y las relaciones de poder mismas, el medio donde se da la lucha incesante por la condición humana de existencia y reconocimiento” (Lawrence Grossberg en Cejas, 2020: 193)

Cada día en mi timeline aparecen temas nuevos que son tocados por las usuarias jóvenes de Twitter, se habla del aborto, de la copa menstrual, del poliamor o de la vulva, se escribe sobre el lesbianismo o sobre la menstruación, se preguntan por los usos de los pronombres o por el orgasmo femenino. Algunas comentan desde sus experiencias, otras hablan desde sus miedos, algunas usan el chiste y el meme, otras parten del dolor, esto porque, siguiendo los pensamientos de Hall (2020), las mujeres no sólo queremos hablar sobre la violencia por el resto de nuestros días, ya que reconocemos que tenemos un lugar en la historia y queremos narrarla bajo nuestras propias miradas, de esta forma, se tejen hilos de conversaciones públicas entre mujeres jóvenes que se van descubriendo de la mano de la escritura de la otra, se vuelven sujetas de enunciación en un espacio público donde “no sólo son visibles, sino protagonistas, definen, producen y ocupan ese espacio-territorio-cuerpo, -reclamándolo como seguro- a fin de adquirir condición de humanidad” (Cejas, 2020: 194).

Las mujeres en Twitter no sólo se mueven por el espacio público, también transitan por sus experiencias y por su cotidianidad y en este hacer se posicionan como sujetas de enunciación “para proponer y poner en acción otros modos de contar que superan los relatos hegemónicos y pedagógicos (en sentido autoritario), no sólo en contenido sino en la manera de narrarlos” (Cejas, 2020: 219–220).

 De #MiPrimerAcoso en adelante, pude observar que Twitter poco a poco se llenó de expresiones de mujeres jóvenes, que “tuitean” sobre diversos temas, en donde el feminismo es central. Se convirtió en un lugar de aprendizaje para mí y a partir de entonces mi actuar en la plataforma se volvió mucho más político, pues encontraba resonancia de mis pensamientos o vivencias en otras mujeres que interactuaban conmigo al generar un retweet, dar un “me gusta” o compartir sus experiencias. El actuar de las mujeres se hizo presente en esta plataforma y movilizó y afectó a muchas usuarias. Me sorprende hoy ver a mujeres de secundaria y preparatoria organizando acciones desde esta plataforma y hablando abiertamente de todo tipo de temas, me da esperanza su fuerza. Seguido me encuentro preguntándome, “por qué cuando yo tenía esa edad no nos manifestábamos así”.

 

Palabras finales

De esta manera nos encontramos en otra onda[8] ciberfeminista, donde se visibiliza la presencia cada vez más fuerte de mujeres y mujeres jóvenes en la acción colectiva, creando manifestaciones de lo político que cuestionan las prácticas y normativas hegemónicas. Como comenta Rovira Sancho (2018), bajo el lema “do it yourself”, “dilo tú misma” o “hagámoslo nosotras mismas”, hoy en día se gesta un “feminismo de “código libre” que impregna las movilizaciones sociales […], en una experiencia de “dar cuenta” en primera persona, propia de las multitudes conectadas” (224).

La expansión que han tenido las redes sociales en los últimos años y su apropiación entendida como: “procesos materiales y simbólicos de acceso y dotación de sentido en las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC), según las necesidades y las competencias puestas en juego, en este caso por parte de las mujeres” (Laudano, 2019: 358), ha posibilitado la “transnacionalización de los marcos de significación para la acción colectiva” (David Snow y Robert Benford en Rovira Sancho, 2018: 224), esto lo podemos ver a través de acciones que se contagian y viralizan modos de hacer. Por ejemplo, el hashtag #MiPrimerAcoso mencionado anteriormente devino del hashtag #MiPrimerAsedio organizado por el colectivo brasileño Think Olga.  Al reconocer el grado de movilización que creó el hashtag #MiPrimerAsedio, la periodista Catalina Ruiz Navarro lo tradujo e introdujo en la comunidad tuitera mexicana creando con ello un movimiento fresco en México, pero hermano del que sucedió en Brasil. De esta forma vemos cómo “la lógica de red implica la extensión de un modo de hacer que desestructura formas organizativas estables y ‘abre código’ con la relevancia de la colaboración, la replicabilidad de las fórmulas y su mejoramiento o remix” (Rovira Sancho, 2018: 225).

Estas maneras de tomar la red proliferan por la posibilidad de acceder a dispositivos móviles como smartphones, tabletas, etc., que se mueven con las usuarias y que permiten conexión casi en cualquier lugar, lo que da pie a estar al tanto de lo que pasa en las plataformas y publicar sin necesidad de estar establecida en un punto fijo, como sucedía años atrás, cuando la conexión se realizaba mayoritariamente por computadoras de escritorio.

 Otro eje de cambio que Rovira Sancho articula para esta última “onda” ciberfeminista, es la paulatina feministización de las formas y los marcos de significación, al reconocer no sólo la manifestación pública y masiva de las mujeres y mujeres jóvenes en la web, así como en otros espacios, también reconoce que:

Lo femenino desocultado se vuelve feminista como desarreglo del orden simbólico contra los liderazgos unipersonales y los modelos heroicos -muy ligados a la visión patriarcal de la tradición revolucionaria-, los movimientos sociales distribuyen las voces y ponen en el centro “lo común”, el cuidado, el medio ambiente, la vida […] como la revolución más necesaria e inmediata: la que hace posible lo cotidiano, la supervivencia, el presente, el amor y sus afectos, el agua, el aire, la tierra” (Rovira Sancho, 2018: 225)

Las mujeres jóvenes en Twitter logran potenciar y expandir el feminismo y promueven una “dinámica de implicación con una dimensión de autorreflexivilidad” (Rovira Sancho, 2018: 228) a partir del contacto con otras voces, esto ha favorecido a que cada vez más mujeres “se sientan interpeladas a decir y hacer, a ser protagonistas de una nueva ola global que adquiere la forma de constelaciones performativas claramente feministas” (Rovira Sancho, 2018: 228). Así me encuentro y nos encontramos en otro momento del ciberfeminismo, en donde se está gestando una proliferación de manifestaciones, encuentros, aprendizajes y unión principalmente entre las jóvenes. Si bien, es verdad que también se crean en este contexto, otras formas de producción de poder y vigilancia (que por espacio de este documento, no podré abordar), quiero destacar que es un momento de “recepciones dispersas y abiertas y a la vez múltiples, lo que potencia las posibilidades políticas tanto de desestabilización como de respuestas alternativas -de cambio de miradas y transformación- del orden hegemónico” (Cejas, 2020: 203). Es un momento de tensiones y reconfiguraciones, no sólo de lo tecnológico, sino de formas de descubrirnos, reconocernos, conocer, hacer, sentir y de combatir por la ocupación de cada vez más espacios (virtuales).

 

 

Recibido: 8 de junio de 2021

Aceptado: 12 de agosto de 2021

 





 

Referencias Bibliográficas 

 

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* Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco. División de Ciencias Sociales y Humanidades. Doctorado en Estudios Feministas. Ciudad de México, México.

[1] ICQ (I seek you, en español “te busco”) es un cliente de mensajería instantánea y el primero de su tipo en ser ampliamente utilizado en Internet, mediante el cual es posible chatear y enviar mensajes instantáneos a otros usuarios conectados a la red de ICQ.

[2] Nickname es un apodo con el que se autodenominan las personas en diferentes páginas web, blogs o redes sociales.

[3] Originalmente el tweet nació en el 2006 con 140 caracteres, pero conforme la popularidad de la red social creció, comenzaron las demandas de usuarios de diversas partes del mundo para añadir más caracteres, ya que en ciertos lenguajes era difícil la articulación de las ideas en un espacio tan reducido, en el año 2017 Twitter accedió a estas peticiones agregando el doble de caracteres.

[4] Graphics Interchange Format (en español «Formato de Intercambio de Gráficos») también llamado Compuserve GIF y más conocido como GIF, es un formato gráfico digital utilizado ampliamente en la web, tanto para imágenes como para animaciones.

[5] Los tweets aquí presentados se transcribieron tal cual fueron publicados en la red social Twitter.

[6] El Timeline es el espacio que una Red Social le dedica a los contenidos publicados, es decir, es la línea del tiempo de cada una de las plataformas digitales.

[7] Quiero aclarar que no estoy utilizando distancia/proximidad como una dicotomía, sino como una continuidad.

[8] Natanshohn y Paz (2019) hablan de “ondas” ciberfeministas para no decir olas, ya que onda tiene una relación más estrecha con los procesos tecnológicos como, por ejemplo, las ondas de wifi que permiten la conexión a internet, presentes incluso en su logotipo.