MUJERES JÓVENES: EPISTEMOLOGÍA FEMINISTA Y ESTUDIOS DE JUVENTUD
YOUNG WOMEN: FEMINIST EPISTEMOLOGY AND YOUTH STUDIES
Anyela
Alejandra Vanegas Arango*
Resumen
En este artículo practico una mirada que problematiza la representación de las mujeres como sujetas políticas y su lugar en los estudios de juventud, pero sin pretensiones de profundizar en una perspectiva genealógica e histórica sobre dichos estudios. Para ello parto de la revisión bibliográfica con búsqueda sistemática en bases de datos, así como del análisis de textos académicos e investigaciones de corte cualitativo realizadas principalmente en América Latina, que dan cuenta de las culturas juveniles, así como también del trabajo estético y político de las juventudes. Enfatizo la importancia de incorporar la epistemología feminista en estos estudios para reconocer a las mujeres jóvenes desde su accionar transformador de contextos, relaciones y sistemas de poder inmersos en el género.
Palabras clave: Mujeres jóvenes - Epistemología feminista - Estudios de juventud - Género.
Abstract
In this article I practice a view that problematizes the representation of women as political subjects and their place in youth studies, but without pretending to delve into a genealogical and historical perspective on these studies. To do so, I start from a bibliographic review with a systematic search in databases, as well as from the analysis of academic texts and qualitative research carried out mainly in Latin America, which account for youth cultures, as well as the aesthetic and political work of youth. I emphasize the importance of incorporating feminist epistemology in these studies in order to recognize young women from their transformative action of contexts, relationships and power systems immersed in gender.
Keywords:
Young Women - Feminist Epistemology - Youth Studies - Gender
Introducción
La noción de juventud -que luego se reconocería como juventudes por la pluralidad de sus expresiones-, ha sido construida desde múltiples disciplinas y enfoques. Su genealogía según Rossana Reguillo (2000) se ubica en América Latina en el siglo XX, a partir de la reconfiguración de las formas de hacer política expresada a través de movimientos estudiantiles y las guerrillas. Luego, son relacionadas con las violencias al calificarse de revoltosas, delincuenciales y problema social; y con la vertiginosa incursión de la tecnología, la globalización cultural y los crecientes mercados, las juventudes fueron vistas como apuesta de consumo, donde emerge una poderosa industria cultural que se muestra como atractiva para los intereses del mundo juvenil. Por otra parte, los estudios culturales aportan posibilidades de análisis sobre las juventudes en cuanto a “la identidad como lugar de enunciación sociopolítica, las interacciones entre prácticas y estructuras y los escenarios del conflicto y la negociación por la inclusión,” (Reguillo, 2003: 113), a partir de allí, se toma distancia de delimitaciones como la edad, para entender la experiencia discontinua, cambiante y plural que contienen las representaciones, formas de acción política y narrativas sobre lo que implica ser joven. Sin embargo, aunque existen numerosas miradas sobre esa noción, son recientes y minoritarias las referencias sobre los relatos, acciones e historias de las mujeres jóvenes en la construcción de esta categoría.
En consecuencia, hay una pregunta que invita durante todo el texto a reflexionar sobre la importancia que existe de una intersección entre las categorías de juventud y género, enfatizando en las experiencias de mujeres jóvenes que como sujetas políticas adelantan acciones trasgresoras, de denuncia y de exigencia del espacio público, porque el feminismo se les ha convertido en panfleto, graffiti, performance, movilización y calle.
De esta manera, el texto se encuentra estructurado en tres apartados que dan cuenta de las elaboraciones académicas encontradas y la propuesta para abordar desde las epistemologías feministas. El primero, es un planteamiento sobre la forma en que se ha construido el imaginario de la juventud, bien sea desde un referente adultocéntrico, o desde las culturas juveniles que enfatizan en su experiencia social y colectiva. El segundo, habla sobre el trabajo estético y político de las juventudes, donde son reconocidas desde sus expresiones que movilizan lo social y lo político. Finalmente, el tercero plantea una apertura temática y metodológica en los estudios sobre juventud desde las epistemologías feministas, que “se caracteriza por el uso de la categoría analítica de género; distinguiéndose así de otras posturas epistemológicas críticas de las pretensiones de objetividad, neutralidad y universalidad con las que se construyó la ciencia,” (Castañeda, 2016: 81), para evidenciar el lugar de las mujeres jóvenes en la producción de conocimiento sobre las juventudes y la importancia de preguntarse por su presencia, la manera en que han sido nombradas, los sentidos que se han construido a partir de sus representaciones e imaginarios sociales, los actos discursivos que las constituyen y las prácticas de resistencia que ejercen, como una contribución necesaria para la transformación de las categorías que se priorizan en los estudios sobre juventud y que han estado cargadas de un evidente sesgo androcéntrico.
Metodología
Este artículo, como parte de una exploración más amplia derivada del proyecto de investigación “Prácticas de resistencia de mujeres jóvenes en el espacio público en la ciudad de Medellín: la experiencia a través de las memorias visuales de la colectiva Pirañas Crew”,[*] es resultado de la revisión bibliográfica con búsqueda sistemática en bases de datos como Scopus, Scielo, Dialnet, Redalyc, Jstor, Ebsco, el repositorio institucional de la Universidad de Medellín y el repositorio digital CLACSO; de artículos, capítulos de libro e investigaciones de corte cualitativo realizadas principalmente en América Latina, en países como Colombia, Chile, México, Bolivia, Brasil y Argentina; y otros como España y Reino Unido, con enfoques epistemológicos mayoritariamente hermenéuticos y posmodernos. En este proceso se priorizaron las categorías de búsqueda de “estudios de juventud”, “mujeres y cultura”, “juventud y género”, “resistencias juveniles”, “arte y mujeres” y “juventud y mujeres”; y en la medida en que se fueron buscando, se encontró que dichas investigaciones se ubicaban espacialmente en estos países y se correspondían con el período de publicación entre 2003 a 2019. Sus métodos implementados variaban entre el análisis documental, el estudio de caso, la etnografía digital y el análisis de experiencias.
Se encontró que esta producción temporal variaba en cuanto a su enfoque. Así desde el 2003 hasta el 2008, los estudios se centran generalmente en categorías que ponen en relación a la juventud con la violencia, la construcción de identidad, la política, la subjetividad y las culturas juveniles; esto con excepción de Argentina y Reino Unido, donde en el primero, Silvia Elizalde introduce preguntas y reflexiones fundamentales para entender la intersección entre juventud y género, a partir de las respuestas de mujeres jóvenes a los discursos normativos inmersos en la edad y el género, y la crítica al androcentrismo en los estudios de juventud; y en el segundo, Ángela McRobbie introduce la necesidad de analizar la vida cultural de las mujeres jóvenes.
Es entre los años de 2009 y 2019 donde es posible ubicar elaboraciones académicas que le apuestan a un relato sobre el papel de las mujeres jóvenes y sus acciones participativas, sin embargo, poco se profundiza en sus procesos personales que trascienden a lo colectivo, donde ellas se reconocen y van encontrando reivindicaciones y su propia voz, a la par que contribuyen a transformar y subvertir las relaciones y sistemas de poder que las han invisibilizado.
En Colombia, a diferencia de otros países, esta relación entre mujeres jóvenes y juventud dentro de los estudios analizados, se encuentra a partir del año 2011 con Ángela Garcés Montoya, quien desde su investigación sobre mediaciones musicales juveniles, explora el papel de las mujeres jóvenes en la escena del hip hop en la ciudad de Medellín; y luego, en el año 2011, donde Marina Larrondo y Camila Ponce (2019) revelan algunas experiencias de artistas y activistas jóvenes al interior del movimiento feminista, situando al arte como una práctica política. Con antelación a este período en Colombia, hubo una pregunta por los jóvenes en general y su relación con los procesos de subjetivación, la resistencia juvenil, las prácticas artísticas como expresión política y sus problemas al comenzar el siglo XXI; sin profundizar en las experiencias particulares de las mujeres jóvenes.
Los criterios de selección de los artículos consideraron que las investigaciones tuvieran: 1) Una estructura que de manera clara incluyera: los objetivos, hipótesis, metodología, enfoque, perspectiva y propuestas; 2) Relación con las categorías teóricas de la investigación: juventud, formas de resistencia, género y espacio público; y 3) Un desarrollo original. En cuanto a los criterios de exclusión, estos abarcaron estudios que no pusieran en relación a dos o más categorías teóricas entre sí o en general, no tuvieran aproximación con el tema de investigación.
Luego de realizar la búsqueda siguiendo los parámetros descritos, se localizaron 59 artículos. Finalmente, se seleccionaron 26 estudios, de los cuales se realizó una lectura detenida y cuidadosa, considerando su relevancia y la afinidad con los objetivos de la investigación macro.
Artículos identificados e incluidos para su revisión sistemática.
Estudios sobre juventud y culturas juveniles.
La juventud definida socialmente como ‘problemática’ era, en realidad, mayoritariamente masculina.
Berga i Timoneda
Los estudios sobre juventud de manera general al ser abordados desde diversas disciplinas, han tenido múltiples enfoques. Así, encontramos los estudios que construyen la categoría de ser joven como una transición entre edades cuyo correlato es el imaginario de lo adulto, o como una atribución que depende de las representaciones sociales y las diversas experiencias de subjetivación, apartándose del joven como grupo etario, en donde se ubican las culturas juveniles.
En el primer caso, hay una construcción adultocéntrica del mundo juvenil; “lo adulto florece como encarnación del orden, mientras que lo joven más bien alude al caos: de ahí la urgencia de educarle, de ‘encauzar’ su energía, de ‘brindarle orientación’, de hacerle parte de un modelo de civilización predominante,” (Escobar, 2009: 105), por ello, sus renovadas formas de ver y habitar el mundo son al mismo tiempo admiradas y vistas con preocupación, en una contradicción social que refleja en suma, las mismas contradicciones del mundo adulto.
En el segundo caso, los estudios sobre juventudes también han tenido un enfoque desde las culturas juveniles, que según Carles Feixa (1999) “se refieren a la manera en que las experiencias sociales de los jóvenes son expresadas colectivamente mediante la construcción de estilos de vida distintivos, localizados fundamentalmente en el tiempo libre, o en espacios intersticiales de la vida institucional” (Feixa, 1999: 84) y que remiten a la noción de “culturas subalternas” (Feixa, 1999: 85) donde existe una escasa integración a la cultura hegemónica. Así también lo ha referenciado Rossana Reguillo (2003) quien refiere que las culturas juveniles poseen una conciencia globalizada con vocación internacionalista, priorizan su cotidianidad como un impulso para la transformación global, seleccionan cuidadosamente las causas sociales por las cuales se movilizan y han ampliado su contexto de acción.
Las culturas juveniles “se convierten en espacios de confrontación de la cultura hegemónica” (Garcés Montoya, 2003: 28) donde la juventud deja de ser vista como una etapa de transición entre edades, para ser reconocida a partir de su posibilidad de generar nuevas prácticas y construir su propia identidad cultural.
Luego, se destacan algunas temáticas en relación a los estudios sobre las juventudes. En Colombia, según Garcés Montoya (2011a) ese interés académico se ubica a mediados de la década de los 80’s con una marcada tendencia centrada en “jóvenes vulnerables o en medio del conflicto” (Garcés Montoya, 2011a: 110), que se materializa en investigaciones sobre violencia juvenil a la luz de las manifestaciones del conflicto armado en Colombia que los vinculan al narcotráfico, la guerrilla y la violencia armada tanto urbana como rural.
De esta manera, el estudio enfocado en el fenómeno de las violencias juveniles que ejercían mayoritariamente hombres jóvenes, empieza por omitir el relato de mujeres jóvenes en su interior, pues no podía perderse de vista según Escobar (2009) que los medios de comunicación contribuyeron a hacer visible el paradigma de joven vinculado a la delincuencia y el control territorial en las ciudades, por encima del relato sobre las organizaciones sociales juveniles de índole comunitarias y artísticas en el país.
Además, Muñoz (2003) relata que la noción de peligrosidad sobre los hombres jóvenes fue reforzada por los hechos relacionados con el asesinato del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla en 1984 a manos de jóvenes sicarios, el artículo “Ausencia de futuro, la juventud colombiana” publicado por Rodrigo Parra Sandoval en 1986 y la película Rodrigo D: No futuro en 1990 que posicionaban “un estereotipo de joven marginal, peligroso y sin futuro” (Muñoz, 2003: 3).
Rodrigo D: No futuro[†] Asesinato de Rodrigo Lara Bonilla[‡]
Esto también se refleja en un estado del arte construido sobre la juventud entre 1983 y 2003 por el Programa Presidencial Colombia Joven, la Agencia de Cooperación Alemana GTZ y UNICEF Colombia (2004). Allí plantean que, entre las nociones de “sujeto joven” rastreadas, se destacan las de “sujeto vulnerable y en riesgo” y la de “sujeto peligroso”. La primera, con más de 170 menciones relacionadas con “población en alto riesgo por embarazos adolescentes y enfermedades sexuales, violencia, delincuencia e inseguridad en las áreas urbanas y rurales, consumo de drogas, agresividad, entre otros” (Programa Presidencial Colombia Joven et al., 2004: 173) y la segunda, que reproduce la imagen del joven en relación a la insurgencia y narcotráfico “a quienes con frecuencia se señala menguan la seguridad nacional y ciudadana” (Programa Presidencial Colombia Joven et al., 2004: 175).
Aquello empieza a evidenciar la ausencia de las mujeres jóvenes en los estudios de juventud, y esto se convierte en una pregunta abordada en posteriores investigaciones. Carlos García y José Serrano (2004), mencionan que las culturas juveniles no han tenido consideración del género, así como los estudios de género no la han tenido de la juventud, porque siguiendo a Angela McRobbie, la invisibilización parte de la forma en que investigadores juveniles que en su mayoría son hombres, se han acercado al mundo de lo juvenil desde estereotipos culturales que les impiden visibilizar sus particularidades.
Anna Berga i Timoneda (2015) desarrolla un planteamiento en el que concluye que las categorías de análisis usadas en las investigaciones tienen un marcado sesgo androcéntrico, porque la noción genérica de estudios de juventud, ha dado prevalencia a categorías como: juventud y delincuencia o violencias urbanas, sin cuestionar las razones por las cuales estas conductas socialmente más visibles son realizadas por hombres y por qué las expresiones de las mujeres jóvenes están ausentes o han sido invisibilizadas.
En Colombia, esto podría reflejarse en el mencionado estado del arte sobre juventud entre 1985 – 2003 cuya pregunta central es “qué sujeto joven se construye desde este saber especializado” (Programa Presidencial Colombia Joven et al., 2004: 170), es decir, cuáles sentidos se configuran sobre la juventud a partir de los discursos y la producción de conocimiento, y que se relacionan con el sujeto vulnerable y en riesgo, el sujeto peligroso, el joven como motor del cambio social, el joven en búsqueda de identidad, el sujeto adscrito a culturas juveniles, y otras nociones con base en la condición etaria – esto es grupos de edad, rangos poblacionales y moratoria social -, y la noción de sujeto de derechos reconocidos por disposiciones jurídicas a nivel nacional e internacional.
Las ideas sobre “sujeto joven” mencionadas, se refieren a las mujeres jóvenes en cuanto “vulnerables al maltrato, la violencia, el abuso sexual, la prostitución y el madresolterismo” (Programa Presidencial Colombia Joven et al., 2004: 173), reconocen la existencia de las prácticas sexuales de las juventudes en Colombia, donde varios estudios señalan que “se asume la experiencia por motivaciones distintas según el género, priman aspectos afectivos en ellas y curiosidad de inicio en ellos” (Programa Presidencial Colombia Joven et al, 2004: 76), es decir, se enfatiza en el discurso afectivo en las mujeres donde existe “un especial cuidado del deseo y del cuerpo de ellas, con fuertes intentos de restricción al mundo doméstico y al escenario del hogar” (Yolanda Puyana, cit. en Programa Presidencial Colombia Joven et al., 2004: 79) en donde sigue persistiendo la idea de “honor sexual” o “estatus de virginidad”.
Respecto a la categoría de género, el estado del arte menciona que los documentos que la incluyen ocupan un 25.8% y en ellos, se muestra que los temas relacionados con culturas juveniles y conflicto privilegian a los hombres jóvenes, mientras que los temas relacionados con salud sexual y reproductiva privilegian a las mujeres jóvenes. Mencionan que este hallazgo está asociado con que la calle es el lugar de expresión de las culturas juveniles y a las mujeres se les ha asignado históricamente el mundo de lo doméstico.
Sin embargo, esta afirmación desconoce que, si bien es cierto que a las mujeres jóvenes se les limita el espacio público como posibilidad, es allí donde simbólicamente también han confluido sus acciones de resistencia invisibilizadas. Estas acciones que se han hecho cuerpo, teatro, escritura, pintura y noche, y que han sido categóricamente excluidas de estas reflexiones.
A esto se suma lo que Jahel López (2016) en un desarrollo teórico sobre los aportes de los estudios feministas al análisis entre género y edad, cita a Angela McRobbie y Jenny Garber para explicar las razones por las cuales las mujeres han estado ausentes de los estudios de las subculturas juveniles; las autoras citadas afirman que el trabajo predominante se centró en la delincuencia y la desviación social, donde su participación es minoritaria, y su aparición estaba condicionada a la existencia de conductas que develaran una “desviación sexual” “(relaciones sexuales fuera del matrimonio, deseo y erotismo para las mujeres, sexualidad separada de la reproducción, entre otras” (López, 2016: 77) y además, trasgredir su rol de género era masificado a través de medios de comunicación como “un atentado a la moral establecida” (López, 2016: 77).
Silvia Elizalde (2015a) lo ha denominado como “pánico sexual” en contraste con el concepto de “pánico moral” que daba cuenta del imaginario de peligrosidad juvenil. Para ella, el pánico sexual era la consecuencia de un monitoreo y evaluación moral constante sobre las conductas de las mujeres jóvenes, y una respuesta social frente a la trasgresión de la feminidad impuesta. Esta autora, ha realizado un extenso análisis sobre la relación entre estudios de género, estudios culturales y estudios de juventud; destacando que pese a que existe una creciente relevancia de la juventud, los estudios culturales y los estudios de género en América Latina, la indagación sobre las mujeres jóvenes sigue siendo menos explorada, afirmando que “los medios de comunicación, por su parte, han operado fuertemente como visibilizadores sesgados de la juventud, toda vez que han colaborado en la construcción discursiva de imágenes de “peligrosidad” juvenil y “amenaza de caos” (Elizalde, 2003: 108). Además, Elizalde (2015b) ha reconocido que la discusión académica que ha cobrado vigencia es la reflexión crítica sobre los desafíos teóricos, políticos y de intervención que comporta situar las diferencias teniendo en cuenta otros ejes de poder en la configuración juvenil como la etnia, clase, nacionalidad y condición rural o urbana, en el contexto multicultural presente. Finalmente, Elizalde (2013), insiste en enfatizar que no significa que las ciencias sociales y los estudios culturales no hayan trabajado antes sobre la intersección entre juventud, género y sexualidad, significa que en muchas ocasiones lo han hecho redundado en estereotipos o presupuestos epistemológicos androcéntricos y hegemónicos que, en el centro, no tienen una articulación seria con las teorías de género, feministas e incluso queer.
Es por ello que los estudios de juventud insisten en un análisis que parte de la necesidad social de controlar el cuerpo de las mujeres jóvenes. McRobbie (2010) menciona que se corresponde con un proyecto de consumo global que las muestra como mujeres en condiciones de plena igualdad, privilegiadas y dotadas de capacidades económicas, porque la “mascarada posfeminista” les hace parecer que el control sobre sus cuerpos en un asunto de libre elección, cuando “el sombrero ridículo, la falda demasiado corta, de nuevo son maneras de enfatizar, como en las comedias hollywoodenses clásicas, la vulnerabilidad, fragilidad e incertidumbre de las mujeres,” (McRobbie, 2010: 121)
De esta manera, la crítica principal que emerge en este apartado, tiene que ver con la forma en que los estudios de juventud han invisibilizado las experiencias identitarias de las mujeres jóvenes, priorizando su sexualidad como una manera de coaccionar la exploración erótica autónoma y las decisiones sobre sus cuerpos; y donde existe una tendencia que se limita a incluir en las investigaciones a hombres y mujeres, con reflexiones carentes de una perspectiva feminista que dé cuenta sobre lo que implican esas masculinidades y feminidades en la categoría de juventudes.
Trabajo estético y político de juventudes
Estamos fuera del sistema,
instaladas al centro de las sensibilidades de la sociedad,
centro desde el cual nos hacemos sentir,
al punto que el poder tiembla, se retuerce y nos reprime
María Galindo
La categoría del trabajo estético y político de juventudes da lugar a procesos investigativos que conciben a las juventudes desde su accionar político y social, como una manera de aparecer, reivindicar derechos y generar demandas sociales. Aquello se traduce en manifestaciones como el graffiti, el hip hop, el arte y las agrupaciones juveniles.
Se destacan las prácticas artísticas y culturales como formas de expresión política; en un intento por superar la aparente despolitización que pesaba sobre las acciones desplegadas por las juventudes, así Adrián Restrepo Parra (2006), profundizando en la relación entre juventud y política, propone algunas reflexiones sobre el significado e implicaciones de las prácticas artísticas de jóvenes en cuanto a su percepción social como apáticos hacia los problemas sociales y político, su supuesto desinterés en la vida colectiva y política, y las expresiones artísticas como configuradoras de órdenes alternos, afirmando que “los jóvenes están realizando prácticas con implicaciones políticas y para ello acuden a formas acordes con su condición de juventud” (Restrepo Parra, 2006: 50), reconociendo sus acciones como potencialmente transformadoras.
Por su parte, Arley Daza Cárdenas (2008) a partir de características como la estructura organizativa, los medios de expresión y la movilidad territorial de dos agrupaciones juveniles en la ciudad de Bogotá, reconoce en ellas prácticas de resistencia juveniles que escapan a la política tradicional y se configuran como nuevas formas de accionar, que a su vez propician el surgimiento, fortalecimiento y distribución de nuevas formas de poder. Considera a las prácticas estéticas y artísticas como actos de resistencia, entre las que menciona el performance, la danza y el teatro; y a la calle como “un espacio político y de resistencia” (Daza Cárdenas, 2008: 182). Además, siguiendo a Jacques Rancière, señala que “la estética apareció (…) como una reacción en contra de aquello que normalmente se consideraba el reino de la política, es decir, como una ‘metapolítica’ en la que el arte se convirtió en la condición de la libertad y de la igualdad de una comunidad sensorial nueva” (Rancière, cit. en Daza Cárdenas, 2008: 180), dando importancia a las sensibilidades que las resistencias suscitan en las juventudes.
Además, Fernando Quintero menciona que “existen tres corrientes principales que caracterizan las manifestaciones políticas de los jóvenes en Bogotá: la lucha estudiantil y el surgimiento de movimientos políticos, la lucha cívico-comunitaria y, finalmente, la lucha micropolítica juvenil” (Quintero, cit. en Daza Cárdenas, 2008: 175); en dichas corrientes no hay una referencia concreta respecto al rol de las mujeres dentro de ellas, ni su nivel de identificación con estas causas de acuerdo a su propia experiencia desde el género, esta mirada está ausente.
La pregunta por las acciones de resistencia implica dimensionar cómo lo hacen las mujeres jóvenes mediante formas de poder que escapan a la política tradicional, y ante qué resisten, en un intento por comprender –entre otras cosas- si existen unas demandas semejantes entre hombres y mujeres al momento de desplegar el ejercicio de esas expresiones que son tan diversas como la experiencia humana misma.
En Bolivia, Leonardo García (2009) realizó una investigación sobre el trabajo estético y político de “Mujeres creando”, un grupo de mujeres activistas sociales, políticas, artísticas y feministas anarquistas, fundado en 1992 por María Galindo y Julieta Paredes, quienes a partir de las “grafiteadas” introducen la poesía, el graffiti y el feminismo en el espacio público. García (2009) muestra cómo las paredes de las ciudades bolivianas cambian sus mensajes e intenciones políticas porque “ya no se interpela exclusivamente a un grupo político o una clase social encaramada en el poder, sino que abarca una ideología dominante en el imaginario social: el patriarcado” (García, 2009: 239) y visibiliza las nuevas formas en que se resiste definiéndolas como “la mezcla entre libertad de expresión con solidaridad social” (García, 2009: 241). García, no se detiene en la pregunta por lo que significaba ser una mujer joven en la década de los 90’s dejando huellas en las calles, confrontando lo hegemónico y subvirtiendo los relacionamientos habituales, esas “estructuras autoritarias de los partidos políticos” (García, 2009: 243) y que ellas transgredían entre lo político, lo poético y lo artístico.
Mujeres Creando[§]
En Colombia, Ángela Garcés Montoya (2011b) habla sobre la apropiación de los medios de comunicación alternativos por parte de los y las jóvenes para desarrollar sus identidades, y se cuestiona por el mundo del hip hop femenino en la ciudad de Medellín. De esta manera, recopila sus historias partiendo de preguntas sobre cómo ingresa la mujer en el hip hop, cuáles son sus aportes a esta cultura y qué aporta el hip hop a su condición de mujer. Considera importante, incluir dentro de las culturas juveniles “nuevas variables que consideren el sentido de la diferencia, marcado por el género, ubicación geográfica, orientación sexual, como variables que establecen nuevas características del sujeto juvenil urbano” (Garcés Montoya, 2011b: 43), para trascender con las investigaciones sobre mujer y juventud donde la mujer joven “parece más una víctima de su cuerpo y su sexualidad” (Garcés Montoya, 2011b: 44), esta investigación es importante porque se enfoca en un mundo con extensos matices masculinos, donde las mujeres jóvenes son invisibilizadas, porque se afirma que para escribir las rimas del hip hop es necesario estar afuera y “la calle y la noche son espacios apropiados para hombres y a su vez, son dimensiones del peligro para la mujer” (Garcés Montoya, 2011b: 50). Es así como, en la búsqueda sistemática realizada respecto a esta categoría, aparece una primera referencia sobre las mujeres jóvenes, que animaba a seguir indagando sobre si existían otras expresiones de culturas juveniles “en tono de mujer”.
Luisa Hernández (2013) retoma la relación entre mujeres y graffiti en México y enlaza algunas reflexiones sobre el género y la juventud, donde las representaciones de género basadas en ser “buenas hijas” y “mujeres femeninas” se constituyen en una barrera real para el ejercicio del graffiti en las mujeres jóvenes. Aquí nuevamente las condiciones de esta práctica como “callejera, nocturna, clandestina, ilegal, arriesgada, organizada, creativa, rebelde” (Hernández, 2013: 64) son asociadas con el género masculino, de modo que el objetivo de “dejarse ver” en las calles, es una posibilidad con mayores obstáculos para las mujeres jóvenes.
Mujeres graffiteras y muralistas (Pirañas Crew, 2020)
Luego, se insiste en el graffiti como una expresión político-cultural juvenil, donde Jesús Gómez (2014) -y desde la interpretación de registros etnográficos y entrevistas- reconoce en ésta y otras expresiones culturales “canales de participación efectiva a través de los cuales los y las jóvenes construyen identidades colectivas y expresan críticamente su malestar” (Gómez, 2014: 676-677), nuevamente, este es un estudio que si bien reivindica otras maneras del ser joven e incidir, no se pregunta por la manera en que lo hacen las mujeres jóvenes y las supone abarcadas en el concepto de juventud.
Por su parte, Diana Silva Londono (2017) vuelve a la pregunta por las discusiones que se dan sobre juventud y género a partir de la experiencia de mujeres jóvenes que participan activamente en la escena del hip hop en Ciudad Juárez, quienes encuentran en el rap un “medio idóneo para expresar el enojo y el miedo, particularmente frente al feminicidio, la injusticia y la impunidad” (Silva Londono, 2017: 158), se muestra que la presencia de las mujeres es minoritaria en el hip hop, y que el único grupo conformado exclusivamente por mujeres en Ciudad Juárez es “Batallones femeninos”, lo que sucede porque en el rap -así como en múltiples manifestaciones artísticas y culturales- “no se espera que las mujeres sean protagonistas, sino acompañantes, amigas, hermanas, novias, fanáticas y coristas de los hombres que forman parte de la escena” (Silva Londono, 2017: 162).
Cantante mexicana Susana Molina, conocida por su nombre artístico “Obeja Negra” en “Batallones Femeninos” (Arroyo, 2020)
Laboratorio de rap feminista impartido por “Batallones Femeninos” (Anaya, 2018)
Otra investigación, propone una mirada sobre las nuevas configuraciones políticas, donde las formas de resistencia son dadas a partir del ejercicio juvenil de las mujeres de la participación ciudadana a través de nuevas formas de organización como “colectivos” y que “permiten reconocer cómo estas experiencias giran en torno a propuestas sociales y culturales que muestran una funcionalidad que dista mucho de las dinámicas organizativas tradicionales” (Bivort, Martínez, Orellana y Farías, 2016: 25), lo cual representa un aporte significativo para cuestionar la manera en que se han dado esos procesos de transición política por parte de las mujeres jóvenes y que históricamente se han realizado siguiendo modelos masculinizados.
Para finalizar, recientemente Ana María Castro (2019) destaca algunas experiencias de mujeres jóvenes artistas y activistas feministas en Colombia, donde reconoce que sus apuestas tanto individuales como colectivas aportan a la “configuración de la acción política del movimiento feminista desde el arte como práctica política” (Castro, 2019: 102), posibilitando la reflexión sobre nuevos espacios de expresión para el movimiento feminista abanderado por mujeres jóvenes.
Esta mirada sobre el trabajo estético y político de las juventudes da cuenta de unas maneras que transgreden las formas de hacer política tradicionalmente, apostando por la politización de las expresiones artísticas y culturales de las juventudes, en ella sin embargo se evidencia que solo en la última década es posible ubicar investigaciones donde se nombran los relatos de las mujeres jóvenes y sus prácticas, y comienzan unas preguntas sobre la relación entre juventud y género, y juventud y feminismo. La mayoría de estas investigaciones tuvieron lugar en Argentina y México, en Colombia aún sigue siendo necesario profundizar en la intersección entre género y juventud y sus potencialidades transformadoras.
Apertura hacia nuevas miradas en los estudios sobre juventudes desde la epistemología feminista.
Este sucinto recorrido por el trabajo estético y político de las juventudes, los estudios sobre juventud y las culturas juveniles, evidencia la forma en que las mujeres jóvenes aparecen -o no- dando cuenta de los vacíos existentes de carácter espacial, temporal, conceptual e incluso metodológico en la manera de abordar dichos estudios desconociendo en la mayoría de ellos, las experiencias, prácticas y relatos particulares de las mujeres jóvenes. Por ello, este apartado busca construir una propuesta desde las epistemologías feministas como una invitación a poner la mirada sobre ellas y cuestionar los sesgos de género que las invisibilizan en la producción de conocimiento.
La epistemología feminista según Norma Blázquez Graf (2010) identifica “las concepciones dominantes y las prácticas de atribución, adquisición y justificación del conocimiento que sistemáticamente ponen en desventaja a las mujeres” (Blázquez Graf, 2010: 22) bien sea porque se reproducen jerarquías de género, se desestima su conocimiento, se invisibilizan sus acciones o se reproducen imaginarios de subordinación femenina.
A su vez, uno de los problemas con los que se encuentra el análisis feminista es el androcentrismo, en él Diana Maffía ha identificado unos dispositivos epistemológicos que se justifican en el dogma de producción de la verdad, estos son: (i) la supuesta objetividad, (ii) la neutralidad valorativa, (iii) la literalidad en el lenguaje y (iv) la exclusión de las emociones (cit. en Restrepo, 2010: 300), que perpetúan el hacer científico desde posturas masculinizantes y hegemónicas, y donde “el feminismo ha mostrado cómo es que las grandes teorías que proclaman la universalidad son parciales y se basan en normas masculinas, en lugar de ser representaciones inclusivas de toda la humanidad” (Blázquez Graf, 2010: 27).
Generar investigaciones en los estudios sobre las juventudes que se pregunte por las mujeres se corresponde con los objetivos de la epistemología feminista tendientes a visibilizar y desnaturalizar. Lo primero significará demostrar la existencia de las mujeres jóvenes y sus formas de estar presentes en el mundo, porque “la invisibilización está cimentada en el silenciamiento de las mujeres que les fue impuesto por la dominación patriarcal” (Castañeda, 2016: 102), y esa visibilización, transforma, en la medida que devela las experiencias de las mujeres jóvenes para construir los conocimientos necesarios que erradiquen los sustratos de su exclusión. Lo segundo se relaciona con “ejercer filosofía de la sospecha en relación con la arbitrariedad sociocultural e histórica sobre la que se construyó la escisión de lo humano en torno al género” (Castañeda, 2016: 104), es decir, que la indagación por la manera en que se ha investigado sobre mujeres jóvenes alejada del género y todo lo que ello implica, sea permanente. Esto implica transformar las prácticas investigativas y estructuras de conocimiento, asumiendo un compromiso político explícito por generar nuevas preguntas, teorías y metodologías que pongan en el centro el rol de las mujeres jóvenes, sus prácticas y necesidades.
El sujeto epistemológico nunca es abstracto, tiene historias, edad, clase, etnia, sexualidad y cuerpo. Esos cuerpos permiten visibilizar las diferencias de quienes han sido considerados verdaderos sujetos de conocimiento, reconociendo que se ha marginalizado el cuerpo de las mujeres jóvenes, porque el cuerpo privilegiado es varón, blanco, occidental, heterosexual y de clase alta.
Será necesario activar reflexiones sobre las ausencias o las tendencias de las investigaciones que han construido un imaginario sobre las mujeres jóvenes, e incorporar un análisis y metodología feminista que permita reconstruir nuevas páginas y conocimientos sobre ellas, sus subjetividades, experiencias, acciones, contradicciones, narrativas y complejidades, redefiniendo las categorías analíticas priorizadas para superar el sesgo androcéntrico en los estudios de juventudes.
La importancia de nombrar y visibilizar a las mujeres jóvenes desde sus prácticas, repertorios de acción y subjetividades, permite fortalecer desde la investigación feminista las perspectivas críticas en materia de educación, toda vez que se reconoce la importancia de conceder relevancia al papel del género en la producción de la desigualdad, dejando en evidencia que las líneas de poder en la sociedad también se estructuran en el patriarcado, y que deben propiciarse reflexiones sobre la diferenciación sexual, donde la masculinidad hegemónica se ha apropiado de una gran parte de los recursos materiales y simbólicos del conocimiento y la sociedad.
La historia ha necesitado de la emergencia de esas prácticas y subjetividades de sujetas-os políticas-os para avanzar en la concesión de derechos humanos, y el reconocimiento epistémico de las personas que son omitidas de los relatos, investigaciones y la vida misma, son tanto un acto de reivindicación contrahegemónico como una manera de construir nuevas prácticas pedagógicas.
Recibido: 14 de junio de 2021
Aceptado: 19 de octubre de 2021
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* Abogada. Candidata a Magíster en Educación y Derechos Humanos por la Universidad Autónoma Latinoamericana; Medellín, Colombia.
[*] Proyecto desarrollado por Anyela Vanegas Arango, bajo la asesoría de Walter Alonso Bustamante Tejada, para obtener el grado de Magister en Educación y Derechos Humanos en la Universidad Autónoma Latinoamericana. Tesis pendiente de defensa.
[†] Fotografía de Guillermo Melo (2019).
[‡] Fotografía tomada de El Tiempo (2016, 22 de febrero).
[§] La primera fotografía, a la izquierda, fue tomada de Durán (2015); la segunda fotografía, a la derecha, fue tomada de Meloni González (2020).