Enrique Orschanski1.
Se exponen determinadas transformaciones socio culturales ocurridas en la población de Argentina durante el período 1920-2020 a fin de vincular su impacto sobre las funciones parentales de crianza y sus efectos en las conductas infantiles. Se destaca la influencia de las nuevas estructuras familiares y las nuevas identidades de género como determinantes de modelos de educación familiar que se encuentran en proceso de transición desde lo tradicional a lo moderno, resaltando la importancia de aspectos parentales en la salud psicofísica de niños, niñas y adolescentes.
Palabras Claves: parentalidad; familia; infancia; crianza.
Certas transformações socioculturais que ocorreram na população da Argentina durante o período 1920-2020 são expostas para relacionar seu impacto nas funções de criação dos pais e seus efeitos nos comportamentos dos filhos. A influência de novas estruturas familiares e novas identidades de gênero são destacadas como determinantes dos modelos de educação familiar que estão em processo de transição do tradicional para o moderno, destacando a importância dos aspectos parentais na saúde psicofísica de crianças e adolescentes.
Palavras chaves: paternidade; família; infância; educação.
Certain socio-cultural transformations that occurred in the population of Argentina during the period 1920-2020 are exposed in order to link their impact on parental upbringing functions and their effects on children's behaviors. The influence of new family structures and new gender identities are highlighted as determinants of family education models that are in the process of transition from the traditional to the modern, highlighting the importance of parental aspects in the psychophysical health of children and teenagers.
Keywords: parenthood; family; childhood; upbringing.
Las funciones de crianza ejercidas por padres y madres durante las primeras décadas del siglo XXI en Argentina demuestran los enormes desafíos que se requiere para la adecuación -cotidiana y periódica- de modelos que permitan acompañar, guiar y estimular el crecimiento de niños, niñas y adolescentes.
Un modo de abordaje del complejo mundo de las relaciones vinculares entre padres e hijos es el análisis comparativo de los paradigmas utilizados en diferentes épocas en la misma población, a fin de identificar los principales cambios ocurridos y su impacto en las conductas infantiles.
En el último siglo la población argentina experimentó numerosas transformaciones demográficas, en el ámbito de las relaciones laborales y en los ecosistemas educativos que, a priori, parecen condicionar nuevas formas en las relaciones humanas, entre las que las funciones paternales de cuidado y protección se destacan por su decisivo efecto en la caracterización de los primeros años de vida, territorio fundante de la subjetividad de las personas. El cambio de estructuras familiares, la delegación de la educación inicial a instituciones y, de modo particular, la introducción de la tecnología como mediador excluyente en la comunicación intergeneracional emergen como las mayores influencias en la redefinición de funciones y jerarquías entre padres/madres e hijos/hijas. (Grimson y Karasik, 2017).
Como consecuencia inevitable, los roles paterno y materno se han visto violentamente interpelados, interpretando el término violencia como la característica de cambios ocurridos en breve tiempo relativo y con inusitada intensidad. Ante tal fenómeno, es evidente la perplejidad surgida entre madres, padres y cuidadores en general para ejercer roles de crianza, al momento de no disponer del tiempo y de la maleabilidad psicológica suficiente para adaptarse a dichos cambios y, del mismo modo, mantener la autoridad -afectiva y de cuidado general- necesaria para llevar a cabo el proceso de educación familiar no formal.
Es propósito de esta revisión analizar determinados cambios socioculturales ocurridos en la población argentina en el período comprendido entre 1920 y 2020 en Argentina, tomando para ello, como fuente principal, datos demográficos y sociales documentados en los principales centros urbanos. En base a dichas observaciones, se intenta relacionar el efecto causal de dichas transformaciones con aquellas conductas parentales en función de la crianza de hijos e hijas y, de tal modo, ofrecer una visión panorámica de dinámicas familiares que, con creciente frecuencia, demandan intervenciones profesionales para recuperar el estado de salud psico físico de niños, niñas y adolescentes.
La función parental -masculina y femenina- incide en el desarrollo cognitivo, emocional y social de niñas, niños y adolescentes a partir de acciones y hábitos cotidianos que padres y madres desarrollan por propia iniciativa, por estímulo e imitación social y también en respuesta a demandas de los hijos. El modo en que dichas funciones son ejercidas determina el equilibrio en la salud psicofísica de los infantes, siempre de manera dependiente de las variables culturales que inciden en cada época y lugar. (Valencia et al., 2012).
Cambios en la estructura familiar
En nuestro medio y en el período transcurrido entre las décadas de 1920 y 2020 se verificaron numerosas transformaciones socioculturales con directo impacto sobre la estructura tradicional de la familia.
La primera y fundamental fue la modificación de la estructura tradicional de la familia. De una representación indiscutible reconocida como “el núcleo central de la organización social” la familia fue variando su estructura, su dinámica y las jerarquías internas, para llegar a constituir lo que hoy se reconoce como un espectro de núcleos de crianza, de posibilidades vinculares y de subordinaciones cambiantes. Resalta en este sentido la reducción del número de integrantes de la familia. Durante las primeras décadas del siglo XX, los registros poblacionales documentaban una mayoría de núcleos “tradicionales”, estructurados en un esquema clásico con un padre como cabeza de grupo, una madre como encargada de la tarea doméstica, y de hijos subordinados a tal esquema y a los mandatos de sus mayores. Cabe aclarar, a fin de ser asertivos en la interpretación del dato, que un significativo porcentaje de la población vivía al margen de los registros civiles, por lo que el predominio demográfico de las familias tradicionales debe ser interpretado incluyendo tal sesgo. (Torrado, 2007). No obstante, el concepto que dominaba las reglas sociales de la época no se alejaba de la estructura familiar clásica, sostenido por un orden laboral masculino, las reglas del sistema educativo infantil supervisado por femeninas y las actividades recreativas en función de la familia “clásica”. Por entonces, la tasa de natalidad, indicador epidemiológico fundamental para la comprensión de la estructura y necesidades de la población, indicaba un promedio en el año 1914 de 6,7 hijos por mujer, número que aumentó hasta un 11,9 en el año 1936 debido al fuerte impulso demográfico causado por las nuevas olas inmigratorias posteriores a la primera guerra mundial, que incorporó al conjunto poblacional una gran cantidad de mujeres con alta tasa de fecundidad. (Pantelides, 1992).
Un siglo después, y según datos del Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas realizado en el año 2010, la estructura familiar mostraba una diversidad contrastante. El 55% de las familias se definían como “ensambladas” -mixtas o reconstruidas-; esto es, núcleos de crianza en los cuales uno o ambos progenitores tienen descendientes fruto de una unión anterior. (Instituto Nacional de Estadística y Censos, 2010).
Las tradicionales seguían en orden de frecuencia con el 33% del total; a continuación, figuraban las monoparentales con una creciente proporción que en ese momento llegaba al 21,2% y, finalmente, las reconocidas como homoparentales, con el 0,33%. (Soto, 2015).
La tasa de fecundidad -promedio de hijos por mujer en edad fértil- se ubicaba en el año censal en 2,7, para luego descender a 1,54 hijos por persona en el año 2022, cifra que se ubica por debajo de la llamada tasa de reemplazo. Tal indicador estadístico es la referencia que garantiza la estabilidad de la población; esto es, que la pirámide de población se mantenga equilibrada entre los nacimientos y las defunciones. Tal cifra es 2,1 hijos por mujer. (Soto, 2015).
No es objetivo de este artículo analizar la multicausalidad en la dramática reducción de la tasa de fecundidad. Lo que es evidente es que tal cambio ejerció una fuerte influencia sobre el modelo de crianza familiar. El cambio fundamental fue el paso de un esquema de educación “tribal” a uno individual. El primero se basaba en rutinas domésticas, lúdica y de escolarización que se desarrollaban en conjunto y que determinaban la consideración de época de la “niñez”: un colectivo sin particularidades ni necesidades específicas que transcurría su vida según el destino común e inexorable de crecer para integrarse a la economía productiva familiar (Orschanski, 2021).
Un siglo después, niños y niñas son considerados a partir de una identidad singular que demanda atención y cuidado específicos de parte de sus padres, docentes y demás cuidadores. Son sujetos de derecho con necesidades particulares y singulares, actualmente contenidas en un adecuado marco legal contenido en la ley 23.849 del año 1990.
Los adultos, en tanto, deben adaptar conductas, rutinas y saberes a cada niño y niña, lo que representa, en términos socioculturales, la ubicación de la niñez en el centro de la sociedad actual.
Otro importante factor en la redefinición de los roles parentales comenzó a gestarse a partir de la extensión de la jornada laboral de los adultos. A mediados del siglo XX las mujeres (madres) se sumaron al circuito laboral fuera del hogar, en tiempo e intensidad similares a las de los varones. Tal migración interna determinó que ambos terminaran obligados a permanecer alejados de sus casas por largos períodos diarios. Si bien en la actualidad continúa vigente la Ley 11.544 -sancionada en 1929- que establece que las jornadas no pueden superar las ocho horas diarias o las 48 horas semanales, el promedio actual demuestra que varones y mujeres trabajan tres horas más que en la década de 1980, producto tanto de la mayor necesidad económica como de la mayor complejidad en la logística de traslados, distancias, accesos y sus costos. (Unicef, 2022).
Ante la ausencia de los padres –con genuina justificación socioeconómica pero no siempre reemplazada por personas con idéntico impacto en la crianza de los niños y niñas- éstos quedaron expuestos a la soledad del hogar o a su alternativa: la delegación en otras personas (incluidos sus propios hermanos) o instituciones. Este fenómeno, ocurrido también durante el período estudiado en este artículo, podría denominarse una verdadera “tercerización educativa de las rutinas hogareñas”. En la actualidad, con proporciones masivas, desde temprana edad y por jornadas prolongadas, hijos e hijas quedan a cargo de ajenos que deben suplir los roles parentales originales. Bajo estas condiciones se origina el denominado “Síndrome de las casas vacías”, licencia literaria para describir el complejo cambio sociocultural sucedido en breve tiempo y en la mayoría de las familias urbanas en la población argentina. (Orschanski, 2019).
La ausencia parental, o la falta de genuina disponibilidad de padres y madres, priva a los hijos de dos aspectos vinculares indispensables en la adquisición de elementos psicofísicos para un crecimiento seguro y con identidad específica: presencia y potencia parentales. Ambos son necesidades infantiles presentes en todas las culturas y épocas, lo que demuestra que, aun con cambios, permanecen intactos en la actualidad.
Presencia disponible en cada etapa de la niñez y adolescencia y potencia para poder sustentarla son funciones constitutivas de subjetividades. Su carencia transitoria o absoluta aumentan el riesgo afectar la salud psicofísica infantil. (Paolicchi et al., 2017).
En el correlato alcanzado hasta este punto, es ineludible definir el modelo de parentalidad en las familias actuales, basado en nuevos enfoques sobre estructuras familiares diversas e identidad de género que, inexorablemente influyen en los distintos protagonismos de acompañamiento del desarrollo infantil. Es posible afirmar que Argentina muestra una amplia variedad de características culturales respecto a lo que se espera como función paterna y función materna. En diferentes regiones -con especial distinción entre las poblaciones urbanas y las rurales- coexisten dos modelos: el tradicional y el moderno -también llamado simétrico- (Jiménez Godoy, 2005).
En el primero, las funciones se encuentran determinadas por transmisión generacional, costumbres y hábitos; aunque también por preconceptos sobre las capacidades y competencias masculina y femenina. En el modelo tradicional los varones no se apartan de estereotipos de autoridad incuestionable -no limitada hacia los hijos sino extendida a la mujer-, el dominio territorial, la autoría de las principales decisiones económicas familiares, y el ser fuente proveedora de ingresos económicos al núcleo. Las mujeres, en tanto y bajo este mismo modelo, se someten al predominio masculino, concentrando sus actividades al cuidado de los diversos aspectos domésticos de crianza de los hijos, como su alimentación, higiene, el apoyo a las actividades escolares y la contención afectiva. Ley y complacencia aparecen en este esquema rígido separados por género, contrapuestos en una lógica que equilibra la educación no formal de los hijos.
El modelo moderno, en tanto, borra los estereotipos masculino y femenino para exhibir el ejercicio alternante de las funciones de protección, identidad y crecimiento, y realza el desempeña de funciones por sobre los roles. Padres y madres, ubicados en un equilibrio simétrico, pueden intercambiar dichas funciones de acuerdo a las versátiles necesidades, circunstancias y preferencias, dando lugar a una dinámica flexible.
La transición del modelo tradicional al moderno es lo que predomina en numerosos núcleos familiares argentinos. Las modernizaciones parecen producirse de modo inexorable por efecto de distintos factores como la imitación social, los cambios de paradigma y también el “contagio” social, aunque con ritmos y velocidades notablemente diferenciadas según las comunidades. El principal condicionante para ello es la sensibilidad adquirida para lograr vencer estereotipos y preconceptos aceptados como naturales.
El tercer cambio fundamental que se instaló durante el período analizado es la incorporación (in-corpore, in-corpus: “hacia adentro del cuerpo”) de diversos recursos tecnológicos para la resolución de acciones cotidianas y para la comunicación.
Desde la década de 1990 una enorme proporción de familias argentinas incluyeron una computadora personal en sus vidas, ya sea en el hogar como en el trabajo; a comienzos del siglo XXI, el número de teléfonos móviles superaba al número de habitantes (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2013).
El uso masivo de la tecnología determina tres aspectos interrelacionados, con influencia sobre las funciones parentales de crianza. Uno es la percepción de niños, niñas y adolescentes de que el conocimiento -valor históricamente gestionado por adultos- ha sido reemplazado por datos conseguidos a través de buscadores de Internet. Este concepto tiene el poder de aplanar las jerarquías familiares respecto del aprendizaje, y de contribuir de manera drástica en la profundización de la caída de la autoridad de padres, madres y docentes frente a los niños.
Un siguiente aspecto es el cambio en la tramitación del tiempo ocioso -actividad que caracteriza a las infancias por ser el principal motor del desarrollo psico/inmuno/neuro/endocrinológico- que, en grandes porciones de la población, se ve desplazado por actitudes pasivas frente a pantallas. Esta auténtica pérdida del juego infantil tiene como inmediata consecuencia la merma en la creatividad y la imaginación. (Kilbey, 2018)
El aspecto restante que interviene en la crianza está vinculado a la falta de capacidad infantil de controlar el uso de la tecnología, en especial en el marco de la prolongada ausencia paterna y materna por trabajo. Este aspecto es el que más preocupa a los expertos, debido a la similitud de los rasgos adictivos -dependencia psicofísica, tolerancia y abstinencia- con drogas ilícitas.
En base a respaldo bibliográfico conceptual y estadístico se analizaron tres de los principales cambios socioculturales ocurridos en el último siglo que incidieron de manera drástica en el ejercicio de los roles parentales en nuestro medio. Es posible afirmar que la reducción del número de hijos por núcleo familiar y la prolongación de las jornadas laborales y escolares conforman un escenario de ausencia del hogar que deriva en la pérdida de rituales de convivencia, hábitos y costumbres que constituyen pilares fundacionales de la crianza inicial.
Asimismo, la caída de la autoridad de padres y madres se extendió a la de los docentes a partir de la horizontalización de los vínculos y jerarquías tradicionales y el desplazamiento del conocimiento hacia datos circulantes en la web sin sustento científico y de sencillo acceso infantil.
En tal contexto, puede definirse un severo debilitamiento en las funciones parentales básicas que pueden tener consecuencias sobre la constitución de nuevas generaciones de infantes, escolares y adolescentes. Todos ellos, ciudadanos que se exponen a crecer con carencias emocionales y conceptuales para el desarrollo de la vida en sociedad.
Grimson A., Karasik G. (2017). Estudios sobre diversidad sociocultural en la Argentina contemporánea. (1° ed.). CLACSO; PISAC. Consejo de Decanos de Facultades de Ciencias Sociales y Humanas. https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/contador/sumar_pdf.php?id_libro=1281.
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Se agradece a la Sra. Vanessa Fagundes (vanessabage@yahoo.com.br) por la revisión técnica del idioma portugués.
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Ninguno
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Fecha de Recepción: 2022-09-20 Aceptado: 2022-10-05
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