Sobre Patricia Bonzi

Patricia Bonzi es profesora de Estado con mención en Filosofía, hoy en día profesora ya jubilada del Departamento de Filosofía de la Universidad de Chile. Fue parte de una importante generación de estudiantes y luego profesores, que comenzó su formación académica a mediado de los años 50, en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, bajo la dirección de profesores muy reconocidos como Jorge Millas, Luis Oyarzún, Juan Rivano, Félix Schwartzmann, en una época de expansión y democratización de la labor de la Universidad de Chile.

A comienzos de los años 70 junto a Humberto Giannini fundan en la Sede Norte de dicha Universidad, un nuevo Departamento de Filosofía que viene a renovar y abrir los estudios filosóficos a nuevas influencias (posestructuralismo, psicoanálisis, filosofía latinoamericana) y nuevas conversaciones con otras disciplinas (psiquiatría, arte, ciencias sociales).

Esta trayectoria es interrumpida por la llegada de la dictadura y el exilio que la llevan a París el año 1975, donde su vocación filosófica se profundiza al entrar en contacto con importantes profesores y autores franceses que establecen con la comunidad chilena un vínculo muy especial. Es en este especial contexto que Patricia Bonzi lee y estudia a Hannah Arendt.

 

María José López Merino


 

Entrevista a Patricia Bonzi: Arendt, París y Chile de la dictadura y la posdictadura

María José López Merino y Patricia Bonzi

La llegada

María José: ¿Cuándo saliste de Chile por el exilio?

Paty: Yo llegué a París a fines de 1975, con mi hijo Pablo. Pedro Miras, mi marido –también filósofo– ya estaba allá. Él era militante del partido socialista y a comienzos de ese año ya habían caído presos o sido asesinados casi todos los miembros del comité central y los principales dirigentes tradicionales del partido habían salido al exilio; había que irse.

María José: ¿Qué encontraste a tu llegada?

Paty: Nos recibe el Estado Francés y un comité de ciudadanos llamado Comité de Apoyo a los exiliados chilenos, nos ayudan, nos asisten para conseguir trabajo, para encontrar donde vivir. La ayuda y la solidaridad era muy grande, los franceses sabían lo que estaba pasando en Chile y cooperaron con los que estaban dentro y los que estaban fuera desde el primer momento.

María José: ¿Cómo llegaste a París VIII?

Paty: Algunos de los integrantes del Comité eran miembros del CNRS francés y por ahí comenzó el contacto con académicos activos, tanto de Pedro como mío. Una vez que ya logramos cierta estabilidad para poder vivir, yo comencé a asistir a cursos de París VIII y luego cuando se funda el Colegio Internacional de Filosofía (1983) entonces empiezo a tomar contacto con nuevos autores y nuevos temas.

María José: ¿Por qué no seguiste un doctorado?

Paty: Nunca me interesó tener un título de doctor. No sólo porque era otra época, en la que esas cosas no eran las más importantes, sino porque yo tengo el título de Profesor de Estado en Filosofía, un título de la Universidad de Chile, la Universidad pública laica del país y, como la mayoría de mis compañeros, me sentía bien orgullosa se eso.

María José: ¿Así que las instituciones claves de tu formación allá fueron París VIII y el Colegio Internacional de Filosofía?

Paty: El Colegio Internacional fue fundamental no solo para mí sino para todos los chilenos, ya que desde sus orígenes estuvo vinculado a la solidaridad con Chile. Patrice Vermeren cuenta parte de esa historia en un artículo reciente (Palabra Pública, 24, 8, 2023). Es Jean-Pierre Labarriere, que viene a Chile, a comienzos de los ochenta, invitado por su amigo Arturo Gaete S. J. a dar un curso semiclandestino a la Vicaría de la Solidaridad, específicamente para la que entonces se llamaba Academia de Humanismo Cristiano. Es a su vuelta a Francia en las discusiones de fundación del Colegio Internacional, donde se adopta la decisión de establecer un apoyo a Chile para ayudar a evitar que el ejercicio libre de la filosofía desapareciera completamente bajo el poder de la dictadura. De hecho, el primer director del Colegio, que fue Jacques Derrida, propuso invitar a Francia a uno de los profesores exonerados de Chile, este fue Rodrigo Alvayay, quien propuso que sean los franceses los que vengan a Chile. Este apoyo se transformaría después en un vínculo permanente, flujo de profesores y estudiantes que además empezaría a abrirse a toda la región. Hubo gestos increíblemente generosos de acogida para nosotros los exiliados chilenos en París y también gestos concretos de solidaridad con el pueblo chileno, como el avión con libros de filosofía a partir de las donaciones de los profesores integrantes de Colegio Internacional que entregaron libros de sus propias bibliotecas para repoblar las bibliotecas chilenas ya diezmadas por la censura y la quema de libros al comienzo de la dictadura.

María José: ¿Así que el Colegio Internacional de Filosofía fue muy importante también para los que estaban en Chile?

Paty: Claro, fue fundamental para todos los que se quedaron y tenían que resistir: Humberto Giannini, Carlos Ruiz, Cecilia Sánchez, Olga Grau, establecieron vínculos con este grupo. Como lo relata Vermeren, hubo un gran congreso en el año 1987, en Santiago de Chile, sobre instituciones filosóficas y democracia, y a él viajaron Abensour, Rancière y el propio Vermeren, entre otros, que vinieron a escuchar y a exponer a un Santiago que era todavía una ciudad sitiada.

María José: ¿Y cuándo y dónde leíste por primera vez a Arendt?

Paty: En París, en el contexto justamente de este grupo del Colegio Internacional. Tengo que haber comenzado a leerla a mediados de los ochenta. Tuvimos la suerte de conocer a algunos arendtianos notables como Jacques Tamineaux y Étienne Tassin. Tamineaux era un gran especialista y Tassin no solo fue un autor de cabecera fundamental, un gran especialista en Arendt, sino que también un gran amigo que luego vino a Chile.

María José: ¿Qué fue lo primero que leíste de Arendt?

Paty: La Condición Humana en su traducción francesa, en su segunda edición. Que estaba tomada de la edición alemana que hizo la propia Arendt.

María José: La edición alemana es bien distinta, sobre todo en las notas. ¿Y la leías con alguien?

Paty: Sí, con Cristina Hurtado, gran conocedora de Arendt y enseñante en la universidad francesa, que estaba exiliada y que como yo estaba vinculada al Colegio Internacional. En ese momento Arendt ya circulaba bastante en París VIII. Abensour, Lefort la referían, aunque no eran especialistas.

María José: ¿Y a Lévinas dónde y cuándo lo comienzas a leer?

Paty: Lo de Lévinas fue más azaroso. Encontré Totalidad e Infinito en una librería y comencé a mirarlo, me pareció interesante su estilo, me dio curiosidad. Luego me empecé a dar cuenta de que trataba cuestiones que para mí eran importantes. Tiene que ser en la misma época en que me encontré con Arendt. Para mí estos autores están relacionados.

María José: ¿Relacionados cómo?

Paty: Bueno, la desformalización radical del sujeto moderno y la búsqueda de la salida de la metafísica del ser es lo que realiza Lévinas a través de la consideración de la primacía del Otro, a través de la idea de la experiencia del Otro, el cara a cara. A su vez, el énfasis en la acción en una esfera pública plural, en Arendt, desinstitucionaliza la idea de política, que ahora es más bien el quehacer del poder concertado. Creo que ambas son formas de rearticular ámbitos fundamentales del pensamiento y la experiencia: la experiencia de la ética y la política. Ahora, habría que pensar el nexo entre ambos procesos, falta por decirlo así, una manera de conectar ambas reflexiones, en eso he estado estos últimos años, pensando en esa conexión.

María José: Y cuándo volviste a Chile, ¿cómo fue esa vuelta?

Paty: Yo llegué el año 1990, con la ayuda del gobierno francés. Llegué a hacer clases al colegio La Alianza Francesa y Pedro, mi marido, con un puesto de profesor investigador del CNRS. La Universidad de Chile estaba recién comenzando el proceso de revisión de la intervención de la dictadura en la Universidad. Fue muy duro, a los que habíamos sido exonerados, nos hicieron concursar y quienes constituían las comisiones evaluadoras eran, al menos en parte, las personas que habían quedado en nuestros puestos cuando fuimos expulsados. Colaboradores del régimen militar que ahora nos examinaban para saber si estábamos o no capacitados para volver a la Universidad.

Después de este proceso que fue largo, yo quedé como profesora del Departamento de Filosofía, aunque al comienzo tuve que hacer clases en otras facultades porque los cursos y seminarios de la Licenciatura en filosofía estaban ya ocupados. Hubo algunos de los que ganaron esos concursos que dieron la pelea por recuperar sus cátedras originales. Otros no aceptaron esos concursos con esas personas colaboradoras de la dictadura como comisiones evaluadoras y dieron la pelea para tener concursos abiertos, fue el caso de Pedro, mi marido. Yo en cambio, concursé y me quedé haciendo seminarios electivos, donde reunía un pequeño grupo con el que podía trabajar muy bien las lecturas.

María José: ¿Y cómo era hacer clases en esos años noventa, justo después de la dictadura?

Paty: Al comienzo, cuando volví, en las clases, los estudiantes no hablaban. Yo les preguntaba por lo que pensaban de los textos, de las ideas, pero era muy difícil, era como si les hubiesen robado la voz. No es que no pensaran, pero les costaba mucho sacar la voz, decir algo. Era bien desolador, pero de a poco estos pequeños seminarios fueron sacando la voz y ¡vaya si hablaron!

María José: ¿Y a Arendt, tú comenzaste a ponerla en tus seminarios y por qué?

Paty: Porque era importante recuperar esa dimensión de la vida activa, de la esfera pública, de la acción con otros, que es como ella entiende la política. Rescatar esa dimensión de la acción en un espacio plural que era justo lo que habíamos perdido con la dictadura.

María José: ¿Y de nuevo en los seminarios aparecen Arendt y Lévinas juntos?

Paty: Sí, la verdad es que yo pienso que para instalarse en la filosofía contemporánea hay tres autores fundamentales que nos ayudan comprender este mundo: Lévinas y su crítica del sujeto junto con la experiencia radical del Otro que supone una abertura nueva a la intersubjetividad, Arendt que nos ayuda a revincular la política y la acción en el contexto de una pluralidad que permite la aparición de lo nuevo, pero que también nos advierte de las formas de dominación totalitarias y  Foucault con su enorme crítica al poder, a la subjetividad y a las instituciones. Con estos tres autores creo que nos podemos ubicar positivamente en el presente.

En el caso de Arendt y Lévinas, yo encuentro en ellos también una importante reflexión sobre el tiempo y su ruptura, a través justamente de lo que viene a interrumpir la continuidad. Son dos pensadores del acontecimiento una cuestión que también me parece central para pensar el presente.

También Arendt en sus escritos, tiene esa capacidad de hablar de experiencias que uno puede reconocer. Por ejemplo, cuando habla del tesoro perdido, citando a René Char y describiendo las experiencias de la resistencia francesa. Todos esos años de dictadura acá en Chile y luego en Francia fueron eso, años de resistencia y esas relaciones, vínculos, acciones colectivas, solidaridades, son cosas que nosotros vivimos, es algo personal.

María José: ¿Qué sentido tenía enseñar filosofía en esos tiempos?

Paty: Para nosotros en esa época, especialmente después de la dictadura, formar en filosofía era también una tarea política. Con Humberto Giannini, Pedro Miras, Carlos Ruiz, todos nosotros teníamos un gran compromiso con la democracia, todos los que volvimos a la Universidad, habíamos aprendido dramáticamente que la democracia puede ser muy frágil, que necesita mucho compromiso y que la gente, sobre todo la que se está formando, encuentre un sentido en ella y se comprometa a defenderla.

 

Imagen 1. Patricia Bonzi

 

 

Imagen 2. Patricia Bonzi en el aeropuerto

 

 

Imagen 3. Patrice Vermeren con Patricia Bonzi en Chile

 

Imagen 4. Carlos Ruiz, Alan Badiou y Patricia Bonzi

 

 

Imagen 5. Patricia Bonzi en Chile