da de manera implícita es en aquellos pasajes en que el monstruo aparece
como un habitante fronterizo. El análisis de la categoría monstruo como una
transgresión de leyes —naturales, jurídicas, etc.— que Foucault plantea ubica
a lo monstruoso como aquello que habita en los límites de un orden; es la
transgresión de ellos, a la vez que su establecimiento. Lee allí, en esa mixtura
de especies, de individuos, de sexos, “la mezcla de dos reinos” (Foucault, 2007,
p. 69). Esa infracción de los límites, que produce una indiferencia entre los
seres humanos similar a la que Esposito le adjudicaba a la violencia primigenia
de la comunidad original, nos remite de manera directa al corazón de las tesis
de Cohen: las número 3, 4 y 5. La tercera abre con la armación de que la
irrepresentabilidad del monstruo lo conduce al rechazo a participar en un
“orden de cosas” clasicatorio “y por ello el monstruo es peligroso, es una
forma suspendida entre formas que amenaza con destrozar las distinciones”
(Cohen, 1996, p. 4). Con esto ubica al trazado de fronteras —entre normalidad
y anormalidad, entre comportamientos deseados e indeseados— en el
centro de la cuestión. El monstruo de la prohibición, dirá en su quinta tesis,
“delimita las fronteras que sostienen ese sistema de relaciones que llamamos
cultura, para llamar horriblemente la atención sobre esos bordes que no
pueden —no deben— ser cruzados” (Cohen, 1996, pp. 9-10). De lo que habla
Cohen es de las formulaciones del cuerpo monstruoso como advertencia,
situado en lo que llama “los bordes de lo posible” (p. 8). Su lectura se remonta
a leyendas medievales sobre monstruos habitantes de terrenos fuera de la
órbita de control social que, por una u otra razón, no deben ser explorados:
“el monstruo se sitúa como una advertencia en contra de la exploración
de un dominio incierto” (p. 8). El miedo o la repulsión que el cuerpo del
monstruo debe representar es funcional a un ordenamiento que precisa
del esclarecimiento de sus fronteras, tanto internas como externas, para
garantizar su supervivencia.
Cabría preguntarse si la formulación de lo monstruoso en los relatos
de Enríquez puede ser leída —como pretende, no la autora, sino sus propios
textos— como una denuncia hacia la violencia que empuja hacia el exterior (de
las leyes y del territorio) a grupos de personas por pertenencias étnicas o de
clase. Recordemos que, para Foucault, la existencia del monstruo, al ubicarse
por fuera de sus márgenes, deja a la ley sin voz y la única respuesta que puede
suscitar es la de la pura violencia. Esa violencia es la que, arma Esposito,
funda la comunidad originaria. Y es el encauzamiento de esa violencia hacia
el afuera de los márgenes de la normalidad lo que permite la constitución de
las naciones modernas. Fuera de esos márgenes, o en sus bordes, se ubica el
monstruo que, Cohen señala, ha sido construido en numerosos relatos como
Ignacio de Goycoechea 113