factual, lo poético y lo político, no son elementos contrarios. Es una cuestión
de escritura, y las diferencias tienen que ver con los efectos y la ecacia
literaria: Operación masacre, como libro sobre hechos reales que funciona
deseados. Cambiar un epígrafe de T. S. Eliot por otro del comisario Rodríguez
Moreno no hace a Operación masacre menos novela y más denuncia: la hace
1. En el parágrafo 23 de las ediciones del 57 y el 64, el narrador les
hablaba a los fusilados y al mismísimo basural de José León Suárez. Walsh
lo elimina en el 69. Sin dudas, aquí elide un pasaje literario, pero la cuestión
parece ser que es demasiado literario: “poemático, impostado, literario en el
mal sentido de la palabra” (Verbitsky, 1984, p. 23). “¡Siniestro basural de José
León Suárez”, comenzaba, “leproso de zanjas anegadas en invierno, pestilente
de moscas gordas y azules en verano, insultado de bichos insepultos, corroído
de latas y chatarra, velludo de pastos acerbos, último sumidero del mundo,
mira la carga que te traen!” (Crespo, 1994, p. 226). En Los ocios terrestres,
siete años después de la escritura del párrafo, Walsh pudo manejar este tono
“anécdotas muy reducidas” como las de los irlandeses, “que suceden en un
medio pequeño”, pero que “no [se] permitiría, quizá, si tuviera que escribir
una historia épica”, donde “usaría un lenguaje muy reducido” (Walsh, como
se citó en Piglia, 1987, p. 19). Dentro de Operación masacre, ese tono falla.
Si pensáramos que la razón para eliminarlo es el carácter literario de las
imágenes, no se entendería que las más logradas pasen, en la edición del 69,
al parágrafo 22, como señala Crespo: “a la izquierda, se extiende un amplio
baldío, depósito de escorias, el siniestro basural de José León Suárez, cortado
de zanjas anegadas en invierno, pestilente de moscas y bichos insepultos en
verano, corroído de latas y chatarra [cursivas añadidas]” (Walsh, como se citó
en Crespo, 1994, p. 226). Algunos excesos barrocos que fueron acertadamente
2. En el “Prólogo” del 64, Walsh escribe que la noche del levantamiento
llegó a su casa —desde el café— “entre el aroma de los tilos que siempre
me ponía nervioso, y esa noche más que otras” (Walsh, 2013, p. 18). Daniel
Link señala que los tilos, en junio, no tienen hojas, mucho menos olor: ¿qué
es ese olor, se pregunta, sino un puro suplemento estético que introduce
“subrepticiamente, como suplemento, los valores de la literatura, la mirada
Rodrigo Arenas 23