El huerto orece
El sol no salía cuando las niñas ya estaban despiertas, habían convertido el
cuarto en un huerto de muñecas, unas estaban sin blusa, otras sin cabello y
otras sin cabeza. Pero las niñas tenían su muñeca preferida, la que no tenía
ningún defecto, la que todavía tenía los dos zapatos y en su cara resaltaba
una sonrisa inmortal. Pero esta se encontraba arriba del armario. Nadie la
podía tocar, La Madre escondió esa muñeca para que no se pelearan. Pero era
necesaria su presencia. Con pausas y calma se treparon una en la otra hasta
llegar a la bolsa de juguetes y la empujaron hacia el suelo.
Después del gran estruendo se estamparon en silencio; total silencio,
no hablaron, no se movieron, no respiraron. Intentaron bajar con sumo
cuidado hasta que llegaron a acariciar el piso o un cuerpo de plástico. Ya en el
suelo, corrieron por La Muñeca, la preferida. Desde ahí comenzó el temblor;
las niñas pelearon por ella hasta que una ganó, lo que signicaba que tenía el
control de todo: las reglas, el día, las emociones, la vida. Todo. El Cuarto se
transformó en un baile, todo cuerpo que descansaba en el piso revivió para
ahora ser un invitado. Dentro de la bolsa de los juguetes se escondía una caja
musical heredada y esa fue la orquesta que dirigió el baile.
Todos daban vueltas al son, se deslizaban, se caían, se levantaban, se
reían, se enojaban, se peleaban y de un momento a otro las niñas detuvieron
el baile para reclamar de nuevo la custodia del juguetito que todos querían.
Cerraron de golpe la caja de música y comenzaron a poner sus manos en
La Muñeca. Una mano tomó el brazo; otra jaló de las piernas; otra agarró
el pelo. Era una guerra de pertenencia, quien la obtenía podía convertirse
en ella mientras jugaban. Eso era todo. La Muñeca solamente sonreía, nada
cambiaba.
Finalmente una de las niñas la ganó cuando el otro cuarto continuó
con el baile. La orquesta que habían apagado comenzó a retumbar del otro
lado, se podían escuchar distintas voces que competían para ser las más
ruidosas. Estaban cantando súplicas y, antes de que terminara, el telón se
abrió con La Madre volando hacia el suelo, ella era elegida. Sus ojos eran
pequeños y de plástico, a punto de reventar de euforia. Unas manos tomaron
a la señorita de la pierna y comenzó a deslizarla de vuelta al salón principal
mientras cantaba una canción de libertad, de esa manera el telón cayó. Las
niñas volvieron a quedarse calladas, voltearon a verse y notaron que la sonrisa
de la muñeca había desaparecido. La caja de música comenzó a enredar notas
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Variatinta
Nota al margen
Facultad de Filosofía y Humanidades
Universidad Nacional de Córdoba
Vol. II Nº 3 | enero-junio 2024