autora ponen en tela de juicio distintas instituciones, tales como la familia, el
matrimonio, la maternidad, entre muchas otras. Por último, esos personajes
que nos presenta la autora son casi siempre personas que provienen de o
circulan por los márgenes: outsiders. Entonces, nos encontramos a lo largo
de la narrativa de Nettel con distintos personajes marginales que, por estar
ocupando un lugar en el espacio, por reclamarlo, cuestionan distintas normas
y condicionamientos establecidos. Los divagantes, por supuesto, no es la
excepción.
La obra reseñada está compuesta de ocho cuentos que, de una u
otra manera, nos presentan (como se explica en su contratapa) personajes
divagantes. El título se explica en uno de los relatos que es, además, el que le
da el nombre al libro. En él, padre e hija, de vida bastante itinerante, se topan
en una expedición en barco con un ave. El padre le explica a esa hija narradora
que el “albatros perdido” o “albatros divagante” es un ave que, a causa del
excesivo esfuerzo que hace por la falta de viento, termina enloqueciendo,
desorientado y en lugares muy alejados de su hábitat natural. Así, tras esta
explicación, entendemos que esa desorientación, esa locura, esa lejanía
respecto del lugar de origen y el hábitat natural son el hilo conductor que
irá relacionando estos diferentes relatos y personajes a lo largo de la lectura.
Y, por qué no decirlo, que irá relacionando también a la totalidad de la obra
literaria de Nettel. Consideramos que, con esta explicación, la autora —de
alguna manera— viene a darle nombre a aquellos personajes cuyas vidas iba
relatando desde sus primeras obras: los divagantes.
En cuanto al aspecto formal de este libro, podemos mencionar que la
prosa de la autora a lo largo de estos ocho relatos permanece, al igual que
en el resto de su obra, sencilla, concisa y sin ornamento excesivo. Nettel no
recurre a extensas descripciones de lugares, de personajes ni de sus mundos
internos para narrar una determinada escena o situación. Y a pesar de ello
—o justamente como su consecuencia— logra, con el uso del lenguaje, una
potencia demoledora. Como la narradora de “Jugar con fuego” que, así sin
más, arma que “tener hijos es siempre estar esperando a alguien” (Nettel,
2023, p. 45) y describe a su hijo adolescente como “un ser a medio camino
entre el niño que había sido y el adulto que iba a ser” (p. 50). O el protagonista
de “La puerta rosada”, que dene la aversión que siente hacia su esposa y el ya
longevo matrimonio en el que se encuentra como un “resentimiento que me
produjo durante décadas no ser dueño de mi destino” (p. 67).
Los relatos que nos presenta Nettel en Los divagantes son diversos y
disímiles. En “La impronta”, nos enfrentamos al misterio de un tío proscrito
de la familia y una sobrina narradora que, tras un inesperado reencuentro, no
Constanza Molina 171