La Ola
La llamada llegó un sábado en la noche mientras hacía las compras nocturnas
en una cadena comercial a dos cuadras de casa. Ojeaba una revista de chismes
ensimismado y asombrado, como es común, por la murmuración sinigual
escrita en aquellas negras páginas. Nombres y rostros siempre conocidos
desfavorecidos por comentarios de voraces escritores impulsados por un
hambre popular y la angustiosa necesidad de ver a un ídolo caer; todo eso
pasaba frente a mis ojos mientras esperaba que una señora de no más de 30
años, con índices de una temprana obesidad, apaciguara los pueriles deseos
de su hijo. El niño lloraba, estampaba la cabeza contra el mostrador y berreaba
como ningún otro moribundo animal que hubiera tenido cabida en la faz de
la tierra. Con una apresurada vuelta de hoja, me recordé nunca tener hijos.
El teléfono sonó un par de veces allá, en el escritorio de mi ocina
en el centro de la ciudad, antes de decidirse a hacerlo en mis pantalones.
Desembolsé el celular en cuanto la noticación hizo temblar a mi glúteo
izquierdo, deseoso de cualquier distracción a tan lamentable espectáculo.
“Soy N; te necesito: algo pasó en el norte de la ciudad”.
22 de enero del 2022: la última caminata de Los caminantes.
En 1999, Román Molinares junto a su hermano Sebastián emprenderían
una caminata que marcaría el inicio de algo trágico que tendría lugar este
mismo año. Al principio sólo eran ellos dos, luego ya se le unirían otros.
Sebastián fue el de la idea, pero Román… Román siempre fue el que hiló todo”,
contaría doña Ernestina, de 79 años de edad, madre de ambos fundadores.
Para 2004, Los caminantes ya se habían establecido como una comunidad
más en el creciente entorno citadino. Con cerca de 74 miembros y contando,
los hermanos Molinares no encontraron otro modo de subsistir la naciente
comunidad que fragmentándola en pequeños grupos de no más de 35
integrantes cada uno. Fue por estas fechas que surgiría la frase que marcaría
al grupo en la conciencia colectiva de la sociedad: “bajaremos todos los que
subimos y subiremos todos los que bajarán. “La frase era de Manuel: él la
creó. La dijo en una incursión, años atrás; a Sebastián le gustó, entonces se
volvió el lema”, diría Javier Urías, sobreviviente de la noche del 22, tres días
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Variatinta
Nota al margen
Facultad de Filosofía y Humanidades
Universidad Nacional de Córdoba
Vol. I Nº 2 | julio-diciembre 2023
después del accidente cuando lo entrevisté. A continuación, transcribiré una
parte de nuestra charla:
—¿Qué signicaba? La frase, quiero decir.
—Supongo que signicaba que esperaríamos al último. Siempre lo
decían cuando contaban las cabezas de todos antes de subir y al bajar. No
querían que se nos olvidara nadie.
—¿Alguna vez se les llegó a olvidar alguien?
—No, nunca. —Piensa, se soba la mejilla y luego agrega—: bueno, hubo
una vez en que alguien se perdió. Una niña, de no más de 12 años. ¿Era Sara,
Samara? No lo recuerdo; no fue en mi grupo, pero escuché algo al respecto.
Se perdió como por una hora hasta que la encontraron abrazada a un árbol.
—¿Dejaron a una niña de 12 años ir a una excursión con ustedes?
—No, no iba sola: su papá iba con ella. Nunca dejaríamos que un menor
se nos pegase sin la supervisión de un adulto.
—Hasta donde tengo entendido, en el grupo del 22 iban menores de
edad, ¿no es así?
—Sí, pero eso es distinto. Nuestras reglas estipulan que ningún menor
de 15 años nos podrá acompañar sin la supervisión de un adulto. Los chicos
del 22 tienen… tenían…
—Más de 15 años, ¿no?
—Sí, así es.
—Ernesto Guevara de 17 años y Francisco Torres de 16; ¿los conocía?
—Sí…, algo.
—¿Puede hablar de ellos?
Ante esta petición, Javier mira al suelo, incómodo y tarda unos segundos
en responder.
—Francisco era el más joven, pero llevaba más tiempo en el grupo. Era
muy temeroso; solía llevar pantalones largos de mezclilla porque tropezaba
seguido. Ernesto era todo lo contrario: era bravo, aventado. Escalaba como
ningún otro y no vieras las sonrisas que se aventaba al estar hasta arriba; el
rostro le cambiaba, era otro…, era otro.
Francisco Torres y Ernesto Guevara: las dos víctimas más jóvenes de
la noche del 22. El primero, muerto, lacerado desde dentro, y el segundo con
una amnesia disociativa grave, incapaz de aportar ningún dato relevante a la
investigación. Entre ellos hubo más; un total de 21 personas: 7 de ellas muertas,
9 heridas, 2 desaparecidas. Tan solo 3 se salvaron de tan funesto destino. “Sí,
fui de los pocos. Estaba frente a todos; era el líder del grupo. Ernesto estaba
a mi par; entonces se detuvo, contrariado, y yo seguí adelante”, declararía
Javier en su entrevista. “Bianca estaba un poco más atrás, se quedó con
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Ernesto. ‘¿Estás bien?, ¿todo bien?’, escuchaba que le preguntaba. Entonces
los gritos…, volteé y corrí. Salté de la cima”.
A continuación, pretendo rescatar parte de la cronología mandada a N
con el objetivo de poder rescatar algo para mí mismo. Los hechos fueron
reconstruidos con base en las declaraciones hechas por los sobrevivientes.
CRONOLOGÍA DE LOS HECHOS: 22/01/22
A las 16.34 una tercera parte del grupo ya había hecho acto de presencia a las
afueras de la gasolinera DOI al noreste de la ciudad. Entre ellos se encontraban:
María Teresa Inigo, Samuel Negrero Barca, Vicente Agüero Aguilar, Francisco
Alberola Murano, Yolanda Antonelli Mateu, Ernesto Guevara Franco y Bianca
Torres Almeda. Para las 16.57, ya se habían incorporado Javier Urías Duarte,
Francisco Torres Pereira, María Teresa Bravo Rayo, su hermana Sandra Bravo
Rayo, María Pilar Olivas Hernández, Rafael Juárez Meza, Jorge Fernández
Báez, José Carlos Mauri Nevado, Julio César Orzuelo Maldonado y Diana
Arenas Pina. Los 6 integrantes restantes (Manuel Esparza Garza, Alba Marina
del Valle, Sara Gallegos Acosta, María Rosario Gamero, Jesús Salvador Amado
Gutiérrez y Inés Trinidad Bautista) se encontrarían con ellos a las faldas del
cerro La Ola, media hora más tarde.
A las 17.32 se formaría una la a las faldas del cerro; 21 cabezas serían
contadas. La expedición comenzaría poco después, a las 17.35. Se reportaría
que “un olor metálico y amargo, como el del cobre” reinaba por la zona.
Es raro el hecho de que hubiera discrepancias en la presencia del hedor;
algunos, como Urías Duarte, alegan que el hedor se presentó tan pronto como
subieron las faldas del monte, mientras que otros, como Yolanda Antonelli
Mateu, declaran haberlo sentido a nales de la expedición, segundos antes de
que todo se fuera al demonio.
Otro aspecto por destacar es la zona. Cuando interrogué a Urías Duarte
al respecto, él comentó:
—¿Por qué La Ola?, ¿no había sido negado su acceso durante buena
parte de lo que va del siglo?
—Sí, así es. Pero desde que García Morrón entró como gobernador,
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esa y muchas otras zonas de la ciudad que hasta mediados del siglo pasado
habían estado cerradas al paso peatonal fueron reabiertas. El padre loco de la
Iglesia del Sur se puso rojo de furia cuando quitaron los tablones a principios
del año pasado. La Ola llevaba rato así, cosa de un año o año y medio, pero
ninguna expedición de carácter ocial había sido hecha hasta entonces.
La noche del viernes soñé algo particular.
Estaba en plena naturaleza, Deum se postraba ante mis pies,
empequeñecido. El recio viento desprendía las prendas de mi cuerpo y hacía
volar los cabellos por sobre mi frente. Todo se sentía bien, muy bien; entonces
un olor metálico me inundó las fosas nasales.
Gritos. Uno, luego otro; un coro infernal a mis espaldas, entonces
volteé solo para ver a…
Francisco Torres Pereira siendo cercenado desde dentro. Eso, esa
mierda negra y descomunal le entró por la boca y se expandió dentro de él.
Lo atrapó cuando trataba de huir. Él estaba a mi lado, intentó correr, pero
entonces su pantalón de mezclilla se atoró con el ramaje y…”.
Deum. Algo pasa en Deum. Pensé que todo eran meras coincidencias,
pero desde que vi las fotos de la masacre he tenido lóbregas pesadillas que me
interrumpen en sueño y hacen que María me pregunte si todo está bien; no
lo está. Pienso que N sabe algo; debe de saberlo. Primero el caso de ese raro
de las montañas, luego lo del joven Ortuño y su padre y ahora esto. Siempre
hay una constante en el caso: a la gente no le importa. Me cuesta cada vez
más sacar la información y, cuando no, la gente lo relata como si fuera cosa
de todos los días. Esto es extraño, muy extraño.
De perder la cabeza, estas entradas y los pocos extractos que pude
rescatar de los documentos mandados a N serán la única prueba de mi camino
hacia la insanidad…
—¿Qué vio [la noche del 22]?
Yo volteé y —Se mira a los pies, azorado y entonces niega
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vehementemente con la cabeza, entre risas—. Yo vi a mi hija; lleva 3 años
muerta. Tan solo tenía 12 cuando pasó, cuando la perdí, pero ella estaba allí,
al lado de Panchito antes de que este explotara desde dentro y nos cubriera
a todos con su sangre.
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