pues, que nació en el siglo dieciséis con el don de la poesía, era una mujer
desdichada, una mujer en contradicción consigo misma” (Woolf, 2013, p. 52).
A través de la cción, mediante la creación de un personaje imaginario, Woolf
problematiza acerca de la gran diferencia que existen entre los roles de un
género y otro, tal como habíamos planteado anteriormente.
La sociedad imposibilita a la mujer la labor de escribir, ya que esto
no está dentro de sus funciones vitales. De hecho, escribir es una actividad
que se desentiende de las prioritarias para el mantenimiento y “buen
funcionamiento” del orden social: “el mundo no pide a las personas que
escriban novelas, poemas e historias; no precisa de ellos” (Woolf, 2013, p. 54).
Por lo tanto, si esto implica ya una dicultad para el hombre, para la mujer
mucho más aún.
Dentro de toda aquella actividad social entendida como “útil”, es decir,
con una nalidad práctica para el mercado, el trabajo de las artes se constituye
únicamente como una actividad de gasto, ya que no posee un n productivo,
sino más bien el del deleite en sí mismo. Es aquí donde la función de la obra
de Virginia Woolf se vuelve una concepción improductiva. El cuestionamiento
hacia el patriarcado va destinado al desempeño de la actividad artística.
Woolf explica que la mujer puede acceder al trabajo, pero esto resulta dentro
de los límites de lo entendido como femenino. O, más bien, el trabajo que
no es masculino. Siguiendo esta línea, la mujer se construye, dentro de una
concepción patriarcal, como todo aquello que no hace a un hombre de honor.
Por ejemplo, como explica Bourdieu (1998), por medio de la contraposición
débil/fuerte. El hombre que es débil o blando es, entonces, menos hombre
y, por lo tanto, más parecido a una mujer. El sistema de valoración femenina
nace de la plena valoración masculina: “exaltación de los valores masculinos
tiene su tenebrosa contrapartida en los miedos y las angustias que suscita la
feminidad: débiles y principios de debilidad en cuanto que encarnaciones de
la vulnerabilidad del honor” (Bourdieu, 2000, p. 39).
Asimismo, aunque la mujer disponga del dinero necesario para
mantenerse y permanecer en la casa para dedicarse a escribir, debe seguir
desempeñando las tareas domésticas. Tales tareas se entienden como
correspondientes a la labor femenina, mientras que está mal visto que un
hombre realice el aseo, cocine o planche. El hombre “honorable” es aquel que
trabaja fuera de su casa . Por todos estos impedimentos la mujer se enfrenta
con dicultades, sin contar la labor de esposa y madre.
El dinero es un bien valioso, escaso, necesario para el sustento de la vida
humana. Sin embargo, resulta insuciente a la hora de considerar actividades
exclusivamente artísticas. Podemos pensar en una doble improductividad de
Camila Belén Lucero 55