en tanto sujeto viviente y pensante. Nuevamente se piensa y se reconoce
gracias a la escritura. Frente a la soledad y la tristeza de ese pueblo donde se
encontraba anclada, donde todo llega tarde, donde no hay “luz eléctrica, ni
gas, ni esperanza de nada” (Sosa Villada, 2018, p. 19), la escritura le permite
sentirse viva. Es una suerte de puerta que se le abre para dejar al descubierto
un mundo nuevo, un mundo que es de ella, en el cual se siente realmente ella.
“Aquí es donde el dolor es extraído de nuestro pecho” (Sosa Villada, 2018, p.
55), dirá al respecto.
En este sentido, la escritura cumple un rol similar en Pablo Pérez,
puesto que le permite construir un espacio donde refugiarse de los prejuicios
que giran en torno al sida. Recordemos que la enfermedad era, en esa época,
relativamente nueva. No se contaba con la información que se maneja hoy
en día, y los mitos que funcionaban en torno de esta, si bien algunos aún
continúan, eran considerablemente mayores. Lina Meruane, en Viajes virales
(2009), maniesta que el sida se correlaciona con la época en la que surgió,
puesto que da cuenta de una falla en el sistema capitalista global, en el que las
nuevas tecnologías de viaje y comunicación les permitieron a las disidencias
sexuales la “libertad” fuera del perímetro de la nación homófoba y represiva.
De este modo, el discurso acerca del progreso y las maravillas del capitalismo
se cae y deja al descubierto una realidad que no todos quieren ver.
Su aparición y la gran velocidad de contagio, expresa Meruane, así como
la mutación y circulación de sus sentidos, la conrman como “epidemia de
signicación” que, más que reejar la enfermedad. la construye, puesto que
se trata de todos aquellos signicados que socialmente se le atribuyen al sida.
Esto se da porque la producción metafórica sirve para contener o reprimir la
enfermedad por la vía ideológica. En este sentido, una de las ideas principales
es la de la culpa: la estigmatización hace que los portadores sientan que esta
patología es algo vergonzoso, como una suerte de marca con la que cargan
por tener un estilo de vida particular.
Sin embargo, ante esta exclusión, el protagonista decide escribir
un diario y, en esta práctica encontramos un acto de resistencia. Frente a
todos aquellos que, a causa de sus prejuicios, lo rechazan no solo por su
enfermedad, sino también por su homosexualidad, Pablo decide dejar un
registro de su vida: “acá estoy, vivo, y tengo mi propia voz”. Si debe habitar por
exclusión espacios periféricos, marginales, como el cine porno o los baños de
Constitución, entonces la escritura será el lugar para dejar su testimonio,
para demostrar que otro tipo de vida y de sexualidad antihegemónica es igual
de válido. Por ello, el registro minucioso del mundo gay de los 90, de los
encuentros casuales, de las prácticas sadomasoquistas. Se atreve a nombrar,
María Macarena Heiland 119