negativamente y a los sujetos populares como aquellos que solo se deenden
ante lo sufrido. En torno a estos efectos de sentido, podemos señalar otros
momentos de la novela que también son claves para producirlos. Por ejemplo,
desde el inicio de la obra, los recuerdos de Qüity sobre Kevin permiten que
se comience a vislumbrar lo que ocurrió en el desalojo de la villa, dándose
más y más información hasta narrar el hecho concreto desde las perspectivas
de las dos narradoras. En torno a esto, la muerte de Kevin se repite en
muchas ocasiones. Las descripciones de este niño muriendo, que se presenta
usualmente desde la ilusión y la inocencia, logran, desde nuestra lectura,
una crítica a las acciones de la policía. Más adelante Qüity escribe: “Kevin,
mi nene, en un amasijo chiquitito de huesos y gusanos revolviéndose en la
entraña de una tierra vecina” (Cabezón Cámara, 2009, p. 13).
Asimismo, en torno a esto, consideramos que es clave retomar una cita
del apartado anterior. Cuando Qüity y Daniel interrogan al Jefe, él admite
haber sido consciente de que los habitantes de la villa no iban a ceder su
territorio: “nadie entrega su tierra sin resistencia” (Cabezón Cámara, 2009, p.
175). Sostenemos que esta admisión logra que no se juzgue de forma negativa
que los sujetos populares, ante la posibilidad de mudarse a un barrio nuevo,
decidan quedarse. En el capítulo donde se narra la masacre, Qüity desarrolla
cómo al haber vivido tanto tiempo en el lugar ellos deberían tener derecho
a quedarse en él; la villa debería ser legalmente su propiedad. La admisión
del Jefe no hace más que conrmar esta propuesta, que el responsable de
la violencia estatal reconozca que tendría sentido que los sujetos populares
no dejaran el territorio (y así evitaran la violencia ejercida sobre ellos), lo
que permite profundizar la propuesta de que esa forma de violencia ejercida
sobre ellos es monstruosa e injusta.
Finalmente, en torno a esta situación de violencia y resistencia ya
desarrollada, consideramos que es interesante analizar cómo se representa,
no solo en ese momento sino a lo largo del libro, a quienes ejercen la violencia
resistente de forma principal en la invasión: los llamados “pibes chorros”.
Qüity explica que, dentro del universo de la novela, los medios presentan a
los jóvenes de la villa como criminales. Así, desde el modo en que la violencia
construye a lo monstruoso, se les atribuyen actos violentos cometidos por
otros para alimentar la opinión pública de que la violencia ejercida sobre
ellos sería merecida. A esta representación se opone otra lograda desde la
narración de Qüity: “eran todos hermosos en su furia, como Aquiles cuando
ante la muerte de su amigo ya no resiste y se entrega a la ira, cede al destino.
Ah, la furia chorra de los pibes chorros” (Cabezón Cámara, 2009, p. 114). De
esta manera, estos sujetos, su violencia y su ira son equiparadas a los héroes
Guadalupe Garione 163