María Sofía Marturet
–“quedan siempre delante de los ojos, como zapadores del universo por
venir … aquellas cuatro colosales boas” (2003, p. 172); “¿quién sacó el agua
de sus dominios y cabalgó sobre el aire, y dio al hombre alas?” (p. 173) sobre
los cables que sostienen el puente; “yacen, rematadas por delgados dientes,
como cuerpo de pulpo por sus múltiples brazos, o como estrellas de radios de
corva punta” (p. 173) sobre sus torres– hay una salvedad que realizar: todo lo
construido ha sido hecho por el ser humano y, lejos de tratarse de divinidades
griegas, las construcciones se sustentan sobre la base de sus trabajadores.
De esta forma, aunque Martí utiliza alegorías míticas y metafóricas para
describir el paisaje urbano, a su vez arma la necesidad de tener en cuenta
que dichas estructuras son producto del esfuerzo y la dedicación de personas.
El autor enfatiza que todo lo hecho en Nueva York está respaldado por el
trabajo humano; lo despoja, así, de la divinidad y reconoce la labor de aquellos
que participan en la materialización de las obras. Esta perspectiva pone de
maniesto la relevancia de los operarios como actores fundamentales en el
proceso de urbanización y modernización de las ciudades. Son ellos quienes
llevan a cabo las tareas físicas y técnicas necesarias para erigir los edicios,
puentes y otras estructuras que conforman el entramado de la urbe; su
esfuerzo y dedicación son indispensables para convertir las ideas y los diseños
en realidades tangibles. Además, al resaltar el papel de los trabajadores, Martí
también puede estar aludiendo a la importancia de su bienestar y condiciones
laborales justas: la construcción de la ciudad moderna no debe pasar por alto
los derechos y la dignidad de aquellos que contribuyen con su labor.
En este sentido, el recurso que utiliza “El puente de Brooklyn” para
brindar magnitud a sus descripciones se corresponde con lo que García
Marruz denomina como saltos de irrupción poética: en un primer momento,
se muestra un objeto a la pura luz física y luego se lo muestra en luz de gloria,
de modo que “ese salto de un orden de realidades a otro, que parece romper
la causalidad natural, del discurso, da a veces un grado enorme de irrupción
poética a lo que escribe” (García Marruz, 1981, p. 219). Esto indicaría por qué,
al hablar de la Estatua de la Libertad, el narrador le atribuye características
de una diosa griega: “la Libertad es la madre del mundo nuevo … Y parece
como que un sol se levanta por sobre estas dos torres” (Martí, 2003, p. 168).
Sin embargo, retomando lo mencionado, la voz narradora no deja de
lado a los trabajadores. Al describir el puente en una instancia anterior, se
mencionaban los movimientos que este hacía, desde levantarse y juntarse
hasta quedar sepultado y morir; del mismo modo, las personas se describían
como seres que se movilizan bajo el rótulo de la muchedumbre, sin entidad
relevante. Pero, al mencionar la caja submarina que compone al puente, el
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