Clasicación tipográca de las cosas del mundo
1.
En su afán por denirlo hay quien dice que un poema nace y muere
entre dos márgenes precisos. Bajo este criterio, un poema no es más que un
formato discursivo cuyo contenido sería aparentemente indistinto. Así, su
esencia queda reducida a la mera intención del autor, quien dice “esto es un
poema, léase como tal”.
Y pienso: si fuese así de sencillo y tan solo pudiera entenderme con
la facilidad de los espacios y las comas, si pudiera puntuarme, corregirme,
secuenciarme, no estaría buscando razones para existir. Simplemente me
escribiría, me traspapelaría. Y lo haría bien. Me haría bien. No le dejaría lugar
al recuerdo, al dolor por el recuerdo, a la depresión. No le dejaría lugar al
tiempo, porque un poema es virtualmente imperecedero. Mi vida sería un
poema solo descifrable por mí. Y lo condenaría a ser piedra: no-vida que no
muere, doppelganger de tinta inerte. Entretanto, yo estaría ocupado viviendo
la simpleza de una existencia ajena a los papeles, encarnando perfectas
tachaduras de piel y hueso. (Por suerte, no hay academia para los sentidos).
Lamentablemente, a falta de recursos discursivos que cuenten con
semejante omnipotencia, me veo en la necesidad de ensayar otros que
inevitablemente harán de mi escritura una antología de fracasos. Más todavía
ciertas pretensiones siguen rondando por mis hojas: quiero engrandecer mis
palabras para precisar un poco más mi vida. Intuyo que es una tentativa sin
sentido, si acaso el sentido vive en las cosas muertas.
2.
Cuando yo, sujeto empírico, real, concreto, pregurado por las palabras
y el estilo que utilizo, me quedo sin nada más que decir, es pertinente darle
lugar a la cción para que las palabras retomen su color, su calor, su vivacidad.
Sin embargo, aunque ponga en práctica los mecanismos de la imaginación
creadora, los sentidos se me escapan y nuevamente fracaso. Acaso lo poco que
consigo sea un simulacro de belleza. No hay nada que hacerle, el desamparo
de mis palabras hace de mis ideas un silencio que se transforma en un grito
intraducible. Será que a mis pensamientos les falta mundo. A pesar de esto
escribo, escribo por mis límites y por los días que se van, escribo porque las
voces que no son mías y que viven por mis manos se repiten en vano para no
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Variatinta
Nota al margen
Facultad de Filosofía y Humanidades
Universidad Nacional de Córdoba
Vol. I Nº 1 | enero-junio
hablar de mí.
3.
No se pueden superar las contradicciones de la creación. En todas
partes abundan las réplicas, lo cual es síntoma inequívoco de la decadencia
y prueba irrefutable de nuestra escandalosa mediocridad. El estruendo es
mayor en tanto se cae de más alto. Por esa razón mi deseo más carnal es
romper con las convenciones. Pero, si estas no existieran, ¿bajo qué términos
persistirían las diferencias y las síntesis? ¿bajo qué leyes se decodicarían
estos débiles símbolos que pretenden señalar porciones de algo que se alza
más allá o más acá de los estímulos? Mejor que me dejen, esos signos, si no
alivian esta pena de saberme terminado. Que se borren, si no aplacan esta
inquietud que me exhorta a escribir, a sacar mis penas afuera, para no morir
cuando muera.
4.
Preero pensar que la comunicación es siempre metafísica y que las
palabras, escritas o dichas, no se dirigen a ninguna parte más que al pobre
entendimiento. Y me pregunto si acaso él sabe de encuentros cuando del mero
aliento descifra ideas y conceptos. Por mi parte, me inclino por el verdadero
lenguaje. Aquel que torna a los signos más tangibles que nunca, aunque no
puede precisarse. Aquel que no confunde y hace explícita las expresiones y
cuyas referencias son palpables, pura carne y meta carnaval.
Ignacio Pantano
Ignacio Pantano
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