INTEGRACIÓN Y CONOCIMIENTO

N° 8

 

ISSN 2347 - 0658

Vol. 2 Año 2019

 

 

CONFERENCIA

IX Encuentro de Redes de Educación Superior & Consejo de Rectores de

América Latina y el Caribe

Lima, Perú 13, 14 y 15 de marzo de 2019

Francisco Tamarit1

Muy buenos días, queridas amigas y queridos amigos. Quiero comenzar celebrando esta nueva oportunidad de reunir a los responsables de los consejos y asociaciones de rectoras y rectores, redes universitarias, sindicatos y organismos estudiantiles de la Educación Superior de América Latina y el Caribe. Quiero agradecer al “Instituto Internacional para la Educación Superior para América Latina y el Caribe” (UNESCO-IESALC) que por tercera vez consecutiva me invita a este encuentro de Redes de la Educación Superior y Consejos de Rectores. Fue en una reunión como esta, de redes y consejos de rectores llevada a cabo en la ciudad mexicana de San Miguel de Allende en el año 2015, que por unanimidad se resolvió que la Tercera Conferencia Regional de Educación Superior para América Latina y el Caribe se realizaría en la Universidad Nacional de Córdoba en junio de 2018 como parte de los festejos regionales de los cien años de la Reforma Universitaria de Córdoba, y también, como homenaje a aquella juventud latinoamericana que ya hace cien años supo identificar en la Universidad un instrumento de construcción de la siempre ansiada pero postergada integración de nuestro continente.

Hablar de los logros de la CRES puede ser largo y tedioso, en una audiencia calificada como esta, que tuvo un protagonismo tan importante en su preparación, en su desarrollo y en sus conclusiones y acuerdos. Sin embargo, apelando al necesario sentido crítico que nos caracteriza como trabajadores y trabajadoras de la cultura, quiero aprovechar esta magnífica oportunidad para poder hablar también sobre aquellas cosas que no fuimos capaces de conseguir. En primer lugar, es importante destacar que, a diferencia de las conferencias anteriores, en esta oportunidad el proceso previo de preparación logró articular a cuatro instituciones que se comprometieron fuertemente a trabajar en forma mancomunada y articulada, anteponiendo los intereses de la Educación Superior de la región. En segundo lugar, quiero agradecer al Instituto Internacional para la Educación Superior de América Latina y el Caribe de la UNESCO, IESALC en la figura de su director, Pedro Henríquez

1Coordinador General de la III Conferencia Regional de Educación Superior de América Latina y el Caribe, celebrada en la ciudad de Córdoba, Argentina del 11 al 15 de Junio de 2018.

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Guajardo, pero también de todo el prestigioso equipo académico y técnico que desde la sede de Caracas tanto ha hecho por la CRES. Ellos confiaron en nosotros desde 2013, cuando comenzamos a planificar la Conferencia. También quiero destacar la participación activa y comprometida del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN), que reúne a todas las rectoras y rectores de las universidades públicas de Argentina, quienes asumieron como suyo el desafío que habíamos contraído en 2015 desde Córdoba. En tercer lugar, quiero mencionar a la Secretaría de Políticas Universitarias (SPU) del Ministerio de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología de Argentina, la cual a través de las diferentes gestiones que la condujeron desde 2013 hasta la fecha, ha brindado el apoyo económico e institucional sin el cual nada se hubiese podido lograr. En este momento, quiero reconocer muy especialmente el trabajo de quien fuera la Secretaria de Políticas Universitaria durante la CRES, la Doctora Danya Tavella y todo su equipo, en especial al equipo del Programa de Internacionalización de la Educación Superior y Cooperación Internacional (PIESCI). Y dejo para el final, porque quizás en mi corazón esté en primer lugar, a la Universidad Nacional de Córdoba, y en la persona de quien hoy es su rector, el Dr. Hugo Juri, y en la persona de quien está al frente de las Relaciones Internacionales, la Dra. Mirian Carballo, quiero agradecer a tantas y tantas personas que trabajaron por el éxito de la CRES motivados exclusivamente por la enorme relevancia que la misma proyectaba hacia el futuro de los sistemas de educación superior regional. Déjenme decirles que fueron las autoridades del rectorado, de cada facultad, de cada unidad académica, sus trabajadores y trabajadoras, sus estudiantes, sus graduados y graduadas quienes entendieron desde el inicio que era necesario comprometer a la región en esta aventura maravillosa de la integración de nuestros sistemas. Y por cierto fue un trabajo arduo y difícil asumir la coordinación general de la Conferencia porque las distancias son grandes, porque el sistema es profundamente diverso, porque no tenemos tradición de cooperación, porque nos gusta decir cosas bonitas, pero nos cuesta hacer cosas importantes. Pero pude contar con un equipo maravilloso de asesores y asesoras en temas académicos, logísticos, financieros e internacionales que realizaron sin duda la mayor parte del trabajo. A todos ellos mi enorme gratitud.

La Tercera CRES de América Latina y el Caribe se pensó desde el comienzo como un trabajo mancomunado y colaborativo entre estas cuatro grandes instituciones que les mencioné anteriormente, pero también se estructuró imaginando no solo el hito singular de la reunión, sino sobre todo un proceso largo, sinuoso y por momentos tedioso de construcción, de consensos y acuerdos entre las instituciones de la Educación Superior regional, sus redes, consejos, comunidades educativas, representantes gremiales, organizaciones estudiantiles, organizaciones civiles y gubernamentales, comunidades interesadas y demandantes de derechos, entre muchos otros actores que estuvieron presentes en junio de 2018 en Córdoba. Pienso, por ejemplo, en el Consejo Interuniversitario Nacional que realizó un conjunto enorme de actividades preparatorias. Pienso en la Universidad Nacional de Córdoba que puso a disposición de la CRES toda su infraestructura, toda su capacidad, toda su enorme potencialidad de gestión. Pienso en IESALC, que organizó los debates temáticos alrededor de siete temas que nos hicieron reflexionar no tanto sobre nuestras realidades académicas, sino sobre la enorme deuda que como intelectuales aún tenemos con nuestras sociedades. Con ellos tuve la oportunidad de poder recorrer casi todos los países de la región, no para llevar un mensaje, sino para escuchar, aprender y conocer las demandas no solo de la Educación

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Superior de cada rincón, sino, sobre todo, las demandas postergadas de nuestras sociedades. Pienso en la Secretaría de Políticas Universitarias que supo honrar todos los compromisos que gestiones anteriores habían asumido y aportó generosamente y sin condicionamientos un financiamiento importante en volumen y fundamental para abordar la logística de la reunión y de su preparación. Y, por cierto, mis reconocimientos no quedan ahí, porque cada una de las naciones, cada uno de los consejos, cada una de las redes, realizó actividades preparatorias que enriquecieron de una manera maravillosa el trabajo de la CRES. En confianza les digo, descontando que Mirian, Hugo y Pedro van a coincidir conmigo, que este debate abierto y generoso sin duda dificultó la organización y la búsqueda de consensos. Por cierto, hubiera sido más fácil llegar con menos instrumentos, con menos aportes, y con más libertad para resolver, pero preferimos la complicación constructiva que genera la participación y el debate. Por suerte hemos mostrado al mundo que somos capaces de alcanzar importantes y profundos acuerdos, quizá contra los pronósticos de muchos y muchas. Además, dejamos para quienes lo aprecien y lo necesiten, una profusa producción académica, inigualable en calidad y volumen, representada en artículos, libros y videos, que promovieron los debates que poco a poco fueron conformando lo que sería luego la declaración final de la Conferencia Regional de Educación Superior.

Cuando asumí la coordinación general de la CRES, el primer objetivo que me propuse fue articular el trabajo de diferentes actores de la región. Por un lado, las cuatro instituciones organizadoras. Por otro lado, cada una de las instituciones de Educación Superior de América Latina y el Caribe, en forma individual pero también a través de sus redes, sus consejos, sus asociaciones y sus federaciones de sindicatos de trabajadores, trabajadoras y estudiantes. Y, finalmente, y no menos importante, sumando a la comunidad de académicos que tienen como objeto de estudio e investigación la Educación Superior, pues no podíamos abordar el desafío de repensar a la misma si no era con el soporte intelectual de quienes conocen como nadie nuestra realidad latinoamericana y caribeña. El desafío que hoy enfrentamos como conjunto de sistemas de Educación Superior nos resulta particularmente difícil y abrumador, pues las condiciones del mundo son claramente adversas para América Latina y el Caribe. Y, más allá de los acuerdos que hemos alcanzado, más allá de los diagnósticos que hemos hecho y de las propuestas y recomendaciones que hemos realizado, lo cierto es que nuestra región continúa siendo castigada por la vergonzosa realidad, o si quieren, por muchas vergüenzas articuladas. Somos parte de un continente que se caracteriza por su riqueza humana y natural y, sin embargo, es sobre todo reconocido por la violencia endémica que producimos, la marginación que generamos, la discriminación que promovemos y toleramos y la pobreza estructural en que vivimos. Cómo no sentirnos culpables, responsables, si somos en verdad quienes dirigimos, quienes coordinamos y quienes gestionamos la Educación Superior de la región. En estos siglos de vida de nuestras jóvenes naciones debemos admitir que muchas veces nuestras instituciones han sido parte responsable de la imposibilidad de superar los traumas que nos dejara el choque cultural producido en 1492. Más bien, lo admitamos, nuestras instituciones han estado al servicio de la preservación de un estado de cosas que no hizo sino potenciar todas nuestras desgracias. Admitamos con vergüenza que las universidades, durante siglos, como decían los reformistas, fueron el lugar donde nuestras élites hicieron del conocimiento su instrumento de dominación y su herramienta de defensa de sus mezquinos intereses. Pero las cosas han cambiado desde 1918 hasta la fecha, y hoy,

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después de haber recorrido muchos de los países de la región puedo garantizarles que esa realidad ya ha cambiado, y que hoy nuestras instituciones universitarias y no universitarias están trabajando de una forma maravillosa, profundamente preocupadas y ocupadas en las complejas problemáticas humanas, sociales y económicas de cada una de las miles de regiones en que se divide nuestro continente. Esta observación innegable da cuenta del cambio importante que se ha dado en las últimas décadas en la región y que fue, de algún modo, inspirado en los ideales de los jóvenes reformistas, quienes aspiraron en un escenario también adverso, a acercar la Universidad a las necesidades de esta sufrida América Latina y de este sufrido Caribe. ¿Qué podemos decir, y qué podemos hacer hoy ante un continente que parece otra vez dispersarse y dar por muertos todos los posibles intentos de integración regional? ¿Acaso nosotros no tenemos responsabilidad en esta falta de visión estratégica, ante la ausencia de cualquier interés de nuestros dirigentes por la promoción de la coordinación y la cooperación? ¿Cómo podemos, desde la Educación Superior, responsable de producir y reproducir el conocimiento, dar respuestas a todos los graves problemas que aquejan a nuestras sociedades? Fue pensando en esta tragedia regional con la cual convivimos cotidianamente y sin siquiera conmovernos que, en el seno del Comité Ejecutivo, resolvimos como primera medida que la CRES no se articularía alrededor de nuestras problemáticas latinoamericanas y caribeñas ni tampoco insistiríamos en debatir sobre nuestros quehaceres académicos; y tomamos esta decisión no porque faltasen aspectos importantes para abordar sobre nuestras instituciones y nuestros sistemas sino porque entendimos que debíamos admitir que nuestras problemáticas son insignificantes si las comparamos con las problemáticas de nuestros países, y porque supimos tempranamente que reflexionando sobre los ausentes, los postergados de la Educación Superior, que ni siquiera acceden a los beneficios que produce el conocimiento, encontraríamos la forma de enfocar nuestras acciones en dar respuesta a las urgencias de la región. Así la CRES se articuló alrededor de siete ejes temáticos que entendimos pondrían a la comunidad educativa frente a los grandes desafíos que como naciones hermanas debíamos asumir. No quisimos poner el foco en un proceso de homogeneización de la Educación Superior porque sabíamos que sería inviable, porque no sería justo ignorar las idiosincrasias no solo de cada país, sino de cada modelo de Universidad que hemos sabido construir. Y es así como hemos llegado a este debate de los siete ejes temáticos que se enfocaron en cómo poner las instituciones al servicio de la solución de los problemas de nuestra región: la insustentabilidad de nuestros modelos de desarrollo, la postergada integración regional, el respeto a la rica diversidad cultural que nos caracteriza, el desarrollo humano, social y económico en un mundo que nos posterga e ignora, y la manera de integrarnos al resto de los sistemas educativos para defender desde ese lugar a la Educación Superior como un derecho humano, como un bien social, público y estratégico y como una responsabilidad de los estados. Esta decisión inicial de orientar los debates hacia el exterior de nuestras casas marcó una diferencia sustancial con las otras conferencias, no porque sea mejor o peor, sino porque los debates del 1996 y de 2008 fueron muy ricos y valiosos en términos institucionales, y sus conclusiones aún alumbran el camino de nuestras decisiones. En el 1996, con motivo de la Primera Conferencia Regional que se realizara en La Habana como instancia preparatoria de la Primera Conferencia Mundial de Educación Superior, América Latina y el Caribe, dijeron muy claramente al mundo que la Educación Superior debía ser entendida como una actividad regida por la pertinencia social. Y esta mirada no fue fortuita. Fue la respuesta

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conjunta y articulada que dábamos en un momento en el cual los intereses políticos, económicos y financieros instalaban en nuestras sociedades la idea de que la Educación Superior ya estaba globalizada y que la solución a nuestros problemas no pasaba por aumentar el financiamiento público, como exigíamos en aquellos momentos. La solución, nos decían, era promover la apertura de nuestros sistemas educativos a la entrada de capitales transnacionales que con sus inversiones vendrían a atender nuestras necesidades educativas a cambio de nuestro trabajo. En aquellos años los gobiernos miraban con entusiasmo estas soluciones mágicas que los eximían del bonus de financiar la formación de recursos humanos y la investigación científica y tecnológica, y comenzaban a desmontar los sistemas de producción de conocimiento que tanto nos había costado construir. Así, las conclusiones de La Habana de 1996 y de París de 1998 guiarían las luchas populares en defensa de la Educación Superior. Pasarían 12 años hasta la Segunda CRES que se realizaría en Cartagena de Indias, como instancia preparatoria de la Segunda Conferencia Mundial de Educación Superior que se realizó en 2009 en París. Allí dimos un paso más y dijimos que, además de ser un proceso con pertinencia social, la Educación Superior es un derecho humano y universal, un bien social y público y una responsabilidad indelegable de los estados. Y como había sucedido en 1996, la región, desentonando con la mayor parte de las regiones del mundo, reivindicó esta concepción tan solidaria de la Educación Superior en respuesta a las fuerzas que presionaban a nuestros gobiernos para que se la admitiera como un bien negociable susceptible de ser regulado por la Organización Mundial de Comercio. En definitiva, esta actitud que muchos mal interpretaron como defensiva y corporativista, fue un acto inusitado en la historia de la educación de nuestras naciones, tan desarticuladas en sus políticas públicas, buscando garantizar el derecho que tenemos como habitantes, como sujetos, y también como sociedades, de contar con el conocimiento como una herramienta al servicio de la mejora de nuestra calidad de vida. Si nosotros aceptásemos que la solución a las deficiencias que tenemos para generar conocimiento fuese simplemente ir a buscar las soluciones en otras regiones, como hacemos con muchos servicios y bienes esenciales y estratégicos, los caribeños y latinoamericanos estaríamos cediendo una parte importante de nuestra soberanía y comprometiendo nuestro futuro. Esta tercera CRES es muy reciente como para saber hoy cómo será reconocida y recordada por las próximas generaciones. Pero si ustedes me preguntasen, como suelen preguntarme, a mí me gustaría que se la reconozca en el futuro como aquella Conferencia en la cual, además de reafirmar la pertinencia como un valor primordial y asumir ya como natural a la Educación Superior como un derecho y un bien social, dimos el puntapié inicial en el proceso injustamente postergado de la integración de nuestros sistemas de producción y transmisión de conocimiento, respetando la rica diversidad cultural que nos caracteriza. La falta de integración y la falta de respeto a la diversidad son dos males endémicos en nuestros sistemas de Educación Superior, tan antiguos como son antiguas nuestras universidades. Admitamos que vivimos en el continente más violento del planeta, y que esta violencia no es producto de guerras, sino de problemas interpersonales. Y estos problemas se originan, creo yo, en la forma en que los latinoamericanos y caribeños nos reconocemos y nos tratamos entre nosotros. La empatía, esa capacidad maravillosa de ponernos en el lugar del otro u otra, si no es universal, si no alcanza a todos los seres humanos, lejos de ser una bien se transforma en un motor de discriminación y racismo. Así, seguimos viéndonos entre nosotros como comunidades desintegradas, y esto justifica en la mente de muchos la falta de respeto al derecho de

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grandes sectores, la falta de consideración, de trato humanitario, sobre todo por parte de quienes rigen nuestros destinos y hacen del trabajo desvalorizado de millones un sistema injusto de transferencia de recursos de los más necesitados a los más pudientes. ¿Y acaso las universidades, las instituciones de Educación Superior y las agencias de ciencia y tecnología no fueron cómplices, coresponsables de este estado de cosas? Las universidades fueron de hecho durante siglos instrumentos indispensable en estos procesos que nos sumergieron en el atraso y en la pobreza. No fue casual que la CRES, sin que estuviera previsto en el programa, cerrara su asamblea final con las palabras conmovedoras y generosas de las universidades de los pueblos originarios. Ellos junto a los pueblos afrodecendientes, a los migrantes internos, a los marginados de las periferias de nuestras megaciudades, a los campesinos sin tierra, son sin duda las mayores minorías víctimas de tanta ignominia. La CRES se preocupó por dar un papel destacado a todos los sectores que son cotidianamente marginados y perseguidos en nuestro continente. Y, además, esta CRES, a diferencia de las anteriores, asumió que la diversidad institucional de la Educación Superior, lejos de ser un problema, es una riqueza que tenemos en la región sobre la cual debemos construir la integración y generar las soluciones necesarias. Por último, la CRES se ocupó especialmente del flagelo de la discriminación de género, que tan profundamente está instalada en particular en nuestra vida académica.

Como les decía antes, abandonamos cualquier pretensión de homogeneizar, como había pasado en otros continentes en la última década del siglo pasado, y preferimos, sobre la diversidad, imaginar la posibilidad de articularnos. Pero, así como no debe haber lugar en la tierra tan bonito y tan alegre como son el Caribe y América Latina, de la misma forma no debe haber lugar en el mundo lugar donde la Educación Superior continúe siendo en pleno siglo XXI tan desarticulada como la nuestra. Quizás porque tenemos pocos recursos, porque nuestras distancias son enormes, la integración sea intrínsecamente más compleja, pero si me preguntan a mí, en verdad creo que tenemos un problema cultural profundo que nos hace soñar con una identidad europea que no tenemos ni se nos reconoce. Y a partir de este prejuicio tendemos a creer que cada uno por separado encontrará en el mundo desarrollado su lugar natural, aunque en verdad ese mundo próspero no nos admite como parte suya, no nos ayuda, mal nos escucha, poco nos comprende y a lo sumo nos reserva el lugar de colaboradores secundarios de sus potentes agendas de conocimiento, orientadas a resolver sus propios problemas. Pocas veces nos llena de orgullo o expectativa la cooperación Sur- Sur. Por el contrario, nos pone orgullosos tener vínculos académicos con América del Norte o con Europa Occidental. Y en este sentido ha sido mínimo el esfuerzo realizado en estos veintidós años que pasaron desde la primera CRES en articular a este sistema alrededor de la idea de la cooperación. Seguimos sin tener la capacidad de integrarnos y poner en común toda la riqueza de nuestro sistema regional de producción de conocimiento.

Nuestros países han alcanzado un grado bastante maduro de desarrollo de la ciencia, la técnica y la innovación productiva y, sin embargo, la cooperación Sur-Sur está ausente de cada una de las agencias. Como consecuencia de esto, América Latina y el Caribe, después de quinientos años de la llegada de los europeos, sigue sin tener una agenda propia y compartida del conocimiento. Y me atrevo a decir que gran parte de la inversión que realizamos como naciones termina sustentando, a través de colaboraciones, las agendas de investigación y ciencia de otros países, de otras latitudes.

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América Latina y el Caribe no tienen un plan regional de movilidad estudiantil y académica que dé cuenta de la necesidad de internacionalizar nuestras instituciones. Todavía no disponemos de mecanismos de reconocimiento de títulos de grados, o de trayectos. ¿Cómo es posible no imaginar que detrás de nuestra actitud no esté la desidia y la falta de interés por la integración si somos una región que compartimos un pasado, una historia y una cultura común? ¿Cómo es posible que después de tantos siglos sigamos sin tener un vínculo virtuoso y creativo entre las naciones del Caribe que hablan inglés, francés, holandés, y las naciones latinoamericanas? Estas son algunas de las muchas deficiencias de la CRES de 2018, pues no pudimos conseguir un diálogo virtuoso entre ustedes, los responsables de redes, consejos y asociaciones, y los gobiernos de nuestros países. No porque no hayamos hecho los esfuerzos, sino porque no tuvimos la madurez suficiente como para entender que más allá de los gustos políticos de cada uno, más allá de las realidades difíciles que cada país tiene, es necesario que la Educación Superior de América Latina y el Caribe se transforme en un instrumento de producción de prosperidad y buen vivir para toda la región, en clave de solidaridad. Y, ¿cómo podríamos hacer eso si no comenzamos por convencer a nuestras sociedades de que esto que nosotros gestionamos es en verdad la herramienta que puede a dar solución a sus problemas?

También es cierto que la CRES ha alcanzado muchos logros, pues ninguna edición anterior tuvo una participación tan profusa en las etapas previas, ni una producción editorial e intelectual tan importante sobre la Educación Superior y los problemas continentales. Miles de personas participaron en Córdoba de los debates, pero otras tantas participaron antes de los debates y las actividades preparatorias. Llegamos a los países y al interior profundo de todos ellos. Solo en mi país, el CIN y el CRUP, o sea, la suma de las instituciones públicas y privadas, realizaron siete reuniones en cada una de las siete regiones en que está dividida Argentina. Por eso, es fácil hablar de los logros, pero también es el momento de reflexionar cómo vamos a seguir adelante.

Con la venia de ustedes, y a pesar de que fui invitado a hablar sobre las conclusiones de la CRES 2018, yo me voy a adentrar en el plan de acción que hoy aprobamos, un plan de acción que siempre se entendió como responsabilidad de la CRES. Por lo tanto, yo reivindico que el comité ejecutivo de la conferencia y las instituciones participantes deben ser las responsables del mismo, de su seguimiento y su ejecución, sin pretensiones de parte de nadie de imponer qué es lo que tenemos que hacer en los próximos diez años, cuando se realice la Cuarta Conferencia Regional, vaya uno a saber dónde. Así lo resolvimos en San Carlos de Bariloche, Argentina, en diciembre de 2017, en el primer encuentro realizado jamás de consejos y asociaciones de rectoras y rectores de universidades de la región. Es un gran desafío consensuar un plan de acción para trabajar durante diez años en una realidad de treinta y dos naciones tan diversas, tan bastas y con realidades tan diferentes. Por eso, más que preocuparnos por lo que se cristalice en el conjunto de lineamientos, objetivos, metas, acciones indicativas y recomendaciones, tenemos que encontrar la forma de caminar tomados de la mano de aquí en más y hacer del plan de acción un instrumento flexible que vaya atendiendo año tras año a las realidades cambiantes de un mundo que no esperará por nosotros. Pasó el momento de declamar cosas bonitas e importantes, cosa que por cierto hacemos muy bien. Llegó la hora de que esta integración de la cual hablamos se haga realidad y por eso es muy importante poder hablar ante ustedes, autoridades de consejos, asociaciones y redes, porque son ustedes y las instituciones que representan las que van a tener que asumir el compromiso de decidir si una vez más esto va a

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quedar en los estantes nuestras bibliotecas o en el disco de nuestras computadoras, o si esto se va a convertir realmente en un instrumento de transformación. Y cuando lo hagan, a mí me gustaría pedirles que comencemos por respetar la diversidad. La diversidad del otro ser humano, del hermano y la hermana, y también respetemos la diversidad de la experiencia de cada institución de Educación Superior que ha sabido construir una solución local ahí donde muchas veces ni los estados se ocupan de atender a la solución de los problemas de la gente. Tenemos que dejar de lado cualquier pretensión hegemónica, acá no hay instituciones más importantes que otras, aunque sean más grandes, o porque están en las capitales, o porque hagan más y mejor investigación básica o presenten más patentes. Porque es distinta cada realidad de América Latina y el conocimiento tiene que atender a la multiplicidad de realidades. Tenemos que entender que las instituciones públicas y privadas deben compartir el objetivo de brindar a nuestra región el conocimiento a través de la formación, de la investigación, de la transferencia y de la vinculación. Que el lucro no puede ser el motor la producción de conocimiento, y que si asumimos que tenemos esa responsabilidad en común tenemos que ser capaces de encontrar los canales de cooperación y dejar de pensar solo en términos de competencia. Si queremos que nos crean cuando decimos que en nuestras casas están las soluciones que nuestra gente necesita, tenemos que ser capaces de generar una agenda propia que involucre y articule a la Educación Superior, la ciencia y la tecnología, teniendo en mente que más del 70% del conocimiento en la región se produce en las universidades.

Quiero poner un ejemplo que, si bien no debemos imitar, puede inspirarnos. Europa, siendo más rica que América Latina y el Caribe, tiene un número parecido de naciones con una profunda, diversidad cultural y una larga y negra historia de guerras, luchas, odios y persecuciones, no solo hacia nosotros, también entre ellos. Las naciones de la Comunidad Europea, además de financiar profusamente las actividades de investigación científica y tecnológica en cada uno de sus estados, por fuera de lo que ellos invierten, erogan además 11.400 millones de euros todos los años solo en el programa Horizontes 2020 europeo. Imaginen lo potente que sería disponer de una agencia regional que por sobre lo poco que financian nuestros estados, sea capaz de promover acciones de cooperación. Es tan poca nuestra capacidad y nuestra experiencia de cooperación Sur-Sur que, si dispusiéramos hoy de un décimo de lo que invierte Europa, créanme que no sabríamos qué hacer con tanta plata, pues nunca hemos imaginado que nosotros podíamos ser artífices de esa integración que se declama y que nunca pasa de un acuerdo aduanero. Con poco dinero y mucho trabajo podríamos ocuparnos de la ciencia y la tecnología de frontera, para atender a la construcción de un futuro aún incierto, podríamos abordar la investigación y transferencia en los sinnúmero de retos sociales que padecemos, seríamos capaces de mejorar la productividad y la competitividad de nuestros sistemas productivos, y sobre todo, encontraríamos las herramientas sociales que fomenten el buen vivir en diversidad y en armonía entre nosotros, con las otras especies y con nuestro medio ambiente. Entender que tenemos que tender abordar la producción, transmisión y el atesoramiento del conocimiento en forma conjunta, es la única manera que entiendo a la internacionalización de la Educación Superior. Pero más aún, por qué no, debemos imaginar que América Latina tiene algo importante para contarle al mundo, un mundo que vive una realidad muy triste con esta disputa entre múltiples formas del capitalismo y lejos nosotros de ser parte de esas disputas, lo que tenemos que hacer es imaginar cómo podemos desde el sur, incluyendo a nuestros amigos mexicanos y

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centroamericanos, por supuesto, cómo podemos nosotros desde el sur hacer un aporte a la humanidad. Una humanidad que se debate en la violencia, la agresión, la competencia, que no deja espacios para lo público, en la cual todo parece convertirse en una mercancía y ustedes lo saben porque en América Latina desde hace décadas vienen presionándonos, no a nosotros porque saben que aquí no van a encontrar un campo fértil, pero a nuestros gobiernos, cuanto más débiles más, para que la Educación Superior deje de ser un derecho y se transforme, como es en otras naciones, en un bien transable. Acá no importa si hablamos de universidades públicas o privadas o comunitarias, todos, y esto lo rescato de la conferencia regional, hemos coincidido en reafirmar este valor especial que nosotros le atribuimos a la Educación Superior. Que es más importante que la educación básica, que la salud, que la seguridad, pero que desde hace décadas está en disputa, en qué país no nos disputan y nos agreden porque nos miden, porque dicen que no somos eficientes. Bastante eficiente es la Universidad latinoamericana si uno tiene en cuenta los magros recursos con que contamos, las condiciones dispares con que tenemos que trabajar, las realidades sociales de las cuales se nutren nuestros estudiantes. Por eso el plan de acción que hoy IESALC ha plasmado en un conjunto de lineamientos, objetivos, metas y acciones indicativas, va a tener que ser un proceso continuo de observación, y en ese sentido quiero decir que gracias a la generosidad del Doctor Hugo Juri, pero también del CIN, la Universidad de Córdoba va a tener un observatorio permanente de seguimiento del cumplimiento del plan de acción, y ojalá esto, que yo puedo anunciar en nombre del Doctor Juri, existiese en cada uno de los países. Este centro, este observatorio, no se crea para competir, se crea para sumarse y para que, en este observatorio, ustedes, de cualquier consejo, de cualquier país, sepan que van a encontrar un apoyo para todas sus iniciativas.

La construcción de esta nueva Educación Superior a la que aspiramos, tanto universitaria como no universitaria, no pasa tanto por una transformación profunda de nuestras instituciones, sino sobre todo por una cambio radical de nuestras mentes, para dejar de pensar en términos coloniales, y asumiendo con madurez la necesidad de construir entre todos una agenda educativa, científica y tecnológica basada en la cooperación Sur-Sur, que nos motive a afrontar los desafíos construyendo redes y alianzas. Ese es el desafío enorme que tiene este plan de acción.

Es necesario destacar que en esta tarea que nos espera en los próximos diez años, los consejos de rectoras y rectores y las redes de universidades tendrán un rol fundamental. Los consejos, porque son el espacio en el cual nuestras instituciones se agrupan para articular políticas comunes en la realidad de cada país. Las redes en cambio, tienen el rol irremplazable de unir esas realidades disímiles, heterogéneas, articulando la diversidad y promoviendo el intercambio y la cooperación.

En los pocos minutos que aún me restan quiero finalizar apelando a todos ustedes. En horas volverán a sus instituciones, a sus consejos y redes, y por la dinámica de la propia gestión, es probable que en el 2028 muchos de ustedes ya no tendrán roles de gestión, ya no sean autoridades de las redes, dirigentes de las federaciones de trabajadores o representantes de los estudiantes. Quiero pedirles que nos ayuden a mantener viva la llama del entusiasmo que nos dejó la CRES 2018, su declaración y el plan de acción que hoy finalizamos. Y quiero pedirles también, que sean capaces de dejar de lado cualquier pretensión de disputa por hegemonizar estos procesos. Nuestras experiencias pasadas, aun cuando fueron iluminadas por los mejores ideales, han fracasado precisamente porque hemos dejado prevalecer las diferencias por sobre lo que tenemos en común, porque hemos

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antepuesto nuestros intereses individuales, institucionales o grupales ante las necesidades de los pueblos que nos sustentan. América Latina y el Caribe necesitan también una cuota saludable y honesta de pragmatismo virtuoso, que nos obligue a anteponer los objetivos concretos y comunes a los intereses individuales de cada uno de nosotros, que nos fuerce a poner en movimiento el proceso de integración y respeto de la diversidad aun cuando partamos desde diferentes miradas conceptuales, pues ha quedado claro que coincidimos en la necesidad de defender a la Educación Superior como un bien social y un derecho humano. Aquí nadie es imprescindible, todos somos fácilmente reemplazables, pues estamos representando a millones y millones de integrantes de la comunidad educativa de toda la región. Lo que no es reemplazable es la necesidad imperiosa de comenzar cuanto antes a articular e integrar este sistema de Educación Superior entre cada una de las naciones que constituyen nuestro continente. Quiero decir también que este proceso que comenzó como una gran articulación entre cuatro instituciones, más la colaboración de muchos otros actores, debe seguir siendo un trabajo colaborativo, y nadie debe arrogarse para sí la capacidad de decidir qué es lo que es bueno para América Latina y el Caribe. Si ustedes, que representan a las instituciones, no estuviesen involucrados en la construcción de estos procesos, yo ya apostaría todo lo que tengo en decir que vamos a fracasar. Por eso en Córdoba, en diciembre de 2018, trabajamos con una agenda abierta en la cual escuchamos lo que cada consejo, asociación o red tenía para decirnos y con mucho esfuerzo, culminamos haciendo un valioso aporte al plan de acción de la CRES 2018. En este sentido, quiero agradecer muy especialmente a Áxel Didriksson, Ernesto Villanueva, Gabriela Siufi, Estela Miranda, César Villegas y Dante Salto quienes conformaron un gran equipo de trabajo excepcional. Este proceso virtuoso de diálogo y respeto que significó la elaboración de la declaración y el plan de acción tiene que ser lo que guíe estos diez años que quedan por delante, y no duden que el obstáculo más importante que tenemos que afrontar, para cumplir todos estos sueños, somos nosotros mismos.

Muchas gracias.

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