Vida doméstica y prácticas de abastecimiento en Avellaneda (1930)
Resumen
El cruce entre el Riachuelo y el Río de la Plata albergó una prolífica actividad industrial, fértil para el asentamiento de diversas comunidades de migrantes. Hacia el sur del Riachuelo, las vías férreas se extendieron como un entramado. De los intersticios resultantes entre esta red ferroviaria, los arroyos y los pajonales que gobernaban la orilla, se montaron nuevas construcciones que conjugaban resabios de la ruralidad y nuevos elementos industriales. El Mercado de Abasto y Frigorífico de Avellaneda aparece en escena en torno a 1930, en un contexto en donde la figura del inmigrante obtuvo un lugar primordial a través de la acción de las colectividades sobre el tejido urbano. La orilla sur del Riachuelo se convirtió en un escenario para la industrialización y la modernización. Del mismo modo que surgió una urbe industrial de referencia nacional, también emergió un barrio proletario que pudo construir un espacio y un tiempo para responder a necesidades locales. En la pluralidad de voces que construyeron y resignificaron este territorio, indagaremos la función que le fue asignada a dicho mercado, no sólo como punto de intercambio económico, también como espacio relacional y de encuentro entre la población local y las nuevas colectividades. Se propone una metodología que interprete estos espacios y los estudie bajo el carácter modernizante a partir de su apariencia exterior, «rasgos de su corteza territorial, sus facciones» (Gorelik, 2004, p. 27). El método, en este sentido, es abductivo. Siguiendo a Hoffmann (1998), una lógica que incluye la posibilidad de describir un hecho dado, en contexto, pero insertando una inferencia. Más que adivinar qué «guardan» ciertas estructuras morfológicas; la abducción forma parte de un proceso de descubrimiento: se trata de tomar una o más hipótesis para ofrecer una nueva explicación y comprensión del objeto edilicio.
Palabras clave: mercados barriales; habitar popular; espacio urbano; tejido mixto-inmigración
The intersection between the Riachuelo and the Río de la Plata hosted a prolific industrial activity, fertile for the settlement of various migrant communities. South of the Riachuelo, the railroad tracks stretched out like a grid. From the resulting interstices between this railway network, the streams and the grasslands that governed the shore, new constructions were assembled that combined remnants of rurality and new industrial elements. The Mercado de Abasto y Frigorífico de Avellaneda appears on the scene around 1930, in a context in which the figure of the immigrant obtained a primordial place through the action of the communities on the urban fabric. The southern shore of the Riachuelo became a stage for industrialization and modernization. In the same way that an industrial city of national reference emerged, a proletarian neighborhood also took place and was able to make a space and a time to respond to local needs. In the plurality of voices that built and resignified this territory, we will investigate the function that was assigned to this market, not only as a point of economic exchange, but also as a meeting place between the local population and the new communities. A methodology is proposed that interprets these spaces and studies them under the modernizing character from their external appearance, (Gorelik, 2004). The method, in this sense, is abductive. Following Hoffmann (1998), a logic that includes the possibility of describing a
given fact, in context, but inserting an inference. More than guessing what certain morphological structures "keep"; abduction is part of a discovery process: it is about taking one or more hypotheses to offer a new explanation and understanding of the building object.
Key word: neighborhood markets; popular inhabit; urban fabric; mixed fabric-immigration
Los tiempos de la Argentina moderna (1850-1930) se vieron signados por un vertiginoso proceso de urbanización y modernización económica producto de un aluvión inmigratorio que arrojó, entre otros resultados, el surgimiento de la clase obrera y la conformación de un nuevo espacio cívico. El crecimiento demográfico propició una red de producción, traslado, acopio y comercialización que dio respuestas a las crecientes necesidades planteadas por un incipiente agente urbano. La ciudad de Avellaneda, ubicada en el sur del conurbano bonaerense, es conocida como un territorio de grandes infraestructuras portuarias y ferroviarias que resultaron constructos de su morfología urbana, con vigencia en la actualidad. Estos destellos industriales se recortaron en el paisaje, Riachuelo mediante, como patrones de progreso y modernización. Las actividades productivas allí instaladas, además de demandar fuerza de trabajo tanto migrante, como local, y de consolidar el espacio laboral (Caruso, 2018), demarcaron un perfil urbano e industrial con incidencia en el habitar en el que se desarrollaron las nuevas colectividades migrantes.
Esta dinámica social, a la cual hacemos referencia, se montó en la interseccionalidad entre el Riachuelo y el Río de la Plata que supo acunar una prolífera actividad industrial y resultó fértil para el asentamiento de diversas colectividades migrantes1. Aquí nos abocaremos específicamente a los espacios surgidos entre los mencionados ríos y la ciudad de Avellaneda, ubicada en lo que hoy se reconoce como el primer cordón del conurbano sur de la provincia de Buenos Aires.
La particularidad de este recorte espacial radica en un habitar sobre un valle de inundación y afectado por las crecientes de sus bordes. En los intersticios resultantes del entramado de vías férreas que cruzó el Riachuelo hacia el sur y los arroyos y pajonales que gobernaron la orilla, se montaron nuevas construcciones que conjugaron resabios de la ruralidad con nuevas infraestructuras industriales.
En la pluralidad de voces que trabajaron en la construcción y resignificación del recorte espacial avellanedense, indagaremos la función que le fue asignada al Mercado de Abasto y Frigorífico de Avellaneda, por sus siglas M.A.F.A., no sólo como punto de intercambio económico, también como espacio de encuentro entre la población local y las nuevas colectividades; y entre la población urbana y rural. Así, en este caso, lo espacial y lo temporal darán cuenta de los inicios del siglo XX en Argentina, momento en
1 Se puede constatar, en los registros censales a partir del 1980, que si bien el mayor flujo inmigrante proviene de Italia, España y Europa del Este; la inmigración de países limítrofes y África también es considerada influyente. En este sentido, la inmigración desde Brasil, Paraguay y Uruguay estaba estrechamente vinculada a los lazos comerciales que tenían lugar a lo largo del Rio Paraná y en relación directa a las temporadas de cosecha, por lo que existía un vínculo fluido entre esas comunidades y sus países de origen. Simultáneamente, y en una escala mucho menor, tuvo lugar un flujo poblacional hacia la Argentina desde el archipiélago de Cabo Verde, África. Estos inmigrantes ingresaban como portugueses, por lo que es difícil estimar la cantidad en términos cen- sales. A partir de 1920 aumenta la cantidad de inmigrantes provenientes de aquel lugar. Esta comunidad, muy vinculada a labores marítimas, se instaló en barrios portuarios, como La Boca, Ensenada y Dock Sud (Ceirano & Maffia, 2007).
que estaba posicionada como el país del mundo que mayor población extranjera alojó en relación con su población local (Terán, 2019).2
En este contexto, aparece en escena el Mercado de Abasto y Frigorífico de Avellaneda (actual Sede España de la Universidad Nacional de Avellaneda y Centro Cultural Municipal), floreciendo la figura del inmigrante que obtuvo un lugar primordial en la transformación de la orilla sur del Riachuelo. Las acciones de las colectividades migrantes en el espacio urbano se materializaron a través de diversas obras en las cercanías del Riachuelo y dibujaron, en su periferia, un parcelado rural de cultivos de hortalizas y, sobre la costa del Plata, las vides del vino de la costa. El surgimiento de las colectividades resultó en un espacio de acogida muy convocante y que transformaron, en la pequeña escala, los espacios no ocupados por el capital. Para nuestro análisis tenemos en cuenta que se conformaron diversas asociaciones migrantes (identificadas bajo la figura de: centro, mutual, sociedad, circulo, asociación y colectividad, entre otros) con distintos grados de formalidad que proporcionaron a los y las inmigrantes un medio de integración en un territorio de subjetividades en pugna. A través de la organización colectiva fundaron y construyeron clubes deportivos, escuelas corales, sociedades de fomento, bibliotecas, editoriales, imprentas, escuelas de oficio, teatros, templos, cementerios para el caso de la colectividad judía y también diversas tipologías de viviendas. En este proceso, la orilla sur del Riachuelo se convirtió en un nuevo escenario de industrialización y modernización, y su horizonte llano, en el asentamiento de familias agricultoras, en su mayoría migrantes italianos (Pikulski & Orquiguil, 1991) que trabajaban para el abastecimiento de la población local, pero vendiendo sus productos en los mercados de la Ciudad de Buenos Aires.
La concreción del proyecto Mercado de Abasto y Frigorífico de Avellaneda fue iniciativa del Intendente Municipal Don Alberto Barceló, quien habilitó al barrio de Avellaneda Centro, el 12 de abril de 1930. La apertura del M.A.F.A. propició que la zona frutihortícola de Sarandí y Wilde (barrios costeros del municipio), y los municipios de Lomas de Zamora, Esteban Echeverría, Almirante Brown, Florencio Varela y Coronel Brandsen pudieran abaratar los costos de traslados, aumentar su volumen de venta, disponer de mayor tiempo y garantizar también productos más frescos.
La municipalidad de Avellaneda ha suprimido ese espectáculo vergonzoso y antieconómico, dando a esos productores el Mercado de Abasto que necesitaban cerca de sus granjas y una población suficiente para consumirlos, haciendo con ello obra social y económica. (Discurso inaugural. Diario “La Opinión”, Avella- neda, abril 13 de 1930)
La ubicación del M.A.F.A. en cercanía a la Avenida Mitre3, considerada esta uno de los ejes neurálgicos de la vida cívica avellanedense, resultaba beneficiosa por su excelente conectividad a la red ferroviaria y tranviaria y, a su vez, por la cercanía al puente Bosch (inaugurado en 1908) que vinculaba el área con la orilla norte del Riachuelo en la Ciudad de Buenos Aires. Su emplazamiento permitió, además, visibilizar y poner en relación las distintas escalas constructivas y productivas que convivieron en el territorio y los nexos entre Avellaneda, su centro de referencia, su frente industrial y sus periferias rurales.
2 “[E]l volumen de la inmigración, en relación con la población nativa residente, fue tal que podría hablarse de una renovación sustancial de la población del país. No existe otro caso, incluso en los países de gran inmigración como los Estados Unidos, en que la proporción de extranjeros haya alcanzado, en las edades adultas, el nivel que logró en Argentina”. (Germani, 2010: 491).
3 Los libros de actas del Centro Gallego de Avellaneda consultados (años 1907 a 1927) dan cuenta de una distribución de locales comerciales en las inmediaciones de la Avenida Mitre y sus calles transversales. Si bien el M.A.F.A. se encuentra a pocas cuadras de la plaza central de Avellaneda, en las publicidades de la época no se registran negocios de abastecimiento doméstico en la zona del Mercado.
Rossi (1992) afirma que la historia de la arquitectura y de los hechos urbanos realizados es siempre la historia de la arquitectura de las clases dominantes, en este sentido nos preguntamos qué representó este acontecimiento inaugural como lo fue el Mercado de Abasto y Frigorífico en Avellaneda. ¿Qué nos revelan las huellas que ha dejado este hito en el territorio?, ¿podemos considerarlo como uno de los espacios de sociabilidad donde la figura del inmigrante pudo reconstruir un lazo con su pasado y, a su vez, ser partícipe de nuevas rutinas y espacios de representación de su nuevo habitar?
Vale la pena aclarar que el concepto figura organiza nuestra mirada. Es “un operador epistemológico” que permite analizar los textos y contextos a través de un prisma (Goldwaser Yankelevich, 2020: 44-45). Figura implica la invocación al inmigrante y también al mercado, volviendo inteligible un vasto contexto histórico- problemático. Las figuras, en su sentido dialéctico, tienen la característica de ser un indecidible de diacronía y sincronía, unicidad y multiplicidad. Los casos “reales” o singulares son los ejemplares ambiguos (inexactos) de esas imágenes (Agamben, 2009: 39-40).
Para abordar la figura de este Mercado, tomaremos como corpus documental la prensa barrial avellanedense representada en el diario La Opinión (LO) y diarios capitalinos como La Razón (LR) y La Nación (LN) que nos permitirían dar cuenta de la importancia que tuvo la inauguración del Mercado, no sólo como hito barrial y espacio de sociabilidad, sino también como construcción referente de los avances tecnológicos y sus estrategias de comercialización. También se tiene en consideración el acceso a los libros de actas del Centro Gallego, documentación que nos facilitó la compresión de los modos de abastecimiento de la colectividad gallega y los vínculos construidos con el Municipio de Avellaneda, particularmente en relación con la inauguración del MA.F.A.
Este artículo presenta cuatro apartados, en el primero se abordarán las distintas escalas de intervención que delimitaron la morfología urbana de Avellaneda en diálogo con una explosión demográfica que se tradujo en el asentamiento de diversas colectividades migrantes.
En el segundo apartado indagaremos sobre la figura ‘mercado’ y su potencial urbano como espacio de sociabilidad en un entramado con predominancia industrial.
Para finalizar, los últimos dos apartados indagaran: primero, sobre las prácticas productivas y la relación entre talleres, fábricas y el mercado. En segunda instancia, abordaremos una figura complementaria al mercado, el ‘conventillo’, en íntima relación con las rutinas productivas-reproductivas y las nuevas formas de apropiación del espacio urbano.
El paisaje de la orilla sur del Riachuelo, durante el periodo 1880-1930, fue intervenido en distintas escalas mutando de paisaje rural a paisaje industrial. Esto es, de ser sólo caseríos rurales en tierras de pastoreo, quintas de verduras y frutales, a consolidarse como una “urbe industrial” y su deriva en un barrio proletario.
“El granero del mundo” fue una popularizada expresión ante el cambio económico productivo que sufrió Argentina y se reflejó, para el caso de Avellaneda, en la creciente infraestructura portuaria-ferroviaria que se instaló en ambas orillas del Riachuelo, pero consolidándose la orilla sur como referente industrial nacional. La infraestructura, promovida principalmente por capitales europeos, se presentó al servicio de la actividad agropecuaria y con la finalidad de abastecer un mercado extranjero. La diversidad de escalas y usos de la trama y el tejido urbano de Avellaneda nos permite identificar una tríada -Riachuelo mediante-
conformada por el Puerto de Dock Sud, el «Mercado de Frutos del País»4 y el tendido ferroviario, este último oficiando de nexo entre un nodo de comercialización y otro de acopio. Las tres infraestructuras, asentadas en la orilla sur, resultaron un constructo que potenció, promovió y facilitó la instalación de nuevas industrias y el despliegue de infraestructuras de servicios conformando un incipiente paisaje urbano e industrial que, a pesar de los cambios productivos y la introducción de nuevas tecnologías, la producción agrícola-ganadera continuaba como sostén de este escenario.
Estas construcciones se presentaron, primeramente, como elementos sin diálogo con el entorno, deslocalizados, interconectados entre sí mediante una estrategia de comercialización y abastecimiento de un mercado externo, que incluía a las periferias rurales, pero estas construcciones no fueron concebidas como engranajes en un proceso de planificación espacial a escala municipal/provincial.
El crecimiento industrial de Avellaneda respondió a múltiples factores convocantes: por un lado, una relativa cercanía a la Ciudad de Buenos Aires; y, por el otro, el bajo valor de estas tierras debido a las constantes anegaciones provocadas por los cursos de agua. Asimismo, el vasto tendido ferroviario y tranviario resultaron en beneficio de la industria y sus trabajadores y trabajadoras y la población local. Así es que el frente costero de Avellaneda se consolidó como una sucesión de obras que respondían a barracas, galpones, naves industriales, silos areneros y harineros, depósitos a cielo abierto de carbón y madera, esbeltas chimeneas y grúas metálicas; mientras que el tendido ferroviario aportó un rasgo de modernidad a través de sus puentes y estaciones de maniobras (Cfr. Silvestri, 2012).
Milton Santos (2018) identifica distintos circuitos y relaciones que organizan el espacio. El circuito superior representaría, en este caso en estudio, a la economía moderna, propia del proceso de urbanización y la concentración de población y actividades en espacios delimitados. Este proceso estará íntimamente ligado a la instrumentación tecnológica y la presencia de industrias, y se encuentra representado en la industria portuaria, alimenticia, textil petroquímica, entre otras. Finalmente, el autor señala que el circuito inferior agruparía las actividades de pequeñas dimensiones; talleres y producción artesanal y también aquellas actividades vinculadas a la vida doméstica y al abastecimiento de productos de primera necesidad, en este circuito quedaría representado el Mercado de Abasto y Frigorífico de Avellaneda. Ambos circuitos - superior e inferior- se materializaron en distintas escalas constructivas.
4 El Mercado de Frutos del País o Mercado Central de Frutos, fue una gran barraca de acopio de lanas, cueros y frutos ubicado sobre la orilla sur del Riachuelo. Esta obra estuvo considerada entre los mayores mercados portuarios del periodo. Fue Inaugurado en 1889 y su demolición se efectivizó en 1966, en coincidencia con la obra del nuevo Puente Pueyrredón.
Figura1 : Secuencia cartográfica de crecimiento documentada por el cartógrafo Pablo Ludwig -Años 1892-1905- 1909.
Fuente: Elaboración propia conforme a recortes de cartografías publicadas en https://gallica.bnf.fr
La figura 1 da cuenta de una secuencia cartográfica en la que se puede observar el rápido crecimiento que tuvo Avellaneda entre 1892 y 1909. En tanto que ese crecimiento siempre estuvo en íntima relación con la Ciudad de Buenos Aires. Este acelerado proceso de transformación espacial y social, gestó nuevos espacios de convivencia entre la población local -conformada por “mulatos”, “indios” y “criollos”- y las colectividades migrantes.
En relación con nuestro segmento temporal, según la Dirección Provincial de Estadística de Buenos Aires (1991), la explosión demográfica entre el período intercensal, 1895-1914, tuvo un crecimiento poblacional de un 800% ligado al factor inmigratorio, en tanto que Avellaneda en 1916 constituía la mayor aglomeración industrial y la primera ciudad de la provincia5 (Palacio, 2013). Así como el crecimiento industrial demandó mano de obra, la llegada de distintas oleadas migratorias precisó de nuevos espacios para habitar. La radicación de industrias aceleró un fraccionamiento de tierras destinadas a tareas rurales y/o sin actividad, para convertirse en incipientes barrios proletarios (Larrain, 1983). Entre 1895 y 1921 se solicitaron a la municipalidad 244 fraccionamientos de lotes que, según Larrain (1986) terminaron por conformar la actual estructura barrial de Avellaneda.
La explosión demográfica que se identifica a partir de 1880, vinculada a las distintas oleadas migratorias, resultó un aporte de mano de obra migrante a un mercado laboral que se gestaba entre los dos circuitos. La tríada principal, Puerto-Mercado de Frutos del País-tendido ferroviario, sirvió de soporte para el establecimiento de nuevas industrias, mientras simultáneamente se gestaba una tríada secundaria conformadas por Mercado de Abasto y Frigorífico de Avellaneda-vivienda-usos recreativos6, de menor escala constructiva, pero no por ello menos influyente en la conformación del tejido mixto. Ambas tríadas resultaron complementarias y le dieron cuerpo al tejido urbano de un barrio proletario en expansión.
5 Para dar cuenta del fenómeno demográfico que atravesó al Municipio de Avellaneda, resulta pertinente señalar que entre los censos de 1895 y 1914 se observa que “(…) en el corto espacio de tiempo de 19 años” la población se duplicaba seis veces a nivel nacional, mientras que en Barracas al Sud/Avellaneda la población se multiplica por ocho. (Tarditti, 2016)
6 Triada que Carman (2006) utiliza para definir la dinámica territorial en torno al Mercado del Abasto en los albores de los años ’40 del siglo XX.
Figura 2: Ciudad de Avellaneda, avance de loteos al año 1925. Fuente: Elaboración propia sobre cartografía S/A (1925) Historia de la ciudad de Avellaneda. La evolución de su progreso económico, edilicio, político y social, s/e.
Figura 3: Ciudad de Avellaneda, fragmentación del tejido mixto. Año 1927. Fuente: Gran Plano Parcelario de todo el Partido de Avellaneda. Elaborado por Máximo Randrup y Ernesto Bertomeu Oficina de catastro del Municipio de Avellaneda.
Para el año 1925 (figura N° 2), la ciudad de Avellaneda ya presentaba un avanzado estado de parcelamiento, un tendido ferroviario que dominaba la trama y su frente costero densamente copado por industrias y talleres. La figura N° 3 representa un recorte del Cuartel 1°, denominación de la época para lo que hoy se reconoce como «Avellaneda Centro». Allí se puede observar la convivencia de diferentes escalas en el parcelamiento del tejido y, a su vez, la afectación a lo irregular de la trama provocado por el tendido ferroviario y la implantación de grandes industrias como el Frigorífico La Negra y Metales Ferrum. La particularidad de este paisaje urbano se construye desde la presencia de la infraestructura industrial, siempre en relación con los cursos de agua y el tendido ferroviario. Así como a esta se le otorga un rol
dominante en la trama y el tejido de una ciudad en expansión, la falta de planificación también revela aquello caótico de estas estructuras en el que el elemento producción7, resulta organizador del espacio para la lógica imperante del libre juego del mercado y la ausencia de control social con relación a la empresa capitalista (Castells, 1972:87).
Fue así que se mezcló el rancho de adobe con la casa de azotea, el patio con los corrales, el jardín o la huerta con la canaleta de los líquidos residuales, las calles fueron trazadas por los pies de los transeúntes, las ruedas de los carros, o por las novilladas. (Larrain, 1983:6)
Si tomamos los postulados de Borja (1991), quien afirma que el espacio público y todos aquellos espacios de encuentro, resultan fundantes para la construcción de ciudadanía; nos preguntamos cómo se puede construir ciudadanía en un espacio que no fue planificado y en donde los ritmos del habitar estaban signados por procesos industriales. En este sentido, retomamos de Harvey (2017) la idea de que todo entorno circundante habitado tiene una influencia en el nivel comunitario que permite sostener las acciones y los lazos, en este caso de estudio, entre la clase trabajadora y la población local evidenciando, de este modo, que los procesos sociales son también procesos espaciales. Retomando a Castells (1972) el diálogo entre industrialización y urbanización, aquí lo que interesa es poder comprender cómo el avance del tejido urbano, en relación a una nueva población migrante en convivencia con la población local pudieron convertir al M.A.F.A y sus inmediaciones en un espacio de sociabilidad.
Previo a la inauguración del M.A.F.A., los puntos de abastecimiento, en el municipio de Avellaneda, estaban representados por las ferias francas, habilitadas, y financiado su equipamiento, por el Municipio en 1914. Estas ferias eran espacios destinados a la comercialización de productos sólo de consumo, si bien en un comienzo fueron muy bien recibidas por la vecindad y reflejado esto en los medios locales. Al poco tiempo comenzaron a manifestarse problemas vinculados a la higiene de los alimentos y la posterior limpieza una vez desmontada la acción ferial. También resultaba ser un espacio de difícil control y gestión para las autoridades locales, ya que las ferias se desarrollaban en las principales arterias de la ciudad y el ingreso y egreso de feriantes como de consumidores no estaba condicionando, como así tampoco bien definidos sus límites y sus prácticas. La venta ambulante resultaba un tema de conflicto para los feriantes, representados estos últimos por el Centro Comercial e Industrial de Avellaneda. La tensión entre feriantes y vendedores ambulantes se trasladó a la intendencia y el Ministerio de Hacienda Provincial, teniendo este último que mediar la emisión de patentes fiscales, documento emitido por el municipio que habilitaba la venta de artículos de consumo. (La Libertad, diario de la Unión Cívica Radical, 3 de septiembre de 1919).
Por las características del territorio, la cercanía al río y la cantidad de arroyos y lagunas que atravesaban los distintos barrios, la circulación tanto de consumidores como de feriantes, no resultaba tarea sencilla en época de lluvias y menos aún la comercialización de productos en arterias asiduamente anegadas.
En sintonía con los cambios en los modos de abastecimiento contemporáneos en la ciudad de Buenos Aires8, este recorte espacial periférico, se apropió de rutinas y prácticas del centro. El barrio de Avellaneda Centro, forjó su identidad conjuntamente con la expansión de la Ciudad de Buenos Aires, mientras que
7 Producción: Conjunto de actividades productoras de bienes, servicios e informaciones, como pueden ser la industria, las oficinas. (Castells, 1986: 155).
8Antes de 1900, la ciudad de Buenos Aires ya contaba con 30 mercados de abasto. Incluida en esa nómina el Mercado Garibaldi La Boca (1878), siendo este el primer mercado situado en la periferia de la ciudad y con fuertes lazos comerciales con su orilla vecina, Barracas al Sud/Avellaneda.
esta última miraba a Europa, (Gorelik, 2004: 73), la primera consideraba a la ciudad capital un modelo urbano a imitar
Ya no verá la ciudad de Avellaneda a través de sus calles el movimiento incesante y entristecedor de la columna de carros cargados de verduras, legumbres, frutas y aves con rumbo a los mercados de abasto de la Capital Federal a donde debían después ir a adquirir esos mismos productos los comerciantes de Avellaneda para regresar con ellos en el día y venderlos al detalle en las ferias, ya encarecidos lógicamente con el gasto inevitable del doble acarreo de ida y vuelta. (Diario “La Opinión”, Avellaneda, abril 13 de 1930)
En torno a 1920, apogeo de los mercados municipales en la Ciudad de Buenos Aires, estos espacios funcionaban como un espacio vital para la socialización y el intercambio económico en donde distintos agentes se reunían para formar parte de las actividades sociales de la comunidad (Viderman, Rosa & Aigner, 2014).
La urgencia de un Mercado de Abasto y Frigorífico no sólo respondía a las necesidades de abastecimiento de un tejido urbano consolidado, también representaba una mejora en las condiciones de higiene y acopio de los productos (LO, 1930), y promovía una reducción de costos de traslado de la mercadería ya que el principal nodo de comercialización se encontraba en la Capital Federal, a su vez le permitía al Municipio realizar un control bromatológico más eficiente.
La habilitación del establecimiento de referencia representa un factor de progreso considerable para esta ciudad, por cuanto el mismo permitirá centralizar el comercio de artículos de abasto en un edificio mo- derno, con todas las características exigidas por la higiene, la comodidad de transporte y la conservación de los alimentos en locales adecuados. (Diario “La Prensa”, sábado 12 de abril de 1930.)
Figura 4: Afiche promocional de la inauguración del Mercado Frigorífico de Avellaneda.
Fuente: Avellaneda Turismo Cultural
Figura 5: Imagen exterior. Fuente Diario La Opinión, 12 de abril de 1930. s/p
En la figura N° 5, afiche promocional de la inauguración, se puede observar cómo la calle y sus veredas son densamente tomadas por las tareas de descarga y acopio, sumado a los compradores ocasionales, o como describe el diario La Opinión (1930), vecinos curiosos que se acercaban a conocer la nueva atracción. El mercado no sólo se presentaba como un espacio destinado a la venta con puestos en su interior, también proponía a través de vidrieras y marquesinas un intercambio que se realizaba en sus calles y veredas. La escala de esta pieza urbana, que ocupaba una manzana, se vio reducida en contraste con la cantidad de vehículos y personas que circulaban en su perímetro.
En relación con el carácter convocante de estos espacios, Watson & Studdert (2006) sostienen que los mercados pueden funcionar como receptores de grupos marginados, o bien para aquellos que escapan de la incomodidad del hogar, en este sentido se refuerza la idea del rol que ocupó el M.A.F.A. como espacio de inclusión.
En los trabajos de los historiadores locales (Cfr.: Torassa,1940; Larrain, 1984) se rescata la presencia de grandes infraestructuras, como edificios gubernamentales o recreativos, relegando las construcciones de menor escala o escaso aporte escenográfico, como es el caso del M.A.F.A. Resulta sugerente, una relación entre la falta de documentación sobre esta pieza urbana y la potencialidad de la misma, en tanto su carácter marginal.
La habilitación del establecimiento de referencia representa un factor de progreso considerable para esta ciudad, por cuanto el mismo permitirá centralizar el comercio de artículos de abasto en un edificio mo- derno, con todas las características exigidas por la higiene, la comodidad de transporte y la conservación de los alimentos en locales adecuados. (“La Prensa” - sábado 12 de abril de 1930.)
A pesar de ser ponderado en los medios locales como un programa de necesidades representativo de los avances higienistas y tecnológicos, su estética constructiva refleja austeridad, no sólo por la falta de ornamento en sus fachadas, o la simpleza de su estructura metálica interior, también en los pocos gestos de vinculación con el entorno. En este sentido Sennett (2010) encuentra en aquellos edificios inacabados, austeros o que no se presentan como objetuales o escenográficos, la posibilidad de permanencia en el tiempo y de ser resignificado como pieza arquitectónica. Es interesante, más allá del estudio de este elemento urbano en los albores de los años treinta, rescatar la supervivencia de esta pieza urbana que hoy funciona como universidad nacional y centro cultural municipal.
Sostiene Rossi (1992) que la forma de la ciudad siempre es la forma de un tiempo de la ciudad, en este sentido encontramos a la ciudad de Avellaneda como un recorte espacial en el que emergió una urbe industrial de referencia nacional y que también alojó un barrio proletario, que pudo construir un espacio y un tiempo para responder a necesidades locales.
Lobato (1990) encuentra en la fábrica el núcleo donde se teje el entramado de las relaciones de obreros y patrones y de los obreros entre sí, y es posible que sea allí donde se localicen las fuentes para un acercamiento particularizado a diferentes grupos de trabajadores (1990: 315). En tanto que Busso (2010) sostiene que los espacios feriales eran una oportunidad para visibilizar la vida laboral intramuros, así como la fábrica aloja un vínculo entre pares, el barrio, también resulta un espacio de sostén para la construcción de lazos laborales. Harvey (2017) manifiesta que los vínculos vecinales resultan tan importantes para el mantenimiento de los espacios laborales y la lucha obrera como la organización en el propio lugar del trabajo. En ambos casos, tanto el trabajo en las ferias como en las fábricas tenían como común denominador la potencialidad de construir desde el espacio laboral y sus alrededores su ámbito familiar y social. Sobre esto, señala Caruso (2018) el estrecho vínculo entre los espacios laborales, el habitar en el mismo barrio, sus organizaciones gremiales y sus espacios de recreación y de encuentro.
El mercado, como pieza urbana, a diferencia de las ferias (itinerantes y efímeras) transcurre en un espacio estanco, en términos georreferenciales, pero dinámico es sus prácticas y capaz de volver difusos sus límites. Así como encontramos en las primeras la oportunidad para visibilizar prácticas y lazos laborales, el mercado como espacio de trabajo resulta una fusión, que permite extender los límites de la calle habilitando un espacio de prácticas mixtas, las rutinas familiares de abastecimiento se desarrollan en el interior del mercado y en sus periferias y lo mismo ocurre con el desarrollo de las prácticas laborales.
Debido al carácter convocante de estos espacios, y en el caso particular de Avellaneda, sumado a la presencia de fábricas, frigoríficos y talleres, las fachadas vecinas se acoplaron a las rutinas de consumo con la apertura de bares, cafetines, fondas y comercios complementarios. La calle, ya no es percibida como un mero espacio de circulación, su funcionamiento se enlaza a sus bordes y aloja nuevas funciones como espacio de acopio, circulación de changarines, zona de almuerzo para los obreros de industrias vecinas, espacio de encuentro durante los cambios de turno de las fábricas y también un espacio para personas desclasadas del mercado oficial, a través de la venta ambulante.
De allí, pues, que la inauguración de un establecimiento así, exceda los simples límites de cualquier otra explotación del capital privado, para convertirse en necesaria y fundamental institución de la salud del pueblo. (Discurso inaugural. Diario “La Opinión”, Avellaneda, abril 13 de 1930)
Si tomamos los postulados expresados por Lobato y Harvey podemos encontrar en la figura del mercado un espacio de sociabilidad y sostén de lazos comunitarios constitutivo de un espacio barrial en íntima relación con ámbitos laborales. Aquí, la figura del ‘inmigrante’, participa de un ensamble de nuevas relaciones que transcurren entre la calle y la fábrica, y en cuyo entorno emerge el mercado como espacio de encuentro. Busso (2010) indica un rasgo en la sociabilidad de estas actividades que permite desdibujar los límites entre el tiempo de trabajo y el tiempo libre, en tanto que para Watson & Studdert (2006) la figura del mercado representa un escenario que brinda oportunidades de inclusión social ya que propicia la formación de lazos sociales entre feriantes, y entre feriantes y consumidores, el intercambio entre distintos grupos sociales y la posibilidad de construir entre la diversidad de agentes que comparten las rutinas de abastecimiento, comercialización y consumo, una comunidad.
En nuestro caso de estudio, el M.A.F.A. y la extensión de sus bordes, la playa de descarga, el comercio aledaño que complementó y potenció al área, junto a las fábricas, talleres y distintas tipologías habitacionales, le imprimieron a este recorte espacial el carácter de tejido mixto, conformando un denso entramado de relaciones sociales.
Los mercados barriales, por su naturaleza colectiva e inseparable de las rutinas urbanas, podemos clasificarlos como nodos que promueven el intercambio entre diversos agentes, y en el caso particular de Avellaneda por las características de su población, la interacción de diversas culturas. En este sentido, intuimos que la vida asociativa mayormente representada en las figuras de las colectividades, las rutinas domésticas, las actividades comerciales y la posibilidad de un nuevo disfrute, el tiempo libre, confluyeron en torno a este nuevo hito urbano.
La inauguración del Mercado de Abasto y Frigorífico de Avellaneda, no sólo representó un punto de abastecimiento, también fue -como bien describe Sebreli (1979)- el escenario y la oportunidad de un despliegue cultural. El verdadero club social que nucleaba a las familias de la vecindad obrera, lo constituyó el negocio minorista, a veces la feria y el mercado, donde se establecieron estrechas relaciones entre los clientes y entre estos y el comerciante. (Sebreli, 1979: 139).
Este tipo de dinámicas de encuentros y convivencias no planificados, fue posible, no sólo con la figura del mercado, también gracias al tejido de usos mixto de esta zona ribereña. El mercado emerge de una cartografía difusa, pero que da cuenta su estado de consolidación en el tejido y en acuerdo con distintas escalas productivas, grandes fábricas de escala regional y pequeños talleres de escala barrial. Un gran mercado de abastecimiento transatlántico y un pequeño mercado de abastecimiento barrial.
Por otro lado, la cercanía al centro cívico, cultural y económico del municipio permitía un diálogo con programas de actividades de las instituciones gubernamentales9, los espacios de representación construidos por las colectividades, como por ejemplo el Centro Gallego de Avellaneda10 (colectividad más numerosa de Avellaneda), y el habitar marginal, dominado por el conventillo, pieza urbana y unidad de renta que se hacía de un lugar en la vacancia del tejido.
A pesar de estar instalado en el imaginario social, la concepción del conventillo como una tipología habitacional del centro porteño y como adaptación de antiguas casonas señoriales, habitadas originalmente por la clase patricia que migró hacia el norte de la ciudad durante la epidemia de fiebre amarilla, eran edificaciones que respondían a inversiones de bajo costo y en base a una explotación máxima de la superficie construible en el lote. Estas construcciones se convirtieron en el alojamiento colectivo más identificable del centro porteño y el punto de acogida de los y las inmigrantes recién llegados a los distintos puertos de la ciudad y sus periferias (Scobie, 1974) como lo fue Avellaneda.
Estas nuevas construcciones se popularizaron más allá de los límites de la Ciudad Capital, tal es el caso del Cuartel 1° del Municipio de Avellaneda. Esta zona contaba con la mayor cantidad de industrias11 y de tipologías habitacionales y también era un referente del hacinamiento (Larrain, 1987).
9 Cfr. Farias, 2008.
10 El vínculo entre la colectividad gallega y las autoridades locales se puede corroborar en los discursos inaugurales, del que fue parte Eduardo Paredes, concejal del municipio y presidente del Centro Gallego de Avellaneda. A su vez, Alberto Barceló, intendente de Avellaneda a cargo de la gestión del M.A.F.A, figura como Socio Honorifico en el Boletín Oficial de Centro Gallego de Avellaneda del año 1928.
11Por las características territoriales, el Cuartel 1° contaba con la mayor cantidad de industrial del Municipio. Larrain (1987) da cuenta de la distribución y la diversidad de los emprendimientos. Según un relevamiento de 1916 contaba con: 12 grandes curtiembres, 3 fábricas de fósforos, 3 talleres metalúrgicos, 2 frigoríficos, 2 molinos harineros, 2 lavaderos de lanas, 1 fábrica de tejidos, 1 fábrica de artículos y accesorios
Todos estos elementos propios de la herencia cultural de las colectividades migrantes se encontraban con un contexto habitacional en disputa con la mirada higienista -y estigma moral-de los grupos de elite no sólo en Avellaneda, los mismos prejuicios se hallaban en distintos nodos portuarios e industriales del país. El común denominador de estos espacios era un patio central, un vacío, rodeado de habitaciones y con una sola puerta de contacto con la vereda. El tamaño de las habitaciones o piezas, respondía generalmente a cuatro por cuatro metros. Las unidades frontales eran las únicas que tenían un vínculo con el exterior a través de una ventana propia (por ende, el alquiler era más caro) y también solían tener proporciones más generosas. La agrupación en torno a estos espacios respondía a núcleos de convivencia que no necesariamente se constituían en lazos familiares, aunque era lo más habitual. Cada habitación era ocupada por grupos mixtos de entre cinco y ocho integrantes o por grupos de hombres solteros en las mismas cantidades.
A su vez, las habitaciones, no solo eran espacios para el descanso y el compartir familiar. Guevara (1997) los describe también como espacios productivos, el conventillo, además de vivienda, era fábrica-taller. En las habitaciones, y también en los patios, se desarrollaba el trabajo a destajo o a domicilio, a cargo principalmente de mujeres, seguidas por infancias y adultos mayores.
Entre esas tareas, productivas, se destacaban las de planchado, lavado, bordado o costura y tareas tercerizadas que consistían en ensamble o armado de productos finales (armado de cigarros, envoltura de confitura, detalles de terminación de pequeños objetos de confección artesanal). Estas labores, que se sumaban a la carga doméstica, se realizaban alternando la habitación privada y el patio colectivo, dificultándose el límite entre lo familiar e individual y lo comunitario.
En estas tipologías, no había lugar para acciones exclusivamente individuales. Todo era compartido, y así como las tensiones entre sus habitantes eran comunes, también existía una fuerte sociabilidad que se celebraba en los patios. Los documentos de le época estiman que la mitad de sus ocupantes tenían menos de 15 años, por lo que el patio era escenario de tareas domésticas, productivas y también de juego de las infancias.
El patio central era considerado un espacio de encuentro, pero no vinculado a la vida urbana. El conventillo «dialogaba» con la vereda a través de una sola puerta y el muro sobre la línea de frente se volvía frontera entre dos escenarios: a un lado del muro, una nueva sociabilidad urbana en construcción; hacia adentro, un habitar marginal.
Los conventillos resultaron ser tugurios para la mirada dirigente, Schávelzon (2005) los describe como el espacio de la miseria, pero, a su vez, para la solidaridad y la integración social, de una cultura mestizada en formación.
Para las identidades recién arribadas, el patio del conventillo resultaba un espacio de comunión para resignificar y traducir el nuevo territorio y también para evocar prácticas y rutinas del terruño.
«Mediado por la nostalgia», el patio del conventillo alojaba tareas domésticas que se pronunciaban como actos de resistencia cultural, propios de otro tiempo y otros paisajes, pero en conexión con un contexto local. En este sentido, retomamos de Bjerg (2010) el grupo de referencia material y simbólico de estos inmigrantes se encontraba al otro lado del océano, resultando la distancia y la nostalgia influyentes en su vida social, política, económica y cultural. Así, para este caso de análisis, el patio conventillero se convirtió en una cartografía colectiva que supo encastrar distintos mundos, delimitada por herencias compartidas, música y baile, pero siempre orquestado desde las rutinas domésticas. En
esmaltados, 1 fábrica de electricidad, 1 fábrica de aceites vegetales, 1 fábrica de chocolates, 1destileria de alcohol y fábrica de licores, 1 hilandería de lana peinada, 1 fábrica de jabón y velas, 1 fábrica de colas y 1 cristalería.
este sentido, el patio, en su carácter social, se presentaba para los y las inmigrantes como escenario en el que podían reproducir prácticas y rutinas propias de sus comunidades, ante el miedo de desaparecer en el seno de la sociedad receptora (Yujnovsky, 2004). El patio, aquel espacio de acopio, trabajo productivo y reproductivo, juegos y fiestas, también supo ser un espacio de sociabilidad pero que no resultaba suficiente para alojar las rutinas domésticas.
El hacinamiento del habitar popular sumado a la informalidad de los trabajos, impulsaba a sus habitantes a incorporar a la calle como extensión de su habitar. El conventillo no fue la única unidad de vivienda colectiva que alojó a las colectividades migrantes, pero sí la más desarrollada. Suriano (1983) describe la existencia de fondas, bodegones, hoteles y casas de pensión como otras tipologías edilicias que también resultaron convocantes para alojar al aluvión migratorio. En tanto que Larrain (1987), según el censo municipal de 1909, identifica características constructivas propias para los distintos barrios del municipio. En los barrios de Isla Maciel y Dock Sud, debido a la poca resistencia del suelo, predominaban las casillas de chapa y madera en terreno propio, mientras que en Avellaneda Centro predominaban las tipologías colectivas de ladrillo y adobe. Estas diferencias tectónicas acompañan también el valor de los terrenos, sobre esto, señala Larrain (1983), en 1930 los lotes más caros se encontraban en las inmediaciones de la avenida Mitre, mientras que Dock Sud era el barrio más económico para adquirirlos.
En las décadas sucesivas el avance de las actividades comerciales, cívicas y recreativas en la zona céntrica, afectará la cantidad de viviendas, disminuyendo estas y sus índices de hacinamiento, pero trasladando esa particularidad a los barrios periféricos del Municipio.
La proliferación de comercios, talleres e industrias posicionaron a la calle como un espacio de sociabilidad y no sólo como un elemento de circulación. En este sentido, encontramos a estas arterias como un espacio de fusión entre la población local, las comunidades migrantes y la masa proletaria que recorría diariamente la ciudad. Sostiene Gayol (2000) que la calle no resultaba un lugar de tránsito exclusivamente, era también un escenario de prácticas domésticas extramuros, de comercialización para vendedores ambulantes y de encuentro entre vecinos y vecinas.
En este caso de estudio se visibilizan nuevas relaciones urbanas entre lo público y aquello colectivo de la vida privada, que al ocupar la calle demanda un acto ciudadano (Ferras, 2003), evidenciando en esta ocupación lo relacional del espacio. Con esto nos referimos a que el espacio se produce más allá del ejercicio proyectual o la gestión municipal, se hace el espacio con nuestras vivencias y relaciones sociales (Massey, 2012).
El mercado como hecho urbano trasciende su manifestación material por el contexto en el que se emplaza y por los vínculos y redes construidos más allá de sus límites tangibles. Las fábricas y los conventillos, la presencia proletaria y el habitar marginal, ocupan la calle, convirtiendo al mercado y su entorno inmediato en una nueva pieza urbana, que excede el propósito original.
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Este artículo se propuso indagar sobre un elemento urbano, de absoluta vigencia en la actualidad, pero que resultó rezagado de los catálogos arquitectónicos y los registros historiográficos. La figura del Mercado de Abasto y Frigorífico de Avellaneda, aparece en escena en un contexto de expansión territorial en el cual la figura del inmigrante resultó un agente de activa participación en la construcción del espacio urbano y en los nuevos modos de apropiación de espacios laborales, públicos y domésticos.
Por las características espaciales, y el posicionamiento de Avellaneda como urbe industrial, identificamos dos escalas de convivencia, una macroescala que estructuró la trama urbana a través de la triada- puerto,
Mercado de Frutos del País, tendido ferroviario; y una secundaria que le dio cuerpo al tejido urbano, a través de la relación entre el M.A.F.A., la vivienda y los usos recreativos.
El mercado y las inmediaciones de sus calles constituyeron un espacio convocante y de encuentro entre la población obrera y feriante, y los consumidores y vecinos, visibilizando nuevas rutinas de sociabilización en torno a un nuevo hito urbano.
Explorar la figura del mercado como un espacio de sociabilidad, en términos relacionales, nos permitió también encontrar su complemento en la trama avellanedense, el conventillo. Estos dos espacios, tan distantes en escala, compartían rasgos de rutinas laborales, domésticas y recreativas que tenían la particularidad de extender sus límites por fuera del dominio catastral. Las inmediaciones del mercado resultaron un espacio de encuentro para la jornada laboral de feriantes, para lo cambios de turno en las fábricas y también como espacio recreativo para quienes habitaban los conventillos.
Podemos, entonces, enmarcar al M.A.F.A. como un ámbito de sociabilidad que extiende sus límites por fuera del recinto y que incorpora en sus rutinas las áreas circundantes en términos espaciales, y en términos sociales a sectores medios y trabajadores asalariados, cobrando estos visibilización y posibilidad de acción en el espacio público.
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