UNIVERSIDAD, SOCIEDAD Y TRAYECTORIA: ENTREVISTA A CELMA
AGÜERO
por Mario Rufer
Celma Herminia Agüero Dona nació
en el legendario barrio de San Vicen- te, Córdoba capital, en agosto
de 1929. Es Maestra Normal por la “Escuela Normal Superior Garzón
Agulla”. Licenciada en Historia y en Lengua y Literatu- ra Italiana
por la Universidad Nacional de Tucumán, estudió en la conocida “época
de oro” de esa institución. Fue profesora de la Licenciatura en
Historia en la Universidad Nacional de Córdoba entre 1956 y 1965;
primero a cargo de la cátedra de Introducción a la Historia, luego
profesora por concurso de Historia Contemporánea. Cursó la Maestría en
Estudios Orientales en El Colegio de Méxi- co y el Doctorado de III
Ciclo en Sociología Africana en La Sorbona, bajo la dirección de
Georges Balandier. En ese período en París, cuando se discutía mucho
sobre el papel de los intelectuales, vivió de cerca el mayo
francés. Impo- sibilitada de retornar a Argentina debido al
golpe de estado perpetrado por Onga- nía, aceptó el ofrecimiento de El
Colegio de México para integrarse como Profe-
Más allá de las publicaciones que cuenta en libros y artículos, su retiro de las tareas académicas la hizo merecedora de un cálido homenaje en la institu- ción que la acogió durante tantos años, rendido en octubre de 2007 por sus estudiantes, colegas y amigos. Allí, Celma se definió como “una historiadora, pero sobre todo una maestra, mi primer título y tal vez el único verdaderamente importante”. Maestra, aunque en la doble acepción del término: la argentina y también la mexicana, en la que ser “maestro” no es cuestión de acreditación, sino un calificativo conferido por quienes reconocen en el docente una validación especial de la palabra. Ese día, en la sala del Auditorio Alfonso Reyes, varios de
Cuadernos de Historia, Serie Ec. y Soc., N° 9,
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sus alumnos de diferentes generaciones coincidíamos en
un punto: después de haber sido estudiante de Celma o discípulo de
investigación, la relación con el saber jamás vuelve a ser la misma.
Hay un desafío en su palabra precisa, y una interpelación intelectual
y política en cada clase que imparte, en cada observa- ción que hace,
más allá del objeto. Una maestra en la visión de sí, con la humil- dad
y la sensatez que la caracterizan: nada más coherente para quien se
dedicó a la docencia
Entrevista
-¿Cómo recuerda los años de su formación inicial y de grado? Eran momentos claves del país: la consolidación del peronismo, la efervescencia intelectual imbri- cada con la militancia política y a la vez la profesionalización de la disciplina histórica.
-Sin dudas. Fueron años formativos. Mirando retrospectivamente fueron mo- mentos únicos, institucionales y sociales. Mi madre ya era maestra, hija de cha- careros inmigrantes, italianos. Mi padre era oficial de correos, de una numerosa familia. Estudié en la Normal Superior en Córdoba cuando la dirigían Antonio Sobral y Luz Vieyra Méndez, que la estaban inaugurando. Allí, mis maestros de literatura y filosofía me marcaron hasta hoy, especialmente Luz Vieyra y luego Giovanni Turín, que cuando el peronismo intervino la Normal y muchos profeso- res quedaron cesantes fue llamado a la Universidad de Tucumán para iniciar los estudios de Lengua y Literatura Italianas.
-¿Por qué eligió Tucumán?
-Varias
razones. Mis maestros de la Normal me incentivaron, era un polo
intelec- tual impresionante que tenía todo el apoyo de Perón todavía
en ese momento (aunque la mayoría de nosotros y de nuestros
profesores no simpatizáramos con Perón). A esto se sumaba la
impresionante captación de exiliados europeos que habían huido del
nazismo. A su vez, la Facultad de Filosofía en Córdoba tenía, en
esos años, demasiada influencia clerical y no me convencía del todo
como espacio de formación. Un poco en contra de la opinión de mis
padres decidí empezar las dos carreras
-¿Cómo fueron esos años en la “época de oro” de la UNT?
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M. Rufer Universidad, sociedad y trayectoria: entrevista a celma agüero
-Ingresé en 1948. Las licenciaturas eran largas, teníamos un Ciclo Básico que duraba dos años. El profesor de mi primera materia fue Rodolfo Mondolfo. El diálogo con él se prolongó por décadas, en Buenos Aires y después en Italia, siempre aprendiendo, discutiendo mis interrogantes y proyectos. Con Mondolfo conocí a su asistente quien sería mi amiga entrañable de toda la vida, “la Negri- ta” Saleme, María, cuya presencia en Córdoba sería tan significativa años des- pués. En la universidad experimenté como estudiante uno de los imperativos más fuertes entre saber y política, intelecto y acción. Luego vinieron los cursos con Elisabeth Goguel que sellaron esa marca. Pero desde la historia, mi maestro fue Roger Labrousse. Goguel y Labrousse, franceses, eran uno de los tantos matri- monios exiliados en Tucumán. En cuanto a Labrousse, su respeto con el texto y con la interpretación hacía de sus clases una verdadera introducción a la filosofía de la historia y a las ideas políticas, un preámbulo también a lo que después fue la tradición de las mentalités. Labrousse enseñaba desde una perspectiva com- pletamente inédita Historia Medieval e Historia Moderna. Era implacable con la labor hermenéutica. Leíamos, entre otras cosas, a Guillermo de Occam en latín. Una de sus adjuntas en ese momento y mi profesora en los “talleres teórico- prácticos”, que se convertiría luego en mi colega, amiga y compañera de proyec- tos, era María Elena Vela, “Pila”. A su vez, los estudiantes eran pocos, recuerdo que éramos ocho en historia y tres en letras italianas. La relación con los profe- sores era privilegiada. Eso también permitía una aglutinación con las otras carre- ras y el diálogo en otros espacios. Por ejemplo, durante toda mi carrera trabajé en La Gaceta donde a la hora del café nos reuníamos a discutir con profesores, compañeros y con jóvenes que trabajaban en la redacción, entre ellos Tomás Eloy Martínez. Además, entre los exiliados europeos había polacos, húngaros, checos, artistas y músicos de altísimo nivel que ofrecían conciertos y exposiciones todo el tiempo. La Facultad de Arquitectura era un verdadero ejemplo y por eso mismo teníamos compañeros estudiantes colombianos, venezolanos, chilenos, brasileros. Era un polo intelectual real y de acción política, curiosamente en medio del peronismo. Después sobrevino el golpe con el derrocamiento de Perón y la intervención de la universidad. Elisabeth Goguel volvió a Francia donde recuperó su espacio prominente en los estudios del protestantismo y donde tam- bién he seguido encontrándola. Labrousse quedó cesante. En ese año yo termi- naba la carrera de historia.
-¿Aquí entra Córdoba y la UNC en escena?
-Podríamos decir que sí. Yo volví a Córdoba en busca de trabajo. En ese momen- to el filósofo Victor Massuh había sido nombrado Decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades. Fue él quien convocó a Córdoba a mucha de la gente que el peronismo había cesanteado: Juan Adolfo Vázquez, María Saleme de
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Burnichón, Pila Vela, Andrés Raggio, y también a Labrousse. Ahí Labrousse me pide que sea su profesora asistente en Córdoba, con lo cual mi expectativa e ilusión eran enormes. Pero él muere en ese verano de 1956 en las sierras, a los 46 años apenas. Ese año fui contratada en Córdoba. Primero como profesora de Introducción a la Historia, luego pasé el concurso de Historia Contemporánea, con el tribunal presidido por Halperin Donghi, muy joven él. A su vez, en ese momento obtuve una beca del gobierno italiano para hacer estudios sobre el nuevo estado en Italia y estuve fuera de Argentina por un año. Luego me reinte- gré y seguí dando clases en Córdoba.
-¿Cómo recuerda a la Escuela de Historia, en plena consolidación en aquellos años?
-El clima
argentino no era fácil, pero Córdoba ya era un espacio de calidad de
pensamiento y comunicación. Cuando llegué, la figura prominente en
Historia, sin dudas, era don Ceferino Garzón Maceda. También Pila
acababa de incorpo- rarse a la cátedra de Historia Moderna.
Con ella intentamos proponer nuevas perspectivas, obviamente bajo la
influencia francesa y de Annales,
considerando la historia
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Por entonces, Pila y yo comenzamos a dar clases en lo que fue durante un tiempo otro polo intelectual crucial, la Universidad Nacional del Sur, en Bahía Blanca. Fuimos invitadas por Pérez Amuchástegui que nos decía que esa era una nueva universidad, de “otra” Argentina. Y tenía razón. Para allá llevamos el enfoque que trabajábamos en Córdoba en Moderna y Contemporánea. Pero nos enfrentamos con otro mundo, una sociedad de frontera, también en sentido simbólico, percibida como el “fin del mundo” para muchos, pero con una reali- dad de composición social completamente diferente a Córdoba, mucho más diferenciada y elitista. Ningún estudiante trabajaba. El ‘inicio’ de la Patagonia se percibía como una disonancia con el resto del “sujeto histórico” argentino (la pampa o a lo sumo históricamente el noroeste andino). Allí comencé un proyec- to con la Facultad de Economía sobre los migrantes chilenos que cruzaban y se establecían a lo largo de todo el Río Negro, percibido como una extensa frontera. Para liberarse de sus penurias en las plantaciones de manzanales, buscaban llegar a la “meca” urbana, Bahía Blanca, para instalarse como obreros. Ese es otro de los proyectos que me acompañó muchos años, incluso ya estando en México.
-¿Es ahí cuando aparece África en el escenario?
-África aparece en el escenario nuestro, como en el del mundo occidentalizado, en 1960. Nosotros queríamos saber, informarnos, y a ello se sumaba el interés creciente de los estudiantes, de Córdoba, primero, y después de Bahía Blanca y Buenos Aires. Nos preocupaba estar en condiciones de responder a sus preguntas que, inicialmente, se referían a los líderes políticos e intelectuales: Kwame N’Krumah, Leopold Senghor, Lumumba, Nyerere, esos señores que comenza- ban a revolucionar, literalmente, el mundo. En Córdoba, ahora que miro retros- pectivamente, las preguntas venían de estudiantes exigentes y comprometidos que luego serían colegas y muchos de ellos, amigos entrañables: en distintos cursos, Ofelia Pianetto, Beatriz Alasia, el Negro Heredia, Guillermo Beato, Hilda Iparraguirre, Sempat Assadourian, entre otros. Con Pila nos reuníamos los lunes y devorábamos la prensa francesa: Le Monde, L’Express, Le Nouvelle Observa- teur, estábamos pendientes de la llegada de Les Temps Modernes, L Esprit, entre tantos otros materiales. Un día llegó a mis manos una extensa nota sobre un sociólogo francés, entonces muy joven, Georges Balandier, sobre los procesos políticos y las formas endógenas, dinámicas, de los pueblos africanos en desco- lonización. No imaginaba en ese momento el lugar que Balandier ocuparía en mi formación posterior. Pero sus análisis me cautivaron por entero y en seguida mandé a comprar la edición de su tesis doctoral, Sociologie des Brazavilles Noires.1
1Balandier, 1955a.
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-¿Podría considerarse este momento como un parteaguas en su formación e intereses intelectuales?
-Diría que sí. Primero porque estábamos “descubriendo” algo: la dimensión política interna de los procesos de descolonización. En estos análisis como los de Balandier, la cuestión de foco se desplazaba. Los líderes daban paso a una dimensión histórica profunda, capilarizada, con dinámicas sociales, populares, de la descolonización. Los procesos de “resistencia” aparecían en el análisis de sociología urbana de Balandier. Ese concepto después criticado en los análisis más recientes, sin embargo era novedoso en aquel momento. Los brazza habían sido convertidos en obreros del sistema francés, pero trasladaban las formas políticas cotidianas, diremos “tradicionales” y dinámicas para estructurar, donde se habían proletarizado, la nueva lucha urbana a través de prolongadas huelgas. La música y las danzas servían para transmitir los mensajes políticos desde la selva a las ciudades, los tamtan (tambores) eran el artefacto. Descubríamos un universo político móvil y adaptativo a través de estos análisis de rituales y prácti- cas culturales: los franceses no comprendían por qué no resultaban sus estrate- gias de boicot para enfrentar las huelgas obreras; suponían que la ausencia de salario quebraría la resistencia que se prolongaba inexplicablemente. No conta- ban con las variadas formas de apoyos secretos que aportaban las aldeas. No comprendían de dónde venía esa dimensión política de estos “primitivos”. Luego vinieron Sociologie Actuelle de l’Afrique Noire y Afrique Ambiguë 2 de Balandier, y el interés mío por África fue creciendo, a medida que los medios difundían las “crónicas” de las independencias.
-Pero imagino que África no estaba incluida en las curricula de Historia.
-No, claro
que no. Fue en este momento efervescente que armamos un pequeño
curso con Pila que se llamó
“Historia Reciente y Problemas Contemporáneos de África”, estudiando
sin parar. Lo dábamos en Córdoba y Bahía Blanca. Luego José Luis
Romero, siendo decano de Filosofía, nos invitó a darlo en la UBA. Aquí
empieza otra etapa: la relación cercana con Romero de quien me siento
un poco discípula también, y su insistencia en que Pila y yo debíamos
dedicarnos a estu- diar África, a hacer de ese momento coyuntural un
proyecto intelectual para abrir un espacio institucional permanente en
la UBA. Ahí yo sí empezaba a soñar con estudiar en Francia. Romero,
sin embargo, decía que debía ir a Japón a estudiar África, que los
japoneses tenían una perspectiva
2Balandier, 1955b; 1957.
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eurocéntrico que caracterizó su pensamiento. Fue él quien me dijo “Celma, ya basta de mirar Europa. Por qué no estudia África en México?”. El tenía comuni- cación con la joven profesora
Graciela de la Lama, que en El Colegio de México estaba organizando el reclutamiento de estudiantes para la primera generación de una Maestría en Estudios Orientales auspiciada por la UNESCO. Esto era en 1964. Mucha gente tomó esta idea como una verdadera locura, por puro desconocimiento de Méxi- co, obviamente.
Pero en efecto, la UNESCO había creado un proyecto
enorme llamado “Proyecto Mayor
-Cómo veía la “etapa México” en ese entonces?
-Me entusiasmaba de verdad pero ni remotamente imaginaba lo que luego suce- dió. Llegué a México en 1965 y viví la experiencia como algo excepcional. Ima- gínate que el programa cubría todas las áreas culturales de Asia , a cargo de profesores chinos, japoneses, egipcios, libaneses, indios. En este momento cono- cí al que considero mi maestro principal de formación en todo sentido, Prodyot Mukherjee. Luego hablaré de él. Para este proyecto la UNESCO había otorgado un apoyo economico sustancial que permitió no solo contratar esos profesores del más alto nivel sino montar una biblioteca cuidadosamente seleccionada. Después de un año y medio de cursos, tuve la oportunidad de continuar los estudios en Francia con una de las becas de la UNESCO destinadas a formar latinoamericanos que iniciarían los estudios de Asia en las universidades de América Latina. En ese momento dudé pero la perspectiva de ampliar mi horizonte con el conocimiento de África y de estudiar en Francia con Balandier terminaron por seducirme. Partí a Francia en setiembre de l967.
-Me imagino que en la “etapa Francia” no estaba presente sólo África. Eran los prolegómenos del ‘mayo francés’, una época única. ¿Cómo se conjugaron esos
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momentos y qué encontró en el Balandier de aquellos años? ¿Qué otros intelec- tuales conoció?
-La etapa
de París tuvo momentos muy especiales, aunque fue corta. Tenía un
año para hacer los cursos y preparar el proyecto de doctorado. Era
difícil sus- traerse a la efervescencia estudiantil del ‘68, aunque
la condición de extranjera limitaba la participación activa. La
inserción en el medio francés en esa circuns- tancia no era fácil.
Con algunos amigos mexicanos y argentinos íbamos a las tertulias de
la Embajada a conversar con Cortázar y otros y a las distintas aulas
a escuchar los discursos encendidos de
En cuanto al Doctorado de III Ciclo, como se llamaba,
fue magnífico estudiar con Balandier. Porque en aquel momento él
estaba en lo que podríamos llamar su “etapa sociológica”; su labor
conocida en la teoría antropológica stric- to sensu
vendría después, desde fines de los ’60 y fundamentalmente en
los ‘70. Mi intuición es que en los ’50 y ‘60 esto era así no tanto
por una diferencia con los métodos y las formas de encarar los
objetos, sino por su decidida oposición al estructuralismo clásico.
Balandier siempre hablaba de la cultura como proceso inacabado. Pero
ser antropólogo, francés, y oponerse al estructuralismo en aque- lla
época, supongo que no era fácil. A mí me entusiasmaba todo el tiempo
un aspecto del discurso y la visión de Balandier: su idea de que la
También asistí a conferencias de
3Se refiere a Balandier, 1974.
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tenerlo como conferencista en El Colegio de México en los años ’80, cuando iniciábamos los estudios de África.
-¿Pudo en ese momento hacer trabajo de campo en África?
-No. No todavía. En efecto, la estancia en Paris terminaba con un viaje para trabajo de campo, incluido en la beca UNESCO. Pero África Subsahariana no estaba contemplada como posibilidad. Entonces fui a Medio Oriente, en un viaje de algunos meses por Siria, Egipto y Líbano que me introdujo al mundo musul- mán. De esa estancia hay algunas experiencias imborrables: ser acogida durante cuatro meses por la familia egipcia y musulmana de una colega, en un barrio antiguo de El Cairo y oír mi nombre en el llamado a la oración; o tomar un coche en Damasco para visitar Palmira atravesando un desierto que incluyó un descan- so inesperado en un campamento de beduinos, familiares del taxista. La ampli- tud del mundo que ese viaje me ofreció fue increíble y generó un interés por el Islam que pude plasmar en posteriores trabajos sobre campesinado y movimien- tos islámicos.
-Pero su proyecto de doctorado en París era otro. ¿Iba a escribir su tesis en Paris?
-Aquí se
dio una coyuntura especial. Mi proyecto de tesis que ya había
presenta- do en la Sorbona, dirigido por Balandier, era un análisis
de la dimensión política del kimbanguismo,
el culto cristiano “creado”
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Sin embargo, en ese momento llegó, inesperadamente, una carta de Gra- ciela de la Lama donde me proponía un nombramiento de profesora de Historia del Medio Oriente en El Colegio de México. No lo pensé mucho. Sentí que era eso lo que debía hacer y regresé a México. El corolario fue que no terminé la diserta- ción doctoral. Había otras urgencias, otros compromisos que creí necesario aten- der y cumplir. Muchos años después supe que había sido un plan de las autorida- des del Colegio: enviar a esa primera generación para luego reclutarla como recursos profesionales al terminar los cursos de doctorado.
- Aquí empieza probablemente la etapa de docencia y producción de investiga- ción en México.
- Así es. Desde 1969 hasta 1982 di clases de Historia y Problemas Contemporá- neos de Medio Oriente y África del Norte en el Centro de Estudios Orientales y en el Centro de Estudios Internacionales de El Colegio. Sin embargo, seguí investi- gando y publiqué trabajos sobre África en esa época, especialmente sobre Sene- gal. Este período fue muy importante para reunir bibliografía y trabajar sobre líneas de pensamiento a las que siempre intento volver y dejar en claro con los estudiantes: una de ellas es la artificialidad de la separación entre “África del Norte o Islámica” y “África Subsahariana o Negra”. Esa es una separación colo- nial, que nada tiene que ver con la profunda historia de relaciones e intercam- bios. La idea del Sahara como frontera infranqueable es absolutamente euro- pea, no africana.
Pero lo que los años ’70 tuvieron de capital para mí, fue comenzar a trabajar en un grupo de investigación dirigido por el que, como dije, considero mi gran maestro: el historiador indio Prodyot Mukherjee. Mukherjee era un intelec- tual marxista de primera línea, formado en India y en Praga. Vino a México con un propósito doble: enseñar Historia de la India y estudiar el papel de los campe- sinos en la Revolución Mexicana, especialmente el zapatismo. Lo primero que hizo fue cuestionar férreamente la idea formativa del Centro, en ese momento de “Estudios Orientales”. Nos conminó a revisar la “idea” de Oriente y considerarla como una divisoria no sólo europea, sino imperial. Estoy hablando de varios años antes que apareciera el libro famoso de Said.4 Mukherjee organizó un sólido equipo de trabajo cuyo eje era el sujeto colectivo que cautivó mi atención hasta hoy: el campesinado. Prodyot coordinó un Seminario Integral que se llamaba “Campesinado y Nación en Asia, África y América Latina” del que formaron parte, entre otros, el antropólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla, el historia- dor francés Jean Meyer mientras preparaba su gran tesis sobre el movimiento cristero y en el que recibimos a varios especialistas extranjeros. De El Colegio
4Said, 1978.
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participábamos Thiago Cintra, Michiko Tanaka, Susana Devalle y yo. Con éstas dos colegas, compilamos un libro5 como resultado del seminario que se sumó a otro, pionero, editado por Mukherjee6 . En el marco de este proyecto trabajé sobre Islam y campesinado: las articulaciones internas del movimiento madhis- ta, la revolución iraní con la conciencia campesina nacional y su resistencia al colonialismo7. Lo que en este grupo tratábamos de comprender era al sujeto campesino como actor político conciente, y como elemento capital en los nuevos nacionalismos. En otro lado del mundo, por esas mismas épocas, se gestaban ideas similares bajo lo que luego sería la escuela de Estudios de Subalternidad, sin que supiéramos de ellos, por supuesto, ni menos ellos de nosotros!. No traba- jábamos la idea de subalternidad pero sí rechazábamos la división campesinado/ proletariado como barrera de conciencia política, o el binarismo entre acciones “pre” políticas y políticas.
-Pero al mismo tiempo, esos eran los años duros de la Argentina, los de la última dictadura. ¿Cómo vivió ese tiempo aquí?
-Atravesada por el dolor. Como muchos, perdí amigos, colegas y estudiantes. Compartí horas de angustia por el terror, acompañé por teléfono las rutas de huída. Desde aquí hice lo que tenía que hacer, nada más. Recibí mucha gente en mi casa, parte de la cual no conocía. No había tiempo para preguntar. Organiza- mos con otros argentinos residentes, algunas redes de contacto e inserción de personas, aprovechando la coyuntura receptiva del gobierno mexicano. Historias que no merecen otro nombre que el del horror.
-Luego llega el turno a África en el Colegio. ¿Cómo se gestó esa especie de odisea institucional?
-Realmente fue algo así como una odisea. La UNESCO aceptó la propuesta de El Colegio para crear un área de África y nuestro Centro pasó a llamarse de Estudios de Asia y África, a partir de 1982. Pese al nuevo lugar de África en el Centro, el Área de Medio Oriente no renunció a África del Norte. En términos académicos era coherente por la importancia del Islam y la necesidad de que quienes estudiaran el Maghreb aprendieran árabe y fundamentos del Islam. A la consolidación del área de África me aboqué casi por entero durante años, con el decidido apoyo del Centro y especialmente de Víctor Urquidi, Presidente de El Colegio. Para preparar el proyecto nos ayudó entonces y después dictó cursos, el
5Agüero, Devalle, Tanaka (comps), 1981.
6Mukherjee, 1974.
7Véase además Agüero, 1971; Agüero, 1982.
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gran politólogo keniano Peter Anyang Nyong’o
Desde el inicio recibimos alumnos de toda Latinoamérica, además de mexicanos y algunos africanos, en diferentes generaciones de maestría y luego de doctorado: de Cuba, Colombia, Brasil, Chile, Venezuela, Costa Rica, Puerto Rico, y por supuesto Argentina. La generación de estudiantes de maestría que acaba de incorporarse en 2007 es la onceava. Dada la categoría de Centro Regional otorgada por la UNESCO para difundir los estudios de Asia y África siempre estuvimos en contacto con universidades de América Latina para reclu- tar estudiantes.
Yo me hice cargo de los primeros cursos de Historia e Historiografía de África en la maestría. Siempre mantuve esa especie de complementación, por un lado mis investigaciones y preocupaciones contemporáneas, pero enseñé durante casi veinte años Historiografía e Historia Antigua de África. Lo importante, creo, es abandonar esa concepción por la cual África entra a la historia desde la Conferencia de Berlín de 1884, cuando los europeos se reparten sus territorios. No se entiende nada de la profundidad de la experiencia de los pueblos que llegan al siglo XVIII con un desarrollo impresionante, en la antesala del colonia- lismo. Y eso se estudia poco. A su vez, la idea fue siempre incluir otras líneas de trabajo sobre la iniciativa histórica de los pueblos, endógena, la complejidad de la tradición oral como fuente, y la consolidación social, cultural, tecnológica y política de las sociedades africanas antes del siglo XIX. La idea de Ade Ajayi8 sobre el período colonial como “una noche en la historia profunda de los pueblos africanos”9 me impulsaba a crear un programa en el que Europa se viera, desde el siglo XVI, como un actor marginal en los procesos históricos internos: muchos pueblos aprovechan la entrada de Europa para resolver estratégicamente proble- mas internos y de equilibrio político. Las alianzas que los estados o confederacio- nes africanas hacían con Europa (al menos hasta el siglo XIX) no tenían a Fran- cia o Inglaterra como centro, sino al propio uso que podían hacer de estos nuevos
8Historiador nigeriano, profesor en las Universidades de Columbia, Lagos, Londres e Ibadan.
9Ajayi, 1989.
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M. Rufer Universidad, sociedad y trayectoria: entrevista a celma agüero
actores “blancos”
- En medio de la apertura del Área usted realiza un importante viaje de investiga- ción a África Subsahariana que será la génesis de sus dos proyectos actuales de trabajo. Háblenos de eso.
-Sí, fue entre 1986 y 87. Hice en dos partes ese largo viaje, cada una con su importancia. Primero fui a Paris para invitar como profesor al historiador Jean Devisse. Dado que él no podría, me propuso a un discípulo senegalés de primera línea. Se trataba de Yoro Fall, con quien trabajaría después en el Proyecto Atlán- tico que presentamos ahora en esta revista. Ahí lo conocí y lo reencontré en África unos meses mas tarde.
Luego llegué finalmente a Senegal. Aquí el propósito era claro para mí. En los años de estudio con Mukherjee descubrí los análisis de una antropóloga inglesa fascinante, Adrian Adams, que trabajaba el conocimiento endógeno de los campesinos del río Senegal. En su libro pionero en estudios de aldeas campe- sinas10, ella conjugaba la idea “generativa” de las sociedades, con un conoci- miento profundo de su transmisión histórica. Con Adams intercambié correspon- dencia y quedamos en que trabajaría con ella en la aldea soninké de Kungani, en las márgenes del río Senegal, donde vivió, investigó y militó hasta su temprana muerte en el 2000. Primero pasé por Dakar y por la Universidad Cheikh Anta Diop donde Yoro Fall, en largas sesiones de trabajo me introdujo a una historia inédita. Como buen discípulo de Devisse tenía en claro la historia formativa de las poblaciones mediterráneas desde la Edad Media. Pero luego me hablaba de las navegaciones africanas, de los hallazgos arqueológicos, del comercio fluido y de los intercambios documentados que había con América del Sur desde el siglo XIV, con mucha tranquilidad. Nunca, en sus fundamentos, oí hablar de Colón o la Conquista o 1492. Era otro Atlántico, otros actores, otra temporalidad, otro espacio.
Luego, en una avioneta pequeña, fui a Kungani a encontrarme con los campesinos y con Adrian Adams. Una experiencia inolvidable, absolutamente. Desde los cielos nocturnos de la sabana que no volví a ver iguales, hasta la comprensión cabal de lo que era la vida campesina a lo largo del río, con sucesi- vas organizaciones de redes aldeanas que pactaban los flujos comerciales, se comunicaban a lo largo del hilo fluvial en una serie de rituales y prácticas comu- nitarias que incluían una dimensión de “economía política” y un impresionante conocimiento del entorno geoecológico. A partir de aquí resistían a la imposición centralizada de los precios, controlando la oferta y la demanda desde la organi-
10Adams, 1977.
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zación interaldeana. Adams me hablaba de sus ideas sobre el “desarrollo campe- sino” y de su lucha para legitimar los saberes internos de esos pueblos ante el estado senegalés que no daba ninguna cabida a sus demandas ni legitimidad a sus conocimientos. Tenían saberes históricamente transmitidos sobre riego, esta- ciones, rotación de cultivos y lo que ahora llaman “sustentabilidad”. Empezaban a sentirse ya los primeros embates de lo que después serían las políticas de ajuste estructural y de los organismos como el FMI y el Banco Mundial, que con una ignorancia profunda pretendían “educar al campesino”. Ahí trabajé un tiempo, casi siempre observando, haciendo algunas entrevistas. Los resultados de esa investigación salieron en algunos artículos, uno publicado en un libro sobre ali- mentación en el Tercer Mundo,11 y también una contribución en el libro que compilé cuando el área de África del CEAA cumplió diez años.12 Inspirada en las ideas de Mukherjee, allí recuperaba un poco las vertientes de la teoría generativa, las iniciativas endógenas y las nuevas tendencias para trabajar desde la historia antropológica con ideas distintas al “paradigma” establecido sobre seguridad alimentaria por el Banco Mundial y el FMI.
-Luego vino el Proyecto Atlántico del que no voy a preguntar porque es motivo central de estos artículos. Sin embargo ese proyecto implica, en parte, una revi- sión epistemológica. Una especie de idea de “provincializar Europa” para usar una expresión en boga, pero con la construcción de horizontes concretos de investigación empírica, de objetos que abran camino. En este sentido, ¿qué cree que nos falta, Celma, en la universidad, en la construcción de planes de estudio y de líneas de trabajo desde la historia?
-En
realidad, falta mucho... Muchísimo. Recuerdo que con Pila,
hace muchos años, ideamos un proyecto para estudiar el Mediterráneo a
profundidad en semi- narios que dictaríamos en México y Argentina. La
loca ocurrencia incluía partir de Braudel pero con otro mapa, un mapa
más profundo de espacio y tiempo donde África tuviera otra cabida.
Nunca lo concretamos, como suele pasar con estas cosas. Pero esa idea
tenía un centro eje que propusimos después en el Proyecto Atlántico
con Yoro, del que Pila participó
activamente:
Tengo la sensación de que hay cosas que realmente nos siguen faltando: una recuperación de lo mejor de nuestras tradiciones intelectuales locales de los años ‘60 y ‘70 por ejemplo (digo “nuestras” por latinoamericanas) haciéndolas dialogar con las africanas o asiáticas de la descolonización, unido a un replanteo concreto de las unidades de análisis y de los sujetos analizados. Cuando el pro-
11Agüero, 1990.
12Agüero, 1992.
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M. Rufer Universidad, sociedad y trayectoria: entrevista a celma agüero
yecto Atlántico promueve otra visión del espacio, de las unidades temporales y de la circulación y también legitimación de los saberes, el punto no es sólo una exposición de todo esto, una aceptación de que ‘existen’ al mejor estilo del “mul- ticulturalismo” neoliberal. Al contrario, la idea es recomponer otra memoria his- tórica para el mundo contemporáneo, ya no el tiers monde; digamos, el “sur global”. Si lográramos una comprensión cabal de que hay otras formas de narrar la experiencia histórica desde el espacio, el tiempo y los actores, y de que tam- bién es eso lo que Prigoyine llamó “el fin de las certidumbres”,13 esto nos ayuda- ría a plasmar otras iniciativas, nuevas solidaridades. Especialmente en este mo- mento en que científicos sociales africanos dan importancia a las relaciones at- lánticas desde nuevas perspectivas.
-¿Cuáles son ahora los proyectos de Celma?
-¿Proyectos? ¡Tantos…! Siempre tengo muchos y eso es lo bueno... Por un lado, el libro que quisiera escribir sobre campesinos del Sahel contemporáneo. Tam- bién me propongo seguir de cerca el proyecto del Atlántico que ha producido estudios en Cuba, Brasil, México, Costa Rica, Argentina y Colombia. Sería im- portante una reunión para discutir resultados y preparar una publicación. Estos son los principales entre otros. Ah… en lo personal, hay uno que está siempre en ejecución. Tengo una especie de “seminario permanente” conmigo misma en el jardín de Tepoztlán. Ahí, de cara a un cerro igualito al Pan de Azúcar de Córdo- ba, cultivo una pequeña milpa de maíz todos los años, y hay un ceibo que planté hace poco al quiero ver crecer más fuerte, echando raíces…
Villa Olímpica, Tlalpan.México D.F., 23 y 26 de Noviembre de 2007.
Bibliografía Referida
Adams, Adrian, 1977, Le long voyage des gens du fleuve, Maspero, Paris.
Agüero, Celma, 1971, “El sentido social de un movimiento religioso: el Mahdis- mo en África Moderna”, Estudios Orientales, 16, El Colegio de México, México.
Agüero, Celma; Devalle, Susana; Tanaka, Michiko (comps.), 1981, Peasantry and National Integration, Series Memories XXX International Conference on Social Sciences in Asia and North Africa, El Colegio de Mexico, Méxi-
13Prigoyine, 1996.
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co. [Editado en español: Campesinado e Integración Nacional, El Colegio de México, México, 1982.]
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