DIÁLOGOS ATLÁNTICOS Y CONSTRUCCIÓN DE CONOCIMIENTOS: PROYECTO EL ATLÁNTICO SUR COMO HISTORIA Y PROSPECTIVA”. UNA INTRODUCCIÓN.

Celma Agüero*

Mario Rufer**

Las experiencias de estudio y discusión sobre las relaciones entre socieda- des del Atlántico Sur realizadas en México, Colombia, Brasil, Senegal y Sudáfri- ca, por investigadores de uno y otro lado del océano mostraron la necesidad de acudir a las epistemologías locales como eje fundamental de reflexión teórica en la construcción de los diálogos históricos y contemporáneos entre África y Amé- rica Latina.

El seminario que ha estado convocando a diferentes estudiosos y del que aquí presentamos algunos resultados, se titula El Atlántico Sur: intercambio de personas, ideas, productos y técnicas entre África y América Latina. Historia y prospectiva.1 El Proyecto nació del diálogo entre intelectuales africanos y latinoa- mericanos en el marco docente y de investigación del programa de estudios de África en el Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México.2 Pasó por diferentes etapas de investigación conjunta y localizada, y contó con la coor- dinación general del historiador senegalés Yoro Fall, de la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar y profesor visitante de El Colegio en varias ocasiones, y Celma Agüero, Profesora de Historia de África en esa institución mexicana.3

*Profesora-Investigadora – El Colegio de México (CEAA).

**Candidato a Doctor – El Colegio de México (CEAA).

1El seminario se constituyó como proyecto colectivo de diferentes instituciones en 1992 durante un encuentro realizado en El Colegio de México. Recibió diversos subsidios desde ese momento, otorgado por las siguientes instituciones: UNESCO-Programa “Ruta del Esclavo”, Fundación Ford, ANUIES-México, CLACSO-“Programa Sur-Sur”, Universidad Candido Mendes (Brasil).

2A su vez, de este proyecto se desprende una línea de trabajo bajo el título “Conocimientos endógenos y Renacimiento Africano en la construcción del diálogo Atlántico”, dirigido por Celma Agüero, con sede en el Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México.

3Además, dentro de los intelectuales e instituciones africanas que participan del proyecto se encuentran a Carlos Cardoso (Universidad de Guinea Bissau), David Fig (Universidad de Witswatersrand, Johannesburgo), John Daniel (Universidad de Durban, Sudáfrica), Paul N’kwie (Universidad de Yaoundé, Camerún), Nicholas Mbwe (Universidad Omar Bongo, Gabón). Por Latinoamérica, además de los autores de los textos aquí presentados, debemos mencionar la participación como investigadores de Flavio Sobmbra (Universidad de Sao Paulo), Maureen Warner-Lewis (Universidad de Kingston, Jamaica), Paul Lewis (Universidad de West Indes,

Cuadernos de Historia, Serie Ec. y Soc., N° 9, CIFFyH-UNC, Córdoba 2007, pp. 157-170

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El Seminario ha establecido un programa de cooperación intelectual inte- rregional (África-América Latina) que, a partir del estado de las investigaciones y el desarrollo de los estudios, constituye un polo alternativo de conocimientos sobre el Atlántico Sur. Ha puesto el énfasis inicial en la historia temprana de la trata de esclavos que ha estimulado la presencia de culturas africanas en el seno de las sociedades latinoamericanas desde la época de la conquista y coloniza- ción. El programa ha ido revelando la amplitud y diversidad de las influencias recíprocas en dominios como el pensamiento, las artes, las culturas tecnológicas, las formas de producción y de intercambios, de circulación constante de hom- bres y mujeres a través del Atlántico.

Teniendo en cuenta la proximidad cultural y las mutaciones que caracte- rizan a América Latina y a África como sociedades de “auto-generación” cultural y de relaciones propias que preceden a la triangulación con Europa (Emeagwali, 2003) se ha trabajado en el análisis de las vías posibles de comparación y re- flexión común, y en la construcción de un espacio de diálogo desde las perspec- tivas de las relaciones interculturales.

Se ha estimulado, al mismo tiempo, la investigación transdisciplinaria con el fin de conocer la relación de dos mundos en mutación desde el inicio de sus intercambios. En este sentido, la perspectiva histórica sentó las bases para un análisis que pudiera indagar en nuevas unidades temporales y en una revisión de las fuentes disponibles. Pero a su vez, la perspectiva socio-antropológica de corte etnográfico y en algunos casos estadístico, permitió no sólo observar la “puesta en escena” de los “productos culturales” nacidos de ese intercambio generativo, sino también las formas dinámicas (generalmente invisibilizadas) en que esos productos y patrones africanos en América Latina y viceversa, son generadores de adaptación y transformación cultural. Se ha establecido un espacio común de reflexión teórica entre investigadores de ambos continentes desde el punto de vista de la endogeneidad (Ki-Zerbo, 1992; Houtondji, 1994) teniendo en cuenta las epistemologías locales, los recursos comparativos y contrastivos, en el marco de las endo-historias. Hablar de endo-historia no implica sólo establecer la “voz” de historias locales y sujetos desplazados, sino sobre todo recuperar la “particula- ridad de perspectivas narrativas” que incluyen sistemas epistémicos de construc- ción de la conciencia histórica (con su respectiva poética y temporalidad) que deben recibir la legitimidad que la producción occidentalizada de saberes les negó sistemáticamente. (Falola, 2000, Axiel-Seivers, 2002, Lander (este volu- men), Rufer, 2007). En este sentido se ha destacado la necesidad de realizar investigaciones transdisciplinarias para el Atlántico Sur del siglo XXI sobre las

Jamaica), David González (CEAMO, Cuba), Marisa Pineau (UBA, Argentina), Marta Mafia (UNLP, Argentina), Rafael Díaz Díaz (Universidad Javeriana, Colombia), Mónica Lima (Uni- versidad Fluminense, Brasil).

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herencias culturales como un complejo de articulación histórica (y no como una “instantánea” antropológica a recuperar). A su vez, se ha visualizado el campo de investigación y reflexión teórica que permite establecer las pautas de construc- ción de una historia de larga duración del Atlántico Sur, como espacio formativo de relaciones autónomas (y no derivativo de un esquema eurocéntrico).

Las líneas de partida: conocimiento endógeno, espistemologías, legitimación

Las Historias que se han escrito sobre África y América son historias de continentes que por mucho tiempo se han desconocido mutuamente, aunque desde el siglo XVI hombres y mujeres hayan estado en circulación a través del Atlántico, y con ellos sus identidades, sus conocimientos, sus culturas e ideas, sus lenguas portadoras de antiguas tradiciones de pensamiento y de acción creativa y esencialmente sus memorias.

Del mismo modo, las historias de conexiones, desconexiones y reconexio- nes entre los dos continentes han estado imbricadas con la trama narrativa de las historias de las potencias europeas que dominaron el Atlántico en distintas eta- pas, a ambos lados de sus costas. Pero la riqueza de los hechos que estructuraron las fluctuaciones de las vínculos entre América Latina y África aparecen en estu- dios que desde nuevas perspectivas se están realizado en cada lado del océano (Friedmann en este volumen, Mignolo 2000, Agüero 1998). Ese espacio exige un análisis y una reflexión sobre las transformaciones de ambos mundos y sobre las pulsiones que han construido y construyen sus historias.

Otra vertiente temática, la de la contemporaneidad de las relaciones entre América Latina y África en la diversidad de sus propuestas, anuncia las pautas de conexión que parecen adentrarse en este comienzo de milenio. Las relaciones económicas y políticas que los países de África y América Latina han establecido en las últimas décadas, ofrecen un rico material de reflexión sobre el espacio Atlántico y sus nuevas realidades. Investigar sobre las diferencias y afinidades de la reinserción de los dos continentes en la fase actual de las relaciones internacio- nales permite descubrir otras líneas de conexión atlántica.

En esta relectura es fundamental transitar del racionalismo dominante a la re(la)cionalidad, para comprender las relaciones de los hombres con el medio ambiente, ahora que las culturas han tomado el lugar de la naturaleza y parecen haber borrado la historicidad dependendiente de esas relaciones. Aquí, constatar que la economía mundial es encadenamiento de endo-economías y que el desa- rrollo de las economías ligado al desarrollo cultural es un desafío que lleva nue- vos nombres (Randles y Wachtel, 1978; Pradervand, 1989; Carney 2001ª, 2001b): uno de ellos es el pluralismo que asegura la cohesión social y se expresa en la convivencia difícil (pero real) de culturas y etnias al interior de los estados nacio-

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nales, atravesadas en el momento actual por la afirmación de identidades histó- ricas que han tenido su propio proceso de maduración (como producto cultural y como estrategia política). En esa “maduración” intervienen estructuras tensas y contradictorias de dominación y sujeción, y proyectos siempre inacabados de hegemonía. Es aquí donde se inserta el potencial de nuevas estructuras de saber, formas situacionales de construcción de las narrativas en ciencias sociales. En esta línea, un elemento clave es eliminar la triangulación supeditada del espacio Atlántico como una derivación histórica del sujeto “Europa” en el desarrollo vertiginoso de la universalización del capitalismo y de las formas que conocemos de poder global. El estudio de las relaciones atlánticas desde los saberes y cons- trucciones intelectuales de las sociedades sujetos de la historia es un desafío epistemológico presente en cada conjunto temático del “Proyecto Atlántico”. Esto presenta, por supuesto, otro problema claro: la articulación de esos saberes en un lenguaje que “cumpla” con las reglas de operación que autorizan a las ciencias sociales, canonizan el saber académico y empoderan a los argumentos; y, al mismo tiempo, la generación de un lenguaje que pueda cuestionar esos esquemas regulatorios desde propuestas alternas (Lander, este volumen, Rufer, 2007). Así, las epistemologías locales pretenden funcionar como eje de reflexión teórica indispensable en la reconstrucción de los diálogos históricos contemporá- neos (Houtondji, 1994; Agüero, 1998). Nuestra propuesta ha estado proporcio- nando datos para rescatar las endohistorias que aportan voces y visiones desde las experiencias más profundas de las sociedades involucradas.

Otro eje de discusión es el de la endogeneidad: un concepto abierto que se refiere a los seres históricos capaces de creatividad científica en el despliegue de la vitalidad intrínseca que es la aprehensión de la realidad por la acción. Aquí, la apertura teórica no va sólo dirigida a la importancia de “reconocer” las relaciones históricas entre pueblos africanos y americanos del sur desde mucho antes del siglo XVI (por lo cual decir “latinoamericanos” sería un anacronismo), sino la de visualizar y comenzar a analizar patrones compartidos en las visiones de mundo y aprehensión de la realidad. Es necesario que la figura clásica en los pasos de “predicción, regulación y control” que dominan gran parte de la fenomenología occidental(izada) dé lugar a un estudio histórico de las “epistemologías de inte- racción” con el espacio natural (presente en todos los estudios sobre las etiologías “tradicionales” –pero no estáticas— y conocimientos precisos de los campesinos, por ejemplo, a uno y otro lado del Atlántico). (Agüero, 1998; Carney, 2001b). Este dinamismo es productor de saberes que constituyen cuerpos de conocimien- to vividos por las sociedades como parte integrante de su propia historia y de los momentos de permanente asentamiento, con la apropiación de elementos “ex- ternos”.

La transdisciplinariedad aparece como la vía más adecuada para lograr que el conocimiento alcance la necesaria totalidad de la experiencia y profundice

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sus dinamismos. Los interrogantes de la historia, proyectados en situaciones con- temporáneas de intercambio, dan cuenta de las vitalidades presentes en las so- ciedades y hacen visibles los diálogos en el sur. De este lado del Atlántico esos intercambios y aportes están expresados en la riqueza de los lenguajes de la vida cotidiana actual en las sociedades de América Latina que nombran identidades, parentescos, vida familiar, herencias, conocimientos científicos y técnicos, pen- samientos religiosos y estéticos desde una vigorosa acumulación histórica y se- mántica africanas, vigentes (Friedmann, este volumen, Cardoso, 1999, Frigerio, 2005).

Pero un elemento clave es aclarar que el problema central no estriba sólo en “exponer” que existen estas relaciones, formas internas (o en el peor de los casos “supervivencias”, “resabios”) de elementos de la “tradición” que son adap- tados a los imperativos de la modernización. Eso está altamente documentado en la tradición socio antropológica desde el estructuralismo. Debemos romper no sólo con la concepción garante del progreso (con cuyos imperativos lógicos ag- giornados, el mundo globalizado sigue funcionando), sino con el patrón flèche du temps que domina la visión de las relaciones humanas y la aprehensión de la naturaleza (Prigoyine, 1996). Es ese el primer elemento para desestructurar el esquema binario tradición/modernidad (cuestionado en la academia pero tan presente en la operación con prácticas sociales), y atacar desde el estudio empí- rico con herramientas teóricas precisas, a la “colonialidad del saber” (Lander 2000).

Las pautas de la historia y la cultura: las relaciones.

Desde muy temprana data los conquistadores españoles llegaron a las costas de América acompañados de esclavos africanos, transportando cabezas de ganado, bovino y caballar indispensables para resolver problemas de alimen- tación y de transporte. Los esclavos africanos, inmediatos responsables de criar ese ganado aplicaron la eficacia de sus profundos conocimientos. No solo difun- dieron las técnicas avanzadas de la cría, sino también las de reproducción, ali- mentación, condiciones de salud y enfermedad, además de la sabiduría sobre suelos, pastos, climas en el difícil arte de la adaptación. En las llanuras de gana- deros y de agricultores en Argentina y en Uruguay hasta el siglo XIX, los afrodes- cendientes fueron los más apreciados cuidadores del ganado de las grandes ha- ciendas, destinado a la exportación. Su presencia periódica era indispensable para asegurar la salud del ganado, la yerra, la esquila y fundamentalmente la doma de potros. Bajo su responsabilidad estaban todas las actividades relacio- nadas con la producción y cría de mulas y de bueyes, indispensables para el transporte terrestre de mercancías y personas que atravesaba el continente desde

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Buenos Aires por Chile y por las rutas de Argentina y Bolivia hasta Perú en Sudamérica.

Un objetivo central que el proyecto persigue es el de empezar a considerar un cambio concreto en las unidades de análisis. Evidentemente las innumerables contribuciones que ya existen acerca de la esclavitud y el trabajo esclavo como parte ineludible del “sistema colonial” en sus fases de consolidación y crisis, ha producido avances importantes en la historiografía, para comprender más cabal- mente el lugar de los afrodescendientes en las estructuras productivas y en la generación de sociabilidad colonial. Sin embargo, es necesario un desplazamien- to que permita conectar a la población de origen africano y su reproducción socio cultural en América con África, con la temporalidad amplia del continente y empezar a flexibilizar dos ideas tácitas (pero estructurantes de las líneas de investigación) que predominan en la historiografía colonial latinoamericana, y que son erradas: a) la de que los africanos “conocen” América cuando llegan como esclavos; b) la de que jamás vuelven a tener conexión alguna con su tierra (en términos de comunicación e intercambios) una vez que pisan el continente en el que serán “cosificados” como esclavos.4 Esa mirada, que tal vez de manera no intencional sigue las pautas del pensamiento eurocentrado al trasladar la lógica de iure colonial (el sujeto “cosificado”, de-subjetivado) al funcionamiento del proceso histórico (que poco tenía que ver con eso), está siendo ampliada por quienes, utilizando herramientas de etnohistoria, arqueología y etnolingüística están comenzando a ver el sistema capilar, probablemente inadvertido por la colonia española y portuguesa, por medio del cual circuló, entre el siglo XVI y el XIX, un intenso “tráfico”: de comunicaciones por medio de danzas rituales que tal vez deberíamos llamar “actos preformativos” (Warner, 1990), de elementos rituales y de uso (por medio de los ayudantes de las embarcaciones que volvían a reclutar esclavos, o de los propios esclavos que se utilizaban como personal en los barcos) (Middle Hall, 2007), de órdenes y configuraciones políticas (a través de mensajes codificados en los artefactos culturales de esos mismos hombres y en el caso de Brasil y de manera clarísima, de los retournés) (Sarracino, 1988). Esto sin embargo, no tiene aún la fuerza necesaria para emprender nuevas líneas de investigación, por ejemplo dentro de la historiografía colonial latinoamerica- na, si consideramos la apertura teórica que impera en otras disciplinas como la antropología social y simbólica; o en los nuevos estudios culturales y poscolonia- les (en sus vertientes locales, “sureñas”, más sólidas). Y esto parece ser así por- que implica una nueva lectura del “archivo” en sentido amplio, y una re-configu- ración de la idea de evidencia histórica para poder aprehender esas conexiones

4Una excepción en este sentido lo constituye el esfuerzo colectivo aparecido en Cáceres (comp.), 2001.

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(sobre lo que ya se ha reflexionado y escrito mucho en espacios como Asia y África [Feierman, 1999; Lalu, 2000; Cooper, 2005; Rufer, 2007]).

Dentro del sistema colonial, como sabemos, los africanos y sus descen- dientes fueron los muleros y los arrieros en épocas de paz y de guerra en la casi totalidad de las sociedades del continente (Martinez Montiel, 1995; Solomiansky, 2003). La transmisión de los conocimientos de ganadería tuvo su complemento en la adquisición de los secretos de la artesanía de la piel que permitía reconocer su calidad hasta su aplicación pasando por las más diversas técnicas de conser- vación aptas para los usos en el transporte, el equipo militar , la zapatería y los instrumentos musicales, etc. Desde actividades en las curtiembres y las talabarte- rías hasta la marroquinería, las técnicas y los productos alcanzaron la calidad que mostraban los objetos de origen africano (Velásquez y Correa, 2005).

Y en la industria alimenticia, las antiguas técnicas ampliamente conoci- das por las sociedades africanas sobre el uso de la sal en la conservación de alimentos transitaron del ambiente doméstico a la producción industrial. Los saladeros, grandes establecimientos de las zonas ganaderas construidos con ase- sorías de africanos conocedores de la técnica, surgieron en las dos orillas del Río de La Plata. Como ha sido ampliamente estudiado ya, el producto (la carne seca y salada) era distribuido en las zonas portuarias como material de gran demanda para el abastecimiento de barcos. Además era objeto de exportación hacia el norte a través de las rutas de Brasil y del alto Perú (machaca, cecina, charqui, tasajo, son algunos de los nombres que aún hoy tiene la carne seca y salada en el uso de la culinaria latinoamericana, de tronco lingüístico yoruba y bantú). Esos dos casos muestran transferencias de conocimiento de técnicas africanas adaptadas a las condiciones locales de producción y de consumo.

En términos de agricultura, el universo de encuentros, intercambios y adap- taciones de uno y del otro lado del Atlántico da cuenta del dinamismo de las sociedades campesinas para ampliar su espectro de conocimientos y de produc- ción. Esa realidad invisibilizada por mucho tiempo, está emergiendo en estudios que desde distintas disciplinas descubren las redes de transferencia y adaptacio- nes de conocimientos, de técnicas agrícolas, pero también de conocimiento pro- fundo de plantas medicinales que, en muchos casos, fue redescubrimiento de propiedades similares en plantas americanas, conocidas por los médicos indíge- nas (Warner Lewis, 1996). Eso da origen a un diálogo entre conocimientos y al desarrollo de una medicina local de alto nivel de eficacia y de capacidad para curar enfermedades provenientes de los nuevos habitantes de otras latitudes.

Una actitud semejante existe con la selección de los árboles cuyas made- ras son las más aptas para los distintos usos de la construcción. Hay estudios sobre diseños arquitectónicos y técnicas de construcción africanas aplicadas en los edificios de madera que están en uso en Carolina del sur y en el Caribe como prueba no sólo de la transferencia de esos conocimientos sino de la funcionali-

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dad de las construcciones para climas tropicales que están actualmente en pie y siguen siendo modelo por su resistencia y funcionalidad (Tales dos Santos, 2005).

Fruto importante del intercambio de experiencias de adopción de cereales alimenticios es el arroz. Producto originario de África Occidental entre Senegal, Gambia y Sierra Leona es hoy base fundamental de la cocina de América y del Caribe. El trabajo de adaptación y adopción del arroz estuvo realizado por escla- vos de grandes o pequeñas unidades de producción. Esa estrategia respondía, por otro lado, a las exigencias del mercado de exportación que obligó a los propietarios a estimular el aumento de la producción, en lugares como Carolina del Sur, que se convirtió en exportadora de arroz hacia Europa.

La reciente obra de Judith Carney, Black Rice,5 es una contribución a la historia de la cultura africana en el mundo Atlántico cuando afirma que arroz y esclavos no son realidades separadas, sino una sola realidad. Fueron los campe- sinos esclavizados de África Occidental quienes transmitieron su experiencia en tierras americanas. A partir de aquí sabemos que la historia del arroz en América es compleja, articulando espacios de orígenes asiáticos, con su traslado a África a comienzos del segundo milenio, y su adaptación y adopción por una actividad milenaria y paciente en manos fundamentalmente de mujeres (ibid). La llegada del arroz al hemisferio occidental es muy anterior a las navegaciones europeas por los mares de Asia. La autora afirma que el arroz y su producción llegó al Nuevo Mundo como alimento gracias a los esclavos y especialmente a las muje- res africanas por su antiguo conocimiento sobre semillas, manipulación de técni- cas de cultivo, según los suelos, la calidad del riego además de las estrategias de transformación y conservación.

Por otra parte, la historia del cultivo del arroz en las tierras de América es la historia de una transferencia de conocimiento que depende de la difusión de un sistema cultural complejo desde la producción hasta el consumo. Allí se rela- cionan agricultura, tecnología y cultura, interactuando en una historia de super- vivencias africanas que están más visibles en las pequeñas parcelas de los escla- vos y en las preferencias de las comunidades cimarronas de América del Sur. Es en esos espacios donde los esclavos desarrollan toda su capacidad creativa en la adaptación agrícola al reproducir sus paisajes africanos, usando técnicas conoci- das y aplicadas cuidadosamente por las mujeres en los palenques y en los huer- tos locales, donde ellas asumían en muchos casos la responsabilidad de la pro- ducción del alimento.

El corolario es la noción ahora documentada de que los esclavos sobrevi- vieron a las crueldades del cautiverio gracias no sólo a sus prácticas religiosas y a las herencias y memorias familiares sino a la preservación de sus conocimientos

5Carney, 2001a.

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sobre el cultivo del arroz (Carney 2001 b). De ahí que frente a la cuestión de saber si los esclavos de África Occidental eran reclutados por su especialización en cultivo de arroz o si los esclavos expertos enseñaron a los propietarios blancos cómo adaptar en medios naturales diversos el arroz africano, ha provocado se- rias polémicas.

Los esclavos, en algunos casos (documentados para Jamaica y Brasil [Warner, 1990, Cardoso, 2004]) tenían derecho al cultivo en pequeñas parcelas domésticas, al intercambio de plantas con otros esclavos y especialmente a los contactos con cocineros y marinos de los barcos negreros que transportaban semillas en los cargamentos de alimentación para esclavos que llegaban a Amé- rica. Hay que recordar que los granos de arroz destinados a la siembra conserva- ban todos sus componentes y permanecían intactos para su germinación. Esto ofrecía las mejores condiciones para la adaptación a otros climas y a otros suelos y era función de los cocineros transportarlos cuidadosa y secretamente para los esclavos-agricultores en sus propias parcelas.

El otro tema importante en la transmisión de los conocimientos de agri- cultura se encuentra en el cultivo de plantas africanas como el ajonjolí, el sorgo y el ñame así como numerosas hierbas medicinales entre las que se cuenta el cannabis (marihuana). En sus propios sembradíos, los pueblos de África (particu- larmente de manera temprana los de África Occidental) desarrollaron la supervi- vencia y adaptación de plantas locales para el uso cotidiano, para la cura de enfermedades, la aplicación a rituales y fundamentalmente para una resistencia cultural con base en la preservación adaptativa de prácticas alimenticias. Esta tradición milenaria se propagó desde las tempranas relaciones ultramarinas pre- colombinas, luego con la sangría demográfica hacia América Latina, y retroali- mentada con las culturas de los “retornados” a África (Agüero, 1998). Hoy en día, esta expresión de intercambios parece ser una pieza central, en África, como expresión del Renacimiento Africano desde los saberes internos (Agüero 2003).

No podemos agotar aquí la riqueza de los intercambios, sino más bien advertir sobre su dinamismo antes de adentrarnos a los artículos que siguen, que son producto de las líneas del “Proyecto Atlántico”. Eso es parte de una historia densa de intercambios que el Seminario del Atlántico Sur se ha propuesto estu- diar y discutir en diálogo permanente. Los trabajos de los investigadores africa- nos y latinoamericanos se han discutido en encuentros nacionales e internacio- nales llevados a cabo en México, Cuba, Brasil, Argentina, Colombia y Costa Rica en ocasión de los congresos de la Asociación Latinoamericana de Estudios Afroasiáticos y se han publicado como libros o artículos en revistas especializa- das, como consta en las referencias bibliográficas de resultados que aquí se expo- nen.

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Construcción de conocimientos, revisión de los patrones históricos, y el espacio local argentino

Los textos presentados aquí cubren una variedad de aspectos del Proyec- to Atlántico. Al seleccionar los artículos de acuerdo a la relevancia dentro del proyecto y también a la potencial importancia dentro de la línea de Cuadernos de Historia, sabíamos que de los tres autores, dos han fallecido recientemente. Se trata de Nina S. de Friedmann y de María Elena “Pila” Vela. Ambas intelec- tuales reconocidas, han sido piezas centrales en sus países e instituciones (Univer- sidad Javeriana de Colombia y Universidad de Buenos Aires, Argentina) en la difusión y seguimiento del proyecto. Vaya la inclusión de estos textos a modo de modesto homenaje también.

El primero de los artículos de Edgardo Lander centra su atención en uno de los argumentos expuestos anteriormente: el de los aportes sociológicos del conocimiento, con una precisa exposición sobre las conformaciones y reconfigu- raciones contemporáneas del sistema mundo moderno colonial/imperial, ahon- dando en que, para usar una expresión conocida de Gayatri Spivak, “entre las técnicas de producción del conocimiento moderno y las estrategias coloniales de poder, no existe una relación de exterioridad.”6 La articulación entre la elección y el abordaje de los objetos de investigación y los sistemas socio-institucionales, ideológicos y artefactos narrativos que los legitiman y respaldan, merecen una vigilancia coherente que no siempre está presente en la formulación de los pro- yectos de investigación, y que la iniciativa sobre “El Atlántico…” intenta soste- ner. La separación (que sigue funcionando en la práctica de clasificación y finan- ciamiento de proyectos) entre la “teoría” y la “empiria” responde también a una forma eurocentrada y funcional (como dispositivo político y poético) de concebir la “actividad académica”. Lander ahonda desde una perspectiva sociológica y filosófica en estos problemas, tratando de unir en sus reflexiones, los esfuerzos que ha habido por exponer los mecanismos naturalizados de este funcionamien- to por un lado, y recuperar “particularidades” en términos de visión, saberes y epistemologías locales, por otro. Esto, en ambos lados del Atlántico, con una inserción precisa de los estudios que han surgido en Latinoamérica al amparo de los conceptos de Anibal Quijano y del autor mismo, la “colonialidad del poder” y “la colonialidad del saber”.

Por su parte, Nina S. de Friedmann nos presenta aquí un estudio que es un eslabón central en las ideas del proyecto, faltante por lo general en los estu- dios sobre relaciones África-América Latina. Partiendo de un conocimiento pre- ciso de la antropología histórica y la etnohistoria de cada uno de los continentes, la autora hace un recorrido por los intercambios precolombinos, los préstamos

6Spivak, 2000 :59.

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culturales y el posible impacto de esas interrelaciones en las sociedades internas. En un estudio que podríamos calificar de “macro”, que recorre tiempos y espa- cios, se conjuga el esfuerzo de una antropóloga que se caracterizó por tener dos flancos en su carrera: su trayectoria de investigar y escribir sobre Colombia y los distintos aspectos de la africanía y su adaptación en ese espacio tardocolonial y nacional; y su conocimiento minucioso y actualizado de la antropología y la historia africanas. Desde un esfuerzo peculiar a partir de conseguir bibliografía y productos de investigaciones realizadas no sólo sobre África sino también en instituciones africanas (trabajo nada fácil), Friedmann logra hacer un recuento de las tesis y argumentos más controvertidos sobre las relaciones intercontinentales, que siguen marcando líneas de investigación e hipótesis: por un lado, los proble- mas sobre el origen y la “difusión” de la agricultura y el rol africano allí, y los intercambios de productos llevados tempranamente a África significando un cam- bio en la alimentación ya para el siglo XVI. Por otro, un análisis de las hipótesis vertidas desde diferentes disciplinas y espacios institucionales, acerca de las posi- bilidades de las relaciones ultramarinas (pre-colombinas) entre África y América Latina, y la llegada documentada de embarcaciones y contingentes provenientes del imperio de Mali en el siglo XIV.

El artículo de Friedmann sienta precedentes para establecer un diálogo real, a partir no sólo de impulsar nuevos objetos y líneas de investigación, sino también de incentivar otras rutas de lectura: una invitación a comenzar a despla- zar la mirada hacia otras trayectorias intelectuales, no excluyentes sino comple- mentarias con las que suelen ocupar los programas de las historias y etnografías históricas continentales (coloniales y nacionales) de América Latina.

La tercera y última contribución corresponde a María Elena Vela. Con el estilo de exposición sintético y contundente que la caracterizaba, “Pila” sigue de cerca la inclusión de los africanos y afroamericanos en las discusiones intelectua- les que signaron la conformación de la “Argentina moderna” a finales del siglo XIX y comienzos del XX. La autora pone énfasis en elementos como: una mira- da particular sobre pasajes de los textos de Marcó del Pont y Ford, perspectivas de la prensa argentina sobre África en las primeras décadas del siglo pasado (con análisis de La Nación y La Prensa); y los reportes de la Fragata Sarmiento de la Armada Argentina en su paso por el continente africano. De esta manera, Vela recorre históricamente los climas sociales y políticos del país a través de las “apa- riciones” de África y la temática de los afrodescendientes. Finalmente, la autora recupera los vaivenes institucionales que signaron las posibilidades de investigar y enseñar sobre África en las instituciones de educación superior del país.

Creemos que en estos trabajos, tres de los ejes centrales del proyecto están presentes. En el primero, el llamado a una vigilancia epistemológica y un despla- zamiento teórico. En el segundo, la necesidad de generar nuevas rutas de lectura y de aproximación a otras tradiciones intelectuales sensibles a los estudios gene-

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rados de uno y otro lado del Atlántico. En el último caso, la inclusión de la perspectiva local de trabajo, en este caso Argentina, acorde con el lugar y el espíritu de publicación de Cuadernos de Historia.

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