LA MODERNIDAD IMAGINADA, LA NACIÓN EXHUMADA: HISTORIOGRAFÍA Y POSTCOLONIALISMO EN ÁFRICA OCCIDENTAL
Mario Rufer*
“Ustedes y nosotros no tuvimos el mismo pasado; pero tendremos, estrictamente, el mismo futuro”.
Cheikh Amidou Kane –
The Ambiguous Adventure.
Resumen
En este artículo propuesto se hace una reflexión
teórica sobre los principales problemas recurrentes de la
historiografía africana de los años 1970, momento de su
institucionalización académica. La creación reciente de los estados
nacio- nales independientes permite analizar en las producciones
históricas de esos años
Palabras clave: Historiografía africana - Trata atlántica de esclavos - Postcolonia- lismo - Dahomey - Formación de los Estados Nacionales
Abstract
This article poses a theoretical reflection about the main concerns in African historiography produced in the ‘70, period of its academic consolidation. The coeval creation of independent nation states becomes a starting point to analyze in those historical writings– produced by African historians, normally as the Ph D Thesis submitted at metropolitan universities— the urgency to create a
* El Colegio de México – Universidad Nacional de Córdoba.
Cuadernos de Historia, Serie
Ec. y Soc., N° 8, Secc. Art.,
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vernacular historical version of political modernity,
together with the hallmark of native, “endogenous” narratives. In this
sense, I analyze the constant tension between translation and
rejection of European historical and theoretical thinking.
Particularly I take in this article the writings of I. A. Akinjogbin
Key words: African Historiography - Atlantic Slave Trade - Posctocolonialism - Dahomey - Nation States Formation
Introducción1
Después de 1965, en los años posteriores a las
independencias africanas, la Historia parecía constituirse como el
discurso redentor de las posibilidades del continente volcadas hacia
el espejo borroso del pasado inexplorado, y como la garantía de las
más amplias expectativas hacia un futuro “moderno”. Hoy, ha- blar de
historiografía en África no sólo pide una revisión crítica de lo que
pode- mos entender como las proyecciones hacia el pasado, sino que
necesariamente implica situar qué tipo de discurso sobre el pasado se
trabajará. Fuera del canon pueden quedar implícitamente las
proyecciones discursivas del estado, pero difí- cilmente lo hagan las
producciones sociales de la memoria que circulan en la pintura
callejera, en el relato de los últimos “archivos de la palabra” (los griots
de África Occidental), en los discursos alternativos y muchas
veces contradictorios en el seno de los propios grupos étnicos2.
En este trabajo abordaré sólo uno de estos discursos sobre el pasado:
el histórico académico, seguramente el más re- ciente en África y el
más repleto de intersecciones significativas
1Quiero
agradecer los comentarios y sugerencias estimulantes de Ramon
Grosfoguel (de la Universidad de Berkeley) y de Chanzo Greenidge a
una primera discusión sobre los lineamien- tos de este trabajo,
sostenida en el marco de la VII Fabrica
de Ideias, en Salvador de Bahia, en agosto de 2004; como así
también al Prof. Luis Nicolau, del Centro de Estudos Afro Orientais
(CEAO) de la Universidad Federal de Bahía por sus valiosas
observaciones. Celma Agüero, Mónica Cejas y Saurabh Dube, profesores
del Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México, han
sido interlocutores irreemplazables durante la preparación de la
investigación. 2 Para una exploración de
los diferentes lenguajes sobre el pasado en África, véase Cohen, 1994;
para un estudio de las historiografías locales “no académicas” y su
recepción en el entorno social africano ver
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experiencia vernácula que imprime en clave textual los aspectos de la diferencia ligados a las resonancias de modernidad (Dube, 2002: 741 y ss.).
En el primer punto analizaré las preguntas teóricas más resonantes sobre esta experiencia textual vernácula. Tomaré algunos de los problemas que se plan- tean para dilucidar las connivencias entre telos occidental, modernidad endóge- na, razón legisladora, destino prefigurado y diferencia africana con el que se escribieron las historias nacionales. En el segundo punto tomaré un texto particu- lar, Dahomey and Its Neighbors, del historiador nigeriano I. A. Akinjogbin (1967) como foco de análisis de estos puntos, así como algunas referencias a textos en diálogo. Este cruce entre crítica postcolonial y análisis textual de la historiografía nacionalista y académica, espera ser una contribución, desde el estudio de la producción africana, a las profundas imbricaciones existentes entre narrativa, política, imperio y geopolítica contemporánea del conocimiento. De esta imbrica- ción, América Latina participa indudablemente, y el cruce de reflexiones podría ser fructífero para comprender nuestras propias traducciones y reinscripciones, no sólo del pensamiento histórico sino de las prácticas experienciales que vincu- lan la temporalidad, la identidad y la diferencia inscriptas en nuestra escritura e “iteración”3 de la historia.
Dahomey fue por mucho el estado misterioso y
contradictorio de África Occidental, política y militarmente
organizado, cuyo establecimiento implicó la consolidación de la etnia
“fon” en el gran país Aja. Pensar en ese reino precolo- nial
3El
concepto de “iterabilidad” o “citación” de Jaques Derrida es útil
para comprender cómo la eficacia de los discursos (o de las
narrativas) radica no sólo en su performatividad locucionaria (la
capacidad del texto de “hacer”), sino en su reiteración
constante como disposición, como habitus
de disciplina inmerso en las relaciones de poder (de la
academia y de toda institución en la que el conocimiento circula).
Cosa que, sin dudas, se traslapa al mundo social. Derrida, 1998
[1988]; Dube, 2004b,
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con los poderes europeos, sin embargo Dahomey es el
paradigma de estado patológico en el imaginario europeo de los siglos
XVIII y XIX: sacrificios huma- nos “incontables”, un ejército de
mujeres
La época post independentista trajo a Benin (como pasó a llamarse en 1972 el ex Dahomey) el halo del quartier latin de África Occidental: la nación con más intelectuales de la región, con un sentido (atribuido) de unidad y una cultura política “moderna”, la que primero suscribió las Conferencias Nacionales de advenimiento democrático, es la misma nación empobrecida, multiétnica y renuente a una renovación política real de sus estructuras estatales. Esta figura paradojal resuena en el discurso historiográfico sobre el antiguo reino de Daho- mey como traducción de la experiencia: la diferencia africana es expresión de un “destino” particular, sólo inteligible a partir de la operación textual de la historia independentista. Esa operación textual y sus sentidos productivos son el foco de mi análisis.
1. La historiografía africana entre razón, traducción y reinscripción
El clima intelectual africano de los años 1960 y 1970 estuvo signado por el imperativo de la necesidad de dotar a África de una historia “académica”, de demostrar la capacidad de las civilizaciones del continente por generar una “con- ciencia histórica” endógena, propia, pero a la vez transferible al estatus académi- co6. En este sentido, la posición de los historiadores africanos fue importante a la hora de revertir las imágenes que la colonia había impreso como fundamenta- ción básica del “atraso” africano; así como la capacidad performativa de cierta antropología que había ubicado a África en el terreno perenne del “presente etnográfico”.7 Los desarrollos de los grandes proyectos sobre la historia africana, sus fuentes, metodologías y epistemologías propias, le dieron al debate el carác- ter de validez internacional, como lo demuestra la Historia General de África
4Para un estudio específico sobre el comercio esclavista en Dahomey, entre los numerosos trabajos y sólo a fines de un muestreo Cf.: Polanyi, K, 1967; Law, R. 1991; Law, R., 1986; Soumonni, E., 2001a. Soumonni, E, 2001b.
5 Para una extensa discusión en lo concerniente a la historiografía sobre estos temas, incluyendo las disputas sobre la nominación de la etnicidad y sobre el rol histórico de la trata atlántica de esclavos como configuradora de la identidad político social de la región véase Rufer, 2005.
6 Jewsiewicki, B., 1986, 10 y ss.
7 Me refiero básicamente a
los análisis clásicos del
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editada por la UNESCO cuyo primer volumen de los
ocho que componen la colección apareció en 19828.
En aquellos años, una generación de intelectuales formados en las
metrópoli volvían a África no sólo a
A esto se suma la profunda movilización para instalar una política simbó- lica perdurable a los nuevos estados nacionales surgidos del período independen- tista, que en la mayoría de los países se desarrolló en la década de 1960. Esta política contó con el desarrollo de proyectos historiográficos ambiciosos que tra- taron de dotar de una proyección conmemorativa a los nuevos estados naciona- les. Las políticas de la memoria, incluso las políticas públicas que no analizaré en este texto, son un aspecto clave al forjamiento identitario de cualquier comuni- dad. La historiografía post independentista jugó un papel clave en este sentido. Esta misma historiografía, a la vez que reforzó ciertos aspectos de la endogenei- dad africana, silenció otros, reformuló y dislocó categorías occidentales constru- yendo un pasado limítrofe: no el que bosquejaron las historias coloniales, tampo- co los pasados divergentes que narran las historiologías orales endógenas9. Es cierto que el pretexto metodológico de la utilización de los archivos orales no tomados en cuenta por la historiografía colonial fue una de las claves epistémi- cas de la arena historiográfica. Pero algunos de esos archivos endógenos también se silenciaron en esta historiografía.
El rol de la historia como disciplina en el
continente africano se adjunta a una serie de problemas políticos más
amplios que llevan a considerar la relación de las políticas de la
memoria con el estado postcolonial. Sin embargo, el lugar siempre
problemático de la nación en las historiografías posteriores a la
indepen- dencia, y el rol de connivencia epistemológica que ha jugado
allí la historia si- guen siendo los desafíos menos acudidos, las
fisuras más silenciosas pero persis- tentes. Por último, la agenda
“postfundacionalista” del discurso histórico aparece como horizonte y
como carencia. Dentro de ella, algunos historiadores hablan de una
“crisis de relevancia” de la historia en países como Nigeria
8Historia
General de África, Paris, UNESCO, 8 vol.,
9El concepto historiología oral para reemplazar al de historiografía lo hizo célebre Jan Vansina, 1985, p. 195.
10 Para citar sólo un caso representativo de esta última línea véase Diouf, 1999.
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La historia como disciplina en África es de institucionalización reciente y eso no es tan importante como la forma en que este discurso enraizó simbiótica- mente con tropos locales de representar el pasado. A su vez, la “urgencia” por construir un pasado para las entidades políticas nacientes no sólo resultó en una represión de “historias alternativas” que desconocieran (o simplemente obviaran) al estado nacional como sujeto soberano de toda narrativa, sino en una esencia- lización de la Nación como el locus productor de significación presente (y el lugar de necesaria proyección al pasado). Para Frederick Cooper, “los historiadores [africanos] han tratado de construir un pasado útil, pero focalizado en la nación” (Cooper, 2000: 325). En los momentos contemporáneos de desgarro de las esta- talidades en construcción, de negociación problemática de las capacidades co- hesivas del estado nacional, no se trata de contraponer las invenciones sucesivas de la etnia y la nación, sino de visualizar que los “pasados posibles” se tornan recursos controvertidos a los cuales se transfieren las utopías fragmentadas, las esperanzas redentoras de la identidad localizada llevada a su propia universali- dad.
No hay novedad alguna en el planteo de que las
historias nacionalistas africanas utilizan tropologías narrativas
occidentales
Las historiografías nacionalistas son en cierta manera una retórica de la liberación y la creación (Prakash, 1999: 48), pero en sus figuras discursivas de genealogía iluminista y espejismos hegelianos, son a su vez una poética de la exclusión y el olvido, de connivencias evolucionistas con expresiones revoluciona- rias de quiebre e invención (Duara, 1995: 5 y ss.). En el caso de casi toda África, lo que buscan en parte, es mostrar a las entidades políticas como esencias indi- visas y unívocas (Dibua, passim), en donde la Historia pueda hacer visible la
11La
idea de ampliar analíticamente el concepto relativamente estático de
“tradición” por el más dinámico y dialógico de “traducción”
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posibilidad de la modernidad,
una “modernidad endógena”. En las historiogra- fías africanas que
analizaré, este punto último está claramente prefigurado. Si la
Historia trabaja valiéndose de estructuras narrativas y figuras
analíticas occiden- tales, éstas son adaptadas a un sentido “propio”
de la experiencia, percibida como telos.
Esto es, la irrupción de la nación en la historia es un momento
paradójico: por un lado porque se “interna” en la narrativa
Una visión anticolonial, presente en gran parte de
los casos, no necesaria- mente se aleja de las concepciones
“orientalistas” que esencializaron el pasado
12El
aspecto pedagógico de la narrativa se identifica con lo que está
encapsulado en la tradición de sucesiones que definen la línea
histórica y la temporalidad continua de la identidad. El quiasma es,
sin embargo, la aporía que designa lo que necesariamente se ve como
ruptura en el espacio político para dar nacimiento a un ‘nuevo
momento’, y al nuevo ‘sujeto político’ de la nación. Bhabha, 1994:
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analizaré, la “teoría social antigua”– no sólo las
justificaciones políticas para el telón presente, sino también los deberes
históricos del estado postcolonial. La historia devino parte
de una memoria selectiva del estado nacional recién creado, pero
también imperativo categórico,
Volviendo a los propósitos del trabajo, no se trata de analizar las narrati- vas de Dahomey para “probar” cuánto “inventó” la historiografía nacionalista acerca de la unidad fundacional de Benin en un pasado uniforme, y cuánto hay allí presente de categorías coloniales. Sin dudas las hay, pero menos como una imitación de sumisión a la experiencia occidental que como un sentido complejo que demuestra lo “grotesco” en la propia narrativa dominante (Young, 1990: 7- 20)13. Edward Said denominaba “reinscripción” a este proceso, aludiendo a la yuxtaposición de los territorios de la colonia y la metrópoli. Cuando la historia africana recupera formas previamente establecidas por el imperio para narrar la experiencia, no hay una ingenuidad imitativa, sino que el discurso subalterno se reinscribe ingresando en el discurso colonizador. Es cierto que al hacerlo, el sub- alterno define su narrativa en los términos colonizadores, pero también erosiona la coherencia monolítica del discurso imperial, estableciendo un diálogo produc- tivo en el cual se hace tangible la característica particular de ambos discursos (Said, 1993: 210 y ss). Esta peculiaridad ayuda a comprender la eficacia de la modernidad como destino en la historia occidental impuesta en (y traducida por) las colonias, a la vez que recalca el carácter provincial, el ‘origen impuro’, azaro- so, factual, con el que esa idea se instala y se reproduce como universal poético e histórico.
13El historiador Robert Young hace una crítica profunda del etnocentrismo en términos estric- tamente hermenéuticos. Quizás el problema de su crítica erudita sobre el logocentrismo, el historicismo y el posmodernismo, radique (al menos para este trabajo) en la alienación tácita de la alteridad al no visualizar la producción intelectual de las ex colonias como posibilidad de analizar el diálogo, y en la imposibilidad de analizar las relaciones de poder, o de “geopolítica del conocimiento”, que cualquier epistemología atraviesa.
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2.La
administración textual de la nación: modernidad política, tradición
“endó- gena” e identidad en la historiografía
“La desmesura que pretendemos poner en evidencia radica en la intención de borrar el presente y la espera de un futuro indescriptible, mediante la mostración de lo que será como algo ya realizado”
Héctor Schmucler14
Entre otras, la obra importante de I. A. Akinjogbin, Dahomey and its neighbours15 (1967) es una muestra de las resonancias políticas que intervenían en la creación textual de los nuevos estados nacionales. Reconocido historiador nigeriano, formado en el SOAS (School of Oriental and African Studies) de Londres y con una extensa trayectoria dentro de los exponentes de la Universidad de Ife en Nigeria, Akinjogbin escribe este libro (una versión reformada de su tesis doctoral) con un objetivo claro que se identifica en el prefacio: “La introducción de la trata transatlántica de esclavos en el país Aja hacia fines del siglo XVII, debilitó las instituciones Aja y creó un vacío político. Sin embargo, antes de que este proceso hubiera alcanzado un carácter irreversible, uno de los grupos Aja fundó un nuevo estado, más tarde denominado Dahomey, creado para detener las influencias corrosivas del nuevo sistema económico” (1967, IX).
El primer interés de Akinjogbin era demostrar que el origen político de Dahomey no fue el de incentivar la trata esclavista y conseguir a tal efecto una salida territorial y portuaria, sino la necesidad de crear un estado que detuviera la trata. En sí misma, esta afirmación generó y aún genera una controversia impor- tante, fundamentalmente porque en la historiografía clásica sobre la “Costa de los Esclavos” y la trata, Dahomey es “el” estado africano en el banquillo de los acusados por promover y sacar provecho de la trata esclavista para asumir una posición dominante en la región, al menos entre 1740 y 180016. Sin embargo, lo que interesa a los objetivos de este artículo es poner a la empresa narrativa de Akinjogbin en prisma de análisis; no tanto por el carácter “indefendible” de esta tesis como muchos otros autores la han calificado (Bay, 1998; Law, 1986, 1991; Ross, 1985), sino sobre todo para mostrar los espacios productivos de la obra, quizás más silenciosos pero no por ello menos poderosos en cuanto a la construc- ción de una idea diferente del pasado africano.
14Schmucler, 1998: 10.
15Dahomey y sus vecinos, en español.
16Trabajo en profundidad esta problemática historiográfica en Rufer, 2005, passim; Rufer, en prensa 2006: 40 y ss.
135
Tanto Akinjogbin, como el historiador John Yoder
(1974) o el nigeriano Augustus Adeyinka (1974), otros dos reconocidos
intelectuales de la “escuela nacional”, construyen la noción de
Dahomey como un espacio único dentro del gran país Aja, con
diferencias notables en cuanto a la estructura estatal, la orga-
nización política y la complejidad en la jerarquización y
estratificación social. Para Akinjogbin, Dahomey representa “un oasis
de orden interno y sólida admi- nistración en un mar de caos
circundante”. Y agrega, “la base de esta posición
única fue construida en el siglo dieciocho” (4). Esta imagen
es interesante por el doble proceso significativo que en ella se
advierte: por un lado, Dahomey perte- nece al “gran país
Para Akinjobin el país
17Ibíd., p. 8. Esto tuvo implicaciones claras sobre la política étnica contemporánea de la memoria. Sobre todo porque los pueblos Aja y los Yoruba estuvieron históricamente dispután- dose la hegemonía del territorio que hoy ocupa el este de Togo, Benin y el Oeste de Nigeria. Akinjogbin es el único que se atreve a proponer la existencia originaria de un “gran país” unificado, enraizado en la imprecisión de la historia antigua, cuya unidad habría sido interrum- pida por causas ajenas a su telos. Analizo las implicaciones de este punto en Rufer, en prensa: 70 y ss.
18Aquí
el autor hace referencia a la palabra “dada”, como se llama al rey
en Dahomey
19Según el mito originario, Abomey, luego capital de Dahomey, tiene su origen en la disputa que se da entre dos sucesores de Allada, uno de los cuales, Dogbari Genu, es expulsado del territorio y se refugia en las cercanías de lo que fue luego capital del reino. Esto habría sucedido hacia finales del siglo XVII.
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en Abomey, también causó el rechazo de la antigua
teoría social y del sistema político basado en ella20.
Así, el nuevo reino fue, además de una formación política disidente
con el nuevo sistema socioeconómico, una estructura disidente con “la
tradición”, para inventar otra. Los dahomeyanos rechazaron la imagen
de la familia extendida y “representaron el estado como un recipiente
con su superficie perforada y al rey como el agua que debía permanecer
en él. Pero antes de que esto pudiera ser efectivo, debía haber un
grupo de personas prepa- rado para colocar un dedo en cada
perforación; ellos representaban a los súbdi- tos” (Akinjogbin, 25).
Según esta tesis, Dahomey habría fundado una nueva tradición política
africana: el énfasis relacional puesto en los individuos y el prin-
cipio de adscripción “ciudadana” descansando en la voluntad individual
de coadyu- var al sostenimiento de la estructura política
Los problemas de esta teoría son varios. En primer
lugar, Akinjogbin nun- ca explicita concretamente de qué tradición
oral se trata, dónde y cuándo fue recogida, si él fue el etnógrafo que
la recogió, etc. Por otra parte, las únicas fuentes escritas en las
que se hace alusión al “recipiente perforado” son los relatos
decimonónicos de R. Burton (1966 [1894]). Burton relata que un
recipiente per- forado estaba en los salones del palacio, al lado de
uno mucho más alto y compacto. Ese mismo recipiente perforado es el
que se llevaba a las batallas, dado su “gran poder fetichista” (Burton
cit. en Ross, 1983, 295). En su análisis sobre la presencia de modelos
europeos en la obra de Akinjogbin, David Ross atribuye la existencia
de este “recipiente perforado” a un elemento del vodun
– religión popular fon– en la corte, que fue utilizado para
luchar contra el reducto yoruba de Abeokuta a mediados del siglo XIX.
Si bien la única aclaración que hace Akinjogbin es que esta tradición
fue “articulada”21 por Ghezo
20Aquí hay un punto divergente que no aparece en la obra de Akinjogbin. El estudio comparado de tradiciones orales revela que si bien a Wegbaja y Agaja (reyes que gobernaron entre el último tercio del siglo XVII y el primero del XVIII) se les endilga la “renovación” completa y el quiebre con las estructuras anteriores, esta versión no aparece en las historiografías locales sino hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando el reino adquiere más claramente la noción centralizada y jerárquica con los reyes Ghezo y Glelé. Las versiones anteriores registradas en relatos de viajeros proponen más bien las políticas de negociación y préstamo cultural entre Wegbaja y los antiguos reyes y jefes locales. Algunos historiadores proponen ver incluso a la “filiación” de Dahomey con Allada que aparece en las historias orales tardíamente, como una expresión en idioma “genea- lógico” que pone en evidencia que Dahomey “sucedió en supremacía” a Allada, más que la narración de un episodio estrictamente histórico. Cf. Law, 1988: 448.
21Como apunta Ross, Akinjogbin nunca aclara qué significa esa articulación y en todo caso por qué Ghezo la realizó, y cuáles son sus fuentes concretas que ofrecen esa información.
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lo más probable es que se trate de una innovación simbólica de Ghezo para unificar con fundamentos religiosos populares al ejército y las fuerzas del estado contra Abeokuta, lo que convierte a la simbología en una creación reciente (Ross, 1983: 296; Djivo, 1977: 72).
Otro de los pilares renovadores descansaba en la legitimidad del poder: el principio de adjudicación territorial22 ya no estaba dado por la herencia, la perte- nencia clánica o la consanguinidad, sino por la fuerza. Esto marca en Akinjogbin dos puntos clave: por un lado, la justificación filosófica de la ocupación forzosa que hicieron los primeros reyes de Dahomey sobre las tierras ancestrales de los mahi y los bariba. Pero por otra parte, es una forma de conducir al sustento de la filosofía histórico política de la tradición la estructura militarizada del reino de Dahomey, generalmente adjudicada a su estructura económica (contingente, via- bilizada por Europa) de razzias esclavistas. Para el historiador nigeriano, poco tiene que ver con esto último. En efecto, el factor militar centralizado en las manos del rey fue para Akinjogbin una forma de impedir las guerras intestinas en el país Aja (que se habían producido antes de la “llegada” de Dahomey en el territorio, sobre todo con el uso de armas de fuego europeas, y que serían las que desmembraron el “sub” país yoruba), y fue también la base sustentadora de la operatividad política del estado. La importancia de la organización dahomeyana no se halla en la fuerza militar per se, sino en haber mantenido (gracias a su estructura militar) una organización administrativa intacta en todo el conflictivo siglo XVIII. Se trata para Akinjogbin de una innovación en las fuentes legitiman- tes del poder, que “corre acorde con la moderna idea europea de un estado nacional” (1967: 25). Cualquier persona que se comprometiera con la nueva concepción de poder político y de representación monárquica, podía adherirse al nuevo estado, encontrar seguridad en él en una coyuntura de “caza humana”, y convertirse en ciudadano dahomeyano, sin importar su origen.
El resultado es claro: el pueblo de Dahomey es “cosmopolita” (26). En la obra de Akinjogbin esto parece tener poco que ver con las circunstancias históri- cas de la trata esclavista, del destino de los “retornados” y de las postas europeas desde el siglo XVII. El cosmopolitismo dahomeyano es consecuencia de una filosofía política originaria, original y sobre todas las cosas, revolucionaria.
Así, el origen del estado es una figura de ruptura con el resto de la confi- guración política africana. En Akinjogbin hay una doble operación con respecto a la historia: Dahomey es completamente africano y su nacimiento no debió nada a la importación de ideas europeas y mucho menos a la necesidad de asegurarse la primacía en el nuevo contexto económico. Sus instituciones y sus
22Nótese la importancia de este punto en las consideraciones de Akinjogbin, tratándose funda- mentalmente de fuentes orales que trabajan con las concepciones históricas de derechos cam- pesinos sobre la tierra.
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fundamentos organizativos responden a la vieja
matriz panafricana. Sin embar- go, esta célula política aparece para
romper con un punto clave: la imposibilidad
histórica de los demás pueblos del “gran país”, su
anacronismo y su horizonte de expectativas inexistente. Dahomey
ingresa en la Historia como un principio de orden, como el conductor
de una forma política nueva, y el protector, pater
de las débiles organizaciones de la zona. A su vez, aparece
como base de desarrollo del “espíritu” universal: su filosofía
política es moderna, prevé una Idea de
Esta- do Nacional
Es la propia operación textual de Akinjogbin la
necesaria
23De hecho las historiologías orales presentan a Dahomey como un reino “en constante expan- sión”, en términos radicalmente diferentes a una “historia lineal”. Sin embargo, es interesante que Akinjogbin se apropie de esta narrativa para encastrarla en el lenguaje evolucionista de formación del estado nacional. Law, 1988: 443.
24La
característica del autor “iniciado” no es un punto exclusivo de
Akinjogbin. Me interesa traer a colación esto por el espacio liminar
(epistémico y político) en el que
se colocan explíci- tamente algunos historiadores. El conocido
historiador y político beninés Maurice Glelé, por ejemplo, afirma ser
el único a quien todas las puertas de la información [sobre el
conocimiento histórico africano precolonial transmitido por los ahanjito
o poemas históricos] le han sido abiertas: por ser fon, por
pertenecer a la familia real, por merecer las versiones verdaderas de
la historia y, como corolario, por tener formación académica
occidental
139
mico, de voluntad liberal, etc.). Una de las imágenes más persistentes sobre Dahomey, que fue el locus de proyección ideal para la colonia francesa, es la de los sacrificios humanos. Dahomey era presentado como el espacio horroroso en el cual la sangre humana era motivo de ritualidad y culto religioso de comunica- ción con los ancestros. El hecho de que esto sucediera a fines de siglo XIX, el siglo de la fe en la ciencia positiva, en el registro de toda la experiencia política a partir de la historia, es algo que irrumpe en la Historia de Europa como un fantasma anacrónico, vivido y superado, insostenible. La editorial de una revista francesa especializada en temas de exploración y viajes en el siglo XIX, hablaba de esta manera sobre Dahomey:
“En efecto, ¿No nos parece un mal sueño que a pocas horas de camino de Cotonou donde tenemos una residencia, una guarnición militar, una oficina de correo y un telégrafo, se cometan, en diferentes momentos del año y bajo pretexto de divertimento público, de solemnidad, asesi- natos y masacres de criaturas humanas en los cuales las víctimas se cuentan por miles? [.....] ¡En 1890! Parece que estuviéramos soñando”.
Journal des Voyages et des Aventures de Terre et e
Mer, 20 de julio 1890. (Cit. en
Lo insostenible para la Europa decimonónica era la complicidad
histórica de esa “barbarie”; África debía llevarse, al menos
en la esfera de la representa- ción, al espacio
anacrónico25, uno que no fisurara
la Historia que se había mun- danizado, y
había impreso en un Destino el único trayecto posible, secular y
capitalista. Los sacrificios, como sostenía Bataille, representaban la
barbarie pero también el derroche. El nativo no sólo se inventa como
el salvaje, sino como el que desperdicia los recursos eficientes del
capitalismo: los hombres en la deca- pitación, y el tiempo en el
ritual (Condouriotis, 1999:
Es contra esta visión caricaturesca que Akinjogbin arremete, casi un siglo después, superponiéndole una trayectoria específica, corrigiendo una versión errada, incomprensiva, de la historia. De alguna manera, el propio reino de Dahomey es
25Este concepto responde a la representación de África como lo que Johannes Fabian llamó “la negación de la coetaneidad” (“the denial of coevalness”). (Fabian, 1983: 37 y ss).
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parte de una teleología que sólo es posible de ser
definida a partir de la puesta en trama histórica, de la exhumación
postcolonial de las claves de su pasado: ya no importan los
sacrificios, accidente religioso de un
Esta Razón sólo es posible de ser desplegada en su texto histórico, el de Akinjogbin. En este sentido, Agaja, el rey de Abomey, primera célula del reino, conquistó el puerto de Allada en 1724, con lo cual “precipitó una revolución cuyo final aún no era previsible” (1967: 66). Pero la importancia de Dahomey no radica en haber logrado “llenar” el vacío político reinante, sino que “rechazó la constitución tradicional y formuló una nueva. Estaba destinado a producir un choque entre lo ‘nuevo’ y lo ‘viejo’ (...) en otras palabras, la conquista fue la culminación lógica de los principios por los cuales la dinastía de Wegbaja se había levantado, el principio de autoridad derivado de y respaldado por la fuerza, y no ya por el orden de nacimiento” (Ibid.).
La situación de caos es reemplazada por un orden no sólo cronológica- mente nuevo sino políticamente renovador. El estado dahomeyano empuña tem- pranamente un sentido de laicidad que “repatria el devenir humano en una aven- tura exclusivamente terrestre” (Diouf, 2000: 338). Agaja es el héroe que logra rearmar la situación política en un clima de caos circundante, y los principios legitimantes del poder son otros, nuevos y modernos: la fuerza militar (y no la sangre), la legitimación individual de los súbditos ante el rey (y no meramente el respaldo hereditario), el reclamo de la pertenencia territorial por la fuerza de la conquista (y no en base a mitos ancestrales fundadores).
Un punto quiero resaltar aquí. No hay canon
estatuido y universal para esta traducción moderna,
no hay tropos obligados. Y si bien
Akinjogbin es acom- pañado en su empresa narrativa por otros
historiadores, la forma en que se encastra la diferencia en el
interior de la historiografía es singular. Cuando Adrien Djivo (1977),
un historiador beninés contemporáneo de Akinjogbin y con quien éste
dialoga frecuentemente en su texto, escribe la bio(hagio)grafía del
rey daho- meyano Ghezo26
26Ghezo fue el rey escogido como “paradigmático” por la historiografía nacionalista como paladín de modernidad, capacidad de negociación con los europeos, virilidad y renovación. Analizo con detalle este punto en Rufer, en prensa: 56 y ss.
27Hay que considerar que Adrien Djivo fue un historiador reconocido académicamente, y esta biografía que escribe sobre Ghezo se publicó en el marco de una colección editada en francés e inglés en la década de 1970, en este caso en Paris por ABC, bajo el título “grandes personajes africanos”. Lo que quiero decir con esto es que esa colección fue parte de una estrategia
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agentes que posibilitan su realización. La religión
como sistema se atomiza: es sólo el rey quien tiene poder de hacer
funcionar los amuletos. Así, la concepción fon del poder inmaterial se
estatiza en una acción secularizadora, al
subordinarse a las necesidades del estado, y la voluntad del líder.
Aunque esto parezca una contradicción lógica, se trata más bien de una
apropiación local singular de los sentidos de modernidad política.
Podemos pensar al análisis de Djivo como un caso aislado, pero de
todas maneras nos da una idea de la riqueza de las formas de traducción
de la modernidad vernácula. Si en general las historiografías
na- cionalistas de África (o de India, China, México o Perú) han
tratado de desechar la “superstición” como elemento disruptivo del
proceso modernizador (Chakra- barty, 2000:
Pero Akinjogbin no permite ambigüedades. La transición de una Edad Media descentralizada daba paso a la “Modernidad” fundada en los principios históricos de un Estado Absoluto: “en contraste con la situación en Allada y Ouidah, Dahomey era un reino estable donde el rey tenía autoridad suprema y controlaba un ejército (...) Una vez que Allada fue tomada, el resto del país Aja fue conducido a reconocer las nuevas bases de la autoridad” (Akinjogbin, 68). La renovación política contra el conservadurismo y los criterios obsoletos de las instituciones anteriores es muy clara en lo que Akinjogbin quiere demostrar. Los criterios meritocráticos del estado se impusieron sobre la tiranía de las designa- ciones ad hoc. “Siendo Dahomey una monarquía centralizada, ningún cargo fuera de Agaja era inalienable o hereditario. Cada oficial era impuesto por sus aptitudes, y podía ser transferido desde una tarea a otra, promovido o desplaza- do por el rey” (1967: 100)28. La diferencia que establece Akinjogbin con este
política, editorial y académica para posicionar a la
historia de África dentro de los grandes “tópicos” políticos de fines
del siglo XX. Sin embargo, en dos momentos de la obra son ratifica-
dos estos atributos sobrenaturales: en primer lugar cuando Gakpe
28Es necesario recordar en este punto que la figura del rey, en Akinjogbin, no se asocia al manejo
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estado absoluto es que era, además, nacional; la simbología política del recipien- te perforado hacía resaltar un punto clave: ningún rey tendría poder sin la cola- boración de cada uno de sus súbditos, ligados al estado por vínculos específicos (y no excluyentes) de pertenencia.
La tensión entre lo nuevo y lo viejo se rompe en el
“choque de espadas luminoso” 29 del origen
límpido, sin fisuras, sin conflictos: Dahomey se posiciona en la
narrativa histórica como el sujeto destinado a rescatar al gran país
Aja de la sumisión a las políticas europeas, de la aberración de la
trata esclavista, de la fragmentación política y del caos. Las
palabras de Akinjogbin sobran en elocuen- cia: “El estado que crearon
[los fundadores de Dahomey] no fue el desarrollo de una organización
tradicional hacia la tiranía feudal de la Europa Medieval. Fue algo
más parecido a un estado nacional moderno [...] los fundadores de
Daho- mey veían al estado como un poder en el cual la ciudadanía
estaba abierta a todos, a la gente diversa que quisiera obedecer y
servir al rey (...) Visto de esta manera, la organización de Dahomey
no era ‘tradicional’, como eran los viejos reinos aja o los reinos
yoruba. Era una organización revolucionaria,
y así lo fue también el impacto que tuvo más tarde en el gran país
El orden nace históricamente de una concepción sin
embargo
indiscriminado de los poderes por parte de una sola persona, dado que lo que antecede los fundamentos de la monarquía (poder, coerción y dominación) es el consentimiento soberano de los súbditos.
29Uso esta expresión en alusión a la crítica de Nietzsche al concepto de origen. Nietzsche, 1998. Ver también la crítica de Foucault, 1992.
30Para
un tratamiento profundo de este punto ver Duara, 1995:
31La retórica revolucionaria también está presente en forma recurrente en la narrativa histórica de este historiador.
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universo político
Tomaré por un momento las implicaciones del texto de
I. Akinjogbin sobre un punto clave referente a la construcción de la
nación: la referencia étnica. Dahomey, reino comúnmente definido como
dominio de la etnia “fon”, debía incorporar, en los años 1970, la
ineludible presencia de la etnia yoruba en el costado este del nuevo
estado, colindante con Nigeria, cuyos límites fronterizos coloniales
quebraron la unidad territorial yoruba. Akinjogbin establece que el
préstamo de lenguas e instituciones religiosas provenientes de los
yorubas, es parte de la realidad Dahomeyana desde siempre. Pero agrega
un punto más clarificador para su análisis: es esta amalgama de
religiones y lenguajes comunes lo que hace de lo que ya citamos como
“la unidad del gran país
El punto que comprobaría la existencia de esta
teoría
32Historiadores como Robin Law y sobre todo Susan Preston Blier hacen un recuento y un análisis cuidadoso de las tradiciones orales periféricas a Abomey que relatan desde diferentes ángulos la fundación del reino y las políticas de los primeros reyes con respecto a las poblaciones anteriores del lugar, resaltando la negociación simbólica de significados con las poblaciones igede y bariba, la apropiación de los atributos locales de poder y la legitimación del poder político mediante la conformación de confederaciones. Akinjogbin, además de no mencionar este tipo de argumentos, hace menciones en diversas partes del texto sobre “la imprecisión” de las tradiciones orales, la “oscuridad” de los hechos anteriores a este primer cuarto del siglo XVIII. Akinjogbin, 62; Law, 1998;¿citado? Preston Blier, 1995.
33De hecho Akinjogbin no proporciona otros elementos que permitan comprender por qué ubica “aproximadamente” en el siglo XV a la conformación de esta “unidad cultural”.
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Me interesa destacar este punto no sólo porque es
difícil encontrar referencias a esta “teoría social tradicional” y
mucho más lo es visualizar algún punto de unión en las mitologías
compartidas de origen entre los Ajas y los Yoruba, sino porque es en
la “tradición”
Esta estrategia narrativa es parte de un desplazamiento postcolonial más amplio, aquel que combina de manera productiva la aparente contradicción entre la pluralidad (étnica) y la unidad (del pueblo); entre el tradicionalismo legitimante y la “novedad” moderna. En palabras de Homi Bhabha,
“…la unidad política de la nación consiste en un desplazamiento conti- nuo de la angustia causada por la irredimible pluralidad de su espacio moderno; lo que equivale a decir que la territorialidad moderna de la nación se ha transformado en la temporalidad arcaica y atávica del Tradicionalismo. La diferencia de espacio retorna como la Igualdad con- sigo misma [Sameness] del tiempo, volviendo Tradición al Territorio, y volviendo Uno al Pueblo.” (Bhabha, 1994: 185).
De hecho Akinjogbin no silencia la presencia yoruba
en su narrativa histó- rica
34Para las divergentes mitologías fundadoras yorubas y aja/fon en un análisis diacrónico véase Cornevin, R.: Histoire du Dahomey, pp. 148 y ss. Para los procesos de apropiación y rediseño colonial y postcolonial de esas tradiciones, véase Law, R., 1988; “Notsie narratives: history, memory and meaning...”, op. cit., passim.
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nación,
Reflexiones finales
El epígrafe de Cheik Amidou Kane con el que comienza este artículo, transmite las palabras de un jefe aldeano (peul y musulmán) al nuevo adminis- trador de distrito de Senegal en pleno contexto colonial. En ellas, un sentido inmaculado de la experiencia moderna trasladada a África aparece como el absoluto realizable en aquello que Reinhart Kosseleck llamaba el horizonte de expectativas (323 y ss.): “tendremos, estrictamente, el mismo futuro”. Más que un ingenuo y errado sentido profético, estas palabras pueden estar indicando un punto clave para las historias africanas analizadas: el futuro también se realiza en el espacio de la experiencia, en la narración y en la dotación de sentido parti- cular del pasado. Allí se conforma una noción deseable de la experiencia social y política de los pueblos; y en este caso, de la experiencia revolucionaria y redento- ra de Dahomey: sin culpas históricas, sin responsabilidades extemporáneas que resolver. La Historia es la que indica que el futuro es explícito, porque es el pasado el que revela el destino exitoso de la nación. Aquí los sentidos de la operación historiográfica parecen revertirse: la “verdad” no recae sobre la bús- queda de “un” pasado, sino sobre la exhumación explicativa de un único futuro posible.
En Dahomey and its neighbors de
Akinjogbin, no es la historia la que explica el surgimiento de
Dahomey, sino Dahomey el que abre el camino de la historia y marca su
devenir lineal, claro y distinto entre el caos circundante. A partir
del origen disruptivo del estado, la historia es puesta al servicio de
su desti- no teleológico (Duara,
El escenario del “estreno postcolonial” en 1970, aparece como el tiempo impreso de manera indeleble en el texto. Entre la contradictoria situación enun- ciativa de estas historiografías que proclaman la resistencia anticolonial desde una escritura “alterna” de la historia a la vez que hacen uso de claras reminiscen-
35Cf. Diouf, 2000: 338.
36Parafraseando el concepto propositivo de “historia sin garantía” de Saurabh Dube. (Dube, 2003: 22 y ss.)
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cias ilustradas, se instala sin embargo una capacidad performativa: la nación es creada en el texto, con la legitimidad racionalista que confiere la epistemología disciplinar, con los cimientos fundantes del imaginario europeo, pero con una producción particular de relaciones de poder y diferencia que establece otras jerarquías, otros mapas del lugar subjetivo de las clases y los grupos étnicos en el desarrollo de la nación.
Said sostenía que cualquier análisis sobre la
resistencia cultural al impe- rialismo debe tener en cuenta la
disparidad en las relaciones concretas de poder y sobre todo, de poder
político (210 y ss). Por eso el concepto de reinscripción
al que aludíamos más arriba, que está implícito en trabajos
como los de Akinjogbin o Djivo, es más clarificador. El lenguaje del
imperio es reinsertado en una narra- tiva local como forma de
contranarrativa, de contrahegemonía, y para posicio- nar al espacio
periférico en el lenguaje político y epistemológico de Occidente. El
problema es que allí mismo reside el sentido trágico
al que Said se refería (95), porque a la vez que estos
contradiscursos fisuran la aparente coherencia del “centro”, impiden
la gestación de un andamiaje conceptual alternativo que per- mita
insertar una noción diferente no sólo de la experiencia temporal, sino
tam- bién de la sociología del conocimiento. En este sentido, la
historia como discurso sólo puede funcionar con potencial político de
cambio en el
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