MEMORIA Y PODER: EL RESCATE DE UN PROBLEMA CLÁSICO. UNA MIRADA DESDE LA HISTORIA POLÍTICA.1

Marta Philp*

Resumen

En el marco de los debates en torno a las relaciones entre la historia y la memoria, este trabajo, en una primera parte, selecciona un aspecto del estado de la cuestión: el de la distinción entre ambas y una de sus posibles consecuen- cias, entre las que se cuenta la marginación de la discusión de un problema clave: el lugar de los historiadores en la construcción de memorias. En una segunda parte, que constituye el núcleo del artículo, considera el abordaje de la memoria como objeto de estudio de la historia; la hipótesis básica sostiene que la memoria es un recurso clave para emprender una historia de lo político que recupere dimensiones marginadas como el problema de la legitimación del poder. Desde ese lugar, ensaya una propuesta analítica para investigar los usos del pasado en la conformación de imaginarios políticos. Para ello se revisan algunas definiciones existentes en torno a estos conceptos centrales –imagina- rios y memoria colectiva– para finalizar con la delimitación de los escenarios –lugares de memoria, homenajes y conmemoraciones– donde se materializa la construcción de la(s) memoria(s).

Palabras clave: memoria-historia-legitimación del poder-conmemoraciones

Abstract

In the frame of the debates about the relationships between history and memory, this article selects one aspect of the state of the subject: the difference between history and memory, and one of its possible consequences. Among these, the discussion about a such an important problem as it is the place of historians in the construction of memories has been left aside.

On the other hand, the essence of the article considers the approach of memory as an object of the study of history. The main hypothesis states that memory is a central ressource to start a history of the political subject which recovers forgotten dimensions such as the problem of legitimation of power. From this place, it attempts to an analitical proposal in order to investigate how the past was used in the making of political imaginaries. To do this, some meanings

1Este trabajo discute algunos aspectos contemplados en mi tesis de Doctorado en Historia, en curso, dirigida por César Tcach y titulada: “Usos del pasado en la construcción de imaginarios políticos: del Cordobazo a la consolidación del Angelocismo (1969-1989)”.

* Escuela de Historia FFyH-UNC y Centro de Estudios Avanzados, UNC

Cuadernos de Historia, Serie Ec. y Soc., N° 8, Secc. Art., CIFFyH-UNC, Córdoba 2006, pp. 89-103

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about a central issue, such as imaginaries and collective memory are revised in order to finish with the delimitation of the scenes (places of memory, homages and commemorations) where the construction of memory takes place.

Key words: memory-history-power’ s legitimation- conmemorations

Introducción

Desde los años ochenta del pasado siglo XX asistimos al retorno de un viejo tema, el de las relaciones entre la historia y la memoria. Diferentes discipli- nas, como la sociología, la antropología, la filosofía, la historia, entre otras, ensayan sus respuestas al respecto en ámbitos académicos, políticos y mediáti- cos. El tema aparece impuesto por una moda, la de recordar, generada funda- mentalmente en Europa, como reacción a un mundo de futuro incierto y de pasado inquieto, ligado a las vivencias de la Segunda Guerra Mundial. En nues- tro medio el tema de la memoria se vincula fundamentalmente al pasado recien- te, al de la última dictadura militar. Sin dejar de estar bajo la influencia de los debates y las modas del Viejo Mundo, las discusiones tienen su propia dinámica, impulsadas por la mirada acuciante de los diferentes protagonistas. En este con- texto, una inquietud inspira el presente trabajo: la consideración de la memoria como objeto de estudio de la historia. La hipótesis básica sostiene que su análisis es un recurso clave para emprender una historia de lo político que recupere di- mensiones marginadas como el problema de la legitimación del poder. Antes de comenzar este camino, en una primera parte, haremos una breve revisión de uno de los aspectos centrales de este campo de estudio delimitado por las relaciones entre la historia y la memoria; nos referimos a la distinción entre ambas y a una de sus posibles consecuencias, entre las que se cuenta la marginación de la discusión de un problema clave: el lugar de los historiadores en la construcción de memorias.

1. Historia y memoria: consideraciones acerca de su distinción.

“Lo quiera o no el historiador, el pasado es un provee- dor inagotable de arquetipos que influyen en la conduc- ta y la imaginación de las generaciones posteriores”.

Enrique Florescano

Historia y memoria han coexistido desde los comienzos de la disciplina. En el mundo griego, erigido en el mito de los orígenes de la historiografía occiden- tal, los primeros historiadores planteaban la necesidad de resguardar del olvido

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los hechos importantes. La historia se posicionaba como un instrumento para construir la memoria de la sociedad. Con la profesionalización de la disciplina, las tareas de la memoria comenzaron a ubicarse en el difuso terreno de las ideologías, escenario que necesitaba ser superado para avanzar en la construc- ción de una historia científica, objetiva, según los cánones establecidos a partir del siglo XIX. Es un lugar común, en distintos ámbitos, plantear una división de tareas entre la historia y la memoria. La historia es definida como una actividad científica de reconstrucción del pasado, laica, objetiva, en oposición a la memo- ria, evocada como un intento de instalar un pasado determinado, antes que reconstruirlo o probarlo, una actividad casi sagrada, subjetiva, emotiva. Ambas son definidas por características opuestas. Esta división de tareas también es asumida, con un amplio consenso, en el campo académico; gran parte de la bibliografía clásica sobre el tema se funda en este esquema dicotómico, avalado por una tradición de profesionalización en la disciplina, reflejado en la insistencia de mantener las marcadas diferencias entre la mirada del historiador y la del ciudadano.2

Esta distinción, sustentada en el mundo de los historiadores, también se encuentra en la base de otras tradiciones disciplinares; nos referimos a la sociolo- gía, donde el estudio de la memoria tiene una de sus raíces básicas. Maurice Halbwachs, el sociólogo heredero de Durkheim y que dialogó con el historiador Marc Bloch, de la primera generación de la escuela de Annales, es una referencia ineludible cuando se habla de memoria.3 Desde su perspectiva, hay varias me- morias colectivas pero una sola historia, inspirada por Polimnia, la musa de los himnos sagrados, que pretende presentarse como la memoria universal del géne- ro humano, como un cuadro único y total. Pero, dice Halbwachs, no hay una memoria universal, toda memoria colectiva es soporte de un grupo limitado en el espacio y en el tiempo; es una historia viva, opuesta a una historia escrita, la de los historiadores, que se interesa sobre todo por las diferencias y hace abstracción de las semejanzas, sin las que no habría memoria. Así, la carta de nacimiento de la memoria colectiva se funda en su oposición a la historia, en una época en que las formas predominantes en la disciplina se identificaban con el modelo decimo- nónico triunfante y cuestionado por la recién llegada propuesta de los Annales.

En las últimas décadas del siglo XX, los trabajos de Halbwachs sobre la memoria fueron recogidos por historiadores de la tercera generación de la escuela de los Annales, como Pierre Nora y el grupo que trabajó en torno a los lugares de la memoria4, quienes asumen la distinción establecida por el sociólogo pionero

2Una sistematización de este planteo puede leerse en: Romero, 2004: 13-16.

3Halbwachs, 2004 (1925); Halbwachs, 1998. Para una biografía socio-intelectual del autor, pueden consultarse: Namer, 2004 y Sorá, 2005.

4 Nora, 1984-1992.

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en los estudios sobre la memoria colectiva. Desde esta perspectiva, historia y memoria son representaciones del pasado, la primera tiene como objetivo la exactitud de la representación mientras la segunda pretende ser verosímil, no intenta reconstruir el pasado sino instaurarlo, fundarlo. La historia es una opera- ción universal y laica que demanda el análisis, el discurso crítico, la explicación de las causas y de las consecuencias.5 En los debates contemporáneos, abiertos, inacabados, fundamentalmente europeos y en un contexto en que se discuten los peligros de la instrumentalización de la historia en aras de las necesidades del presente, se plantea, entre otras cuestiones, que existe un papel específico para cada una de ellas; la historia “revuelve y cura al mismo tiempo, es terapeútica, pues sana los conflictos de la memoria”.6 En nuestro medio, numerosos trabajos recogen esta distinción, fundada, en muchos casos, en una imagen única y sim- plificada de la historia, identificada con los modelos tradicionales. Desde una historia caricaturizada, se rescata a la memoria como un agente reparador de los silencios de los historiadores.7 Fuera de los ámbitos académicos, también es un lugar común considerar que, frente al vacío dejado por la historia profesional, la memoria, entendida como la capacidad intelectual de conservar determinada información, siempre vigilante, se hizo cargo de recuperar hechos y procesos importantes para la vida de los individuos. La historia se opone a la memoria casi en los mismos términos en que los historiadores revisionistas oponían la historia oficial a la “otra historia”, la representada por ellos.

Una de las consecuencias más visibles de esta distinción es la marginación de la discusión de un problema clave: el papel de los historiadores en los procesos de construcción de memorias. En los últimos años, desde diferentes espacios académicos, diversos autores reclaman el análisis de dicho papel, de la función social de la historia y del historiador. Dicho reclamo se funda en la consideración de que el historiador, además de comprender el pasado, participa en la confor- mación de las distintas versiones del mismo que circulan, influyen y se instalan en los distintos grupos sociales, reclaman el análisis de dicho papel, de la fun- ción social de la historia y del historiador;8 los trabajos de François Bedarida9, interesado en la comprensión de la historia del presente, son representativos de esta preocupación. En este sentido, también se puede señalar que la revista nor- teamericana History and Theory estableció como temas prioritarios de sus últi-

5Nora, 1984: XV-XLII.

6Husson, http://clio.rediris.es/articulos/memoria_guerras.html : 8.

7Los trabajos de Elizabeth Jelin son un ejemplo de esta perspectiva. Ver: Jelin, 2002.

8 Fontana, 2001; Florescano, 2003.

9 Bedarida fue el fundador y primer director del “L‘ Institut d‘ histoire du temps present”, creado en 1978, como unidad de investigación dentro del CNRS de Francia. Su trabajo sobre historia, crítica y responsabilidad de 2003, se centra en la discusión de la función de la historia y del historiador en el mundo contemporáneo. Ver: http://www.ihtp.cnrs.fr

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mos números los siguientes: el rol público de la historia, los historiadores y sus evaluaciones morales; los historiadores y sus responsabilidades éticas.10 En Ar- gentina, algunos trabajos plantean el lugar de los historiadores en la construcción de imágenes sociales del pasado, “en la que por varios senderos participan, a veces a su pesar”. Cuestionan la clásica asociación de la historiografía con la producción de los grandes estudiosos del pasado y proponen una definición que contemple “frentes múltiples”; desde esta perspectiva, representada en nuestro medio por el texto de Cattaruzza y Eujanian, la historiografía, entendida como historia de la historia, puede comenzar a abarcar productos intelectuales, discur- sos, ideas, imágenes, instituciones y operaciones realizadas por el Estado a través de sus aparatos.11 Otros, plantean la coexistencia de la historiografía académica, que recorre un camino de creciente profesionalización y la historiografía militan- te, que se propone reflejar y producir una realidad histórica alternativa, funcio- nes, por lo general, atribuidas a la memoria.12

De este modo, el análisis del papel ocupado por los historiadores y su producto, la historiografía, en la construcción de memorias se presenta como uno de los caminos para explorar las grietas de este lugar común. Los historiado- res ocupan un lugar importante en la formación de las diferentes memorias: oficial, colectiva, de grupo. En nuestro país, en distintos momentos históricos, contribuyeron con sus estudios a la difusión de determinadas representaciones del pasado, donde figuraban primeros y segundos actores, héroes y villanos, fun- didos en un esquema dicotómico donde cada uno de ellos encarnaba el bien o el mal representado, en el caso de nuestra historia, por sus aportes u obstáculos para el logro de la unión nacional. En este modelo dominante, los conflictos, el cuestionamiento al orden establecido eran vistos como alteraciones provisorias que debían ser rápidamente superadas en aras del bien común. La historia escri- ta y contada contribuía a la construcción de una memoria donde lo positivo se identificaba con el orden y lo negativo con la subversión del mismo. Esta rápida imagen no intenta olvidar que, junto a esta visión, coexistieron diferentes repre- sentaciones del pasado.

En síntesis, la distinción tan marcada entre historia y memoria es sosteni- da en el ámbito de la sociología y de la historia. En el caso de la primera, fundamentalmente la basada en los trabajos de Halbwachs, la misma sirve de sustento a una concepción de la memoria como actividad que sustituye a la historia. En el mundo de los historiadores –específicamente los influidos por esta concepción– la mencionada distinción oculta la consideración de una pregunta

10Historyand Theory, abstracts december 2004, october 2005, http://www.historyandtheory.org/ calls.html

11 Cattaruzza y Eujanian, 2003.

12Devoto y Pagano, 2004.

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tan antigua como la historia misma: el para qué de la disciplina, su lugar en la construcción de imágenes sociales del pasado, sus usos, que integran los usos del pasado, en un sentido más amplio. En la búsqueda de respuestas, nos interesa rescatar un viejo vínculo, el de las relaciones entre memoria y política por ello es que en el próximo punto esbozaremos una propuesta para abordar el lugar de la memoria como objeto de una historia de lo político, interesada en analizar los procesos de legitimación del poder, en los que muchas veces los historiadores (o sus historias) se contaron como protagonistas.13

2.La memoria como objeto de estudio de la historia

2.1.Itinerarios de la historia política

“La historia es el laboratorio en actividad de nuestro pre- sente y no solamente el esclarecimiento de su trasfondo”.

Pierre Rosanvallon

Hace ya tiempo que la historia política ha recuperado un lugar en el mun- do de los historiadores. Después de su estrecha asociación con la historia tradi- cional, cuestionada por Annales, recuperó, a partir de la década del setenta del siglo XX, un espacio en el quehacer historiográfico. En el ámbito francés, su inclusión en la compilación de Le Goff y Nora, a través del texto de Julliard, es un indicador de su consideración entre las perspectivas historiográficas posibles. En ese texto, Julliard planteaba que “la cuestión no estriba ya en saber si la historia política puede ser inteligible sino más bien saber si en adelante puede existir una inteligibilidad en la historia fuera de la referencia al universo político”. Desde su perspectiva, consideraba que “la historia política, instruida por su larga andadura en el caos acontecimental, podría evitar al conjunto de los historiado- res, la larga travesía en el desierto sistémico, aportándoles una contribución esen- cial a la interpretación global del cambio”.14

13Para ejemplificar esta participación de la historia en la legitimación política, podemos citar dos casos, producidos en diferentes tiempos. Las historias de Mitre sobre San Martín y Belgrano, citadas en los homenajes y conmemoraciones del poder político como fuente autorizada para hablar del pasado nacional y en segundo lugar, el caso del revisionismo histórico y su apropia- ción como “historia de los vencidos” por parte del peronismo desde su caída en 1955 hasta llegar a las luchas políticas de los años setenta. Esta apropiación está presente en las versiones de la historia difundidas en diferentes publicaciones del peronismo combativo tales como La Causa Peronista, El Descamisado, El Peronista y en publicaciones de la izquierda como la revista Liberación por la patria socialista, editada en Córdoba bajo la dirección del abogado Gustavo Roca.

14Julliard, 1979: 257.

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Más cerca en el tiempo, la irrupción del neo-institucionalismo norteameri- cano en el campo de la ciencia política y su uso por parte de los historiadores interesados en las instituciones, dio un aire renovador a la historia política pero con el costo de subordinar los aspectos simbólicos de lo político a los formales, organizativos.15 Desde esta perspectiva, se hacía una lectura sesgada, como toda lectura, de un clásico como Max Weber que había propuesto, a comienzos del siglo XX, la necesidad de mirar ambos aspectos para comprender el funciona- miento de la política en el mundo moderno. Desde esta lectura, de fines del siglo XX, el rescate de lo político viene de la mano de las instituciones, de sus aspectos formales y de la subordinación de los aspectos simbólicos. Desde otro universo teórico, la perspectiva expuesta por Rosanvallon16 repara estas exclusiones; plan- tea que “no se puede aprehender el mundo sin darle un lugar a este orden simbó- lico de lo político”. La suya es una buena síntesis de los itinerarios de una nueva historia política fundada en una redefinición de lo político entendido como un campo y como un trabajo; el primer sentido hace referencia al lugar, al marco para los discursos y las acciones; como trabajo, se menciona al proceso por el cual un agrupamiento humano toma los rasgos de una comunidad y es aquí donde cobra importancia el orden simbólico. La aprehensión de lo político se piensa desde una perspectiva de larga duración que permita “rehacer la genealo- gía extensa de las cuestiones políticas contemporáneas” dado que “la historia es el laboratorio en actividad de nuestro presente y no solamente el esclarecimiento de su trasfondo”. Se trata de analizar el pasado del presente, de recuperar dimen- siones olvidadas, marginadas por una historia clásica legitimada por sus propios cultores (los historiadores políticos) y por sus críticos (los defensores de una histo- ria social, estructural, opuesta a una historia acontecimental). A partir de un nuevo rescate de Weber, otra mirada de lo político necesita considerar los valores que sustentan a las instituciones, entre ellas al Estado, como portadoras de lo político. Interesa rescatar el papel de las instituciones como productoras de sen- tido para una sociedad o como traductoras de sentidos producidos en otros ámbitos. Pensar en los valores que sustentan las instituciones supone pensar en los procesos de legitimación del poder político, en las acciones que lleva a cabo para legitimarse. A partir de esta delimitación, lo político, definido como campo y como trabajo, en el sentido planteado por Rosanvallon, es una herramienta

15El texto de March y Olsen, 1997, sintetiza las ideas principales de esta perspectiva.

16Rosanvallon, 2003. En la historiografía latinoamericana, los textos de Francois-Xavier Guerra constituyen puntos de referencia de esta perspectiva que rescata los aspectos simbólicos del poder, véase Guerra, 1989. Por su parte, De los Arcos, 1992; Barriera, 2002, plantean buenas síntesis de la renovación de la historia política desde fines del siglo XX. En Argentina, la revita- lización de esta perspectiva historiográfica comenzó fundamentalmente a partir de la recupera- ción de la democracia en 1983, siendo sus preocupaciones centrales la construcción de la ciudadanía, la participación política, la legitimación del poder, entre otras.

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fértil para pensar los procesos de legitimación del poder político a partir de la construcción de imaginarios políticos, dado que el concepto de campo permite graficar espacios de disputa por el poder donde lo que está en juego es la defensa de un determinado régimen político, entendido en una doble dimensión: como conjunto de instituciones que regulan la lucha por el poder y su ejercicio y como los valores que sustentan tales instituciones; en este sentido, el régimen político alude a una síntesis entre poder y autoridad.17 Por su parte, lo político como trabajo alude a los procesos dadores de sentido, a la política como productora de sentido para una comunidad; desde este marco, puede pensarse en los usos del pasado como una de las estrategias esgrimidas por el poder para legitimar su accionar. El pasado se convierte en uno de los insumos claves para construir un imaginario, conformado por representaciones colectivas, donde se articulan ideas, imágenes, ritos y modos de acción que varían a lo largo del tiempo en función de las necesidades políticas del presente. Y es aquí donde cobra importancia el análisis de las memorias como objeto de estudio de la historia.

2.2. Memorias, legitimación del poder e imaginarios políticos

Todo poder trata de ganarse el consenso para que se le reconozca como legítimo, transformando la obediencia en adhesión.18 El poder político acude al pasado para construir una memoria que pretende ser la memoria colectiva de todo el pueblo; dicha construcción es parte del proceso de legitimación de un modelo político cuya definición es disputada por distintos actores. La legitima- ción, considerada como uno de los trabajos de la memoria, implica una doble organización del recuerdo: en primer lugar, en la sucesión temporal; en segundo lugar, en una lógica de sentido. La política implica, supone, una valoración del tiempo; al tiempo cronológico opone un tiempo propio, construido en función de un espacio de la experiencia y de un horizonte de expectativas. Dicha construc- ción conlleva una determinada imagen del pasado, del presente y del futuro pero se realiza fundamentalmente desde un presente político que es el que dicta las claves de lectura de un pasado más o menos glorioso en función de las tareas actuales. Como ya señalamos, esta lectura del pasado es uno de los recursos clave en la conformación de un imaginario político.

¿Desde dónde pensar la conformación de imaginarios? Baczko19 plantea que el cuadro teórico en el que se sitúa el estudio de los imaginarios sociales es el campo clásico, conformado en el siglo XIX, a partir de las ideas de Marx, Weber

17Levi, L, 1997: 1362.

18El concepto de legitimidad tiene una vasta trayectoria teórica donde los trabajos de Max Weber ocupan un lugar central. Una discusión interesante del concepto puede leerse en los siguientes textos: Levi, 1995; Coicaud, 2000; Serrano Gómez, 1994.

19Baczko, 1999: 17-32.

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y Durkheim. En tal sentido, sintetiza las propuestas centrales de los mismos con relación al tema en cuestión. Para Marx, dice el autor, el análisis de los imagina- rios sociales se inscribe en un esquema global, el materialismo histórico; forma parte del análisis de las ideologías. La ideología engloba las representaciones que una clase social se da de sí misma, de sus relaciones con sus clases antagónicas, así como de la estructura global de la sociedad. Una clase social expresa sus aspiraciones, justifica moralmente y jurídicamente sus objetivos, concibe su pa- sado e imagina su futuro a través de sus representaciones ideológicas. La ideolo- gía, factor real de los conflictos sociales, sólo opera gracias a lo irreal e ilusorio que hace intervenir. Si bien Marx, concluye Baczko, considera estas representa- ciones y –en particular– las ideologías, como parte integrante de las prácticas colectivas, por otro lado, sólo les da, en el juego de las relaciones entre infraes- tructura y superestructura, el status de lo ilusorio.

Para Durkheim, continúa Baczko, la correlación entre las estructuras so- ciales y los sistemas de representaciones colectivas se encuentra en el centro de sus interrogantes. Para que una sociedad exista y se sostenga, para que pueda asegurarse un mínimo de cohesión y de consenso, es imprescindible que los agen- tes sociales crean en la superioridad del hecho social sobre el hecho individual, que tengan una conciencia colectiva, un sistema de creencias y prácticas que unen en una misma comunidad a todos los que adhieren a ella. En este sentido, los ya citados trabajos de Halbwachs sobre la memoria colectiva, la conserva- ción de las representaciones del pasado comunes a todo un grupo social, se inspiran en ideas durkheimianas.

Los principios metodológicos de Weber sugieren otros enfoques de los imaginarios sociales. La estructura inteligible de toda actividad humana surge del hecho de que los hombres buscan un sentido en sus conductas y con relación a ese sentido reglamentan sus comportamientos recíprocos. Lo social se produce a través de una red de sentido. La vida social es productora de valores y de normas y de sistemas de representaciones que los fijan y los traducen. Las relaciones sociales jamás se reducen a sus componentes físicos y materiales. Los tipos de dominación distinguidos por Weber se ejercen por medio de sistemas diferentes de representaciones colectivas sobre las cuales se funda la legitimidad de esos poderes específicos. El peso de las representaciones y los símbolos varía de un tipo de poder a otro. En síntesis, Marx sitúa el problema de los imaginarios sociales, de las ideologías, en el enfrentamiento entre clases sociales. Durkheim pone el acento en las correlaciones entre las estructuras sociales y las representa- ciones colectivas. Weber analiza los procesos de producción de sentido.

Otros autores sitúan en un primer plano los nexos que existen entre los imaginarios y las ideologías. En este sentido, Murilo de Carvalho20 destaca que el

20Carvalho, 1997: 15-25.

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instrumento clásico de legitimación de los regímenes políticos en el mundo mo- derno es la ideología, la justificación racional de la organización del poder. Sin embargo, señala que dentro de las batallas ideológica y política se produce una batalla de símbolos y alegorías, una batalla en torno a la imagen del nuevo régimen. Es en el marco de la misma donde se elabora un imaginario, parte integrante de la legitimación de cualquier régimen político. El imaginario social está constituido y se expresa por ideologías y utopías pero también por símbolos, alegorías, rituales y mitos que, debido a su carácter difuso, pueden tornarse po- derosos elementos de proyección de intereses, aspiraciones y miedos colectivos. En la medida en que logren constituir un imaginario, dice el autor, pueden plas- mar visiones de mundo y modelar conductas. En su perspectiva, el término ima- ginario no sustituye al de ideología sino que ambos se complementan para inten- tar una explicación de los procesos de legitimación del poder político.

Tanto Baczko como Carvalho insisten en dotar al estudio de los imagina- rios de una autonomía que lo libere de su carácter ilusorio, reflejo de los “verda- deros determinantes” de los procesos sociales. Sin embargo, tal autonomía no implica aislamiento ni desconocimiento de las relaciones existentes entre los dis- tintos factores que explican el curso de la historia; antes bien, el lugar de los imaginarios se funda en el reconocimiento de la necesaria interacción entre los mismos, en una perspectiva equiparable a la presentada por Rosanvallon, quien plantea, en su fundamentación de una historia de lo político, que “estas repre- sentaciones constituyen reales y poderosas “infraestructuras” de la vida de las sociedades. A diferencia de una visión desencarnada que se desentiende de to- mar en cuenta las fuerzas que modelan el marco de la acción de los hombres, su objetivo es enriquecer y complejizar la noción de “determinación”. En este senti- do el autor cita a Michel de Certeau para destacar que “los relatos y las represen- taciones tienen una clara función: abrir un teatro de legitimidad a las acciones efectivas”.21 En síntesis, estas perspectivas proponen rescatar el estudio de los imaginarios como un factor clave para lograr una visión “más completa” del pasado.

En un escenario donde postulamos que la memoria es un recurso clave para comprender los procesos de legitimación del poder, nos preguntamos cómo abordar su investigación, a través de qué instrumentos teóricos, dónde centrar nuestra mirada. Nos detenemos en los homenajes y las conmemoraciones, mo- mentos privilegiados para observar la materialización de las memorias como reescritura de la historia dado que en las distintas intervenciones se resignifican los hechos y procesos históricos a la luz del presente.

21Rosanvallon, 2003: 46-47.

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2.3. La materialización de las memorias: homenajes y conmemoraciones

Los historiadores se han ocupado de la memoria, erigiéndola en un nuevo objeto de estudio que puede ser abordado a partir de la consideración de dos aspectos centrales: el análisis de la memoria colectiva y los usos o el trabajo de la memoria, tales como el recuerdo, el silencio, el olvido, la nostalgia, el cambio, la sustitución, la restitución y la legitimación. ¿Qué es la memoria colectiva? Palo- ma Aguilar señala, en una definición que cuenta con un importante consenso, que la misma consta del recuerdo que tiene una comunidad de su propia historia y también de las lecciones y aprendizajes que extrae de la misma. Incluye tanto el contenido de la memoria (recuerdo de acontecimientos históricos específicos) como los valores asociados a su evocación (lecciones y aprendizajes históricos, modificados por las necesidades del presente).22 Es fácil imaginar que este con- cepto se encuentra dentro del viejo pero actual debate entre holistas e individua- listas; sin embargo, sin olvidarnos del mismo, la pregunta a responder se relacio- na con la selección de los contenidos de la memoria, con los actores políticos y sociales interesados y con el poder suficiente para promover una memoria deter- minada. El concepto de lugares de la memoria, acuñado por Pierre Nora,23 cons- tituye una de las herramientas para pensar este problema; dicho concepto parece haber logrado una clara hegemonía en el campo de los estudios sobre la memo- ria. El historiador francés lo definió como aquellas realidades históricas en las que “la memoria se ha encarnado selectivamente y que por la voluntad de los hombres o el trabajo del tiempo han permanecido como los símbolos más lumi- nosos de aquélla: fiestas, emblemas, monumentos y conmemoraciones, pero también elogios, diccionarios y museos”.24 Como sintetiza Cuesta Bustillo, es una herramienta para construir una historia simbólica, preocupada por historizar el símbolo como portador de memoria, una historia que incorporó un nuevo interrogante: ¿qué lugar conceden los vivos a los muertos? ¿Qué utilización ha- cen de ellos en su propio presente? Su objeto no es tanto el análisis de los hechos y su memorización sino la huella que dejan, no el acontecimiento sino su cons- trucción en el tiempo; se propone identificar y definir las modalidades de reutili- zación del pasado, se trata de comprender la administración general del pasado en el presente, lo que cuenta es el tipo de relación con el pasado y la manera en que el presente lo utiliza y lo reconstruye.

Los lugares de la memoria es uno de los conceptos operativos en el aná- lisis de la memoria; otro, es el de conmemoración, entendido como la encrucija- da entre la institucionalización y lugar de la memoria, un doble juego entre el

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Aguilar Fernández, 1995: 129-142.

Nora, 1984-1992.

Cuesta Bustillo, 1998: 216-217.

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presente y el pasado. Namer25 distingue varios elementos para su análisis: el lugar, el notable, el escenario, la representación o teatralización, el tiempo y la reescritura de la historia que toda conmemoración significa. Los gobiernos y los poderes públicos no dejan de ser imponentes máquinas de memoria y de olvido institucionalizado, los signos de este accionar son los nombres de las calles, el calendario, los homenajes, los preámbulos de las leyes, etc.26 La conmemoración política es la práctica de la memoria colectiva organizada, representa una me- moria oficial, se presenta como reescritura de la historia y como puesta en mar- cha de una memoria colectiva, no remite sólo a un hecho sino a su interpreta- ción, suele tener una finalidad didáctica y resulta una organización de memorias colectivas, una jerarquización de memorias donde la configuración de una me- moria dominante implica la subordinación o el exilio de otras memorias. El po- der político institucionaliza una memoria, una memoria oficial, una memoria pública. Los homenajes son un ejemplo de esa institucionalización. La memoria, afectiva, selectiva, al igual que la historia producida por los historiadores, selec- ciona a quien recordar, a quien homenajear, qué lugar otorgar a los personajes y acontecimientos en un esquema lineal, progresivo que se dirige hacia la consoli- dación del modelo político que se pretende legitimar.

Consideraciones finales

Los estudios sobre la memoria se presentan desde fines del siglo XX como un campo de estudio novedoso y como todo lo nuevo, riesgoso para un espacio historiográfico consolidado en torno a otras líneas de investigación más antiguas y desarrolladas. Sin embargo, como planteábamos al comienzo del trabajo, la búsqueda de nuevas respuestas a viejas preguntas, abandonadas en el ámbito de la teoría de la historia, puede ser una circunstancia propicia para repensar pro- blemas clave de la historia. La discusión de las relaciones entre historia y memo- ria desafía a los historiadores a pensar acerca de su lugar en la construcción de memorias; los efectos de sus trabajos, quizás difíciles de medir, en la conforma- ción de imágenes sociales del pasado, dominantes, sumergidas, latentes, pero circulantes al fin en distintos grupos que se apropian de versiones de la historia construidas por los historiadores a lo largo del tiempo, cuyo éxito dependió en gran parte de la relación con el poder político. El problema señalado, presente ya en la agenda de muchos investigadores, necesita de más cultores y un buen punto de partida es analizarlo desde la perspectiva de los estudios sobre la me-

25Cuesta Bustillo, 1998: 209.

26Cuesta Bustillo se refiere a este proceso en un apartado titulado “La memoria institucionali- zada”, Cuesta Bustillo, 1998: 208-210.

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Memoria y poder: el rescate de un problema clásico.

moria. En una segunda parte del texto, elegimos centrarnos en un espacio espe- cífico, el de una historia que propone destacar los aspectos simbólicos de la política como expresión de los procesos de construcción de legitimación del po- der. Dentro de los mismos, la resignificación del pasado constituye un recurso clave dado que los distintos actores políticos materializan, a través de una serie de rituales como los homenajes y las conmemoraciones, la reescritura de la his- toria en función de las demandas políticas del presente. Para investigar estos procesos es importante rescatar la relación entre memoria y poder desde una perspectiva histórica, para avanzar en la reconstrucción de una “genealogía ex- tensa de las cuestiones políticas contemporáneas”, tales como la debilidad de la democracia, la búsqueda de consenso y legitimidad; en última instancia, la jus- tificación del poder, problema clásico en cuya respuesta participan conceptos clave e íntimamente relacionados, aunque gestados en contextos teóricos y polí- ticos diferentes como los de ideología, entendida como el instrumento clásico de legitimación del poder, y el de imaginarios políticos, definidos como representa- ciones colectivas articuladas en torno a ideas cuya imposición y circulación en el espacio público son el resultado de las luchas por el poder, donde el ámbito de lo imaginario y lo simbólico ocupan un lugar central. Desde este escenario, el abor- daje de la memoria como objeto de estudio de la historia constituye una buena oportunidad para volver a preguntarnos sobre aspectos clave de una historia política, entendida fundamentalmente como historia del poder y no como un eterno retorno a la estigmatizada “historia historizante”. Las respuestas a estas preguntas no provendrán de una transposición acrítica de modelos teóricos ges- tados en otros contextos y pensados para otros problemas, sino de una sostenida práctica de investigación en nuestro medio, donde los debates importados ad- quieren su propia densidad a la luz de un presente, en el cual el poder político y diferentes actores manifiestan claramente su voluntad de gestar nuevas memo- rias y nos recuerdan el lugar protagónico ocupado por el vínculo memoria-poder.

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