NACIÓN, PUEBLO Y DEMOCRACIA: NUEVOS SIGNIFICADOS EN LA TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA. LA REVISTA UNIDOS Y EL PROYECTO DE UN PERONISMO DEMOCRÁTICO1

María Teresa Brachetta*

Resumen

En esta modernidad tardía, en que el capitalismo se afirma en modelos cultura- les globalizadores que tienden a borrar las identidades tradicionales, conven- dría ponerse bien lejos de intentos restauradores de una “unidad nacional”, que ignoren las contradicciones y conflictos que atraviesan la historia del país. Para una reconstrucción identitaria resulta sin duda más saludable un ejercicio crítico de la memoria.

La manera de volver a poner en la agenda “lo nacional”, distanciándose de reacciones crispadas, pero a la vez contemplando los desafíos que supone la construcción de un proyecto nacional, pareciera ser una cuestión importante para el presente.

Como un aporte en este sentido, el trabajo propone recuperar una serie de debates, que sobre esta idea se suscitaron en tiempos recientes, en el país. La manera en que parece revisarse y reformularse la “cuestión nacional”, a la luz de la nueva “cuestión democrática”. La distancia que pareciera establecerse entre la forma en que estas cuestiones habían sido abordadas en los años ’60 y ’70 y la etapa de la transición democrática.

Del nutrido conjunto de series discursivas de la época, el trabajo rescata la producción de la revista UNIDOS. Experiencia editorial de un grupo de intelec- tuales y políticos de la izquierda del peronismo que se propusieron interpelar y refundar la identidad tradicional, para ponerla a tono con las demandas de una sociedad que se pronunciaba por una profunda revalorización de la de- mocracia.

Palabras clave: Peronismo – Democracia – Nuevas identidades – Movimiento Nacional-popular – Hegemonía

1Ponencia presentada al Simposio “Espacios y modos de la Modernidad” que se llevó cabo los días jueves 10 y viernes 11 de agosto del 2006 organizado por el Grupo de Estudios sobre la Modernidad, perteneciente al Área de Historia del Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades (CIFFyH) de la Universidad Nacional de Córdoba. Agradecemos especialmente los comentarios que en esa ocasión efectuara Mónica Gordillo y que permitieron enriquecer el trabajo.

*SECyT–UNCuyo

Cuadernos de Historia, Serie Ec. y Soc., N° 8, Secc. Art., CIFFyH-UNC, Córdoba 2006, pp. 11-42

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Abstract

In this late modernity in which capitalism rests on globalising cultural models that tend to erase national identities, it would be convenient to keep away from the attemps to restore a “national unity” which ignore the contradictions and conflicts that cross Argentina’s history. A critical exercise of memory is undoubtedly healthier to do than an identity reconstruction.

What seems to be important nowadays is to draw attention to “the national issue” by keeping distance from irritated reactions but, at the same time, to consider the challenges which are inherent to the construction of a national project.

As a contribution to this issue, this paper attempts to recover recent series of debates on this topic in our country. The way in which “national issue” is reexamined by the new democratic approach; and the apparent distance between how this issue was analized in the ’60 and ’70, different to that of the democratic transition period.

From the abundant series of discourses of those decades, this paper deals on the production of UNIDOS magazine. It was the editorial experience of a group of intellectuals and politicians of the left of Peronism who wanted to appeal to traditional identity, so that it would comply with the demands of a society that pronounced itself on a deep revaluation of democracy.

Key words: peronism – democracy – new identities – national-popular movement - hegemony

Introducción

El presente trabajo intenta acercarse –a partir del análisis de una revista de discusión política de los años ‘80– a la revisión de algunas ideas sobre “lo nacional”, que parecía operarse en la etapa de transición democrática en el país. Nos referimos a la revista UNIDOS que circuló entre 1983 y 1991 aproximada- mente produciendo 23 números. Dicha revista constituye la empresa de un grupo de intelectuales y políticos de la izquierda peronista, con cierta vinculación a la experiencia de la Renovación peronista, que alentaron desde sus páginas a la renovación partidaria desde una profunda revisión de los contenidos tradiciona- les de esa identidad política.2

2Dirigida entre 1983 y 1989 por Carlos “Chacho” Alvarez nucleó a un nutrido grupo de intelectuales y políticos entre los que se pueden destacar: Arturo Armada, Roberto Marafiotti, Vicente Palermo, Mario Wainfeld, Norberto Ivancich, Salvador Ferla, Enrique Martinez, Felipe Solá, Horacio Gonzalez, Hugo Chumbita, Victor Pesce, Ernesto Lopez, Alvaro Abós, Nicolás Casullo, José Pablo Feinman, Oscar Landi, Pablo Bergel, Cecilia Delpech, Diana Dukelsky, Claudio Lozano y Mona Moncalvillo, entre otros.

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Sobre la duración de la etapa considerada como transición podría reque- rirse precisiones teóricas, que consideramos menos necesarias para el trabajo que aquí se presenta. Solicitamos que en función de introducirnos más rápidamente en las cuestiones más sustantivas que queremos presentar, baste la definición de los primeros años del retorno a la democracia en el país: 1983-1989.

Dos cuestiones ponen marco y vuelven pertinente –para nosotros– revisi- tar esta cuestión. En primer lugar, lo que pareciera representar una serie de quie- bres y rupturas sobre las tendencias previas que había jalonado el debate en décadas anteriores, y que por ello parecieran inaugurar nuevas significaciones. En segundo lugar, el rédito que puede aportar la reflexión sobre aquella novedosa articulación significativa, a un presente conflictivo en este aspecto.

En esta modernidad tardía en que el capitalismo ha alcanzado un altísi- mo grado de trasnacionalización, donde la soberanía de los Estados-nación re- trocede, donde el poder imperial parece desterritorializarse y anclarse no sólo en los segmentos tradicionales del control del territorio y la potencia militar, sino y fuertemente, en modelos culturales que tienden a borrar las identidades tradicio- nales, se producen reacciones múltiples y contradictorias. Quisiéramos ponernos lejos de las crispadas reacciones que abogan por la restauración de supuestos valores esenciales que constituirían la reserva y el sustrato sobre el cual reedificar la identidad nacional herida. Asimismo evitar la tentación de volver a poner un velo que subsuma, simplificando, las múltiples y profundas contradicciones que atravesaron y atraviesan la sociedad y la historia política del país en pos de “retornos a la unidad”. Más bien nos inclinamos a apostar por las bondades terapéuticas que para la “sed de identidad” –si esta existe– podría representar el ejercicio de una memoria crítica que apostara a defender como un vivificante legado común –como señalara Vicente Palermo en una contribución periodística reciente:

“nuestros dolorosos pasados, nuestras historias terribles, y el precioso conjunto de discusiones que constituye nuestra cultura nacional... Lo más relevante no es la exactitud del dato, sino el esfuerzo por la com- prensión, aún de lo que tengamos motivos para no compartir o para condenar”3 .

Cómo hacer del pasado un objeto de debate y no de clausura. Cómo evitar relecturas interesadas o anacrónicas que sobreimpriman asuntos del pre- sente y desvirtuen la especificidad del pasado, sin que esto signifique vaciamiento de significación, resulta una tarea complicada. Esto no debiera ser obstáculo para no acometerla. En un ensayo que camine en el sentido propositivo, intenta- mos rescatar de ese precioso “conjunto de discusiones que constituye nuestra

3Palermo, 2005: 11.

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cultura nacional” –al decir de Palermo– el debate que sostuvieron en los primeros años del retorno democrático un grupo de intelectuales-políticos del peronismo acerca de los desafíos que implicaba para esa tradición política y para la socie- dad, la reconstitución de la democracia. Imbuidos del espíritu refundacional que campeaba por aquellos años en el ámbito de los debates político-ideológicos, estos “militantes de la idea” –como quisieron autodenominarse– pusieron en discusión no pocas certidumbres que habían balizado la historia y el relato pero- nista. De lo muchos jalones que podrían recorrerse de este debate, recortamos para esta instancia, las preguntas y el tono crítico con que abordaron la cuestión de “lo nacional” adoptando, más que una saludable iconoclastia, a la que sin embargo no le temieron, una comprometida y audaz revisión, que si no logró el éxito que se propusieron sus protagonistas en aquel momento –cual la revitaliza- ción de una identidad en el borde de su disolución– queda como sedimento valioso para aquellos interesados en indagar sobre las virtualidades que pueden haber acompañado a una época.

Este trabajo ofrece en primer lugar una breve aproximación al perfil de la revista y al lugar que quiere ocupar en el campo del debate público, cruzado por novedades sustantivas por aquellos años. En segundo lugar se abordan tres nú- cleos significativos en el discurso de Unidos, que representan a nuestro juicio, la ruptura que la revista ensaya en torno a la idea de lo nacional sostenida hasta entonces por la identidad peronista tradicional. El primer núcleo aborda la revi- sión que Unidos propone sobre la idea del movimiento nacional. De frente a la interpelación que les suscita la nueva cuestión democrática se interrogan sobre las virtualidades y límites de esta idea para expresar una nueva y necesaria arti- culación política plural que demanda la nueva democracia, y desde allí postulan su objeción a la pretensión histórica del peronismo de representar la identidad hegemónica de la nación. El segundo núcleo intenta acercarse a la revisión críti- ca de la experiencia setentista y de las lecturas sesgadas de la izquierda nacional sobre la virtualidad revolucionaria del peronismo. El tercer núcleo intenta restituir el debate que sostienen con el relato democrático y con el proyecto de moderni- zación alfonsinista expresado en el discurso del “Parque Norte”.

Por último, en unas breves conclusiones, revisaremos los aportes de Uni- dos que inspiran a una nueva reflexión sobre la nación y la articulación entre estos y un presente que si bien demanda superar visiones románticas, esencialis- tas, fundadas en apelaciones emotivas que dan por sentada una unidad precons- tituida e inhiben la posibilidad de entender la nación como una construcción por el diálogo, interpelan sobre los riesgos de un pluralismo –por qué no– también esencialista que naufrague en una fragmentación sin proyecto. En definitiva, de qué manera la política como práctica constitutiva de una sociedad democrática, se afana por construir lazos de integración y una suerte de argamasa –blanda y plural si se quiere– fundamental en la construcción de la identidad.

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Unidos: refundar el peronismo para la nueva cultura democrática

La empresa revisionista que reunió a intelectuales, políticos y militantes de variada trayectoria del peronismo de izquierda se expresó a través de una revista cuyo sugestivo título “Unidos” y su epígrafe la reconocida frase de Perón “El año 2000 nos encontrará Unidos o dominados”, poco preanuncia el tono de criticidad y la fuerte interpelación al congelamiento de los símbolos y la tradición peronista que se operará a través de sus páginas.

Dirigida durante siete, de sus nueve años de continuidad, por Carlos “Cha- cho” Alvarez y los dos últimos por Mario Wainfeld, estuvo animada por la convic- ción de que la lucha política es sustancialmente una disputa de contenido ideo- lógico y que por ello debía tener un despliegue privilegiado en el campo cultural y del discurso político.

En este despliegue la revista se va ubicar decididamente en el campo de la ruptura que en el terreno ideológico-cultural parecía experimentar la política ar- gentina por aquellos años. Esta ruptura ha sido caracterizada por Roxana Patiño como el reemplazo de la “matriz autoritaria” que había signado la cultura políti- ca argentina durante 50 años por una “matriz de cuño democrático”4. Sobre la misma, daba cuenta ya en 1986 en la propia revista, Oscar Landi, colaborador y miembro del Consejo de redacción desde fines de ese año. El autor señalaba entonces, que a partir del colapso del gobierno militar no se había producido “una lineal “vuelta a la política”, entendida como una simple restauración de la situación de los actores políticos anterior al golpe. El surgimiento de una “nueva mayoría electoral” era –para Landi– “síntoma de una profunda transformación de todo tipo, también cultural.” 5

En un exhaustivo trabajo de investigación posterior, Gerardo Aboy Carlés postula el surgimiento del alfonsinismo como la emergencia de una nueva iden- tidad política en la Argentina posdictatorial.6 Frente a la crisis de certezas y de diagnósticos compartidos que se experimentaba por entonces, el alfonsinismo para el autor, habría sabido rearticular una nueva identidad política que devino en la delimitación de una “clara frontera con el pasado”. Esa operación sosteni- da en un nuevo relato del pasado reciente, dirigido fundamentalmente a explicar el presente, no habría sido para Aboy Carlés, fruto una deliberada estrategia de reforma, sino un resultado contingente del devenir de los acontecimientos.7 En

4Patiño,http://www.fflch.usp.br.

5Ver: Entrevista a Oscar Landi, Unidos, 1986: 223-233.

6 Aboy Carlés, 2001.

7 Para el mismo autor el retorno a la democracia habría sido el resultado de la implosión del gobierno militar tras su derrota de Malvinas que había arrastrado tras de sí no sólo a las FF.AA. como institución, sino a las dirigencias partidarias y sindicales que de alguna manera habían sido cómplices de éstas en las aventura de la guerra. Ver: Aboy Carlés, 2004: 35-50.

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consecuencia se podría concluir que en el país parecía rearticularse un nuevo consenso democrático que revalorizaba el respeto por el estado de derecho como elemento fundante de la estabilidad democrática, el pluralismo como principio de convivencia política y de representatividad, y contradecía aquella visión de la alteridad como contradicción irreconciliable que había predominado en décadas anteriores. Parecía perfilarse ahora entonces una revisión en las tradiciones polí- ticas que históricamente habían negado estos valores caros al liberalismo políti- co.

En esa nueva matriz en que parecían inscribirse gran parte de la sociedad argentina y que lideró desde un nuevo discurso identitario el alfonsinismo, Unidos participa claramente. Recordando su contribución en la revista Horacio Gonza- lez, uno de sus más asiduos animadores, señalaba más recientemente:

“Indudablemente la democracia emergió como tema en los ochenta. No recuerdo que en los setenta hubiera muchas preocupaciones a su alrededor aunque algunas reflexiones si había [...] fue una sorpresa cuando leía a Claude Lefort, a los teóricos de la democracia como lugar vacío, como valor universal. Tanto fue así que tuve una fuerte acepta- ción de esos conceptos que se expresaron en la Argentina en el mejor Alfonsín ... Daba la impresión de que esa concepción que se transformó en consigna era un punto de partida diferente que suponía que con la democracia se liberarían las fuerzas emancipatorias de la historia. Su- ponía asimismo un concepto de igualdad, una energía social especial cristalizada en la figura del ciudadano y, además, un juego con las dife- rencias donde no habría un conductor que las reuniría, sino que la propia energía social las iría acomodando en su propio rol. En su mo- mento pensé que ésta era una contribución que había que hacer, en vez de seguir pensando la democracia desde la clase obrera, que era siem- pre una forma esencial de pensarla [...] En el sentido más vulgar, se trataba de ver la democracia –esa fue la experiencia que hice con Uni- dos y con el grupo de la renovación peronista– como el lugar de una articulación necesaria. A partir de este reconocimiento estábamos los que proclamábamos que no había democracia sin justicia social, crítica que dirigíamos al alfonsinismo. Discutíamos con él, a partir de la idea de que el canto a la democracia debía ser la invitación a una articulación fundamental, pero que no agotaba todas las posibilidades de una so- ciedad [...]”8

No obstante, como se puede advertir en la última parte del testimonio, quizás uno de los sellos que identifica a la revista, es su intento de debatir con el alfonsinismo sobre todo en su lectura del pasado y sobre el contenido social de la

8Ver: Entrevista a Horacio Gonzalez en: Trímboli, 1998: 96- 97.

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nueva democracia. En esta operación de repensar la democracia y dotarla de un nuevo contenido social diferenciándose del alfonsinismo, es que Unidos someterá a revisión, uno a uno los ejes que habían articulado gran parte de la tradición peronista.

Tres cuestiones nos parecen fuertemente significativas y representativas de la ruptura que Unidos proponía. Dos se dirigen fundamentalmente a debatir con la tradición peronista en pos de ponerla a tono con el nuevo consenso democrá- tico. Una tercera a competir y diferenciarse claramente de la reformulación que encaraba el alfonsinismo. Entre las dos primeras podemos señalar la urgencia de revisar convicciones en torno a la vigencia de una articulación movimientista como eje de un proyecto nacional y popular, y la identificación unanimista del peronismo con la nación. Con respecto a la tercera nos parece demostrativo el embate que encaran frente a la propuesta de modernización democrática del alfonsinismo, resumida en el conocido como “discurso de Parque Norte”.9 De estas tres cuestiones, tratadas más exhaustivamente en otro trabajo10, nos intere- sa recortar en esta ocasión, específicamente, la manera en que parecía rearticu- larse el pensamiento sobre “lo nacional”, en el discurso de Unidos.

Unidos y la ruptura con una tradición congelada

Movimiento Nacional y Cuestión democrática

Una noción central que Unidos va cuestionar y a revisar de la constelación populista peronista tradicional es aquella de movimiento nacional. En el peronis- mo tradicional este había sido pensado como una forma de articulación de lo social y lo político que superaba el concepto de representatividad liberal anclada en el partido político. Posibilitaba el emblocamiento social tras identificaciones que privilegiaban una opción o contradicción central y generaban la unificación nacional en pos de objetivos comunes, relegando contradicciones secundarias que atentaran contra ese objetivo de unidad. La contradicción central de la historia argentina era, en esa interpretación, la de Imperio-Nación. En la tensión dilemática entre “liberación o dependencia” el movimiento nacional cumplía el

9Conocido con este nombre porque fuera pronunciado en ese espacio, se trata del discurso que pronunciara Alfonsín ante el plenario de la UCR en diciembre de 1985 convocando a una “convergencia democrática”

10 Nos referimos a nuestro trabajo: “Refundar el Peronismo” La revista Unidos y el debate político ideológico en la transición democrática, Tesis de Maestría en Ciencias Sociales FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales) presentada en Julio del 2005 y aprobada en el julio de 2006.

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rol de generar acumulación de poder a favor de la liberación, y como afirmó Vicente Palermo definía “el campo de la nación y de la anti-nación”11

Asimismo, en esa concepción el emblocamiento se producía a partir del reconocimiento de las mayorías de una identidad política hegemónica que era capaz de articular la diversidad, reunirla o borrarla a partir de objetivos unifica- dores. El peronismo constituía la identidad política que hegemonizaba el movi- miento nacional y reconocía el liderazgo carismático de Perón. A juicio del mis- mo autor:

“[...] una conducción definida, una identidad política predominante, una expresión orgánica casi perfectamente recortable y una capacidad operativa de contener y procesar las contradicciones de una amplia coalición social, en el marco de una hegemonía interna (la de la clase trabajadora organizada, la “columna vertebral”), pero en términos de equilibrio de intereses “naturalmente” convergentes.”12

Unidos propone entonces a encarar la revisión de estas ideas de cara a la necesaria reformulación identitaria que el nuevo consenso democrático le de- manda al peronismo. Como se puede colegir de dos densos artículos del tercer y cuarto número de la revista, Vicente Palermo, miembro del Consejo de redacción desde sus inicios, desnudaba cómo, en la noción movimientista tradicional, el pluralismo político y representativo como valor identitario se borraba. La acepta- ción de la diversidad tenía –cuando menos– un carácter precario, ya que las otras fuerzas populares podían obtener legitimidad sólo a cambio de subordina- ción a la identidad hegemónica. La disputa electoral, minusvalorada como prác- tica de la democracia formal, servía sólo como ritual de ratificación de la fideli- dad de las masas al líder, y el partido era una herramienta eficaz sólo a los efectos de cumplir con ese rito, pero no conllevaba en sí mismo el valor de representatividad y participación que solo se atribuía al movimiento.13 La cues- tión democrática en su versión del respeto a las libertades públicas y al estado de derecho no aparecía como problema. Al decir del mismo Palermo:

“[...] el pluralismo político, la división del poder y su control, la plenitud de las libertades públicas, el reconocimiento y la legitimación de los adversarios políticos (no como individualidades, sino como actores colectivos), la identificación y el afianzamiento de procedimientos y reglas de juego compartidos, la mediación y la competencia políticas, el rol de los partidos, etc. –quedaba velado.”14

11Ver Palermo, Unidos N° 4, 1984: 69-87.

12Palermo, Unidos N° 4, 1984: 69-87.

13Ver: Palermo, Unidos N° 3, 1984, pp. 70-85.

14Ver Palermo, Unidos N° 4, 1984: 69-87.

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La sola “toma del poder” entendida como “la conquista del aparato esta- tal” por parte de las mayorías emblocadas en el movimiento nacional, tenía por sí misma la capacidad de otorgar poder a los sectores del campo popular y concretar de hecho la democracia. Se condensaba así una noción automática de democracia garantizada por la sola presencia de sectores populares en el poder.

En esta constelación de ideas, entonces, la democracia no aparecía como problema, que dicho sea de paso, no era quizás patrimonio exclusivo del peronis- mo, sino de la cultura política que había prosperado tanto por izquierda como por derecha desde hacía casi cincuenta años. Estaba subsumida y opacada bajo la cuestión nacional y la cuestión social, en la medida en que se consideraba que liberación nacional y transformación social constituían un par inseparable. Res- pecto a ésta última cuestión nos extenderemos más adelante.

Revisar el unanimismo y la pretensión hegemónica. Una nueva articula- ción para el campo popular

La revisión para Unidos debía alcanzar aquella vocación de hegemonizar la vasta pluralidad de intereses nacionales que había pretendido identificar “pe- ronismo y nación”. Esta había ignorado fuertes contradicciones al interior de aquella pretendida unidad, y había acarreado no pocas tensiones, que la muerte de Perón había exacerbado y había tornado, en su último gobierno, irreconcilia- bles. Esta visión crítica sobre la equivalencia entre nación, pueblo y movimiento que había estado en la base de la identidad peronista hacía decir a Mario Wain- feld:

“[...] Ha existido entre nosotros la creencia que el peronismo es –sin más– el movimiento nacional...Esa interpretación contradice el pensa- miento del último Perón quien recurrentemente reconoció que el movi- miento nacional tiene otros integrantes. Además –lo que es más grave– choca con la realidad actual en la que el peronismo ha perdido su condición mayoritaria. Movimiento nacional es un conjunto de perso- nas, grupos y clases sociales con intereses, objetivos y enemigos comu- nes. La lucha contra esos enemigos ha recorrido toda nuestra historia; también la de los países hermanos. Entre nosotros el movimiento na- cional es una realidad existencial permanente desde 1810, preexistió al peronismo, fue hegemonizado por éste entre 1943 y 1974; está hoy vacante de conducción y de brújula y es posible que sobreviva al pero- nismo. En todo caso lo excede y siempre lo ha hecho en mayor o menor medida. El peronismo no es la Nación misma”.15

15Wainfeld, Unidos N° 4, 1985: 69-78.

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Unidos parecía ensayar entonces una fuerte revisión sobre los principios del “unanimismo” que, según la opinión de Danilo Martuccelli y Maristella Svampa, había caracterizado fuertemente al peronismo –aunque también a la casi totali- dad de las expresiones políticas argentinas. Una matriz identitaria que tiende a equiparar las mayorías con la nación, y a la propia doctrina con la identidad nacional y, que por esto, encuentra siempre dificultades para conceptualizar el conflicto e incluso dejar un espacio político a los otros partidos.16

En la línea de revisar la articulación movimientista era también funda- mental considerar el colapso de la coalición social sobre la que se había susten- tado el movimiento nacional (empresariado nacional, FF.AA. y clases trabajado- ras). Esa coalición a la cual podría considerarse en condiciones críticas ya desde la década del ’50 no podría reeditarse bajo la postración que mostraba el modelo de acumulación que la había sustentado. Si esta coalición mostraba claras fisu- ras desde hacía más de treinta años, la dictadura había terminado de demolerla. Era necesario pues “alterar en forma sustancial los patrones de acumulación y consumo en manos de los sectores privilegiados”. Para ello era imprescindible soldar una nueva coalición social que tuviera a las clases trabajadoras y a los sectores medios como núcleos de sustento. Palermo proponía entonces una re- consideración en pos de consolidar un bloque de actores sociales y políticos favorables a las transformaciones, en el cual los sectores medios ocuparan un lugar relevante. Allí la tradicional relación líder- masas como expresión genuina de lo popular perdía sustento para dar lugar al fortalecimiento creciente de parti- dos políticos que permitieran una expresión más plural del campo popular. Nos permitimos un breve paréntesis porque resulta interesante observar como apare- ce aquí cuestionado un motivo clave de las corrientes de pensamiento del nacio- nalismo popular, que había visto en el caudillo la encarnación del “pueblo esen- cial” que en el siglo XIX se había revestido del carácter de montoneras rurales y en el siglo XX reaparecía como las “montoneras sociales”.17

No obstante, para que los actores sociales y políticos favorables a las transformaciones pudieran construir acuerdos en miras a la constitución de un “bloque”, debían ellos mismos abrirse a otras formas de participación que emer- gían por doquier y que requerían de una democratización sustantiva de todas las instituciones. Nos permitimos deducir entonces que Palermo pensaba ese bloque de las transformaciones, constituido por partidos más horizontales, más atrave-

16Ver: Martucelli y Svampa, 1997: 79-80. Cabe agregar aquí que los autores para definir el unamimismo citan un trabajo escrito por Vicente Palermo y de Ariel Colombo –colaborador también este último, de la revista - publicado en 1985, coincidencia que abona la certidumbre de que el cuestionamiento al unanimismo peronista estaba instalado claramente en la revista. Ver: Palermo y Colombo. 1985.

17Ver: Altamirano, 2005: 63-76.

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sados de participación, menos burocráticos y más plurales, que debían encontrar en la institución parlamentaria el espacio para la concertación de acuerdos pro- gramáticos, que consolidaran la democracia y las transformaciones a favor del campo popular.

Esta reformulación de Unidos no sólo parecía romper claramente con el paradigma que condensaba lo nacional en la unidad de pueblo-fuerzas armadas y empresariado nacional. Se puede entrever que, al tiempo que proponía la ruptura, desconfiaba que estos actores concebidos como “esencias representati- vas” de diversos sectores de la vida nacional hubiera existido alguna vez. La nueva coalición social que proponía y una nueva forma de articularla bajo la construcción de un bloque parlamentario, que como expresión del campo popu- lar se pusiera claramente “a la izquierda del centro”, evoca la idea de una con- cepción más plural y menos esencialista del campo popular, más recorrido por la diversidad, tensiones y contradicciones que iban a requerir de acuerdos inestables y de negociación permanente.

Por esto la nueva articulación debía abominar de la “tentación hegemóni- ca” que había recorrido la experiencia peronista –y no sólo peronista que se leía en los llamados a la formación del “tercer movimiento histórico” del alfonsinis- mo. Esta tentación hegemónica era sustantivamente una “regresión política”.

En miras a repensar los vectores que articularan una democratización sustantiva de la tradición peronista, también va a ocupar un lugar central la cuestión de la relación con el movimiento obrero.18 Se trataba para Unidos de revisar entonces aquel postulado de la “columna vertebral” que había por un lado prohijado esa suerte de sujeción de la clase obrera al peronismo y la conse- cuente pérdida de autonomía política de las organizaciones sindicales y que, con el paso del tiempo, había terminado derivando en el pretendido monopolio pero- nista sobre la clase trabajadora. Mario Wainfeld en un artículo que intentaba descifrar la popularidad de Ubaldini señalaba por entonces:

“[...] El sindicalismo actual, por decirlo fácil, fue un invento de Perón realizado desde el Estado. No surgió de una intensa dialéctica entre sociedad y Estado sino como producto de la voluntad y el proyecto del gobernante. El sindicalismo argentino, hijo del poder del estado siem- pre amó a su padre [...] Las “organizaciones libres del pueblo” fueron utopía; tal vez proyecto. El sindicalismo, una construcción prohijada desde el poder.”19

18Agradezco en este punto los comentarios de Mónica Gordillo que me advirtieron acerca de la importancia de incluir en el trabajo la discusión que Unidos entabla sobre la cuestión partido – movimiento obrero, no incluidos en la presentación inicial.

19Ver Wainfeld, Unidos Nº 10, 1986: 101-111.

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Asimismo se trataba de revisar cómo, esa especial forma de relación le había permitido al sindicalismo peronista encaramarse en la conducción partida- ria, saltando la exigencia de legitimar democráticamente su poder, operar despre- ciando y sometiendo al partido a sus propias decisiones y negociaciones, igno- rando que un partido supone una agregación de intereses más vastos.20 Para Vicente Palermo la experiencia peronista de 1973-76 había puesto en evidencia no sólo la resistencia sindical a subordinar la lógica corporativa a la partidaria, sino su propensión a aferrar el ámbito partidario a los intereses corporativos. Esta lógica se había visto reforzada por el “lamentable seguidismo” de la dirigencia partidaria justicialista. A este problema estructural de la relación partido-sindica- tos se agregaba que las conducciones sindicales operaban con un fuerte extraña- miento de sus bases, es decir eran irrepresentativas y se dirigían exclusivamente a negociar con el estado en aras de mantener intacto su poder corporativo.21

Frente a este diagnóstico se puede colegir que para Unidos varios eran los problemas. Entre ellos el sindicalismo peronista debía avenirse a un debate sobre un proyecto político que trascendiera sus intereses corporativos. Para ello debía dejar de articular un proyecto montado exclusivamente en el crecimiento de su propio poder. En este sentido, no debía reivindicarse como la representación del movimiento obrero en el partido, sino que la relación debía ser a la inversa, el sindicalismo peronista debía movilizar en el movimiento obrero el proyecto polí- tico del justicialismo. Para esto el partido debía ser capaz de articular también un proyecto político viable que planteara una transformación social.22

El movimientismo que invocaba la dirigencia sindical tendía a mantener mecanismos verticalistas en la selección de la conducción partidaria. Esto debía revertirse si el partido pretendía democratizarse. No significaba abandonar las reivindicaciones sobre la distribución del ingreso, o la ampliación del empleo, sino poner esta discusión en marcos más amplios que apelaran al debate sobre un proyecto de concertación económica y social ampliada, que agregara amplios intereses sociales e identificara intereses contrarios a la resolución de un proble- ma básico que debía encarar el país: la reconstitución de un proceso de acumu- lación productiva. En este proceso el sindicalismo y la política deberían corres- ponsabilizarse, sustrayéndose de tácticas que respondieran a intereses parciales, encontrando formas de recomponer un campo popular desarticulado y propo- niendo políticas globales que evitaran como exclusivos caminos el realismo des- carnado de lo “único posible”, pero también un “neopopulismo suicida” que tensionara a la sociedad y acentuara el desprestigio en que se había sumido al sindicalismo por alentar una política de defensa exclusiva de sus intereses. 23

20Ver: Palermo, Unidos 11-12, 1986: 74-87.

21Palermo, Unidos 11-12, 1986: 74-87.

22Palermo, Unidos 11-12, 1986: 74-87.

23Palermo, Unidos 11-12, 1986: 74-87.

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Para Unidos entonces una renovación partidaria a fondo tenía frente a sí varios desafíos que no se reducían a instalar mecanismos de democratización partidaria formal. Si no se profundizaba el debate ideológico sobre un proyecto de transformación, el partido no podría constituirse en referente de un campo popular atomizado que necesitaba reconstituirse y articularse. Igualmente para consolidar ese proyecto el partido debía dejar de estar sometido a la manipula- ción oportunista que el corporativismo sindical operaba tras la defensa de un movimientismo vacuo, que era incapaz de expresar algo más que el reparto ver- ticalista y autoritario de cargos electivos dentro del partido.

No obstante, se debe enfatizar que al encarar el embate contra un hege- monismo que aspirara representar “armónicamente” todos los intereses de la nación y pusiera en cuestión los costados autoritarios del peronismo aceptando la “calidad representativa” de otras fuerzas políticas, Unidos estaba lejos de pro- poner una reorganización partidaria en la cual el peronismo se ofreciera como el “partenaire racional” de un “bipartidismo bobo” cuyo horizonte se agotara en los límites de una gobernabilidad democrática que abdicara de un proyecto de trans- formación social.24 Al parecer, por eso –según Vicente Palermo– debía descon- fiarse de las alternativas bipartidistas. El molde bipartidista –para este autor– entrañaba dos peligros. Una primera era generar una profunda polarización que congelara oposiciones frontales entre dos bloques –de izquierda y de derecha– que por un lado atentara contra la estabilidad del régimen democrático, y por otro, obstruyera la posibilidad de construir consensos entre partidos del campo popular que contemplaran la complejidad y variedad de conflictos que caracteri- zan a las sociedades dependientes. El otro peligro lo representaba la posibilidad de que dos grandes partidos construyeran un consenso amplio que –si bien aleja- ría los riesgos de desestabilización– se extrañaran a partir de ese consenso, de las demandas de un proyecto de transformación, tendieran a la desmovilización y al constante control y manipulación de las demandas sociales. Lo que Palermo proponía a través del “bloque de las transformaciones” era la imprescindible necesidad de preservar un pluralismo partidario, representativo del también plu- ral “campo popular”, que evitara un emblocamiento en pos de una hegemonía que siempre iba a terminar ahogando esa pluralidad.25

Por esto mismo, la “cuestión democrática” en la Argentina no era sola- mente una cuestión de estabilidad del régimen político. La categoría de movi- miento nacional seguía sirviendo para pensar la construcción de poder popular y la democratización sustantiva, pero despojada de los atributos de unicidad que la habían caracterizado hasta entonces. Era necesario entonces para una sustan- tivación democrática, la articulación entre fuerzas políticas y organizaciones so-

24Ver: Wainfeld, Unidos Nº 9, 1986: 107-118.

25Ver: Palermo, Unidos N° 4, 1984: 69-87.

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ciales, respetando las tensiones que entre ambas se producían, no intentando borrarlas.

El movimiento nacional seguía siendo una alternativa potente en la re- construcción de poder popular porque podía abrir y ampliar las posibilidades de las fuerzas partidarias a la diversidad de organizaciones populares autónomas sin oponerse a las mismas, sino apuntalándolas, agregando intereses sectoriales. Como señalara Palermo, quien parece compartir con Wainfeld la recurrente y obsesiva preocupación por la construcción de poder popular, la “cuestión demo- crática” en la Argentina de la transición:

“[...] no es simplemente la cuestión de la estabilidad del régimen polí- tico, sino la de la democratización de las relaciones sociales y económi- cas, de sus formas de organización, de producción y distribución de bienes, ideas, procesos culturales, informativos, etc. Y esa tarea tras- ciende en mucho las posibilidades del sistema de partidos requiriendo una creciente eficacia participativa y popular no específicamente parti- daria que sea capaz de generar políticas que vayan más allá de la simple contestación y la demanda, para organizar la capacidad de acción y resolución de problemas y satisfacción de necesidades por parte de la comunidad en sus diversos ámbitos sociales e institucionales.” 26

Movimiento nacional, nuevas identidades y democratización

Dos cuestiones fundamentales habría que identificar aquí acerca de la reformulación de democracia participativa que proponía Unidos a través de la palabra de Vicente Palermo. Una de las originalidades que se había atribuido el peronismo en su capacidad de representación de las mayorías populares era aquella fórmula que, en la incorporación de las organizaciones intermedias al estado, veía una forma de superación de la democracia formal y de integración de los sectores populares en los procesos de toma de decisión. Palermo advertía acerca de los límites de esa concepción y de las profundas modificaciones que se operaban en el campo popular que volvían obsoletos estos preceptos. En primer lugar, la diversificación de intereses e identidades que atravesaban el campo popular. Como vimos que nos advertía Wainfeld en la cita que comentamos antes, para Unidos la hegemonía peronista en el campo popular había caduca- do. Debía reconocerse que si alguna vez movimiento popular y peronismo se habían identificado, esto era cosa del pasado. En consecuencia Unidos se afir- maba en la idea plural de un movimiento popular como una diversidad de fuer-

26Palermo, Unidos N° 4, 1984: 69-87.

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zas y tradiciones, de contenidos y símbolos, de historias, memorias y creencias. Esto implicaba relevar y reconocer entonces la inevitable –y por qué no saluda- ble– tensión que implicaba la relación entre fuerzas políticas y movimientos so- ciales. Esta misma cuestión ponía en crisis la segunda cuestión central en la reformulación de una democracia participativa. El paradigma del asalto al poder que había hegemonizado la política de los ’60 y ’70. Este había concebido a la política con sentido unidireccional hacia la conquista del poder como conquista del Estado, para desde allí reorientar la transformación. En este esquema el protagonismo central descansaba en la organización –partido o movimiento– capaz de concentrar la conducción estratégica de asalto al poder y expropiaba a la participación popular su poder de decisión. La democracia adquiría un carác- ter meramente instrumental y táctico y reducía en valor los logros parciales y las experiencias de democratización de los diferentes ámbitos en que transcurre la vida cotidiana de los sectores populares. Al decir de Palermo:

“Esta forma de pensamiento escinde irremediablemente la tarea políti- ca de la revolución-liberación de la auténtica lucha popular, del esfuer- zo de los sectores populares por crearse/recrearse a sí mismos en tanto identidades sociales y políticas, por mantener su memoria y su cultura, por expresarse y expresar sus necesidades en cada campo, y por gene- rar respuestas autónomas en función de los mismos. Y esta escisión restringe la acción liberadora-revolucionaria al asalto efectivo del apa- rato estatal en lugar de concebirla como la trama de diversidades popu- lares y esfuerzos participativamente gestados en los más variados cam- pos.”27

Unidos acometía aquí la tarea de desmontar una versión ciertamente so- berbia y elitista de la lucha por el poder que había permeado las convicciones vanguardistas de las últimas décadas y abogaba por el respeto de una participa- ción libre y autónoma de las denominadas “organizaciones libres del pueblo”, que había formado parte de la tradición peronista de la “resistencia”. Para el autor la proyección del potencial de participación autónomo resultaba absoluta- mente imprescindible en la redefinición de las estrategias de cambio de las rela- ciones de poder concebido ahora no como “asalto al aparato del Estado”, sino como graduales transformaciones /democratizaciones de las relaciones predomi- nantes en cada ámbito social, cultural y político, en miles de pequeñas y prolon- gadas batallas sustentadas en la participación, y fuente, a la vez de potenciación para la proyección político estatal global. Decía el autor:

27Palermo, Unidos N° 4, 1984: 69-87.

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“En esta estrategia los sectores populares ganan en posibilidades de definir sustantivamente sus opciones y prioridades, y de evitar la mani- pulación de sus necesidades, incrementa sus capacidades asociativas y de desarrollo político, y sus oportunidades de generar propuestas pro- pias a dichas necesidades, en lugar de expresarlas en tanto demandas al Estado”.28

Esta saludable y novedosa concepción de la pluralidad del campo popu- lar iba dirigida a romper también con algunas percepciones naturalistas que obs- taculizaban la construcción de una cultura política más madura, fundamental en la construcción del consenso democrático participativo. La atribución generaliza- da en la cultura política peronista de una “consensualidad natural” interna al campo popular, oscurecía el reconocimiento de intereses y percepciones, valora- ciones y tradiciones, modalidades, ideas y creencias divergentes y conflictivas al interior de los sectores nacionales y populares. Esta simplificación tendía a pen- sar el discurso y la práctica como una política que apuntara a desestructurar los factores de poder que habían operado históricamente contra las mayorías popu- lares. Las cuestiones conflictivas que emergían entre las “clases nacionales” más que ser procesados requerían ser explicados en el marco de la intervención “arti- ficial”, perversa, que provocaba la influencia imperial directa o indirecta, cultural o económica. Esto permitía remitir inmediatamente al campo del enemigo –en carácter de representante o de víctima inconciente– a los actores sociales o polí- ticos involucrados en estas tensiones. Se desdibujaba y reducía la trabajosa tarea de construcción de consenso y canalización institucional de los disensos a un discurso y a una práctica de la política nacional que daba por descontado el acuerdo y atribuía “artificialidad” o intervención externa a los conflictos.

Esta percepción omitía la legitimidad de identidades políticas diversas y la necesidad de diálogo, que poco a poco, hicieran posible una consensualidad que no se podía dar por constituída. Contra la lectura binaria que ubicaba el conflic- to entre los intereses de dos polos históricamente y claramente definidos, Paler- mo estaba proponiendo no dar por descontada la unidad de los sectores popula- res y advertía: “esa “alianza de los sectores populares” no sólo está lejos de ser un hecho, sino que su construcción es una tarea compleja que no constituye actual- mente objeto de preocupación alguna”. Y subrayaba más adelante “...una cues- tión central es la del reconocimiento de la legitimidad “nacional popular” y el diálogo entre diversas identidades políticas, que no deben en absoluto proponer- se eliminar las diferencias, sino constituir poco a poco un conjunto de articulacio- nes que hagan posible lo que, hasta ahora, damos por constituido: la unidad de los sectores populares”.29 Así “la unidad nacional popular” no constituía una

28Palermo, Unidos N° 4, 1984: 69-87.

29Palermo, Unidos N° 4, 1984: 69-87.

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esencia ahistórica espontánea o natural, sino más bien una lenta y trabajosa tarea cuya construcción suponía la articulación plural y respetuosa de valores de identidades políticas diversas y de experiencias populares en diversos campos, que pugnaban por mantener su autonomía. Esta articulación debía poder sopor- tar la existencia de tensiones y conflictos y reconocerlas como puntos de partida para concretar aperturas y redefinir valoraciones. La creencia en la posibilidad de apertura y reelaboración de la propia identidad, en consonancia y en diálogo con otras identidades e imaginarios, representaba la posibilidad de sutura de un cam- po popular fragmentado entre oposiciones que durante largo tiempo se habían visto como excluyentes e irreconciliables.

La Nación no era concebida aquí entonces como una unidad natural dada, sino la búsqueda de una coincidencia creciente hacia el futuro, abierta al diálogo plural como estrategia privilegiada de construcción de esas coinciden- cias.

Lecciones de una experiencia

La revisión emprendida alcanzaría no sólo a las certidumbres sobre la naturaleza hegemónica del peronismo y la esencial unidad de lo popular que se articulaba a través de esa hegemonía, y el papel irreemplazable que había cum- plido Perón como líder carismático en esa articulación. La necesidad de soldar la “cuestión democrática” a la “cuestión nacional” llevaba a Unidos a revisar los contenidos tradicionales de esas categorías en la nueva coyuntura.

No obstante así como proponían desmontar mitos en torno de esencias nacional-populares e interpelaban sobre su reconstrucción respetuosa de la diver- sidad y del pluralismo, igualmente advertían sobre una banalización de los conte- nidos democráticos que operaran deslegitimando y eludiendo la profunda con- flictividad que atravesaba la sociedad nacional.

En la tarea de revisar convicciones y ligarlas a la nueva coyuntura que emprende Unidos resulta valioso para el recorte que se propone este trabajo, la reflexión que encaran sobre la ligazón entre la “cuestión nacional” y “cuestión social” que operaba la izquierda nacional de los ’60 y ’70. Desde una perspectiva ciertamente crítica, que no opacara o desconociera sin embargo, el nivel de com- promiso militante y la expectativa utópica que había sustentado esas opciones, Ernesto Lopez ponía en revisión la relación que se había operado entre ambas cuestiones y que había derivado –a su juicio– en profundos errores conceptuales y políticos en la lucha por la liberación nacional y social.

Para el autor, el origen de la “cuestión nacional” se remontaba a los años treinta, en la medida en que la restauración oligárquica por esos años había obturado la posibilidad de la superación de un modelo excluyente a través de

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formas relativamente democráticas. El surgimiento de voluntades opositoras a ese cuadro se habría estructurado entonces en torno de lo nacional como reivin- dicación primordial, y a lo popular como punto de referencia de la problemática del poder. Desde allí, las condiciones de desenvolvimiento de la nación se ha- brían convertido en objeto de una disputa, y de enconada lucha, y allí habría que buscar el origen de la fractura profunda que se instalara “entre quienes procura- ron (y procuran) imprimirle una orientación reaccionaria y antipopular y quienes combatieron (y combaten) por dotarla de contenidos de autorreferencia y auto- sustentación.”30 Para el autor entonces, “la cuestión nacional” se había modela- do en una dilemática oposición. A este dilema habría procurado dar respuesta un “tercerismo” que articulando contenidos nacionales y antiimperialistas con motivos populares, pretendió tomar distancia a su vez tanto del liberalismo como del marxismo. Ese “tercerismo”, heterogéneo en sus antecedentes, multifacético en su producción, a veces desprolijo en su actividad, politizado por vocación, sería el responsable de haber soldado la “cuestión nacional” a la “cuestión so- cial”. Referentes claves de ese tercerismo habrían sido Jauretche, en una versión más preocupada y enfática sobre los efectos nocivos de una dependencia cultu- ral que ignoraba las raíces populares de lo nacional, y Cooke en una versión más asentada en la categoría de la “lucha de clases” como dinamizadora de la dispu- ta por la liberación nacional. Estas visiones a las que se habría sobreimpreso el “guevarismo” de la revolución cubana y la “teoría de la dependencia” habrían coagulado y anclado en toda una generación dando lugar a la radicalización de la izquierda nacional de los ’60 y ’70. En este contexto la cuestión democrática terminaba desacreditada, no sólo en función de una radicalización que encontra- ba en la revolución cubana el modelo paradigmático, sino también en la medida en que, desde el derrocamiento del peronismo y su proscripción, todas las inter- venciones militares se habían hecho en nombre de esa democracia. La preemi- nencia en ese universo intelectual de la “opción Cooke” habría dado por resulta- do la subsunción de “cuestión nacional” y “cuestión social” en una sola cuestión sintetizada en la consigna de “socialismo nacional”. En palabras del autor:

“Como espero se pueda apreciar de todo lo anterior, los jóvenes peronis- tas que ansiábamos la revolución teníamos que escoger entre dos sendas de un mismo camino. Por un lado, la más nacional, si cabe, la más laxa en materia de articulaciones sociales, la menos dispuesta a envolver lucha nacional y lucha social en un solo movimiento. Por otro, la más determinada socialmente, la que unía –desde una visión tercerista– lucha nacional y de clases y anticipaba la inevitabilidad de la violencia. A esta alternativa se sobreimprimieron el guevaris- mo primero y las teorizaciones sobre la dependencia más tarde, motivando en buena medida que entre nosotros predominara la “opción Cooke” sobre la “op-

30Ver: Lopez, Unidos 7-8, 1985: 55-65.

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ción Jauretche”. Junto con ello vinieron nuestros mitos: Evita y el Che y nuestra

utopía: el socialismo nacional”31

Este universo intelectual que movilizó a toda una generación habría incu- bado profundas confusiones, responsables del extravío por aquellos años. Para Lopez la naturaleza del peronismo como movimiento antiimperialista y revolu- cionario durante los años sesenta, había sido objeto de una lectura “sesgada” por aquella generación, que terminó fundiendo y confundiendo “lucha social y lucha nacional”, atribuyéndole a Perón y al peronismo no sólo una perspectiva antiimperialista, sino una opción por el “socialismo nacional”. Así, se había asimilado la estrategia nacional de Perón con antiimperialismo y aún más, con socialismo nacional. No se había advertido que esta asimilación “no tenía el menor fundamento objetivo”. Esto había impedido ver que la articulación “na- cional popular” que encaraba Perón con el movimiento era mucho más comple- ja y heterogénea, y que atendía a otros componentes de lucha que no pasaban por la lectura anticapitalista que hegemonizaba la lectura de esa generación juvenil. Esto había inducido a errores políticos que habían sobrevalorado las condiciones que hacían viable la violencia como método de lucha en el país. “La equivocación básica fue confundir lucha nacional con lucha social” –señalaba Lopez– y más adelante agregaba que no se había comprendido: “que la domina- ción y la dependencia no inducen a una reacción uniforme de sus sectores inter- nos. Los componentes nacionales de la lucha quedaron absorbidos por la noción de antiimperialismo. Así se ignoró que una lucha nacional puede ser conducida de diversos modos y según la articulación nacional-popular que la encare...” 32

Para el autor no discriminar lucha antiimperialista de lucha anticapitalista y atribuirle al peronismo la virtualidad de enfocarse al “socialismo nacional” había sido el error conceptual. Inducida esta lectura por un contexto latinoame- ricano que había visto en la revolución cubana el paradigma de la transforma- ción, se habría obstaculizado en ella la comprensión de la especificidad de la lucha nacional en el país. Al parecer el autor exhortaba entonces a revisar estas cuestiones –desde la aceptación de que la profecía anunciatoria de la crisis final del capitalismo no se había cumplido, sino que por el contrario éste se reformu- laba con nuevos bríos y renovada expansión–. Proponía entonces abordar la naturaleza de las transformaciones del nuevo modelo capitalista globalizado que cambiaba su modo de acumulación, las formas de competencia entre los centros hegemónicos, los instrumentos de control y dominación económica y las formas de división del trabajo. De frente a las profundas transformaciones capitalistas el autor sugería volver a las fuentes y recuperar la categoría de nación para pensar la inserción del país en la nueva contemporaneidad:

31Lopez, Unidos 7-8, 1985: 55-65.

32Lopez, Unidos 7-8, 1985: 55-65.

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“[...] vivimos en un mundo de naciones. Tenemos pues la responsabi- lidad de reflexionar en torno de las características de la lucha nacional en un país de capitalismo tardío y dependiente, sometido a las tensio- nes de la redefinición del sistema capitalista a escala mundial. Y aquí nuestras alternativas globales son las de siempre. O con el magro bene- ficio de una participación subordinada y estrecha en el reparto de la torta industrial, nos sujetamos a las hegemonías de turno, o buscamos salidas alternativas, autorreferidas y autosustentadas en el mayor mar- gen que podamos alcanzar.”33

Como él mismo lo señalara unas líneas antes no tiene sino para proponer otra cosa que “reiterar algunas viejas ideas no por ello poco sabias” es decir, reponer en el debate sobre el destino del país ciertas convicciones que los viejos maestros habían planteado décadas atrás: recuperar la entidad de la categoría de lucha nacional en la contemporaneidad.

Al proponer la revisión de aquellos errores que habían subsumido la “cues- tión nacional” en la “cuestión social”, el autor pareciera no sólo ponerse en el registro crítico al fracaso de las opciones históricas de su propia generación. Lo que al parecer además proponía era una nueva búsqueda por afirmar la especi- ficidad de la “lucha nacional” en un contexto internacional que cambiaba y que se reorganizaba profundamente, pero que en el fondo –según su visión– reprodu- cía el destino de marginación y dominación para la periferia a la que la había condenado el capitalismo histórico. Y al parecer su propuesta de reabrir el debate sobre la especificidad de lo nacional, también postulaba la virtualidad que el mismo podía tener para suscitar nuevamente la cuestión del sujeto histórico que sostuviera esa lucha nacional. En su versión este no podía ser otro que el “pue- blo”, definido por el autor ahora como una “voluntad nacional-popular forjada en el seno de las clases subalternas”. La voluntad de la existencia de la nación como unidad de confrontación al capitalismo crecientemente globalizador pare- cía ser para el autor, entonces, un eje central de referencia en el debate sobre el proyecto de la nueva democracia.

Embate a la enunciación alfonsinista

Contra una clausura del pasado

Finalmente nos proponemos analizar el debate que Unidos sostiene con el alfonsinismo a propósito de lo que la revista denuncia como el “proyecto moder-

33Lopez, Unidos 7-8, 1985: 55-65.

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nizador dependiente” que sustenta esa fracción política y que encuentra su ela- boración más estilizada en el conocido como “discurso de Parque Norte”.

La importancia de este discurso como punto de anclaje de la nueva cultu- ra política que quería consolidar el alfonsinismo y de los mecanismos asociados que proponía en el camino hacia la consolidación de la democracia han sido expuestos en dos trabajos relativamente recientes.34 El trabajo de Aboy Carlés advierte sobre el reforzamiento que el discurso operaba sobre el carácter de “rup- tura político cultural” con que el alfonsinismo se había legitimado en los primeros años de la transición democrática. Si en esos primeros años Alfonsín había logra- do constituirse en “palabra autorizada”, esto había devenido de su capacidad de articular una narración crítica del pasado reciente y diferenciarse claramente de los responsables directos de ese pasado: las FF.AA y las burocracias políticas y sindicales aliadas u obsecuentes a la dictadura. Con el discurso de 1985, el alfonsinismo reforzaba su apuesta de proponerse como “una bisagra histórica”, atendiendo ahora a un pasado más largo, postulando un profundo cuestiona- miento de la forma en que se habían constituido las identidades políticas en la Argentina. En este registro, el objetivo era una refundación política que acabara con el faccionalismo, que tan disruptivo había sido para la estabilización de un régimen político en el país, y esto sería posible en la medida en que se recusaran hábitos y prácticas perversas instaladas en la moral colectiva. Lo que el discurso proponía –según Aboy Carlés- era una profunda “regeneración” de los actores políticos de sus tendencias autoritarias que atravesaban a toda la sociedad. 35

Emilio de Ipola ha sostenido que el trípode conceptual en el cual se sus- tentaba la propuesta discursiva de “Parque Norte” era: democracia participativa, ética de la solidaridad y modernización. Estos núcleos representaban el conjunto de nuevos valores sobre los que la transición democrática debía operar su conso- lidación y el contenido de los pactos fundamentales que la viabilizarían. Se trata- ba entonces –para este autor– de articular por un lado un “pacto de garantías” que suponía el consenso y compromiso de los actores sobre la validez e impor- tancia de las nuevas reglas de juego y un denominado “pacto de transforma- ción”. Esto revelaba para el mismo autor que, para el radicalismo, el paso del autoritarismo a la democracia no se conseguiría con la instalación, de por sí nada fácil, del Estado de Derecho sino que requería un acuerdo sobre un nuevo modelo de desarrollo superador del capitalismo asistido y prebendario que había agotado su capacidad de expansión en los años setenta. En síntesis, a juicio de De Ipola, Parque Norte trazaba la “agenda para abrir paso a la superación de la

34Ver: Aboy Carlés, 2004: 35-50 y De Ipola, 2004: 51-57.

35El significado del término “regeneración” se vincula aquí a la intención de sentar las bases para una nueva cultura política que acabara con el faccionalismo que habían atentado contra la estabilidad del régimen democrático en el país. Ver: Aboy Carlés, 2004: 39.

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crisis, siguiendo una vía que se apartaba de las recetas de la izquierda tradicio- nal, del populismo y del liberalismo salvaje” 36

Exactamente sobre esas dos cuestiones es que Unidos va a articular su refutación al discurso alfonsinista. Por un lado va a intentar recusar lo que a su juicio es una lectura del pasado, que atribuyendo al faccionalismo la causa de todos los males, desdibuja la profunda conflictividad social que había atravesa- do la historia argentina, y por otro, un proyecto de “modernización racional” detrás del cual se pretendía decretar la extinción de la tradición nacional-popular.

Para Unidos, en el discurso radical, la conflictividad social aparecía como una rémora cultural, era entendida sólo en términos de intereses sectoriales o corporativos, y a la cual se hacía responsable del atraso y la decadencia en el país. Contra esa mirada había que oponer un discurso que devolviera el carácter movilizador de la conflictividad, su potencialidad como experiencia de emanci- pación frente a los poderes constituidos, como espacios de articulación y cons- trucción subjetiva del pueblo, categoría que en el discurso alfonsinista perdía entidad para ser reemplazada por aquella de “sociedad”, más neutra, menos comprometida con una tradición de luchas populares. La refutación de la pre- tensión alfonsinista de encarnar un proyecto democrático superador de toda con- flictualidad y de restarle valor como movilizadora de identificaciones va a consti- tuir uno de los ejes polémicos del N° 9 de la revista, de abril de 1986, destinada casi por entero a debatir con el discurso de “Parque Norte”. No obstante la refutación del discurso alfonsinista no debía obstaculizar, ni opacar la empresa de profunda revisión y reformulación de la identidad peronista. Así, Mario Wainfeld –con la habitual carga de humor e ironía que caracteriza su produc- ción– encaraba un ejercicio contrafáctico imaginando la llegada del PJ al go- bierno en 1983. Allí advertía sobre los riesgos que hubiera entrañado para la estabilidad democrática esa posibilidad. Enfocado a polemizar con la ortodoxia peronista y a estimular el debate de fondo con la recientemente constituida “Re- novación Peronista”, no obstante desgranaba la peligrosa dilusión de la conflicti- vidad histórica que al parecer el alfonsinismo operaba con su discurso. Decía el autor entonces:

“[...] Claro que es necesario afinar el concepto de pueblo. Sigue exis- tiendo un “campo popular” opuesto a enemigos irreconciliables. El radicalismo niega esa realidad; afirma que el enemigo de la democracia es el “autoritarismo”. La lucha debería así librarse contra una deficien- cia psicológica que puede y suele anidar tanto en la mente de los milita- res, los peronistas, los psicópatas, los golpeadores de mujeres y hasta los porteros. Es una falacia. Enemigos no son los brumosos “autorita-

36Ver: De Ipola, 2004: 51-57.

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rios”, sino los tangibles titulares de intereses que contradicen los de las mayorías nacionales [...]” 37

Para Unidos ese desplazamiento, esa elusión de los sustantivos antagonis- tas de la democracia, y esa apelación a los componentes autoritarios instalados en cada individuo que intentaba desactivar la memoria de la lucha popular de los sujetos en el discurso alfonsinista, requería una respuesta en la que tenían un papel fundamental aquellos que podían aportar a la reconstrucción discursiva y cultural del peronismo.

Podríamos extendernos bastante más acerca del debate que Unidos pre- tende instalar con otros ejes del discurso alfonsinista y que han sido tratados más extensamente en otro trabajo.38 No obstante para el recorte que intentamos en este trabajo, retomaremos la refutación del concepto de modernización. Es pro- bablemente, a través de esta refutación, que se pueda alambicar otros postula- dos que Unidos sostiene respecto a lo nacional.

Ya hemos señalado que la revista pareciera no congelar lo nacional en una esencia intemporal que permaneciera anclada en los orígenes y que fuera necesario revivir. Por el contrario, su apuesta central parecía apuntar a una per- manente reconstrucción para lo cual era urgente la revisión del pasado. Esta revisión debía operar de dos maneras, por un lado, rescatando de la memoria popular experiencias de lucha que otorgaran significado y ancla a las nuevas empresas de emancipación que la coyuntura demandaba, y por otro, desnudan- do los límites y las inconsecuencias que esas experiencias habían tenido oscure- ciendo el pluralismo y la complejidad. En esta empresa había comenzado, en sus primeros números, denunciando a la ortodoxia peronista que pretendía conser- varse en la conducción partidaria congelando la doctrina y los símbolos. Se agregaba después, la necesidad de diferenciarse claramente del alfonsinismo. Por eso, aún antes de que se hiciera público el del discurso de Parque Norte, Unidos advertía acerca de la clausura de la historia que proponía el relato alfonsinista. El director de la revista había señalado en el número aparecido en diciembre del ‘85:

“Si terminar con el pasado significara trabajar críticamente con él, y si mirar “hacia adelante” implicase una conciencia que afirmara la sabi- duría de causas inconclusas, estaríamos de acuerdo [...] Contradictoria- mente, el nuestro es un país de obsesiones retrospectivas y de historia

37Wainfeld, Unidos N° 9, 1986: 107-118.

38Nuevamente nos referimos a nuestro trabajo: “Refundar el Peronismo” La revista Unidos y el debate político ideológico en la transición democrática, Tesis de maestría FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales) presentada en Julio del 2005 y aprobada en julio del 2006.

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recurrente. No existe una historia saldada con sabiduría política, como apuesta colectiva al futuro, porque tampoco se cerraron las brechas que enfrentan creencias, intereses, ilusiones y proyectos [...]” 39

Para Unidos, la clausura que operaba entonces el discurso alfonsinista dejaba afuera una reconstrucción crítica de una memoria colectiva, que se hicie- ra cargo de las conflictividades y los desencuentros, pero también de las expecta- tivas de transformación que muchas veces las habían alentado.

La refutación a la clausura del pasado no parece entrañar para Unidos, una apuesta a revivir un “destino preanunciado” “una unidad nacional” sin con- tradicciones que busca ocasión para manifestarse. Más bien lo nacional parecie- ra tener un significado contingente, de desafío. Es lo que sugiere Alvarez al decir:

“La crisis de las utopías no supone un tiempo de satisfacción y tranqui- lidad, sino un tiempo de inquietud. Latinoamérica está a las puertas de una recolonización. El capitalismo ha rearmado su estrategia... Revolu- ción tecnológica y restauración conservadora conforman una terrible combinación para el futuro que solo la inteligencia de una alternativa original, y común al espacio latinoamericano, puede enfrentar con algu- nas probabilidades de éxito [...] La necesidad de recuperar la autono- mía conceptual no se contrapone al desafío modernizador. Lo debe incluir desde una lógica propia, desde una perspectiva nacional y po- pular” 40

Para Alvarez resultaba urgente discutir con las ideas que se reclamaban como modernizantes porque “reciclan viejos mitos liberales”: la relación adulta con los poderes hegemónicos, una sociedad civil que apela al ciudadano virtuo- so, más que a la capacidad comunitaria de autoorganización , el culto del creci- miento y la productividad, la apertura, la primacía de la técnica por sobre la política, la visión de la solidaridad y el interés sectorial como rémora corporativis- ta y la mirada desconfiada al estado, como espacio o poder a vaciar más que a reordenar.

En este marco Unidos se pronuncia abiertamente por que la política recu- pere voluntad y pasión por alterar las condiciones establecidas. En palabras de su director:

“No está en la naturaleza del alfonsinismo alterar la pasión por lo posi- ble [...] No figura en su agenda ampliar las posibilidades de cambio. Su aspiración y compromiso es reinstalar la democracia sin conmover asi- metrías. Regular “progresivamente” un orden injusto que nadie parece

39Alvarez, Unidos 7-8, 1985: 41-54.

40Alvarez, Unidos 7-8, 1985: 41-54.

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en condiciones de modificar [...] Se fundamenta en una administración razonable y predecible [...] La doctrina del posibilismo es un remedio apto para tranquilizar una sociedad atemorizada [...] El alfonsinismo ve con ilusoria satisfacción la creencia de que la democracia ha clausurado la historia [...] El universo político se deshace de viejos fantasmas y recoge otras claves [...] Las palabras no convocarán a la acción sino a la espera prudente, a la paciencia democrática y al virtuosismo indivi- dual [...]”41

Desde allí es que Alvarez aboga para que la idea de “utopía” se recargue del contenido de “incitación y de apelación a ejercer la libertad y a ensanchar sus límites” y que las palabras de “Nación, pueblo, tercerismo, autonomía e indepen- dencia” dejen de ser palabras-adornos desplazadas por una nueva cultura que consagra en su reemplazo: “crecimiento, mercado, opinión pública, gerentes”. Advierte que la modernización viene de la mano de la mesura, de un pragmatis- mo actualizador que tiene más de cobertura y de apariencia, que de idea futura de Nación, que el alfonsinismo es la ideología de la resignación frente al implaca- ble reordenamiento impuesto por la hegemonía mundial. El desafío todavía con- tinúa siendo la transformación, que no es un problema de velocidad o de etapas, sino de voluntad política. “La Nación como fantasía singular, como dignidad movilizada, no puede desflecarse en una textura civilizatoria que la desprecia y la ignora”42.

Por una modernidad “nacional y popular”

Esa “dilusión de la conflictividad” como agencia movilizadora de las trans- formaciones que a juicio de Unidos operaba el discurso de “Parque Norte” ame- nazaba al peronismo como memoria histórica y con ello también la posibilidad de construir una nueva identidad que se proyectara hacia el futuro recuperando y restituyéndole valor a esa memoria. En el N° 10 encabezado por el titular “Che Modernidad”, se refuerza el tono de la crítica con que Unidos pretendía descali- ficar e impugnar la propuesta de modernización del alfonsinismo.43 Si el radicalis- mo parecía querer decretar la extinción del proyecto “nacional popular” apelan- do al discurso de la modernización y a la visión refundacional montada sobre el proyecto de traslado de la capital, esta operación de “extirpación temática” in-

41Alvarez, Unidos N° 7-8, 1985: 41-54.

42Alvarez, Unidos N° 7-8, 1985: 41-54.

43El mismo tono antisolemne y de interpelación a una propuesta modernizadora que parecía querer ignorar símbolos y lazos de identificación con lo nacional, aparecía en la ilustración de tapa en la que estaba representado un astronauta tocando el bandoneón. Ver Unidos N° 10, Junio de 1986.

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terpelaba a la identidad peronista, y cabía reconocerlo, no tenía otro origen que el agotamiento del propio proyecto. Por eso en el editorial firmado por el Consejo de redacción en ese número se sostenía:

“El mandato alfonsinista de plantear el fin del ciclo nacional-popular que había tenido al peronismo como identidad hegemónica, es un mandato surgido de la propia crisis profunda del peronismo, cuyos alcances y resultados no conocemos aún. Se debe entender entonces que el oficialismo es posible como contracara de los desencuentros trágicos y desorientadores del movimiento popular”.44

La respuesta al proyecto modernizador alfonsinista que “esconde mal un reacomodo del capitalismo argentino a los límites diagramados por las coyuntu- ras internacionales”, no podía entonces ser el desdén ni la antimodernización. Por el contrario, había que oponer y distinguir “modernidad” a “modernización”.45 Según el citado editorial, la modernización alfonsinista partía de una hipótesis de “retraso técnico político de las estructuras vitales de la sociedad argentina”. Para los radicales entonces, la modernización consistía en “apostar a una salida técni- ca para los conflictos histórico sociales que caracterizan desde hace mucho la vida pública argentina [...] El oficialismo no lo confesará jamás pero alberga la fantasía de ganarle al conflicto social con una tecnología desarrollada.” Esto pasaba porque se había confundido “modernización” con “modernidad”.46

En la interpretación del director de la revista, la modernización alfonsinis- ta era una nueva versión del desarrollismo sesentista que entendía los procesos de cambio como una evolución lineal hacia modelos sociales referenciados an- tes, en las sociedades capitalistas desarrolladas de occidente, ahora denomina- das sociedades post-industriales.47 Ese modelo “neodesarrollista” tenía como co- rrelato la nueva idea de democracia que se había impuesto en Occidente, para la cual esta no era ya un escenario compartido, sino un valor absoluto en el que la sociabilidad política y la deliberación racional se sobreponían al conflicto y a la conquista por parte de los grupos dominados de mejores posiciones en la pugna por sus intereses económicos. Para Alvarez, ese discurso neodesarrollista preten- día ignorar al igual que su antecesor de los años sesenta, “las relaciones de

44Consejo de Redacción, Discutamos Libia y Viedma, Unidos N° 10, Junio 1986: 5-19.

45Es probable que esta distinción estuviera nutrida de los debates que había suscitado el libro de Marshall Berman “All that is solid melts into air” (Todo lo que es sólido se evapora en el aire) que según Perry Anderson, uno de sus comentaristas más reputados, era un intento por ofrecer una teoría que conjugara las nociones de “modernidad” y “revolución”. El debate Berman –Ander- son tuvo una importante recepción en la Argentina sobre todo a través de la difusión de este debate que produjo la revista española Leviatán en 1984.

46Consejo de Redacción, Discutamos Libia y Viedma, Unidos N° 10, Junio 1986: 5-19.

47Alvarez, Unidos N° 10, 1986: 25-39.

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dominación internas y externas y el amplio espacio confrontativo que separaba la opulencia de la escasez [...]” La sociedad en esta concepción ya no era vista como un espacio donde pugnaban proyectos e intereses, sino como “agregados de conjuntos poco integrados que manifestaban aspiraciones, temores, resenti- mientos, deseos y esperanzas [...] atomizada, desintegrada, pasiva...” Y la polí- tica ya no era entendida como “movilización social y estrategia de masas”.48 Unidos pretendía entonces pensar en una modernidad que no fuera la percepción del mundo técnico-científico como una substitución del conflicto social, sino “como un conjunto de decisiones sociales colectivas cuyo modelo no preexiste en otro país más adelantado pues son en sí misma su propia vanguardia, su propio modelo, incluso en el plano de las tecnologías” definía el editorial que se comen- taba más arriba.49

El peronismo entonces debía “extraer de su propia historia condiciones inspiradoras para su recuperación”. Al parecer, la historia de transformaciones que el peronismo había suscitado y su capacidad para transferir poder a la socie- dad, debían constituir la fuente en la cual se alimentara un pensamiento nuevo y emancipador que sustituyera la modernización tecnocrática en versión alfonsinis- ta. Era la “batalla por la significación” la que el peronismo debía encarar porque la estaba perdiendo, era el “retroceso de su patrimonio simbólico” lo que lo con- denaba a la derrota. Recobrar el pensamiento de la modernidad significaba ahon- dar en las raíces de un pensamiento que pasaba por fuentes principalmente peronistas y nacional-populares, aunque no sólo por ellas. Pero a su vez, este pensamiento no cobraría relevancia “si estas tradiciones no aprenden el arte de criticarse a fondo, e incorporar los descubrimientos de los otros. Y ahora al pen- samiento popular, nacional y democrático.” 50

Si la “utopía de Alfonsín” representaba un masazo simbólico sobre los ejes de significación que habían orientado el sentido común y el imaginario pero- nista, le tocaba al peronismo, por lo tanto, participar en el debate no como “custodio indignado de un panteón arcaico en el que alguien osa profanar”, sino como un conjunto de militantes, dirigentes y ciudadanos interpelados brusca- mente en su historia y en sus convicciones últimas. Esto estimulaba la tarea de revisiones que ayudarían a la confirmación de lo nacional-popular.

Cargado de metáforas dirigidas a invectivar las prácticas políticas de una democracia que para la revista se volvía banal, cuando no manipuladora, postu- laban que la tarea de encarar la crítica a la modernización desde la modernidad, suponía la crítica a los “administradores del conflicto”, a los “operadores del

48Alvarez, Unidos N° 10, 1986: 25-39.

49Consejo de Redacción, Discutamos Libia y Viedma, Unidos N° 10, Junio 1986: 5-19.

50Consejo de Redacción, Discutamos Libia y Viedma, Unidos N° 10, Junio 1986: 5-19.

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progreso” pero desde “la política pensada como progresión colectiva del aconte- cimiento inesperado”. La modernidad debía ser el acceso a lo nuevo, que nadie antes había pensado. Por el contrario la modernización representaba simplemen- te un mausoleo, “donde los visitantes contemplan el progreso detrás de vitrinas rigurosamente vigiladas.” 51

Reflexiones finales

Decíamos al comienzo de este recorrido que el propósito de este trabajo era hurgar, en un conjunto de debates que se desplegaron en la etapa de la transición democrática, la manera en que parecía reformularse la idea sobre “lo nacional” a partir de la interpelación que suscitaba la reconstrucción democráti- ca. Más concretamente, “destilar” de la producción de un grupo de intelectuales peronistas que se sentían compelidos a revisar la tradición partidaria en pos de ponerla a tono con el nuevo consenso democrático, la relectura que hacían de los viejos debates sobre la cuestión nacional. La problemática escisión entre Nación y Democracia habían constituido un motivo central en la tradición peronista, y por eso quizás resulta más valiosa la revisión que encaraba Unidos al tratar de articular y poner estas dos categorías en diálogo.

El recorrido de lectura realizado nos autoriza a pensar que Unidos produ- cía una profunda ruptura sobre la idea de lo nacional consagrada en la tradición peronista. Para la empresa revisionista de la revista si la conquista de un destino para la nación había oscurecido el valor de la democracia era necesario reconci- liar ambos términos. La práctica de subsumir o borrar la heterogeneidad, el pluralismo y las libertades públicas en pos de privilegiar los intereses de la nación, había precipitado las tendencias autoritarias que habían asolado al país en las últimas décadas. De este discurso se había apropiado la dictadura y había justi- ficado la más cruenta y cruel de las represiones que el pueblo argentino había conocido.

No obstante, la crítica y la revisión no podía reducirse a la revalorización de las libertades republicanas y respeto del estado de derecho que la tradición peronista había despreciado. La sustantiva democratización que la hora recla- maba compelía a rescatar de la herencia peronista la estrecha relación entre lo nacional y lo popular que este había postulado e instituido. No obstante debía despojársela del carácter esencialista que había obstaculizado una comprensión más compleja y plural de esta articulación. En la relectura del Unidos el pueblo parecería no constituir ahora una realidad dada, ni tampoco una categoría que representara los intereses de la nación de manera automática. La identidad entre

51Consejo de Redacción, Discutamos Libia y Viedma, Unidos N° 10, Junio 1986: 5-19.

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lo nacional y lo popular comportaría un proceso de construcción en el cual la política tendría un papel sustantivo. La idea de una “consensualidad natural” de los sectores populares que los convertía en la esencia de la nación y que deposi- taba en el liderazgo carismático de Perón la tarea de representarlos, había exclui- do la posibilidad de la política como práctica de debate y confrontación de ideas, había anulado el disenso y la había reducido a la aceptación vertical de las decisiones del líder. Esto, a la larga, explicaba la pérdida de vitalidad de una identidad política disecada, incapaz de revisarse y dominada por una burocracia que quería mantenerse en el poder invocando símbolos vaciados de significación.

Por el contrario, debía entenderse que el campo de lo nacional-popular comportaba una construcción lenta y progresiva de la cual la política debía ha- cerse cargo, constituyéndose en la práctica a partir de la cual podía instituirse el pueblo como articulación de heterogeneidades de intereses, de demandas, de experiencias, de valores, de memorias e identidades. El pueblo y la nación no preexistirían a la política, por el contrario, esta debía ser la práctica que puede instituirlos a partir de la articulación y reconocimiento de las diferencias. De este modo la democracia en su capacidad de respetar la diversidad, constituiría el único marco que puede crear los espacios para el diálogo, la negociación y la construcción de acuerdos.

Asimismo la política no tendría como único sentido la construcción de una hegemonía que diera sustento a un proyecto de poder. Todo proyecto hege- mónico comportaría el peligro de una voluntad de borramiento de la diferencia y de ocultamiento de la conflictividad. El intento de borramiento, a la larga para Unidos, precipita tendencias confrontativas incontrolables que resurgen cargadas de la más fuerte agresividad y hacen naufragar cualquier intento consensual.

Se puede colegir de todo esto que Unidos estaba pensando en la nación como un proyecto colectivo cuya institución era primordialmente tributaria de la política. Concebida esta como espacio de participación, de intervención plural en la creación de futuro. Proyecto de futuro que intentara transgredir los márge- nes estrechos a las libertades, a la igualdad y a la justicia social propuestos por los diseños del nuevo orden global. La nación sería entonces esa conciencia colectiva en permanente construcción y revisión de valores, creencias, memorias en debate, no ancladas en un pasado al que habría que necesariamente custo- diar o regresar, mediante apelaciones emotivas. Lo nacional no debiera interpe- lar a los sentimientos y a las emociones, sino a la convicción de poder intervenir sobre una realidad adversa y transformarla.

Pero si la nación no es pasado congelado, tampoco es ruptura banal y descomprometida con ese pasado. Una memoria crítica debiera ser capaz de reencontrar en el pasado la pasión por las causas colectivas, promoviendo iden- tificaciones movilizadoras que dieran sentido a nuevas causas, despojadas de romanticismos nostálgicos y de recubrimientos apologéticos.

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Repensar el peronismo y repensar el proyecto de nación en el marco de la democracia habrían sido una de las obsesiones de la empresa Unidos. En esta empresa entendieron la política como algo más que la administración eficiente, el saber técnico, la mera táctica junta votos, o un conjunto de maniobras oportu- nas u oportunistas. No obstante, su mejor aporte no resida quizás en lo que enunciaron, sino en lo que asumieron como práctica política: toma de la pala- bra, contienda simbólica, batalla por la significación.

Fuentes y bibliografía

Centros Consultados

CEDEP (Centro Ecuménico de Documentación Estudios y Publicaciones) de la Asociación Ecuménica de Cuyo. San Lorenzo 478, Ciudad de Mendoza 5500, Mendoza. Mail: biblioteca@ecuménica.org.ar

Biblioteca Mauricio Lopez, CEDEP (Centro Ecuménico de Documentación Estu- dios y Publicaciones) Asociación Ecuménica de Cuyo, San Lorenzo 478, Ciudad de Mendoza, 5500, Mendoza. Mail: biblioteca@ecuménica.org.ar

Fuentes Éditas

Revista “Unidos” (Cada uno de los artículos específicos que se han utilizado se citan a pie de página en el trabajo)

Unidos N° 1, Mayo de 1983 (sin título de tapa) Unidos N° 2, Julio de 1983 (sin título de tapa) Unidos N° 3, Agosto de 1984 (sin título de tapa)

Unidos N° 4, “Peronismo, presente y futuro”, Diciembre de 1984

Unidos N° 5, “Peronismo y Sociedad. El abismo y los puentes”, Abril de 1985 Unidos N° 6, “Peronismo ¿el fin?, Agosto de 1985

Unidos N° 7- 8, “Después de las elecciones”, Diciembre de 1985 Unidos N° 9, “El alfonsinismo. Navegaciones y enigmas”, Abril de 1986 Unidos N° 10, “Che Modernidad”, Junio de 1986

Unidos N° 11 – 12, “La Revolución bajo sospecha”, Octubre de 1986 Unidos N° 13, “Una cosa que vuela con P”, Diciembre de 1986 Unidos N° 14, “Renovación ¿cuánto valés?”, Abril de 1987

Unidos N° 15, “La democracia sitiada”, Agosto de 1987

Unidos N° 16, “Más allá del voto”, Octubre de 1987

Unidos N° 17,”Felipillo, Superalan y el difunto Tancredo (las transiciones demo- cráticas)”, Diciembre de 1987

Unidos N° 18, “Discutiendo el liberalismo”, Abril de 1988

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Nación, pueblo y democracia: nuevos significados ...

Unidos N° 19, “El menómeno peronista”, Octubre de 1988 Unidos N° 20, “Y si ganamos...”, Abril de 1989

Unidos N° 21, “Anochece, que no es poco”, Mayo de 1990 Unidos N° 22, “¿Hacia Dónde?”, Diciembre de 1990

Unidos Ediciones, La fe de los conversos. 14 miradas sobre el Plan de convertibi- lidad, Setiembre de 1992.

Unidos Ediciones, Los que quedaron afuera. Educación, empleo, gasto social y políticas sociales, Agosto de 1993.

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