LAS ÉLITES DEL PODER Y LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO

Reinhard Wolfgang (coord.)

Fondo de Cultura Económica, Madrid, [1° edición en inglés 1996], 1997, 381 páginas.

El nuevo vigor adquirido por los estudios que privilegian los enfoques insti- tucionales ha producido un impacto importante en las explicaciones históricas sobre uno de los temas más debatidos y harto revividos en el análisis historio- gráfico: la formación del estado. El ataque fuertemente perpetrado al historicis- mo y a la historia político institucional a partir del segundo cuarto del siglo XX, el auge de los modelos macrosociológicos de la posguerra, así como el floreci- miento las de perspectivas “micro” a partir de los 70 habían soslayado - hasta hace poco menos de una década - los estudios que indagaran sobre el impacto de las instituciones en los procesos sociales, y el estado hubo de ser uno de los grandes ausentes. Desde hace un tiempo, los embates que azotaron desde dife- rentes ángulos a la “matriz estadocéntrica” han puesto sobre el tapete nuevas preguntas que reabrieron el espectro de reflexión: ¿Es el estado nación un «acon- tecimiento» del siglo XIX o hay que trazar un proceso de “construcción”, de avances y retrocesos, de miradas de micro y macronivel? ¿Es suficiente con- templar a la institución como un constructo abstracto y analizar su evolución en esos términos o es necesaria una investigación que ponga en focalización dia- léctica a al institución con sus “agentes” sociales? Y más aún, una preocupa- ción que últimamente se ha vuelto acuciante: ¿Qué papel le cabe al estado en la preservación de la “cohesión social”? Claro está que el planteo de estos interrogantes refleja un distanciamiento sensible con respecto a las preocupa- ciones historiográficas del institucionalismo del siglo XIX, porque los separa una premisa básica: La Segunda Guerra ha desterrado al estado moderno y a sus mecanismos de funcionamiento del lugar de modelo incuestionable e imi- table como forma de gobierno occidental.

El libro que compila Reinhard se enmarca justamente en la necesidad de responder a las dos primeras preguntas aquí planteadas, para dotar de un enfo- que procesual a la formación del estado europeo que, en opinión del autor, está insuficientemente tratada a pesar de las innumerables teorías y modelos explicativos sobre su funcionamiento. Pero el mismo título del libro pone el acento en un punto: las élites del poder. Justamente, la idea es también revivir el estudio de actores que habían quedado hasta hace poco tiempo marginados de la pluma de los historiadores: los hombres de estado. Estudios recientes han

Cuadernos de Historia, Serie Ec. y Soc., N° 3, Reseñas, CIFFyH-UNC, Córdoba 2000, pp. 307-315

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llamado nuevamente la atención sobre las élites, pero no ya centrando la vista en biografías conspicuas de los hombres de poder, sino poniendo el énfasis en la conformación de sus «redes sociales», sus estrategias familiares y la confor- mación particular de clientelas y padrinazgos que ayudan a visualizar al estado como un conglomerado en el que se conjugan intereses, recursos, capitales, y alrededor de los cuales se entretejen redes de poder altamente complejas. El libro que compila Reinhard reúne las actas de un grupo historiadores que for- ma parte de un equipo que ha trabajado en un programa de investigación titulado “Los orígenes del estado moderno en Europa, siglos XIII a XVIII”, aus- piciado por la Fundación Europea de la Ciencia (ESF). El libro se compone de doce artículos escritos por historiadores de diversas universidades de Europa que tratan de desentrañar, con objetos y enfoques diferentes, este complejo proceso desde el siglo XIII al XVIII.

En la introducción del libro, la propuesta de Reinhard como coordinador, ante la diversidad de teorías explicativas, es trabajar sobre una “síntesis eclécti- ca” que combine diferentes hipótesis y variables en niveles teóricos distintos. En primer lugar un micronivel en el que se evalúan las acciones de los indivi- duos y grupos (nivel inestable para la aprehensión historiográfica puesto que se sumerge necesariamente en el marco de las “intenciones”). Lo que se extrae en concreto aquí es la definición del autor de “elite de poder” como un “grupo dinámico y variable que no ha de definirse en términos de cualquier teoría de las élites, sino por su interconexión con el crecimiento del poder del estado (que es su sentido) y por su interacción social en el campo de la política” (p. 22). En síntesis, un grupo con intereses comunes que necesita legitimarse, establecer una coherencia y continuidad y perpetuarse en el sistema político. Aquí entra- mos en lo que el autor llama mesonivel. La consanguinidad y el “servicio di- nástico” aportaron la legitimidad, la perseguida “profesionalización”, en una mirada a largo plazo coadyuvó a la coherencia de los grupos. ¿Cómo pasar al nivel decisivo de la participación en el sistema político? El autor pone énfasis especial en un factor que desde el conocido trabajo pionero de Tilly1 no deja de focalizarse: la guerra. Como un desarrollo espiralado que parte de la recau- dación de hombres y recursos en la diversidad geohistórica europea, sumado a un aparato funcionarial necesariamente sofisticado que lo ejecutara y adminis- trara, más un instrumento adicional de legitimación ideológica que fue necesa- rio, estos factores hicieron de la utilización estratégica de la guerra (y con ella la estructura tributaria), la burocracia y la religión los mecanismos más tangibles de reproducción de las élites de poder, y convirtieron al crecimiento del estado en un proceso irreversible. En estas reflexiones se introduce una dimensión de

1Tilly, Charles, 1993, [1990], Capital, coerción y los estados europeos (900-1900), Alianza, Madrid.

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macronivel: la sociedad y el impacto que sobre ella tuvo -primero bajo las ban- deras de la confesionalización y luego las del nacionalismo- la formación del estado. En este sentido, Reinhard trata de poner sobre el tapete los argumentos «realistas» de una puja incontenible de poderes en la pluralidad de desarrollos geohistóricos para explicar su crecimiento y consolidación.

Desde aquí, el libro parte hacia derroteros sumamente diversos, eclécticos y con resultados a nuestro juicio altamente dispares. El artículo de Pere Molas Ribalta titulado “El impacto de las instituciones centrales” se centra en exami- nar el papel jugado por los consejos, los ministros y la corte en la formación del estado moderno. El artículo deja en claro algunas ideas como la importancia de la complejización de los consejos de gobierno, que mientras en los primeros siglos abarcados en el estudio (XIII-XV) se centraban básicamente en un solo grupo de «allegados» al rey, a partir del siglo XVI comienza un proceso de «salida de la corte» y se crean anillos institucionales concéntricos de «centro- localidad» cuyo funcionamiento estará cada vez más regido por una distinción «funcional» (finanzas, administración, guerra) y no sólo estamental. La idea del autor es que a partir de estas nuevas necesidades estatales la noblesse de robe fue ganando un lugar privilegiado. El argumento más acabado de Molas Ribal- ta - más allá de una descripción de las peculiaridades regionales de evolución institucional - es la de poner de relieve la puja entre, por un lado, una tendencia clara hacia formas cada vez más colectivas de gobierno (sistemas de consejos, ministerios colectivos), y por otro, los intentos absolutistas de minar la corpora- tivización y autonomización de dichas instituciones creando cargos oficiales bajo jurisdicción personal y exclusiva del gobernante, cuyo caso conspicuo lo constituyen los intendentes franceses. Por último, una de las ideas interesantes de Molas Ribalta es la de desmitificar el papel de la corte como un mero orna- mento que habría instituido el rey para una nobleza desplazada, para retratarla como un espacio en el que se entretejían clientelas y padrinazgos, donde se atemperaban conflictos entre una aristocracia tradicional que se veía amenaza- da y una nueva élite que ascendía; en fin, un espacio que instituía mecanismos de poder que aceitaban - y por eso se volvía necesaria - el funcionamiento de las instituciones gubernamentales y burocráticas.

El artículo de Neithard Bulst, “Gobernantes, instituciones representativas y sus miembros como élites de poder: ¿rivales o socios?” intenta escudriñar sobre un tema complejo según los lugares y los siglos: el papel que les cupo en el proceso de formación del estado a todas aquellas asambleas y cuerpos en las que de alguna manera estaban “representados” diferentes sectores de la socie- dad moderna; así como su peso específico en la toma de decisiones y en el establecimiento de la autoridad. Para ello, el autor analiza detalladamente un espectro espacio-temporal variado de instituciones con sus respectivos funcio- namientos. A nuestro juicio, el trabajo tiene un mérito fundamental: el hacer

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hincapié en la relevancia de los actores «en» las instituciones y su desarrollo histórico específico, desterrando los análisis en los que prevalecía una visión estática y prescriptiva de la institución como constructo abstracto. Sin embargo, el trabajo tropieza con la dificultad para sostener la investigación sobre los marcos presentados en la introducción. Si bien Bulst plantea las diferencias específicas sobre el nombramiento de “diputados” (por elección, por nombramiento o por requerimiento personal del gobernante), tanto como las diferencias institucio- nales según los territorios (Francia con diferentes «niveles» de representación local-regional y central, Inglaterra con un único órgano de peso como el Parla- mento); como así también el peso relativo de cada estamento en la toma de decisiones, las dos tesis de peso del artículo no nos proporcionan demasiadas renovaciones. La primera sitúa a la nobleza (alta o baja) como el estamento que habría dominado las instituciones de Antiguo Régimen; y la segunda re- dunda en su idea de que la capacidad de acción independiente de las institu- ciones representativas fue escaso, y habrían dependido mucho más del gober- nante que éste de aquellas. Creemos que en realidad, es un elemento el que dificulta la aprehensión conceptual del trabajo, y ronda acerca del concepto de «representación» que el autor maneja, que no está lo suficientemente claro, y puede llevar a inferencias harto anacrónicas.

El artículo de Gerald Aylmer titulado “Centro y localidad: la naturaleza de las élites del poder” parte de una idea clara y ambiciosa en términos teórico- metodológicos: la de desentrañar el papel que jugaron las células más peque- ñas de gobierno en señoríos, parroquias y aldeas; cómo interactuaron con las élites de poder “del centro”; en síntesis, partir de un análisis que centre su atención en una visión bottom-up más que top-down. La adopción en primera instancia de lo que el historiador llama “enfoque funcional” le permite plantear la gama de “intereses” que están en juego en ambos polos, el local y el central. La búsqueda de beneficios comunes habría llevado a una interacción -a veces fluida, a veces conflictiva- entre, por ejemplo, un funcionario regional que aspi- raba a un lugar en la corte a su vez que deseaba controlar su dominio territo- rial, y un príncipe a quien le convenían la lealtad y fidelidad de un funcionario bajo su control. Lo que el autor intenta plantear es que a partir de este modelo se dieron todas las conjunciones posibles: gobiernos locales «indirectos», caso inglés, con funcionarios locales generalmente nativos para cuya representación era importante el status local. Otro tipo de gobierno local es el modelo clásico de los intendentes franceses, que eran nombrados - y depuestos - por la Coro- na, y generalmente trasladadados hacia su destino de mando. Sin embargo, el autor llama la atención sobre la necesidad de pensar en “intermediarios”, “pa- drinazgos” y ubicaciones estratégicas que garantizaran lealtad a la corona y condiciones de gobernabilidad en los distritos locales. Aylmer halla tres gran- des “mapeados” de relaciones centro-periferia: por un lado, aquellas monar-

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quías territoriales y grandes principados que tenían una clara relación centro- periferia, en segundo lugar especies de “zonas de en medio” en las cuales ha- bría que pensar en diferentes niveles - el imperio germánico es un ejemplo, con un centro (emperador), zonas “intermedias” de los principados más pequeños pero que representaban el único centro de lealtad para los junkers poderosos, y regiones más pequeñas-; y por último las zonas en las que la distinción centro- periferia es estéril: caso típico de la Confederación Suiza. De todas maneras, el artículo hace referencia a la necesidad de no hacer divisiones taxativas y permi- te pensar en relaciones “dialécticas” y en relaciones institucionales ad hoc inte- resantes.

El trabajo de Anna María Rao y Steinar Supphellen toma otra faceta de las élites del poder entre los siglos XIII y XVIII. “Las élites del poder y los territorios dependientes” tiene por objetivo visualizar cuáles eran -si las hubo- las peculia- ridades de las élites en aquellos territorios que revisten algún tipo de “depen- dencia” con respecto a otro, de las cuales la dependencia política es el caso más claro pero que no puede escindirse de la económica y la cultural. Los autores toman tres estudios de caso como modelos ilustrativos: los territorios dependientes en Europa del norte y el caso específico de Noruega; los territo- rios de la zona mediterránea y las relaciones entre Nápoles y el sistema de dominio aragonés; y por último los territorios dependientes de la monarquía española. Del artículo podemos rescatar algunas ideas principales: en primer lugar, que la construcción del estado y la afirmación de unos territorios sobre otros trajo para las élites de poder de los territorios dependientes situaciones de «conflicto» y desplazamiento -caso noruego- pero muy a menudo casos de inte- gración, compromiso y “circulación” desde la periferia al centro - caso napoli- tano-aragonés. Otra de las ideas claves a tener en cuenta es que este tipo de estructuras de centros dominadores-periferias dominadas responden a configu- raciones político-económicas altamente cambiantes, por lo que las relaciones y actitudes entre las élites locales y centrales hay que pensarlas en términos de ventajas e intereses circunstanciales y en ningún caso como respuestas a even- tuales sentimientos «nacionales», un flagrante anacronismo para esta época. Así se entienden las actitudes -y la gravitación en la política central- de las élites de los Países Bajos para con la política integracionista de Carlos V y su apoyo pro-francés y pro-inglés. El autor encuentra interesantes configuraciones mu- tantes y estratégicas, que hacen a un artículo rico en información y en matices regionales, pero que tropieza nuevamente con abismales saltos espacio-tempo- rales que diluyen la solvencia de cualquier proposición teórica abarcativa. Qui- zás por ello su conclusión final suene un tanto reduccionista al plantear que, en última instancia, no existieron particularidades específicas que distinguieran las élites de poder ‘dependientes’ de las que formaban parte de los territorios ‘do- minantes’.

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“Las élites del poder y el príncipe: el estado como empresa”, es el título del artículo de Robert Descimon que tiene como meta fundamental desentrañar la red de intercambios políticos, sociales y económicos que se dan entre el prínci- pe y sus funcionarios, entre la cúspide y las élites de poder. En este sentido, Descimon analiza los términos de “representación” real, los lazos de fidelidad y honor de los funcionarios, y se focaliza minuciosamente en las diferentes for- mas de venalidad desarrolladas en los distintos territorios europeos. ¿Cómo compatibilizar ese esquema? Su idea central es visualizar al estado como una empresa en la que se da un flujo constante, coherente e inescindible de inter- cambios políticos (poder y obediencia), sociales (honor y fidelidad) y económi- cos (los cargos habrían sido “la mercancía del estado”) que sirvieron a la mo- narquía como modo de solvencia y gobernabilidad, y a las élites como valores específicos de prestigio y poder.

El artículo de Gunner Lind, “Grandes y pequeños amigos: el clientelismo y la élite de poder”, indaga sobre un tema que ha acaparado mucha atención en la historia política de los últimos años. La diferenciación conceptual que el autor especifica entre el clientelismo en la Iglesia de Roma, en las ciudades estado y en los estados territoriales permite inferir con claridad tres factores: en primer lugar, las conformaciones diferenciales de las redes clientelares (‘am- plias’, redes visibles a gran escala y piramidales; o bien ‘estrechas’, duales y más difusas); como correlato y en segundo lugar, se desprende la impronta ineludible que tuvieron el clientelismo y el padrinazgo como estrategias relacio- nales decisivas para la construcción de un estado que adolecía de instituciones formales débiles y con notorias pervivencias feudales. En tercer lugar, el autor plantea que entre los siglos XVII y XVIII puede apreciarse un clientelismo que avanza con efectos centrípetos según el crecimiento y la consolidación de la maquinaria estatal, como así también con efectos universalizadores y basados en relaciones más meritocráticas que parentales. Un artículo coherente y sólido que refleja los alcances de este fenómeno en el proceso de formación del esta- do, y que ayuda a comprender que los factores, estrategias y relaciones “infor- males” forman muchas veces parte de lo instituido.

Hilde de Ridder-Symoens se preocupa por uno de los pivotes básicos sobre los que se erigió el estado moderno: «Capacitación y profesionalización». La autora analiza el papel cumplido por la universidad y por los clérigos como los primeros sujetos formalmente instruidos en materia jurídica, condición esencial para quienes querían establecer una administración política moderna y legiti- mar un estado unitario soberano bajo el sostén del derecho romano. El artículo trata de mostrar una dualidad constante: la universidad habría servido como espacio indispensable para tejer relaciones clientelares, como atanor donde se cocían muchas de las ideas políticas y religiosas que ayudaron a forjar la lucha interestatal; sin embargo, su letargo para suministrar una formación técnica y

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profesional adecuada hasta fines del Antiguo Régimen -más allá del latín y las artes liberales- habrían constituido un freno a la modernización del estado. De todas formas, la implicancia social de la capacitación -universitaria y para-uni- versitaria- fue un factor importante para promover la movilidad social ascen- dente de quienes no tenían orígenes nobles, a la vez que implicó un serio desa- fío a una noblesse d’épée por mucho tiempo reacia a la educación formal.

El trabajo de Hélène Millet y de Peter Moraw plantea una cuestión intere- sante presente ya en el título del artículo: “Los clérigos en el Estado”. Como indicábamos anteriormente, como primeros hombres educados y letrados, ca- paces de apuntalar la maquinaria estatal, los clérigos se instalan desde el co- mienzo en el seno de las estructuras del estado. Y si bien a partir del Cisma de fines del siglo XIV la iglesia pasa poco a poco a subordinarse a los poderes temporales, los clérigos se convertirán igualmente en un instrumento de peso ideológico para solventar los embriones “nacionales”, seguirán teniendo por mucho tiempo en sus manos los resortes de la regulación social (caridad y educación), y los príncipes deberán transigir con la Iglesia en muchos casos como «socios» financieros. Un estudio que revela, por un lado, la injerencia de los intereses de la iglesia en la construcción del estado moderno occidental, y por otro, la impronta de “sacralización” con que se revestirá al estado, y que tendrá no pocas repercusiones con la emergencia de los nacionalismos.

Antoni Maczak, autor de “La relación entre la nobleza y el estado” nos muestra desde una doble perspectiva -la de la nobleza y la del estado- las relaciones de interdependencia, las zonas de conflicto y el tenor específico de esas relaciones en un momento de expansión incontenible de la maquinaria estatal. El autor muestra cómo la fuerza centrípeta que acaparó el gobierno central despertó en la nobleza la necesidad de desplegar estrategias de supervi- vencia - un buen método fue la de convertirse más de una vez en acreedora del estado, siguiendo aquí los planteos clásicos de Anderson2 . El artículo se centra en visualizar la dinámica de un gobierno central que, a la vez que necesita de la nobleza para acrecentar su prestigio, afianzar su control oficial y efectivizar las condiciones de gobernabilidad, intenta también despojarla de su carácter cor- porativo, imponerle la competencia de funcionarios no nobles instruidos y edu- cados, y retener el monopolio de las condiciones de ennoblecimiento. En estas circunstancias, la capacidad de la nobleza de pervivir en las estructuras del estado dependió en gran medida de sus estrategias y capacidades para sortear estos desafíos.

¿Cuál fue el papel que le cupo a las élites burguesas y a las ciudades en el proceso de formación del estado moderno? ¿Fueron, como se pensó durante mucho tiempo, las forjadoras de una alianza con la monarquía absolutista para

2Anderson, Perry: 1974, El estado absolutista, Siglo XXI, Madrid.

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terminar con la “anarquía” feudal, o fueron por el contrario las representantes de un capitalismo comercial que se beneficiaba de la fragmentación política y por lo tanto pujaba por obstruir la centralización estatal? Desentrañar estas preguntas desterrando clichés taxativos es el objetivo del trabajo Ann Isaacs y Maarten Prak, “Ciudades, burguesías, estados”. Con una indagación empírica sólida y cuidadosa, evitando hacer inferencias apriorísticas y respetando los desarrollos históricos y regionales específicos, los autores analizan dos tenden- cias fundamentales. En primer lugar, un período bajomedieval de relativa co- operación y equilibrio entre «ciudades» independientes y las monarquías y prin- cipados territoriales. En esta etapa, las ciudades habrían sido importantes «la- boratorios» donde se desarrollaron técnicas (administrativas, financieras y mili- tares) y herramientas intelectuales de las que luego se servirán los príncipes absolutistas. Sin embargo, y a pesar de los matices (se analizan los casos con- cretos de las ciudades escandinavas, francesas, inglesas, españolas, italianas y alemanas) esas mismas técnicas las habrían utilizado los príncipes para crear - junto con el agotamiento financiero que ejercieron sobre las ciudades algunos principados como el francés, y a medida que avanzaban los conflictos bélicos y el crecimiento en hombres, recursos y burocracia estatal - un sistema centraliza- dor que para los siglos XVII y XVIII había cooptado la mayoría de los otrora “territorios independientes” de las ciudades. Un estudio cuidadoso que pone de manifiesto las estrategias recíprocas de las ciudades y sus élites para sobre- vivir, y las de los príncipes para acumular control, recursos y territorio. Un aná- lisis centrado en las actitudes y las acciones de los hombres, que proporciona herramientas valiosas para comprender de forma vívida la gravitación a escala continental que adquirió la institución estatal.

El último trabajo es de Rudolf Braun bajo un título sugerente: “Mantenerse arriba: reproducción sociocultural de las élites de poder europeas”. El tema central que aborda el trabajo es el de desentrañar las estrategias sociales y culturales que desplegaron las élites del poder para, primero, llegar a la cúspide de la posición social, y luego mantenerse en ella. El concepto de «reproduc- ción» remite a todas las formas de interiorización y de traspaso transgeneracio- nal de normas, costumbres, convenciones y códigos en los que la familia y el parentesco constituyen el objeto central a preservar. Los conceptos de capital cultural, capital social y capital simbólico de Bourdieu son los que respaldan teóricamente - según el autor - su argumentación. Braun divide al trabajo en dos grandes acápites. Para enmarcar las estrategias de reproducción y su éxito o fracaso según las mutaciones sociopolíticas, primero se analizan los “cambios en las configuraciones estructurales”, lo que da una repasada cronológica de los grandes acontecimientos europeos y los cambios fundamentales acaecidos entre los siglos XIII y XVIII centrando su atención en sus efectos sobre las élites de poder, tratando de esquematizar ‘ganadores’ y ‘perdedores’ en los embates

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político-económicos. En una segunda parte, tratar de desentrañar las ‘estrate- gias de reproducción’ de las élites es su objetivo. Aquí pone sobre el tapete las diferentes estrategias matrimoniales y sucesorias de los grupos dominantes, la relevancia de la memoria y de la sangre en una búsqueda genealógica que sellara la legitimidad, la dotación de un plus simbólico a los sentidos de la «dinastía», la “familia” y la “corte”. Un trabajo que a pesar de su marco teórico metodológico promisorio, no logra romper con las dimensiones estancas de un análisis político-estructural separado del sociocultural. Por otra parte, ¿Cómo se entretejían las estrategias de reproducción «sociocultural» de las élites del poder con el crecimiento de la “institución” estatal? ¿Cuál era la configuración específica del volumen y la estructura de los capitales en juego en cada territo- rio como para encarnarse institucionalmente en determinada conformación estatal? Preguntas que pueden parecer sugerentes dado el tenor del artículo y los objetivos generales del libro que integra, pero que sin embargo quedan sin responder.

De esta manera, creemos que el libro que compila Reinhard arriba a resul- tados dispares que en cierta manera le restan el carácter de unidad de reflexión que el autor pretende darle en la introducción. Sostenemos que Las élites del poder y la construcción del Estado tropieza con una dificultad básica: cada artículo se propone indagar sobre un recorte temático-conceptual específico, pero con las pretensiones universales de abarcar la totalidad continental en los ocho siglos propuestos. Esto hace que en algunos trabajos la búsqueda de co- herencia entre el recorte espacio-temporal, la indagación empírica y la estruc- tura teórica se torne una pesquisa desafortunada.

Sin embargo, el libro tiene el mérito indudable de ser un intento por abordar la formación del estado moderno desde una perspectiva procesual, vívida, po- niendo énfasis en la banalidad de las explicaciones unidireccionales, en la ne- cesidad de indagar en las contradicciones, en las zonas fronterizas, en las pecu- liaridades regionales. Y a la vez, trata de conjugar exploraciones teóricas reno- vadoras con un tenor cuidadoso por centrar la atención no en el Estado como arquetipo paradigmático, sino en una institución conformada por actores so- ciales en la que cobran una importancia ineludible los intereses, las acciones individuales, las ambiciones, las estrategias, las costumbres. Un libro que deja abierto un amplio espectro de reflexión para indagar sobre una institución que, cuando se le adjunte el epíteto de «nacional», adquirirá una fuerza por todos harto conocida.

Mario Rufer

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