LA HISTORIA POLÍTICA: SU REDEFINICIÓN A LO LARGO DEL

TIEMPO Y LA BÚSQUEDA DE NUEVAS FUENTES DOCUMENTALES

Marta Philp *

La historia política fue, por mucho tiempo, el rostro dominante de la historia científica. Desde la revolución historiográfica de fines del siglo XIX, protagoni- zada en el ámbito académico alemán por historiadores como Von Ranke, la historia tuvo como tarea “exponer como ocurrieron, en realidad, las cosas”. Como manifiesta Burke1, los historiadores iban apartándose no sólo de la teo- ría social sino de la historia social. El alejamiento de lo social puede explicarse de varias maneras: en primer lugar, fue en ese período cuando los gobiernos europeos empezaron a ver la historia como un medio para impulsar la unidad nacional, como medio de educación de la ciudadanía o como un medio de propaganda política. Se impuso una visión instrumental de la historia, visión largamente conocida desde los comienzos de esta disciplina. Una segunda ex- plicación del predominio de la historia política es intelectual. La revolución historiográfica, asociada con Ranke, fue una revolución de las fuentes y los métodos, una profesionalización de la disciplina, una respuesta a las exigencias de cientificidad planteadas desde el modelo de las ciencias naturales. Desde esta perspectiva, los hechos históricos parecían reducirse a los hechos políticos; la historia social, basada en las costumbres de los pueblos, las motivaciones y percepciones de los individuos, tendrá que esperar otras revoluciones historio- gráficas.

Paralelamente a la consolidación de la historia política, desde una disciplina nueva, la sociología, surgieron las críticas a la misma. Así, Simiand, en 1903, desde el espacio académico francés, escribió un artículo polémico contra los tres ídolos de la tribu de los historiadores: el ídolo de la política, el ídolo del individuo y el ídolo de la cronología, rechazando la historia centrada en los acontecimientos.2 En este ámbito, unas décadas más tarde, Marc Bloch y Lu- cien Febvre, iniciadores de la escuela de los Annales, plantearon un nuevo tipo de historia, más amplia y más humana, un paradigma opuesto al de la “historia

*Escuela de Historia Facultad de Filosofía y Humanidades y CEA-UNC. 1 Burke, 1997: cap. 1. Teóricos e historiadores.

2 Burke, 1997: 22.

Cuadernos de Historia, Serie Ec. y Soc., N° 3, Arch. y Ftes., CIFFyH-UNC, Córdoba 2000, pp. 253-258

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historizante”.3 Febvre, en Combates por la historia, dice: “La historia historizan- te exige poco. Muy poco. Demasiado poco para mi y para otros muchos. Esta es nuestra queja; pero es sólida. La queja de aquellos para quienes las ideas son una necesidad. Las ideas, esas valientes mujercitas de las que habla Nietzs- che, que no se dejan poseer por hombres con sangre de rana”.4 La historia es definida como “el estudio científicamente elaborado de las diversas actividades y de las diversas creaciones de los hombres en el tiempo... La historia se intere- sa por hombres dotados de múltiples funciones, de diversas actividades, pre- ocupaciones y actitudes variadas que se mezclan, se contrarían y acaban por concluir entre ellas una paz de compromiso, un modus vivendi al que denomi- namos Vida”.5 Esta forma de definir la historia tiene, por lo menos, dos conse- cuencias teórico-metodológicas: la primera es que la historia no se agota en la historia política sino que incluye varias dimensiones de la vida humana; la segunda es que la historia como estudio científicamente elaborado debe plan- tear problemas y formular hipótesis; es el historiador quien da luz a los hechos históricos. Su tarea no es recopilar hechos evidentes por si mismos sino cons- truirlos. Así, el hecho histórico deja de ser sinónimo de hecho político para presentar una imagen mucho más compleja. Dentro del proyecto de los Anna- les, la historia política, identificada con la “historia historizante”, pasó a ocupar un lugar marginal. A pesar que se postulaba una historia total, la historia que predominaba era, fundamentalmente, la económica y social. Sin embargo, his- toriadores pertenecientes a la corriente annalista no dejaban de plantear inte- rrogantes acerca de las formas de la historia política. Así, Braudel, el historiador del Mediterráneo decía que “la historia política no es forzosamente aconteci- mental, ni está condenada a serlo”6; con anterioridad, Bloch manifestaba: “ha- bría mucho que decir sobre esta palabra “política”. ¿Por qué reducirla fatal- mente a sinónimo de superficial?”.7

Así, la historia política, protagonista privilegiada de la revolución historio- gráfica del siglo XIX, fue eclipsada, desde una propuesta como la de Annales, por una historia social que consideraba las acciones políticas de los hombres como unas más entre otras que se presentaban más decisivas para sus vidas; por otra parte, desde el marxismo, la política se convirtió en un epifenómeno

3Nombre dado por Henri Berr, fundador en 1900 de la Revue de Synthese Historique, a la historia que se define como ciencia de lo particular. En el mismo sentido, Febvre expresa que “un historiador que rehúsa pensar el hecho humano, un historiador que profesa la sumisión pura y simple a los hechos, como si los hechos no estuvieran fabricados por él, como si no hubieran sido elegidos por él, previamente, en todos los sentidos de la palabra “escoger” es un ayudante técni- co. Que puede ser excelente. Pero no es un historiador”. Febvre, 1992: 179-180.

4 Febvre, 1992: 181.

5 Febvre, 1992:41.

6 Julliard, 1979: 239.

7 Julliard, 1979: 239.

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de los aspectos determinantes, de la infraestructura, en parte de la superestruc- tura.8 A partir de la década del setenta comenzaron los signos de lo que puede considerarse un tercer gran momento dentro de la historia de la historia, un momento difícil de ser evaluado ya que aún sigue su curso. Chartier plantea que la “historia conquistadora”9 descansaba en dos grandes proyectos: en pri- mer lugar, la aplicación al estudio de las sociedades antiguas o contemporá- neas del paradigma estructuralista, se trataba de identificar las estructuras y las relaciones que, independientemente de las percepciones y las intenciones de los individuos, organizaban las relaciones sociales; había una separación radi- cal entre el objeto del conocimiento histórico y la conciencia de los actores. En segundo lugar, se buscaba someter a la historia a los procedimientos del núme- ro y la serie con el fin de formular rigurosamente las relaciones estructurales. Como efectos de esta doble revolución, concluye Chartier, “la historia se alejó de una mera cartografía de particularidades y de un simple inventario de he- chos singulares”. Este tercer momento en la historia de la disciplina está signa- do por el cuestionamiento de los supuestos que sustentaban la “historia con- quistadora”; en lugar de una sola historia, se plantea la existencia de muchas historias y una nueva discusión sobre viejos temas tales como la naturaleza de la producción historiográfica, el estatuto del texto histórico, la posibilidad mis- ma del conocimiento del pasado, entre otros.10

¿Qué espacio ocupa la historia política en los nuevos mapas de la discipli- na? En el contexto de una obra colectiva que “tiene la ambición de clarificar la historia por hacer”11, Julliard se pregunta si el retorno de lo político no es la consecuencia de un incremento de su papel en las sociedades modernas y manifiesta que “la cuestión no estriba ya en saber si la historia política puede ser inteligible sino más bien saber si en adelante puede existir una inteligibili- dad en historia fuera de la referencia al universo político”. Desde el horizonte de una historia total, este historiador considera que “la historia política, instrui-

8La síntesis no nos exime de destacar algunas excepciones dentro de esta caracterización del marxismo. En épocas tempranas, Gramsci se preocupó por otorgar un lugar destacado a la polí- tica.

9 Con el nombre “historia conquistadora”, Chartier hace referencia al modelo de la historia como ciencia social, consolidado a lo largo del siglo XX y cuestionado a fines del mismo. Chartier, 1996: 20.

10 Los siguientes textos presentan con claridad el estado de la cuestión: Chartier, 1996; Sába- to, 1995, “La historia en guerra ¿Hacia una nueva ortodoxia?”, Punto de Vista, N° 51, Buenos Aires, abril de 1995; Iggers, Georg, 1998, La ciencia histórica en el siglo XX, Idea Universitaria, Barcelona.

11 Hacemos referencia a los textos compilados por LeGoff, J. y Nora, P., 1979, que se propo- nen promover un nuevo tipo de historia donde la novedad derivaría de tres procesos: 1-nuevos problemas que ponen en tela de juicio a la misma historia; 2- nuevos enfoques que modifican, enriquecen o trastornan los sectores tradicionales de la historia y 3- nuevos temas que aparecen en el campo epistemológico de la historia.

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da por su larga andadura en el caos acontecimental, podría evitar al conjunto de los historiadores, la larga travesía del desierto sistémico, aportándoles una contribución esencial a la interpretación global del cambio”.12

El retorno de lo político y de la historia política no significa regresar al mo- delo propuesto por la “historia historizante”; los desafíos son muchos, la histo- ria política tiene que fortalecerse en un contexto de crisis de los modelos globa- les de análisis tales como el estructuralismo y el marxismo; sin embargo, dicha crisis es a la vez la condición de posibilidad de una nueva historia política que reivindique su autonomía como objeto de estudio, que reclame un espacio propio a partir de la revisión de los “viejos” modelos (estructuralismo y marxis- mo) y de una mirada crítica y atenta frente a la “novedad” de las propuestas teóricas actuales.

La crisis de los modelos globales dejó al descubierto a los individuos cuya imagen se desdibujaba tras una rígida concepción de clase o de estructura so- cial. La historia política, al igual que las demás historias, tiene la tarea de rede- finir su objeto de estudio y dicha redefinición exige la búsqueda de nuevas fuentes documentales que complementen a las fuentes escritas de la historia tradicional. Desde esta perspectiva, las fuentes orales se convierten en un apor- te central para reconstruir las percepciones de los individuos acerca de los dife- rentes procesos de la historia política, una historia política que, para su conso- lidación, necesita de los aportes de las demás ciencias sociales. La entrevista, uno de los instrumentos para construir fuentes orales, no debe constituirse en un fin en si mismo sino en un medio para escribir, en función de nuestra op- ción, una historia política más compleja, que se funde, como expresa Joutard, en “una triple confrontación: confrontación con la documentación escrita, con- frontación con otros testimonios, confrontación con las diversas fases del dis- curso del testigo”.13

Mucho se ha escrito sobre la debilidad de las fuentes orales, sobre los peli- gros de sus usos para la objetividad de la historia; como plantea Gwyn Prins14, para quienes sostienen este punto de vista, la información oral representa la segunda o tercera opción, su papel se limita a facilitar historias de segunda categoría sobre comunidades con pobres fuentes de información. Sin embargo, frente a esta perspectiva, otros historiadores, como Jan Vansina, expresan que la relación entre las fuentes escritas y las orales no es “semejante a la de la diva y su suplente en la ópera: cuando la estrella no puede cantar se le concede una oportunidad a ésta, cuando la escritura no existe, se acude a la tradición. Esto es una concepción errónea. Las fuentes orales ayudan a corregir otras perspec-

12Julliard, 1979: 257.

13Joutard, 1999: 73.

14Prins, 1999: 145.

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tivas, de la misma forma que las otras perspectivas la corrigen a ella”.15

Así, como manifiesta Prins, “la fuerza de la historia oral es la de cualquier historia que tenga una seriedad metodológica. Esta fuerza procede de la diver- sidad de las fuentes consultadas y de la inteligencia con que se han utilizado...Todos los historiadores nos encontramos ante ese mismo desafío”.16 Compartiendo estos desafíos, con la creación del Archivo de la Palabra de la Universidad Nacional de Córdoba nos propusimos generar un espacio para articular las relaciones entre historia política y fuentes orales. A partir del mis- mo, intentamos aportar a la reconstrucción de la historia contemporánea de Córdoba atendiendo, entre otros aspectos, a las percepciones que los actores sociales tuvieron sobre determinados procesos políticos, a la forma en que los mismos interpretaron y reelaboraron esas experiencias y a la incidencia que esa elaboración tuvo sobre sus prácticas políticas.17

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15Cit. en Prins, 1999: 146-147

16Prins, 1999: 172.

17El Archivo de la Palabra de la UNC es dirigido por César Tcach. Actualmente, el equipo de trabajo, integrado por César Tcach, como director, Ofelia Pianetto, como co-directora y Alicia Servetto, Gabriela Closa, Ana María Martínez y Marta Philp, trabaja en un proyecto titulado “Las fuentes orales: uno de los recursos posibles para escribir la historia contemporánea de Córdoba”, que cuenta con subsidio de la SECyT de la UNC.

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