LA ENFERMEDAD EN LA HISTORIOGRAFÍA DE

AMÉRICA LATINA MODERNA

Diego Armus *

En las últimas dos décadas el tema de la enfermedad ha comenzado a ga- nar un lugar destacado en la historiografía latinoamericana.1 Su crecimiento como subcampo es parte de la actual fragmentación de los estudios históricos - ahora mucho más prolíficos en recortes temáticos que en ambiciosas y abarca- tivas narrativas- y también de preguntas y enfoques que las ciencias sociales y las humanidades han destacado entre sus preocupaciones.

Esta ostensible presencia de la enfermedad como objeto de reflexión ha sido, y sigue siendo, el resultado de contribuciones originadas en distintas agen- das de trabajo. En primer lugar, los esfuerzos por renovar la tradicional historia de la medicina. Luego, la diseminación de modelos interpretativos provenien- tes de otras disciplinas que por diversas vías encontraron en la enfermedad un nudo problemático. Finalmente, los estudios históricos de la población y de sus condiciones materiales de existencia.

Lo que está surgiendo de este dinámico proceso historiográfico ha sido eti- quetado como nueva historia de la medicina, historia de la salud pública, o historia sociocultural de la enfermedad. Tal vez por detrás de cada una de estas etiquetas pueda encontrarse una trama de preocupaciones propias y específi- cas. Es evidente, sin embargo, que cuando se evalúa lo que estas distintas historias están produciendo, algunos de sus temas –no así, necesariamente, el modo de abordarlos- tienden a repetirse. Es evidente también que todas ellas reconocen que las enfermedades son fenómenos complejos, algo más que un virus o una bacteria. Además de su dimensión biológica, las enfermedades car- gan con un repertorio de prácticas y construcciones discursivas que reflejan la historia intelectual e institucional de la medicina, pueden ser una oportunidad para desarrollar y legitimar políticas públicas, canalizar ansiedades sociales de todo tipo, facilitar y justificar el uso de ciertas tecnologías, descubrir aspectos de las identidades individuales y colectivas, sancionar valores culturales y estruc- turar la interacción entre enfermos y proveedores de atención a la salud. De algún modo, y tal como ha escrito uno de los más influyentes historiadores en este campo, una enfermedad existe luego que se haya llegado a una suerte de acuerdo que da cuenta que se la ha percibido como tal, denominado de un

* Kean University

Cuadernos de Historia, Serie Ec. y Soc., N° 3, Secc. Art., CIFFyH-UNC, Córdoba 2000, pp. 7-25

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cierto modo y respondido con acciones más o menos específicas.2 En otras palabras, razones particulares y coyunturas temporales enmarcan la vida y muerte de una enfermedad, su “descubrimiento”, ascenso y desaparición.

En estas notas introductorias no me propongo hacer un balance exhaustivo y detallado de lo que se ha escrito para el largo período que va desde mediados del siglo XIX en adelante. Tampoco me propongo indicar y adelantar la agenda de lo que debe hacerse en el futuro. Se trata, solamente, de dar cuenta de la dirección o mejor, las direcciones, que está tomando la historia de la enferme- dad. De esa producción historiográfica se desprende que tres han sido y son los tópicos dominantes: la dimensión social y política de las epidemias, las influen- cias externas en el desarrollo médico-científico y en las políticas de salud públi- ca de la región y, finalmente, los usos culturales de la enfermedad.

Legados y Tendencias

Tradicionalmente el tema de la enfermedad ha sido una suerte de coto con- trolado por los historiadores de la medicina. Fueron ellos los que escribieron no sólo una historia de cambios en los tratamientos sino también las biografías de médicos famosos. Más allá de sus específicos aportes, estas historias parecen haberse empeñado en reconstruir el «inevitable progreso» generado por la me- dicina diplomada, unificar el pasado de una profesión crecientemente especia- lizada y resaltar cierta ética y filosofía moral que se pretende distintiva, inaltera- da y emblemática de la práctica médica a lo largo del tiempo. La nueva historia de la medicina, por el contrario, tiende a destacar los inciertos desarrollos del conocimiento médico, dialoga con la historia de la ciencia, discute no sólo el contexto –social, cultural y político- en el cual algunos médicos, instituciones y tratamientos “triunfaron”, haciéndose un lugar en la historia, sino también aque- llos otros que quedaron perdidos en el olvido. Es una narrativa que se esfuerza por tensionar la historia natural de la enfermedad y algunas dimensiones de su impacto social.3

La historia de la salud pública, por su parte, destaca la dimensión política, dirije su mirada al poder, la política, el estado, la profesión médica. Es, en gran medida, una historia atenta a las relaciones entre instituciones de salud y aten- ción con estructuras económicas, sociales y políticas.4 Es, también, una historia que se piensa útil e instrumental, toda vez que busca en el pasado lecciones para el presente y el futuro porque asume que la cuestión de la salud es un proceso no cerrado. Así, el pasado debe ser investigado apuntando a facilitar intervenciones que, se supone, pueden incidir –de modo no específico sino general- en la realidad contemporánea, intentando reducir las inevitables incer- tidumbres que marcan a todo proceso de toma de decisión en materia de salud pública.

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Esta mirada, en verdad, retoma el legado de la práctica y los estudios del higienismo de fines del siglo XIX y comienzos del XX y, más tarde, en torno a los años cincuenta, de algunos estudios que ya se presentaban como historias nacionales de la salud pública. Ambos esfuerzos, que reconocían y enfatizaban el carácter social de la enfermedad, son antecedentes relevantes al momento de evaluar la historia de la historiografía sobre la salud en América Latina. Allí están, entonces, los puntos de partida de una serie de trabajos que en algunos casos no harán más que celebrar a los primeros sanitaristas –de modo bastante similar a la tradicional historia de la medicina- y, en otros, se empeñarán en analizar, en clave estructuralista, la cuestión de la salud y la medicina como epifenómenos de las relaciones de producción.5 Como sea, el énfasis de esta historia de la salud está no tanto en los problemas de la salud individual sino en la de los grupos, en el estudio de las acciones políticas para preservar o restau- rar la salud colectiva y en los momentos en que el estado o algunos sectores de la sociedad han impulsado acciones destinadas a combatir una cierta enferme- dad a partir de una evaluación que excede lo estrictamente médico y está defi- nitivamente marcada por factores políticos, económicos, culturales, científicos y tecnológicos. Sin duda, en la historia de la salud la medicina pública aparece en clave positiva y progresista, como un feliz resultado de la asociación de la ciencia biomédica con una organización racional de la sociedad donde ciertos profesionales -los médicos sanitaristas en primer lugar- han sabido ofrecer solu- ciones frente a las enfermedades del mundo moderno. Esta asociación, vista como potencialmente benéfica, fue evaluada a partir de sus logros concretos. Así, el insatisfactorio balance resultante ha sido explicado por algunos, y no sin una gran dosis de esquematismo que prescindía de cualquier matiz nacional o temporal, como un resultado de la condición dependiente de la región.6 Esta dependencia, se decía, determinaría la existencia de una elite dirigente y una estructura de poder económico incapaces o desinteresados en crear y distribuir equitativa y eficientemente recursos y servicios sanitarios. Otros estudios lista- ban los logros y limitaciones de los proyectos de modernización en materia de salud pública a nivel nacional o para una ciudad en particular, reaccionando contra el esquemático uso del modelo dependentista. Se propusieron mostrar que al menos en ciertos contextos urbanos el balance no ha sido tan negativo y que la condición periférica no fue tan decisiva al momento en que el estado se lanzó a construir la infraestructura sanitaria básica e intentar reducir las tasas de mortalidad, en particular las ocasionadas por las enfermedades infecciosas.7

Comparada con la historia de la medicina y la de la salud pública, la historia sociocultural de la enfermedad es más reciente. Se trata, en verdad, de trabajos de historiadores, demógrafos, sociólogos, antropólogos y críticos culturales que, desde sus propias disciplinas, han descubierto la riqueza, complejidad y posibi- lidades de la enfermedad y la salud, no sólo como problema sino también

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como excusa o recurso para discutir otros tópicos. Así, esta historia sociocultu- ral apenas dialoga con la historia de las ciencias biomédicas y se concentra en las dimensiones sociodemográficas de una cierta enfermedad, los procesos de profesionalización y medicalización, las condiciones de vida, los instrumentos e instituciones del control médico y social, el rol del estado en la construcción de la infraestructura sanitaria, las condiciones de trabajo y sus efectos en la morta- lidad.8 En algunos casos, estas historias están fuertemente marcadas por el empirismo y no van más allá de una recolección de datos relevantes para la historia de ciertas enfermedades. En otros el objetivo pareciera apuntar a mos- trar, sin mayores esfuerzos de problematización, que las condiciones de existen- cia de los pobres, de los sectores populares, o de los trabajadores han estado, siempre, marcadas por la desdicha o que cualquier iniciativa en materia de salud pública ha sido el resultado de un esfuerzo por aumentar la productividad o garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo o que las elites impulsaron las reformas sanitarias por su propia seguridad o que la reforma sanitaria fue el resultado de un arbitrario e inescrupuloso empeño de control liderado por una burocracia profesional ya afirmada en instituciones estatales o, más en general y de modo bastante simplista, que el capitalismo dependiente necesitaba esos cambios.9 La narrativa socio-cultural de la historia de la enfermedad también se ha apoyado en las interpretaciones foucaltianas de la medicalización y el disciplinamiento. Fueron y siguen siendo una referencia indudablemente inspi- radora -especialmente en ciertos círculos intelectuales latinoamericanos, don- de hizo impacto antes que entre los grupos latinoamericanistas anglosajones- para trabajos que encontraban en la medicina estatal un arsenal de recursos normalizadores constitutivos de la modernidad. Así, las iniciativas estatales – discursivas o políticas- en materia de salud pública fueron entendidas como esfuerzos de racionalización que, habiendo desarrollado conocimientos y len- guajes disciplinares particulares, estaban destinados a controlar a los indivi- duos y a sus cuerpos.10 En este contexto las hipotéticas etiologías de ciertas enfermedades terminaban sirviendo, así se ha argumentado, a la manera de instrumentos de regulación social, etiquetamientos de la diferencia y legitima- ción de sistemas ideológicos y culturales. Estas muy sugerentes referencias teó- ricas, cuando fueron leídas y aplicadas con rigidez, terminaron obviando el examen de las mediaciones y particularidades que de modo específico –es de- cir con un tiempo, un lugar y una sociedad históricamente concretos- recorren la trama que tejen el poder, el estado, las políticas públicas, los saberes, la vida cotidiana, las percepciones de la enfermedad y las respuestas de la gente co- mún.

En estos tres más o menos renovados abordajes hay un indudable esfuerzo por escapar de las limitaciones y estrecheces que han marcado a la tradicional historia de la medicina. Todos -la nueva historia de la medicina, la historia de la

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salud pública y la historia sociocultural de la enfermedad- entienden a la medi- cina como un terreno incierto, donde lo biomédico está penetrado tanto por la subjetividad humana como por los hechos objetivos.Todos ellos, también, se proponen discutir la enfermedad como un problema que además de tener una dimensión biológica se carga de connotaciones sociales, culturales, políticas y económicas. Es cierto, se siguen escribiendo trabajos con énfasis sesgadamente empíricos, foucaltianos, celebratorios, o ignorantes de cualquier tipo de media- ciones entre las acciones médico-sanitarias y los requerimientos del sistema económico. Pero también pareciera estar prefigurándose una narrativa histo- riográfica interesada en contextualizar e interpretar creativamente la riqueza de las iniciativas originadas en la medicina y la salud pública, no sólo en sus di- mensiones disciplinadoras sino también en las humanitarias y asistenciales.

Epidemias

Fue en torno de las epidemias donde la literatura ha sido más prolífica. Su foco está en los avatares de las enfermedades contagiosas que que azotaron sorpresiva e intensamente las ciudades entre el último tercio del siglo XIX y las primeras décadas del XX y que, en algunos casos, han vuelto hacerlo en las postrimerías del XX.11 Algunas de estas historias enfatizan en las condiciones sociales en que emerge la coyuntura epidémica, las técnicas y políticas imple- mentadas para combatirla y las reacciones de los gobiernos, la elite, los grupos profesionales y la gente común. Otras también incluyen un examen detenido de los factores biológicos y ecológicos, articulando un diálogo entre historia social e historia de las ciencias biomédicas. Así, los casos latinoamericanos engrosan una suerte de dramaturgia común a todas las epidemias donde se enlazan los temas del contagio, el temor, la huída, la salvación, la búsqueda de chivos emisarios, los esfuerzos por explicar –cultural, religiosa, o políticamente- la llegada, en un cierto momento, del azote epidémico. Pero esta dramaturgia, es preciso subrayarlo, sólo define los marcos de la experiencia epidémica toda vez que las enfermedades no son iguales, los microorganismos se transmiten y afectan de distinto modo, las estrategias de combate no son las mismas y cada sociedad –y, en ocasiones, sus diversos grupos- pueden dar un sentido especí- fico, particular, a sus consecuencias.

Las epidemias ponen al descubierto el estado de la salud colectiva y la infraestructura sanitaria y de atención. Pueden facilitar iniciativas en materia de salud pública y de ese modo jugar un papel acelerador en la expansión de la autoridad del estado, tanto en el campo de las políticas sociales como en el mundo de la vida privada. Sin embargo, la familiaridad de la sociedad con un cierto mal bien puede preparar el terreno para que se la ignore, precisamente

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porque su persistente presencia la vacía de algunas de las características aso- ciadas a lo extraordinario y sorpresivo o porque el contexto político –qué inte- reses pone en juego-, el contexto social – a quiénes afecta- o el contexto geo- gráfico –cuán lejos o cerca está de los centros de poder- no las transforma en una cuestión pública, aún cuando por definición se trate de un problema que afecta de modo masivo a la población.

Antes y después del despegue de la bacteriología moderna las epidemias quedaron estrechamente asociadas al mundo urbano, en particular el de las grandes ciudades y, desde fines del siglo XIX, a la cuestión social. Así, y junto a la creciente aceptación de las explicaciones monocausales de cada mal, las referencias al contexto fueron ineludibles, de la precariedad de los equipamien- tos colectivos a la vivienda, de la herencia biológica o racial a los hábitos coti- dianos de higiene, del ambiente laboral a la alimentación y la pobreza, de la inmigración masiva a las multitudes que se agolpaban, peligrosas, en las ciuda- des. Con el despuntar del siglo XX la estadística se afirmó como disciplina y en algunos países comenzaron a consolidarse agencias estatales específicamente abocadas a las cuestiones de la salud pública. Y los médicos higienistas prime- ro y los sanitaristas más tarde, casi perfilados como una burocracia especializa- da, dialogando y compitiendo con otros médicos y otros actores en el ámbito político, religioso o legal, jugarían un rol decisivo en la modernización del equi- pamiento urbano y las redes de asistencia, reforma y control social.

A veces la lucha antiepidémica desplegaba campañas cuasi militarísticas en su retórica - los microorganismos eran definidos como enemigos- y también en su práctica –alentando intervenciones intrusivas y violentas. Tal vez por eso, en ocasiones, fueron resistidas, aun cuando utilizaran recursos que no eran total- mente nuevos para la población. Otras veces, a esas estrategias se sumaban empeños que enfatizaban en la persuasión y la educación, apuntando a difun- dir entre la población un código higiénico que, en el mediano plazo, logró una tremenda aceptación e impacto en la vida cotidiana.

Sin afectar masivamente a la población algunas enfermedades como la sífi- lis o la lepra fueron calificadas, en algunos contextos, como epidémicas. Razo- nes sociales, culturales o políticas, legitimadas por el saber médico, las transfor- maban en problemas nacionales capaces de atraer la atención de la opinión pública y promover campañas específicamente destinadas a erradicarlas. Otras enfermedades, crónicas como la tuberculosis, o las gastrointestinales, o endé- micas como la malaria, la anquilostomiasis y la fiebre amarilla, que no irrum- pían por sorpresa pero estaban bien instaladas en la trama social y a veces mataban y enfermaban más que las epidémicas, no siempre lograban movilizar recursos materiales, profesionales o simbólicos suficientes como para ser perci- bidas como serios problemas colectivos. Menos espectaculares, estas enferme- dades han hecho un impacto en el mundo urbano o el rural, o en ambos. Y por

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omnipresentes, menos ruidosas, carentes de terapias específicas exitosas, fuer- temente marcadas por las condiciones materiales de existencia o localizadas en los márgenes geográficos o sociales, la gestación de políticas específicas desti- nadas a combatirlas o no existían o demandaron de ingentes esfuerzos al mo- mento de querer instalar el tema en la opinión pública y en la conciencia de las elites locales y nacionales. Y si en el mundo urbano algunas de estas enferme- dades finalmente lograron devenir en asuntos públicos –en gran medida por haber sido percibidas como elementos constitutivos de la cuestión social- en el campo fueron los males endémicos los que facilitaron la ampliación del área de incumbencia de las políticas públicas en materia de salud.12 En ese contexto, el proyecto de sanear el campo o al menos combatir una de sus endemias reafir- maba el proceso de construcción de la nación y la expansión del estado y del poder central.13

Transmisión de Saberes y “Medicina Tropical”

Otro tópico relevante ha sido el de la llegada de la medicina europea y norteamericana a América Latina. Se trata, en gran medida, de una reacción contra las interpretaciones difusionistas que asumían una pasiva recepción de conocimientos y prácticas articuladas fuera de la región. Así, el énfasis no está en el transplante e importación de ideas sobre ciertas enfermedades –las llama- das, de modo impreciso, tropicales como la fiebre amarilla, la malaria, la anqui- lostomiasis- sino en el proceso de selección y ensamblaje, en su creativa reela- boración y modificación de acuerdo a específicos contextos culturales, políticos e institucionales. En ese marco interpretativo, los médicos higienistas y los cien- tíficos de la periférica América Latina aparecen como aliados y, en ocasiones, como competidores y cuestionadores de la hegemonía científico/cultural euro- pea o norteamericana.14 Sus trayectorias los descubren discutiendo entre ellos, animando –antes y después del triunfo de la bacteriología moderna- debates sobre las posibles etiologías de ciertas enfermedades, creando instituciones de excelencia científica, empeñándose en esfuerzos más o menos originales por incidir en las tendencias de la morbilidad y mortalidad.15

Inevitablemente esas experiencias e iniciativas necesitaban legitimarse de algún modo y, en ese proceso, quedaban fuertemente asociadas a problemas más vastos como son los de la construcción del estado y la nación, las deman- das del capitalismo dependiente, la regeneración y mejoramiento progresivo de la “raza nacional”, la reforma social y la renovación de las costumbres. Lo interesante es que las enfermedades que desde finales del siglo XIX permitieron articular estos esfuerzos no han sido necesariamente las mismas en cada país. Así, el cólera, la tuberculosis, la malaria, el mal de Chagas, la sífilis, la lepra y,

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ya en las postrimerías del siglo XX el SIDA y otra vez el cólera, cargan con una relevancia, una significación simbólica, que sólo puede aprehenderse cuando se las contextualiza en la historia nacional, regional o local, cuando se las ten- siona con las estructuras demográficas, los niveles de urbanización, los avata- res –científicos, tecnológicos, políticos, culturales- que marcan la oferta de es- trategias específicas de cura.

En torno de ciertas enfermedades “tropicales” como la malaria, la fiebre amarilla y la anquilostomiasis se articula otro tema conectado a los problemas de la politización de la salud y de la recepción y transferencia de saberes y prácticas. En el centro mismo de estos asuntos está el papel jugado por ciertas agencias internacionales, en particular la Fundación Rockefeller. No hay dudas que sus misiones, presentes entre las décadas del diez y del treinta en casi todos los países de América Latina, son una prueba más del aumento de influencia de los Estados Unidos en la región así como su decisivo rol en la organización de servicios independientes por enfermedad y la promoción, en general, de la medicina curativa y de control técnico de las dolencias en desmedro de una medicina más integral y educativa. Pero el problema es más complejo y, afortu- nadamente, las visiones maniqueas y simplistas sobre la ingerencia imperialista de la Rockefeller no parecen dominar en la historiografía.16

En muchos países de la región la salud como cuestión pública es anterior a la llegada de estas misiones. Durante los dos primeros tercios del siglo XIX dominaron los enfoques miasmáticos y medioambientalistas pero sin producir cambios sanitarios infraestructurales de peso, limitando de ese modo sus efec- tos en la mortalidad general. Hacia finales del siglo la bacteriología moderna tomará la iniciativa, marcando profundamente la dinámica de muchas de los emprendimientos en materia de salud pública. Fue en ese contexto en que algunas comunidades científicas nacionales tendieron a jerarquizar el estudio de ciertas enfermedades tropicales. Entrenados principalmente en Europa oc- cidental, estos médicos desplegaron novedosos esfuerzos de investigación e intervención antes que sus pares norteamericanos. Sin embargo, la llegada de las misiones Rockefeller fue decisiva en la orientación de las reformas sanita- rias, en particular en el mundo rural y respecto de enfermedades que, se creía, podían erradicarse con pocos gastos y en poco tiempo. Más allá de las singula- ridades y los resultados –desparejos según las países y las enfermedades-, los empeños de la Fundación Rockefeller movilizaron la opinión pública respecto de las condiciones de vida y de salud de los pobres del campo, facilitaron enor- memente la centralización de los esfuerzos sanitarios, contribuyeron a consoli- dar el poder del gobierno central frente a las tradicionales estructuras de poder local y regional y galvanizaron la posición de los Estados Unidos como referen- cia externa dominante en materia de salud pública. A su modo, animaron un complejo proceso de modernización sanitaria y de distribución de sus benefi-

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cios que destaca procesos de cooptación, canalización de demandas de la so- ciedad civil, negociaciones entre sectores técnicos nacionales y foráneos.

La agenda técnico-elitista de las misiones debió lidiar con el desafío de adap- tarse a las idiosincracias y percepciones de la enfermedad de la población lo- cal, algo que los representantes de la fundación hicieron tan mal o con tanta dificultad como la mayoría de los médicos nativos. En cualquier caso, las rela- ciones entre médicos nativos y especialistas extranjeros fueron complejas, a veces signadas por la subordinación, la alianza, el pragmatismo, el conflicto o la adaptación de las partes involucradas. Al igual que en el mundo urbano, pero enfrentando otras enfermedades, los problemas de cómo intervenir en el mundo rural, cuán profundo penetrar en sus modos cotidianos, cómo persua- dir o cuándo recurrir a la coerción fueron cuestiones ineludibles.17 Y si en el diseño original estas intervenciones podían reverenciar lo técnico o ser instru- mentales en una agenda filantrópica neocolonial, al momento de ser llevadas a la práctica, intencionalmente o no, contribuirían a sentar precedentes y facilitar la construcción de las bases institucionales para futuros desarrollos que, en materia de medicina social y prevención, liderarían actores locales.18

Enfermedad, Cultura y Sociedad

El tercer y último tópico que permea a muchas de las nuevas narrativas históricas sobre la enfermedad destaca sus dimensiones culturales y sociales en sentido amplio. Se trata de estudios particularmente interesados en el examen de dispositivos á la Foucault y de discursos originados o asociados con la medi- cina. El estimulante y atractivo marco interpretativo foucaltiano motorizó los trabajos sobre la locura y el orden psiquiátrico, sus instituciones específicas, sistemas teóricos y procesos de profesionalización. Así, se ha discutido la locura como un objeto que nace y se transforma en un campo de intersecciones que desbordan los temas propios de la psiquiatría. Cuentan entonces la higiene pública y el espacio manicomial, las utópicas empresas de moralización colec- tiva, el lugar y rol del orden pisquiátrico en la historia de la construcción del estado.19 En ese contexto se enfatizó en la emergencia de un poder médico dedicado a disciplinar los cuerpos, normativizar los umbrales sanitarios genera- les e influir en las prácticas políticas de la sociedad no tanto como exteriorida- des sino como inmanencias.20 El enfoque dominante ahora busca distanciarse de la repetición casi mecánica y simplificadora de los postulados foucaltianos, tratando con mayor o menor éxito de usar de ellos pero de modo matizado y cauteloso y, fundamentalemente, bien anclado en información empírica. En algunos casos el énfasis ha ido al examen del lugar de la salud mental en los proceso de modernización, en otros a las instituciones, la consolidación de

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grupos profesionales o las relaciones de disciplinas como la psicología o el psi- coanálisis con la cultura ilustrada y la popular.21

También con la sífilis se ha hecho uso del concepto de dispositivo, esta vez centrado en los problemas de la sexualidad. Así, la lucha contra las enfermeda- des venéreas aparece como un recurso para construir implícita o explícitamente una población más permeable a los intereses de una cierta biopolítica que pos- tula frente a los imperativos del sexo el autocontrol y la asunción racional y conciente de las responsabilidades biológicas. Enfocada de este modo, la histo- ria de la sífilis –y también la de la locura- se recortan como capítulos del proce- so civilizador de occidente que, en el peor de los casos, terminan disolviendo o ignorando cualquier especificidad regional o nacional. Cuando sí toman regis- tro de ellas, se trata de historias interesadas en conectar la enfermedad con problemáticas como la degeneración de la especie, la raza, la inmigración, la identidad nacional, la esfera pública y la privada.22 En ese contexto algunos trabajos analizaron la generación de modelos médicos de exclusión –que defi- nen estereotipos, estigmatizan y patologizan comportamientos- respecto de la sexualidad y condición de la mujer, de la homosexualidad y de ciertos grupos inmigratorios y raciales.23 Otros estudios, en particular los enfocados en el SIDA, discuten la compleja y porosa frontera entre lo privado y lo público en cuestio- nes de políticas de salud. En ese territorio –pertinente, por otra parte, a la historia de tantas otras enfermedades, en el pasado y en la actualidad- toma forma el problema de la formación histórica de los derechos a la salud y de sus componentes individuales y sociales. Así, mientras algunos encuentran en el SIDA una crisis en materia de derechos humanos con una dimensión propia de problemas de salud pública, otros ven allí una crisis de salud pública saturada por la problemática de los derechos humanos.24

El tema de la creciente presencia del saber y prácticas médicas también ha estimulado historias generales de la medicina o la salud pública. Algunas, en clave foucaltiana, se han propuesto analizar la consolidación del monopolio de curar en la clase médica, los lugares concretos en que se desarrolló el poder médico como poder absoluto –frente al enfermo, las clases populares, la mujer, los adolescentes y los homosexuales- y, finalmente, el rol del saber médico como coedificador de una nueva y moderna sensibilidad.25 Otras han buscado armar una historia de la salud a partir de un exámen de la génesis, desarrollo y crisis del asistencialismo estatal, ofreciendo una narrativa bastante peculiar puesto que si bien presenta al estado como el gran gestor de las desdichas o fortunas de la salud del pueblo no hay, como sí ocurre en otras historiografías, un deli- berado esfuerzo por reconstruir de modo detallado fenómenos vinculados a la profesionalización y emergencia de instituciones de atención.26 Sin enfocarse en una enfermedad en particular sino en la medicina o la salud en general, estas ambiciosas historias, mejor o peor ancladas en información empírica y, por momentos –inevitablemente- enumerativas, no dominan en la literatura.

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Desde hace ya un tiempo el tono lo han estado dando enfoques más acota- dos en un estilo que, con éxito dispar, parecen haberse propuesto evitar tanto los determinismos foucaltianos, economicistas o de cualquier otro tipo. Uno de ellos, buceando en los discursos sobre la raza, la ciencia, la medicina, la nacio- nalidad y el futuro, ha sido el de la eugenesia latinoamericana como una euge- nesia dominantemente preventiva, como una apuesta neolamarkiana de mejo- ramiento social bien diferenciada de la eugenesia anglosajona de las esteriliza- ciones forzadas y masivos exterminios.27

Otro enfoque ha centrado en el estudio de la degeneración como tópico relevante en la construcción de la nacionalidad, tanto en los países donde el tema del trópico y la raza aparecían persistentemente asociados como en los que recibieron importantes contingentes inmigratorios y por eso discutieron políticas selectivas de atracción y admisión de extranjeros.28 Esta problemática, articulada en torno a la preocupación del estado por construir saludables “ra- zas nacionales”, también permea muchos de los estudios centrados en discur- sos y políticas públicas de bienestar. De una parte, se recorta con fuerza la problemática de preservar o mejorar la salud infantil y de la mujer en su condi- ción de madre.29 De otra, la de la higiene como una ideología que permite articular en clave técnica preocupaciones políticas y como un valor, una suerte de cultura, que en el mediano plazo logra, al igual que la educación, ser cele- brada por las elites y los sectores populares más allá de sus diferencias político- doctrinarias.30

Como ocurre en otras historiografías, las lecturas foucaltianas o post-foucal- tianas de la concentración de poder que los médicos logran como resultado del así llamado proceso de medicalización de la sociedad han hecho un impacto en las historias de la prostitución en la región. Así, enfermedades venéreas como la sífilis o la gonorrea son tópicos inevitables aunque no centrales en muchas de esas historias enfocadadas, las más de las veces, en analizar los esfuerzos estatales por controlar el contagio de esos males, regular o prohibir el sexo comercial e intentar modelar la sexualidad de las prostitutas.31 Así tam- bién el alcoholismo, en algunos lugares considerado una enfermedad endémi- ca por la medicina diplomada, ha sido discutido no sólo como un ejemplo de las limitaciones de la práctica y saber médicos y de la propia medicalización sino también como un caso donde las dimensiones sociales, culturales, econó- micas y políticas del problema son más relevantes que las específicamente médicas o psiquiátricas.32

Fue en el marco de estos esfuerzos por historiar el proceso de medicaliza- ción que se han explorado las respuestas de los sectores populares urbanos frente a las prácticas compulsivas e intrusivas originadas en las iniciativas de salud pública. En el caso de la vacunación antivariólica, algunos quisieron en- contrar en esas respuestas populares motivaciones antigubernamentales articu-

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ladas como reacciones morales, con evidencias de grupos no médicos manipu- lando el descontento de las masas, o como resistencias a determinadas políti- cas sanitarias.33 Otros analizaron en detalle los avatares de la vacunación anti- variólica y las percepciones y tradiciones de ciertos grupos raciales en relación al control de la viruela. Así, lo que estos estudios están revelando es que no sólo las resistencias a ciertas iniciativas en materia de salud pública fueron indicati- vas de la distancia social, racial, cultural, religiosa y política que separaba a los pobres de los esfuerzos del estado por higienizar el medio urbano sino también que las medidas preventivas de una enfermedad pueden tener distintos signifi- cados entre distintos grupos sociales.34

En el caso de los enfermos con tuberculosis se ha indicado su capacidad de respuesta tanto en el plano individual como en el colectivo. En el individual, se estudiaron los modos con que los tuberculosos recusaban los estereotipos que sobre ellos circulaban tanto entre grupos de médicos como entre la gente co- mún. En el colectivo, se analizaron instancias en que los enfermos negociaron e incluso desafiaron al poder médico organizando huelgas, presionando a la clase política y tratando de usar de diarios, revistas y la radio con el objeto de facilitar su acceso a tratamientos que no tenían el aval del establishment profe- sional y académico.35

También los enfermos de fiebre amarilla y malaria resistieron medidas de salud pública que ellos evaluaban como inefectivas o contrarias a las percep- ciones que, originadas en una mezcla de concepciones indígenas e hipocráti- cas, tenían sobre esas enfermedades.36 Al final, lo que estos estudios sobre la viruela, la tuberculosis, la malaria y la fiebre amarilla están subrayando, inten- cionalmente o no, es la existencia de cierto protagonismo por parte de los en- fermos. El problema es relevante porque da cuenta de la presencia de la cues- tión de la enfermedad y la salud en el complejo proceso de ampliación de la ciudadanía social y lo que, de modo impreciso en el entresiglo y mucho más claramente una vez entrado el siglo XX, se dio en llamar en algunos países de la región “derechos a la salud”. Pero si el protagonismo de los enfermos no puede ni debe ignorarse, su relevancia y significación debe ser materia de cuidadosa reflexión. Nada indica que durante la primera mitad del siglo XX los temas de la salud, la enfermedad y los equipamientos sanitarios hayan sido centrales en la agenda del movimiento obrero o sostenido motor de movimientos sociales. Sólo cuando la enfermedad se diluye en otros problemas –la larga lucha por la reducción de la jornada laboral, las condiciones ambientales de trabajo y los esfuerzos organizativos de ayuda mutua de orígen étnico o laboral - o cuando una cierta patología está asociada a ciertas ocupaciones –como es el caso de las así llamadas enfermedades profesionales- esa correlación es hasta cierto punto pertinente. Por fuera de estos escenarios el protagonismo limitado pero real de los enfermos, de los que pueden enfermarse o de los que son blancos de

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La enfermedad en la historiografía de América Latina moderna

las intervenciones de saneamiento no permite concluir en que se trata de influ- yentes actores en la gestación de políticas de salud. Lo que sí revela, una vez más, es la complejidad de las relaciones entre quienes quieren curar y quienes necesitan curarse, las variadas percepciones y recursos que circulan en torno de una enfermedad y que exceden holgadamente el mundo de la medicina diplomada, las resistencias a medidas sanitarias modernas impuestas desde arriba, a veces de modo coercitivo y violento.

Este mismo interés por la perspectiva de los enfermos y los pacientes jerar- quizó el estudio de las percepciones sobre la enfermedad, la salud, el cuerpo y la muerte entre distintos grupos étnicos, raciales o sociales. Aún cuando mu- chos de estos estudios se proponen como excursiones al interior de las medici- nas folklóricas y alternativas al saber diplomado y oficial, no faltan los que apuntan a señalar que la gente usa –incluso para objetivos que exceden los vinculados al cuidado y la asistencia - de diferentes sistemas de atención y de salud. En otras palabras, se constata la coexistencia, y no mutua exclusión, de varios sistemas de salud que, según las circunstancias, aparecen como las refe- rencias de atención dominantes.37 Este enfoque atento al consumo por parte de la gente común de ofertas de atención provenientes del campo de la medi- cina diplomada y de la popular ha comenzado a tener un lugar en la historio- grafía, sea en el proceso de definición de jurisdicciones profesionales –entre médicos y farmacéuticos que recetan-, en el caso de profesionales marginados que recurren a la prensa y el apoyo de los enfermos para hacerse de un lugar público que el establishment académico y profesional les está negando, o en el caso de charlatanes capaces de usar discrecionalmente posturas, prácticas y terminología propios de la medicina oficial.38

Otros estudios, alejándose en forma premeditada de una agenda armada en torno de lo culturalmente exótico y folklórico, jerarquizaron el impacto en comunidades rurales o semirurales de las experiencias laborales modernas, el nivel de ingresos y las relaciones de clase como los factores claves en los modos en la gente común percibe y confronta los problemas de la salud y la enferme- dad. Así, la relevancia social de eventos médicos modernos queda enmarcada en un contexto político y económico específico y en una específica coyuntura temporal. Con esa agenda un estudio encontró una fuerte correlación entre pobreza y SIDA.39 Y analizando la emergencia de movimientos sociales de las décadas de 1970 y 1980 enfocados en salud ocupacional y salud medioam- biental, se ha subrayado el carácter moderno de las percepciones y acción de quienes, prescindiendo de categorías humorales, religiosas o propias de la me- dicina popular, encontraron en la polución industrial el orígen de la enferme- dad que les aquejaba.40

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La historia de la enfermedad ha crecido de modo desparejo. En Brasil el subcampo existe como tal. Hay revistas académicas, debates, una producción sostenida de tesis de maestría y doctorado sobre temas vinculados a la enfer- medad así como centros de estudios, programas de estudios de postgrado, ins- tituciones y archivos que han definido su agenda de trabajo e investigación en torno a las relaciones entre la ciencia, la medicina, la historia y la salud. En el resto de América Latina –incluso entre los países grandes y medianos- el balan- ce es muchísimo más modesto y el cuadro que resulta destaca las iniciativas individuales, los proyectos de trabajo modelados a partir de enfoques multidis- ciplinarios y una suerte de puntillismo que no puede ofrecer más que, en el mejor de los casos, una media docena de trabajos para un cierto tema.

Sin pretensiones de exahustividad se hizo referencia a legados y tendencias que son representativos de los tópicos que han animado y animan el crecimien- to de la historiografía sobre la enfermedad en la América Latina moderna. Es evidente que sus desarrollos, limitaciones y posibilidades están motorizados por tópicos y tendencias historiográficas que no son exclusivamente latinoa- mericanos. Así, cualquier intención o tentación de evaluar la historiografía de la enfermedad en la región centrándose única o prioritariamente en las enfer- medades tropicales es sesgada y parcial. El exotismo racial, geográfico y cultu- ral de los trópicos ha sido una de las fuerzas que impulsaron el desarrollo de la medicina tropical en los centros académicos imperiales. Su estudio desde las periferias es imprescindible pero en modo alguno suficiente. Incluso en los tró- picos otros males han tenido y aún tienen un impacto en la trama social, cultu- ral y demográfica imposible de ignorar.

El cuadro que emerge de esta revisión de los legados y tendencias de la historiografía sobre la enfermedad en América Latina moderna es, en conse- cuencia, uno que destaca junto a los males del trópico otros asociados a los procesos modernos de urbanización e industrialización. No hay dudas que esta historiografía está tomando nota de la heterogeneidad de la región. Por eso, mientras no olvida la compartida condición neocolonial que ha marcado a todas las experiencias nacionales en los últimos dos siglos –con múltiples y cambiantes referencias metropolitanas- indica, sin ambages, que América Lati- na es parte de las muchas, en plural, modernidades de occidente.

Nota del Editor: debido a que este artículo presentaba numerosas notas a pie de página y que todas ellas eran referencias bibliográficas, hemos optado por trasladar las mismas al final del texto.

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1Una versión considerablemente más corta de este artículo aparecerá en un libro de próxima publicación titulado From Cholera to AIDS. History and Disease in Modern Latin America (Duke University Press, Diego Armus, editor). El libro reúne estudios escritos por latinoamericanos y norteamericanos activos en este subcampo en franco desarrollo y son representativos de las ten- dencias historiográficas discutidas en estas notas.

2 Charles E. Rosenberg, “Framing Disease: Illness, Society, and History”, in Charles E. Rosen- berg y Janet Golden (eds.) Framing Disease. Studies in Cultural History (New Brunswick, NJ: Rutgers University Press, 1992), p.xiii.

3 Nancy Stepan, Beginnings of Brazilian Science, Oswaldo Cruz, Medical Research and Poli- cy, 1890-1920 (New York: Science History Publications, 1976); Marcos Cueto, Excelencia Cien- tífica en la Periferia, Actividades Científicas e Investigación Biomédica en el Perú, 1890-1950 (Lima: Tarea, 1989); Jaime Benchimol y Luiz Antonio Texeira, Cobras, Lagartos e Outros Bichos. Una História Comparada dos Institutos Oswaldo Cruz e Butantan (Rio de Janeiro: Editora UFRJ/ Casa Oswaldo Cruz, 1993), Tania Maria Fernandes, Vacina Antivariólica: Ciência, Técnica e o Poder dos Homes, 1808-1920 (Rio de Janeiro: Editoria Fiocruz, 1999).

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6 Vicente Navarro, “The Underdevelopment of Health or the Health of Underdevelopment: An Analysis of the Distribution of Human Resources in Latin America,” International Journal of Health Services 4, 1 (1974): 5-27.

7 Carlos Escudé, “Health in Buenos Aires in the Second Half of the Nineteenth Century,” in D. C. Platt, ed., Social Welfare, 1850-1950. Australia, Argentina and Canada Compared (Lon- don: The Macmillan Press, 1989); Christopher Abel, Health, Hygiene, and Sanitation in Latin America, 1870-1950 (London: Institute of Latin American Studies, University of London, 1996).

8 Adrián Carbonetti, Enfermedad y Sociedad. La Tuberculosis en la Ciudad de Córdoba, 1906-1947 (Córdoba: Emecor, 1998); Javier Mariátegui ed., La Psiquiatría en América Latina (Buenos Aires, Losada, 1989);Edmundo Campos Coelho, As Profissões Imperiais: Medicina, Engenharia e Advocacia no Rio de Janeiro (1822-1930) (Rio de Janeiro: Record, 1999); Adriana Alvarez and Daniel Reynoso, Médicos e Instituciones de Salud. Mar del Plata, 1870-1960 (Mar del Plata: HISA/ Universidad Nacional de Mar del Plata , 1995); Ricardo González Leandri, Cu- rar, Persuadir, Gobernar. La Construcción Histórica de la Profesión Médica en Buenos Aires, 1852-1886 (Madrid: CSIC, 1999); Ana María Carrillo, “Nacimiento y Muerte de una Profesión. Parteras Diplomadas en México,” Dynamis. Acta Hispanica ad Medicinae Scientiarumque Histo- riam Illustrandam, 19 (1999): 167-190; Claudia Agostoni, «Sanitation and Public Works in Late Nineteenth Century Mexico City,» Quipu. Revista Latinoamericana de Historia de las Ciencias y la

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9Ronn Pineo and James A. Baer, eds., Cities of Hope: People, Protests, and Progress in Urbanizing Latin America, 1870-1930 (Boulder, Colo.: Westview Press, 1998); Héctor Recalde, La Salud de los Trabajadores en Buenos Aires (1870-1910) a través de las Fuentes Médicas (Buenos Aires: Grupo Editor Universitario, 1997);Teresa Meade, ‘Civilizing’ Rio. Reform and Re- sistance in a Brazilian City, 1889-1930 (University Park, PA: Penn State Press, 1997); Nilson do Rosario Costa, Lutas Urbanas e Controle Sanitário. Origens das Políticas de Saúde no Brasil (Petropolis: Vozes, 1985); Carl J. Murdock, “Physicians, the State and Public Health in Chile, 1881-1891,” Journal of Latin American Studies, 27 (1995): 551-567.

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11 Miguel Angel Scenna, Cuando Murió Buenos Aires (Buenos Aires: La Bastilla, 1974); Lilia V. Oliver, “El Cólera y los Barrios de Guadalajara,” in Marcos Cueto, ed., Salud, Cultura y Socie- dad en América Latina. Nuevas Perspectivas Históricas (Lima: IEP/OPS, 1996); Rodolpho Telaro- lli Jr., Poder e Saúde: as Epidemias e a Formação dos Serviços de Saúde em São Paulo (São Paulo: UNESP, 1996); Beatriz Cano, “La Influenza Española en Tlaxcala (1918),” in Elsa Malvido and María Elena Morales, eds., Historia de la Salud en México (México DF, INAH, 1996); Agusti- na Prieto, “Rosario: Epidemias , Higiene e Higienistas en la Segunda Mitad del Siglo XIX,” in Mirta Lobato, ed., Política, Médicos y Enfermedades. Lecturas de Historia de la Salud en la Ar- gentina (Buenos Aires: Biblos/Universidad Nacional de Mar del Plata, 1996); Enrique Florescano y Elsa Malvido, eds., Ensayos sobre la Historia de las Epidemias en México (México, DF: Instituto Mexicano del Seguro Social, 1982); Marcos Cueto, El Regreso de las Epidemias. Salud y Socie- dad en el Perú del Siglo XX (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1997); Diego Armus, “El Descubrimiento de la Enfermedad como Problema Social,” in Mirta Lobato, ed., Nueva Historia Argentina. La Modernización y sus Límites, 1880-1916 (Buenos Aires: Sudamericana, 2000); Ronn F. Pineo, “Misery and Death in the Pearl of the Pacific: Health Care in Guayaquil, Ecuador, 1870-1925,” Hispanic American Historical Review, 70 (1990): 609-638; Sam Adamo, “The Sick and the Dead: Epidemic and Contagious Disease in Rio de Janeiro, Brazil,” in Ronn Pineo and James A. Baer, eds., Cities of Hope; Cláudia Rodrigues, “A Cidade e a Morte. A Febre Amarela e seu Impacto sobre as Costumes Fúnebres no Rio de Janeiro, 1849-1850”, História Ciências Saú- de. Manguinhos, VI, 1, 1999: 53-80.

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13 Luiz Castro Santos, “A Reforma Sanitária ‘Pelo Alto’: O Pionerismo Paulista no Início de

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14Flavio Coelho Edler, “O Debate en Torno da Medicina Experimental no Segundo Reina- do,” Historia, Ciência Saúde. Manguinhos, III, 2 (1996): 284-299; Julyan G. Peard, Race, Place and Medicine. The Idea of the Tropics in Nineteenth-Century Brazilian Medicine (Durham and London: Duke University Press, 1999).

15Jaime Benchimol, Dos Micróbios aos Mosquitos. Febre Amarela e a Revolução Pasteuriana no Brasil (Río de Janeiro: Editora Fiocruz/Editora UFRJ, 1999); Marcos Cueto, “Tropical Medici- ne and Bacteriology in Boston and Peru: Studies of Carrion’s Disease in the Early Twentieth Century,” Medical History, 40 (1996): 344-364.

16Marcos Cueto. ed., Missionaries of Science: The Rockefeller Foundation in Latin America (Bloomington: Indiana University Press, 1994).

17Anne-Emanuelle Birn and Armando Solórzano, “The Hook of Hookworm: Public Health and the Politics of Eradication in Mexico,” in Andrew Cunningham and Bridie Andrews, eds., Western Medicine as Contested Knowledge (Manchester: Manchester University Press/St. Martin Press, 1997).

18Steven Palmer, “Central American Encounters with Rockefeller Public Health, 1914-1921,” in Gilbert Joseph, Catherine Legrand and Ricardo Salvatore, eds., Close Encounters of Empire. Writing the Cultural History of U.S.-Latin American Relations (Durham and London: Duke Uni- versity Press, 1988).

19Hugo Vezzetti, La Locura en la Argentina (Buenos Aires: Folios, 1983); Rafael García – Huertas, El Delincuente y su Patología: Medicina, Crimen y Sociedad en el Positivismo Argentino (Madrid: Cuadernos Galileo, CSIC, 1991).

20Roberto Machado, Angela Loureiro, Rogerio Luz, and Katia Muricy, Danação da Norma: Medicina Social e Constituição da Psiquiatria no Brasil (Rio de Janeiro: Graal, 1978).

21Augusto Ruiz Zevallos, Psiquiatras y Locos: Entre la Modernización contra los Andes y el Nuevo Proyecto de Modernidad (Lima: Instituto Pasado y Presente, 1994); Nélida Agueros y Yolanda Eraso, “Saber Psiquiátrico e Institución Manicomial. Hacia una Comprensión de las Es- trategias de ‘Moralización’ en el Asilo Colonia de Oliva (Córdoba, 1914-1934)”, Cuadernos de Historia (Córdoba) 2, 1999: 7-26; Sérgio Carrara, Crime e Loucura: o Aparecimento do Manicô- mio Judiciário na Passagem do Século (Rio de Janeiro/ São Paulo: Eduerj/Edusp, 1998; Jorge Balán, Profesión e Identidad en una Sociedad Dividida: la Medicina y el Orígen del Psicoanálisis en la Argentina (Buenos Aires: CEDES, 1988); Hugo Vezetti, Aventuras de Freud en el País de los Argentinos. De José Ingenieros a Enrique Pichón-Rivière, (Buenos Aires: Paidós, 1996); Mariano Plotkin, “Tell me your Dreams: Psychoanalysis and Popular Culture in Buenos Aires, 1930-1950”, The Americas, 55:4 (1999): 601-629.

22Sérgio Carrara, Tributo a Vênus. A Luta Contra a Sífilis no Brasil, da Passagem do Século aos Anos 40 (Rio de Janeiro: Editoria Fiocruz, 1996).

23Gabriela Nouzeilles, “Políticas Médicas de la Histeria: Mujeres, Salud y Representación en el Buenos Aires del Fin de Siglo,” Mora. Revista del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, 5 (1999): 97-112; Jorge Salessi, Médicos, Maleantes y Maricas. Higiene, Criminología y Homosexualidad en la Construcción de la Nación Argentina: Buenos Aires: 1871-1914 (Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 1995); Patrick Larvie, “Queerness and the Specter of Brazilian National Ruin,” Gay and Lesbian Quarterly 5 (1999); Marvin Leiner, Sexual Politics in Cuba: Machismo, Homosexuality and AIDS (Boulder, CO: Westview Press, 1993).

24Nancy Scheper-Hughes, “AIDS and the Social Body,” Social Science and Medicine 39, 7 (1994): 991-1003.

25José Pedro Barrán, Medicina y Sociedad en el Uruguay del Novecientos, 3 vols. (Montevi- deo, Ediciones de la Banda Oriental, 1994).

26María Angélica Illanes, ‘En Nombre del Pueblo, del Estado y de la Ciencia…’. Historia

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Social de la Salud Pública. Chile 1880-1973 (Santiago de Chile: Colectivo de Atención Primaria, 1993).

27Nancy Stepan, ‘The Hour of Eugenics’: Race, Gender, and Nation in Latin America (Ithaca: Cornell University Press, 1991).

28Lilia Moritz Schwarcz, O Espectaculo das Raças: Cientistas, Instituções e Questão Racial no Brasil, 1870-1930 (São Paulo: Companhia das Letras, 1993); Consuelo Naranjo Osorio y Ar- mando García González, Medicina y Racismo en Cuba: la Ciencia ante la Inmigración Canaria en el Siglo XX (La Laguna, Tenerife: Taller de Historia, 1996); Jorge Cañizares E., “Entre el Ocio y la Feminización Tropical: Ciencia, Elites y Estado-Nación en Latinoamérica. Siglo XIX”, Asclepio, L, 2, 1998: 11-31; Dain Borges, “‘Puffy, Ugly, Slothful and Inert’: Degeneration in Brazilian Social Thought, 1880-1940”, Journal of Latin American Studies, 25, 2 (1993): 235-256.

29Alexandra M. Stern, “Responsible Mothers and Normal Children: Eugenics and Nationa- lism in Post-Revolutionary Mexico, 1920-1940,” Journal of Historical Sociology, 12, 4 (1999): 369-396; Ann Blum, “Public Welfare and Child Circulation, Mexico City, 1877-1925,” Journal of Family History23:3 (1998): 240-271; Donna J. Guy, “The Pan American Child Congresses, 1916- 1942: Pan Americanism, Child Reform, and the Welfare State in Latin America,Journal of Fami- ly History 23:3 (1998): 272-291; Annette B. Ramirez de Arellano and Conrad Seipp, Colonia- lism, Catholicism, and Contraception: A History of Birth Control in Puerto Rico (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1983);

30Sidney Chaloub, Cidade Febril. Cortiços e Epidemias na Corte Imperial (São Paulo: Com- panhia das Letras, 1996); Luiz Castro Santos, “O Pensamento Sanitarista na Primeira Republica: Uma Ideologia de Construção da Nacionalidade,” Dados-Revista de Ciências Sociais, 28, 2 (1985): 193-210; Diego Armus, “Salud y Anarquía: la Tuberculosis en el Discurso Libertario Argentino, 1870-1940,” in Mirta Lobato, ed., Política. Médicos y Enfermedades.; Diego Armus, “O Discurso da Regeneração. Espaço Urbano, Utopías e Tuberculose na Buenos Aires, 1870-1930,” Estudos Históricos, 16 (1995): 235-250; Diego Armus, “La Idea del Verde en la Ciudad Moderna. Buenos Aires, 1870-1940,” Entrepasados. Revista de Historia, 10 (1995): 9-22; Dora Barancos, La Esce- na Iluminada. Ciencias para Trabajadores, 1890-1930 (Buenos Aires: Plus Ultra, 1996).

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32Eduardo Menéndez, Morir de Alcohol. Saber y Hegemonía Médica (México DF: Alianza Editorial Mexicana, 1990)

33Jose Murilo de Carvalho, Os Bestializados: o Rio de Janeiro e a Republica que não Foi (São

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38Iván Molina Jiménez y Steven Palmer, “La Voluntad Radiante”: Cultura Impresa, Magia y Medicina en Costa Rica, 1897-1932 (San José: Editorial El Porvenir, 1996); Diego Armus, “De ‘Médicos Dictadores’ y ‘Pacientes Sometidos’”.

39Paul Farmer, AIDS and Accusation: Haiti and the Geography of Blame (Berkeley: Univer- sity of California Press, 1992).

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