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Apuntes en torno al “anarco-batllismo”.
Uruguay, (1911-1917)
Lía Fierro Alemán *
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Cuadernos de Historia. Serie economía y sociedad, N°32, 2023, pp. 126 a 157.
RECIBIDO: 06/06/2023. EVALUADO: 11/08/2023. ACEPTADO: 04/09/2023.
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Resumen
Este artículo, concentrado en el Uruguay de las primeras décadas del siglo XX, se dedica a la experiencia de distintos anarquistas que simpatizaron con José Batlle y Ordóñez –presidente del país en los períodos 1903-1907 y 1911-1915- y con el batllismo: movimiento político gestado bajo el liderazgo del mandatario. En particular, pretende detenerse en los modos en que la historiografía ha interpretado tal acercamiento y contribuir a su análisis mediante la presentación de trayectorias individuales de aquellos ácratas que lo encarnaron.
Palabras clave: Anarquismo – Batllismo – 900s
Summary
This article is situated on Uruguay in the first decades of the 20th century, with the aim of exploring different anarchists who sympathized with José Batlle y Ordóñez –who held the Presidency of the Republic between 1903 and 1907, and between 1911 and 1915–, as well as with the batllismo; political movement gestated under his leadership.
Specifically, the text intends to account for the ways in which historiography has interpreted such rapprochement between anarchism and batllismo, and contribute to the discussion about it by presenting the individual trajectories of those anarchists who embodied it.
Keywords: Anarchism – Batllismo – 900s
Durante las primeras décadas del siglo XX, el Uruguay se vio profundamente signado por las presidencias de José Batlle y Ordóñez. A lo largo de aquellos gobiernos, insertos en el Partido Colorado,[1] se impulsó un vasto conjunto de transformaciones sociales, económicas y políticas. En un clima de expansión del trabajo asalariado, de continuo arribo de inmigrantes y de recurrente preocupación en torno a la “cuestión social”, el batllismo –movimiento político nucleado en torno al mandatario– promovió singulares iniciativas, llegando a concitar la simpatía de distintos intelectuales y obreros anarquistas, que le dedicaron variadas muestras de apoyo.[2] Para ese entonces, el anarquismo conformaba la vertiente ideológica mayoritaria en el seno de los trabajadores organizados del país, afianzada a partir de la llegada de propagandistas y trabajadores de origen –fundamentalmente– español e italiano, y caracterizada por una fluida circulación en el espacio rioplatense. El hecho de que varios de sus adherentes se acercaran al batllismo,[3] en este marco, generó intensos debates.[4]
Existen distintas obras historiográficas que han referido a la conformación del “anarco-batllismo” como un singular fenómeno desatado en las décadas en cuestión. Sin embargo, éste ha sido caracterizado de formas variables. Se han dado a conocer los casos de distintos anarquistas presuntamente cercanos al reformismo, rotulados como “anarco-batllistas”, pero esta nómina no siempre es la misma en los distintos textos.
Este artículo se propone, entonces, discutir las formas en que el “anarco-batllismo” ha sido caracterizado y analizado, revisar la pertinencia de tal denominación, y rescatar las voces de los protagonistas para evaluar de qué modo buscaron compatibilizar –si es que así lo hicieron– su anarquismo con el apoyo a la administración batllista.
La cronología establecida se fundamenta, por un lado, en la asunción de Batlle a su segunda presidencia, en 1911, a partir de la cual el acercamiento con los anarquistas se intensificó, y, por otro, en la irrupción de la Revolución Rusa, de 1917. Este suceso se irguió como nuevo eje de conflicto en el mundo ácrata, aplacando el vigor del debate mantenido antes en torno al reformismo. Sin embargo, se hará referencia a algunos sucesos acaecidos en años previos y sucesivos, para recoger procesos de más largo alcance.
Cabe tener en cuenta que el período abordado comprende la segunda presidencia de Batlle (1911-1915), pero también un tramo del subsiguiente mandato de Feliciano Viera[5] (1915-1919), durante el cual las discusiones en torno a los anarquistas y su posible filiación batllista siguieron latentes.
Lecturas historiográficas[6]
La caracterización del “anarco-batllismo” resulta un tanto difusa. No abundan los trabajos dedicados exclusivamente a él, sino que la mayoría de las obras lo abordan de forma lateral, fragmentaria, o en el marco de temáticas más amplias.
El hecho de que declarados anarquistas simpatizaran con Batlle, con el batllismo como movimiento, o incluso con el Partido Colorado, bien puede resultar llamativo. Como es sabido, uno de los rasgos más destacados del anarquismo residía en su rechazo hacia el Estado y las formas de participación político-partidarias, por lo cual bien podemos preguntarnos cómo pudo ser “posible” que distintos ácratas se acercaran al batllismo: el cual se percibía, precisamente, como Partido de Estado. Este lazo ha sido, en ocasiones, concebido como una síntesis imposible, un manifiesto oxímoron, o una contradicción intrínseca. De hecho, así lo expresaron otros anarquistas de la época, intentando evidenciar que anarquismo y batllismo eran esencialmente incompatibles, y negando la posibilidad de hermanar ambos cuerpos.
En este trabajo, empero, no pretendo exhumar ni resolver esta presunta contradicción doctrinaria, ni establecer con qué grado de “coherencia” se “podía” seguir siendo anarquista al acercarse a Batlle. En una palabra, la proximidad que ciertos ácratas mantuvieron frente al reformismo no se observará con miras de validar o cancelar su consistencia respecto a aquellos anarquistas que se mantuvieron más ajenos a las esferas del gobierno, ni hallando en ella una incongruencia inmanente. El propósito planteado es vislumbrar de qué modo los investigadores han analizado a los “anarco-batllistas” y discutir la pertinencia de tal nominación, así como evaluar el modo en que los supuestos protagonistas se caracterizaban, en la época, a sí mismos. En esta línea, me interesa analizar si los militantes en cuestión se definían anarquistas y batllistas al mismo tiempo o con qué nivel de jerarquía, si se organizaron de alguna forma entre sí, y si mantuvieron las mismas formas de acercarse a Batlle –o al batllismo, advirtiendo que pudo existir algún matiz entre una cosa y otra–. Los investigadores uruguayos Germán D’Elía y Armando Miraldi, han afirmado que
la actitud de Batlle dando asilo a los militantes perseguidos,[7] y (…) designando como Inspectores de Trabajo a militantes sindicales, como garantía de que se haría efectiva la legislación laboral”[8], dio lugar a una corriente que –según los autores– fue denominada “anarco-batllismo” por el investigador y militante anarquista de origen español Diego Abad de Santillán.[9]
Éste parece haber sido uno de los primeros en escribir sobre el fenómeno, refiriendo al “anarco-batllismo” en un texto de 1927, enmarcado en la celebración del Certamen Internacional de La Protesta, que constituyó un homenaje a la historia de este medio de prensa bonaerense. Allí, Santillán sostuvo que La Protesta fue un baluarte en el combate hacia algunas “deformaciones” transitadas por ciertos anarquistas, entre las cuales ubicó al propio “anarco-batllismo”. Esto es descripto por el autor de la siguiente manera:
Entre los anarquistas deportados a Montevideo[10] se produce el episodio llamado del anarco-batllismo (es decir, de la adhesión a la política del presidente José Batlle y Ordoñez, un liberal que supo granjearse muchas simpatías en los elementos avanzados); incluso llegó a crearse un órgano La Idea Libre, para defender esta tendencia (apareció en Montevideo en junio de 1913, conocemos solo cuatro números); entre sus portavoces estaban A. Troitiño, A. Zamboni, ex redactor de La Protesta, Virginia Bolten, E. Clerici, F. Berri[11]
Décadas después, el término fue referido por Carlos Rama, quien al explicar el vínculo construido entre batllistas y anarquistas afirmó que la mayoría de intelectuales libertarios de inicios del siglo XX terminaron brindando apoyo al reformismo. En esta cercanía, según el autor,
Hay toda una graduación de situaciones. Desde el “anarcobatllista” –termino ya de recibo en nuestro léxico para aquel que dice conciliar en su persona ambas concepciones políticas–, hasta el anarquista ortodoxo que no transige su anti-politicismo, pero tampoco combate a Batlle, hay todo un cuadro de ejemplos. Se ha dicho que Batlle favorecía o simpatizaba con los anarquistas, y efectivamente muchos de ellos fueron llevados directamente a cargos de responsabilidad en la Administración. Posiblemente fuera más un caso de psicología que de ideología.[12]
Rama entiende que esta dimensión psicológica se fundamentó en la admiración que Batlle sentía por algunos elementos del anarquismo, como el anticlericalismo o la afirmación de la libertad individual. Sostiene, además, que la mayoría de los anarquistas migrados al batllismo fueron inmigrantes o hijos de inmigrantes originalmente obreros o artesanos, que lograron ascender a las capas medias.
Sus apuntes, si bien no aportan nombres concretos, retratan la heterogeneidad de posiciones que los anarquistas mantuvieron frente al reformismo, aunque puede discutirse el criterio con el cual los “anarco-batllistas” pueden ser identificados como tales. En un texto elaborado entre el mismo autor y Ángel Cappelletti, además, se afirma que la conformación de la corriente denominada “anarcobatllista” fue un “fenómeno casi único dentro del movimiento anarquista mundial”,[13] adjudicándole cierto cariz excepcional; punto que también puede resultar discutible.
Otro autor que ha trabajado el tópico, en el marco de su estudio sobre la izquierda uruguaya de principios de siglo XX, es Fernando López D’Alessandro. El mismo expone algunos de los dilemas que la llegada de Batlle al gobierno significó para el anarquismo, señalando que, mientras algunos ácratas se mantuvieron muy críticos hacia el gobierno, otros consideraron que el reformismo debía ser aprovechado en favor de las luchas proletarias. En esta línea, el autor afirma que, hacia la década de 1910, existía un sector inclinado a Batlle, encabezado por Ángel Falco, Adrián Troitiño y Emilio Basterga, aunque aclarando que ésta corriente portaba cierta “falta de claridad doctrinaria” y matizando el hecho de que el batllismo haya efectivamente incorporado a los anarquistas al sistema.[14]
Puede destacarse también el trabajo de Universindo Rodríguez Díaz,[15] investigador uruguayo que, en sus estudios sobre los “sectores populares” del Novecientos, ofrece un acercamiento a la actividad obrera organizada del período –de inspiración fundamentalmente anarco-sindicalista– y refiere algunas controversias que se desataron en su seno a raíz de la llegada de Batlle al gobierno.
Por otra parte, la célebre obra de los historiadores uruguayos José Pedro Barrán y Benjamín Nahum titulada Batlle, los estancieros y el imperio británico, ofrece un vasto conjunto referencias que ilustran el acercamiento del batllismo hacia diferentes demandas obreras: punto que le mereció la simpatía de distintos anarquistas. Sin referir extensamente al “anarco-batllismo” como tal, además, los autores identifican en batllistas, ácratas y socialistas del Novecientos una suerte de sensibilidad común, que se justificaba en su anticlericalismo, su exaltación de la dignidad humana por encima de las fronteras nacionales, su fe en el progreso y su aversión hacia las formas autocráticas de gobierno.[16] También, reparan en su cuestionamiento común a los “abusos” del capitalismo monopólico, en su tendencia a acercarse a “los de abajo” y en su disposición a poner en duda los preceptos “la moral dominante”.
Barrán y Nahum han mostrado, además, que el propio Batlle mantenía concepciones singulares sobre el amor, la libertad y la organización de la familia; puntos que también lo acercaban de algún modo al anarquismo. En este sentido, señalan que, para Batlle: “…familia burguesa y propiedad privada eran pilares de la sociedad que se sostenían mutuamente; por ser ambos imperfectos, ambos debían ser cuestionados, lo cual no significaba desconocerlos sino rehacerlos.” Incluso, señalan que autores como Alfred Naquet habían sido su fuente de referencia.[17]
Esta suerte de sintonía simbólica que el batllismo mantuvo con el anarquismo no solamente fue encarnada por Batlle, sino también por otros célebres miembros del elenco reformista. El caso de Domingo Arena conforma uno de los ejemplos más rotundos de ello, siendo una figura, en ocasiones, informalmente recordada como “anarco-batllista”.[18] Si bien Arena no se definió como ácrata, y sostuvo hacia el anarquismo una suerte de simpatía fundamentalmente gestual y discursiva, esta asociación merece ser mencionada. En 1905, este batllista escribió en la prensa una serie de artículos sobre los “agitadores” obreros –que eran mayoritariamente anarquistas–, y defendió, aunque con ciertos reparos, la legitimidad de su actividad y sus reclamos.[19] Incluso, llegó a reconocer que él mismo hubiese podido ser socialista u anarquista si su partido (colorado y batllista) no hubiese sido capaz de realizar un programa obrerista.[20]
Por otro lado, el historiador uruguayo Gerardo Caetano ha aludido también al espectro “progresista” del Novecientos, que, según el autor, acercaba a anarquistas, socialistas y batllistas en un espacio semejante, con ciertas inclinaciones compartidas y una labilidad de fronteras que podía llevar a los individuos a circular entre un sector y otro. Su texto La República Batllista, aunque refiere al tema brevemente, define al “anarco-batllismo” como una “franja de trasvasamientos del anarquismo a las filas del batllismo”.[21]
El investigador norteamericano Lars Edward Peterson se ha detenido también en el fenómeno, describiendo al “anarco-batllismo” como una “ideología política” cuya expresión más clara habría sido encarnada por Leoncio Lasso de la Vega, a través del Semanario Salpicón.[22] Su investigación introduce un “who is who” de “anarco-batllistas”, aunque –probablemente, debido a que el tema que se propone es más amplio y extenso- el criterio tomado por el autor para calificar a ciertas figuras como tales puede resultar un tanto impreciso y excluye algunos casos que bien pueden ser tomados para ilustrar tal acercamiento. Además, la propia concepción del “anarco-batllismo” como una “ideología política” puede resultar objeto de debate.
Por otra parte, el investigador uruguayo Daniel Vidal ha trabajado largamente sobre el anarquismo del 900 y sus manifestaciones culturales. Algunas de sus obras refieren directamente al tema aquí abordado,[23] y enfatizan en que “anarquismo no es reformismo”, pretendiendo explicitar sus diferencias doctrinales inherentes. Además, el autor refiere a anarquistas que “se volcaron” a filas batllistas, como Francisco Berri, Félix Basterra, Virginia Bolten, Adrián Troitiño, Fernando Falco, Antonio Zamboni, Gino Fabbri, Orsini Bertani, Edmundo Bianchi, Francisco Corney, Justo Deza, Juan B. Medina, E. Clerici y Carlos Zum Felde.[24] La alusión al “vuelco” transitado por aquellos aporta a la reflexión sobre la propia naturaleza del fenómeno y al intento de determinar si aquellos procuraron formular una síntesis entre ambos cuerpos, o plegarse definitivamente al reformismo.
En varios textos, los “anarco-batllistas” son asociados a la trasgresión de las bases ácratas fundamentales, identificándose una suerte de brecha entre quienes se acercaron a Batlle y quienes se aferraron al “anarquismo revolucionario”: aquel que no habría sido seducido por el gobierno.
El investigador uruguayo Pascual Muñoz, por ejemplo, ha referido también al tema y ofrecido una perspectiva emparentada a la de Vidal. Su obra aborda distintos aspectos relevantes del movimiento obrero de principios del siglo XX,[25] además de incluir obras biográficas dedicadas a algunos anarquistas en particular.[26]. En esta línea, su libro sobre Antonio Loredo aborda en profundidad la trayectoria de un ácrata que combatió la influencia del reformismo y fundó el medio de prensa El Anarquista en esa dirección.
En suma, los aportes historiográficos invocados permiten formular ciertas preguntas. ¿De qué se trató el presunto “anarco-batllismo? ¿Existieron militantes que se autodefinieron de tal manera, o se trata de una formulación reproducida por los investigadores? ¿De qué modo y mediante qué vías aquellos personajes delinearon sus posiciones político-ideológicas? Si bien aunarlos como “anarco-batllistas” reviste una efectiva utilidad práctica, veremos que suele reducir una gama realmente amplia de situaciones. Este trabajo pretende, entonces, evaluar la precisión tal rótulo y analizar hasta qué punto su uso se ajusta a las manifestaciones de sus protagonistas. En tal sentido, se intentará dilucidar qué fracción de aquellos supuestos “anarco-batllistas” quiso invocar una convivencia entre sus premisas libertarias y el batllismo; hasta qué punto se consideraron batllistas y anarquistas, o hasta dónde su apoyo hacia Batlle era asumido desde una óptica fundamentalmente provisoria o estratégica. También, analizar en qué grado fueron, o no, individuos que “abandonaron” en cierto momento su inspiración ácrata para asumir un nuevo marco ideológico.
Un cruce de trayectorias[27]
La llegada de Batlle a su primera presidencia, en 1903, generó notorias expectativas. Algunos obreros se esperanzaron por aquella asunción, e incluso, ciertas figuras libertarias le dedicaron al presidente sus muestras de cercanía.[28]
En 1905, fue fundada la Federación Obrera Regional Uruguaya (FORU), convertida en la central de trabajadores más numerosa con la que el país contaría, al menos, durante las dos primeras décadas del siglo XX. La misma nucleó a diferentes Sociedades de Resistencia obreras, estableciendo, mediante sucesivos congresos, al “comunismo anárquico” como meta final de lucha y a la huelga revolucionaria como herramienta para su consecución. Además, se declaró afín al sabotaje y el boycott como estrategias de protesta y se comprometió a combatir las malas condiciones de vida de los trabajadores, la carestía de la vida y las largas jornadas laborales. Inspirada en su base anarquista, definió rechazar la participación electoral como camino para mejorar la situación vital de los trabajadores; cuestionó la democracia representativa y la delegación del poder, denunció sostenida y duramente el accionar de los gobernantes, y rehusó, fundamentalmente, al gobierno como institución.
En el marco de la creación de la Federación, siendo Batlle ya Presidente, la movilización obrera se acrecentó, y, según distintas voces de la época, hubo una tolerancia policial desconocida hasta entonces. Además, el Poder Ejecutivo se mostró respetuoso del derecho de huelga. Esto se acompañó de una prédica de “solidaridad social” arbitrada desde el poder, que ofrecía un camino alternativo a la lucha revolucionaria, y se expresaba en El Día, medio de prensa vocero del gobierno. Estos puntos contrastaban, notablemente, con la actitud que los gobernantes uruguayos anteriores habían mantenido frente a la actividad obrera.
En suma, la escena cautivó a numerosos trabajadores, pero también preocupó sensiblemente a otros. Luego del primer mandato de Batlle, de hecho, la Presidencia fue asumida por Claudio Williman, cuyo gobierno profundizó los debates expuestos. El cambio de administración evidenció, para algunos, que no todos los mandatarios eran intercambiables. Tal fue el caso de la Sociedad de Obreros Sastres, que defendió a Batlle frente a Williman.[29] En general, se reconoció el contraste planteado entre ambos mandatarios y muchos militantes percibieron que la dureza represiva se había intensificado sensiblemente durante el gobierno de Williman. Sin embargo, no todos le asignaban a esta brecha la misma importancia ni el mismo cariz.
En 1910, cuando se perfiló el regreso de Batlle a la presidencia, la discusión en torno a ello alcanzó aún mayor algidez. Algunos círculos obreros e intelectuales anarquistas reconocieron que el regreso de Batlle era –por su relativa tolerancia a la actividad de los trabajadores– necesario para revitalizar la militancia, mientras otros sostuvieron que ningún tipo de gobierno debía ser acompañado.
Al concretarse finalmente su retorno, la impronta del gobierno de Batlle polarizó aún más las opiniones, y el número de anarquistas simpatizantes con Batlle fue en aumento. La atención que el reformismo batllista otorgó a la “cuestión obrera”; su voluntad de encontrar en los trabajadores una fuente relevante de respaldo; la forma en que pretendió legislar sobre distintos aspectos relativos al mundo del trabajo; su política “de puertas abiertas” hacia la llegada de militantes ácratas expulsados de Argentina; así como su impronta “moral”, de marcado anticlericalismo y tono desafiante hacia ciertas convenciones sociales, jalonaron el acercamiento aludido. En este marco, algunos anarquistas, amparados en su usual antiestatismo, sostuvieron su plena desconfianza hacia el gobierno y denunciaron la profunda inoperancia del obrerismo reformista. Otros temieron que éste los desmovilizara, pero también hubo quienes lo observaron con cercanía. La relativa convergencia de estas dos alas –batllismo y anarquismo– en torno a ciertas inclinaciones comunes, además, llevó a la oposición más “conservadora” de la época a resaltar cuán peligroso e impertinente podía llegar a ser el reformismo, caracterizando a sus miembros como cabales o potenciales “ácratas”.
Nos dedicaremos ahora al cruce entre anarquismo y batllismo, atendiendo a la experiencia de sus protagonistas, para analizar de qué forma se definieron y qué espacios de participación política habitaron. Para ello, se pretende recuperar una noción histórica del “anarquismo” como definición político-ideológica, retomando las voces e interpretaciones de quienes la abrazaban, aunque presentaran entre sí visibles diferencias. En esta línea, se optará por considerar como anarquistas a aquellos que se identificaban como tales.
Los gestos políticos que se asumirán probatorios del acercamiento aludido incluyen el llamado a la participación electoral en favor del batllismo, la firma de manifiestos en apoyo al presidente, la participación en mítines organizados en defensa de las propuestas reformistas, la cercanía mantenida con el elenco colorado, o asunción de responsabilidades políticas en el propio Partido. Mostrar esta diversidad de opciones permite valorar qué forma tomó el acercamiento en cada caso y retratar sus distintas intensidades. También, veremos de qué manera anarquistas y batllistas solían compartir diversas convocatorias callejeras; muchas de ellas, convocadas tras consigas liberales.[30]
Las referencias a estos militantes, aparecerán ordenadas en función de distintos criterios; en torno a su calidad de intelectuales u obreros, su participación en iniciativas comunes, el grado de atención con que han sido observados por la historiografía, o la presencia que asumen en las fuentes. A su vez, se procurará reunir una serie común de datos biográficos relativos a cada persona, aunque no todas han podido ser rastreadas con la misma precisión, por lo cual sus descripciones presentarán matices.[31]
Las fuentes utilizadas incluyen prensa periódica del período, de extracción batllista –como los diarios El Día o El Ideal–, ácrata –en el caso de los órganos El Hombre, La Batalla, El Anarquista, La Protesta, entre otros– o ajena a ambas corrientes. También se tomarán actas del Partido Colorado y documentos del Archivo Virgilio Sampognaro (AVS).[32]
Anarquistas e intelectuales
Uno de los ejemplos más vivos del fenómeno a estudiar se ubica en mayo de 1911.[33] El intercambio que el poeta Ángel Falco habría mantenido entonces con Batlle, se ha convertido en una referencia reiterada al pensar el vínculo aquí abordado. El historiador norteamericano Milton Vanger –quien ha elaborado varios estudios sobre el batllismo[34]– ha mostrado que, al decretarse la primera huelga general de la historia del Uruguay, cerca de mil militantes emprendieron una manifestación callejera de celebración, cuyo recorrido se detuvo en la casa de Batlle y Ordoñez, al grito de “Viva la Huelga General, Viva Batlle”. Fue entonces que Ángel Falco, trepado a un árbol, se dirigió hacia el Presidente, afirmando a viva voz que Batlle había guiado al país por “sendas de libertad”, por lo cual no podía permanecer extraño al movimiento obrero y huelguístico, en el que no se debatían aspiraciones de una clase, sino el interés de todo el pueblo. Ante ello, Batlle habría respondido que “las leyes y el orden” que estaba obligado a mantener no le permitían tomar una participación activa en la contienda, pues debía hacer cumplir el orden, aunque aclarando que el gobierno garantizaría los derechos de los huelguistas, mientras ellos se ajustaran al terreno legal.
Al analizar este suceso, Vanger sostiene que “las declaraciones de Don Pepe no eran enardecedoras”, aunque destaca que el “propio Presidente de la República” bendijo una manifestación enmarcada en la primera huelga general de la historia del país, declarada por “una organización que, en ese mismo mes, había proclamado el comunismo anárquico”.[35]
Este episodio suele ser evocado al repasar el diálogo que batllistas y anarquistas tejieron. Ahora bien, ¿quién era Ángel Falco y de qué forma encarnó el acercamiento aludido? Su propia trayectoria, de hecho, ambienta algunos debates. Daniel Vidal, por ejemplo, ha afirmado que aquel no era representante de la Federación Obrera, ni de las Sociedades de Resistencia, y tampoco de los anarquistas, aunque aclarando que no convendría minimizar la aceptación que tenía entre los trabajadores. Según este autor, el poeta encarnó “el prototipo del intelectual comprometido pero dual y contradictorio respecto a la lucha obrera”.[36]
Debemos recordar que esta figura, nacida en 1883 en Montevideo, se desempeñó como teniente instructor en el ejército y luchó contra el alzamiento de Aparicio Saravia en 1904,[37] aunque luego de terminado el conflicto, se alejó de esta labor y se acercó a los círculos ácratas, abocándose a la producción literaria y participando de distintos medios de prensa.[38] Su cercanía al batllismo, asimismo, presentó algunas particularidades. En 1910, se lo podía encontrar expresando su adhesión a Batlle de forma “individual”, aunque, “sin comprometerse en la defensa de las prácticas electorales que lo respaldaban”,[39] y sin acompañar totalmente a quienes pretendían crear un Partido Obrero en apoyo al líder reformista.[40] En 1911, además, fue apresado por la policía de la localidad de Guadalupe a raíz de su actividad propagandística,[41] decisión que, aunque no fue tomada por el gobierno central, expresa de algún modo las dualidades aludidas. Su vida pública podía encontrarlo en manifestaciones variadas, algunas fundamentalmente obreras y otras principalmente afines a las propuestas batllistas. Durante la década de 1910, sus artículos podían aparecer en La Semana,[42] en El Día, o incluso en diarios opositores al batllismo como Diario del Plata.[43] Vidal, además, ha mostrado que Falco buscó combinar sus inclinaciones libertarias con la exaltación patriótica. Durante las celebraciones del centenario de La Batalla de las Piedras, el poeta tuvo una participación activa al rememorar la gesta de José Artigas, y combinó estas alusiones con sus muestras de apoyo a Batlle. Si observamos las fuentes de época, esto puede verse reconfirmado, ya que el poeta llegó, incluso, a asemejar la propuesta de reforma constitucional impulsada por el batllismo en 1913 con las famosas Instrucciones de 1813 impulsadas por Artigas. A este respecto, se aventuró entonces a afirmar que Artigas “no temió el epíteto de ‹‹anarquista››” y que hubiese apoyado la reforma propuesta por el batllismo.[44]
Con los años, empero, Falco se alejó de los círculos libertarios, y en 1919 asumió el cargo de cónsul uruguayo.[45] Ya en 1913, el medio de prensa El Monigote, publicó una satírica nota sobre él, donde se deslizaba que su popularidad no se debía ya a sus versos ni al haber sido “momentáneamente anarquista”, que ya “no necesitaba” llamarse revolucionario, y que le había sido “prometido” un cargo en el consulado.[46]
Otra figura que se mantuvo cercana a Batlle fue Leoncio Lasso de la Vega, a cuyo caso particular me he referido en un artículo reciente.[47] Nacido en Sevilla en 1862 e instalado en Montevideo años después, fue un intelectual que, según muestra Zubillaga, se acercó al socialismo en gestación a principios de siglo y luego al batllismo. En 1910, propuso que los trabajadores conformaran un Partido en favor de Batlle, lo cual le valió diversas críticas.[48] De modo semejante a Falco, puede decirse que acompañó al gobierno colorado en la guerra de 1904[49] y ejerció una labor cultural destacada.
Daniel Vidal afirma que Lasso de la Vega “nunca adscribió su pensamiento a la doctrina anarquista” (Vidal, 2012, p. 117), mientras Peterson lo reconoce como exponente del “anarco-batllismo”: en palabras del autor, una “ideología” manifestada a través del semanario Salpicón, que el intelectual dirigía. Este semanario anticlerical, dedicaba largas páginas a difundir la doctrina propiamente ácrata, procurando abordar sus componentes principales.
En 1913, el órgano de prensa El Anarquista –que se proponía combatir la influencia del batllismo– informó sobre una conferencia que brindaría Lasso de la Vega, afirmando que, seguramente, la dedicaría a defender el gobierno colegiado[50] y la jornada de ocho horas, así como posiblemente también a sostener que los “únicos revolucionarios” que había en el Uruguay eran los “hombres de gobierno con Batlle a la cabeza”. El Anarquista afirmaba que aquel haría esto “en nombre del anarquismo, de este anarquismo que él dice sustentar y que a nosotros, anarquistas, nos resulta más extravagante que el mismo Lasso.”[51] La cita, como vemos, indica que él mismo se definía anarquista, así como la denuncia que algunos anarquistas solían formular en torno al acercamiento de otros al batllismo.[52]
La correspondencia personal de Virgilio Sampognaro, además, aloja una misiva enviada por Lasso de la Vega y Orsini Bertani, lo cual también evidencia sus contactos con ciertos cuadros gubernamentales.[53]
En 1913, por otra parte, el intelectual lanzó su propia candidatura a diputado, de carácter individual e independiente y luego apuntalada por el Comité Pro Candidatura Lasso de la Vega, pero afín a varias de las propuestas de Batlle. La misma recibió el apoyo de Ángel Falco y de Orsini Bertani[54], quien también ha sido asociado al “anarco-batllismo”. Esto expresa las redes que aquellos tejieron y las singulares formas de participación política que ensayaron, acercándose en ciertas iniciativas, pero sin enmarcarse necesariamente en partidos políticos; o acompañando aspectos del programa reformista, pero sin incorporarse al Partido Colorado.
La candidatura referida fue resistida por el Partido Socialista, el cual acusó a Lasso de la Vega de estar beneficiado por el gobierno y la policía,[55] y se quejó de que éste se definiera “socialista” para hacer campaña personal.[56] Además, los adherentes a Lasso de la Vega lo retrataban como “el verdadero candidato popular, el que no acepta ninguna clase de partidos porque piensa libremente”, afirmando aspirar a “menos política y más trabajo”;[57] expresiones que muestran cómo el apoyo a ciertos aspectos del programa batllista –que esta candidatura enarbolaba– se acompañaba con duras categorizaciones sobre la actividad política en sí misma.
Luego de su fallecimiento, en 1915, el órgano anarquista La Batalla –que era muy crítico con el reformismo– publicó una nota en homenaje a Lasso de la Vega y apuntó que “si bien es cierto que [Lasso] tuvo la cualidad de ser amigo de muchos, también lo es que lo fue nuestro”.[58] En 1916, también, las páginas de El Hombre informaron sobre un homenaje que se le realizaría; lo cual, tratándose de un medio de prensa ácrata y muy crítico con el batllismo, puede también resultar llamativo.[59]
Lasso De la Vega fue, al mismo tiempo, valorado por la prensa reformista, donde se replicaban sus escritos.[60] En 1927, incluso, llegó a conformarse una Asociación Lasso dedicada a rescatar la obra del intelectual, cuya dirección estuvo a cargo de Alberto Lasplaces, Orosmán Moratorio, Edmundo Bianchi, y los ya nombrados Virgilio Sampognaro y Orsini Bertani; figuras vinculadas, de un modo u otro, al batllismo.
En 1957, por otra parte, Adolfo Agorio le dedicó a Lasso de la Vega un libro donde se alude al vínculo de éste con Batlle, retratando la proximidad que mantenían, aunque el líder reformista pensara que muchos de los escritos de Lasso de la Vega eran “(…) interesantes para leer, como quien lee una novela”, y que “habría que estar rematadamente loco para ponerlos en práctica”.[61]
Otro personaje que mostró la hibridez referida, fue Froilán Vázquez Ledesma (hijo), quien tuvo en sus inicios ciertas inclinaciones políticas moderadas y se acercó luego al anarquismo.[62] En El Día se verifican los elogios que dedicara a Batlle,[63] así como su apoyo a la candidatura de Lasso de la Vega.[64] Estas manifestaciones parecen haber convivido con la participación en medios ácratas como La Batalla, donde Vázquez Ledesma expuso su antimilitarismo,[65] y donde se publicó el homenaje que le dedicó a Lasso de la Vega cuando éste falleció.[66]
Teodomiro Varela de Andrade fue otro militante cercano al batllismo, que también apoyó en 1913 la candidatura de Lasso de la Vega.[67] En 1917, el órgano anarquista El Hombre lo calificó mordazmente de “orador batllista con taxímetro, a tanto por conferencia”, que se había sentido, “según las ocasiones: Georgista, socialista, colorado, Radical (en la Argentina), y hasta 'anarquista'”.[68] Un caso similar fue el Justo Deza, a quien podemos encontrar en fiestas obreras junto a destacados anarquistas,[69] y declarando su adhesión a la candidatura de Lasso de la Vega tiempo después.
Orsini Bertani fue también un intelectual libertario que se acercó al batllismo. Nacido en Italia en 1869, participó del movimiento ácrata en Europa, y tiempo después migró hacia el Río de la Plata. Una vez instalado en Montevideo, emprendió una amplia labor intelectual y fundó una casa editora, adhiriendo a la “política social reformista” de Batlle, “sin declinar su definición libertaria”.[70]
En 1911 suscribió el “Manifiesto popular de adhesión al Presidente de la República” como primer firmante de su primera edición[71] y prestó su establecimiento tipográfico para que las firmas fuesen alojadas.[72] El Manifiesto fue publicado reiteradamente por El Día en aquel año, reuniendo allí los nombres de ciudadanos que respaldaban “la actitud del Presidente de la República en los últimos tiempos”. Su publicación se debió, posiblemente, al debate público que generó la primera huelga general.[73] Bertani, además, participó del Comité Popular Pro Reforma Constitucional,[74] y años más tarde se desempeñó como Inspector de Trabajo.[75]
Bajo este mismo espectro podríamos ubicar a Edmundo Bianchi; figura que ha sido tomada por Gerardo Caetano para ilustrar “fronteras difusas” que el ambiente progresista del Novecientos ofrecía.[76] Aquel nació en Montevideo en 1880, siendo hijo de inmigrantes italianos, y estudió en la Scuola Italiana. Según Zubillaga, colaboró con distintos medios de prensa obreros, representando, a principios de siglo XX, al prototipo de intelectual ácrata que se consustanciaba con los trabajadores. También, apoyó la coalición liberal-socialista de 1910 y luego a Batlle. El mismo autor afirma que, “ganado por el interés que entre las huestes anarquistas alcanzó la prédica y la acción de Batlle (…)”, Bianchi “abandonó en la segunda década del siglo XX su militancia libertaria, al tiempo que ingresó en la administración pública.”[77] En las páginas de El Día, además, lo ubicamos defendiendo el proyecto de reforma constitucional en 1913, junto a destacados colorados, como Julio María Sosa.[78]
Este trayecto, como otros aquí presentados, indica que, en algunos casos, los anarquistas que se acercaron a Batlle parecen haber transitado una “migración política” antes que un intento de síntesis ideológica entre las dos alas aludidas. En 1917, El Hombre manifestó incluso que Bianchi había afirmado en las páginas de El Día nunca haber sido anarquista.[79]
Perfecto López Campaña, nacido en 1881 en San José, fue otro militante asociado al anarquismo que podríamos ubicar bajo esta trama, dado que acabó por obtener responsabilidades políticas en el Partido Colorado. Éste escritor participó de medios de prensa ácratas y tiempo más tarde fue electo por el coloradismo para la Convención Nacional Constituyente.[80] Si observamos la documentación del Comité Ejecutivo Nacional del Partido, se destaca su participación en la Comisión encargada “del salario de los peones de estancia”.[81] En las mismas actas, se ha ubicado también a Carlos Zum Felde: intelectual nacido en Colonia en 1882, que en 1908 colaboró en la prensa de la Sociedad de Resistencia Obreros Sastres,[82] y aparece luego participando en el Partido Colorado.[83]
Otro posible “anarco-batllista” fue Félix Basterra; español migrado hacia el Río de la Plata, que participó en órganos de prensa libertaria y tuvo que radicarse en la capital uruguaya a partir de 1903, como resultado de la Ley de Residencia. Tiempo después, empero, volvió a Buenos Aires y colaboró en la redacción del diario La Nación, evidenciando un notorio alejamiento de las filas libertarias. Según Zubillaga, además, publicó luego en El Día algunas publicaciones en elogio a Batlle, por lo cual puede decirse que existió un alejamiento de los ácratas y un acercamiento hacia el reformismo, pero no un pasaje directo de un sector a otro.
La deriva de los militantes obreros
Si bien la diferenciación entre trabajadores e intelectuales anarquistas resulta porosa, puede distinguirse el apoyo que algunos ácratas de extracción obrera ofrecieron al batllismo. En esta línea, la lista debe incluir a Adrián Troitiño, nacido en 1869, en España, y migrado hacia el Río de la Plata a los pocos años de edad. Este obrero se convirtió en un reconocido militante anarquista, y, una vez en Montevideo, se dedicó a la venta de diarios y revistas. En 1910, insistió en que los trabajadores no debían involucrarse en política partidaria, ni apoyar el regreso de Batlle a la Presidencia. Sin embargo, sus posiciones se modificaron con el paso del tiempo. En el año 1911, firmó el Manifiesto de apoyo al presidente, y años después, publicó sus “declaraciones” de 1916, ya retomadas por Barrán y Nahum. Allí, Troitiño sostuvo, ante las elecciones de julio de aquel año, que si bien nunca se había mezclado en cuestiones políticas, votaría por Batlle, y que el obrero que “pudiendo” no lo hiciese así, era un desagradecido.[84]
Este acercamiento fue duramente criticado en la prensa. En 1917, el órgano El Hombre –ridiculizando a los anarquistas próximos a Batlle– lo calificó como un “Vividor a costillas de los periódicos· anarquistas y de los libros de las bibliotecas de los Centros de Estudios”.[85] Además, Zubillaga afirma que hacia fines de la década de 1910 se integró al Partido Socialista, al que también pertenecía su hijo Líber.[86]
Este militante, además, compartió instancias de propaganda con el anarquista Fernando Balmelli;[87] otra figura obrera que podemos encontrar cercana al reformismo. Si bien no abundan los datos sobre su trayectoria, las fuentes de época constatan su presencia en mítines obreros,[88] y en las publicaciones de El Día, donde analizó los sucesos desatados por la huelga general, sobre la cual aclaró que si bien él no había “incitado a incendiar”, creía que antes de someterse al trabajo por el hambre y por las mismas condiciones, era mejor contemplar los establecimientos de trabajo desolados o incendidados.[89]
La presencia de estas reflexiones en el diario oficialista resulta significativa, así como el apoyo que dio al Comité de Obreros Colegialistas conformado en 1916.[90] Éste, organizado en torno a una lista colegialista independiente, pretendía plegarse a la reforma política que Batlle y Ordoñez proponía, de cara a las elecciones para la Constituyente.
Por otra parte, el caso del anarquista Antonio Zamboni fue también renombrado. La prensa consigna su participación en mítines y protestas obreras[91], así como la crítica que recibió por parte de otros militantes, o la que él mismo formulara –junto a Troitiño– frente a ciertos desbordes de violencia en las movilizaciones ácratas. En 1912, el órgano Anarkos comentó un artículo que Zamboni había publicado días antes y lamentó que éste olvidara criticar a “...los que un 1 de Mayo, muy próximo, paseaban a la robusta y pletórica, –pesar de todo– FORU, del bracete con el socialismo de estado, pobre, raquítico y anémico, como todo lo que necesita para su nutrición de la mamadera estatal.”[92]
La alusión parece referir al batllismo, y sugerir que Zamboni evitaba cuestionar los acercamientos de algunos ácratas a aquel. Años más tarde, lo encontraremos vinculado al Partido Socialista. Para 1916, se data su participación en conferencias de este partido,[93] y en 1917, El Hombre lo describiría como un “...ambicioso y ridículo caudillejo de gremialismos, que se fue en buena hora con individuos que tienen sus mismas inclinaciones y bastardos propósitos, los socialistas”.[94]
El mapeo de ácratas puede incluir a también a Francisco Berri; anarquista nacido en España e instalado en Argentina durante el último cuarto del siglo XIX, que se radicó en Montevideo a partir de la Ley de Residencia. Según Zubillaga y Tarcus, formó parte, hacia 1912, “de la franja anarquista” que apoyó “críticamente al gobierno batllista”.[95]
En 1913, se publicó en El Día una referida nota firmada por él, junto a Zamboni y Troitiño, donde se cuestionaba la violencia ejercida por algunos manifestantes ácratas durante la celebración del primero de mayo. En ella se expresaba su “entero” desacuerdo respecto a los “desbordes violentos de algunos manifestantes” del mitin, que se habían permitido “apedrear escuelas públicas, la Oficina de Correos, farmacias y el Instituto de Higiene”, lo cual no se condecía “con las aspiraciones revolucionarias y anarquistas”.[96] Este pronunciamiento expresa las divisiones que se perfilaban entre los ácratas entonces, donde las formas de manifestación callejera se encontraban en discusión.[97]
Otro caso relevante fue el de Virginia Bolten, quien parece haber participado del órgano de prensa La Idea Libre, referido por Abad de Santillán. Esta militante, nacida en Argentina, ejerció, como muchos de sus pares, una militancia obrera y ácrata destacada en ambos márgenes del Plata, expresando una sostenida preocupación por la situación de las mujeres obreras.[98] Su trayecto combinó la belicosa prédica que manifestara a principios de siglo XX –donde, en medios de prensa como Regeneración, criticaba duramente al reformismo– con la simpatía presentada hacia Batlle años después. Entre los años 1911 y 1913, podemos encontrarla participando de manifestaciones liberales,[99] o defendiendo la jornada de ocho horas.[100] Algunos indicios señalan que ella y Manuel Manrique –su pareja–, se incorporaron, sobre los años treinta, al grupo Avanzar, liderado por Julio César Grauert.[101] Esta deducción se desprende de un libro que publicó Luis Hierro Gambardella en 1981, donde se recuerda la presencia de “doña Virginia” en aquella agrupación. Este caso podría ser equiparado al de Fernando Falco, militante libertario cuyo nombre puede consignarse entre los oradores de los actos de Avanzar en el año 1931. Para las décadas anteriores, hemos encontrado su nombre en la prensa, firmando artículos de la prensa ácrata, pero también socialista.[102]
En la nómina de “anarco-batllistas” puede también ubicarse Gino Fabbri, de origen italiano, quien se acercó al batllismo durante la década del diez. Este militante participó activamente de distintos mítines obreros y liberales, así como del Comité Popular Pro-Reforma Constitucional. En las páginas del periódico bonaerense La Protesta, –algunas de ellas, ya trabajadas por Pascual Muñoz– aparecen algunos de los argumentos que Fabbri enarbolaba entonces, recurriendo a Pietro Gori[103] para demostrar que los gobiernos que concedían cierta libertad podían recibir la simpatía y hasta el apoyo de los anarquistas.[104] En este caso, vemos cierto intento de compatibilizar al anarquismo con el apoyo a un gobierno que se entendía circunstancialmente favorable.
Varios libertarios fueron críticos de la actividad de Fabbri, como se constata en El Anarquista, donde se advirtió que éste había dado un discurso afirmando que la libertad estaba amenazada por los “reaccionarios”, ante lo cual elegía plegarse a la “burguesía democrática”, para volver mañana de nuevo “al lado de los anarquistas”. Citando estas declaraciones, El Anarquista contestaba: “Gracias, amigo, si hoy se siente bien con la burguesía democrática, puede continuar mañana también. ¡Estamos perfectamente a gusto nosotros solos!”.[105]
Fragmentos como este retratan la alteridad que algunos anarquistas sentían frente a quienes se inclinaban por Batlle, y exponen los argumentos empleados por estos últimos. En el caso de Fabbri, parece haber una opción estratégica por “la burguesía democrática” –preferible frente al “contubernio”[106] reaccionario–, que prometía “volver” al anarquismo en un futuro. De todos modos, la prensa socialista le adjudicó en 1916 un cariz “manifiestamente batllista”.[107]
Algunas contiendas donde Fabbri defendió a Batlle parecen haber sido compartidas con Carlos Balsán, militante ácrata nacido en Argentina y trasladado al Uruguay a fines de la primera década del siglo XX. Su trayectoria expresa también una amplia gama de inclinaciones, ya que, aunque se le endilgó ser cercano al reformismo, él mismo lo negó y buscó explicitar sus distancias frente a él. En 1911, por ejemplo, explicó en El Día que Batlle estaba lejos de ser anarquista, y advirtió que quienes reconocían una simbiosis entre batllismo y anarquismo negaban la singularidad e independencia de éste último. En esta línea, Balsán señaló que
Para nosotros –los anarquistas– el señor Batlle no es más que un demócrata y sincero republicano, que pretende ¡inutilmente, ay! con desplantes temerarios reconquistar en el pueblo la confianza a las leyes y la fe en la Republica que él ve perdidas. Al contrario: anti anarquista.[108]
Años después, sin embargo, distintos anarquistas lo acusaron de ser haberse acercado al batllismo: hecho que él mismo se encargó de desmentir.[109] En 1916, de todos modos, lo encontramos expresando su arrepentimiento por haber confiado antes en el gobierno,[110] así como escribiendo en La Tribuna Popular: medio de prensa fuertemente opositor al batllismo.[111] De modo menos célebre, puede rastrearse también el caso de José Seregni, militante anarquista que Zubillaga ubica en la militancia de principios de siglo XX,[112] y que aparece, según varios textos, también asociado al batllismo.[113]
Un apartado singular merecen los obreros que, durante la década del diez, pasaron a obtener responsabilidades políticas en el Partido Colorado. En este marco, puede ubicarse a Emilio Basterga. Según El Socialista, “sus ideas partidarias primitivas fueron declararse colorado”, lo cual lo llevó a participar en los cuerpos del Estado durante la guerra de 1904. Sin embargo, “convencido (…) de que su sitio no era el de estar satisfaciendo ambiciones personales al servicio de una causa contraria a sus intereses y a los de sus compañeros de trabajo (…)”, se volcó hacia el anarquismo, aunque “muy pronto se aburrió” de ello y pasó a dedicarse al sindicalismo, para luego declararse “colorado y un orgulloso tradicionalista”.[114]
En los albores de la década de 1910, publicó en El Día sucesivos artículos explicando por qué los obreros debían apoyar a Batlle, en los cuales se autoproclamaba batllista y también colorado. Barrán y Nahum refieren a él como “ex-anarquista” y hacen mención al periódico La Reforma que Basterga publicara en Fray Bentos hacia 1916, destinado a invitar a los trabajadores a votar por Batlle y Viera -“los grandes transformadores de la mentalidad uruguaya”-.[115] También, lo identifican como uno de los obreros que devino en Inspector de Trabajo, hecho que le valió varias críticas.[116] Asimismo, hemos verificado su actividad en las actas del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Colorado, donde se consigna que en 1920 fue nombrado Delegado General del Partido[117], para hacer propaganda política por todo el país.[118] A través del Archivo Milton Vanger –que aloja transcripciones desprendidas del Archivo Batlle– se constata que Basterga mantenía correspondencia personal con el principal líder reformista, donde le informaba precisamente sobre algunos eventos acaecidos en el ejercicio de su tarea propagandística. En 1924, sin embargo, manifestó su disconformidad con el cargo de delegado del Comité Departamental ante los Clubes Seccionales que estaba ejerciendo, aunque no sabemos si su petición de recambio de tareas fue finalmente satisfecha.[119]
Por otra parte, cabe referir al acercamiento que Francisco Corney sostuvo con la militancia batllista, en un caso especialmente controversial. Una investigación de Alejandro Pérez Couture ha abordado su tránsito particular, mostrando que Corney, de profusa militancia obrera y anarquista, terminó convirtiéndose en un informante de Virgilio Sampogaro, y en un declarado batllista tiempo después.[120] Este militante nació en Barcelona en 1874 y arribó a Buenos Aires en 1900, convirtiéndose en un destacado miembro de la Federación Obrera Regional Argentina.[121] En 1905, le fue aplicada la Ley de Residencia y tuvo que trasladarse al Uruguay. Ya entonces fue cuestionado por otros anarquistas, quienes advertían en él ciertas actitudes personalistas. Sin embargo, ocupó un rol destacado en la militancia ácrata. En 1907, defendió en Tribuna Libertaria los principios anarquistas y se refirió con severidad a la actividad electoral, señalando:
el votar implica delegar á otro para que mande y ordene los actos del que abanica de su propia voluntad eligiendo á otro para que legisle y regule la vida social. Y nosotros, que queremos ser libres y libre queremos á la humanidad, luchamos para romper esa cadena política que nos esclaviza al carro de todos los prejuicios. Porque el parlamento no tiene otro objeto que votar leyes que coharten la libertad, reglamentando el límite de los actos individuales.[122]
Años más tarde, Corney se distanció del movimiento ácrata. Hacia 1911, firmó el manifiesto de apoyo al Presidente, aunque, según Pérez Couture, fue en 1916 que se hizo pública su incorporación al batllismo. La correspondencia de Virgilio Sampognaro deja en evidencia la fluidez en sus comunicaciones con Corney, quien lo entendía un “amigo” y “correligionario” al que informaba asiduamente sobre los asuntos internos del movimiento obrero. Algunas piezas consultadas ilustran el pasaje ideológico transitado por Corney, quien en 1918 señaló en carta a Sampognaro:
Yo, en mi propaganda no voy a renegar de mi pasado revolucionario, lo voy a afirmar, pero voy a dejar constancia (...) de que la acción legal, legislando en materia obrera, viene a asegurar las conquistas revolucionarias, dando tregua para el estudio de los problemas económicos y sociales que plantea el actual momento histórico. (…) Como consecuencia, solo nos cabe a todos los revolucionarios la adhesión incondicional al Poder Ejecutivo, y al Partido Colorado por la política progresista que sigue, la que no tiene precedentes en ningún otro país.[123]
Corney se refiere allí su pasado revolucionario, pero también se reconoce circunscripto, en presente, a los revolucionarios. Era su condición revolucionaria la que debía llevarlo, precisamente en tanto tal, a apoyar a Batlle, y la que justificaba, de algún modo, su adhesión al Partido Colorado. Las expresiones de filiación colorada aparecen en sus cartas de forma reiterada, lo que confirma que, en su caso, no sólo existió un acercamiento a la figura de Batlle, ni tampoco solamente al batllismo, sino una identificación con el Partido, el cual, según Corney, “por orgullo de la Patria nos legara el General Fructuoso Rivera”.[124] Otro rasgo que se desprende de esta correspondencia es su interés por ocupar el puesto de Inspector de Trabajo, lo cual terminó por concretarse a mediados de 1919.[125]
Asimismo, la trayectoria de Corney puede rastrearse en la documentación referente a la Brigada de Orden Público,[126] también alojada en el AVS. Allí, se encuentra un informe referente a un mitin anarquista de 1916, cuyos participantes habrían hablado “en forma violenta, contra Francisco Corney, porque este hace propaganda activa en el movimiento obrero para que concurran al Mitin Nacionalista”.[127] Según el informe, estos ácratas contestaron entonces a Corney que los obreros no debían concurrir a Asambleas con fines políticos, y, advirtieron que, si aquel iba al mitin y hacía uso de la palabra, “como ya lo hizo en otra reunión Nacionalista”, le iban a “dar una gran paliza”. Por la redacción del informe, no queda claro si el llamado de Corney proponía que los obreros fuesen al mitin nacionalista para boicotearlo, o si se buscaba, invitando a un mitin opositor al gobierno, ocultar la cercanía que él mismo estaba manteniendo frente al batllismo. Sea como fuere, el documento constata la disconformidad que algunos ácratas expresaron frente al derrotero de éste personaje. En 1916, El Socialista citó algunos pasajes de El Reflejo y afirmó que en dicha hoja “El iracundo Corney declara que si antes fue partidario de la oposición (vulgo blanco), hoy es decidido defensor del Estado (vulgo colorado).” Según la prensa, además, Corney declaró entonces que “los hombres del Estado son los que están mejor intencionados y dispuestos a proteger en cualquier forma a los obreros”.[128] Su cercanía con las esferas oficiales fue, además, cuestionada por la oposición nacionalista, y Luis Alberto de Herrera llegó a quejarse del diálogo que Corney estaba manteniendo con el Ministro de Hacienda en 1916. Ante la presunta voluntad de éste de inscribir a Corney en la lista de trabajadores estibadores, en aras de colaborar en la resolución de un conflicto laboral en el puerto, el diputado nacionalista afirmó no poder comprender cómo un Ministro de Estado se encontraba en contacto con un ciudadano que “además de ser extranjero –lo que no sería motivo para no inscribirlo– “, era un “anarquista confesado” y uno de los “dirigentes de esas manifestaciones escandalosas que suelen recorrer las calles de esta capital”, atacando “todos los derechos del vecindario honesto y dirigiendo los agravios más crueles y más brutales al propio Poder Ejecutivo!”.[129]
Ante ello, el Ministro aclaró que no conocía a Corney personalmente, aunque lo identificó como “un obrero que se gana la vida honestamente y que con el mayor desinterés consagra todas las energías que le restan a abogar por la causa de los obreros”, que “podrá tener todas las ideas subversivas que se quiera (…) porque hay muchos hombres intelectuales y muchos hombres ilustrados que tienen ideas tan subversivas o más”.[130]
Por otra parte, la cercanía construida entre batllistas y anarquistas puede ser complementada con ejemplos más tangenciales. Tal fue el caso de figuras como Alberto Lasplaces[131] u Ovidio Fernádez Ríos,[132] que no parecen haberse definido estrictamente como ácratas, pero cultivaron amistades cercanas con varias de las figuras antedichas, y compartieron con ellas las páginas de distintos medios de prensa.[133] A la inversa, puede ubicarse el caso libertario de Florencio Sánchez, quien no necesariamente simpatizó con el batllismo pero fue elogiado por la prensa afín a este sector político.[134]
Consideraciones finales
A lo largo de estas páginas, se ha explorado el acercamiento que distintos anarquistas manifestaron hacia el batllismo durante las primeras décadas del siglo XX, con una somera descripción de sus trayectorias individuales. Presentar sus derroteros, nos permite revisitar el fenómeno del “anarco-batllismo” y ahondar en las voces de quienes han sido ubicados como sus presuntos exponentes. Al contrastar sus recorridos, empero, se consigna una notoria pluralidad, que requiere evitar reducir en exceso sus experiencias. La identificación de tales con el “anarco-batllismo” parece tener origen en la producción de Diego Abad de Santillán y haber sido replicada por sucesivos investigadores, antes que enraizarse en la autopercepción de los protagonistas o en la conformación de un sector definido como tal. Además, puede abonar una homogeneización de casos que, según hemos visto, presentaron grandes matices y no se enmarcaron siempre en los mismos espacios de participación política. Sin embargo, sí existían en la época alusiones despectivas a los “anarquistas-batllistas”, fundamentalmente formuladas por aquellos ácratas que buscaban combatir la influencia del gobierno en campo libertario.
Algunos parecen haber “dejado” de ser anarquistas para convertirse en batllistas, abandonando un marco de referencia para encarnar uno nuevo; otros obtuvieron incluso responsabilidades políticas en el Partido Colorado; algunos se plegaron más tarde a la agrupación Avanzar, y otros declararon un continuo apoyo al reformismo, sin incorporarse a estructuras partidarias. Asimismo, algunos le dedicaron al líder reformista algunas muestras de cercanía más limitadas u oscilantes, o incluso se encargaron de negar la impronta batllista de la que se los acusó. También hubo quienes se incorporaron finalmente al Partido Socialista, lo cual nos indica que su integración a la contienda político partidaria no siempre desembocó en las fuerzas electorales más numerosas. Este tránsito debe pensarse en el marco de la disyuntiva revolución-democracia representativa, dentro de la cual varios militantes se incorporaron a los mecanismos ofrecidos por la segunda.
De todos modos, y sin exagerar la excepcionalidad del acercamiento, el hecho de que numerosos anarquistas simpatizaran con el batllismo, expresa la singularidad de un movimiento sumamente relevante para la historia política y social del Uruguay, como lo fue el liderado por Batlle y Ordóñez. Este aspecto asume un marcado interés si consideramos que, en la actualidad, numerosas figuras y agrupaciones políticas se siguen identificando y declarando admiradoras del reformismo batllista de principios de siglo XX; el cual, en su propia época, y debido a sus características distintivas, logró concitar la simpatía de numeras figuras que se definían anarquistas.
En tal sentido, la temática aquí planteada puede contribuir a la comprensión del batllismo como movimiento político, así como aportar a los estudios sobre anarquismos, y a delinear algunas singulares identidades políticas que se dibujaron durante el Novecientos rioplatense.
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El Socialista (1913-1917)
La Batalla (1915-1916)
La Mañana (1927)
La Protesta (1911-1917)
La Semana (1909-1914)
La Tribuna Popular (1916)
Salpicón (1910-1911)
Tribuna Libertaria (1907)
Inéditas
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* Universidad de la República. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. E mail: liafierroaleman@gmail.com. Este texto se desprende de la tesis de grado que elaboré para la Licenciatura en Historia en dicha la Facultad, titulada Entre Batlle y Bakunin. Los apoyos ácratas al reformismo batllista (1911-1917), tutoreada por la Dra. Inés Cuadro y aprobada en diciembre de 2022.
[1] El Partido Colorado, junto con Partido Nacional, es conocido como uno de los dos “partidos tradicionales” del Uruguay. Datar el nacimiento de estos partidos en tanto tales encierra un problema historiográfico que no será abordado aquí. Sin embargo, cabe apuntar que el Partido Colorado suele ser destacado por constituir el partido de pertenencia de la mayoría de los mandatarios que han ocupado la presidencia del Uruguay. Bajo el influjo de los mandatos de Batlle, se conformó en el coloradismo un movimiento conocido como batllismo, que fue delineando sus características distintivas.
[2] Batlle y Ordóñez ocupó la presidencia del Uruguay dos períodos: 1903-1907 y 1911-1915. El movimiento político gestado en torno a su liderazgo suele ser destacado por haber buscado fomentar la actividad industrial local, aligerar la dependencia económica del Uruguay respecto a la influencia económica británica, equilibrar las desigualdades sociales que se cristalizaban a partir de la consolidación del capitalismo y difundir una nueva moral secularizada, entre muchas otras cuestiones. De todos modos, la naturaleza y alcance de las reformas impulsadas durante aquellas presidencias sigue siendo objeto de debate.
[3] En sintonía con numerosos textos dedicados al tema, en ocasiones nos referiremos al batllismo como “reformismo”; expresión frecuente en la época.
[4] El batllismo impulsó la aprobación de un diverso conjunto de leyes sociales, dentro de las cuales la “ley de ocho horas”, finalmente aprobada en 1915, es quizá la más reconocida. Esta norma se propuso regular el horario de las jornadas diarias en distintos ámbitos del mundo laboral.
[5] La presidencia de Feliciano Viera presentó, en un primer momento, notorios grados de continuidad respecto a la impronta mantenida por su antecesor, José Batlle y Ordóñez. Con el paso de los años, empero, el liderazgo vierista fue tomando distancias respecto al principal líder del reformismo batllista.
[6] Por las características de este trabajo, no se podrá presentar aquí una caracterización detallada del anarquismo del Novecientos en Uruguay. Tampoco nos detendremos de forma completa en la historiografía dedicada al estudio del batllismo. Debemos priorizar, en cambio, las referencias a aquellos autores que aluden específicamente al “anarco-batllismo”, o al vínculo mantenido entre batllistas y anarquistas.
[7] Se refieren nuevamente a los militantes expulsados de Argentina.
[8] Los Inspectores de Trabajo fueron funcionarios estatales designados en 1916 para controlar el cumplimiento de la “ley de ocho horas”. En varios casos, los cargos fueron ocupados por individuos de conocida trayectoria anarquista.
[9] D’Elía y Miraldi, 1984:42
[10] Se refiere a los anarquistas que fueron expulsados de Argentina a partir de la Ley de Residencia de 1902 y de la Ley de Defensa Social de 1910. Muchos de ellos se asentaron en Montevideo, para lo cual los gobiernos de Batlle mantuvieron una política “de puertas abiertas”.
[11] Abad de Santillán, 1927: 60.
[12] Rama, 1956: 55.
[13] Cappelletti y Rama, 1990.
[14] López D’Alessandro, 1988: 108.
[15] Rodríguez Díaz, 1994.
[16] Barrán y Nahum, 1982: 165-166.
[18] Domingo Arena, nacido en Italia en 1870, emigró al Uruguay a los pocos años de vida y se convirtió, sobre el siglo XX, en una de las figuras políticas más cercanas a Batlle. Fue diputado, senador y director del diario El Día, y la historiografía suele destacar su profunda sensibilidad ante la cuestión obrera, su pensamiento social radical y republicano, y su profusa actividad política, periodística y parlamentaria.
[19] Esto ha sido remarcado, por ejemplo, en la obra del historiador norteamericano Milton Vanger (1992).
[20] Rama, 1956: 53-54.
[21] Caetano, 2011: 202.
[22] Peterson, 2014: 127.
[23] Por ejemplo: Vidal, Daniel, Fernández, Gustavo (2012); Vidal, Daniel (2019).
[24] Vidal, 2019: 186.
[25] Por ejemplo: Muñoz, Pascual (2011), entre otros.
[26] Me refiero a: Fernández Cordero, Laura, Muñoz, Pascual, Prieto, Agustina, (2013-14) y Muñoz, Pascual (2017).,
[27] Este trabajo se centra más en plasmar la heterogeneidad de trayectorias de los anarquistas referidos, que en ahondar demasiado en el discurso político de cada uno; punto que puede ocupar otros trabajos, desprendidos de la misma tesis.
[28] Fernández y Vidal, 2012: 78-79.
[29] Rodríguez Díaz, 1994: 19.
[30] Si bien la participación de los anarquistas en manifestaciones liberales no debe ser necesariamente entendida como probatoria de su cercanía hacia el batllismo, puede haber contribuido al acercamiento aquí explorado, ya que conformaban espacios de convivencia recíproca.
[31] Un insumo de singular relevancia para la compulsa de datos individuales ha sido el diccionario biográfico elaborado por Carlos Zubillaga (2008).
[32] Virgilio Sampognaro fue designado como Jefe de Policía de Montevideo durante la segunda presidencia de Batlle y su correspondencia se aloja en el Archivo General de la Nación (Uruguay). La misma contiene las cartas que recibiera de Francisco Corney, militante anarquista aludido más abajo.
[33] Fue entonces que se desató la “primera huelga general” de la historia del Uruguay, convocada por la Federación Obrera en solidaridad con los trabajadores tranviarios, que ya se encontraban en huelga.
[34] Me refiero a: Vanger, Milton (1991); Vanger, Milton (1992); Vanger, Milton (2009).
[35] Vanger, 1991: 135.
[36] Vidal, 2012: 101
[37] Este alzamiento se enfrentó al gobierno colorado liderado por Batlle que asumió en el año 1903.
[38] En 1907, por ejemplo, Falco repudió la actividad electoral, afirmando: “¡Ciudadanos concientes del país, no votéis! ¡Pueblo! no elijas a tus verdugos! ¡Obreros! ¡fuego a las urnas!” Tribuna Libertaria, 20/10/1907.
[39] Zubillaga, 2008: 83. Como ha mostrado Gerardo Garay, Falco manifestó en 1910 su simpatía hacia Batlle pero aclarando que el “objetivo” no era entrar en la lucha política, la cual “no interesaba” a los revolucionarios, sino que se trataba “únicamente de no perder posiciones, de no dejarnos arrebatar las libertades y los derechos conquistados frente a los resabios de los viejos tiempos de barbarie.” Ver más en: Garay, Gerardo (2018).
[40] Peterson, 2014: 121.
[41] El Día, 2/5/1911.
[42] Revista aparecida sobre fines de la década de 1900, donde se difundían numerosas producciones culturales, como cuentos, poesías, caricaturas y piezas humorísticas. No contaba con una definición político-partidaria demasiado explícita, aunque muchos de los autores de sus artículos eran cercanos al batllismo. Sin embargo, esto no impedía que aparecieran allí frecuentes sátiras y críticas hacia el gobierno de Batlle.
[43] Diario del Plata, 5/1/1913; 19/2/1913.
[44] El Día, 15/4/1913.
[45] Ver más sobre Falco en: Vidal, Daniel (2019).
[46] El Monigote, Tercera semana/febrero/1913.
[47] Me refiero a: Fierro, Lía (2023).
[48] Rodríguez Díaz, 1994:19; Vidal, 2012: 80.
[49] Incluso, publicó un escrito sobre el tema, titulado La verdad de la guerra en la revolución uruguaya de 1904.
[50] Se refiere a la mencionada iniciativa presentada por Batlle en 1913, que proponía realizar una reforma constitucional para cambiar la integración del Poder Ejecutivo, reemplazando la figura del presidente por un cuerpo multipersonal.
[51] El Anarquista, 15/06/1913.
[52] Era frecuente, además, encontrar a Lasso de la Vega enunciando duras caracterizaciones de “la política”. En 1907, por ejemplo, afirmó: “socavemos (…) esa opresiva influencia que aún ejercen en los ánimos paupérrimos, el culto de la ley, el culto del ejército, el culto de la magistratura, …y lo peor, quizás de todo, el culto de la política”. La Tribuna Libertaria, 28/07/1907.
[53] Ver más en: AVS, Caja 216, carpeta 11, foja 3.
[54] El Día, 15/11/1913.
[55] Lasso de la Vega respondió entonces que su candidatura estaba apoyada por individuos ajenos a cualquier “lacra política”, como Froilán Vázquez Ledesma (hijo). El Día, 22/11/1913.
[56] El Socialista, 12/10/1913.
[57] El Día, 10/11/1913.
[58] La Batalla, Diciembre/1915.
[59] El Hombre, 16/12/1916.
[60] El Ideal, 28/10/1929.
[61] Agorio, 1957:201.
[62] Zubillaga, 2008: 189-190.
[63] El Día, 6/11/1911.
[64] El Día, 11/11/1913.
[65] La Batalla, Primera quincena/julio/1915.
[66] La Batalla, Diciembre/1915.
[67] El Día, 15/10/1913.
[68] El Hombre, 3/01/1917.
[69] El Día, 17/10/1912.
[70] Zubillaga, 2008:44.
[71] El Día, 31/05/1911.
[72] El Día, 27/06/1911.
[73] Los modos de actuar frente a la huelga general declarada por la FORU en mayo de 1911 fueron objeto de debate público, y la oposición criticó al batllismo por la benevolencia con la que la policía actuó entonces.
[74] El Día, 8/04/1913. Este Comité, respondiendo a las propuestas batllistas, proponía separar la Iglesia del Estado y modificar la integración del Poder Ejecutivo, entre otros aspectos.
[75] Rocca, 2018.
[76] Caetano, 2011: 201-203.
[77] Zubillaga, 2008: 45.
[78] El Día, 14/04/1913.
[79] El Hombre, 13/01/1917.
[80] Zubillaga, 2008: 119-120.
[81] Poder Legislativo. Cámara de Representantes (1989), p. 61. Acta n. 30, 27/02/1920.
[82] Zubillaga, 2008: 196
[83] Poder Legislativo. Cámara de Representantes (1989), p. 143, Acta n. 75, 28/01/1921.
[84] El Día, 30/07/1916. Se refería allí a las elecciones celebradas para la integración de una nueva Asamblea Nacional Constituyente, que se encargaría de redactar una nueva carta constitucional.
[85] El Hombre, 13/01/1917.
[86] Zubillaga y Tarcus (2021).
[87] Ibídem.
[88] El Día, 22/05/1911.
[89] El Día, 1/06/1911.
[90] El Día, 27/07/1916.
[91] La Protesta, 27/09/1913.
[92] Anarkos, 10/11/1912
[93] AVS, Caja 219, Carpeta 2, foja 41; AVS, Caja 219, Carpeta 2, foja 48.
[94] El Hombre, 10/02/1917.
[95] Zubillaga, Carlos, Tarcus, Horacio, (2020).
[96] El Día, 2/05/1913.
[97] Ante ello, El Anarquista respondería: “Anarquistas conocidos, han creído oportuno protestar, por intermedio de la prensa burguesa, por los desmanes de algunos manifestantes que participaban en la columna de la FORU el 1ero de mayo. (…) Quiere decir que solidarizan con todo (…) menos con los cobardes que rompieron los vidrios.” El Anarquista, 16/05/1913.
[98] Cuadro, 2017.
[99] El Día, 18/12/1911.
[100] Prieto, Cordero y Muñoz, 2013: 207-208
[101] Julio César Grauert, nacido en Montevideo en 1902, fue el fundador del grupo batllista Avanzar, usualmente recordado por el tenor “filomarxista” de algunos de sus postulados. El mismo fue fundado hacia fines de la década de 1920 y se convirtió, quizás, en la rama más “radical” del batllismo.
[102] El Socialista, 12/08/1916; El Hombre, 27/01/1917.
[103] Pietro Gori (1865-1911) fue un anarquista nacido en Italia, que ejerció una destacada militancia ácrata por varios rincones del globo.
[104] La Protesta, 13/04/1913
[106] Expresión largamente utilizada en la época, mediante la cual el batllismo definía y rotulaba a sus opositores, acusados de “contubernistas” por buscar detener las reformas que el gobierno buscaba llevar a cabo.
[107] El Socialista, 27/07/1916.
[108] El Día, 3/06/1911.
[109] Esto se constata, por ejemplo, en un artículo publicado por T. Antillí en La Protesta del 1/6/1913, ya recogido por el investigador Pascual Muñoz (2017). En aquella nota, el autor declaró haber recibido una carta particular de Balsán, donde éste se habría afirmado anarquista y explicado algunas actitudes que sus compañeros habían sido interpretadas como “batllistas”. Ante ello, T. Antillí declaró confiar en la palabra de Balsán, aunque aclarando que quedaban subsistentes sus críticas hacia los “anarquistas-batllistas”.
[110] Zubillaga, 1991: 26.
[111] La Tribuna Popular, 30/04/1916.
[112] Zubillaga, 2008: 170.
[113] Este militante –padre de Líber Seregni, quien sobre la década de 1970 se convertiría en fundador del Frente Amplio en Uruguay- fue recordado por su nieto como “anarquista, batllista, anarquistabatllista, anarcobatllista”. Ver más en: Caetano, Gerardo, Neves, Salvador, 2016, Líber Seregni. Un artiguista del siglo XX, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo.
[114] El Socialista, 2/11/1913.
[115] La afirmación, presuntamente expresada por Basterga en La Reforma, aparece citada en El Socialista del 24/06/1916.
[116] Barrán y Nahúm, 1986: 209-211.
[117] En 1921, Basterga informó al Comité Ejecutivo sobre la situación de Carmelo –localidad del departamento de Colonia-, señalando que la falta de cumplimiento de la legislación obrera había generado allí un gran descontento entre el “elemento trabajador”, por lo cual sería necesaria la fundación de un periódico local que hiciera “propaganda a nuestro favor”. Ver más en: Poder Legislativo. Cámara de Representantes (1989), p. 231. Acta n. 123, 17/11/1921.
[118] Ibídem, p. 96, Acta n. 47, 26/05/1920.
[119] Ibídem, p. 445. Acta n. 242, 26/03/1924.
[120] Pérez Couture, 1991.
[121] Zubillaga, 2008: 68.
[122] Tribuna Libertaria, 15/08/1907.
[123] AVS, Carpeta 22, fojas 20-21.
[124] AVS, Carpeta 21, foja 2.
[125] Pérez, 1991: 72.
[126] Esta Brigada fue fundada en el año 1914, encargada, entre otros cometidos, de controlar lo sucedido en las manifestaciones obreras.
[127]AVS, Caja 219, Carpeta 2, foja 9. Los “mitines nacionalistas” eran, muchas veces, espacios de propaganda política contraria al batllismo.
[128] El Socialista, 24/06/1916.
[129] Diario Oficial, 22/05/1916.
[130] Ibídem.
[131] Como ha mostrado ya Peterson, Lasplaces confesó que hasta aparecer Batlle “nunca había tenido convicciones políticas”, dado que, “la política, con su cortejo de falsedades e hipocresías (…) con sus puntales a base de violencia y embrutecimiento”, le causaba “simplemente asco”. Salpicón, 19/02/1911.
[132] Fernández Ríos ocupó varios cargos de relevancia en el Partido Colorado.
[133] Lasplaces incluso afirmó en El Día que algunos anarquistas, atados a su “dogmatismo”, se negaban a apoyar a Batlle, aunque “por suerte” eran “los menos”. El Día, 1/04/1913.
[134] El Ideal, 24/04/1931.