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Sobre el tabú de la
muerte y el surgimiento del Cementerio San Vicente, Córdoba
Ana Sánchez*
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Cuadernos de Historia. Serie economía y sociedad, N°31, 2023,
pp. 115 a 146.
RECIBIDO:
07/07/2022. EVALUADO: 10 /05/2023 ACEPTADO: 21/05/2023.
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Resumen
A
continuación, propongo un recorrido que procura poner en contexto el
surgimiento del Cementerio San Vicente en la ciudad de Córdoba. Para ello, se
vuelve necesario partir de una historización de los procesos (sociales,
culturales, políticos y médicos) que dan lugar a los cambios de las actitudes
frente a la muerte en Occidente, y en particular, a un nuevo culto a los
cementerios hacia el siglo XIX. En un segundo momento, ahondo en las maneras en
las que se fue construyendo la zona Este de la ciudad de Córdoba, donde se
ubica el cementerio, haciendo especial hincapié en el concepto de tabú
sugerido por Douglas (1973). Las siguientes preguntas guían este trabajo:
¿cuáles son los procesos socio históricos inmiscuidos en el nuevo culto a los
cementerios durante el siglo XIX?, ¿Cómo fue este proceso en Argentina y en
particular en Córdoba? y ¿Qué papel juega el tabú de la muerte en el desarrollo
de la zona Este de la ciudad de Córdoba?
Palabras
clave: Cementerios – Muerte – Historización
Summary
Next, I propose a tour that seeks to put the emergence of the San Vicente
Cemetery in the city of Córdoba in context. For this, it becomes necessary to
start from a historicization of the processes (social, cultural, political and medical) that give rise to changes in
attitudes towards death in the West, and in particular, to a new cult of
cemeteries towards XIX century. In a second moment, I delve into the ways in
which the eastern area of the city of Córdoba was built, where
the cemetery is located, with special emphasis on the concept of taboo
suggested by Douglas (1973). The following questions guide this work: what are the socio-historical processes involved in the new cult
of cemeteries during the 19th century? And what role does the death taboo play
in the development of the eastern area of the city of
Córdoba?
Keywords: Cemeteries – Death
– historicization
Introducción
La
muerte es un hecho biológico
al que se le da un tratamiento social
específico
Norbert
Elias. La soledad de los moribundos.
En el período 2018-2020 realicé mi trabajo final
para la obtención del título de grado en Antropología. En esté procuré
analizar, desde una perspectiva etnográfica, los sentidos que se crean en torno
a los restos humanos que yacen en el cementerio San Vicente, desde el punto de
vista de los empleados de la necrópolis. Para interpretar aquellos sentidos en
torno a los restos humanos, fue fundamental comprender primero los sentidos en
torno al cementerio y a los barrios que lo colindan. Una parte importante de mi
trabajo, se dirigió, entre otras cosas, a realizar un abordaje histórico, para
poder poner en contexto socio-histórico, el surgimiento del Cementerio San
Vicente (1888), de Córdoba, Argentina y las representaciones que hasta el día
de hoy se le confieren a éste y a los barrios colindantes. Para ello, opté por un enfoque que me
permitiera comprender aquella particularidad, la del cementerio cordobés, como
producto de otros procesos que se estaban dando a nivel global (cambio en las
actitudes frente a la muerte en Occidente, procesos de secularización) y
regional-local (expansión de las fronteras agrícolas-ganaderas, mortalidad de
las nuevas pestes -viruela, cólera-, grandes inmigraciones y el desarrollo
médico). En esta línea, el trabajo que se presenta a continuación constituye
una parte considerable del primer capítulo mi tesis de licenciatura.
El artículo se divide en dos grandes ejes de
historización: en un primer momento, el foco está puesto en la muerte como una
de las grandes estructuradoras de la convivencia social. Se hace especial
hincapié en la genealogía sugerida por Philp Ariès para exponer algunos
aspectos de los cambios en las actitudes frente a la muerte en Occidente, y
ubicar la concreción del Cementerio San Vicente, en aquel que Ariès denomina
como el período de “La Propia Muerte”, siglo XIX.[1] Una vez ilustrado a partir de esta genealogía
un cierto clima de época respecto de la relación con la muerte y el morir, se
procede a exponer la manera en la que ésta se expresa, de manera general en
Argentina, y de manera particular en Córdoba. Este análisis pone a los
cementerios, nuevamente, como locus de la
muerte. En este primer apartado se siguen hipótesis parciales de autores
clásicos,[2]
y autores específicos del campo local.[3]
En un segundo momento de historización, me enfoco puntualmente en la
zona Este de la ciudad de Córdoba, prestando especial atención a las formas en
que la expansión de la ciudad hacia el Este creó un espacio que, hasta la
actualidad, podría denominarse “marginal” en distintos sentidos; un espacio al
que le atribuyo una cierta lógica de segregación, fundada históricamente allí.
Aquí, se ensaya una hipótesis propia, en función del trabajo de campo
etnográfico mencionado anteriormente. El foco en la muerte pierde relevancia y
especificidad, ya que se integra en un conjunto más amplio y heterogéneo
-enfermedad, pobreza, delincuencia. El análisis sobre la expansión hacia la
zona Este y las instituciones que se fueron albergando allí, convoca a pensar
el concepto de tabú sugerido por
Mary Douglas[4]
como articulador en este apartado, a la vez que permite retomar la
genealogía de Ariès y el concepto de “amenaza” de Elías.[5]
La muerte en la historia, breve historización
La
muerte siempre fue un problema para el ser humano, un problema de los vivos.
Acaso porque “es lo único que esta fuera del poder del hombre, lo único ante lo
cual es completamente impotente”.[6]
En efecto, los seres humanos somos los únicos en la tierra que podemos prever
nuestro final “tenemos conciencia de que puede producirse en cualquier momento
y adoptamos medidas especiales para protegernos del peligro de aniquilamiento”.[7]
Como síntoma de esta inquietud acuciante encontramos a los entierros que no
solo constituyen una de las evidencias más antiguas de la presencia del ser
humano en la tierra, sino también de la constante relación de la muerte con la
cultura. En el curso del desarrollo de las sociedades, las actitudes frente a
la muerte y el hecho de morir han ido cambiando. Las distintas respuestas que
se fueron generando en torno a este evento, han tenido que ver, según Elías,[8]
con el estadio de desarrollo de la civilización, pero también son específicas
de cada grupo social. Las ideas acerca de la muerte y sus rituales unen a las
personas o las separan, son un momento de socialización.
Philippe
Ariès[9]
sitúa cuatro grandes periodizaciones para explicar los cambios que (en
Occidente) ha experimentado el comportamiento del hombre respecto de los
moribundos y su actitud ante el hecho de morir. Su genealogía, busca delinear
progresivamente, desde la Antigüedad, los cambios del “modelo de muerte
cristiana que culminará en el Barroco hasta desintegrarse en el siglo XVIII,
con el modelo de la muerte burguesa que se elabora desde las Luces al siglo
XIX, para culminar en el presente con la muerte en el hospital”.[10]
El primer período que trabaja, se
sitúa en el orden de la sincronía, es decir, abarca una larga serie de siglos,
del orden del milenio hasta el siglo XII. La muerte, en ese entonces,
constituía una ceremonia pública y organizada por el moribundo mismo que la
preside y conoce su protocolo. La ceremonia se realizaba sin ostentar un carácter
dramático, la simplicidad de los ritos que se celebraban sin excesivo impacto
emocional demuestra que la muerte era aceptada y celebrada. A esta relación
Ariès la define como “Muerte Domesticada”,
con lo cual no quiere decir que antes haya sido “salvaje”, sino que actualmente
se ha vuelto “salvaje”. Esta actitud frente a la muerte, expresaba el abandono
al Destino y la indiferencia frente a formas demasiado particulares y diversas
de la individualidad. “Morir tenía un orden y hasta era parte del arte de vivir”.[11]
Continuando esta idea, Gil Villa adhiere que “durante buena parte de nuestro
pasado histórico, la muerte como tal, no poseía una entidad específica. Más
bien era pensada en términos concretos: existían los muertos más que la muerte”. [12]
Hasta
este momento los entierros se realizaban ad
sanctos, es decir, “lo más cerca posible de las tumbas de los santos o de
sus reliquias, en un espacio sagrado que incluía a la vez el claustro de la
Iglesia y sus dependencias”.[13]
Cualquier punto del recinto que rodeaba a la Iglesia admitía entierros. Así
cada persona precisaba en su testamento el lugar elegido como última morada.
Los más pobres eran relegados hacia lo más alejado posible de la Iglesia y sus
muros, en un extremo del recinto, en profundas fosas comunes.
Luego,
a partir del XII una serie de modificaciones sutiles dieron poco a poco un
sentido más dramático y personal a la tradicional familiaridad del humano con
la muerte: adquirieron de esta un sentimiento más personal e interior. La nueva
relación que se generó, entendida como la “Propia Muerte”, se constituyó como
el evento en el que se verifica un acercamiento entre tres categorías de
representaciones mentales: la muerte, el conocimiento personal de la propia
biografía y un apego apasionado a las cosas y a los seres poseídos en vida. De
esta manera, la muerte se convirtió, según Ariès, en el lugar donde el humano
tomó, mejor que ningún otro, consciencia de sí mismo. Sin embargo, “lo que
importaba era el recuerdo de la identidad del difunto y no el reconocimiento
del lugar exacto del depósito del cuerpo”.[14]
Hacia los siglos XVI y XVII bajo la influencia de la Reforma Católica,
“la religión
no otorga ya tanta importancia a la tumba, ni a su emplazamiento cerca de los
santos, ni a su papel de súplica a los vivos. Por el contrario, recomienda la
indiferencia en relación con la sepultura. El cementerio juega un papel más
discreto en la sensibilidad religiosa. Por más que continúa siendo tierra de la
iglesia, se seculariza insensiblemente”.[15]
El
siglo XVIII se encuentra marcado por una progresiva descristianización de la
sociedad, la muerte supone una ruptura. Es importante destacar a este punto,
que “más que la religión, son los índices de industrialización y de
urbanización los que entrarían en juego”.[16]
A partir de fines del siglo XVIII, en el transcurso del XIX y hasta mediados
del XX, la muerte se vuelve problemática, se le carga de un sentido erótico: se
asocia la muerte al amor. La “muerte del otro” es considerada como una transgresión que arranca a la persona de
su vida cotidiana, de su sociedad razonable, de su trabajo monótono. Para el
autor, en este momento ocurren dos cambios importantes: por un lado, aparece la
complacencia en la idea de la muerte y el luto comienza a desplegarse con
ostentación. La muerte temida ya no es la muerte de uno, sino la muerte del
otro. El cementerio comienza a ocupar el centro de la escena, y se vuelve un
lugar de conmemoración, el nuevo culto a las tumbas:
“Fue entonces cuando la concesión de la sepultura
se convirtió en una cierta forma de propiedad, sustraída al comercio, pero
asegurada a perpetuidad […] se trata del culto privado, pero también, desde el
origen, culto público. El culto al recuerdo se extendió en seguida del
individuo a la sociedad, tras un desplazamiento similar de la sensibilidad” .[17]
El
segundo gran cambio tiene que ver con la relación entre el moribundo y la
familia, y más precisamente respecto de la redacción de los testamentos: se
vuelve un acto legal de la distribución de las fortunas, o, en otras palabras,
el testamento se laicizó. En este contexto, el cementerio vuelve a ocupar el
lugar físico-moral en las ciudades.
Siguiendo
a Jáuregui la apertura de cementerios modernos separados de las Iglesias y la
práctica cada vez más regular de inhumar a los muertos en tumbas individuales,
fue una costumbre adoptada por todo occidente a comienzos del siglo XIX y se
relaciona, como ya se describió, con un cambio significativo en la sensibilidad
colectiva: “Por un lado, se intenta dar solución definitiva al problema de la
higiene. Por otro, se observa un interés creciente en localizar las sepulturas
de los seres queridos”.[18]
El cementerio se vuelve un espacio de conmemoración, y llega a ser una ciudad
de muertos integrada a la ciudad de los vivos. Como se mencionó anteriormente,
durante el siglo XIX la muerte será percibida hacia la ausencia del otro:
“convirtiéndose en una irrupción, en
una violencia sobre lo cotidiano y, por consecuencia, en una ruptura de la
familiar noción de la muerte, una especie de desnaturalización […] La muerte
resultará entonces intolerable, y los gestos que ahora la acompañan estarán
cargados de un nuevo dramatismo, de aquel que se resiste a la separación del
ser próximo. Deja de ser una cuestión exclusivamente privada, para convertirse
en un espacio donde también se hace evidente el cambio de las relaciones
familiares y sus nuevos contenidos sentimentales y afectivos. La muerte ajena
dará lugar al Cementerio y al moderno culto a los muertos”.[19]
Godoy
y Hourcade, retoman de Ariès, la perspectiva de que el cementerio surge como
manifestación visible del sentido erótico que ha adquirido la muerte en tanto
muerte ajena. En la misma dirección, Godoy y Hourcade manifiestan que el nuevo
dramatismo que se advierte en los ritos demuestra la resistencia a separarse
del ser próximo, pero agregan algo más: la muerte tiene una faz pública y el
rito se hace público exhibiendo el cambio de las relaciones familiares. Ansaldi
agrega otro matiz a tener en cuenta: la muerte es -también- clasista.[20]
No se muere ni se es sepultado de la misma manera en los diferentes niveles
sociales e incluso esto trae aparejado importantes variaciones en el
tratamiento de los muertos.
Finalmente,
en la época contemporánea, la muerte aparece presente en todas partes: cortejos
fúnebres, ropa de luto, ampliación de los cementerios y de su superficie,
visitas y peregrinaciones, culto al recuerdo. Este decorado de la muerte ha
oscilado y se ha vuelto innombrable, la muerte ahora está “vedada”. Se vuelve
objeto de vergüenza y tabú. El
entorno del moribundo tiende a protegerlo y a esconderle la gravedad de su
estado: la verdad empieza a plantear un problema. Estos cambios son productos
del desplazamiento del lugar de la muerte. Ya no se muere en casa, se muere en
el hospital y solo. La muerte pasó a ser un fenómeno técnico que se divide en
una serie de etapas que han reemplazado y difuminado la acción dramática de la
muerte. Así, por ejemplo, la incineración se convierte en el modo preponderante
de sepultura.
Las
transformaciones en las formas de morir y de sepultar, de recordar y de hacer
duelo han variado a lo largo de la historia junto con sus manifestaciones
culturales. Estos cambios son el producto, a su vez, de otros desplazamientos
como el constatado en las ideas que las personas tienen de sí mismas, de los
otros, de la naturaleza y de concepciones filosóficas, políticas, sociales y
económicas del momento. Se puede afirmar que los cambios sociales y culturales
que experimenta la sociedad alteran sus relaciones con los muertos y con la
muerte. La condición actual general es una en que “la muerte se halla más
presente, independientemente de la voluntad de los vivos”.[21]
El
cementerio está en el centro del tema que nos ocupa. Este breve repaso ha
permitido constatar la existencia de diferentes actitudes posibles frente a la
muerte y conocer su historia. De esta resulta particularmente relevante un
momento particular descripto como “la
muerte del otro (s. XIX)”.[22]
Encuentro en éste, elementos útiles para comprender el proceso del surgimiento
del cementerio San Vicente, en Córdoba, que será profundizado a continuación.
Particularmente
en Córdoba, desde 1880 se incrementa la pompa del velatorio y sepelio,
“lo
que no solo exterioriza la posición social del difunto –una manifestación de
secularización dentro de lo profano- sino también una manera distinta de tratar
al cuerpo carente de vida. De igual manera los cementerios embellecen su
paisaje y se convierten en verdaderas ciudades de los muertos con todas las
simbologías de las diferencias sociales -panteones familiares, mausoleos
ostentosos, nichos comunes -”.[23]
La
obra de Liliana Pereyra “La muerte en Córdoba a fines del siglo XIX” resulta
clave en la construcción de este momento histórico particular. En lo que sigue,
me referiré explícitamente a pasajes de su trabajo. La autora afirma que la
cuestión del desplazamiento de los muertos hacia las afueras de la ciudad,
“comienza a finales del siglo XVIII
(1787), a través de una “real cedula” (decreto) que trasladaba al interior de
esta parte de la colonia una problemática europea, donde como es de suponer,
las preocupaciones en torno a la higiene pública, la salubridad y en este caso
específico, el alejamiento de focos de productores de “miasmas nocivos”,
comenzaron a hacerse sentir con anterioridad”.[24]
Así,
toma los aportes de Michael Foucault quien planteó, para el caso francés que
“entre 1740 y
1750 surgieron las protestas contra el hacinamiento de los cementerios y
comenzaron los grandes desplazamientos de los Cementerios hacia las periferias
de la Ciudad alrededor de 1780. En esta época aparece el Cementerio
individualizado, es decir, el ataúd individual, las sepulturas reservadas para
las familias, donde se escribe el nombre de cada uno de sus miembros”.[25]
La
medicina urbana, según el autor, intentaba cumplir el objetivo de analizar los lugares
de acumulación y amontonamiento de todo lo que en el espacio urbano podía
provocar enfermedades. Esta tendencia europea, se repite en Argentina de la
mano de los procesos históricos que estaba atravesando el país y como repuesta
a las necesidades higienistas del momento.
Durante
el período 1800-1900, Argentina transitaba una trasformación radical. Durante
los primeros años se vehiculizaba la Revolución de Mayo (1810) y la declaración
de la independencia (1816), situación que dio lugar, más adelante, a la guerra
civil entre Unitarios y Federales (1820) por el predominio del puerto sobre las
provincias del interior y la defensa de las provincias del futuro Estado
Argentino; la creación de la Constitución Nacional (1853), la campaña del
desierto impulsada por Roca (1880) y los gobiernos de la Confederación Nacional
y de la república conservadora: “la época, presenta un territorio parcialmente
dominado, una burguesía que ya ha logrado dar a sus intereses el carácter de
nacionales y dirigentes que sin estar contenidos en partidos modernos, tienen
claro el proyecto político, social y económico que pretenden implementar”.[26]
Así, “la ampliación del aparato estatal tuvo que ver con la apropiación de
intereses civiles y comunes, como objetos de su actividad, pero revestidos de
la legitimidad que le otorga su contraposición a la sociedad como interés
general”.[27]
Parafraseando a Pereyra esta carrera por la legitimidad, “toca espacios
sagrados”, sin cuestionar lo que fundamentalmente los sustenta.[28]
Algunos ejemplos tienen que ver con la creación de la Oficina de Registros del
Estado Civil (1880), que provocó el rechazo de la Iglesia y los conflictos
suscitados a raíz de la ley 1420 de educación laica, entre liberales y
católicos, junto con el corte de las relaciones del Estado y el Vaticano.
Ansaldi comenta al respecto que “la Córdoba pre-modernizada tenía una
estructura simbólica organizadora de su identidad, de su sentido, que se
fundaba en el predominio de lo sagrado, dador de la autoridad moral de las
normas sociales impuestas”.[29]
En esta línea Vagliente expresa que
“en el período 1860-1880 los dirigentes
que ocupan las posiciones dominantes dentro del aparato estatal, que están
fundando, inician el período de enfrentamiento con la Iglesia en una disputa
típica del poder, la que corresponde a la fase de penetración ideológica del
Estado en la vida institucional y cotidiana nacional. […] lo que hay que
emprender en primera instancia es asegurar un paulatino predominio de los
sectores dominantes del Estado por sobre los sectores dominantes de la
institución tradicional, la Iglesia”.[30]
A
la vez que el Estado se posicionaba en un enfrentamiento por el poder con las
Iglesias, el territorio del país crecía demográfica y económicamente acompañado
de una profunda transformación cultural: Argentina seguía el modelo agro
exportador periférico del imperio británico y realizaba una expansión de las
fronteras agrícolas-ganaderas; extendía la comunicación y el transporte, y
recibía inmigración europea. En este contexto de crecimiento ilimitado, el
territorio argentino, en vías de desarrollarse como país, atravesaba también
otro tipo de conflictos que tenían que ver con la calidad de vida de la
población: Argentina enfrentó frecuentes epidemias letales para la época. Su aparición
acentuó el escenario complejo de crisis política y social que se atravesaba
durante estos años. Las epidemias generaron altas tasas de mortalidad y caos
social, a la vez que se formaron nuevas instituciones y proyectos de reformas
en áreas de salud y obras públicas, y el arribo de profesionales de la salud a
las esferas estatales.
Los
aspectos sanitarios formaron parte de los argumentos usualmente esgrimidos a la
hora de discutir y resolver la ubicación de los cementerios fuera de las
ciudades:
“En Córdoba, la
preocupación por la coexistencia de los muertos entre los vivos, fue expresada
por varios de los doctos que, consultados por el gobernador Manuel López,
tuvieron que expedirse sobre la conveniencia o no de construir cementerios
fuera de los poblados. Las antiguas prácticas enterratorias, ya hechas
costumbre, tornaban precarias las condiciones sanitarias de la Ciudad”.[31]
Sin
embargo, pasó mucho tiempo para que la orden de 1787 (Real Cédula) se
concretara, a pesar de haberse insistido en ello en 1803 y de nuevo en 1806,
1813 y 1843. Este retraso en la ejecución de la construcción de cementerios,
pudo haber tenido que ver, parafraseando a Ayrolo[32]
con diversas razones: aspectos ligados a las costumbres, a la moral y al
universo simbólico de la sociedad local, y a la pérdida del control por parte
de los sacerdotes de la ciudad sobre la ritualidad de la muerte. Así fue como
entre 1813 y 1843 hubo diversos intentos por concretar el proyecto del
cementerio público. Esta situación dejo entrever una emergente separación de la
Iglesia y el Estado, al hacerse, éste último, responsable de los cementerios.
El paso de los cementerios a la órbita civil, llevó a diversos enfrentamientos.
A
nivel local, las epidemias generaron la posibilidad de crear, reformar y convertir
áreas específicas del Estado municipal, sobre todo aquellas vinculadas con la
salud e higiene. Este proceso de conformación de los sistemas destinados a
combatir las epidemias, se caracterizaron, por el “desarrollo de conflictos
hacia adentro del Estado, llevados a cabo por agentes que tenían cierto grado
de autonomía y cuyos intereses chocaban con la de otros organismos estatales”.[33]
Como ya se mencionó, un foco de choque se desencadenó entre la Iglesia y el
Estado, representado éste último por los médicos. Se trataba de un conflicto
político con la Iglesia que en ese entonces “estaba fuertemente cohesionada,
tenía poder frente a la sociedad y disputaba un espacio de capital social
frente a los médicos y el mismo Estado”.[34]
De esta manera, la colaboración de la Iglesia frente al caos de las epidemias
estaba dirigida a acrecentar el prestigio e imponer una idea de la enfermedad
directamente ligada a la religión “como acción divina frente a los pecados
públicos e individuales”.[35]
Otro problema de esta índole se dio entre los médicos y el Estado: los primeros
cuestionaban las decisiones estatales y se negaban a dar atención médica, por
lo que el Estado reaccionó contraponiendo la fuerza pública. Esta situación
deja entrever que “la elite médica no tenía el grado de cohesión necesario
frente a la enfermedad”.[36]
En este contexto, también el Estado entró en contradicción con intereses
económicos particulares ya que “le era difícil actuar sin lesionar intereses”.[37]
Hacia el año 1838, durante el gobierno de
Manuel López, se produjo un brote de fiebre escarlatina, cuya secuela de
muertos obligó a las autoridades provinciales a habilitar un espacio destinado
a Cementerio Público. El nuevo Cementerio fue llamado San Jerónimo. Sin
embargo, dicha necrópolis no sería inaugurada en ese año sino más tarde. La
razón de la demora fue la objeción de protomédicos[38]
que se oponían a la elección del sitio elegido a dicho fin, ya que los vientos
dejarían sentir en la Ciudad los malos olores provenientes de la necrópolis.
Hasta
ese entonces se practicaba la vieja tradición colonial de enterrar a los
muertos de las familias notables en los costados o en el interior de los
templos, mientras que a los individuos sin reconocimiento social frecuentemente
se los enterraba en campo abierto, a las afueras de la ciudad.
La
erección del Cementerio San Jerónimo se realizó en el año 1842 y fue inaugurado
en el año 1843 a partir de una epidemia de viruela que azotó a la Ciudad de
Córdoba. El territorio del Cementerio se encontró ubicado en la sección Oeste
de la Ciudad, en las inmediaciones del barrio entonces llamado “El Pueblito”,
hoy Barrio Alberdi.
Pocos días después de la construcción del
Cementerio San Jerónimo se promulgó un decreto que prohibía terminantemente el
enterrar cadáveres en otro lugar que no fuera el cementerio público,
contemplando con carácter de excepción a los religiosos, a quienes se les
siguió permitiendo ser enterrados en sus propios conventos. A fines del año
1856 el gobierno reiteró mediante una ley la disposición de prohibir la
inhumación de cadáveres en otro lugar que no fuera el cementerio habilitado y
limitó los entierros en los templos. Hasta ese entonces, el cementerio no se
encontraba integrado a la ciudad, sino que estaba fuera de ella.
Más
adelante, en el año 1858, la Sociedad Extranjera Unión y Beneficencia solicitó
a la Corporación Municipal la creación del cementerio para “disidentes” y
recién en 1867 por ordenanza, se designó el terreno ubicado
al sur del Cementerio San Jerónimo como lugar destinado a necrópolis para
aquellos que diferían de la religión oficial del Estado,
representada por la Iglesia católica.
De este grupo, la mayoría profesaban el protestantismo y pertenecía a las
colectividades británica, norteamericana y alemana. Si bien los “disidentes”
estaban integrados a la sociedad, enfrentaban un serio problema al no contar
con un cementerio propio (esta dificultad se acrecentó aún más con la
inmigración masiva producida en Argentina en el último tercio del siglo XIX).
En otros términos, se puede pensar que en este caso se da la construcción de
una espacialidad separada en relación a estos otros muertos, en relación
directa con la cuestión religiosa. Los sepulcros de esta necrópolis guardan los
restos de armenios huidos del genocidio, masones e ingleses, escoceses,
polacos, alemanes y otros extranjeros ligados a “La Fraternidad”, que es el
nombre que recibió el gremio de los trabajadores ferroviarios en 1887. También
hay tumbas de franceses, estadounidenses y difuntos de otras nacionalidades que
no profesaban el catolicismo.
Durante
el segundo semestre del año 1867 se propaga en la ciudad una epidemia de
cólera, enfermedad que tuvo sus brotes iniciales cuatro años antes (1863). Esta
situación obligó a la Municipalidad a tomar medidas extraordinarias, reforzando
las funciones sanitarias existentes.
Contra
el cólera, el Estado cordobés no tenía una política sanitaria definida y los
conocimientos de la medicina no eran suficientes. Para este momento el Estado
tenía un escaso desarrollo y ciertos sectores (Iglesia, Policía) tenían un
grado de autonomía relativa que les permitía concretar medidas y desconectarse
de las órdenes de un órgano superior. Se generó entonces, “un conflicto
político entre órganos estatales por su autonomía, cuando la epidemia de
cólera, sinónimo de crisis, amenazaba a la sociedad cordobesa”.[39]
Como
se mencionó anteriormente, el entramado político y social, en estos tiempos,
era complejo y la existencia de conflictos internos agudizó la epidemia. Las
tensiones fueron de distintos tipos:
“a nivel
interestatal, entre el Estado y la Iglesia, el Estado y los médicos, médicos e
Iglesia y Ciudadanos y Estado […] el protomedicato se enfrentaba con la
policía, que realizaba medidas por su cuenta y con la Iglesia que sostenía que
la epidemia tenía un origen de castigo divino. Sin embargo, la Iglesia era la
única institución que, por su grado de inserción social, su capital monetario y
su organización, logró poner sus recursos humanos y su mobiliario al servicio
de los enfermos”.[40]
En
estos años la medicina adquiría nuevas dinámicas en el contexto de los
desarrollos médicos que comenzaron en el siglo XVIII y que se caracterizaron
por la
“aparición de la autoridad medica como
autoridad social, […]el cambio en el campo de intervención de la medicina, no
ya la enfermedad sino la salubridad, a saber, el aire, el agua, las
construcciones, los terrenos, los desagües, así como también[…] la introducción
de los hospitales, es decir, la medicalización colectiva, y por último, la
introducción de mecanismos de administración médica, registro de datos,
comparación, establecimientos de estadísticas, etc”.[41]
Una
de las medidas preventivas que se desarrollaron fue la creación de un Oficina
Química Municipal, la construcción de cuatro Lazaretos (espacios sanitarios
donde se trataba a personas enfermas de Lepra), el desalojo de puestos de venta
de objetos o artículos de mercados, la prohibición de vendedores ambulantes, la
inspección de artículos de consumo, junto con la creación de una comisión permanente
de trabajadores municipales, la búsqueda de Lotes para la creación del nuevo
cementerio San Vicente y la clausura, a partir del primero de Enero de 1890,
del cementerio San Jerónimo y el de Disidentes por malas condiciones higiénicas
y por estar en un centro de una población cada vez más numerosa. Una nota
elevada por el intendente Luis Revol al consejo, en el año 1889, afirma que:
“Es altamente conocido por las
reglas más generales de higiene, los perjuicios que acarrean a la salud pública
estos entierros colocados tan próximos a las poblaciones y en todas partes los
poderes públicos se han preocupado de la manera más seria de llevarlos a los
sitios apartados y donde no puedan traer mal alguno a la salubridad de las
Ciudades. El Cementerio San Jerónimo va siendo ya una amenazada a la salud de
los que habitan sus inmediaciones y creo es oportuno que esta municipalidad se
preocupe de clausurarlo por completo, para que cuando llegue la oportunidad
aconsejada por la ciencia, sean trasladados al nuevo Cementerio de San Vicente,
todos los restos inhumados en aquel enterratorio”.[42]
Frente
a esta situación, el terreno conocido como “Potrero del Fresnadillo” se
adquiere para la construcción del nuevo cementerio San Vicente. La escritura de
este primer terreno se realizó en 1887 y contaba con cuatro manzanas, situado
al Este de la ciudad, con una superficie de sesenta y siete mil seiscientos
metros cuadrados. Más adelante, en ese mismo año un grupo de vecinos del Pueblo[43]
San Vicente se dirigieron al intendente a los fines de pedir un cambio del
cementerio a otro lote que no ofreciera los inconvenientes del actual, dada la
proximidad que se hallaba de la población. De esta manera, el Cementerio San
Vicente es trasladado y en el año 1889 se realiza la confección de planos para
el nuevo cementerio, por el arquitecto contratado, Nicolás Caraccio. Las obras
que se llevaron a cabo fueron: formación, arreglo general, construcción de
nichos, oficinas de administración, sala de autopsias, osario.
Paralelamente
a la queja de los vecinos, se propone el cese de enajenación de terrenos en el
Cementerio San Jerónimo por la existencia de donaciones de terrenos para este y
se permite solamente la inhumación en sepulcros o terrenos de propiedad
particular. De esta manera se pretende evitar la aglomeración de cadáveres en
un solo Cementerio y el poblamiento del nuevo. El Cementerio de Disidentes fue
también modificado a los fines prácticos, intervenido con arreglos, desvío de
avenidas de lluvias, y nuevamente habilitado. Mientras tanto, en el Cementerio
San Jerónimo[44] se
construyeron dos mil nichos, obras de portada y cuatro pabellones, decoraciones
y adornos y el osario general: “una vez terminado el cementerio, será una obra
imponente y digna de su destino, propia de la ciudad de la importancia de
Córdoba”, comenta el entonces intendente Luis Revol en una carta presentada al
concejo deliberante en mayo de 1891.
Así
es como la imagen de los cementerios y de la muerte comienza a cambiar y a
formar parte de una lógica sanitaria construida a partir del conocimiento
médico. Frente a la intolerancia de “la muerte del otro” que señala Ariès,
Pereyra (1999) comenta que “los cementerios operan ahora, como organizadores
espaciales de recuerdo, monopolizando la posesión de los cadáveres y
disciplinando los únicos aspectos tangibles de la muerte”.[45]
Hasta
aquí se ha desarrollado el contexto general que dio lugar a la concreción de
los diversos cementerios en la ciudad de Córdoba y en particular, aquellos
procesos que dieron lugar al surgimiento del Cementerio San Vicente. Pese a sus
variaciones nacionales y locales, fue adoptado por todo occidente, desde
inicios del siglo XIX un modelo particular de cementerio: separado de las
iglesias y alejados de las ciudades. Se presenta otra particularidad:
“Esta manifestación del sentimiento
generalizado de localizar el lugar en donde reposaba el ser querido, convivía
con una nueva función social: la de santuario de hombres y de episodios
ilustres de cada historia nacional. Espacios en donde se desplegaba el culto
republicano del “Gran Hombre”, algunos cementerios públicos -San Jerónimo es un
ejemplo-, eran también un sitio en donde la clase alta a través de la calidad
del ritual funerario de las tumbas y mausoleos familiares confirmaba su poder y
primacía social”.[46]
Ahora
interesa centrar la mirada en otros tipos de procesos, aquellos que dieron
lugar, como producto de la expansión de la ciudad, a la concreción de la zona
Este y sus atributos.
En
este contexto ya desarrollado, y hacia 1870, junto con la llegada del
ferrocarril a la ciudad de Córdoba, hubo un proceso de expansión hacia el Este.
Se funda en ese año el “Pueblo San Vicente” y se construyen las primeras
ciudades-barrio que se incorporaron al ejido municipal en 1888 aproximadamente.
“Un barrio para obreros principalmente” comentaría su fundador Agustín Garzón.
Estas nuevas tierras fueron vendiéndose a distintos compradores de “apellidos
de lustre social, como hubo otros de raíz humilde”.[47]
De esta manera, el “Pueblo San Vicente”, contaba con casas quinta de familias
notables, una región residencial donde los habitantes de la ciudad tenían sus
casas de descanso. En paralelo, este territorio fue conformándose
históricamente como barrios de trabajadores, con arraigo popular.
“Existían
numerosas usinas en la orilla del río dedicadas a la curtiduría y tintura del
cuero, que eran fuente de trabajo para la gente del barrio, así como otras
industrias derivadas de esta actividad económica como la costura y remallado
del cuero, fábricas de zapatos, etc. “Esta zona de Córdoba contaba con un gran
número de pequeñas industrias (curtiembres, empresas familiares de diversos
rubros y talleres metal mecánicos) que formaban un cordón productivo a la vera
del Río Suquía y empleaban a un gran número de vecinos del sector”.[48]
También
eran una fuente laboral para los habitantes de la zona las numerosas fábricas y
proveedores de la industria automotriz instaladas alrededor de la ruta 9. Estas
condiciones generaban fuentes de trabajo y prosperidad para los vecinos. Con la
llegada de la industria a fines del Siglo XIX el perfil del barrio empezó a
cambiar: con la instalación de los Hornos de Cal en la Bajada Pucará en 1897 y
los Molinos Minetti llegaron nuevos habitantes que pertenecían a la clase media
y la clase obrera. Más adelante hacia la década de 1920 se construyó, el Barrio Kronfuss (hoy parte
constitutiva del tradicional Barrio San Vicente), el primer barrio
obrero planificado de la Ciudad de Córdoba, ejecutado en estilo neocolonial.
Este perfil más industrial se consolidó a mediados-fines del siglo, con la
instalación de varias empresas del sector productivo.
El
tradicional Pueblo San Vicente, tuvo hacia el Norte, su prolongación a través
de otros barrios. La mayoría de estos, tienen como nombre el apellido del dueño
original de las tierras que hoy ocupan (Acosta, Maldonado, Müller) ya que
fueron loteados en un período donde el gobierno provincial o municipal no
reglamentaba ni controlaba los loteos.
A
partir de 1930, los asentamientos acrecentados por la magnitud de los flujos
migratorios del campo a la ciudad comenzaron a alterar el paisaje de la zona,
junto con la degradación ambiental, la contaminación y el deterioro. Estos
atributos pasaron a caracterizar a los asentamientos enclavados en este sector
hasta la actualidad.
Hacia
fines de los años ochenta, la situación económica de estos barrios obreros se
agrava por los efectos híper inflacionarios registrados a fines de la
presidencia de Raúl Alfonsín, con la suba de precios que impactó de manera
directa en los costos de los productos básicos de la canasta familiar, y con la
pérdida del salario real de los hogares de los trabajadores:
“La quiebra y cierre de estos centros
productivos fue dejando a sus trabajadores y familias sin trabajo, provocando
el incremento de las actividades de tipo informal y la proliferación de
problemáticas sociales y económicas propias de la desocupación y subocupación.
Por otra parte, muchos vecinos de esta zona antiguamente eran operarios de las grandes
industrias automotrices de la Ciudad, sector que mostró también una profunda
retracción en los puestos de trabajo que ofrecía”.[49]
En
la década de los noventa, diversas instituciones estatales presentes en la zona
y dependientes de las políticas de asistencia pública, atravesaron los procesos
de descentralización, lo que significó un repliegue del Estado nacional en las
funciones que históricamente venía desempeñando, y dio lugar a una situación de
extrema conflictividad y abandono para los habitantes de la zona.
Así
pues, se verifica en Córdoba, y en particular en el sector Este de la ciudad lo
que Loic Wacquant describe a nivel general de la sociedad occidental a fines
del siglo XX, a saber, una enorme transformación en la que convergen la
modernización económica acelerada producto de la reestructuración global del
capitalismo y nuevas condiciones de trabajo. No se verifica, en cambio en
nuestro campo el desarrollo de nuevas industrias de uso intensivo del
conocimiento, pero sí se produce el mismo “ascenso de un nuevo régimen de
desigualdad y marginalidad urbana”[50],
en virtud del cual la pobreza queda relegada de manera permanente en barrios
“de mala fama en los que el aislamiento y las alienaciones sociales se
alimentan el uno a otro, a medida que se profundiza el abismo entre personas
allí confinadas y el resto de la sociedad”.[51]
Actualmente,
el conjunto de estos barrios es percibido como territorio periférico-marginal
de la ciudad de Córdoba, rodeados por los denominados “sectores rojos”:
Miralta, Acosta, Bajada San José, Primero de Mayo, Renacimiento, Los Josefinos.
Si bien se encuentran relativamente cerca del centro de la ciudad, a unos 8 km
aproximadamente, difieren significativamente en términos materiales y
simbólicos.[52] Estas
diferencias pueden observarse en distintas características del espacio: las
condiciones materiales de construcción de las casas, con fachadas sin pintar, humedades
y paredes rotas; la erosión ambiental y los terrenos baldíos con basura
acumulada en ellos; la falta de espacios públicos de esparcimiento; condiciones
de deterioro de las calles y de los sitios sin edificar; calles sin señalizar y
de tierra, lo que las hace intransitables cuando se inundan por la lluvia; los
carteles de negocios escritos a mano; los barrios etiquetados como inseguros,
como espacio de operaciones y movimientos del narcotráfico, al que no llegan
los servicios de limpieza y sanitarios, y los servicios de transporte se
reducen a una línea de colectivo que, pasado cierta hora del día, ingresa
custodiada por un patrullero. Todo lo cual es indicio de una condición
sociocultural de escasos recursos económicos y con escasa intervención estatal:
“En el presente los habitantes de estos
barrios deben hacer frente cotidianamente a la desocupación, la precarización
laboral y la dificultad para acceder a derechos sociales básicos. Esta
situación social que enfrentan los habitantes del sector, se vincula de manera
directa con el impacto que produjo el proceso de desindustrialización que se
inició en Argentina a partir de mediados de los años setenta”.[53]
Las
ideas sobre la muerte del otro y la muerte vedada configuraron
esta zona de la ciudad. En efecto, en estos territorios, fuera del Pueblo San
Vicente, también se fueron ubicando, desde fines del siglo XIX y durante el
siglo XX, distintas instituciones estatales atendiendo a diversas necesidades
del momento. Cronológicamente: siglo XIX, el Lazareto (1886) dispuesto para
atender enfermos de Cólera, establecido en un sitio de fosas sanitarias en las
que eran enterradas personas de escasos recursos económicos que morían de esta
enfermedad; el Cementerio San Vicente (1888), junto con el Israelita y el
Musulmán.[54] Durante el siglo XX, el
leprosario San Francisco del Chañar, que funcionó (entre 1939 y 1978) a pocos
metros del Cementerio de San Vicente, también recibía enfermos de cólera y
lepra; la
prisión militar de encausados[55]
(1945-1947, luego mudada a La Calera durante los años de la dictadura); en ese
mismo edificio, funcionó más adelante el Centro Clandestino de Detención,
Tortura y Exterminio Campo de la Ribera (1975-1978) y luego el espacio se
reinserta como prisión militar más adelante (1978-1986); el Leprosario San
Francisco del Chañar, que funcionó hasta 1978 a poca distancia de los
cementerios, para también internar a los enfermos del Cólera y Lepra; el Hogar
de Ancianos Padre La Mónaca (1999), que albergó desde sus inicios a ancianos
indigentes sin cobertura alguna. Estas instituciones, albergaron los despojos,
lo “contaminante”, lo “peligroso”, lo abandonado, lo “impuro”: los muertos, los
viejos, los pobres, los enfermos, las formas de crueldad humana, el castigo.
La hipótesis que se ensaya es propia y procura exponer aquellas actitudes
frente a los muertos y los moribundos de la que nos hablaba Ariès,
circunscriptas en un espacio de la ciudad, la zona Este de Córdoba.
Siguiendo
a Garbero,[56] podemos
entender que esta zona de la ciudad ha sido construida históricamente como
periférico-marginal. “La ambigüedad de la noción de -marginalidad- reside en el hecho mismo de saber si lo
que está en cuestión es el estar al margen (defecto de integración) o el ocupar
una cierta posición en el seno mismo del sistema social”.[57]
Para este caso, entiendo que la zona que me ocupa se ubica al “margen” en
diversos sentidos: en primer lugar, respecto de la distancia física entre
centro-periferia; también en el margen del foco de atención del control
administrativo estatal y finalmente como albergadora de aquellas otredades
“contaminantes”. “Marginal” en varios sentidos: físicamente ocupa el margen de
la ciudad del centro histórico y de los barrios de la ciudad; en el sentido
descriptivo y valorativo, en que “marginal” denota descuido, abandono, olvido,
negligencia; y por último, como una zona de la ciudad de Córdoba, en las que se
han agrupado y construido identidades estigmatizadas y frecuentemente despreciadas.
En
este marco, el Cementerio San Vicente se anexa a esas identidades albergando,
en parte, a los muertos que provienen de ese margen. Se anexan también los
muertos de los sectores de bajos recursos, los restos de judíos y musulmanes,
los ancianos indigentes, los enfermos, los militares castigados y presos
políticos.
En
efecto, en los años ’70, durante la dictadura militar, esta zona de la ciudad
de Córdoba fue un sector particularmente marcado por el terrorismo de Estado,
ya que en su territorio se hallaron lugares paradigmáticos del accionar del
aparato represivo: el entonces centro clandestino de detención, tortura y
exterminio Campo de la Ribera y el Cementerio San Vicente, en el cual se ubicó
la mayor fosa común relacionada a la práctica de asesinatos y desaparición del
terrorismo de Estado. En estos tiempos, la parte del cementerio donde se
encontraba ubicada la fosa común constituía la zona postrera de la necrópolis.
También, con la vuelta de la democracia al país, se dan los primeros pasos para
averiguar la localización de entierros clandestinos. En 1984, cuando la
evidencia era suficiente según denuncias tanto de vecinos del barrio como de
funcionarios del Cementerio San Vicente y de la morgue judicial, los primeros
testimonios sacaron a la luz que en dicho cementerio existían fosas comunes
donde podrían estar enterrados desaparecidos.
Sumado
a estas características, se articulan también un conjunto de connotaciones
negativas, en palabras de los empleados del cementerio con los que trabajé en
otra investigación[58]:
zona roja, Cementerio de pobres, tierra
de nadie. Podríamos decir que a través del tiempo estas zonas han sido identificada como un
lugar de y para que desarrollen parte de su tarea de reproducción de su vida
cotidiana algunos sectores subalternos de la ciudad de Córdoba (judíos,
musulmanes, presos, enfermos de lepra y cólera, ancianos, ciertas clases
sociales). Todo esto conforma y ha conformado a lo largo del tiempo,
consolidando a nivel de estructuras, “un conjunto de degradación circundante a
los atributos estigmatizantes que recaen sobre el territorio, y, por lo tanto,
sobre sus habitantes”.[59]
Para realizar un análisis en relación a los
atributos estigmatizantes, me resultan apropiados los conceptos que Mary
Douglas pone en juego, en su tratado sobre las ideas de “suciedad” y
“contagio”.[60] Douglas
desarrolla dos temas: por un lado, el “tabú”, como mecanismo espontáneo para
proteger las categorías distintivas del universo y proteger el consenso local
sobre cómo se organiza el mundo. Por el otro, la inquietud cognitiva causada
por la ambigüedad: el “tabú” confronta lo ambiguo y lo coloca en la categoría
de lo sagrado. Resultan útiles sus aportes para analizar la implicancia de sus
conceptos de “pureza y peligro” dentro de las relaciones sociales y analizar
las maneras en las que se teje la estructura social a partir de las creencias y
las prácticas en relación a los que se entiende, en la cultura y a lo largo del
tiempo, por “contaminante” o “impuro”. En esta línea, menciona que las cosas
ambiguas pueden ser amenazadoras y rescata que, para nosotros, occidentales, el
“tabú” es entendido como lo “sucio” y lo “peligroso”, es decir, no cumple una
función protectora, sino que puede mantener la moralidad o el decoro, su
incumplimiento causa peligro. Los tabúes, para Douglas, dependen de una forma
de complicidad de toda la comunidad. Así,
“el tabú es una práctica
de codificación espontánea que establece un vocabulario de límites espaciales y
señales físicas y verbales para cercar las relaciones vulnerables. Amenaza con
peligros específicos si el código no es respetado. Algunos de los peligros que
siguen al quebrantamiento del tabú extienden el daño indiscriminadamente a
través del contacto. El contagio temido extiende el peligro de un tabú quebrado
a toda la comunidad”.[61]
La “suciedad” tiene dos aspectos: el cuidado
por la higiene y el respeto de las convenciones. Para nosotros, las cosas y los
lugares sagrados han de estar protegidos contra la profanación. “La cultura, en
el sentido de los valores públicos establecidos en una comunidad, mediatiza las
experiencias de los individuos”.[62]
La forma de evaluar la higiene y la “suciedad” pasa por un esquema mental de
valores y concepciones acerca de lo que se debe o no hacer, y los símbolos que
representan esas prácticas son culturales, por tanto, la visión occidental de
“limpieza”, es simbólica.
Para
el caso que me ocupa, hay diferentes lógicas de peligro, de contaminación y de
tabú para cada grupo: la represión del envejecimiento (pobre, además), las
enfermedades infecciosas y los muertos; la prisión militar; el centro
clandestino de detención, tortura y exterminio, la pobreza.
En primer lugar, los Lazaretos y Leprosarios,
fueron edificios en los que se trató la desinfección de personas portadoras de
enfermedades contagiosas. Estas instituciones han sido ubicadas en sectores
aislados con un fin preciso: para el resguardo de la salud pública. Los
portadores de estas enfermedades eran, entonces, excluidos, alejados para
evitar los contagios. La “contaminación”, tenía que ver con el peligro del
contagio y con alejar a estos futuros muertos contaminantes, impuros. El
decrecimiento de la frecuencia de estas patologías propició los cierres de
estas instituciones y sus instalaciones han sido utilizadas como hospital de
mediana complejidad.
Respecto
del envejecimiento, retomo los aportes de Elías quien comenta en “La Soledad de
los Moribundos”, que, de alguna manera, consciente o inconsciente “la gente se
resiste por todos los medios a la idea de su propia vejez, de su propia
muerte”.[63] Esta
resistencia o proceso de represión es para el autor, más visible o pronunciado
en las sociedades más desarrolladas: “conforme se vuelven (las personas) más
viejas y más débiles, se ven más y más aisladas de la sociedad y del círculo de
sus familiares y sus amistades. Existe un número creciente de instituciones en
las que viven exclusivamente personas mayores que no se habían conocido en años
anteriores”.[64] Elías
comenta que la gente se ha vuelto más “racional” o sensata que en años
anteriores. Este cambio reconoce que
“una de las transformaciones implicadas
en el crecimiento del conocimiento social orientado por los hechos, es un
conocimiento capaz de proporcionar un cierto sentimiento de seguridad. La
expansión del conocimiento de la realidad y la correspondiente contracción del
conocimiento imaginario va de la mano del aumento del control eficaz de
acontecimientos que pueden ser útiles para la gente y de amenazas que se
ciernen sobre ellas. El envejecimiento y la muerte se cuenta entre estas
amenazas”.[65]
Por último, el autor hace referencia a que los
moribundos y la muerte son empujados cada vez más fuera de la vista de los
vivos, y que las sociedades esconden estos hechos tras bambalinas de la vida
normal.
El
hogar de ancianos Padre La Mónaca, asila a personas mayores e indigentes. Aquí
hay una doble dimensión de exclusión. Una de ellas tiene que ver con la
represión al envejecimiento y la otra, concomitante con esta, tiene que ver con
la situación de indigencia de estas personas. Hay una diferencia entre morir
solo del que habla Elías, y el morir de una persona mayor y pobre. Dada la edad
y que se trata de indigentes, están incluso puestos al “margen” del sistema de
producción. Esto es también otro factor fuerte de exclusión en las sociedades
contemporáneas.
Por
otro lado, la existencia de una cárcel militar que fuera trasladada para que
ocupe su espacio un centro clandestino de detención, tortura y exterminio
también conforman a esta zona de la ciudad. Este territorio se ha prestado en
dos instancias distintas como espacios de castigo. En un primer momento como
castigo a miembros del ejército declarados culpables de un delito grave, y
luego como castigo a presos políticos. Cuando la cárcel militar es trasladada,
el espacio resultó permisivo de otras conductas delictivas, como la tortura, el
interrogatorio, la detención ilegal y el exterminio. Esta situación se
relaciona directamente con el Estado de facto que operaba durante los años de
la desaparición forzada de personas (1976 – 1983). La zona Este de la ciudad,
en su estado de abandono y aislamiento se convirtió en un espacio apto para que
el Estado operara clandestinamente. La violencia y crueldad humanas que
caracterizaron al accionar represivo de Estado de facto durante este período,
operaron en este caso como un “tabú” del que no se hablaba y cuyas prácticas se
mantenían ocultas. Mucho tiempo más adelante, en el año 2010 se creó, bajo la
órbita de la Comisión Provincial de la Memoria (ley 9286), el Espacio para la
Memoria “Campo de la Ribera”, que fue inaugurado el 24 de marzo de ese año y
que actualmente se encuentra en funcionamiento.
En este sentido, me resulta provechoso
retomar nuevamente a Mary Douglas para pensar cómo las sociedades construyen su
percepción sobre lo que representa el “peligro”, (o “amenaza” para Elías) o
algún tipo de “contaminación”. Las diversas maneras de definir estos peligros
se han ido transformando a lo largo del tiempo, y varios de los cambios
tuvieron que ver con los conocimientos científicos y la tecnología como
instrumentos para la solución de problemas concretos. Es así que, con el brote
de la epidemia de Cólera, por ejemplo, al comenzar a tratarse como un problema de
la salud pública, una de las soluciones que se pensó tuvo que ver con la
construcción del Cementerio San Vicente en la zona Este a las afueras de la
ciudad de Córdoba, de nuevo el “peligro” tenía que ver con el miedo a la
“contaminación”, ahora, que pudieran generar los espacios de muerte.
Pero
al Cementerio San Vicente, se le fueron anexando otros, el Cementerio israelita
y el Cementerio musulmán. Estas otredades fueron y son actualmente una minoría
de clase media o baja. Si bien el país no es especialmente intolerante con
otras religiones, es probable que la fuerte impronta católica de Córdoba haya
aislado los cementerios de estas minorías hacia la zona Este de la ciudad.
Entonces, tanto la cárcel militar, el ex
Centro Clandestino de Detención y los cementerios, así como el Hogar de
Ancianos, responden a realidades de valor negativo que la sociedad no puede
anular, que no se pueden desechar: la muerte, el envejecimiento, las formas de
la crueldad humana. En tanto se los percibe como amenaza o “impureza”, se lo
vuelve periférico, clandestino y oculto, desplazándolo fuera del foco de
atención. Obedece a una cierta lógica de represión (en el sentido
psicoanalítico). Al sacarlo de la vista, se posibilita que no regrese.
Por último, la pobreza naturalmente se tiende
a ocultar en sociedades que deben mostrar que son pujantes, que están bien
integradas al sistema capitalista, incluso hay un rechazo estético, es el
espectáculo que no deben dar las grandes ciudades.
A
los diversos avatares de la historia de Córdoba, se fueron buscando diversas
soluciones que incluyeron una carga simbólica: alejar del centro sano de la
ciudad, todo lo que pudiera contaminarlo, en este caso, los muertos, los
enfermos, los pobres, los delincuentes, la tortura. Las ideas sobre la muerte
del otro y la muerte vedada configuraron esta zona de la ciudad. En
efecto hemos visto cómo hacia fines del siglo XIX y durante el siglo XX, se
llevó un proceso que a la vez que, se caracterizó por una creciente
secularización, de la mano de un crecimiento y una legitimación cada vez mayor
de las ciencias, (entre ellas, la medicina, con sus ramas vinculadas al
sanitarismo), surgió la necesidad de organizar la ciudad que era cada vez más
grande y requería de la participación de las instituciones que legitiman y
organizan la vida de los ciudadanos, y también la muerte.
La
reconstrucción histórica que se desarrolló a lo largo de este trabajo, resulta
útil para comprender la manera en la que se configura la zona Este de la ciudad
de Córdoba. A continuación, no se pretende extrapolar el concepto de gueto que
remite al trabajo de Loïc Wacquant, “Elías en el gueto negro”, a esta zona,
pero sí, más bien, servirme de la adaptación del marco de Elías que el autor
propone. Que esta zona continúe siendo percibida[66]
y construida, en el imaginario común, como una zona peligrosa y marginal, es el
resultado y la continuidad de una serie de actitudes para con estos “otros”, de
los avatares económicos que enfrentó el país, y a nivel local, la ciudad de
Córdoba, de decisiones políticas y, de la “ausencia” de un Estado benefactor.
Lo
que me interesa destacar es que la constitución de este espacio no se puede
explicar por cuestiones mono-causales, a partir de los sujetos que habitan
estos espacios, sino que, en clave de Elías, hay “un sistema de fuerzas
dinámicas que entrelaza a agentes situados en el interior y en el exterior del
perímetro”[67] los
cuales son interdependientes y están vinculadas en varias dimensiones. También,
es importante tener en cuenta que los procesos y relaciones no son productos
aislados de un contexto, son históricos y los sujetos se vinculan de manera
relacional. Esta “sociogénesis y psicogénesis” se entienden como dos caras de
la misma moneda, en los que los cambios en una repercuten en los cambios de la
otra. Por otro lado, es importante tener en cuenta que, en esta línea de
análisis, el miedo, la violencia y el Estado, son partes integrales de la
formación y trasformación de esta zona. Miedo a la “contaminación” y
degradación vía la asociación y el contacto con los enfermos, los pobres, los
viejos, los delincuentes, los presos políticos, los espacios de muerte, están a
raíz del penetrante y generalizado prejuicio y de la institucionalización de la
rígida división y segregación, la cual, combinada con la urbanización, forman
esta zona de la Ciudad. Para Wacquant, esta “violencia, juega un rol crítico en
el re-trazado de los límites sociales y simbólicos” de los cuales esta zona es
la expresión material.
El
presente de este espacio urbano puede ser pensado a partir de una “retirada del
Estado”. Esto no quiere decir que el estado esté ausente, sino que se corre,
absteniéndose de impulsar políticas sociales que tiendan a favorecer el
desarrollo de la vida de las personas: desinversión social. Siguiendo al autor,
esto tiene que ver con una “compleja y dinámica constelación de factores
económicos y políticos que se han desarrollado a lo largo de la historia”.[68]
Siguiendo
este razonamiento, pensamos la zona Este como constitutiva del Estado. En este
sentido, los aportes de Veena Das y Deborah Poole, son significativos. Pensar
esta zona como un “margen”, implica entender estos espacios como supuestos
necesarios del Estado, de la misma forma que la excepción es a la regla: las
prácticas y políticas de vida en esta área moldea las prácticas políticas de
regulación y disciplinamientos que constituyen aquello que llamamos “el
Estado”. Los “márgenes”, ofrecen espacios frágiles y efímeros donde el poder
del Estado se llega a cuestionar. De esta manera el concepto de “margen” ayuda
a pensar la idea de Estado descentralizado; lo permitido, lo prohibido; el
espectro de permisibilidad; las sombras del Estado; tema de la autonomía;
ilegibilidad de conceptos, clasificaciones, tipos. Estos espacios que se los
suelen pensar por fuera del Estado, son en realidad parte constitutiva de él.
“Los márgenes espaciales y sociales son vistos como espacios de desorden,
sitios en los que el Estado no ha podido instaurar el orden”.[69]
En este sentido, la relación entre la violencia y las funciones ordenadoras del
Estado es clave para el problema de los márgenes.
Asimismo,
los aportes del Bourdieu en “La miseria del mundo”, permiten complejizar el
concepto de margen. El autor da forma a una idea que tiene que ver con la
relación entre centro y periferia. Menciona dos conceptos que ayudan a pensar
uno de los aspectos de la segregación que se puede observar en este caso:
“espacio físico y espacio social”. Bourdieu afirma que la estructura del
espacio se manifiesta bajo la forma de oposiciones espaciales, es decir que el
espacio habitado funciona como una especie de simbolización del espacio social.
Esto indica que, en una sociedad jerarquizada, todo espacio expresa y se
organiza en base a la jerarquía, marcando las distancias sociales. “Así,
determinadas diferencias producidas por la lógica histórica pueden parecer como
surgidas de la naturaleza de las cosas”.[70]
Entonces, el espacio social se retraduce en el espacio físico, siguiendo la
siguiente lógica: el poder sobre el espacio que da la posesión del capital en
sus diversas formas se manifiesta, en el espacio físico, bajo la forma de una
determinada relación entre la estructura espacial de distribución de los agentes
y la estructura espacial de distribución de los bienes o servicios, privados o
públicos. De manera que
“en la relación entre la distribución
de los agentes y la distribución de los bienes en el espacio se define el valor
de las diferentes regiones del espacio social reificado” […] La idea principal
es que “el espacio es uno de los lugares donde se afirma y ejerce el poder, sin
duda bajo la forma más sutil, la de la violencia simbólica como violencia
inadvertida”.[71]
Si
pensamos desde la perspectiva que nos ofrece el sociólogo francés, advertiremos
que, en efecto, la zona Este de la ciudad no puede ser pensada como algo
aislado, como algo que se explica en sí mismo.
Como
se viene desarrollando, la lógica de segregación que funda este espacio, tiene
que ver con la actitud de alejar a aquellos “otros contaminantes”: alejar el
cementerio, el hospital, restringir el lugar de los viejos mendigos al asilo,
alejar los lugares de muerte, “apartando así los riesgos y las imágenes de
fealdad y anormalidad”,[72]
hacerlos objeto de ostracismo, estigmatizarlos socialmente. Por su parte,
Pereyra, entiende que, si bien estos “otros” son incluidos, en el sentido
demográfico, dentro de una representación geográfica y temporal, son excluidos
también, en tanto entre otras cosas, “participan de consumos diferentes de los
que tienen y fomentan quienes los nombran”.[73]
Asimismo, el historiador Efraín Bischoff se refería a esta zona de la Ciudad
como un sitio ideal donde era (es) factible llevar aquello que provoca pánico
público. La lejanía del lugar se convierte en una cualidad constitutiva del
espacio para trasladar aquello que produce miedo (también rechazo, lo
prohibido, lo impuro).
Volviendo
entonces a los conceptos tratados por Mary Douglas, la suciedad para la autora,
sería aquello que está fuera de lugar, y las personas y objetos contaminantes
se convierten en “tabú”: son segregados del resto y son catalogados como
peligrosos, marginados, excepcionales, etc. También Elías, advierte que estas
actitudes, de tácito aislamiento de los moribundos y de los seniles de la
comunidad de los vivos, atestiguan las dificultades para identificarse con los
viejos y los moribundos.
En
este punto, me interesa hacer una aclaración: hasta aquí se ha intentado
analizar las formas mediante las cuales esta zona de la ciudad de Córdoba
aparece frecuentemente en el imaginario común, como un sitio olvidado por el
Estado, con connotaciones negativas tanto de su espacialidad como de quienes
habitan sus alrededores. Esto no significa que en estos sitios no se tejan
otros sentidos de comunidad generados por sus habitantes, que escapan al orden
de la segregación. Si bien ahondar en estos otros sentidos excede la pregunta
de este trabajo, no quiero dejar de mencionarlo, para no caer en la lógica de
la estigmatización de estos sectores.
Palabras finales
A lo largo de este
análisis, he intentado echar luz sobre los diversos procesos (globales,
regionales y locales) que se vieron inmiscuidos y entrelazados en la concreción
de los cementerios extramuros en Argentina y de manera particular en Córdoba,
con el Cementerio San Vicente. Se ha desarrollado cómo a lo largo de la
historia, se dio un desplazamiento del lugar de la muerte, y del rol del
Estado. Haciendo especial foco en el siglo XIX, se expuso que el período estuvo
atravesado por un proceso de secularización, en el que el Estado aparece como
principal administrador de los cuerpos. Se trata del momento de la muerte
del otro, en el que Aries adjudica al lamento y el recuerdo del otro,
como constitutivos de un nuevo culto de las tumbas y los cementerios.
La concreción del
cementerio San Vicente en Córdoba, permite ilustrar de manera particular y con
matices locales, este momento específico de las actitudes frente a la muerte
descriptas por Ariès. De la misma manera, la descripción sobre las
instituciones de la zona Este de la ciudad de Córdoba erigidas durante el siglo
XX, permitió ilustrar otras actitudes frente a la muerte y los moribundos,
propias de la modernidad, o como Ariès denominara, de la muerte vedada.
Las ideas de
“contaminación e impureza” definidas por Douglas y de “amenaza” al
envejecimiento definida por Elías, junto con el marco general propuesto por
Ariès de la “muerte vedada”, permiten complejizar la hipótesis de la existencia
de una zona de la ciudad de Córdoba en la que se ha construido históricamente
un sentido estigmatizante.
FUENTES
Éditas
Expte.65399 Municipalidad de Córdoba, Archivo
Histórico Municipal.
BIBLIOGRAFÍA
Ansaldi,
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[2] Ariès 1975; Elías, 1989; Hertz 1990; Mauss 1970;
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[3] Godoy-Hourcade 1993; Jáuregui
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Carbonetti 2007
[4] Douglas, 1973
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[6] Morin 2011:161
[7] Elías
1989:23
[8] Elías,
1989
[9] Ariès ([1975] 2017)
[10] Gayol y Kessler 2011:61
[11] Schlögel 2007:432
[12] Villa,
2011: 23
[13] Ariès
[1975] 2017:194
[14] Ibidem
[15] Ariès [1975] 2017:197
[16] Ariès
[1975], 2017:82
[17] Ariès
[1975] 2017:75
[18] Jáuregui
1993:80
[20] Ansaldi,
1996
[21] Gil
Villa 2011:27
[22] Ariès
[1975], 2007
[23] Ansaldi
1996:23
[24] Pereyra
1999:160
[25] Foucault
1990:63 citado en Pereyra 1999:160
[26] Pereyra
1999:31
[27] Oszlak
1990:11
[28] Pereyra
1999
[29] Ansaldi
1991:602 citado en Pereyra 19999
[30] Vagliente
1995:215, citado en Pereyra 1999
[31] Ayrolo
2014:11
[32] Ayrolo, 2014
[33] Carbonetti 2007:6
[34] Carbonetti 2007:7
[35] Carbonetti 2007:7
[36] Carbonetti 2007:7
[37] Carbonetti
2007:7
[38]
Se llamaban protomédicos a
los físicos o médicos principales que tenían el cargo de habilitar para el ejercicio
de la ciencia médica a los que lo solicitaran
[39] Carbonetti,
2007:74
[40] Carbonetti,
2007: 72- 74
[41] Pereyra
1999:106-107
[42]
Luis Revol, 28 de junio de 1889. Este proyecto de clausura, comenta Liliana Pereyra en una nota al pie, no se
llevó a cabo. (Pereyra 1999:176)
[43]
Se le llamaban “Pueblos” a los barrios tradicionales de Córdoba. Se denominan
“pueblos” debido a que en esa época la Ciudad estaba encerrada en el conocido
“pozo” o “embudo” que por muchos años la caracterizó. De este modo,
los actuales barrios-pueblos próximos al centro estaban alejados del municipio,
presentando en algunos casos ciertas características rurales y autonomía en cuanto a sus
necesidades en materia de infraestructura, redes sociales, etc.
[44] En comparación con el Cementerio San Vicente
(zona Este), el San Jerónimo (zona Oeste) se destaca por albergar entre sus
muros, restos de personalidades de la política, la ciencia, la cultura y el
deporte, de familias aristocráticas y apellidos tradicionales de la alta
sociedad. Además, está en vías de ser declarado Patrimonio Histórico Nacional,
debido a su riqueza arquitectónica e histórica, por lo que en los últimos años
ha habido una intervención de la gestión municipal, para realizar un trabajo de
puesta en valor. Se trata de una distribución
clasista y patrimonial de los significados que presentan uno y otro
cementerio. Cada necrópolis cuenta una historia. El San Vicente esta signado
por el delito, la pobreza, y el abandono por parte del Estado mientras que el
cementerio San Jerónimo está signado por la atención y cuidado dispensados por
el Estado al punto de constituir un itinerario turístico y cultural
[45] Pereyra
1999:161
[46] Gayol
y Kessler 2015:15
[47] Bischoff
1990:122
[48] Baldo,
Maffini, Samoluk, Tabera 2011:16
[49] Baldo, Maffini, Samoluk, Tabera 2011:16
[50] Wacquant, 2001: 168-169
[51] Wacquant, 2001: 169
[52] Garbero,
2015: 2
[53] Baldo,
Maffini, Samoluk, Tabera 2011:16
[54]
Estos tres cementerios actualmente comparten la misma administración, ubicada
en el predio del Cementerio San Vicente, pero éste es municipal, es decir
depende del municipio, y en cambio, tanto el Israelita como el Musulmán, son
dirigidos por sus respectivas comunidades. Los tres cementerios se encuentran
ubicados en la misma manzana y limitan entre sí, separados por muros.
[55]
En 1904, el Estado Mayor del Ejército Argentino adquirió la titularidad de las
tierras que forman el Campo de La Ribera. La compra originaria fue de setenta
hectáreas que están atravesadas por el Río Suquía; escasos metros separarían a
la institución militar del Cementerio de San Vicente. A partir de 1930 debido a
los fuertes flujos migratorios que se produjeron provenientes del campo se
originaron asentamientos espontáneos en los terrenos de la zona del Campo de La
Ribera (Baldo, Maffini, Samoluk, Tabera 2011:21)
[56] Garbero,
2015
[57] Gutiérrez
2003:12
[58]
Ver: Sánchez, A. (2021). Restos humanos: derroteros de objetivación en el
cementerio San Vicente. Revista Del Museo De Antropología, 14(3), 229–236. https://doi.org/10.31048/1852.4826.v14.n3.33146
Sánchez, A.
(2020/2021). Uno trabajando en el Cementerio aprende lo que es la vida:
procesos de subjetivación y objetivación de restos humanos en el Cementerio San
Vicente, Córdoba, Argentina. Síntesis (11), 23-34.
[59] Garbero
2015:5
[60] Douglas, 1966
[61] Douglas
1966:12
[62] Douglas 1966:59
[63] Elías
2009:111
[64] Elías
2009:11
[65] Elías
2009:121-122
[66]
Percibida, porque se sigue construyendo a partir de la opinión pública y la
prensa de los medios de comunicación como un lugar peligroso. Esta construcción
de sentido también moldea y produce una percepción de este espacio y que
quienes lo habitan.
[67] Wacquant 2001:107
[68] Wacquant 2001:112
[69] Das y Poole 2008:22
[70] Bourdieu
2002:1
[71] Bourdieu
2002:3
[72] Pereyra
1999:110
[73] Pereyra
1999:111