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Los estudiantes argentinos y la "nueva izquierda". Evaluando un concepto a la luz del accionar de un sujeto. El caso de la Universidad de Buenos Aires entre 1966 y 1973

 

 

Juan Sebastián Califa*

 

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Cuadernos de Historia. Serie economía y sociedad, N° 21, 2018, pp. 109 a 130.

RECIBIDO: 25/10/2018. EVALUADO: 01/12/2018. ACEPTADO: 01/12/2018.

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Resumen

Dentro de las ciencias sociales suele aludirse a la nueva izquierda para referirse al sector pionero en la protesta social de fines de la década de 1960 y comienzos de 1970, años marcados en el mundo por grandes movilizaciones estudiantiles. En la Argentina, como en otros países, esta izquierda renovada estaría integrada por jóvenes, con particular presencia y predicamento dentro de las universidades. En este artículo, a partir de considerar los avances registrados en el campo dedicado al movimiento estudiantil local, me propongo discutir la pertinencia analítica de tal concepto para describir lo acaecido en este país.

Palabras clave: nueva izquierda – estudiantes – examen

Summary

Within the social sciences is often referred to the new left to refer to the pioneer sector in the social protest of the late 1960s and early 1970s, years marked in the world by large student mobilizations. In Argentina, as in the other countries, this renewed left would be made up of young people, with a particular presence and prestige within the universities. In this article, from considering the advances registered in the field dedicated to the local student movement, I propose to discuss the analytical relevance of such a concept to describe what happened in this country.

Keywords: new left - students – exam

 

 

 

 

Introducción por Latinoamérica

En 1960 apareció en Londres la New Left Review. Como su nombre lo indica, esta revista se proponía oficiar de embajadora de la nueva izquierda. En un terreno intelectual donde el comunismo soviético gozaba de gran peso, difundir una mirada alternativa conformaba un desafío. Avanzada la década, la revista sintonizaba con los grupos de la llamada nueva izquierda que habían surgido en el marco de las recientes luchas sociales, en un contexto donde el auge capitalista de la posguerra se estaba agotando.

Bajo este clima, en mayo de 1968 los estudiantes franceses sacudieron la escena internacional con una protesta que sorprendió a las autoridades gaullistas. La manifestación expresó un malestar juvenil a nivel continental destacándose también los hechos de Italia y Alemania. Como lo mostró la Primavera de Praga, las convulsiones protagonizadas por los universitarios europeos no eran exclusivas del bloque capitalista. Al otro lado del océano atlántico, en Estados Unidos, donde ya en 1964 los hechos de Berkeley habían dado que hablar, a fines de esa década las manifestaciones estudiantiles, combinadas con las luchas de los afrodescendientes por sus derechos civiles y con la del movimiento adverso a la guerra en Vietnam, adquirieron un tenor más violento. Estos levantamientos se replicaban en África y Asia como atestiguan los sucesos acaecidos en Egipto y Japón. Este último país había tocado el silbato de partida a principios de 1968, impactado por la guerra de Vietnam y las consecuencias locales de la contienda, con un movimiento estudiantil que se prolongaría muy belicoso a lo largo del año.

América Latina no fue ajena a este clima de contestación estudiantil. Como ha sostenido un historiador estadounidense, en estas tierras, comparado con occidente, las protestas estudiantiles resultaron más virulentas, como lo atestigua su legado de sangre, además de imbricarse más directamente con la economía y la política, sin necesidad de apelar a cuestiones como la alienación.[1] En ese trance, la revuelta latinoamericana de 1968 tuvo como epicentro a Río de Janeiro, Montevideo y México.[2]

En Brasil, desde 1964 se había instaurado una dictadura militar que anuló las reformas de la era precedente, como la autonomía y el cogobierno de la novel Universidad de Brasilia.[3] Bajo la nueva administración, se desplegaron tropas en los campus, se clausuraron comedores universitarios y los locales de la Unión Nacional de Estudiantes (UNE), que desde hacía años clamaba por una Reforma Universitaria, fueron cerrados u ocupados militarmente.

En la resistencia estudiantil contra la represión y los acuerdos universitarios con agencias estadounidenses se produjo un ascenso de las corrientes marxistas en detrimento de los católicos de Acción Popular. Esto impactó en un declive del Partido Comunista Brasileño (PCB) en favor de agrupaciones más radicales, como los disidentes de dirección estadual de Guanabara (DIGB), los maoístas del PC do B y Política Operaria (Polop).

A comienzos de 1968 la dictadura clausuró el comedor Calabouço en Río de Janeiro, motivando numerosas manifestaciones y enfrentamientos. El primer choque letal ocurrió el 28 de marzo, cuando fue asesinado Edson Luis de Lima Souto. En respuesta, los estudiantes ocuparon la Asamblea Legislativa estadual. Este crimen sería el primero de una larga lista de estudiantes asesinados por la dictadura brasileña durante el otoño, motivando una respuesta juvenil y popular de gran envergadura, cuyo vértice superior fue la Paseata dos Cem Mil, el 26 de junio de 1968.

El movimiento se extendió a otras ciudades, como Brasilia, Minas Gerais, San Salvador de Bahía y San Pablo. La dictadura respondió incrementando sus rasgos represivos mediante el Acto Institucional nº 5 y comenzando en 1969 una reforma universitaria caracterizada por la modernización autoritaria.

Para 1968 en la Universidad de la República (UDELAR) uruguaya existía una extensa tradición reformista que se remontaba al cogobierno de 1908.[4] La vida política universitaria, decimonónicamente autónoma, fue asumiendo el contorno de los debates de la izquierda local, que tenía en esta universidad uno de sus bastiones. Mientras en las facultades se confrontaban posiciones sobre una Reforma de avanzada, sobre todo a partir del Plan Maggiolo de 1967, rector de esa casa, en el país el sistema político experimentaba un giro autoritario y represivo bajo las presidencias de Jorge Pacheco Areco y José María Bordaberry, ambos del Partido Colorado.

Las protestas estudiantiles de 1968 en Montevideo comenzaron en mayo, cuando los alumnos de los liceos realizaron sentadas, cortes de calles y ocupaciones de edificios en rechazo del aumento del boleto de ómnibus. Semanas después el gobierno dictó el estado de excepción con las Medidas Prontas de Seguridad. No obstante el estudiantado, junto a numerosos contingentes obreros, continuó movilizado, sufriendo la baja del alumno comunista Líber Arce el 14 de agosto, el primero de los tres mártires universitarios del ‘68 uruguayo.

Durante estas luchas se multiplicaron los militantes de izquierda, quienes a través del uso de la violencia material y la extensión de las instancias de decisión de base mostraron signos de una nueva radicalización. El Partido Comunista y el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros sumaron adeptos, además de conformarse el Frente Estudiantil Revolucionario (FER); el colectivo Resistencia Obrero Estudiantil (ROE), en un intento de continuidad de la proscripta Federación Anarquista Uruguaya (FAU) y los Grupos de Acción Unificadora (GAU), formados por católicos de izquierda.

En ese año la capital mexicana también fue escenario de disturbios, precedidos por reyertas en otros estados, producto de enfrentamientos entre estudiantes secundarios.[5] El 26 de julio confluyeron manifestantes que homenajeaban la Revolución Cubana con alumnos que protestaban por los abusos policiales. Días después, tropas de infantería del ejército y paracaidistas tomaron por la fuerza el barrio del Colegio San Ildelfonso y derribaron la antiquísima puerta de la institución, ingresando al edificio, haciéndose de más de 1.000 prisioneros y lesionando a 400 alumnos. El gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI), al frente de un régimen de partido único, aducía enfrentar un complot contra los juegos olímpicos de ese año en México, donde los estudiantes estarían siendo instrumentados por el Partido Comunista.

Entre los alumnos, docentes y autoridades de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) se produjo una inmediata indignación y movilización. La agitación creció en numerosas instituciones educativas del país y se formó el Consejo Nacional de Huelga (CNH). Los enfrentamientos se prolongaron durante agosto y septiembre, registrándose manifestaciones masivas, un acampe estudiantil multitudinario en la plaza central, el Zócalo, y la ocupación militar de la UNAM. El 2 de octubre de 1968 el gobierno llevó adelante una violenta represión contra un mitin estudiantil en la Plaza de las Tres Culturas cuyo número de muertes aún es objeto de controversia.

La Masacre de Tlatelolco, como se la conoció, cerró un ciclo de movilizaciones y radicalización de las bases estudiantiles, inéditas en México. El gobierno pudo celebrar de este modo los juegos olímpicos “en paz”. Sin embargo, durante los años subsiguientes retornaron las protestas, se formularon proyectos de transformación universitaria de hondo calado, se fundaron o fortalecieron organizaciones trotskistas, consejistas, maoístas y castro-guevaristas, aunque el comunismo mantuvo un lugar relevante, así como durante el rectorado de Pablo González Casanova (1970-1972) se conquistó la expansión de la UNAM. La misma radicalización atravesaría a los universitarios peruanos y colombianos que pronto también se harían oír con sus protestas.

En tanto, en la Argentina se iniciaba un quiebre de la protesta social en la que los obreros junto a las masas estudiantiles descollarían. Mónica Gordillo resaltó, más aún, cómo tras el Cordobazo se erigió una “creciente demanda de autonomía y democracia de base, que se afirmó como un código común sobre todo entre los sectores juveniles.[6] No es menos cierto que esa demanda se había gestado mucho antes.

Efectivamente, en el plano universitario, todo un hito en ese sentido fue el golpe de Estado de 1966, que inauguró la autoproclamada “Revolución Argentina” e intervino las casas de altos estudios, recayendo en los estudiantes el grueso de la represión.[7] Dos años más tarde, el cincuentenario de la Reforma Universitaria cumplido el 15 de junio volvió a poner en las calles a los estudiantes, bajo el llamado de huelga y movilización dispuesto por la FUA (Federación Universitaria Argentina), que, aprovechando la ocasión para reclamar el cese de la intervención y la dictadura, reinstalaron las consignas reformistas de autonomía y cogobierno.[8] Otro hito de esta fecha lo marcó la unión con el movimiento obrero, particularmente con quienes se habían encolumnado tras la díscola CGTA (Central General del Trabajo de los Argentinos) opositora a la CGT, conexión también presente en el programa reformista bajo la reivindicación de la solidaridad obrero-estudiantil y la extensión universitaria.[9] Desde entonces, la conflictividad social se incrementó, dejando testimonio de la misma los diferentes “azos” acaecidos en distintas ciudades, cuyo número y carácter aún no precisado con detalle se estipula por decenas. Esta conflictividad se mantuvo alta hasta 1972 cuando comenzó a declinar, en sintonía con el llamado a elecciones que al año siguiente puso fin a la dictadura.

Según distintos autores, este ciclo de protestas trajo a colación la nueva izquierda argentina.[10] Este sujeto, al igual que en los países del centro capitalista, estaría caracterizado por su juventud, y en ese sentido la universidad de fines de los años sesenta y comienzos de los setenta se erige como un terreno particularmente propenso para su observación. La nueva generación, impactada por los cambios tecnológicos y las consiguientes transformaciones en el mundo del trabajo implicadas, se mostraba proclive a constituir una alternativa a las “viejas izquierdas”. Dentro de estas últimas el comunismo soviético ocupaba un lugar central, siendo superado, eso se cree, por formaciones que se reivindicaban maoístas, guevaristas, en menor medida trotskistas y una amplia gama de matices, cruces e invenciones. Pero en la Argentina, además de estas agrupaciones, la peculiaridad estaría dada, siguiendo a los autores en cuestión, por el novel peronismo de izquierda, que en el mediano plazo habría conquistado la primacía política en su seno.[11]

En las páginas que siguen me propongo examinar el concepto de nueva izquierda, dando cuenta de su pertinencia, o no, para analizar el caso argentino. Más puntualmente, ¿Hasta qué punto es adecuado referirse a la “nueva izquierda” para caracterizar al movimiento estudiantil argentino? ¿Este concepto originado para observar lo acaecido en los países centrales capitalistas, y desde éstos, deja ver más y mejor el proceso real del estudiantado, u oculta éste en verdad, en países más bien periféricos como la Argentina?

Ahora bien, más allá de la alusión general, son pocos los trabajos pormenorizados, es decir con un registro empírico sólido, que den cuenta en este país de su peso efectivo. En ese sentido, en este texto me propongo observar la trayectoria de la supuesta nueva izquierda argentina a la luz de lo sucedido en el estudiantado de la Universidad de Buenos Aires (UBA), la institución académica más grande de la Argentina. El período elegido es el de la dictadura autoproclamada “Revolución Argentina”, puesto que los años en que transcurrió, esto es entre 1966 y 1973, comprenden el ciclo que se suele señalar como clave en su aparición en el mundo. Para ello, no se trabajará con una fuente específica o una corriente estudiantil puntual, sino que, más bien, se realizará una síntesis de conjunto a partir del trabajo de campo ya realizado y los avances registrados en distintas publicaciones a lo largo de un proceso de investigación que me encuentro concluyendo. Pese a que resulta obvio que el debate necesitaría profundizar sobre lo acaecido en otras latitudes, que aquí sólo se apuntará colateralmente, es de destacar que los autores referidos han procurado ensayar una explicación global en las grandes urbes argentinas, particularmente en el caso porteño, en ocasiones sin aclarar la cuestión. Por otro, no es un hecho menor que dentro del mundo universitario en el período aludido la UBA concentre entre un poco más de dos tercios y no menos de un cuarto de la matrícula universitaria nacional, densidad poblacional que revela su importancia estratégica. Este ensayo intenta pues reponer claridad sobre el asunto a la luz de los avances de investigación recientes.

 

El concepto frente a los hechos

En lo que sigue se parte de la premisa de que la operatividad o no del concepto de nueva izquierda tiene que evaluarse en relación a su capacidad para dar cuenta de las trasformaciones acaecidas en los años en que se lo inscribe. En ese sentido, me preguntó si existe una cantidad considerable de organizaciones, con arraigo e importancia relativa, que merezcan en la UBA este rótulo sobre otros posibles durante los años abarcados por la “Revolución Argentina”. Este arraigo puede medirse tanto por el número de adherentes, en comparación con otras fuerzas que no formarían parte de este fenómeno innovador, y simultáneamente por su capacidad para imponer su línea política, insertándose así en los principales enfrentamientos sociales que hicieron sobresalir este período en la historia. Nótese que este modo de enfocar las cosas rehúye de restringirse a los discursos verbales o incluso de su inferencia a partir de las identidades estéticas, para centrarse más bien en la participación concreta dentro de la lucha de clases. Si se procediera al revés, que puede ser no obstante muy aleccionador respecto a los alcances subjetivos de esta nueva izquierda, se perdería empero de vista el panorama de conjunto y la consiguiente incidencia relativa del fenómeno de la nueva izquierda en él.

Una primera aproximación de cara a las agrupaciones de la supuesta nueva izquierda puede distinguir entre organizaciones identificadas con el peronismo y las no emparentadas con éste, dado que, como se sostuvo, las últimas estarían a tono con fenómenos mundiales, mientras que las primeras despuntarían la singularidad argentina. En ese sentido, este recorrido se inicia con las organizaciones no peronistas, que se postulaban revolucionarias, para arribar luego a la que se denominaban peronistas.

 

 

 

Izquierda revolucionaria

Tras la intervención de 1966, la UBA al igual que el resto de las universidades públicas fue objeto de una dura represión que atacó a los núcleos docentes más dinámicos que motorizaban la investigación científica y a los estudiantes opositores.[12] Mientras los primeros renunciaron o fueron expulsados, marchándose del país en muchos casos, los segundos se quedaron en la universidad resistiendo la intervención. Pasado el mes de octubre, tras haber sido asesinado en el marco de las protestas el estudiante cordobés Santiago Pampillón, la conflictividad tendió a ceder en el país, imponiéndose el dominio oficialista.

Durante el año siguiente, la pendiente descendente, en sintonía con la mermada conflictividad obrera, se afianzó. Si evaluado desde este ángulo este año resultó perdido para los opositores, no lo fue sin embargo desde el punto de vista de las trasformaciones organizativas acaecidas. Durante 1967 aparecieron o terminaron de conformarse un conjunto de organizaciones que iban a ser parte del paisaje corriente de los años porvenir. Particularmente, relevante, dado que dominaba la FUA y gran parte de los centros estudiantiles del país (la mitad en la UBA) resultó la ruptura del PC por parte de su sector universitario que emigró mayoritariamente.[13] Así, lo sucedido en Buenos Aires fue central, ya que la UBA se constituyó en epicentro de la ruptura. Al año siguiente los estudiantes conformaron el Comité Nacional de Recuperación Revolucionaria (CNRR) en breve renombrado PC Revolucionario (PCR). Esta agrupación adoptó el sello Frente de Agrupaciones Universitaria de Izquierda (FAUDI), manteniendo el control de la FUA y más de treinta centros estudiantiles en el país.

En el campo de la izquierda no peronista también aparecieron otros grupos. Vanguardia Comunista, primera organización maoísta argentina, comenzó a militar en la UBA, donde más tarde asumió el nombre de Tendencia Universitaria Popular Antimperialista Combatiente (TUPAC).[14] Por otro lado, el Partido Revolucionario de los Trabajadores formado un par de años atrás se partió en dos, dando vida al PRT “La Verdad”, que mantuvo la identidad trotskista y el liderazgo de Nahuel Moreno, y el PRT “El combatiente”, que sin rechazar el trotskismo, también fue rotulado de guevarista.[15] Los primeros se conformaron como Tendencia de Agrupaciones Estudiantiles de Avanzada (TAREA), proclamándose los segundos Tendencia Antimperialista Revolucionaria (TAR). Al mismo tiempo, otro grupo trotskista, Política Obrera (PO), empezó a militar en la universidad, dando vida a la Tendencia Estudiantil Revolucionaria Socialista (TERS).

Nótese que términos como antiimperialismo o revolucionario se habían impuesto como marca de identidad. De estos grupos, que los completaban otras organizaciones más de arraigo en cada facultad, el FAUDI constituía la corriente universitaria más significativa, siendo el resto aún muy incipiente. Mediante la FUA esta agrupación fue quien lanzó en 1968 una huelga y movilización ante el cincuentenario de la Reforma, que marcó un quiebre respecto a la derrota que cargaba en sus espaldas.[16] Asimismo, propició la unidad de acción con la naciente Confederación General del Trabajo de los Argentinos CGTA, desprendimiento de la CGT conducida por el metalúrgico Augusto Vandor, aunque tomó distancia de su línea política. En el año 1969, cuando las protestas crecieron en todo el país, en la UBA también lo hicieron. Sin embargo, el aliado sindical estuvo desdibujado en Buenos Aires. Pese a bucear en un contexto menos favorable que sus coetáneos de otras latitudes, el FAUDI mediante la FUA se autocriticó por no haber estado a la altura de los acontecimientos, también en Buenos Aires.

Al año siguiente, las luchas por el ingreso, es decir por derrotar los cupos de acceso que limitaban el acceso universitario, constituyeron la principal lucha del estudiantado argentino.[17] En la UBA estas pugnas se iniciaron poco antes del comienzo de clases en marzo y prosiguieron con fuerza hasta mediados de 1970.[18] Si bien las luchas estudiantiles no pudieron cancelar el examen de ingreso, como sucedería en Córdoba al año siguiente, sí lograron revertir en buena medida el “limitacionismo” ampliando aquí los ingresantes al igual que en el resto de las universidades. En ese contexto de ascenso estudiantil el FAUDI continuó su desorientación, lo cual era expresado sin ambages en sus publicaciones. Esta crisis lo llevó a fines de 1970 a perder la dirección de la FUA tras haber resignado muchas conducciones de centros.[19] En paralelo, empezó a cuestionar su identidad reformista en la Universidad, lo que el PC con el Movimiento de Orientación Reformista (MOR) en plena reconfiguración, por el contrario ensalzaba.[20] Esta organización formaría la llamada FUA “La Plata” que lograría un peso similar a la que recreaban sus rivales, la FUA “Córdoba”.

El resto de los grupos aludidos habían sido más remisos a identificarse con el reformismo, por considerar esa identidad universitaria perimida, superada históricamente, más allá de dar cuenta de tal o cual aspecto positivo en su trayectoria. ¿Cómo les iba entretanto en el movimiento estudiantil? Si bien estas organizaciones, al igual que el FAUDI, participaron en todos los enfrentamientos que potenciaron la ofensiva estudiantil contra la dictadura, su crecimiento resultó más modesto que grandilocuente. En ningún caso pudieron alcanzar el volumen militante que había ostentado el FAUDI en sus inicios, agrupación que comenzaba a asemejárseles en volumen, más por su debacle que por otra cosa (esta caída, por cierto, fue más pronunciada en Buenos Aires que en otros sitios como La Plata).

Durante 1971 la aparición de los cuerpos de delegados por cursos, órganos promocionados como de doble poder que en competencia con los centros pretendían instalar una nueva forma de organización para la lucha, pareció ofrecerle a estas pléyade de grupos el punto de quiebre para revertir esta situación.[21] Junto a todos los grupos mencionados, se plegaron otros locales, además de sectores peronistas. Estas organizaciones, no obstante, aunque se ensayaron en varias facultades, sólo prosperaron en Filosofía y Letras y Arquitectura, superando por cierto lapso a los centros nativos. Sin embargo, en la primera facultad, ya entrada la primavera, el cuerpo de delegados se encontraba en una crisis muy aguda, mientras que en la segunda, pese a una mayor sobrevida, tampoco pasó el año de vida.

Antes de agotarse, los grupos de izquierda en cuestión se lanzaron a participar en estas entidades a través de los representantes que conquistaron en los distintos cursos universitarios. Particularmente, la TUPAC maoísta y el FAUDI, que empezó a abrazar esa identidad política, se involucraron de lleno. Sin embargo, el resultado no fue el esperado. El funcionamiento asambleario y abierto, resultó una oportunidad de figuración para los pequeños grupos, pero a la larga su competencia desbocada por obtener la dirección de tales cuerpos implosionó el proceso. A ello se sumó el hecho de que la dictadura en retroceso aplicó una férrea política represiva hacia los sectores más díscolos, que al mismo tiempo con las elecciones porvenir se quedaron sin política para la nueva situación.[22] Entretanto, los comunistas junto a otros grupos reformistas se abocaron a reconstruir los centros de estudiantes. Al principio ello pareció no ser un problema para quienes creían que estas entidades habían muerto junto al reformismo que las parió, pero cuando advirtieron su pervivencia, intentando volver a ellos, encontraron que sus posiciones ya alicaídas habían empeorado.

Una estadística que considera la totalidad de acciones estudiantiles encaradas en la UBA durante el período comprendido por los golpes de Estado de 1966 y 1976, resulta útil a modo de síntesis de lo expuesto. Discriminando los grupos que protagonizaron tales acciones de lucha en el período, se desprende que las organizaciones referidas tuvieron de conjunto durante 1971 su mejor performance.[23] Sin embargo, más allá de ese año, las agrupaciones del reformismo son las que tienden a encabezar las luchas en el conjunto del período. Es decir, es verdad que estas agrupaciones en ocasiones se ubicaron a la vanguardia de las luchas universitarias, pero su dirección resultó frágil, muy fragmentada y, al fin de cuentas, efímera. El llamado a elecciones, es decir la vía institucional por la que la clase dominante intentó poner fin a la crisis política en curso, sin desplazar por ello la represión más directa, resultó un escollo difícil de superar para estos grupos que lo vivieron como una “trampa” del sistema.

Para el FAUDI el colmo de este proceso fue que el MOR comunista en 1972 lo superara con amplitud en las filas estudiantiles porteñas, una vez liquidados los cuerpos de delegados, alzándose prácticamente con todos los centros de estudiantes de las UBA en las elecciones de fines de ese año. Desde entonces, nunca pudo esta organización volver a sus niveles de injerencia previos. Para el resto de los grupos aludidos, 1972 confirmó, pese a los matices del caso (la TERS trotskista hizo un papel menos deslucido que el resto de los grupos en estos comicios, aunque sin sobresalir), su incapacidad para acaudillar a masas más amplias del estudiantado.

 

Izquierda peronista

Previo al golpe de 1966, las agrupaciones peronistas en la UBA eran minúsculas y mayoritariamente vinculadas a la derecha.[24] Según entiende buena parte de la bibliografía, tras la intervención universitaria se inició un proceso de peronización de carácter ascendente con orientación de izquierda. Se trata de una afirmación corriente en la literatura del período, ratificada por quienes se han abocado específicamente a los universitarios.[25] Sin embargo, esta afirmación es aún demasiado general, requiriendo mayor precisión temporal. En concreto, al inicio de la “Revolución Argentina” eran pocos los grupos que podían encuadrarse dentro de la izquierda peronista en la UBA. El más significativo de ellos era el Frente de Estudiantes Nacionales (FEN), surgido entre el golpe y la intervención universitaria.[26] Este grupo, oriundo del reformismo y con raíces en el socialismo a nivel nacional, poseía su epicentro en Filosofía y Letras, donde se ubicaba tras los comunistas, aunque también contaba con seguidores en las facultades de Derecho e Ingeniería, además de en su filial rosarina. Al año siguiente, sus filas porteñas se engrosarían al sumar a Renovación Reformista que dirigía el Centro de Estudiantes de Ciencias Económicas. Sin embargo, al mismo tiempo se alejarían sus precursores en las facultades de Derecho y una parte de los militantes de Filosofía y Letras, quienes junto a estudiantes de Arquitectura formarían la Corriente Estudiantil Nacionalista Popular (CENAP). Por último, durante 1967 el Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN), que desde principios de los años sesenta militaba en la UBA, llegando a obtener un par de años el Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras, se reconstruiría en la universidad con la Agrupación Universitaria Nacional (AUN).

Adviértase que en estos grupos lo nacional primaba en su presentación universitaria. El peronismo, si bien defendido, era aún una identidad subordinada en la universidad, demorando algún tiempo en consolidarse plenamente. Por otro lado, entre los grupos que recreaban esta identidad existían diferencias. De un lado, AUN se asumía también reformista, lo cual lo llevaba a trazar alianzas con los grupos de ese tipo en la FUA. Pero todo el resto del peronismo rechazaba de plano el reformismo por considerarlo enemigo histórico del peronismo. Sin embargo, el FEN, como se vio, pese a no adherir a la FUA, competía por el control de los centros de la UBA, que el resto de los peronistas juzgaban reformistas. Este arco de organizaciones, que eran mínimas más allá de la variedad de siglas que las nombraban, no pueden ser considerados sin más de izquierda, más allá de que algunos de estos grupos se hayan volcado posteriormente a sus filas, como fue el caso por ejemplo de la Federación de Agrupaciones Nacionales de Estudiantes Peronistas (FANDEP). En el otro extremo, el Sindicato Universitario, desde hace años, con cierta presencia en Derecho, era furibundamente anticomunista y parte activa de la represión universitaria dada su firme adhesión a la dictadura.

En los años siguientes esta izquierda peronista en formación aumentaría en cierta medida su influjo, al igual que había sucedido con los grupos de izquierda ajenos al peronismo y al PC. Su ligazón más orgánica a la CGTA les sería de enorme ayuda.[27] En la UBA la primacía recaería en el FEN, quien a fines de los años sesenta secundaría al FAUDI en la relación de fuerza global. El resto de los grupos peronistas mencionados también se expandirían, aunque en una proporción bastante menor, emulando en cierto modo lo que ocurrió con la izquierda no peronista. Ya por entonces se comenzaba a visibilizar el aporte de los católicos en sus huestes militantes, oriundos de la Liga Humanista y el socialcristianismo, aunque en Buenos Aires esta contribución resultó menor que en otras urbes del país donde la Iglesia poseía mayor influjo. En este clima, nuevas formaciones peronistas aparecerían en las facultades, pese a que en ocasiones su presencia resultó más bien propagandística y anecdótica, ya que su intención residía en reclutar militantes para trasladarlos a otros ámbitos, más que en un afán de afianzarse en este terreno. Este desarrollo raquítico llevaría a que tales grupos atraviesen recurrentes crisis, hecho que lo pone de relieve la sucesión incesante de siglas que los identificaban.

Durante 1969 el FEN fue parte de las movilizaciones porteñas contra la dictadura que marcaron el cambio de relaciones de fuerza política a nivel nacional. Paradójicamente, en momentos que sus militantes auguraban un crecimiento a partir de su entrelazamientos con las organizaciones gremiales peronistas, esta agrupación padeció mucho la pérdida de injerencia de la CGTA, más acuciante en sus sindicatos con sede en la Capital Federal. Ante este hecho, la dirigencia del FEN comenzó a buscar otros rumbos. En 1971, con su lugar en la universidad muy erosionado, su líder Roberto “Pajarito” Grabois se entrevistó con Perón en Madrid.[28] No por azar, poco después comenzó un proceso de unificación con Guardia de Hierro, una organización peronista con cierta militancia barrial en la región metropolitana, aunque con una afiliación mucho menor que la del FEN y una agrupación minúscula en la UBA, la Organización Universitaria Peronista.[29] La dirigencia del FEN, no obstante, alentó esta unión ya que vio en ella la posibilidad de reinsertarse en el peronismo, lo que efectivamente consiguió. Sin embargo, la identificación con alguna versión de la izquierda, por ejemplo su otrora defensa del leninismo, se esfumó por completo al unirse a un grupo que dentro de tal movimiento se lo consideraba de derecha (su nombre con reminiscencias a la Guardia de Hierro rumana no era mero azar como algunos autores pretenden). Esta línea se profundizó en 1972 cuando el FEN, más allá de integrar sin solvencia ni horizonte político la Juventud Peronista (JP) que relanzó esta fuerza de cara a los comicios que se avecinaban, incrementó su rivalidad con las organizaciones universitarias que comenzaban a volcarse hacia el ala izquierda del movimiento.[30]

Este sector de izquierda peronista, base de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) formada en 1973, tendría entre sus filas a los seguidores del CENAP además de una plétora de militantes provenientes de pequeños grupos. Los militantes de AUN, en cambio, no convergerían, en buena medida porque, dada su identidad reformista a la vez, en los años previos habían profundizado su participación en la FUA y los centros. ¿Cómo les había ido a todos estos grupos en los años anteriores?

En el caso de AUN a fines de 1970, junto a un sector díscolo de la Franja Morada (nombre que refería al color de la Reforma Universitaria),[31] esto es los sectores anarquistas y socialistas enfrentados a los radicales que habían fundado la organización, ganarían la FUA “Córdoba”, desplazando al FAUDI. Sin embargo, este ascenso se refrenaría con la pérdida de la Federación apenas un año después en manos de una alianza entre los radicales que se quedarían con el sello Franja Morada y los socialistas del Movimiento Nacional Reformista (MNR), quienes a la larga se consolidarían en la presidencia de la Federación. Con todo, en el caso de la UBA, AUN no lograría hacer pie más allá de la pequeña agrupación que poseía en Ciencias Económicas y su similar de Derecho. Esto quedaría manifiesto entre 1971 y 1972 cuando ante las elecciones de centros en que se iría imponiendo el comunismo, esta agrupación obtenga escasos sufragios.

En el caso de los grupos peronistas que no adherían a las corrientes anteriores, su incidencia de conjunto en la UBA durante el período comprendido por los convulsionados “azos” había sido marginal. Las llamadas “cátedras nacionales” de Filosofía y Letras, nacidas en 1967 bajo el respaldo de la intervención universitaria, entrada la nueva década se desintegrarían, restándole a estos grupos estudiantiles su principal baluarte universitario. Por otro lado, en las luchas por ampliar el ingreso universitario su participación había sido entre nula y muy poco significativa, y muy por detrás de la que había ostentado, por lo menos al comienzo, el FEN e incluso AUN. El único fenómeno con cierto relieve en el que habían despuntado eran los cuerpos de delegados. Así, en Filosofía y Letras habían llegado a tener una participación similar a la de la izquierda no PC, aunque la rápida caída en desgracia de estos cuerpos los había encontrado primeros en la puerta de salida. En Arquitectura la Tendencia Universitaria Popular de Arquitectura y Urbanismo (TUPAU), afiliada al CENAP, con su aliado menor la Unión Nacional de Estudiantes (UNE), constituía la gran excepción.[32] Esta agrupación contaba con una inserción más firme en el alumnado, plegándose al cuerpo de delegados con un píe de igualdad junto al FAUDI y su aliado TUPAC. Sin embargo, este fenómeno local, que así todo se acotó frente a la caída en desgracia del cuerpo de delegados como nueva institución en la lucha antidictatorial, no tuvo un reflejo semejante en la mayoría de las facultades.

En definitiva, el peronismo de izquierda, más allá de las facultades de Filosofía y Letras y Arquitectura, donde sin ser hegemónicos y ni siquiera constituir la primera minoría estudiantil cosecharía al menos cierta adhesión entre el alumnado, relativamente parecida a la que ostentaban a las izquierda no alineada con el PC, aunque con un grado de dispersión organizativa mayor. Por otro lado, el FEN, se recalca, el grupo más significativo del peronismo en la UBA a lo largo de toda la “Revolución Argentina”, había abandonado al final de la dictadura su identificación con la izquierda, afianzándose en cambio su lealtad a Perón, todo un símbolo de sus nuevos tiempos. Este hecho conllevaría a que sus adversarios en el peronismo los acusen de haberse pasado a la “ortodoxia” o derecha peronista. La izquierda peronista, con todo, mostraba por ahora una identidad más bien porosa y una endeble formación organizativa, y por ello el clima deliberativo, y nos las acciones concretas de lucha, los distinguía al final de la dictadura. AUN, por su parte, un grupo que podríamos poner en la frontera con el reformismo, se ubicaba a mitad de camino entre ambos sectores, pero sin conquistar una adhesión significativa. Estas luchas internas, por cierto, adquirirían relieves trascendentes al año siguiente cuando las disputas sobrepasarían lo verbal.

Recurriendo a la estadística que ya se observó para situar el accionar de la izquierda revolucionaria, se advierte que la actuación de conjunto de estos grupos tiene un modesto pico entre 1968 y 1969, para crecer tras una marcada caída en términos mucho más gravitantes desde mediados de 1972, y sobre todo durante 1973, es decir, en momentos donde las urnas volvieron al país. Para entonces, el actor clave en su seno sería la JUP, conformada a principios de ese último año. Así, durante la “Revolución Argentina”, las izquierdas identificadas con el reformismo universitario y las proclamadas revolucionarias superaron ampliamente en cantidad de acciones de lucha a las organizaciones peronistas. En el ‘73 esto se revirtió en parte para los últimos, aunque sin sacarle una distancia considerable a las otras dos corrientes que se mostraron también muy activas. Incluso, los comunistas y un sector de los radicales se aliaron con los peronistas.[33] Fue un año, sin embargo, donde, en comparación con los tiempos precedentes, las acciones callejeras de todos los grupos pesaron menos que las declaraciones, en ocasiones de apoyo al gobierno.[34] Por otro lado, también en el caso de la JUP el crecimiento fue precipitado pero su duración efectiva en el centro de la escena política muy acotada, siendo su caída mucho más pronunciada que la de los otros grupos de esta clasificación.

 

“Nueva Izquierda”: ¿Descartar, reformular o desechar?

Lo considerado en este texto ha puesto en cuestión la incidencia en el conjunto del estudiantado de la UBA durante la “Revolución Argentina” de los grupos aludidos en ocasiones como emisarios de la “nueva izquierda” nativa. No fue la intención en estas páginas describir un fragmento como si fuera un mundo, sino, más bien, ir contra la corriente que trata al mundo como si fuera un fragmento, es decir, no anteponer sin demasiado conocimiento de los hechos el caso porteño como el ejemplo por antonomasia de la consolidación de la nueva izquierda en la Argentina. Pero, ¿qué es lo que en verdad aquí sucedió?

Dentro de los dos grandes conjuntos militantes localizados, peronistas y no peronistas, sobresalieron en estos años el FEN y el FAUDI. Ambos grupos gozaron de importancia durante el ciclo de ascenso de la conflictividad social que despuntó desde mediados de 1968, prologándose hasta principios de 1972. Sin embargo, para los dos este influjo comenzó a erosionarse en el segundo tramo del ciclo. Desde ambos grupos se aludió en buena medida a la necesidad en que se encontraron a partir de la nueva década de volcar militantes más allá de la universidad para afianzar su organización nacional. Este señalamiento, correcto pero incompleto, sin embargo reconoce la fragilidad en que cayeron en el mundo universitario.

Por otro lado, más allá de estas organizaciones, el resto de las agrupaciones estudiantiles, pese a que facultades como Filosofía y Letras o Arquitectura resultaron más proclives a sus discursos y acciones, contaron con una inserción entre mediocre e inexistente. El reformismo, por el contrario, con los comunistas del MOR a la cabeza en la UBA, conquistó de conjunto mayor adhesión, erigiéndose como la primera minoría al final del período aquí abordado.

Frente a este contraste empírico, recuperado a partir de diversos trabajos sobre el tema, el concepto de nueva izquierda resulta sin dudas limitado: su capacidad de describir las transformaciones de una época en la UBA es muy escasa al soslayar que la “vieja izquierda” salió fortalecida de la “Revolución Argentina”. Por otro lado, un uso puro del mismo evapora las conexiones con lo “viejo” que guarda el grupo aparentemente “nuevo”, mayores de lo que comúnmente se admite. Por ejemplo, el trotskismo, una corriente con décadas de trayectoria, no puede ser tratado como una novedad absoluta, ni siquiera en el terreno universitario donde ya había incursionado previo al golpe de Estado de 1966. Finalmente, las estrategias y tácticas políticas utilizadas corrientemente entre los últimos, con la enorme excepción de los cuerpos de delegados por curso, a priori no parecen novedosas.

En ese sentido, ¿eran realmente de “nueva izquierda” los grupos considerados? ¿Este modo de caracterizarlos no soslaya otras caracterizaciones posibles? Es difícil pensar que los grupos peronistas, con su tendencia nacionalista tan pronunciada, se hayan visto en el espejo del fenómeno europeo que inspira tal concepto. Lo mismo, quizás con más matices, podría sostenerse de los grupos en cuestión de la izquierda no peronista ni reformista, quienes tampoco se promovieron como nueva izquierda, sino que prefirieron presentarse como antiimperialistas o revolucionarios. Sin embargo, más allá de que en ciencias sociales no puede pedírsele al actor que se explique a sí mismo, ya que si así fuera lo social resignaría su opacidad, tampoco puede obviarse sus propias caracterizaciones, como parte del problema que trata de explicarse.

No obstante, incluso ensayando un uso amplio y flexible, es decir procediendo con cierto grado de arbitrariedad conceptual, la operatividad analítica de la nueva izquierda se revela más conflictiva que armónica a la hora de entender globalmente un período tan importante de la historia argentina, por lo menos en el terreno universitario central a este sujeto. Si bien un uso limitado de este concepto puede llamar la atención sobre algunos rasgos propios de los años aludidos, su utilización abusiva al mismo tiempo oculta otros fenómenos tan o más importantes. La evaluación de esta problematicidad inherente resulta así clave para aceptar plenamente, tomar con recaudos o incluso descartar esta categoría de análisis.

Frente a este panorama, resulta curioso que la nueva izquierda se haya tomado de la “caja de herramientas” occidental para instrumentarla como prisma desde donde observar el proceso argentino y latinoamericano. Si existe un movimiento donde la inspiración a nivel global recorrió un sentido inverso fue el de los ’68: resultó así más significativo el impacto de lo que sucedía fuera de Europa en estas tierras que al revés. El maoísmo, una tendencia, o incluso una pose estética, muy acentuada en Francia por ejemplo, se gestó mirando al proceso chino y vietnamita. Entonces, ¿por qué acudir sin más a un concepto pergeñado al calor de ese impacto sin reconocer su itinerario original? Al hacerlo en Argentina, se desdibuja fundamentalmente el peso central del reformismo vernáculo, una creación original de Latinoamérica que hundía sus raíces en la Córdoba de 1918, pero que se había sacudido y reformulado durante más de medio siglo, y que todavía daba que hablar.


 

 



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* Facultad de Ciencias Sociales/ Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, Universidad de Buenos Aires. CONICET. E mail: jscalifa@hotmail.com

[1] Gould, 2009.

[2] Una muy interesante y actualizada visión de conjunto de la región en este período puede verse en los diferentes trabajos que recientemente reunieron Bonavena & Millán, 2018.

[3] Ribeiro do Valle, 2008 y Patto Sá Motta, 2014.

[4] Varela Petito, 2000 y Markarian, 2012.

[5] Ramírez, 1969 y Zermeño, 1978.

[6] Gordillo, 2007: 362.

[7] Califa, 2016.

[8] Bonavena & Califa, 2018.

[9] Califa, 2017.

[10] Con el retorno de la democracia, en 1983, los estudios académicos que utilizaron el tópico “nueva izquierda” lo remitieron a las organizaciones armadas (tempranamente Hilb & Lutzky, 1983 y Ollier, 1986, aunque en la literatura de esta última autora se utiliza el término Izquierda Revolucionaria con referencias un tanto más amplias). Sin embargo, a medida que los trabajos sobre los años sesenta y setenta se extendieron, sobre todo con el comienzo del nuevo siglo, tal concepto también lo hizo (una mención especial cabe a lo sucedido al análisis de la intelectualidad donde Oscar Terán impuso su uso). Entre todos los autores que lo refieren, se deben destacar los trabajos de María Cristina Tortti (2000, 2009 y 2014), ya que es quien ha bregado por renovar el concepto, elaborándolo con mayor profundidad y sistematicidad y, al mismo tiempo, dando cuenta de un origen más pretérito generalmente pasado por alto.

[11] Según Tortti, quien plantea una definición más amplia, “…el concepto de nueva izquierda nombra al conjunto de fuerzas sociales y políticas que, a lo largo de dos décadas, protagonizó un ciclo de movilización y radicalización que incluyó desde el estallido social espontáneo y la revuelta cultural hasta el accionar guerrillero, y desde la eclosión de movimientos urbanos de tipo insurreccional al surgimiento de direcciones clasistas en el movimiento obrero”, Tortti, 2014: 17.

[12] Califa, 2015.

[13] Gilbert, 2009 y Califa, 2015.

[14] Celentano, 2014 y Rupar, 2017.

[15] Mangiantini, 2018.

[16] Bonavena & Califa, 2018.

[17] Bonavena & Millán, 2010.

[18] Califa & Seia, 2017.

[19] Califa, 2017.

[20] Califa, 2016.

[21] Bonavena, 2012.

[22] Califa & Millán, 2016.

[23] Bonavena, Califa & Millán, 2018, cuadro 1.

[24] Califa, 2014.

[25] Véase entre muchos trabajos de estas autoras, ya que es donde la cuestión mejor se plantea, Barletta & Tortti, 2002.

[26] Reta, 2010 y Califa, 2017.

[27] Califa, 2016.

[28] Grabois, 2014.

[29] Tarruella, 2005 y Anchou, 2007.

[30] Dip, 2018.

[31] Beltrán, 2013.

[32] Corbacho & Díaz, 2014.

[33] Millán, 2014 y 2015.

[34] Bonavena, Califa & Millán, 2018, cuadro 2.