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Dossier: otras coordenadas para pensar 1918

Introducción

 

 

Coordinador:

Pablo Manuel Requena*

 

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Cuadernos de Historia. Serie economía y sociedad, N° 21, 2018, pp. 45-51.

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El peligro amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a los que lo reciben. En ambos casos es uno y el mismo: prestarse a ser instrumento de la clase dominante. En toda época ha de intentarse arrancar la tradición al respectivo conformismo que está a punto de subyugarla. El Mesías no viene únicamente como redentor; viene como vencedor del Anticristo. El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.

Walter Benjamin, 1940

 

Los historiadores tenemos, cuanto menos, una relación de cautela con las conmemoraciones pues en ellas intuimos genealogías forzadas o invenciones retrospectivas que, usualmente, justifican posiciones del presente. Sucede que sabemos que peinando a contrapelo tales conmemoraciones se pueden reconstruir los procedimientos de montaje de un relato del pasado y, más aun, cuánto hay de invención en el modo en que una comunidad determinada tramita sus deudas y sus herencias con el pasado. Dicho lo cual, debe quedar claro que no estamos diciendo nada nuevo que no haya sido estudiado y reflexionado durante la segunda mitad del siglo XX; por ello, organizar un dossier con motivo del centenario de la Reforma Universitaria de 1918 supone una sensación extraña.

No existe un solo lugar desde el cual acercarnos al pasado. Ni tampoco el discurso de los historiadores es el único registro posible, de modo que es claro que las instituciones, siempre ansiosas de encontrar mitos fundantes por ejemplo, llevan adelante sus propios usos del pasado y producen su propia discursividad en torno a él. El vehículo de ésta no es el del saber académico, es, entre otros, el de los fastos y las celebraciones. En 2018, las autoridades de la UNC construyen una celebración que tuvo su eje en el mes de junio. El hecho que se concentraran los fastos reformistas en la fecha del 15 de junio como la jornada clave de la Reforma Universitaria invita a algunas reflexiones sobre lo lábil y arbitrario de la memoria reformista.

La primera: el 15 de junio de 1918 fue el día del revés del movimiento estudiantil, el de la Asamblea universitaria que terminó en la derrota del candidato de los estudiantes reformistas, Enrique Martínez Paz, y en la elección de Antonio Nores como rector de la Universidad Nacional de Córdoba; podría pensarse que ese acontecimiento supuso un corte, un quiebre, en las expectativas que quienes estaban en favor de reformas institucionales tenían respecto de su viabilidad dada la correlación de fuerzas políticas dentro de la Casa de Trejo. Podemos coincidir con algo que planteó Liliana Aguiar hace casi treinta años: la derrota supuso un salto político y una ruptura hacia dentro de los estudiantes. Sin embargo, la fecha que condensa desde hace muchos años el aniversario reformista es la fecha de una derrota. La segunda reflexión, concentrar todo en la fecha del 15 de junio supone borrar un proceso de conflictividad que se extiende entre, por un lado, setiembre de 1917 cuando los estudiantes de la Facultad de Ciencias Médicas internos en el Hospital Nacional de Clínicas realizaron una huelga que tuvo como consecuencia sanciones disciplinarias y, por el otro, el mes de octubre de 1918 cuando luego de dos intervenciones federales y un ciclo de inestabilidad institucional muy marcado, fueron nombrados rector y vice Eliseo Soaje y Enrique Martínez Paz, respectivamente. La conflictividad entre setiembre de 1917 y octubre de 1918 sigue un sendero muy especial: se comienza reclamando en la Facultad de Ciencias Médicas y en la de Ciencias Físico Matemáticas por demandas específicas y locales y ya para finales de 1917 y comienzos de 1918 aquellas demandas han dado lugar a otras nuevas, orientadas contra las Academias, los órganos de gobierno de las Facultades. La tercera reflexión, pensar a 1918 como un corte supone no tener en cuenta que entre las últimas décadas del siglo XIX y los años cuarenta tuvo lugar, si pensamos en las universidades nacionales, el imperio de la Ley Avellaneda de 1885. Vistos de esta manera, los acontecimientos de 1918 serían un episodio dentro de una continuidad de varias décadas en la que existe un consenso dentro de las elites gubernamentales y una parte importante de la sociedad civil respecto de cuáles deben ser los vínculos entre la universidad, el Estado y el mercado laboral.

 

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Ahora bien, y para complicar más las cosas, podríamos postular que quizás hayan existido distintos “1918” en Córdoba y en la Universidad Nacional de Córdoba y que desde 1983 estemos asistiendo a la larga vida de un consenso respecto de lo que significó esa fecha en la vida universitaria. Algunos años antes de 1983, los acontecimientos de junio fueron sencillamente imposibles de meter dentro del relato institucional sobre el pasado de la UNC; a principios de los años setenta, igualmente, la Reforma y el reformismo habían sido derivados al desván de las cosas viejas como una tara liberal y pequeño burguesa frente a otros motivos más poderosos y más interpelantes: la Revolución Cubana o el peronismo; y, durante los años posteriores a la llamada Revolución Libertadora la Reforma y los reformistas disfrutaron del prestigio acumulado durante la resistencia a la Tiranía desde el año 1943 y ocuparon lugares expectables en la construcción de la Universidad posperonista.

Los sentidos que se les asignaron a 1918 fueron variando y “1918” a la altura de su centenario no tiene nada que ver con, por ejemplo, los que se le asignaban en el momento de su cincuentenario. Lo cierto es que desde la última redemocratización, la Reforma de 1918 aparece como fundación mítica de un modelo de universidad democrático, autónomo y con participación de los distintos claustros en su vida diaria. Los sucesivos rectorados desde el 29 de diciembre de 1983, fecha en la que el presidente Raúl Alfonsín designó como normalizador a Mario Piantoni, llevaron adelante una operación de institucionalización de la Reforma Universitaria: en 1984 el principal acto por el 15 de junio tuvo lugar en el Salón de Grados, en 1986 el rector Luis Rébora se presentaba como un discípulo del rector Jorge Orgaz (ambos analizaban la realidad universitaria desde la salida de una dictadura) y en 1991 el rector Francisco Delich celebró el aniversario de la Reforma con… una misa. Más allá de estas anécdotas, tuvo lugar una apropiación y una cotidianización: el Manifiesto Liminar pasó a ser un texto de lectura para todos los ingresantes a la UNC quienes durante los primeros días de cursada leían su prosa enjundiosa acompañada de algún texto como, por ejemplo, el de Luis Marcó del Pont. La historia de la UNC había sido homologada a la historia de la Reforma: antes de esta no había pasado nada digno de ser mencionado.

¿Qué querían ver o mejor qué veían los cuadros dirigenciales de la Casa de Trejo en “1918”? Primero hay que señalar el peso que tuvo la agrupación estudiantil Franja Morada desde el proceso de redemocratización en adelante, que debe entenderse en paralelo con el ascenso del Movimiento de Renovación y Cambio luego de la muerte de Balbín en 1981 y con el aporte de viejos dirigentes estudiantiles al alfonsinismo, pero también con la teodicea de la democracia argentina durante el siglo XX que imaginó el radicalismo gobernante: si la Argentina había vivido una degradación de los hábitos democráticos y entronizado comportamientos autoritarios, para aquellos el movimiento estudiantil había sido uno de los pocos actores que no había caído en ellos. Volviendo a lo que veían en “1918”, podemos afirmar que el 15 de junio se transformó en la fecha que dio origen a la Universidad democrática y participativa, pese a que si se lo contrasta con el proceso efectivo pos 1918 no se puede encontrar algo como eso… y que lo más parecido a esa imagen haya sido la Universidad pos 1955, siempre y cuando se esté dispuesto a aceptar que se trataba de una institución en una semidemocracia, cuya marca de origen fueron las cesantías de los docentes ligados al régimen depuesto.

 

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Una pista para pensar todo lo anterior puede ser ver qué sabemos sobre la Reforma Universitaria. Y lo primero que podemos ver es que ha existido una proliferación de textos de los propios protagonistas, publicados bajo la forma de ensayos de interpretación, junto con antologías de textos y documentos; resulta asombroso ver la cantidad de veces que se replica la selección y el modelo que montó Gabriel del Mazo y es interesante pensar cómo del Mazo modelizó mediante su selección la mirada que nosotros hemos heredado del proceso político, académico y social que conocemos como Reforma. Si a esto le sumamos que recién durante los últimos veinte años hemos podido leer textos que trataban de tomar una distancia de la mirada heroica y épica y autocomplaciente con la que los propios reformistas compilaban fuentes o ensayaban análisis retrospectivos, podemos señalar que la mirada analítica de los historiadores tardó setenta u ochenta años en posarse sobre ese objeto. Si pensamos con Bourdieu que el conocimiento científico se produce a partir de la ruptura con el sentido común, hace muy poco que hemos roto con el sentido común y hemos empezado a producir una mirada verdaderamente compleja. Si, como decíamos, los historiadores no somos los únicos que producimos conocimiento y sentidos sobre el pasado, entonces debemos sumarle que hemos producido relativamente poca cantidad sobre el tema en los últimos cien años.

 

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Los textos que reunimos en este dossier apuntan a presentarnos, en el centenario de 1918, una serie de imágenes que proporcionen nuevas coordenadas para pensar qué fue de la Reforma a lo largo del siglo XX en espacios que no necesariamente fueron el cordobés a la vez que presentar distintas puertas de entrada para pensar el mismo objeto.

Los aportes de Alexandra Pita González y de Fernando Degiovani nos invitan a pensar desde una perspectiva latinoamericana al proceso reformista, para reconstruir las formas del latinoamericanismo entre las elites letradas universitarias. Degiovani analiza la obra del crítico peruano Luis Alberto Sánchez, intelectual orgánico del APRA, quien fue el autor de la primera historia de la literatura latinoamericana, esto es no centrada desde una perspectiva naciocéntrica. Es interesante seguir en la contribución cómo la Reforma posibilitó esta clase de empresas intelectuales. Mientras Sánchez escribe, durante la década de 1930, la Reforma ha sido convertida en un legado, herencia de la que son depositarios, entre otros, los estudiantes apristas que resisten la dictadura de Leguía. Pita en cambio estudia lo que podríamos llamar la “constelación Ingenieros”: la Unión Latino Americana, su boletín Renovación y otras revistas latinoamericanas. Leyendo su trabajo podemos seguir cómo el latinoamericanismo, el juvenilismo y el antiimperialismo fueron contenidos que muchas veces durante la década de 1920 se solapan entre si al mismo tiempo que podemos analizar cómo con posterioridad a la muerte de José Ingenieros en 1925 se fue configurando el tránsito desde el lenguaje reformista hacia otra cosa completamente nueva. El texto de Juan Sebastián Califa constituye una seria apuesta para pensar las interconexiones entre nueva izquierda y movimiento estudiantil, esto es, justamente, el momento en que la Reforma como lenguaje comienza a ser eclipasada; su contribución puede ser leída en clave metodológica, pues reflexiona sobre la pertinencia de la categoría “nueva izquierda” para analizar la activación del movimiento estudiantil de la UBA durante la Revolución Argentina. Mariano Millán y Guadalupe Seia escriben dos textos que tematizan la Universidad de Buenos Aires, en el momento inmediatamente anterior al golpe de 24 de marzo de 1976 y en el ocaso de la última dictadura cívico militar, respectivamente. Se trata de dos reconstrucciones minuciosas y exhaustivas de cómo en coyunturas de crisis profunda (el rectorado de Vicente Solano Lima y de Alberto Ottalagano de un lado, el ciclo comprendido entre 1981 y 1983 del otro), el movimiento estudiantil se fue ubicando. En tanto que Victoria Chabrando escribe un trabajo donde analiza el papel del movimiento estudiantil cordobés durante los años noventa en el marco de lo que ella llama la resistencia al neoliberalismo. Allí, reconstruye el modo en que –en el marco de la crisis política y económica que supuso el final de la Primavera Democrática, la hiperinflación y las reformas neoliberales– los estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba comenzaron a construir formas de organización políticas nuevas a la vez que producían puentes con otras organizaciones políticas y sociales extrauniversitarias.

Cada uno de los textos presenta imágenes sobre intelectuales y movimiento estudiantil en la estela de la Reforma Universitaria de 1918: en cada uno de ellos aparece la Reforma de manera oblicua, en tanto tradición y legado político a recuperar, a discutir o a superar. Ninguno de los textos reunidos tematiza propiamente los acontecimientos de 1918 sino que más bien se ocupa de sus efectos a lo largo del siglo XX.

 

 



* Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba. E mail: pablorequena@ffyh.unc.edu.ar