La gravitación sociopolítica de Joaquín Ernesto Maeder en la Universidad Nacional del Nordeste (1956-1970)
Agustín Rojas*
Resumen: este artículo se aproxima a la figura intelectual y política de Joaquín Ernesto Maeder, historiador argentino reconocido y destacado por su participación en la construcción del campo académico a partir de las universidades nacionales y los restantes escenarios intelectuales argentinos en la segunda mitad del siglo XX. Se centrará específicamente en la primera etapa de su trayectoria profesional en la Universidad Nacional del Nordeste colindando con las fronteras de la política universitaria y conservadora. Uno de los objetivos principales será destacar su opción epistemológica en la frontera entre la producción historiográfica tradicionalista y renovadora en Argentina entre 1960 y 1970.
Palabras clave: J. Ernesto Maeder – Universidad Nacional del Nordeste – intelectual – Chaco – Nueva Escuela Histórica – historiografía
Joaquín Ernesto Maeder’s socio political gravitation in Universidad Nacional del Nordeste (1956 – 1970)
Sumary: this article it’s an approximation of an intellectual and politic argentinian figure, Joaquín Ernesto Maeder, distinguished historian who participated in the cultural camps combats during the second half of XX century. This works will give prominence basically to the first period of the professional trajectory of Maeder in Universidad Nacional del Nordeste, getting close to university conservator politics. One of our principal objectives will be underline his epistemological option, in facts, into the borderline of traditionalistic and renovator historiography’s production in Argentina between 1960 and 1970.
Keywords: J. Ernesto Maeder – Universidad Nacional del Nordeste – intellectual – Chaco – Nueva Escuela Histórica – historiography
A modo de introducción: J. E. Maeder y la herencia intelectual de la Nueva Escuela Histórica
Este trabajo tiene como finalidad analizar la inserción sociopolítica del historiador argentino Joaquín Ernesto Maeder (1931-2015) en el locus nordestino, espacio que comprende las provincias de Chaco, Formosa, Misiones y Corrientes. Se desarrollará, pues, una primera aproximación, desde su experiencia formativa y política en Capital Federal, hasta su contrato full time por parte de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) en 1958. Finalmente se concluirá con su consagración política y social como Rector interino en el período 1969-1970 tras la intervención autoritaria de la “Revolución Argentina”.
El historiador será analizado no como un agente cultural autónomo sino como un intelectual inserto en distintas redes historiográficas, sociabilidades políticas desde las cuales interactuó en los conflictivos escenarios de la segunda mitad del siglo XX. A partir del doble uso de su correspondencia privada y las memorias entregadas a familiares y amigos, sin dejar de prestar atención a los corpus de sus obras, se pretende una reconstrucción de su derrotero biográfico a partir de su experiencia intelectual. Interpretar la trayectoria de los intelectuales provee los elementos necesarios para analizar el comportamiento de las elites en la configuración cultural,[1] destacándose la fuerte interdependencia entre la historia y la política en la etapa señalada. Las prácticas intelectuales poseen características propias acordes a los contextos sociales de producción: en este período aún no es posible inteligir un campo historiográfico nacional puesto que, al menos hasta 1984, resulta reveladora la escasa autonomía de los campos.[2] Desde esta perspectiva, se analizará también su relación con las operaciones de memoria y adscripciones político-institucionales.
A diferencia de las redes académicas y nexos nacionales vinculados a la Nueva Escuela Histórica[3] en la primera mitad del siglo XX, sobre la delimitación aquí propuesta no se cuenta con bibliografía específica a excepción de esbozos propuestos por Pagano quien, refiriéndose a los epígonos, afirma que “…mantuvieron los rasgos centrales que sus maestros habían sabido imponer a la empresa historiográfica” admitiendo, por cierto, rasgos renovadores.[4] El trabajo es proclive a examinar a Maeder como receptor no pasivo de la herencia intelectual de la NEH, al igual que muchos otros epígonos de esta corriente historiográfica quienes no ejecutaron el parricidio propio de las refundaciones generaciones.[5] Al contrario, encontraron dentro de las sólidas redes académicas concernientes a la NEH oportunidades para la obtención garantizada de recursos y la configuración del prestigio institucional legitimante. Debido a la hegemonía intelectual de dicha corriente historiográfica, expresada con intensidad desde los dispositivos y prácticas formativas enraizadas en la educación superior argentina,[6] es posible hallar en Maeder un capital intelectual fundado en el campo universitario. En este sentido, la UNNE no fue un caso aislado a los movimientos políticos posteriores al golpe de Estado de 1955. El heterogéneo arco de agentes antiperonistas gozaba, según su capacidad articulatoria, de ingentes oportunidades para insertarse en las instituciones públicas durante los gobiernos sucesivos.
Recientemente graduado con méritos, Maeder se radicó definitivamente en Resistencia desde 1958. Tras transitar sus años formativos en el Instituto Nacional del Profesorado “Joaquín V. González”, en Capital Federal, como Profesor en Historia, participó asiduamente de la reestructuración de las universidades nacionales ocurrida por los gobiernos de la “Revolución Libertadora” y la presidencia constitucional de Arturo Frondizi. Las políticas culturales y educativas del gobierno de facto y semi democrático habilitaron, en concordancia a la proscripción peronista, la promoción de agentes antiperonistas o no peronistas en la tarea de la conducción de las instituciones y su articulación con el Estado. Siguiendo esta interpretación, María Estela Spinelli insiste, precisamente, en destacar la intensa participación de civiles en las distintas etapas de ejecución de la desestabilización de 1955.[7] Maeder, en este sentido, había estado involucrado en las organizaciones estudiantiles movilizadas contra el “régimen” depuesto las cuales asumían cierto clivaje antiperonista combativo.
El intento de construcción de valores antagónicos dominaban en gran medida las prácticas de los agentes involucrados. Aunque eran de extracciones ideológicas y partidarias diferentes conservaban, de acuerdo a la autora, “su identificación genérica con valores socioculturales y políticos de una pretendida tradición republicana y el rechazo de la cultura popular del peronismo, como la negación o la antítesis de ésta. Los antiperonistas impugnaron el modo en que el peronismo concibió y practicó la política”.[8] Fundamentalmente, los espacios de los cuales los historiadores que alcanzaban estas características se beneficiarían eran las universidades públicas, las instancias institucionales de consagración culturales y, por ende, el acceso al prestigio en los medios oficiales con alta legitimidad en las disputas por las significaciones. En tanto, los agentes peronistas se retiraban a la marginalidad institucional o se adaptaban vinculándose a instituciones privadas como los historiadores revisionistas, la combatividad en la sociedad civil y sus organizaciones de base compitiendo en el mercado editorial por la captación de la opinión pública. El clima político tenso se había extendido a los centros educativos del país, vulnerables en su conjunto, puesto que sufrían la labilidad de los campos culturales periféricos.[9]
Fuera de los escenarios intelectuales más afectados por la institucionalización disciplinar como Buenos Aires, Rosario y Córdoba, las provincias restantes no exhibían en efecto un panorama de “espacios vacíos” en cuanto a discursos historiográficos y dispositivos institucionales de trabajo erudito-documental a mediados del siglo XX. Pero la continuidad de la ampliación de la infraestructura universitaria ampliaba las posibilidades de la historiografía profesionalizada en las provincias. La Universidad Nacional del Nordeste nació en 1956, sensible a las fragilidades sociales expuestas. Resulta difícil, pues, la inteligibilidad de un campo científico autónomo, sino más bien fluctuantes escenarios intelectuales afectados por las oscilaciones políticas. Lo importante es señalar que, a pesar de la inexistencia de un campo historiográfico plenamente consolidado hasta 1984, los epígonos de la NEH compartían la validación del ejercicio científico en la práctica historiadora. Incluso alianzas políticas los involucraban en sociabilidades afines a intereses sectoriales provisorios. Su enmarcación en instituciones prestigiosas los obligaba a participar de rituales, actos de fe, enunciaciones simbólicas, procederes normativos y estructurantes de tradiciones asumidas como científicas mezcladas con fragmentos de erudición disímil.
Por ello este trabajo apunta, con especial interés, a la articulación de Maeder con la provincianía y las redes de sociabilidad académico-políticas cercanas a las NEH, efectivizadas desde el marco territorial provincial y los dispositivos de la ANH activos en las provincias. Con respecto a este punto, es importante señalar que la producción situada en el locus provincial ejerce una coacción singular entre los agentes produciendo realidades epistémicas específicas.[10] Teniendo en cuenta la prolongada tensión simbólica Nación/provincias, y el arraigo de interpretaciones localistas del pasado entre los intelectuales de provincia, identificamos una identidad profesional en conflicto para los historiadores autóctonos o profesionales recién arribados como el caso de Maeder. Intentando inteligir los escenarios posperonistas, los interrogantes vertebradores que guiarán el texto serán los siguientes: ¿cómo configuró una posición sociopolítica e historiográfica en el locus nordestino? ¿En qué medida participó en la disputa por las significaciones dentro de los escenarios intelectuales nacionales? ¿Cómo influyeron las injerencias políticas en la trayectoria profesional de J. E. Maeder dentro de la UNNE?
De Capital Federal al locus nordestino
En Capital Federal, Maeder había compartido la doble experiencia de la docencia en el Nivel Medio y la militancia católica en el Partido Demócrata Cristiano entre 1955 y 1958. Durante el cursado en el Instituto Nacional del Profesorado “Joaquín V. González” y su vinculación póstuma con profesores del mismo, tales como Diego Luis Molinari, se había insertado en la madurez de la institucionalización de la disciplina histórica que, desde hacía décadas, intelectuales vinculados o adscriptos a la NEH habían aspirado mediante prácticas historiográficas con formatos estilísticos y metodológicos presuntamente estandarizados. Agentes ligados estrechamente al gobierno depuesto como Molinari debieron exiliarse en Chile. Tras refugiarse primero en la embajada de Haití, Maeder lo visitaba con otros estudiantes logrando esta impresión:
Aquellos acontecimientos dramáticos tuvieron repercusión en el Instituto y ello afectó de distinta manera a varios profesores. Diego Luis Molinari se asiló en la embajada de Haití. Allí lo visitamos con varios compañeros, no muchos y nos recibió entristecido. En el Instituto reinó desde entonces un clima de euforia y tensión. Desde el exterior, al igual que lo que ocurría en las universidades, grupos vinculados a la FUBA intentaron más de una vez tomar el Instituto. Junto con algunos compañeros nos opusimos a ello […] Nuestro antiperonismo, que era prácticamente unánime entre los estudiantes de la casa, no estaba ligado a círculos o tendencias políticas manejadas desde afuera, con el aval tácito o explícito de algunos profesores desplazados o renunciantes en otra época, que buscaban la “limpieza” del profesorado existente[11]
Nora Pagano es contundente al afirmar que el Instituto Nacional del Profesorado estaba colonizado por hombres de la Nueva Escuela.[12] La formación se centraba en la especialización en campos americanistas con un especial énfasis en el trabajo empírico mediante al abordaje de fuentes escritas, la crítica bibliográfica y elaboración de monografías donde desarrollar la síntesis expresiva, herencias fundamentales de la NEH. Entre 1946 y 1955, la imaginería militante del amplio frente antiperonista se apropiaba algunos símbolos asociados a la tradición liberal. Las marchas y protestas de la Unión Democrática utilizaban las iconografías de Rivadavia, Mitre, Echeverría y Sarmiento como defensas ideológicas contra el “nazi-peronismo”. En sus memorias el historiador afirmaba autoconcebirse “republicano y conservador” distinguiéndose, precisamente, del liberalismo laico asociado al reformismo.[13] No obstante, había integrado distintas manifestaciones propias del arco antiperonista.
En el clima político conflictivo imperante, el joven profesor de historia ingresaría a las filas del Partido Demócrata Cristiano. En su juventud Maeder había sufrido lo que calificaba como “crisis espiritual”,[14] resultante de lecturas sobre el materialismo histórico. La superación de la misma, asevera en sus memorias, se llevó a cabo a través de lecturas de pensadores católicos como Manuel Gálvez y José Manuel Estrada. Asimismo, participó de la reivindicación republicana de Esteban Echeverría, hecha por muchos otros historiadores antiperonistas como Halperín Donghi, mediante la interpretación de la poeta Nidia Lamarque, quien intuía en sus poemas finales una reconversión al catolicismo.[15] Maeder se había presentado en 1956 en el Instituto de Historia de España con la intención de abordar la historia medieval española frustrándose en el objeto de estudio propuesto por Claudio Sánchez Albornoz. En 1957 lograría publicar un artículo en la revista Criterio sobre la condición educadora de Echeverría destacándolo como “defensor de los valores de la nacionalidad y con gran espíritu”,[16] autorizado a circulación por Carlos Floria. En cambio, su protagonismo en la dirección de Cátedra y Vida constituyó una dinámica experiencia de sociabilidad entre educadores católicos participando en un congreso pedagógico en la Universidad Católica de Córdoba en 1957.
La revista Cátedra y Vida, dirigida por el sacerdote jesuita Juan Pruden, integraba a jóvenes del Partido Demócrata Cristiano y la Acción Católica que hallaban simultáneamente en dicho proyecto pedagógico la encarnación de los valores cristianos. La dirección del mismo duró hasta su radicación en Resistencia. Otra colaboración menos regular constituyó su participación en la revista demócrata cristiana Otra Cosa, en los años inmediatos al derrocamiento de 1955, escribiendo por encargo una breve biografía laudatoria del orador y educador católico José Manuel Estrada. En esta temprana obra realizó una crítica al anticlericalismo de los gobiernos conservadores al perpetrar un “retroceso espiritual […] precipitando a la joven República en un callejón […] un desprecio por la concepción cristiana de la vida, que pone a Dios como última razón y suprema justicia”.[17] En este sentido contrasta a Mitre concibiéndole como “rector del Colegio Nacional y padre de familia” con J.A. Roca y a E. Wilde, entendidos como “voltereanos” y “extranjerizadores”. Esta etapa podríamos calificarla como un inicio en su trayectoria de militante católico, ofreciendo su capital intelectual frecuentemente al servicio eclesiástico al mismo tiempo que a los intereses científicos. La revista Otra cosa intentaba insertarse en familias católicas con intereses culturales generales. Estos precoces trabajos significaron los últimos de Maeder en Buenos Aires, antes de decidir instalarse en la provincia de Chaco en 1958.
Maeder reconoce haber estado al tanto de las discusiones políticas y las purgas en las universidades. Para el historiador, su “…adhesión más ideológica que partidaria” a la Democracia Cristiana, “porque compartía su ideario republicano y cosmovisión cristiana de la política”, había significado una de las vías de entrada a Resistencia. Tal como él mismo expresa: “Debo destacar que nuestra afiliación, pues Elena [su esposa] me acompañó en ese paso, constituyó con el tiempo un afortunado pasaporte de identidad partidaria que nos abrió en Resistencia, las puertas de muchas casas de nuestros primeros y mejores amigos en aquella ciudad”.[18] Los vínculos políticos y su articulación territorial dilucidan los capitales sociales necesarios para la inserción en un ambiente ciertamente extraño. Los detalles que brindan las memorias de Maeder, proporcionan el agitado contexto intelectual de jóvenes historiadores antiperonistas conscientes de las altas expectativas y posibilidades de inserción en el nivel superior del Interior. Allí menciona un grupo considerable de historiadores porteños y platenses de su generación. Tiene conocimiento perfecto de otros graduados del Instituto Nacional del Profesorado, los cuales habían tenido éxito en tal iniciativa: “Además, los ejemplos de Carlos Segreti y Arturo Hand, quienes en 1956 y 1957, partieron para similares tareas en Córdoba y en Catamarca, respectivamente, me alentaron a seguir ese ejemplo”.[19] Con los historiadores mencionados, mantendría una regular correspondencia.
Específicamente en el caso de Maeder, la posibilidad se concretó en 1957 gracias al vínculo existente con el interventor de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, el profesor Oberdán Caletti, quien después de una entrevista aceptó al postulante para viajar e instalarse en Resistencia en 1958. De acuerdo a Maeder: “Caletti no hizo reparos a mi currículum y en cambio ponderó mi actividad en Cátedra y Vida, alentándome a tomar una pronta decisión. El tiempo corría, me dijo, haciéndome ver que otros jóvenes recientemente egresados de La Plata ya habían aceptado ser parte del proyecto”.[20] Al igual que Carlos Segreti en la Universidad Nacional de Córdoba, el régimen de trabajo era un contrato de dedicación exclusiva, sin un paso inmediato a planta permanente. Sin embargo, Maeder era consciente del riesgo que implicaba su decisión. Cuestiones como vivienda, más cierta endeblez laboral debido a su provisoriedad contractual más incluso la incertidumbre de las múltiples tareas a su disposición, se convirtieron en constantes preocupaciones. A diferencia de Segreti, circunscripto en cátedras precisas a su formación clásica americanista y preferencias personales, Maeder debió cubrir constantemente diversas materias como Introducción a la Historia e, incluso, Historia Antigua ante la escasez del personal en composición. Esta situación se definiría en su campo de especialización enmarcado en el estudio del período “hispano colonial americano” en la década del ’60.
Durante el peronismo se establecieron diversas reformas en los campus de las universidades preexistentes y comenzaron a esbozarse la creación de instituciones científicas, ampliación inédita del cupo estudiantil, dotación presupuestaria para nuevas facultades y proyectos de escuelas o departamentos. Algunos de ellos se concretarían efectivamente durante la “Revolución Libertadora” en base a institutos preexistentes: la Universidad Nacional del Nordeste y la Universidad Nacional del Sur en 1956. La gestión de los recursos por agentes antiperonistas se valieron de los anteriores avances pero apuntando a una reestructuración global identificándose en proyectos antagónicos al régimen depuesto como la autonomía, la libertad de pensamiento, la descentralización y la recuperación de una presunta moralidad degradada. Pablo Buchbinder explica este proceso tomando la bisagra del golpe de 1955:
Más allá de los evidentes intentos de desperonizar las instituciones académicas, el gobierno de la Revolución Libertadora procuró avanzar en la dirección opuesta. Así, las autoridades del gobierno de facto reimplantaron poco tiempo después de asumir la Ley Avellaneda, pero días más tarde la reemplazaron por un nuevo decreto, el 6.403 […] Este decreto amplió y fortaleció la autonomía universitaria […] Allí se explicitaba la limitación impuesta a todos aquellos “que hubiesen realizado actos positivos y ostensibles de solidaridad con la dictadura”[21]
El otorgamiento de puestos laborales a docentes universitarios desde 1955 se efectivizaba en un marco de generosas facultades otorgadas a los interventores quienes pertenecían a extracciones partidarias o ideológicas de las alianzas que habían conducido a la movilización cívica-militar. En cierto modo, la alta participación mancomunada entre estudiantes y docentes antiperonistas se realizaba en esta nueva gestión. Tales agrupaciones estuvieron muy presentes en los concursos y la selección de antecedentes. Siguiendo al mismo autor, el control de los recursos humanos era clave: la “purificación” se basaba precisamente en la refundación de un orden político y cultural, asegurando amplias libertades a las autoridades interinas para organizar los estatutos ampliando inclusive la participación estudiantil.[22] El poder que disponían los interventores era notable si se considera la capacidad de incidir en la estructuración del claustro docente. Ello implicaba configurar posibles realidades epistémicas a través de líneas interpretativas, opciones científicas o eruditas, políticas de la historia sensibilizadas por corrientes historiográficas determinadas.
La UNNE sería fundada gracias al Decreto-Ley Nº 22.299 el 14 de diciembre de 1956 durante la “Revolución Libertadora”. En realidad, la Casa de Estudios había sido el resultado institucional de la conjunción de distintas entidades dependientes de la Universidad Nacional del Litoral y la Universidad Nacional de Tucumán, así como otras instituciones locales compartiendo territorialmente las provincias de Corrientes y Chaco. Maeder explica en sus memorias los desafíos que implicaba insertarse en la provincianía. Desafíos laborales en cuanto a la estabilidad laboral, incierta hasta 1960, e intelectuales debido a las resistencias de historiadores correntinos hostiles a la instalación de agentes externos a la condición parroquialista de la producción cultural. Las identidades socioprofesionales iban acompañadas, en efecto, a condicionamientos sociales del campo semántico del locus nordestino como espacio diferencial que condicionaría la estrategia intelectual adoptada por Maeder. La solución al problema se resolvería mediante el involucramiento en el estudio de tópicos prestigiosos regionales y la participación de la institucionalización de la ciencia histórica en el Nordeste.
Teresa Martínez explica que analizar a los agentes como productores culturales debe ineludiblemente involucrar su autoconstrucción intelectual en el espacio periférico en este caso.[23] Precisamente, la “condición de provincianía” no es cerrada: es tan importante para los epígonos de la NEH como Maeder acercarse a las tradiciones locales como nacionales autoconcibiéndose como mediadores simbólicos y científicos especializados. Al insertarse en campos de producción con agentes interiorizados en sensibilidades localistas, a menudo se interpuso la necesidad de concretar interlocutores en dichas subjetividades, “enemigos” o “adversarios cómplices”, aceptando aportes y marcando orientaciones mediante posiciones objetivas. En esta articulación se produce una negociación con la densidad simbólica del locus, sus preferencias epistémicas, demarcaciones interpretativas, campos de investigación temática, elección de artefactos culturales, donde los historiadores intercambian o no su producción discursiva. Otro factor condicionante del arraigo lo constituye la disponibilidad de los archivos. Sobre todo tratándose de los epígonos de la NEH y su opción epistemológica que valoraba el trabajo empírico con fuentes escritas oficiales.
El vínculo de Maeder con el locus nordestino fue, progresivamente, adquiriendo una situación privilegiada. En su archivo personal es posible encontrar invitaciones del obispado de Resistencia invitándolo junto a su familia a reuniones de eclesiásticas entre las instituciones locales de importancia. La Iglesia Católica habilitó, sin duda, una integración eficaz reconociendo en él un referente de confianza. Su identidad de foráneo al ambiente chaqueño logró finalmente revertirse mediante una eficiente integración al contexto social. La familia Maeder pasaría a formar parte de algunos rituales cívicos de Resistencia, ya sean facciones partidarias, procesiones religiosas, participación en las instituciones públicas y ceremonias locales.[24] A diferencia de Córdoba o Santa Fe,[25] que contaban con una comunidad de historiadores profesionales, en Resistencia la debilidad de las instituciones productoras del conocimiento histórico, escasos cronistas, eruditos e historiadores en su cultura histórica, cierta labilidad entre lo público y lo privado, definían un escenario desalentador para un proyecto cognitivo como el que pretendiera Maeder.[26]
La ANH mantenía a Federico Roberto Palma, en Corrientes, como corresponsal regional hasta entonces. El trabajo de relevamiento de fuentes originales desarrollado proficuamente en la década del ’60, le había concedido una doble recompensa: vincularse con el Archivo de Corrientes –estrechando lazos con su Director F. Palma– y destacar el interés de la Academia, la cual solicitaba frecuentemente copias de sus producciones, además de publicar sus investigaciones en Investigaciones y ensayos. El relevamiento de fuentes lo ocupó durante varios años: hacia fines de la década del ’60 se publicarían Historia de los Abipones de Martín Dobrizhoffer, Nómina de los gobernadores civiles y eclesiásticos de la Argentina durante la época española, 1500-1810 y Ensayo sobre la Historia Natural del Gran Chaco de José Jolis. Una evidencia concisa de la gravitación de Maeder en la universidad era su dirección del Instituto de Historia Argentina desde 1968 confirmando su figura como un académico identificado con esa casa de altos estudios.
Sin embargo, al sumarse Maeder y otros historiadores en la construcción mancomunada de la UNNE –hasta entonces funcionaba de manera fragmentaria y ligada a la Universidad Nacional del Litoral–, permitió el amoldamiento de prácticas intelectuales acuerdo a sus convicciones epistemológicas y la invención de una tradición universitaria. Maeder fue central en este proceso: sin necesidad de explicar el arribo externo su labor intelectual intentó, en una primera instancia, conectar la recientemente creada Escuela de Humanidades –que compartía el acervo epistemológico de la “Escuela de La Plata” transformándose en Facultad en 1960– al proceso modernizador de las ciencias sociales. Siendo director de la Escuela de Humanidades, invitaría al Profesor platense Andrés Allende para dar cursos referidos a la historia económica argentina del período 1820-1830.[27] El espíritu científico se abocaría, de acuerdo a los principios fundacionales, en la indagación del conocimiento de la historia regional. En sus memorias, describe su inserción en el locus aplicando principios formativos de la NEH de la siguiente manera y los lazos con figuras eclesiásticas eruditas intactas de Capital Federal:
Creo haber tenido el tino de no entrar a competir con los historiadores locales en cuestiones chaqueñas, y menos aún en las lugareñas, y procurar apuntar más lejos, sin interferir con sus temas. Procuré mirar al Chaco en su marco regional, y en esa perspectiva, ocuparme tanto de Corrientes como de Misiones […] Mi correspondencia con el P. Furlong y su aliento, me ayudaron a encarar obras de mayor alcance [reducciones jesuíticas] y aplicarme a la edición de fuentes en todo el ámbito regional[28]
La relación de Maeder con cronistas e historiadores previos, garantizada en parte por el hecho epistémico de que crear significaciones desde un lugar social, implicaba además aceptar las intertextualidades y autoridades consagradas en determinados campos temáticos. Particularmente la recuperación intertextual sobre temáticas localistas más recurrentes, fueron la alusión reivindicatoria de Pedro Lozano debido a sus descripciones humanas y registros naturalistas de la región chaqueña así como también la aceptación del corpus del historiador correntino Hernán Félix Gómez. Sin embargo, en los primeros años los círculos de sociabilidad de Maeder se habían limitado a la Iglesia Católica y la burocracia universitaria. Al llegar con su esposa a Resistencia, una de sus primeras acciones fue presentarse al monseñor Agustín Marozzi y ponerse a su disposición.[29] Maeder y su familia escasamente concurrieron, como otros profesores de Humanidades e intelectuales chaqueños o correntinos, al “Fogón de los Arrieros” donde se nucleaban artistas y pensadores antiperonistas en tertulias.
De todos modos, no fueron pocos los problemas o tensiones que acarreó entre los años ’50 y ’60 con historiadores locales. Primero, el conflicto instalado desde el frondicismo –bajo los clivajes “laica o libre”–, situándose con escasos colegas en la facción que apoyaba la educación privada debido a la potencialidad que en la misma avizoraba la Iglesia Católica; y, segundo, en 1961 con historiadores chaqueños debido a la elección de Maeder, por parte de la ANH, para escribir la Historia del Chaco y sus pueblos. La obra tardaría algunos años en publicarse por problemas presupuestarios siendo finalmente publicada en 1967 por ‘El Ateneo’, editorial estrechamente ligada a la Academia Nacional de la Historia. Debido a esta confianza en Maeder, una editorial del diario local El Territorio, se opuso a la elección manifestando en 1968 “que sin desconocer los méritos del profesor Joaquín Ernesto Maeder, protestamos ante la eminencia de historiadores chaqueños que no pueden participar de tal proyecto, siendo su provincia de vocación por nacimiento”.
Paulatinamente ampliando su reconocimiento intelectual mediante la cooperación académica, Maeder desarrollaría una doble vinculación entre instituciones locales y nacionales. De tal modo, el historiador no escatimaría las opciones institucionales y/o culturales de espacios historiográficos hegemónicos, decidiendo publicar en revistas científicas como Trabajos y Comunicaciones de la Universidad Nacional de La Plata y en Investigaciones y Ensayos de la Academia Nacional de la Historia en Capital Federal. Del mismo modo, tampoco descartaría las renovaciones subyacentes a las tendencias dominantes como la producción historiográfica renovadora de la Universidad Nacional de Rosario. Por último, asimismo optaría por publicar en dispositivos poderosos de divulgación como la revista Todo es Historia manteniendo correspondencia regular con Félix Luna.
Hacia una definición científica
El caso de Maeder es esclarecedor de los múltiples matices que posee el impacto de la modernización en la producción historiográfica posperonista. La instalación en Resistencia en 1958 no sólo obtuvo como resultado un arraigo notable en el locus sino la proyección profesional en un espacio intelectual en construcción con escasos competidores que compartieran el lenguaje científico. Durante la década del ’50 y parte de los años ’60, la UNNE atravesaba un proceso de definición de su cultura institucional. Las dificultades edilicias y la regularización de una planta docente estable, imprimían las características de sus primeros años los cuales Maeder retrata como testigo en su crónica memorial Recuerdos de la Vida Universitaria.[30] El historiador menciona las azarosas circunstancias para obtener una vivienda en Resistencia habitando con su familia en bienes prestados por la Universidad. La Escuela de Humanidades recién adquiriría el rango de Facultad en 1960. El historiador se había involucrado en el moldeamiento de los planes de estudio adquiriendo un rápido protagonismo.[31] De acuerdo a su propia perspectiva:
El régimen pedagógico que nos rigió era flexible y acomodado a las circunstancias. Las clases se desarrollaban por la tarde; la asistencia era libre y solo se registraba la asistencia en las horas de trabajos prácticos […] Como símbolo del nuevo concepto pedagógico se había desterrado el bolillero, mientras que la burocracia administrativa estaba reducida al mínimo[32]
El Decano interventor, Oberdan Caletti, fue uno de los principales responsables de estructurar la planta docente instalando profesionales de Capital Federal y La Plata en Resistencia. Los docentes jóvenes con los cuales hubo de contactarse correspondían a los centros intelectuales hegemónicos donde había intervenido y ejercido la docencia universitaria. En la UNNE continuó su trayectoria hasta ser su Rector y presidente del Comité Regional para el Nordeste del CONICET. De acuerdo a Noemí Girbal de Blacha, la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata había sido una de las casas de estudios más elegidas para el pleno ejercicio profesional entre las décadas del ’50 y ‘60, situación favorecida por el nexo de Caletti.[33] El perfil profesional anhelado eran jóvenes con altas calificaciones predispuestos a instalarse definitivamente en el Nordeste evitando, en efecto, las instancias efímeras. Para ello se disponían de altas dotaciones salariales entre otros incentivos para superar las azarosas circunstancias.
Caletti, desde la institución “Italia Líbera”, se había contactado con egresados de institutos de formación superior de La Plata y Capital Federal para postularlos personalmente. Conforme a los fundamentos pedagógicos modernos posteriores a 1955, Caletti le había advertido a Maeder sobre “la participación activa de los estudiantes en las clases”.[34] El carácter embrionario de la Escuela de Humanidades obligó al cargo full time bien rentado disponible para cubrir numerosas obligaciones disímiles ente sí. Las urgencias propias del moldeamiento institucional en proceso de formación alejaban a Maeder de un campo de especialización acorde a sus intereses. La bibliografía adoptada constituía un reflejo de la confluencia entre distintas corrientes interpretativas que dominaban los escenarios intelectuales del posperonismo y autores clásicos de la NEH. Progresivamente se destacará un acercamiento a corrientes de la renovación historiográfica que lograron un impacto relativo a través de sus investigaciones y magisterio.
El clima político provocó una sensible injerencia en la comunidad docente. El entusiasmo despertado por Arturo Fondizi entre los intelectuales había dividido posturas irreconciliables entre la defensa irrestricta del laicismo y la libertad de enseñanza religiosa en la polémica laica o libre. La Facultad de Humanidades había sido creada bajo el contexto frondicista. El Rector interino, José Babini, debido a sus vínculos con el frondicismo renunció a su cargo para asumir la Dirección Nacional de Cultura. Las huelgas y toma de edificios marcaron el clima tenso en la comunidad universitaria. Naturalmente Maeder, en su condición de militante católico, optó y defendió de forma minoritaria la injerencia religiosa en la educación privada. De acuerdo al historiador la posición del Partido Demócrata era muy clara: “Nosotros militábamos en contra de los sectores reformistas o laicistas, que se oponían a la enseñanza libre, como nosotros la calificábamos”.[35] Durante el Sesquicentenario de la Revolución de Mayo en 1960, donde los restantes epígonos de la NEH reforzaban sus filiaciones con los textos clásicos de Mitre, desarrollaría desde la Revista Nordeste una operación reivindicatoria de la obra historiográfica de Luis L. Domínguez Historia Argentina (1861), admitiendo cierto elemento católico intacto en este autor diferenciándolo, en efecto, de los “padres” modélicos de la historiografía erudita.[36]
A pesar de estar dedicado entre 1954 y 1957 a múltiples actividades como militante católico, debió resolver desde el espacio de la UNNE un campo de especialización en base a una diversidad de intereses y objetos de estudio inteligibles de acuerdo muchas veces a tareas académicas implicadas y los problemas teóricos planteados.
Mientras que en su cátedra preferente de Historia Colonial Argentina, Maeder se ocupó de colocar la bibliografía idéntica que utilizaba el historiador del Derecho y miembro de la ANH, Raúl Alejandro Molina, en su cátedra homónima –Argentina I– de la Universidad de Buenos Aires, en cambio, en Introducción a la Historia había incorporado como lectura obligatoria el clásico recién traducido al castellano Apología para la historia o el oficio del historiador de Marc Bloch. Asimismo se ocupó de ir abandonando los manuales clásicos para concretar un programa elaborado según sus criterios. Puede observarse en Maeder, la confluencia de opciones interpretativas sin por ello entrar en conflicto entre prácticas historiográficas tradicionales y la aceptación parcial de acercamientos alternativos como la reciente historia económica y demográfica. En 1969 publicó Evolución demográfica argentina desde 1810 a 1869 indagando el crecimiento poblacional regional mediante la descripción de fuentes eclesiásticas principalmente refiriéndose a las clásicas variables de fecundidad, nupcialidad y mortalidad. Entre las referencias bibliográficas consideradas válidas, priorizaba a autores pertenecientes o cercanos a la Academia.
Este proceso de búsqueda se estabilizará una vez definido su lugar de enseñanza y producción cultural: su ansiada estabilidad laboral gracias a la titularidad de la cátedra Historia Colonial Argentina en 1964. En sus primeros pasos para encaminarse a la investigación científica logró contactarse con profesores del Instituto Nacional del Profesorado para la indagación bibliográfica. En una carta a Molinari le preguntó sobre el destino de la biblioteca de Ernesto Quesada –difuminada en la Segunda Guerra Mundial– y aspectos de la historia colonial en la obra de Rómulo Carbia.[37] También efectivizó una fluida correspondencia con docentes de la Universidad del Salvador, especialmente con el historiador jesuita Guillermo Furlong, con quien sostuvo la necesidad de indagar las reducciones jesuíticas de la región. El florecimiento de las universidades privadas será un hecho vital en tanto le habilitaría la socialización con elites académicas católicas.
A través de la correspondencia privada, es posible observar cómo comienza en la década del ’60 a esclarecer un mapeo de los principales agentes que producían “historia económica” en sus diversas vertientes. Incluso había logrado forjar contactos con historiadores cercanos a problemas renovadores en las provincias. Viajó en numerosas oportunidades a Córdoba, donde conoció a Aurelio Tanodi, historiador y archivero nucleado en un grupo intelectual renovador cuya figura principal era Ceferino Garzón Maceda. Tuvo la oportunidad de ir con un conjunto de especialistas a examinar los restos arqueológicos del paraje de Ongamira. En una correspondencia Tanodi le sugería: “También pienso que usted podría realizar su tarea en Córdoba en el Instituto de Estudios Americanistas que dirige el Dr. Ceferino Garzón Maceda a quien tendría el gusto de presentarlo, además sería una buena ocasión para hurgar las bibliotecas y archivos de Córdoba”.[38] La cordialidad de Tanodi es sugerente en cuanto colabora en evitar las estigmatizaciones categóricas que predominan al discriminar contundentemente a los agentes renovadores de los epígonos de la NEH. Maeder mostraba especial interés por el Congreso de Historia Social y Económica celebrado en Córdoba en 1961 al cual no pudo asistir. Tanodi le escribió al respecto:
Por separado le envío la comunicación Los archivos y las investigaciones de historia social y económica; el Dr. Ceferino Garzón Maceda prometió enviar para la Biblioteca de la Facultad de Humanidades el folleto mimeografiado que trata la Primera Reunión Argentina de Historia Social y Económica[39]
En efecto, participó como exponente y relator en la mesa temática de “Historia Social” del IV Congreso Internacional de Historia de América celebrado por la Academia Nacional de la Historia en 1966 con fuerte apoyo del gobierno de facto presidido por Juan Carlos Onganía. En este espacio marginal dentro del Congreso, contaba entre los exponentes nada menos que a Garzón Maceda. Otros indicios esclarecedores es su acercamiento a la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional del Litoral, donde Nicolás Sánchez Albornoz lo invitó a publicar en el Instituto de Investigaciones Históricas de Rosario. De acuerdo a Eduardo Hourcade fue allí donde la renovación logró mayor estabilidad.[40] En una ocasión Maeder consultó al historiador por la Asociación Argentina de Historia Económica y la Fundación Marc Boch:
Supongo que Ud. conoce las publicaciones recientes del Instituto, que están dentro de la tónica que a usted le ha interesado. Mucho me agradaría verlas comentadas en la Revista del Nordeste […] A sus preguntas repongo gustoso que la Asociación Marc Bloch es una fundación privada para el fomento de investigaciones históricas. En cambio la Asociación Argentina de Historia Económica es una sociedad que agrupa a estudiosos de la disciplina. La preside el Dr. Garzón Maceda, de Córdoba[41]
En sucesivas cartas con el grupo renovador rosarino y porteño, Maeder buscó bibliografía de la Escuela de los Annales en el Anuario para incorporar en el cursado de primer año en Resistencia. De autores franceses traducidos en Rosario, recomendados por la discípula de José Luis Romero, Haydée Gorostegui de Torres, obtuvo en 1966 Historie des mentalités de G. Duby, Coment comprendre le méthier d’historien de H. Marrou, Comput, chronologie, calendiers, de A. Cordoliani, Le temps historique de G. Beaujouan, La Géohistorie de Ch. Higounet, Combats pour l’historie de L. Febvre, L’étude des économies et des societés avant l’ére statique de Ph. Wolff y Méthodes modernes de l’archéogie de R. Boch.[42] Puede apreciarse la apropiación de algunos problemas que el historiador desarrollará en los años ’70 como el concepto de “Geohistoria” interpretado por intermedio del medievalista Charles Higounet. Si bien dicho conocimiento no implica necesariamente apropiación/internalización, no podemos desconocer su interés en la década siguiente por los estudios geohistóricos no en clave braudelianos sino en la clásica Geografía Humana europea. Precisamente Maeder se incorporó en 1966 a la Asociación Argentina de Historia Social y Económica donde optaría por publicar algunos de sus trabajos como El censo de Corrientes de 1833 y participar en la Jornadas de la misma institución en Buenos Aires. En una carta dirigida a la secretaria de la institución, Haydée Gorostegui de Torres, le pidió el envío del material producido en razón de las cuotas pagadas como socio.[43]
Es muy llamativo que en sus memorias Evocaciones, recuerdos y confidencias estos acercamientos o intentos de aproximarse a núcleos historiográficos renovadores no aparezcan dilucidados. Existe constancia de los mismos gracias a su correspondencia conservada con excelente precisión en su archivo personal. Puede conjeturarse que Maeder no optó por esta corriente interpretativa y necesitó desprenderse de alguna manera de la misma para afianzar su identidad conservadora en la segunda mitad de la década del ‘60. En su correspondencia con historiadores mendocinos expresó su interés por caracterizar ideológicamente el equipo de historiadores integrantes de la Asociación Argentina de Historia Social y Económica. En una carta enviada en 1966 a Maeder por el historiador mendocino y miembro de la ANH, Pedro Santos Martínez –también miembro de la Asociación Argentina de Historia Social y Económica–, se exponen ejes centrales de sus preocupaciones:
Me preguntas por Haydée Torres y su equipo. Mi impresión es exactamente igual a la tuya. En Cuyo no han podido calzar y nos miran con un poco de ojeriza. Pero ten cuidado por el Nordeste. Ellos saben todo, son los superdotados de la historia social. Pero tú lees sus trabajos y te das cuenta que le falta mucho. Con unos pocos datos te construyen un edificio. Quieren volcar toda la temática francesa, sin advertir que entre nosotros faltan numerosas fuentes que en Europa poseen […] Esta señora Torres me ha hecho una crítica bibliográfica a mi libro “Historia económica de Mendoza” […] la carencia que me atribuye de falta de relación de los hechos con la sociedad, está hecha cuando era posible en muchas circunstancias […] Otras cosas no era posible hacer porque no tenía fuentes. Ahora, si me hubiera puesto a inventar del todo y hacer oratoria –tipo Tulio Halperín Donghi- para demostrar luchas de clases que confirmen el materialismo dialéctico –aunque faltaren fuentes– el libro me lo hubieran elogiado […] En Buenos Aires me dijeron hace 15 días que Tulio Halperín acababa de publicar en Europa un artículo sobre las personas que se habían dedicado a Historia Colonial. En este trabajo no cita a Torres Revello ni a Furlong. Así son ellos[44]
El documento anterior resulta esclarecedor en múltiples significados. Primero, constata el conflicto latente en historiadores tradicionalistas que intentaban incorporar la historia económica a sus prácticas, tales como Maeder y Santos Martínez, quienes integraban con resquemores la Asociación Argentina de Historia Social y Económica. Otro elemento es el marcado faccionalismo presente dentro de las comunidades de historiadores –sensibilizadas por los cambios políticos vigentes– y las estrategias institucionales de mutua invisibilización entre la producción cultural de la ANH y la de los renovadores. Es posible dimensionar el carácter marginal de la corriente renovadora donde la hostilidad clara de Halperín Donghi no correspondía en su posición objetiva sobre una igualitaria relación de fuerzas dentro de los escenarios intelectuales argentinos. Tras el retroceso de los avances renovadores durante el gobierno de facto encabezado por el Gral. Juan Carlos Onganía, la ANH se ocuparía de incorporar proyectos propios de renovación en la producción historiográfica dando fruto sus parciales resultados en la década del ’70.
El ascenso político de J.E. Maeder en la Universidad Nacional del Nordeste
Tras el dinámico período que se abre a partir de la crisis institucional de 1955, Maeder había logrado acceder paulatinamente a escaños burocráticos y consagraciones sociopolíticas tanto en la UNNE como en el locus nordestino. La gestión inicial de Oberdán Caletti había reservado, pues, privilegios a historiadores arribados desde Capital Federal y La Plata, pero su situación acabó por estabilizarse tras el concurso de 1964 obteniendo la titularidad de la cátedra Historia Argentina Colonial. Esta demarcación precisa un espacio que le permitirá no sólo el arraigo a una institución sino la definición de un campo donde proyectar un habitus científico y activar consecutivamente la disputa por las significaciones desde la especialización.
Si se examina el tribunal que componía el concurso hallamos a exponentes tradicionalistas de la NEH como Raúl A. Molina –como ya señalamos, historiador del Derecho que dictaba Argentina I en la Universidad de Buenos Aires desde 1955–, lo que nos sugiere el perfil endogámico de los agentes que intentaban hegemonizar las instancias de consagración culturales. Desde entonces se abocó al magisterio y la investigación gestando institutos centrándose en la historia colonial americana, interrumpida brevemente dicha trayectoria académica tras acceder a funciones políticas en el entramado universitario. La trayectoria política en la UNNE finalizaría en 1970 para retomar la investigación y la docencia con exclusividad hasta que en 1976 cuando las autoridades provinciales del gobierno de facto lo invisten como Secretario de Educación y Cultura de Chaco.
El ascenso político es correlativo a las demarcaciones interpretativas/institucionales que el historiador desplegaba entre diversas estrategias donde fundar su legitimidad. Desde mediados de la década del ‘60, Maeder integrará progresivamente redes académicas con los restantes docentes titulares y epígonos de la NEH de las cátedras de Historia Argentina y Americana de universidades nacionales, mediante rituales protocolares universitarios y afinidades ética-políticas, tales como Raúl Molina en Capital Federal, Carlos Segreti en Córdoba, Dardo Pérez Guilhou y Pedro Santos Martínez en Mendoza, entre otros miembros correspondientes antiperonistas de la ANH. Previa a su incorporación como miembro correspondiente de la ANH, en 1976, es posible constar su participación activa dentro de una comunión de intereses y opciones epistemológicas adyacentes a sectores circunscriptos a un republicanismo autoritario, liberal-conservador o católico.
Entre los escenarios intelectuales previos al campo de profesionalización posalfonsinista, eran frecuentes las interferencias entre los espacios universitarios y la ANH. Como expresión característica, los epígonos de la NEH hallaron a menudo en los gobiernos de facto oportunidades de gravitación cultural en los escenarios intelectuales. El gobierno de Onganía no sólo colaborará con resolver problemas financieros de la corporación, sino que permitirá a este grupo de historiadores un protagonismo excepcional que les facilitará la disputa por las significaciones históricas.
Tras las universidades intervenidas en 1966, a partir del Decreto ley 16.912, la canalización de recursos por parte de agentes culturales conservadores se materializó fundamentalmente en el control parcial de espacios institucionales, la política editorial, financiación de proyectos y acceso a los dispositivos científicos legitimantes. Desde mediados de la década del ’60, se destaca la correspondencia entre Maeder y el historiador miembro de la ANH Mariluz de Urquijo, comentando la escasez de recursos brindados por los gobiernos de Arturo Frondizi y Humberto Illia a la ANH.[45] El trunco proyecto colectivo Historia de las Provincias de la ANH terminó financiándose durante el gobierno de Onganía. En este caso, a Maeder le correspondía historiar la región del Gran Chaco, obra ya terminada desde hacía años. En una carta, Urquijo le ofreció la posibilidad tangible de publicarlo a través de EUDEBA. Dicha prestigiosa editorial de la Universidad de Buenos Aires, con amplia capacidad de penetración en el mercado, se había transformado en la “caja de resonancia” del péndulo de la política. Finalmente en 1969 se publicó Evolución demográfica argentina de 1810 a 1869. Desde 1970 cultivaba un vínculo cercano con Horacio Juan Cuccorese, historiador católico-conservador de la ANH e integrante de la Comisión de Historia y Antropología del CONICET, quien lo acercaría a la institución de prestigio nacional comenzando en un principio como asesor regional de comisiones y luego la obtención de una beca para desarrollar una tesis doctoral que concretará en la década del ’70. El lazo estrecho con el platense Cuccorese se convertirá en una de las piezas claves para el financiamiento directo de sus proyectos científicos en la década siguiente como el Instituto de Investigaciones Geohistóricas.
El afianzamiento laboral e intelectual no sólo le permitió, en parte, un encaminamiento en la trayectoria política dentro de la universidad, sino avanzar en la aceptación social dentro del locus nordestino, receloso de su parroquialismo hasta la instalación de la universidad. Uno de los primeros escaños significativos de Maeder fue el haberse convertido en el primer Decano electo para el cuatrienio 1964-1968. El joven historiador contaba entonces con 33 años. La carencia aún de una sólida legitimidad lo obligaba a la negociación constante con la oposición compuesta, en parte, por reformistas liberales procedentes de otras provincias. En la correspondencia de este período se observa en buena medida la voluntad de ocupar los espacios vacantes de docentes por cristianos identificando las creencias de cada facción como posibles definiciones partidarias.
Uno de los resultados más visibles de su gestión fue la ceremonia de asunción del Decano en el Aula Magna de la Facultad con la presencia de la comunidad educativa encarnando así una integración ideal corporativa. Claramente dicho ritual expresaba las ansias jerárquicas que intentaba impartir su programa político de corte netamente conservador. En sus memorias resalta con frecuencia el valor del orden y la institucionalidad como claves para un cuerpo social exitoso. Desde 1970 recordaría con resquemor las intervenciones políticas por parte de estudiantes a dichas ceremonias. Las tensiones no estuvieron ausentes tal como lo ejemplifica el desacuerdo entre Maeder y el rector interino Carlos A. Walker. El conflicto derivó en su renuncia retirándose temporalmente de la política universitaria. Progresivamente el historiador se vinculará con actores militares, civiles o eclesiásticos locales, donde legitimaría una parte considerable de su capital político con mayor efectividad en los años ‘70.
Al mismo tiempo, su militancia partidaria cobraba un deslizamiento sin desvincularse de facciones católicas como el Movimiento Familiar Cristiano. La alianza de un sector significativo de la Unión Democrática con el peronismo en la década del ’60 y ’70, lo alejaría de dicha configuración partidaria conservándose en el fluctuante arco antiperonista. Fundamentalmente, las filas de la Acción Católica le aguardaron un lugar privilegiado en sedes locales de Resistencia. Aunque Maeder se definía como “un hombre de Iglesia”, su organicidad hacia ambas estructuras había sido menos intensa que su involucramiento en la UNNE desde la cual erigiría una de sus principales identidades para relacionarse públicamente en calidad de historiador profesional. La referencia como “militante católico”, en su caso, resultaba genérica y no siempre precisa. Tal como él mismo se autodefinió: “El estudioso profesor de historia se fue amoldando poco a poco a las actividades propias de un funcionario universitario, cuyo alcance operativo crecía diariamente al mismo tiempo que sus horas de estudio sistemático, se postergaban”.[46]
La figura de Maeder no sufrió alteraciones tras el golpe de Estado de 1966. En Evocaciones, recuerdos y confidencias el historiador reconstruye un relato donde expone una convivencia civilizada hacia el interior de la comunidad académica entre reformistas y “humanistas de tendencia cristiana” la cual se rompería, según precisa, con la crisis cultural y política de 1968.[47] En conjunto con los demás decanos aceptaron las normativas jurídicas de las universidades intervenidas diferenciándose, así, de los sucesos de la “Noche de los bastones largos” en la Universidad de Buenos Aires. Los estallidos sociales del siglo XX expusieron a este historiador a una reafirmación conservadora dentro de un clima de permanentes ebulliciones frente un sector docente y parte del estudiantado radicalizado tras el Cordobazo negando a menudo la negociación con el adversario entre sus códigos. La muerte de un estudiante en Corrientes, víctima de la represión policial en 1969, estimuló las confrontaciones en la universidad anticipándose a los estallidos de Rosario y Córdoba. Son reiterativos sus recuerdos de sesiones interrumpidas y el malestar político en los claustros. El rechazo al tratamiento tradicional de las jerarquías era percibido con un rechazo profundo.
Sin embargo, en el clima inestable de junio de 1969, Maeder fue designado por las nuevas autoridades de facto como Rector interino siendo el Vicepresidente del Consejo Nacional de Rectores. En sus propias palabras, antes de su nombramiento por parte del constitucionalista católico, Dardo Pérez Guilhou, había recibido una comunicación directa: “Me llamó por teléfono y luego de cambiar impresiones, en las cuales coincidimos, me ofreció el cargo”.[48] Pérez Guilhou ejercía como Ministro de Cultura y Educación compartiendo los antecedentes de docencia en la Universidad de La Plata y miembro correspondiente de la Academia Nacional de la Historia por Mendoza. Tanto Maeder como Pérez Guilhou participaban de sociabilidades católicas junto con sectores castrenses. Tanto civiles como militares asistían a espacios cursillistas. La presencia de sectores católicos era frecuente en el gobierno de Juan Carlos Onganía. Un historiador católico de la Academia como Ricardo Zorraquín Becú, por ejemplo, había sido designado embajador en Perú bajo esta administración. Resulta llamativa la reiteración de dichos patrones culturales en la siguiente dictadura de 1976-1983.
En su discurso inaugural del 25 de junio de 1969, Maeder destacó las “urgencias” que demandaban el clima político y social vigente frente a autoridades civiles y militares:
Las actuales circunstancias han agravado sensiblemente los términos de convivencia universitaria y han tomado particularmente raro y difícil el ejercicio del gobierno universitario […] las circunstancia de excepción que ha vivido toda la UNNE en los últimos meses agravados por la dimensión nacional obliga a expresar los propósitos que orientarán la gestión […] Es por ello necesario que los hombres extraídos de los claustros de la misma UNNE, no sólo se caractericen por la posesión de un alto nivel académico y una probada experiencia directiva, sino que además los aliente una autoidentificación universitaria, y una fecunda pluralidad de convicciones, puestas al servicio de la Institución y de la República en esta hora decisiva[49]
No obstante, la actividad política no lo distanció de los escenarios intelectuales y sus debates. En una correspondencia Félix Luna le comentaba “…hemos transitado con mucho pesar este año [1969]. Se nos hizo difícil pero estamos haciendo lo mejor que podemos”.[50] En esta etapa, en términos de su producción y la circulación de artefactos culturales, es distinguible la preferencia que desplegó de forma pública y privada hacia la ANH. Simultáneamente que exploraba la producción historiográfica renovadora en la década del ’60, estrechaba también lazos intelectuales con académicos de número como el Presbítero jesuita G. Furlong. La prolongada correspondencia con la Universidad del Salvador se convertirá en un nexo constante durante décadas. Cada ascenso social y político era celebrado y felicitado por los sectores sociales con quienes compartía múltiples intereses: la Iglesia, miembros de la Academia, militares y figuras públicas relacionadas a los escenarios intelectuales nacionales y regionales. No debe interpretarse a estos sectores separadamente sino, por el contrario, con múltiples interferencias entre sí siendo la Academia el ejemplo quizá más representativo en tal sentido.
Maeder presentaría la renuncia en 1970 tras ser desplazado Pérez Guilhou de su cargo debido a la crisis del régimen de Onganía luego del Cordobazo. Desde 1969 el clima político radicalizado había provocado intensos conflictos dentro de la UNNE. Como mencionamos anteriormente, Maeder identificaba peyorativamente al Mayo Francés como uno de los fenómenos culturales responsables de la “subversión” con oleadas locales correspondientes a los estallidos populares ocurridos en los centros urbanos de Corrientes, Tucumán, Rosario y Córdoba hacia el cierre de la década del ‘60. Las repercusiones fueron notables en tanto se rompían códigos de convivencia consensuados entre los distintos bloques que tradicionalmente articulaban la política universitaria y cundían especialmente en Maeder, quien percibía con pesimismo los cuestionamientos al orden institucional.
Conclusiones
En cuanto a la relación estrecha de los epígonos de la NEH con las universidades nacionales, antes y después de 1955, fundamentalmente procedieron en conjunto con otros agentes a la reestructuración global y la disposición de los espacios curriculares vigentes. El carácter refundacional del proceso en el escenario nacional habilitaba a los agentes comprometidos, en especial jóvenes antiperonistas sobresalientes como Maeder, facultades para moldear las instituciones. Sobre todo los embrionarios Departamentos de Historia localizados en Mendoza, Tucumán, Córdoba y Resistencia fueron propensos a las disputas por su control institucional aprovechadas eficazmente por las redes historiográficas herederas, o formadas por los paradigmas profesionales, de la NEH. La UNNE desde 1958 había albergado a numerosos profesionales provenientes de los centros historiográficos hegemónicos de La Plata y Capital Federal, situación dominante en otras casas de estudios de las provincias.
A pesar de que el triunfo de las continuidades sobre las renovaciones fue un hecho definitorio, en el posperonismo se esclarecieron alineamientos intelectuales sensibles al péndulo político durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX. El carácter autorreproductivo de la NEH triunfó en muchas generaciones de historiadores. Profesionales como Raúl Bazán, Arturo Hand, Maeder y C.A. Segreti, recién graduados del Instituto Nacional Joaquín V. González, debieron construir sus propias trayectorias con oportunidades concretas en Catamarca, Resistencia y Córdoba respectivamente, por destacar casos sobresalientes instalados en las provincias desde 1955. Como resultado se estabilizaron progresivamente redes académicas y espacios de poder intelectual en las universidades nacionales e instituciones culturales, contenidos por una solidaridad de intereses, precisamente gozando de una singular indemnidad política al menos hasta 1973 a diferencia de otros agentes como los historiadores de la renovación historiográfica que vieron en 1966 y 1975/76 un violento revés.
Reconstruyendo las opciones interpretativas, en el caso específico de Maeder, sin abandonar los vínculos con instituciones nacionales tradicionalistas hispanomaericanistas donde fundar la legitimidad intelectual como la ANH, merece matizarse algunos planteos del equipo PIHA (Programa de Investigaciones en Historiografía Argentina) dirigido por Fernando Devoto hasta 2010 y luego por Nora Pagano. Si bien Pagano ha incorporado la construcción de la cultura histórica como objeto de estudio, hasta 2010 el PIHA ha discriminado taxativamente a las corrientes historiográficas incluyendo escasos márgenes de hibridez entre las mismas.[51] La autora, eximia especialista en la NEH, advierte entre los epígonos cierto anquilosamiento historiográfico el cual no es incompatible con su centralidad institucional. Como excepción la historiadora expone la producción de algunos historiadores de la Universidad Nacional de La Plata y “ciertas aperturas temáticas” de historiadores provinciales como el caso de Maeder.[52] En este trabajo se intenta sugerir que los historiadores renovadores no había poseído el monopolio de la historia social y económica pese a cultivar ambas con excelentes resultados. Es claro que algunos historiadores tradicionalistas herederos de la NEH, figuras notables como Maeder, Cuccorese y J. M. Mariluz de Urquijo, prestaron especial interés en disputar la renovación de los estudios históricos pese a la inercia historiográfica de la Academia poco predispuesta a una renovación integral. Por supuesto que es obligatorio destacar que estas prácticas de desarrollaban en los márgenes y no en la centralidad de estas redes académicas. Como asevera Girbal de Blacha dichas prácticas intelectuales, pese a sus limitaciones, no eran simplemente “aperturas” sino intentos de emplear el capital intelectual en las significaciones de la historia social bajo una matriz cultural singular que desconfiaba tanto del materialismo histórico como de las grandes teorías holistas.[53]
Claro que no todos los epígonos conservaban las mismas predisposiciones y aperturas a vertientes renovadoras. Pero un estudio de casos individuales permitiría complejizar los alcances cualitativos presentes entre las vertientes tradicionalistas. Según los criterios planteados por el equipo de PIHA, el caso de Maeder sería paradójico: al mismo tiempo que perfilaba un conservadurismo político y prejuicios teóricos/ideológicos, se acercaba a la historia demográfica y económica a través del Anuario de Rosario y promovía vertientes de renovación en el Nordeste. La recepción de bibliografía novedosa, como la Escuela de Annales, fue selectiva pero trascendente a la hora de considerar futuros proyectos científicos multidisciplinarios como la creación del Instituto de Investigaciones Geohistóricas en 1979. En efecto, debería examinarse internamente los corpus primero para identificar metodológicamente un carácter renovador singular como los esbozados en Rosario y Buenos Aires principalmente. La historia económica trabajada por Maeder recaía en un empirismo descriptivista que intentaba definir como objeto de estudio a la sociedad y las instituciones. Acabó acercándose, en muchos aspectos, a un equilibrio entre la interpretación crítica documental y las series estadísticas aplicadas con bastante prudencia puesto que desconfiaba de las certezas de las técnicas cuantitativas estadounidenses y europeas. La historia demográfica estaba en parte unida a su perfil de historiador católico, permitiéndole indagaciones exhaustivas de archivos eclesiásticos donde encontrará en las misiones jesuíticas su área predilecta. Uno de los vestigios de la historia política en estos trabajos claramente es el influyente enfoque institucionalista a la hora de inteligir la sociedad y la economía como dimensiones dependientes. Su perspectiva científica interpretativa terminó siendo destacada incluso por estudiosos consagrados como Halperín Donghi, reconociendo los rasgos de modernidad de la UNNE entre las “sombras” de las intervenciones autoritarias.[54]
La estrategia intelectual adoptada por Maeder advierte la compleja trama y matices que caracterizó al impacto de la modernización en la producción historiográfica posperonista. En la década del ’70 se cristalizarán mucho mejor los casos de convivencia como historiadores de la economía renovadores, como Cortés Conde, quienes se acercaron a la red historiográfica de los epígonos de la NEH. Desde su instalación en Resistencia, Maeder obtuvo un lugar clave en el proceso de definición de la cultura institucional de la UNNE y la disputa por las significaciones. Indagar a los epígonos que intentaron canalizar la herencia institucional de la NEH, resulta una tarea en la cual los investigadores asisten desde significaciones contemporáneas a partir de dispositivos de memoria académica seleccionados por el campo de la reprofesionalización posalfonsinista.
Fuentes
Éditas
Archivo Joaquín Ernesto Maeder. Cajas Nº1, Nº2 y Nº3. Instituto de Investigaciones Geohistóricas (IIGHI). Resistencia, Chaco:
Carta de Luis Molinari a J.E. Maeder, 1958, Caja Nº1
Carta de Andrés Allende a J.E. Maeder, 1959, Caja Nº 2
Carta de Mariluz de Urquijo a J.E. Maeder, 1962, Caja Nº2
Carta de Aurelio Tanodi a J.E. Maeder, 1963, Caja Nº2
Carta de Pedro S. Martínez a J.E. Maeder, 1969, Caja Nº3
Carta de Félix Luna a J.E. Maeder, 1970, Caja Nº3
Carta de Nicolás Sánchez Albornoz a J.E. Maeder, 1965, Caja Nº2
Carta de Haydée Gorostegui de Torres a J.E. Maeder, 1968, Caja Nº3
El Territorio, 23/08/1968.
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* Universidad Nacional de Córdoba, CONICET.
[1] Altamirano, 2005: 15.
[2] Sigal, 2002, p.15.
[3] Se denomina Nueva Escuela Histórica a una corriente historiográfica que reúne a diversos historiadores de comienzos del siglo XX en Argentina que intentaron estandarizar la producción historiográfica a través de un formato estilístico y metodológico científico. Aunque no todos coincidían en el mote lingüístico, la misma se materializó en distintas redes sostenidas entre intelectuales de Buenos Aires y La Plata, fundamentalmente, siendo esta última una vertiente de la misma. Los epígonos –o “advenidos luego” – serían las sucesivas generaciones que se integraron perfectamente a estas redes forjando filiaciones con sus mentores. La esterilidad teórica adjudicada a estos intelectuales puede entenderse, parcialmente, en la propia incorporación sin innovaciones del proyecto de inteligibilidad histórica instituido por la Academia Nacional de la Historia en base a la validación de un canon dispuesto en los padres de la historiografía decimonónica y los principales referentes de la Nueva Escuela. La reproducción institucional apoyada en agentes precisos y sus discípulos, contribuyó a un conservadurismo historiográfico aunque éstos optarían por matices renovadores, sin renunciar a las redes académicas paternales de contención y provisión segura de recursos. La intensidad empírica dispuesta en indagaciones documentales mantenía, no obstante, un déficit en sus corpus en cuanto a la interpretación esquemática de las fuentes manteniendo en pie los mismos problemas articuladores, autores legitimantes de referencia y los constructos escriturales predilectos por décadas. No obstante, en este trabajo se intentará matizar estas interpretaciones ilustrando las opciones interpretativas de Maeder, Eujanian, 2003: 93 y Pompert de Valenzuela, 1991: 31.
[4] Pagano, 2009: 193.
[5] Acha, 2008, p.14.
[6] Pagano, 2009: 161.
[7] Spinelli, 2005.
[8] Spinelli, 2005: 14-15.
[9] Sigal, 2002: 93.
[10] Martínez, 2013.
[11] Maeder, 2013: 24.
[12] Pagano, 2009: 153.
[13] Maeder, 2013: 10.
[14] Maeder, 2013: 51.
[15] Maeder, 2013: 75.
[16] Maeder, 1957: 112.
[17] Maeder, 1956: 56.
[18] Maeder, 2013: 74.
[19] Maeder, 2013: 83.
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