Horowitz, Joel, 2015, El radicalismo y el movimiento popular (1916-1930), Edhasa, Buenos Aires, 313pp.
La traducción de la obra del estadounidense Joel Horowitz es un destacado aporte para los investigadores del radicalismo y otros temas afines del período. En El radicalismo y el movimiento popular (1916 – 1930) el autor rearticula de manera novedosa una serie de temas abordados por la historiografía como la división la UCR en la década del 20, la relación con el movimiento obrero organizado, el patronazgo y el clientelismo, la gran popularidad de Yrigoyen y su ocaso hacia 1930, con otros sumamente novedosos, como la relación de la administración de Alvear con los sindicatos.
El objetivo general consiste en la búsqueda de una explicación del fracaso de la primera experiencia verdaderamente democrática del país, y sus consecuencias a largo plazo en la cultura política nacional, aunque el tema central gravita fundamentalmente en torno a las relaciones establecidas con el movimiento popular[1] como soporte no institucionalizado de los gobiernos radicales. Además de las originales reflexiones sobre el Alvearismo, que no es reducido a sus conocidos (y a veces exagerados) rasgos aristocráticos, conservadores y elitistas[2], ni tampoco identificado como un “interludio”[3], el libro es innovador en la manera en que relaciona las fortalezas y debilidades del partido gobernante con la lógica política de la competencia, en particular la competencia electoral, inter e intrapartidaria. Este énfasis hace que el autor se detenga con interés a considerar la atracción de votos como una categoría fundamental para explicar la sanción de leyes y la relación con los sindicatos. Sin desconocer otras dimensiones de la experiencia histórica, Horowitz privilegia indudablemente el aspecto político-partidario del periodo.
El libro se estructura en 7 capítulos sumados a una introducción y una conclusión final. En el primer capítulo el autor realiza una caracterización del marco socioeconómico existente antes y luego de la aparición de la UCR. Confronta su postura con enfoques economicistas, y relaciona las transformaciones económicas del periodo con la emergencia del radicalismo; aunque el autor no realiza esta operación deduciendo de manera simplista ellas un vínculo de intereses entre el ascenso de determinada clase o fracción de clase y la UCR. Por el contrario prevalece a lo largo del libro la idea de que el radicalismo fue el emergente partidario más importante para impulsar un nuevo régimen político. No obstante los radicales carecieron de una visión clara de la transformación social, lo cual tuvo consecuencias en la definición de su política, conforme demostrará a posteriori.
El capítulo 2 recupera líneas de análisis de la historia cultural –siguiendo la obra de autores como Peter Burke, Gareth Stedman Jones o el mismo Daniel James- que contribuyen al estudio de la política. El análisis de la construcción de un imaginario asociado al radicalismo ocupa un lugar central, ya que las representaciones acerca de la naturaleza del partido y su rol histórico fueron el pilar sobre el que se constituyó la popularidad de la agrupación entre los trabajadores. Esa popularidad no pudo depender solo del clientelismo aunque este ciertamente era un fenómeno tradicionalmente muy difundido.
El autor reconstruye la constitución de dos imaginarios diferentes, el del Yrigoyenismo y el del Alvearismo, bajo la premisa de que ambos líderes intentaron relacionarse a las masas populares. Descubrimos así un estilo político del radicalismo, asociado a formas de movilización política arraigadas en la sociedad argentina, pero que no inhibió las peculiaridades de cada liderazgo. La construcción de la retórica Yrigoyenista ocupa buena parte del capítulo. En él Horowitz descubre un tipo de liderazgo carismático no tradicional, cuyos rasgos no se ajustan al estereotipo de otros líderes carismáticos por la poca visibilidad pública del líder, la escasa cantidad de sus testimonios escritos así como su austeridad y el carácter piadoso que transmitía. Algunas características que identificamos con el radicalismo, son potenciadas en el Yrigoyenismo, como la identificación (del partido en un caso y del caudillo en el otro) con la nación.
Lejos de ser un cliché de la historiografía tradicional, el clivaje esencial entre las dos grandes corrientes internas del partido pasaba por el grado de personalización de la política. El obrerismo como práctica concreta para granjearse el apoyo de los sectores populares también fue puesto en práctica por el Alvearismo, incluso obteniendo mayor éxito en materia de legislación laboral. Contrariamente a lo que indica un arraigado prejuicio, existió entre los antipersonalistas una búsqueda por fundirse con el movimiento popular. Sin embargo, la debilidad de los antipersonalistas en la gestión de los recursos simbólicos a la hora de construir un nexo con el pueblo fue un factor importante para consolidar la hegemonía Yrigoyenista hasta la década del 30’.
El tercer capítulo está dedicado a los vínculos clientelares, delimitando el contexto específico en que se desarrolla, su alcance y límites. La hipótesis principal plantea que la popularidad de Yrigoyen no puede derivarse de la existencia de una red clientelar instaurada -especial pero no únicamente- desde el empleo público. El caudillo, mediador entre el Partido y el Estado por un lado, y los habitantes por el otro, constituía un elemento esencial para obtener votos y competitividad en la contienda electoral en el marco de campañas todavía muy intensivas en mano de obra. La peculiaridad de este extendido fenómeno para el caso porteño remite a la existencia de una sociedad civil en ebullición y un entorno muy competitivo. El autor constata, al menos para Buenos Aires, la existencia de una red de solidaridades en la cual el partido gobernante compartía cargos con la oposición -incluidos socialistas y comunistas- anticipando una dinámica de sistemas partidarios más actuales. Asimismo, logra discernir las variables económicas globales, como el crecimiento general del empleo público y los requerimientos burocráticos de una sociedad en crecimiento, de los criterios específicamente partidarios. El clientelismo distó mucho de ser prerrogativa del Yrigoyenismo, de allí que no podamos deducir su popularidad solo como consecuencia de este fenómeno. Lo que si puede atribuirse al radicalismo -según el autor- es la inexistencia de una reforma exitosa de administración pública que paliara los costos económicos a largo plazo.
En el capítulo 4 se indagan los motivos del fracaso radical en la implementación e institucionalización de políticas sociales a partir de un suceso clave: el fracaso de la ley de Jubilaciones 11.289, promulgada en 1924, cuya debilidad arraiga en la oposición unificada de sindicatos y sectores patronales. El autor se pregunta por qué los dirigentes radicales (quienes habían demostrado sus cualidades políticas en muchas oportunidades), se comprometieron en la sanción de una ley que gozaba de un apoyo tan exiguo. Las motivaciones económicas para una rápida sanción de la ley no deberían prevalecer por sobre las motivaciones electorales. Según Rock la ley apuntaba a generar fondos que serían utilizados para la consolidación de la deuda[4], mientras que Horowitz destaca que la agitación en favor de la ley aumentó en las vísperas de la campaña para elecciones legislativas de 1924. Ambas tesis no son excluyentes, pero la primera enfatiza en un repliegue general en la política fiscal que habría afectado a la clase obrera, mientras que la segunda la considera parte de la política obrerista pese a sus limitaciones. Tampoco desestima la diversidad de motivos que movieron a amplios sectores a la oposición: ideológicos, políticos, económicos. Sin embargo, conforme al tema principal del libro, centra su análisis en la incapacidad del partido radical de movilizar un apoyo organizado, tanto del movimiento popular como de las clases patronales para sostener la ley que creaba cajas de previsión social en sectores claves de la economía.
En los capítulos 5, 6 y 7 Horowitz analiza el tipo de “obrerismo” puesto en práctica en cada período presidencial radical. El capítulo 5 se concentra en la primera presidencia de Yrigoyen. En él se afirma que la táctica de tolerancia selectiva frente a las huelgas continuó luego del impasse de la semana trágica y se sostuvo hasta mediados de 1921. A partir del análisis de tres casos, busca poner de manifiesto el carácter asistemático de la intervención Yrigoyenista en los conflictos laborales. El respaldo estatal a la FOM[5] en el puerto de Buenos Aires es el caso paradigmático de intervención en un área clave de la economía agroexportadora en apoyo de los trabajadores. El caso ferroviario es presentado como ejemplo de los límites de la tolerancia, mostrando cómo las disputas internas del movimiento obrero y la dispersión y multiplicidad de huelgas dificultaban el estilo de negociación personalizado emprendido por Yrigoyen. Finalmente, el ámbito municipal será el ejemplo de intransigencia estatal (al menos en los inicios de la presidencia) puesto que existió una trama más compleja de posicionamiento de una clientela propia y la necesidad de ensanchar las bases de apoyo frente al socialismo, partido que además de tener peso en el municipio porteño controlaba la UOM. En todos los casos, se destaca el rol central de la policía, ya que era frecuentemente el jefe policial el que negociaba con los sindicatos.
El capítulo continúa con una breve descripción de la semana trágica en base a bibliografía secundaria, ya que al autor le interesa enfocarse en la escalada huelguística de alcance nacional entre esos sucesos y el fracaso de la huelga general de 1921. Sin dejar de repasar hechos ampliamente discutidos, como los conflictos de la Forestal en Santa Fe o la represión a las huelgas de la Patagonia, Horowitz identifica el quiebre del modelo de intervención Yrigoyenista durante el recrudecimiento del conflicto portuario.
La administración de Alvear, analizada en el capítulo 6, también buscó sostener una paz laboral basada en una intervención obrerista que pareció ser incluso más exitosa. Es cierto que los niveles de conflictividad fueron menores, pero el autor pone el acento en las peculiaridades de la intervención del PEN: la negociación con sindicatos centralizados y disciplinados, y un acercamiento menos personal y más proclive a los canales burocráticos. En esta etapa el eje se desplazó del puerto hacia el sector ferroviario. El sindicato a imitar fue desde ese momento la Unión Ferroviaria. Esta organización centralizada daba importantes garantías de armonía social a la administración Alvearista, por ejemplo, al no permitir la declaración de huelgas sin consulta previa o adoptar el trabajo a reglamento como medida de protesta que garantizaba menores índices de conflictividad. La UF obtuvo su personería jurídica, creció excepcionalmente en volumen de afiliados y obtuvo mejoras en los salarios y condiciones laborales.
En el puerto, una FOM desbordada por los conflictos internos impedía un lazo de colaboración como el que se establecía entre la UF y el Alvearismo. El gobierno intentó implementar el modelo ferroviario basándose en la recientemente formada UOMar. Esta parte de la narración es significativa ya que explicita dos de las razones de la incapacidad del Antipersonalismo por llegar a las masas populares. En primer lugar, el juego de apoyo a ciertas facciones dentro del puerto y de la misma UOMar, con el objetivo de crear una base de poder antipersonalista y conseguir apoyo electoral, chocó con la escasa coordinación en el interior del bando antipersonalista. El conflicto faccioso en el radicalismo adquiere plenitud en la segunda mitad de la década del veinte. Esto pudo observarse en el puerto, donde el personalismo operaba sobre la parcialmente recuperada FOM, el Alvearismo apoyaba a la UOMar e intentaba reducir su influencia socialista, y a su vez, algunos antipersonalistas con base de poder propia complicaban la intervención obrerista del Alvearismo, favoreciendo la creación de sindicatos de empresa y sosteniendo posiciones más favorables a la patronal. En segundo lugar, nos muestra que Alvear nunca llevó a fondo su política de hacer pie en una fracción determinada del movimiento obrero. Pese a apoyar a la UOMar, nunca dejó de recibir a los miembros de la FOM.
Otra vía de intervención del Alvearismo fue la creación de nuevos sindicatos como ATE o ATC, acusados por la oposición socialista de “apolíticos”[6], que posibilitaban una estrategia de reconversión de muchos dirigentes luego de las derrotas de 1924, obteniendo así empleos estatales.
En el último capítulo el autor relaciona la incapacidad del presidente Yrigoyen por reinstaurar su política obrerista en su segundo mandato con las condiciones que propiciaron el golpe de estado de 1930. Si bien la depresión económica fue una condición necesaria para el golpe, no fue una condición suficiente. La asunción del anciano presidente había generado amplias expectativas en las clases populares, y en los primeros meses de mandato se tomaron medidas favorables a los sindicatos de manera similar a lo sucedido durante el primer gobierno. Pero la conflictividad creciente tornaba cada vez más difícil la tolerancia a las huelgas, e incluso los efectos positivos del apoyo gubernamental ya no eran tan notorios. A su vez, el gobierno era reacio a adecuarse al modelo centralizado burocrático establecido en el período anterior y continuó intentando solucionar los conflictos por vía de contactos personales, en un contexto desfavorable a tal accionar.
En síntesis, el libro de Horowitz, contribuye de manera significativa a la desmitificación de juicios comunes sobre los gobiernos radicales y revela lo beneficioso que resulta la revisión rigurosa de temas analizados y muchas veces cristalizados por la historiografía y la opinión general. Esta senda ha de ser retomada por las investigaciones regionales a fin de tener un conocimiento más acabado del radicalismo nacional y sus huellas en la cultura política argentina.
Bibliografía:
Clementi, Hebe, 1986, El radicalismo. Trayectoria política, Hyspamérica, Buenos Aires.
Horowitz, Joel, 2015 [2008], El radicalismo y el movimiento popular (1916-1930), Edhasa, Buenos Aires.
Luna, Félix, 1999 [1988], Alvear, Editorial Sudamericana, Barcelona.
Rock, David, 2010 [1975], El radicalismo argentino 1890-1930, Amorrortu editores, Buenos Aires.
Salvador Vaccari*
[1] Estas relaciones se establecen fundamentalmente de dos maneras: en primer lugar desde la retórica nacional-popular, y segundo a través de las relaciones directas con los sindicatos. Pese a que Horowitz no define al “movimiento popular”, consideramos que lo utiliza en dos sentidos a lo largo del libro. Generalmente alude a un sentido amplio, afín a la noción de “sectores populares”, mientras que en otros pasajes tiende a restringirlo al movimiento obrero organizado.
[2] Luna, 1999 [1988]: 17-48; Clementi, 1986: 34-40.
[3] Rock, 2010 [1975]: 226-268.
[4] Rock, 2010 [1975]: 234.
[5] En adelante y siguiendo a Horowitz, utilizaremos las siguientes siglas (FOM: Federación Obrera Marítima; UOM: Unión Obrera Municipal; UOMar: Unión Obrera Marítima; UF: Unión Ferroviaria; ATE: Asociación Trabajadores del Estado; ATC: Asociación Trabajadores de la Comuna).
[6] Esta acusación de apoliticismo y oportunismo no es del todo cierta, ya que en la ATC también había militantes de larga trayectoria sindical, como Sebastián Ferrer activo militante de la FORA V o Pedro Milesi, antiguo dirigente metalúrgico que participó en la creación de la USA y estuvo afiliado primero al PSA y luego al PC.
* Universidad Nacional de Córdoba.