Un acercamiento a la experiencia de militancia en el Partido Comunista Argentino en los años sesenta
Paola Bonvillani*
Resumen:
El trabajo tiene por finalidad responder al siguiente interrogante: ¿De qué modo la experiencia de militancia en el Partido Comunista Argentino en los sesenta constituyó la identidad de sus militantes? Para dar tratamiento a esta pregunta abordaremos la categoría identidad para analizar los procesos de conformación de los sujetos políticos a partir de la reconstrucción del vínculo entre las estructuras partidarias y la práctica militante. Desde esta perspectiva entendemos que la construcción la identidad comunista puede ser pensada como espacio de tensión entre las imposiciones partidarias y las apropiaciones, recreaciones o impugnaciones efectuadas por su militancia.
Palabras clave: Identidad - Partido Comunista Argentino - militancia
Summary:
The work aims to answer the following question: How does the experience of militancy in the Communist Party of Argentina in the sixties was the identity of its militants? In order to treat this question we will address the identity category to analyse the processes of formation of political subjects from the reconstruction of link between structures of parties and militant practice. From this perspective we understand that the construction of communist identity can be thought of as an area of tension between the impositions of the parties and the appropriations, recreations or challenges made by their militancy.
Keywords: Identity – Communist Party of Argentina - militancy
Introducción
El siguiente artículo propone comprender el proceso de constitución identitaria de la militancia comunista argentina durante la década del sesenta[1]. Dicho proceso se enmarca en un contexto histórico cuyas particulares características delimitaron los cursos de acción posibles del comunismo e influyeron en las prácticas políticas de la militancia de una fuerza política que se convirtió en un componente, si se quiere menor, pero permanente de las luchas populares.[2]
En virtud de lo anterior, nos surge como interrogante fundamental: ¿De qué modo la experiencia de militancia en el Partido Comunista Argentino en los años sesenta constituyó la identidad de sus militantes? La reconstrucción de la identidad comunista nos conduce a la necesidad de pensar los procesos de conformación de los sujetos sociales. Podemos sostener que diversas tradiciones de las ciencias sociales han centrado el estudio de la subjetividad y la identidad en relación con el mundo del trabajo –tal el caso del marxismo clásico, que identificó a la clase obrera como el sujeto histórico fundamental– siendo poco frecuentes aquellos que extendieron el análisis a otros espacios de experiencia. Al contrario, consideramos que el mundo del trabajo no elimina, antes bien, coexiste con otros importantes espacios de experiencia, de sociabilidad –y por lo tanto de constitución de subjetividades–, como por ejemplo, los partidos políticos. Estos espacios pueden estar articulados o no, ser exclusivos de una clase social, o compartidos con otras, y si bien las prácticas que se emprenden en cada uno de ellos no son homogéneas, juntos contribuyen a la constitución de subjetividades e identidades. En tal sentido, cabe advertir que, si bien históricamente el Partido Comunista (PC) se autoidentificó como el representante de los intereses de la clase obrera, no podríamos analizar los intereses que influyen en la decisión de militar únicamente en términos económicos, pues consideramos que en dicho proceso también entran en juego otros tipos de motivaciones que implican diferentes campos de acción y lucha. Al respecto, podemos preguntarnos: “¿Hay por lo tanto sujetos clasistas y otros que no lo son? Cuando hablamos de sujetos no clasistas, con ello no anulamos de inmediato toda referencia a estructuras, puesto que, estructura no necesariamente tiene que remitir a relaciones de producción”.[3]
Por consiguiente, abordaremos la categoría identidad pues permite una reconstrucción abstracta del vínculo entre el campo de las estructuras y la práctica social del agente y ayuda a pensar los procesos de conformación de sujetos y movimientos sociales. Asimismo, analizaremos algunas dimensiones propias de la cultura política comunista vinculadas a su identidad, las cuales se consideran de abordaje necesario para pensar, no solo la constitución del comunismo argentino como actor social, sino también su acción histórica.
Por último, la estrategia metodológica se sustenta en el entrecruzamiento o triangulación de documentos escritos con los testimonios orales elaborados a partir de entrevistas en profundidad. Consideramos fundamental la inclusión de los testimonios orales ya que permiten articular significados subjetivos de experiencias personales y prácticas sociales. Ciertamente, en ellos se movilizan y activan procesos de subjetivación política en los que el propio proyecto de vida evocado, se encuentra fuertemente marcado por su militancia política[4].
Algunas notas sobre el concepto identidad
El interrogante planteado involucra como dimensión analítica fundamental la identidad. Desde diversas corrientes teóricas provenientes del campo de la Psicología, la Filosofía y la Sociología, la han definido como un estado o una esencia intrínseca del sujeto. Proponemos, en cambio, concebirla como un proceso de construcción sometido a reformulaciones, aunque estable –pues de lo contrario no podría ser percibida– y que se genera en interrelación con otros. Asimismo, consideramos que la identidad representa una forma o espacio específico de subjetividad que puede ser pensada básicamente como un conjunto de significaciones acerca de sí y que refiere también a un sentido de pertenencia o identificación colectiva, en tanto dichas significaciones solo pueden ser construidas a partir de la relación social. Asimismo, en el proceso de construcción de la identidad no podemos desconocer la mirada de la alteridad como reconocimiento intersubjetivo.[5] Lo último no implica obviar el mundo interno de los sujetos sociales, sino complejizar el análisis del proceso de constitución identitaria, reconociendo sus componentes subjetivos y poniendo en juego estructuras y acciones.[6]
En cuanto a su génesis interaccional, es necesario prestar atención a los espacios en los cuales los sujetos despliegan su sociabilidad, ya que la pertenencia a colectivos puede considerarse una de las fuentes de identidad más significativas.[7] Ciertamente, identificarse con un colectivo político “dador” de identidad, implica compartir, al menos parcialmente, ciertos elementos o rasgos distintivos que caracterizan y definen la cultura política de dicho colectivo –tales como creencias, prácticas y representaciones colectivas que establecen un determinado sentido de las formas de canalización del conflicto social y del orden económico, social y político deseable, una lectura común y normativa del pasado histórico, proyectos de futuro, "enemigos" compartidos, un vocabulario propio y, a menudo, una sociabilidad particular-[8].
De este modo, el abordaje de la identidad nos lleva a problematizar sus vínculos teóricos con la noción de cultura. En tal sentido, compartir una identidad colectiva no solo implica participar en su creación sino también a veces la necesidad de “obedecer” sus prescripciones normativas. Por lo tanto, los significados que definen la identidad no se comparten necesariamente por consenso, implican la imposición de jerarquías de poder, y por consiguiente, pueden producirse divergencias y hasta contradicciones entre miembros de un mismo grupo. En consecuencia, abandonamos aquella noción estructuralista de la cultura entendida como sistema de normas y valores que actúan a modo de ámbitos de presión, delimitación o constreñimiento sobre los sujetos. Más bien la pensamos como conglomerados de significados heterogéneos, contradictorios y socialmente construidos a través del tiempo, a partir de negociaciones, imposiciones y consensos.[9] Dichos elementos culturales son interiorizados por los miembros de un grupo a través de la experiencia, dando sentido así, a las situaciones e interacciones concretas. De lo anterior se desprende que la cultura no puede entenderse sin una referencia a la subjetividad y a la acción que la actualiza, valida, reproduce y transforma.
Las nociones propuestas aquí, fueron reconstruidas como posibles conceptos ordenadores del proceso de constitución identitario de la experiencia militante comunista. Así, en lo que sigue, nos proponemos descubrir ciertas dimensiones constitutivas de la identidad comunista e identificar los procesos propios de una determinada coyuntura histórica que operaron como condición de posibilidad en la conformación de dicha identidad.
La visión marxista-leninista del comunismo argentino
Las visiones de la realidad compartidas por el grupo de pertenencia representan un elemento fundamental en la constitución de la identidad de los sujetos, al configurar sus percepciones, sus relaciones y orientar sus prácticas. En relación a ello, podemos sostener que las formulaciones ideológicas, teóricas y políticas más codificadas del marxismo-leninismo representaron para la militancia comunista un conjunto de ideas-fuerza que condicionaron sus interpretaciones sobre la sociedad y sus modalidades de cambio.
Durante décadas se fue cristalizando cierta visión "comunista" del mundo que se tornó casi impermeable a los cambios socio-económicos y a las transformaciones en el campo cultural que se experimentaron tanto a nivel local como mundial. Para comprender la preeminencia de ese corpus de significados comunes debemos tener en cuenta los procesos sociales e históricos que lo involucraron. Desde mediados de la década del treinta y sobre todo luego, en el contexto de la Guerra Fría, el PC le asignó primacía a la Unión Soviética, identificó casi sin matices los intereses de esta con los del socialismo a nivel mundial y consecuentemente encaminó todos sus esfuerzos a contribuir al triunfo soviético contra el bloque capitalista.[10] Acerca de los sentidos asignados a la política en aquellos años, afirma un comunista: “…la política era para nosotros una lucha por la democracia, con vistas al socialismo, que en esa época tenía referentes concretos, ejemplos que admirábamos y seguíamos eran Cuba y la Unión Soviética”.[11]
Estas palabras nos permiten incorporar la dimensión del futuro al análisis de la constitución de la identidad, es decir, la adhesión a un proyecto colectivo construido en estrecha relación con su visión del mundo y que opera como causa del movimiento. En las imágenes del futuro posible y deseable que el comunismo local proyectó, el ejemplo de la Unión Soviética se presentó como modelo de organización social al confirmar la certeza del futuro socialista de la humanidad. Por ello resulta comprensible que pocos militantes se atrevieran a cuestionar abiertamente el liderazgo político, económico, militar y la fuerza moral que emanaban de Moscú, pues hacerlo significaba una apostasía:
¡Que me vengan a hablar de los horrores de Stalin! y sí, ha habido y nosotros no lo sabíamos, ¡Ojo al Cristo! Luego yo me pongo a pensar ¿Y si no hubiera sido por Stalin que desoyó los consejos de que tenía que abandonar Moscú? ¿Si en vez de haber habido un ejército rojo, unido, fuerte, hubiera habido estas “republiquetas” que hay ahora? (…) yo estaría convertido en jabón…[12]
Sin embargo, advertimos que el paso del tiempo habilitó al entrevistado repensar las implicaciones del pro-sovietismo local:
…después todos descubrimos, pero mucho tiempo después, que las premisas de la Unión Soviética no podían trasladarse mecánicamente a cada país (…) la Unión Soviética quería defender una cosa monolítica, y nosotros realmente creímos en eso. Yo siempre dije que una gran diferencia de los fascistas con nosotros es que el fascista es fascista sabiendo lo que era el fascismo (…) en cambio todos éramos fervientes comunistas sin saber lo que era el socialismo real…[13]
Esta tendencia, que podríamos caracterizar como dogmática, no se reducía a los dictados de la Unión Soviética, implicaba también el profundo respeto por la jerarquía partidaria, traducido en la infalibilidad de las directivas emanadas de los cuadros superiores, en el cumplimiento casi sin cuestionamientos y en cierta oposición al debate, las críticas y las disidencias. Son ilustrativas las palabras de un entrevistado sobre el proceso de toma de decisiones:
…vos adentro discutías todo y había debates fuertes sobre distintas posiciones políticas, una vez resuelto eso (…) se aplicaba lo que la mayoría planteaba, eso era el centralismo democrático, es decir (…) te tenías que bancar si perdía tu posición ¿Porqué? Porque se concebía que el partido tenía que prepararse para la revolución y en la revolución nadie podía discutir, había que actuar en conjunto porque si no, perdías…[14]
Desde cierto discurso difundido sobre el comunismo, este fragmento daría cuenta del "monolitismo" con el que generalmente se ha caracterizado al partido. Consideramos en cambio, que para comprenderlas debemos prestar atención a las operaciones de memoria intervinientes en la construcción de cierta imagen de la época en la que militó. En ese sentido, podríamos afirmar que sus interpretaciones tienden a conciliar el dogmatismo con las necesidades de la revolución, o en todo caso, a presentarlo como una vivencia "natural", debido a las condiciones de persecución política-ideológica y de proscripción en la que desarrolló su militancia.[15]
Lo anterior no implica negar que el fuerte disciplinamiento dificultaba el debate y acentuaba el verticalismo de las decisiones de los organismos superiores sobre las estructuras partidarias inferiores. A modo de ejemplo, podemos señalar el recuerdo de un militante en torno a la arbitrariedad de los informes políticos, los cuales, dice, se limitaban a "bajar" de manera simplificada la línea oficial emanada de la superioridad, desalentando así el debate y la discusión política: "… yo he participado en una reunión gremial (…) y después en otro lado recibía un informe que decía: ‘en Córdoba pasó esto, esto y esto’ y yo decía ‘Pará, no es así, si yo estuve ahí’, ‘pero no… que el partido!!!’ son mentiras, si yo estaba ahí, decía!".[16]
De igual modo, el profundo respeto que los históricos dirigentes inspiraban por su experiencia en la lucha política, decantaba en cierto culto a su figura, una forma de fe o confianza en sus mandatos que pocos se atrevían a considerar equivocados o a cuestionar con actitudes contestatarias:
…había algunos viejos que eran intocables (…) ¡Ghioldi era un tipo que había hablado con Lenin! ¡Anda a tocarlo! ¡Victorio Codovilla fue comandante de división en la guerra civil española! (…) no eran tipos que habían armado un aparato en una oficina, ¡Había políticos en serio![17]
La cuestión de la lucha armada en el campo de disputa de las izquierdas
Si a principios de los sesenta el PC había experimentado un verdadero auge de su influencia –por representar la principal fuerza en el campo de la izquierda argentina– a lo largo de esa década perdió progresivamente el monopolio del marxismo. Los años analizados aquí se caracterizaron por el creciente proceso de protesta social y conflictividad política, originados a partir de la resistencia social a la proscripción del peronismo y del ambiente revolucionario posterior a la Revolución Cubana. En este contexto, se produjo la progresiva aparición de las primeras corrientes de la llamada nueva izquierda, influidas por la discusión marxista europea y por una lectura de la realidad nacional orientada a la revolución socialista.[18] Estas agrupaciones se constituyeron en oposición a la orientación ideológica y a las estrategias de acción de los partidos de la izquierda tradicional –y en especial al PC–, las cuales fueron fuertemente criticadas por considerar que se alejaban de los principios revolucionarios del marxismo.
Al respecto, cabe destacar algunas de las características que definieron las estrategias políticas que asumió el comunismo. Desde su fundación en 1918, el PC adhirió a las principales indicaciones programáticas cursadas por la Internacional Comunista, la cual atravesó profundos cambios en los siguientes años. Tras la muerte de Lenin en 1924, la organización quedó bajo control del Partido Comunista soviético, dando inicio al período de mayor dependencia de las secciones latinoamericanas hacia Moscú. Este proceso se acentuó en su VI Congreso de 1928, cuando se consolidó el dominio del sector liderado por Stalin. Desde entonces, la adopción del universo conceptual del estalinismo definió una particular interpretación de la realidad socio-política argentina y las vías de acción social y política.
En virtud de la adhesión a la tendencia estalinista, desde mediados de la década del treinta, el PC adoptó la estrategia del Frente Democrático como línea política fundamental. Esta estrategia significaba el rechazo a la opción por la vía armada como método de lucha, a favor de la participación del partido en alianzas con otras fuerzas sociales y políticas con el objetivo de ampliar los espacios institucionales y lo que denominaban la “acción de masas” en sindicatos, barrios y ámbitos estudiantiles. La estrategia representaba un instrumento para la primera etapa de la revolución necesaria en la Argentina: la llamada revolución democrática, agraria y antimperialista.
Según la interpretación estalinista, el desarrollo histórico se definía en torno a una secuencia unilineal de etapas consecutivas y no alterables alrededor de los modos de producción. En consecuencia, a partir del diagnóstico realizado sobre la realidad nacional –el cual caracterizaba a la Argentina como país atrasado o semi-feudal–, se sugería la necesidad de maduración de las llamadas "condiciones objetivas", es decir, el desarrollo capitalista, de modo tal que acabara con la estructura semi-feudal y posibilitara, a su vez, el logro del socialismo. En efecto, podríamos afirmar que como partido marxista, el comunismo argentino pretendía transformar el orden social, sin embargo, su pro-sovietismo planteaba plazos o etapas. Asimismo, desde esta matriz interpretativa, la contradicción burguesía-proletariado perdía centralidad frente al imperialismo y su aliado, la “oligarquía terrateniente”, constituidos en los enemigos principales. La estrategia generó resultados adversos, ya que al invitar a una parte sustancial de los trabajadores a ver a sus patrones como aliados -y no enemigos de clase-, lo incapacitaba para realizar una acción transformadora efectiva.[19]
En este marco, el desarrollo de los nuevos agrupamientos –que surgieron como "competidores" del PC dentro del arco político de la izquierda–, fue determinante en los conflictos que atravesó el comunismo durante aquellos años, cuando la crítica al estalinismo y a la burocracia local se hizo cada vez más generalizada entre algunos sectores de su propia militancia. En ellos surgieron otras interpretaciones de la realidad y sus modalidades de cambio que, en situaciones extraordinarias –como las mencionadas–, abrieron la posibilidad de rupturas, reacomodos o creaciones. La posición frente a la Revolución Cubana representó un tema crucial en el debate al interior del partido, ya que actualizaba la cuestión de la lucha armada como táctica aplicable a América Latina. Mientras sectores de izquierda, fuera y dentro del partido, pensaban en la acción guerrillera como una perspectiva inmediata, el comunismo caracterizó la experiencia cubana como “excepcional”, y la vía armada como una última ratio y no una táctica a adoptar en lo inmediato.[20]
A pesar del rechazo del partido a la acción armada, un militante reconoce que la posesión de armas por parte de algunos cuadros, era una práctica común. No obstante, debemos tener en cuenta que este tipo de actividades estaban coordinadas por una comisión especialmente encargada de la preparación militar de los militantes, y no perseguía objetivos subversivos, sino más bien, la autodefensa:
…a nosotros nos corrían por izquierda y nos decían "ustedes no quieren hacer la revolución porque no quieren agarrar los fierros". Mira, hasta que aparecieron y se desarrollaron en serio los Montoneros (…) nunca nadie tuvo los fierros que teníamos los comunistas…[21].
Algunos elementos culturales en la constitución identitaria del comunismo
En la comprensión del proceso de constitución identitaria debemos tener en cuenta aquellos elementos compartidos que ponen en juego mandatos sociales y culturales vinculados al "deber ser", propios de una determinada época, y que se anclan en la identidad, dándole forma. En tal sentido, la entrega a la lucha, la solidaridad, la generosidad a partir de la cual las personas aprenderían a mirarse como compañeros en los que se puede confiar, fueron nociones grupalmente compartidas que orientaron las prácticas militantes.[22]
La responsabilidad que el militante asumía con el proyecto común implicaba un gran sacrificio y entrega. La ilegalidad en la que recurrentemente se mantenía al comunismo, junto a la persecución y las infiltraciones, obligaban periódicamente a pasar a la clandestinidad para mantener la libertad y continuar militando. La persecución del comunismo, no solo en el ámbito político, sino también en el laboral y educativo, propició una militancia oculta o semi-oculta, que ellos representan como “una vida de catacumba”. Un militante nos relata que la clandestinidad implicaba también la necesidad de adaptarse a las "formas de ser" del resto: "nosotros tenemos que vivir en la sociedad tratando de no llamar la atención de más… entonces eso nos hacía mantener una cierta… digamos, igualdad con cómo vestía el resto de la gente, o cuáles eran las costumbres del resto de la gente".[23]
Según los testimonios, estas particulares condiciones hacían de los militantes compañeros en los que se podía confiar y esperar ayuda y apoyo. Lo cual contribuyó a hacer de la lealtad y el compromiso caros principios de la militancia, pues no solo posibilitaban la cohesión del partido sino también en muchos casos la propia supervivencia. En este contexto, la vigilancia era una cuestión esencial que implicaba la reestructuración de la vida cotidiana –el domicilio, el lugar de trabajo, la profesión o el oficio, el teléfono, la actividad de la familia, el descanso, el estudio–, por cauces diferentes a los comunes, generando consecuencias negativas para el militante y su familia.[24] Un entrevistado nos cuenta, con cierta aflicción, que el compromiso asumido con la vida partidaria le generó en muchas ocasiones “…graves problemas familiares (…) por no prestar demasiada atención a la familia en varias oportunidades (…) como dijo mi pobre padre ‘ustedes los comunistas deberían ser como los curas: célibes’”.[25]
Nótese la presencia de ciertas recurrencias en los comentarios anteriores. Al tiempo que se destacan la camaradería y la solidaridad, se tiende a minimizar aquellos aspectos negativos de la militancia. Lo anterior podría comprenderse si tenemos en cuenta que "…para nuestros entrevistados la militancia política fue un momento de plenitud (…). En función de esto, los testimonios, inconscientemente, silencian instancias que parecen incompatibles con la alegría militante".[26]
Asimismo, advertimos que la militancia implicaba una activa participación, un compromiso político y una disciplina muy fuerte, que daban soporte a cada una de sus acciones como eslabones en un proyecto mayor. En efecto, ciertos significados constituidos grupalmente les permitieron dar sentido a su experiencia militante y enlazar su historia individual dentro de un proyecto colectivo pleno de aspiraciones igualitarias. Acerca del sentido que le otorgaba a su lucha política, un militante nos relata:
…América Latina vivía un momento revolucionario (...) el mundo marchaba hacia una nueva situación, entonces (…) todos soñábamos y nos preparábamos para eso y por otra parte, nosotros, en esa época (…) y en el presente, queremos cambiar la sociedad, no queremos esta sociedad[27]
Esta forma de pensar el mundo, caracterizada por el deseo de luchar contra las injusticias del sistema capitalista, se tradujo en cierto inconformismo que, de alguna manera, diferenciaba a los comunistas de las visiones y las prácticas sociales hegemónicas: "los comunistas tenemos una visión distinta del mundo (…) cuesta después, porque nosotros vivimos en un mundo que es distinto y sabemos que puede haber un mundo mejor, hay otra gente que vive en este mundo, que es así y así debe ser y nadie se cuestiona nada…".[28] En sintonía con lo anterior, se advierte que la disolución de la Unión Soviética fue vivida, no tanto como el fin del proyecto en pos del cambio revolucionario de la humanidad, sino más bien como ruptura abrupta con un modelo de sociedad a seguir. Asimismo, el clima que se vivió luego de la caída del muro de Berlín, desencadenó cierta sensación de desorientación y desilusión:
…cuando se vino la debacle, yo tenía un gran amigo mío… y voy y le digo: “Turco, ¿Quién mierda nos mandó nacer en este siglo” y (…) me dice: “pues ¿Tu hubieras preferido haber nacido en la época de la inquisición?” para nosotros, para mí, la caída del muro de Berlín y después la de la Unión Soviética me dejó descolocado…[29]
En este fragmento se hace evidente que "El pasado que se rememora y se olvida es activado en un presente y en función de expectativas futuras".[30] Para el caso de nuestro entrevistado, podríamos afirmar que los recuerdos de la época en que militó le otorgan una valoración positiva a la misma, aunque su memoria esté fuertemente marcada por una lectura del presente signada por la evidencia del frustrado proyecto del socialismo real. Las expresiones de frustración respecto del momento actual se manifiestan conjuntamente con sensaciones de reivindicación del pasado de "gloria", porque representa el momento en el que el propio proyecto de vida se encontraba fuertemente marcado por la militancia política y entrelazado a proyectos de cambio social en los que ellos mismos eran los protagonistas.
Como ya se mencionó, identificarse con un colectivo “dador” de identidad, implica compartir, al menos parcialmente, formas acerca del “deber ser” que sirven como guías de las prácticas de los agentes sociales. En el PC, estas formas también debían observarse en terrenos más íntimos, como por ejemplo, en la vida marital. Por ejemplo, un militante comenta que los divorcios y las infidelidades eran asuntos tratados en el marco del partido: "[el partido] trataba de que (…) una pareja que se quería y que tenía una desavenencia tratara de superarla (…) sé que a lo mejor algún dirigente [hablaba] con su compañero ‘che, bueno, fijate cómo podes no tirar todo a la bartola, sino agotar las instancias’".[31]
A simple vista, este fragmento de la entrevista nos habilitaría a pensar que dichas prescripciones partidarias constreñían las prácticas, sin embargo, advertimos que los militantes ensayaban estrategias para re-significarlas. Si bien puede parecer una anécdota pintoresca, el recuerdo de una conversación mantenida con un camarada da cuenta que pequeños actos cotidianos permiten al sujeto constituirse como tal. La transcribimos en su totalidad ya que creemos que a través de ella el entrevistado pretende señalar alguna lección o conclusión en torno a ciertas imágenes comunes sobre la militancia comunista:
…¿Sabes una cosa L.? en Concordia se hacia el Congreso Provincial y pidieron que el Comité Central mande a alguien y me designaron a mí. Se había afiliado el secretario general de la Unión Ferroviaria, y con él se afilaron toda la comisión directiva y demás, es decir, una afiliación importante. Cuando termina el Congreso, se iba a hacer un asado al día siguiente, entonces el secretario del partido va distribuyendo las entradas, y cuando llega a este camarada que había sido promovido a la dirección por ser secretario general, le da dos entradas, “para mí y para María” le dice, “¡¿Cómo María, si tu compañera se llama Juana?!” “No, pero voy con María”, “No camarada, le dice, usted sabe que para nosotros la moral (…)” ¡Ha, si es así, le devuelvo el carné y seguimos amigos!” (…)¡Venga con María!"[32]
Este recuerdo nos permite inferir que, si bien la infidelidad era mal vista y la vida privada debía regirse por el recato, algunos militantes cuestionaban dichos valores con otras actitudes. Ciertamente, los significados que definían la identidad podían ser compartidos, aunque también existía un margen de maniobra para comportarse de acuerdo a los ámbitos de actuación. En tal sentido, el partido tuvo que hallar un equilibro entre sus modos de ver, hacer y sentir y los cambios culturales de los años sesenta –como el hippismo, la cultura rock y la revolución sexual–, los cuales eran considerados desviaciones burguesas:
…nosotros cuando en algún momento la cosa se liberalizaba un poco a nivel social… nos divertíamos como todos y bailábamos como todos y con la música que tuviéramos (…) sí, en algún momento a lo mejor se planteaba: "con el rock no, porque es influencia norteamericana", y yo todavía lo digo: "es influencia norteamericana"[33]
A partir de esta representación podríamos interpretar que se pretendía "proteger" a los jóvenes de la música foránea –especialmente del rock porque se consideraba una expresión del imperialismo–. Para ello se recomendaba, en cambio, el folklore ya que sus canciones exaltaban "…la personalidad del trabajador, del explotado, en la estampa del hachero, jangadero, mensú, pescador, obrajero o carbonero, ubicándose socialmente el artista junto al pueblo, al lado de quienes luchan por cambios estructurales".[34] Esto nos conduce a afirmar que, a pesar de cierto sectarismo que pretendía alejar a la militancia de las tentaciones de la sociedad burguesa, el partido tuvo que dialogar constantemente con un contexto caracterizado por transformaciones socio-culturales vertiginosas[35].
A modo de cierre provisorio
La práctica política en el comunismo desarrolló en sus militantes un sentido práctico, ciertas formas de hacer político que no se diferenciaban de su vivir cotidiano. Al respecto, una imagen ampliamente difundida hace hincapié en una moral comunista rígida, incluso concebida como una “máquina de disciplinamiento” que controla los más mínimos aspectos de la vida privada. Sin embargo, sostener que el PC solo posibilitaba a sus afiliados el camino de la subordinación o la expulsión, supone una concepción del sujeto social como receptor pasivo del intento normativo. Desde la perspectiva aquí abordada, en cambio, entendemos que la construcción de la identidad comunista puede ser pensada como un espacio de tensión entre los intentos partidarios de dotarla de unos límites precisos, y la apropiación, recreación o impugnación de tales intentos por parte de los destinatarios.
Asimismo, procuramos recuperar el clima de época y el contexto histórico en el que los agentes produjeron y otorgaron sentido a sus prácticas políticas. En efecto, intentamos reconstruir la identidad comunista como un proceso dinámico cuyos contenidos estuvieron sometidos a reformulaciones vinculadas tanto a las experiencias de los sujetos como a los contextos en los que se diseñó. Para el comunismo, el clima de protesta social y conflictividad política característico de estos años, acarreó la necesidad de una autocrítica y reorientación del rumbo político. Su reticencia a la reflexión renovadora se tradujo en un primer desgranamiento de su militancia más joven hacia 1962-63 -en torno a diferentes grupos, entre ellos, el del proyecto Pasado y Presente- hasta que sobrevino la gran ruptura de los años 1967-68. Sin embargo, pese a la pérdida de parte de sus cuadros jóvenes, el comunismo conservó por muchos años, una numerosa militancia y su influencia sobre variadas instituciones.
Fuentes
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* Universidad Nacional de Córdoba, CONICET.
[1] Este trabajo forma parte del proyecto de investigación para el doctorado en Historia por la Universidad Nacional de Córdoba, el cual lleva por título "Memoria, identidad y cultura política de militantes comunistas: Una mirada desde Córdoba, 1966-1973", bajo la dirección de la Dra. Marta Philp.
[2] Todavía en Argentina no existe un abordaje completo de la historia del comunismo. Sobre las obras referentes al Partido Comunista se evidencia la presencia de dos grandes espacios, uno referido a las historias militantes, y otro relacionado a estudios académicos. Dentro del área de las historias militantes se encuentran biografías, autobiografías y memorias escritas sobre o por militantes, que ofrecen descripciones sobre la manera en que se procesó la experiencia militante y permiten descubrir cuál era la mirada introspectiva que aquellos actores tenían sobre los procesos protagonizados. A nivel nacional se pueden mencionar el texto sobre el dirigente sindical Peter, 1968 y de los dirigentes Nadra, 1989 y Bergstein, 2003. Para el ámbito cordobés, contamos con las biografías de uno de los fundadores del PC local, Contreras, 1978 y de los dirigentes Manzanelli, 1971 y Burgas, 1985. En lo que respecta al estudio del comunismo en el campo historiográfico, no se cuenta aún con una historia global, sino con una escasa y fragmentaria producción de relatos y con temas muy estudiados, pero también grandes vacíos de investigación. Aunque no se puede afirmar la ausencia de estudios, la mayoría de los trabajos analizados sobre la evolución política del partido concentraron su atención en aquellos años de mayor desarrollo e influencia, es decir, desde sus orígenes hasta los años cuarenta. Al respecto, se destacan las obras de Camarero, 2007 como así también el de Campione, 2005a. Respecto a las investigaciones sobre la identidad política de la militancia comunista podemos destacar el trabajo de Pasolini, 2006, el artículo de Pittaluga, 2001 y finalmente los artículos de Browarnik, 2008 y 2009. Podría argumentarse que este vacío historiográfico respecto a algunas dimensiones o periodos históricos expresa lo que suele juzgarse como la irrelevancia de las fuerzas políticas de izquierda en la historia del país, sobre todo luego del surgimiento del peronismo. Asimismo, se puede establecer que la temática ha sido enfocada fundamentalmente desde el ámbito nacional, siendo escasos los estudios centrados en las problemáticas provinciales. Respecto al ámbito cordobés debemos mencionar las publicaciones del trabajo final de licenciatura y la tesis de doctorado de Mastrángelo, 2006 y 2011 como así también los artículos de Bonvillani, 2008, 2011 y 2013. Aquí, sólo nos remitiremos a un período concreto pero fundamental en la historia del partido, analizando sólo el tronco partidario principal, sin detenernos en las agrupaciones que se formaron en base a escisiones o desprendimientos y asumieron la disputa por la identidad comunista y la ideología del marxismo revolucionario.
[3] De La Garza Toledo, 1992: 17-18.
[4] Nuestra propuesta metodológica se basó en la realización de entrevistas centradas en aquellas experiencias de militancia vividas durante un período histórico concreto, teniendo en cuenta que los entrevistados pudieron haber iniciado su militancia antes del año de apertura del recorte temporal o incluso durante el mismo. Además, optamos por un diseño multivocal o polifónico atendiendo a nuestra posición teórica sobre el objeto de estudio, es decir, una noción de la identidad como proceso de construcción social que, por lo tanto, requiere la articulación de diversas voces. Además, el criterio de elección de los entrevistados no privilegia ni esencializa ningún tipo o clasificación de militante, al contrario, con el propósito de abarcar diferentes experiencias de militancia, no se establece preferencia ni por el dirigente de las cúpulas partidarias, ni por los militantes de base, antes bien, el muestreo, atendiendo a la diversidad, se centra sobre todo en el criterio de heterogeneidad.
[5] Retamozo, 2009: 51-64.
[6] En las últimas décadas, la identidad se ha definido como un concepto polisémico que, entre otras cosas, alude tanto a lo individual como a lo colectivo. Aunque es muy difícil escindir la identidad social de la identidad individual, el énfasis de este trabajo está puesto en los aspectos sociales de la identidad. ¿Pero podemos hablar de identidades colectivas? Este concepto parece presentar de entrada cierta dificultad, sin embargo, se puede hablar en sentido propio de identidades colectivas si es posible concebir actores colectivos propiamente dichos, sin necesidad de considerarlos como entidades independientes de los individuos que los constituyen.
[7] Taylor, 2006.
[8] Diferentes enfoques han mencionado los problemas en el uso del concepto cultura política debido al carácter polisémico expresado en los diferentes contenidos que se le atribuyen. Para un análisis del tema ver De Diego Romero, 2006. Aquí adscribimos a la categorización construida en torno a los estudios que se insertan en la renovación de la historia política, llevada a cabo bajo la inspiración de René Remond. Específicamente, recuperamos la noción elaborada por Berstein, 1999.
[9] De La Garza Toledo, 2001.
[10] Como se verá más adelante, hacia 1935, el PC Argentino trazó definitivamente la línea política que mantendría a lo largo de las décadas siguientes, a partir de la asimilación del análisis estructural emanado del VII Congreso de la Internacional Comunista. Ver Campione, 1996.
[11] C. S. Entrevista realizada el 23/10/2010, en la ciudad de Santiago del Estero. Entrevistador: Paola Bonvillani. C. S. fue militante de la Federación Juvenil Comunista y presidente de la Federación Universitaria Córdoba, (FUC) durante el período 1968-1972.
[12] L. Y. Entrevistas realizadas el 21/04/2009 y el 28/08/2010, en la ciudad de Córdoba. Entrevistador: Paola Bonvillani. Fue responsable de la célula de abogados del PC en Córdoba durante los años abordados en este trabajo.
[13] L. Y. Córdoba, 21/04/2009.
[14] A. G. Entrevista realizada el 09/09/2010, en la ciudad de Córdoba. Entrevistador: Paola Bonvillani. Militante de la Federación Juvenil Comunista durante el período analizado en este trabajo.
[15] La persecución política-ideológica fue moneda corriente en la historia de las fuerzas de izquierda y especialmente en el caso del Partido Comunista. En el periodo histórico abordado aquí, se expresó en una frondosa legislación que prohibió su participación política y persiguió a su militancia, dictada tanto por gobiernos constitucionales, como el de A. Fronzidi, (1958-1962) y A. Illia (1963-1966), y dictatoriales, como la denominada Revolución Argentina, (1966-1973). Al respecto podemos mencionar la sanción de una serie de decretos-leyes: El decreto nacional Nº 8161 de agosto de 1962, que prohibió toda expresión considerada como comunista bajo pena de prisión y el decreto nacional Nº 788 de enero de 1963, que sancionó la represión de los delitos contra la seguridad de la Nación, la seguridad pública, la salud pública y la tranquilidad pública. Finalmente el decreto nacional Nº 4214 de mayo de 1963, con el que se da un paso definitivo: se declaró ilegal y se prohibió toda asociación u organización que, bajo el nombre del Partido Comunista, proclamara o propiciara la implantación del comunismo, entendiéndose particularmente como tal, la difusión de la doctrina y los propósitos del comunismo y los actos de proselitismo, adoctrinamiento. Por último, durante el régimen militar de Juan Carlos Onganía (1966-1970), se dictó el decreto N° 17401 de “Prevención y represión contra la actividad comunista”, publicado en el Boletín Oficial el 29 de agosto de 1967. El mismo establecía que la Secretaría de Informaciones del Estado (SIDE) se constituía en la autoridad encargada de investigar y sumariar a aquellas personas que "… realicen actividades comprobadas de indudable motivación ideológica comunista” (Art. N° 1). Además, la ley inhabilitaba al inculpado del ejercicio de ocupaciones públicas o de interés social, e imponía condenas de cumplimiento efectivo. El 30 de mayo de 1969, un día después de los sucesos del Cordobazo, dicho decreto-ley sufrió modificaciones, sancionándose la Ley 18.234, la cual profundizó la persecución política. Ambas normativas represivas respondían fundamentalmente a la aplicación de la doctrina de guerra contrarrevolucionaria, por la cual se enfatizaba la "seguridad interna" frente a la amenaza de la "acción indirecta" de los agentes de la "subversión".
[16] L. R. Entrevista realizada el 18/08/2010, en la ciudad de Córdoba. Entrevistador: Paola Bonvillani. En el período abordado en este trabajo L. R. formaba parte de la secretaría del Sindicato de Prensa de Córdoba.
[17] L. R. Córdoba, 18/08/2010.
[18] Respecto a la denominación "nueva izquierda" cabe realizar ciertas consideraciones. Sin negar los aportes realizados por el trabajo pionero de Hilb y Lutzky, 1984, aquí recurrimos a la conceptualización propuesta por María Cristina Tortti quien define a la "nueva izquierda" como "…ese conjunto de fuerzas sociales y políticas que contribuyó decisivamente a producir el intenso proceso de protesta social y radicalización política que incluyó desde el estallido espontáneo y la revuelta cultural hasta el accionar guerrillero. Pese a su heterogeneidad, un lenguaje compartido y un común estilo político fueron dando cierta unidad "de hecho" a grupos que provenían del peronismo, de la izquierda, del nacionalismo y de los sectores católicos ligados a la teología de la liberación ya que, los discursos y las acciones resultaban convergentes en la manera de ponerse a la dictadura y en sus críticas al "sistema", y esa convergencia potenciaba su accionar pese a que el movimiento careció de una dirección unificada". Tortti, 2007: 13.
[19] Campione, 2005b.
[20] Campione, 1996.
[21] L. R. Córdoba, 18/08/2010.
[22] Browarnik, 2003.
[23] J. T. Entrevista realizada el 18/07/2012, en la ciudad de Córdoba. Entrevistador: Paola Bonvillani. J. T. Es escritor y fue militante dentro del campo cultural del comunismo local.
[24] Nadra, 1989.
[25] L.Y. Córdoba, 28/08/2010.
[26] Pozzi y Schneider, 2008: 97.
[27] A. G. Córdoba, 09/09/2010.
[28] J. T. Córdoba, 18/07/2012.
[29] L. Y. Córdoba, 28/08/2010.
[30] Jelin, 2002: 18.
[31] J. T. Córdoba, 18/07/2012.
[32] L. Y. Córdoba, 28/08/2010.
[33] J. T. Córdoba, 18/07/2012.
[34] Nuestra Palabra, 16/02/1966, Nº 816, Buenos Aires, p. 6.
[35] Gilbert, 2009.