La
ciudad dislocada
El proceso de urbanización en la ciudad de Córdoba,
1947-1970
Juan
Sebastián Malecki*
Resumen:
En el presente
artículo nos proponemos abordar los años que fueron de 1947 a 1970 -para tomar
dos fechas censales-, en el que la ciudad de Córdoba se dislocó, se salió de
sí, al vivir un intenso proceso de transformación en el que mientras duplicaba
su población experimentaba una verdadera “explosión” de su mancha urbana,
viviendo uno de sus ciclo de mayores transformaciones.
La hipótesis que buscaremos sostener es que si el
peronismo en Buenos Aires vino a completar y ampliar el ciclo de “modernización
urbana” abierto en los treinta, en Córdoba, por el contrario, significó la
apertura de un ciclo de transformaciones urbanas que se prolongó entre 1947 y
1970, en el cual el panorama que ofrecía la ciudad cambió radicalmente. En este
ciclo, la ciudad, a la vez que evidenciaba una nueva dinámica de tensión entre
el centro y la periferia, cambiaba rápidamente su fisonomía. Más precisamente,
mientras en 1948 Córdoba era todavía mayoritariamente una ciudad de techos
bajos y cúpulas de iglesias, en el decenio que fue de mediados de los cincuenta
a mediados de los sesenta la ciudad, al tiempo que se expandía en su periferia,
se “levantaba en altura” transformando su paisaje. Un nuevo panorama que, para
mediados de los setenta, ya estaba consolidado.
Palabras clave: Ciudad
de Córdoba – transformación urbana – modernización
Summary
In the
present paper, I intend to analyze the years that went from 1947 to 1970, in
which the city of Cordoba was dislocated,
it went out of joint. In those years, the city faced an intense transformation
process in which while duplicating its inhabitants, it experienced a truly
“explosion” of its urban sprawl, in what can be considered to be its most
important transformation cycle. The idea that I will try to address is that
while in Buenos Aires the Peronista Government completed and extended the cycle of
“urban modernization” initiated in the thirties, in Cordoba, on the contrary,
it meant the beginning of an urban transformation cycle that went from 1947 to
1970, in which the city landscape was radically changed. In this cycle, the
city not only showed a new urban dynamic of tension between center and
periphery, but also altered its own physiognomy. More precisely, while in 1948
Cordoba was mostly a city of low roofs and churche
domes, in the ten years that went from the mid fifties
to the mid sixties the city not only expanded in its
periphery, but also it rose in skyscrapers, transforming its landscape,
creating a new panorama that saw its consolidation in the mid seventies.
Keywords: Córdoba city – urban transformation – modernization
Presentación
En
los años que fueron de 1947 a 1970 – para tomar dos fechas censales–, la ciudad
de Córdoba se dislocó, se salió de
sí, al vivir un intenso proceso de transformación en el que mientras duplicaba
su población experimentaba una verdadera “explosión” de su mancha urbana, viviendo
uno de sus ciclos de mayores transformaciones. Así, en esos casi treinta años
una misma generación pudo ver ante sus propios ojos cómo la ciudad pasaba de
ser una “tranquila capital provinciana” a una “dinámica y moderna ciudad
industrial”. Para mediados de los cincuenta, las evidencias de un rápido crecimiento
urbano eran palpables y la instalación de las automotrices IKA y Fiat no
hicieron más que acentuar esa tendencia. Córdoba
fue por entonces una de las ciudades argentinas con mayor crecimiento: su
población pasó de 386.000 habitantes en 1947 a casi 800.000 en 1970. A su vez,
esa masa de inmigrantes que llegaba fue absorbida principalmente por las
“industrias dinámicas” (automotriz y metalmecánica), que llegaron a representar
el 75% del total de trabajadores para 1961. Asimismo, desde los años cincuenta
Córdoba fue densificando su centro, consolidando sus áreas intermedias y, a
partir de los sesenta, vivió un crecimiento exponencial de sus áreas
periféricas, donde se asentaron en forma mayoritaria las nuevas industrias y
obreros. En tal sentido, en 1947 el área céntrica y los barrios tradicionales
albergaban casi la mitad de las viviendas, mientras que las de las zonas
periféricas representaban el 36,7%. Para 1960, la proporción se había
invertido: en la zona tradicional se encontraba el 35,5% de las viviendas,
mientras que en los nuevos barrios se ubicaba el 47,9%. Pero el centro también
se transformaba, incorporando numerosos edificios de departamentos, lo que
reflejaba el auge de las construcciones en altura que se estaba experimentando
en ese momento. En este contexto, ¿cuáles fueron las principales
transformaciones urbanas? ¿Qué nueva dinámica urbana se generó? ¿Qué
intervenciones urbanas y arquitectónicas contribuyeron a esos cambios?
La
hipótesis que quisiéramos desarrollar es que si, como señala Anahí Ballent,[1] el peronismo en Buenos
Aires vino a completar y ampliar el ciclo de “modernización urbana” abierto en
los treinta, en Córdoba, por el contrario, significó la apertura de un ciclo de
transformaciones urbanas que se prolongó entre 1947 y 1970, en el cual el
panorama que ofrecía la ciudad cambió radicalmente. En este ciclo, la ciudad, a
la vez que evidenciaba una nueva dinámica de tensión entre el centro y la
periferia, cambiaba rápidamente su fisonomía. Más precisamente, mientras en
1948 Córdoba era todavía mayoritariamente una ciudad de techos bajos y cúpulas
de iglesias, en el decenio que fue de mediados de los cincuenta a mediados de
los sesenta la ciudad, al tiempo que se expandía en su periferia, se “levantaba
en altura” transformando su paisaje.
Un nuevo panorama que, para mediados de los setenta, ya estaba consolidado.
El
artículo se estructura a partir del análisis de un conjunto heterogéneo de
fuentes que permiten dar cuenta del proceso de urbanización que se vivió en la
ciudad, para avanzar, luego, sobre una serie de emprendimientos urbano arquitectónicos de gran impacto en Córdoba. El
propósito del trabajo es realizar una aproximación a las transformaciones
materiales de la ciudad en relación a cómo un sector
de la cultura urbana de Córdoba pensaba y proyectaba esas transformaciones. Nos
referimos a una parte de la cultura arquitectónica que tuvo una intervención
directa, a partir de una serie de proyectos y propuestas –aunque algunos no
hayan llegado a realizarse–, en los cambios que se operaron en la ciudad en
esos años.
La ciudad dislocada
Para
apreciar la magnitud de los cambios que se sucedieron entre los cincuenta y los
setenta, conviene recordar, aunque sea brevemente, el panorama que presentaba Córdoba a comienzos de la década del
cuarenta. En el periodo que fue de 1870 a 1930, la ciudad ya había
experimentado un conjunto importante de transformaciones en
relación a lo que fuera su núcleo colonial original. El arribo del tren
en 1870 aceleró la integración de la ciudad a la estructura económica del país
y propició la llegada de inmigrantes, imprimiendo un primer impulso urbanizador
con la constitución de los “barrios pueblos” –Alta Córdoba, San Vicente,
General Paz, Alberdi, etc– que se salieron de la
cuadrícula colonial, a lo que luego se le agregó –en el cambio de siglo– el barrio
de Nueva Córdoba y el proyecto del Parque Sarmiento.[2] En términos cuantitativos,
durante este periodo se vieron los mayores crecimientos, pasando de 48.000
habitantes en 1895 a 122.000 en 1914, para alcanzar los 370.000 en 1947 –según los
censos nacionales disponibles–, implicando en cada lapso un salto que
prácticamente triplicaba la población.[3] Sin embargo, estos números
muestran que en términos cualitativos, y a pesar de su crecimiento, para 1947 Córdoba
seguía siendo una ciudad relativamente pequeña, muy por atrás del medio millón
de habitantes de Rosario –que desde 1895 había desplazado a Córdoba como
segunda ciudad del país– o de los cuatro millones y medio de Buenos Aires. Esta
situación permitía seguir caracterizando a Córdoba como de una “tranquila”
capital provinciana.
Más
aún, si nos atenemos a la materialidad de la propia ciudad, podemos apreciar
que dicho crecimiento no alteró, en gran medida, su fisonomía. Hacia el
Centenario, según señala Jorge Liernur, Córdoba tenía
un proceso de urbanización menos acentuado que el de Buenos Aires y Rosario. Mientras
la Capital Federal contaba ya con treinta y ocho edificios de seis plantas, la
ciudad mediterránea no poseía edificios que superaran las dos.[4] En los años que siguieron,
se consolidaron los nuevos barrios y se incorporó un conjunto edilicio
importante – bancos, museos, sedes gubernamentales, etc–
que mostraba una ciudad en pleno proceso de expansión. Hacia finales de la
década del veinte, el Intendente Emilio Olmos contrató al ingeniero Benito
Carrasco para que elaborara un informe y un Plan Regulador para Córdoba,[5] del que solo llegó a
concretarse el ensanche de la avenida Colón que, al tiempo que agilizaba un
tránsito cada vez más nutrido, permitía una renovación urbana que incorporaba
los primeros edificios con seis pisos.[6] De todas maneras, estos
cambios paulatinos no llegaron a alterar la imagen que se presentaba al
observador coetáneo. En tal sentido, si observamos dos fotos tomadas en 1910 y 1927
(véanse imágenes 1 y 2 en el anexo), podemos apreciar un mismo paisaje urbano
de cúpulas y campanarios de iglesias que sobresalen de un conjunto mayoritario
de casas bajas y techos planos. Igualmente, se observa la corta extensión de la
ciudad, en la que la distancia entre la Plaza San Martín y la periferia rural
era de unas pocas cuadras. Más aún, en las inmediaciones del arroyo de La
Cañada y a tan solo unas cuadras de la Plaza Vélez Sarsfield, es posible ver
calles de tierra degradadas, viviendas precarias y espacios insalubres.
Justamente
fue sobre La Cañada donde se realizó una de las principales intervenciones
urbanas durante los cuarenta. El arroyo, que hasta ese momento delimitaba la
ciudad hacia el oeste, se había constituido en uno de los paisajes urbanos más
representados en la pintura y el grabado gracias a sus puentes, balcones,
enrejados y vegetación, que le daban un aire pintoresquista. Luego de la
inundación de 1939, que afectó a buena parte del centro, la gobernación de
Santiago del Castillo dio comienzo en 1942 a las obras de sistematización de La
Cañada, que implicó la canalización y modificación parcial del cauce del arroyo,
aunque las obras recién comenzaron en 1943 y fueron terminadas durante el
peronismo. La prensa de la época recibió estos cambios con una mezcla de nostalgia
por el paisaje perdido y de resignación por los avances del progreso. Así, La voz del interior señalaba en julio de
1947 que buena parte de La Cañada fueron
en
los últimos cincuenta años, los lugares más típicos de la vieja Córdoba, en el
aspecto popular y los sitios donde vivían sin “cuello y corbata” las costumbres
sencillas y recias a la vez, de la gente del pueblo criollo, divorciado del “centro”
porque se agringaba. La Cañada era algo así como la delimitación de los
dominios de aquella otra gente[7]
Mientras
que en otro editorial agregaba: “casi
nadie medita un instante en que el progreso está borrando a golpe de maza, la
ancianidad vigorosa, recia y joven aún, valga la paradoja, de una de las
primeras obras públicas de Córdoba”.[8] Estas dos citas nos
muestran, además del cambio en el paisaje urbano, que para finales de la década
del cuarenta se consideraba que la periferia de la ciudad comenzaba en La
Cañada.
Si
hasta ese momento la ciudad se transformaba lentamente, a partir de los cincuenta
los cambios comenzaron a acelerarse y en el transcurso de una década el
panorama era completamente otro. Para dar cuenta de estas transformaciones
recurriremos a un heterogéneo conjunto de fuentes que nos permitirán analizar
el crecimiento industrial y su implicancia en la estructura económica de la
ciudad, para luego describir el proceso de migración y su impacto dentro del
proceso de urbanización.[9] A continuación indagaremos
algunos aspectos del desarrollo de la periferia para centrarnos,
posteriormente, en los cambios que se produjeron en el centro de la ciudad.
En
tal sentido, desde mediados de los cincuenta la instalación de fábricas
automotrices y metalmecánicas supuso un novedoso impulso a un crecimiento
industrial que desde principios de siglo había estado dominado por el sector de
cueros, madera, alimentos, bebidas y tabaco, en una economía basada
principalmente en el sector primario y terciario,[10] aunque la instalación de
la Fábrica Militar de Aviones en la década del veinte había sido un antecedente
importante. Según James Brennan,
en
la década de 1950, Córdoba se convirtió en el centro de un nuevo tipo de
desarrollo industrial en América Latina, caracterizado por tasas extremadamente
rápidas de crecimiento pero concentrado en un solo
sector industrial tecnológicamente complejo y sin la gama de cambios
económicos, sociales y políticos generalmente asociados a un proceso genuino de
industrialización[11]
Esto
permitió apuntalar el proceso migratorio que se evidenciaba desde finales de
los cuarenta y que, en el transcurso de menos de treinta años, llevó a duplicar
la población de la ciudad. De tal forma, cobraba visibilidad un “proceso de
industrialización” y un “proceso de urbanización” que llegaron a cambiar la estructura
socio-cultural de la ciudad, al tiempo que daban lugar
a un intenso debate en los sesenta y setenta sobre el alcance y la profundidad
de los mismos, como fue ampliamente discutido en el incipiente campo
sociológico de Córdoba.
Hacia
1953, el gobierno peronista cambió parcialmente su política económica,
promoviendo una serie de leyes que incentivaban el arribo de capitales
extranjeros para el desarrollo de sectores estratégicos de la economía, que
recién se concretaron en 1955.[12] La principal área privilegiada
fue la automotriz. La empresa italiana Fiat fue la primera en suscribir un
convenio con el gobierno peronista en 1954, seguida luego por la norteamericana
Kaiser en 1955. Mientras esta comenzó su producción
de automóviles en 1956, Fiat recién lo hizo en 1960. IKA se instaló en las
cercanías del poblado de Villa el Libertador, en el cono suroeste de la ciudad.
Mientras que Fiat tomó posesión de las instalaciones que había montado la
estatal IAME en el ingreso de la ruta nacional 9, sobre el sector sureste.[13] El
arribo de estas industrias aceleró la transformación de la estructura económica
de la ciudad y muy particularmente afectó a su estructura industrial que, en
poco más de diez años, se vio significativamente modificada: entre 1946 y 1961
la ocupación industrial creció un 168,1%,[14] periodo en el cual el
sector de maquinarias y vehículos desplazó de la primera posición en la
economía cordobesa al de alimentos, bebidas y tabaco que ocupaba desde 1914, lo
que permitía decir, todavía en 1973, que “estas
forman actualmente el verdadero corazón de la industria cordobesa”.[15] Así, si para 1946 las
“industrias tradicionales” –una expresión que se acuñó en los sesenta para
referir a las ramas de alimentos, bebidas, confecciones, maderas, papel,
imprenta y publicaciones y para diferenciarlas de las “dinámicas” en las que se
incluía químicos, metales, vehículos y maquinarias– absorvían
el 47,9% de la ocupación industrial, y las “industrias dinámicas” el 43,2%,
para 1961 estas últimas representaban el 75% y eran responsables por el 83% de
la producción industrial.[16] A su vez, si desglosamos
el empleo por sectores, vemos que en ese lapso los trabajadores de las
industrias mecánicas pasaron de representar el 25,8% en 1946 al 46,8% en 1953 y
el 65,8% en 1964.[17] En resumen, en el decenio que fue de
1954 a 1964 la actividad industrial pasó a ser la actividad preponderante. Como
señala Brennan, “las
industrias mecánicas eran literalmente las locomotoras del crecimiento
industrial de esos años, y transformaron una somnolienta ciudad provincial en
una metrópolis industrial en menos de dos décadas”.[18]
A
su vez, este crecimiento industrial vino a consolidar el proceso de incremento
poblacional que había comenzado hacia fines de los cuarenta. Anteriormente
habíamos dicho que Córdoba ya había experimentado saltos importantes en su
crecimiento, llegando a triplicar su población pero que, en términos
cualitativos, no había implicado una alteración de su “ecología urbana” –para usar
una expresión sociológica de la época–, por lo que hasta 1948 podía ser
catalogada como una “ciudad tradicional y provinciana”.[19] Como señalamos
anteriormente, en el ciclo que fue de 1947 a 1970 la población de la ciudad se
duplicó, pasando 380.000 habitantes en 1947 a más de 780.000 en 1970. Pero ese
incremento se dividió prácticamente en partes iguales entre el periodo
1974-1960, con un crecimiento de 202.000 habitantes (52%), y el periodo 1960-1970, cuando
se incorporaron 191.000 habitantes (48%).[20]
Esto significó, además,
un cambio en la estructura social que, con ciertas reservas, podría catalogarse
de “metropolización”[21] y que afectó, también, al
resto de la provincia: mientras en 1947 todavía el 70% de la población era
rural, el crecimiento de la ciudad llevó a invertir las cifras para 1970.[22] Además, Córdoba pasó de
poseer el 25,82% de la población provincial en 1947 a representar el 38,65% en
1970. Más aún, con un crecimiento anual del 31,5% en el periodo 1947-1960, Córdoba
superaba al de Rosario (19,1%) y prácticamente equiparaba al del Gran Buenos
Aires (35.4%) y era mayor a ambos en el periodo 1960-1970 (30,9% contra 16,8% y
21,7%, respectivamente).[23] Ahora bien, este
crecimiento fue el resultado de un importante flujo migratorio a la ciudad, que
provino principalmente del interior provincial –que se mantuvo cercano al 50%
del total, aunque con notables variaciones–, seguido por la Provincia y la
Ciudad de Buenos Aires, el Litoral y el Noroeste.[24] Para 1970, el 54% de la
población tenía menos de treinta años, lo que hacía de Córdoba la ciudad más
“joven” del país.[25] Este
incremento poblacional se dio, como han señalado Adrián Gorelik
y Graciela Silvestri en base a un trabajo de Vapñarsky, en el contexto de una profunda transformación
del sistema urbano argentino que, en el periodo transcurrido entre 1950 y 1980,
al tiempo que la ciudad de Buenos Aires desaceleraba su crecimiento en relación
a la del país, las ciudades intermedias registraban un crecimiento
extraordinario –entre ellas, Córdoba y Rosario–. Así, “si en 1950, con el 30% de la población nacional, [Buenos Aires]
duplicaba la del conjunto de las ciudades intermedias, en 1980 quedaban
iguales. La población nacional podía así organizarse en un esquema tripartito,
con un 30% en la aglomeración mayor, Buenos Aires, otro 30% en las ciudades
medianas, y otro 30% en las ciudades menores a 50.000 habitantes y el campo
abierto”.[26]
Junto
a la importancia del sector industrial se le sumó el crecimiento y la
consolidación de un núcleo de trabajadores altamente calificados, ligados
principalmente al complejo automotor, los talleres ferroviarios y la industria
local de energía eléctrica. El auge de estos sectores permitió la consolidación
de los tres sindicatos que constituyeron la columna vertebral del movimiento
obrero organizado de Córdoba: la UOM, el SMATA y Luz y Fuerza. En este marco,
Mónica Gordillo y James Brennan sostienen la
hipótesis de “la conformación de un nuevo
tipo de obrero industrial que, dentro del contexto creado luego de 1955, habría
desarrollado prácticas combativas y un alto grado de autonomía frente a las
cúpulas sindicales nacionales”, lo que habría permitido el fortalecimiento
de una cultura contestataria y de resistencia que se mostró notablemente
vigorosa en los sucesos de mayo de 1969 y durante comienzos de los años setenta.[27]
El proceso de urbanización
A
las transformaciones operadas en el ámbito económico y social, debemos
agregarle el propio proceso de urbanización. En tal sentido, desde los
cincuenta Córdoba fue consolidando sus áreas intermedias y, a partir de los
sesenta, vivió un crecimiento exponencial de sus áreas periféricas, donde se
asentaron en forma mayoritaria, además, las nuevas industrias automotrices.
Según F. Ferrero, uno de los motivos principales en la elección del lugar para
las industrias de capital extranjero fue la cercanía de la mano de obra.[28] Un mapa del autor nos
permite apreciar que las industrias instaladas entre 1946 y 1955 se ubicaron
preferentemente en el sector este, mientras que la mayoría de las industrias
instaladas desde 1955 se realizaron en la zona sur, con una predominancia del
tipo metales, vehículos y maquinarias. Se destacan, además, dos corredores bien
definidos: el de la Av. Sabattini (Ruta 9), que
atraviesa los barrios de Empalme, Ferreyra y
Avellaneda, en donde se asentó Fiat y el de Av. Vélez Sarsfield (Ruta 36) y Av.
Armada Argentina (Ruta 5), que llega hasta los barrios de Santa Isabel y Villa
el Libertador, en donde se ubicó IKA.
Además,
una serie de números permiten dar cuenta de la magnitud y las características
del proceso de urbanización. De las 126.385 viviendas existentes en 1960, el 43%
se habían construido entre 1947 y 1960. Al desglosar los números, podemos ver
que mientras en 1947 el “casco céntrico” y los “barrios tradicionales”
albergaban el 48,4% de las viviendas, las zonas intermedias y periféricas (que
incluyen la “expansión tradicional” y “barrios en formación” en la periferia)
tenían el 36,7%. Para 1960, la proporción se había invertido: en la zona
tradicional de la ciudad se encontraba el 35,5% de las viviendas, mientras que
en los nuevos barrios se ubicaba el 47,9%. En términos absolutos el crecimiento
es aún más significativo: si en 1947 se contaba con 40.525 viviendas en el área
céntrica y 30.784 en las áreas en expansión, en 1960 estas habían duplicado su
número al contabilizar 60.604 viviendas, mientras que las primeras apenas
habían llegado a 44.809 (véase imagen 3 en el anexo). Es decir, prácticamente
todas las nuevas casas se construyeron por fuera del núcleo tradicional de la
ciudad.[29] Además, si miramos los
números sobre habitantes por vivienda y la calidad de estas, podremos apreciar
algunas cualidades de este proceso. Así, el número de habitantes por vivienda
se mantuvo prácticamente estable, pasando de 4,62 en 1947 a 4,66 en 1960,
siendo superior al promedio del país (4,29) pero inferior al de Capital Federal
(5,13), Salta (5,22), San Juan (5,14) y Tucumán (5,18). Sin embargo, la
cantidad de habitantes por cuartos (“hacinamiento habitacional”) bajó
considerablemente, pasando de 1,83 en 1947 a 1,36 en 1960, mientras el promedio
del país y de Capital Federal era de 1,46. Respecto a la calidad de las
viviendas, el 86 % de los metros cuadrados construidos en el periodo
correspondería a viviendas de una calidad “media”, que poseerían las
dependencias y los servicios básicos para una familia tipo, mientras que un
10,9% sería de viviendas de lujo y tan solo un 2,6% viviendas precarias. A su
vez, del total de viviendas existentes, los ranchos y las viviendas precarias
representaban el 1,2% y, sumados a los inquilinatos y otras formas, llegaban al
7,8%. Más aún, las paredes de adobes representaban solo el 0,5%, mientras que
el resto era de ladrillos.[30]
Por
otro lado, la construcción de viviendas de interés social también es indicativa
del nuevo dinamismo urbano. Aunque no contamos con mucha información específica
para Córdoba, intentaremos señalar algunas tendencias.[31] En el decenio peronista,
los principales planes de vivienda de tipo individual tendieron a ubicarse en
los barrios de “expansión tradicional” que, sumados a los créditos personales
otorgados por el Banco Hipotecario –por ejemplo a través del Plan Eva Perón–,
permitieron consolidar las zonas intermedias de la ciudad, como los barrios
Residencial Olivos, Barrio Obrero, Barrio Ombú, Cofico
y Juniors.[32] A
ello tenemos que agregar la construcción de dos conjuntos de vivienda en
monoblocks, uno en Altos de General Paz y el otro en Juniors –que guardan
cierta similitud al complejo del Barrio Los Perales de Buenos Aires en su
planteo y tipología–.[33] De
forma minoritaria, también se construyeron algunas casas en barrios
periféricos, como en Villa Corina (noreste) y Corral de Palos (este). Según los
números que pudimos cotejar, se trataba de unas 1.757 unidades –sin contar los
monoblocks– llevadas adelante por la “Comisión Provincial de la Vivienda”,
financiada en parte por el Banco Hipotecario Nacional y en parte por la
Provincia.[34] A
partir de los sesenta, los planes de vivienda tendieron a ubicarse
mayoritariamente en las áreas periféricas, privilegiando los barrios hacia el
oeste y el sur, como lo muestra el mapa elaborado por Juana Bustamante (véase imagen
4 en el anexo). El proyecto de un conjunto de 1223 viviendas para el Sindicatos
de Empleados Públicos (SEP), desarrollado en 1970 en el marco del Plan VEA
(Vivienda Económica Argentina) por Jorge Morini,
Eduardo Uturbey, Antonio Rampulla,
José Pisani y Juan Guerrero, es un buen ejemplo de
esta tendencia.
A
pesar de los ejemplos, la urbanización de estos nuevos barrios correspondió
mayoritariamente a la iniciativa privada. En tal sentido, Santa Isabel –que al
igual que otros barrios aledaños a las industrias automotrices, como Villa El
Libertador o Empalme, fueron fundados antes de la instalación de estas– fue un
emprendimiento de la familia Nores Martínez, cuyo
loteo residencial data de 1951 pero que comenzó a poblarse a finales de la
década, adquiriendo características de un barrio donde convivían obreros,
cuadros medios de la fábrica -capataces, supervisores, administrativos- y
profesionales.[35] Esto
se puede apreciar claramente en una serie de fotos aéreas (de 1965 y 1970) que
muestran la rápida consolidación de las áreas periféricas que se encontraban en
las inmediaciones de las fábricas automotrices IKA y Fiat. La conjunción de
complejos industriales “modernos” que empleaban grandes cantidades de obreros
(hacia mediados de los sesenta cada planta tenía aproximadamente 10.000
operarios) que, además, vivían en sus inmediaciones, modificó parcialmente el
espacio social de la ciudad y ayudó a una reconfiguración de los circuitos de
la protesta social. En los convulsionados años sesenta y setenta era común ver
“bajar” al centro grandes columnas de obreros que venían de los barrios y de
las fábricas, como lo demuestran El
Cordobazo y El Viborazo,
los dos mayores episodios del ciclo de radicalización política y social. Ya en
1971, el sociólogo Francisco Delich advertía de estos
importantes cambios en relación a las protestas
urbanas, en donde el centro era identificado como el espacio de disputa
mientras los barrios periféricos lo eran de la resistencia:
la
tendencia al traslado espacial de la movilización desde el centro de la ciudad
a todos sus barrios; este hecho no tiene únicamente un significado táctico
(desarticular las fuerzas represivas), tiene también el carácter de reivindicación
de la autonomía de la insurrección[36]
Más
aún, esa particular ecología urbana resultó central en la conformación de
nuevos espacios de socialización política, como en la experiencia “clasista”
que se desarrolló en los sindicatos Sitrac-Sitram de
la Fiat entre 1970 y 1971, en donde las asambleas del sindicato se realizaban
tanto en la fábrica como en los barrios adyacentes, llegando a incluir a los
vecinos, de quienes obtuvieron diversas solidaridades, como durante el entierro
del obrero Cepeda en febrero de 1971 y El
ferreyrazo que fueron la antesala de El Viborazo.[37]
Como
señalaba Colomé en 1967, fue en el centro de la
ciudad donde los cambios parecieron más significativos y evidentes. Sin
embargo, es difícil cuantificar, sin un estudio específico, la cantidad de
edificios que fueron construidos por arquitectos e ingenieros, la mayoría de
ellos anónimos profesionales. Es de suponer que al igual que en Buenos Aires,
con la sanción de Ley 13.512 de Propiedad Horizontal en 1948, se produjo un
importante impulso a la construcción de edificios de departamentos. A pesar de
que los números disponibles no nos permiten hacer un análisis detallado, es
posible señalar alguna tendencia. En tal sentido, el “casco céntrico” fue la
única área de la ciudad que registró una disminución en la cantidad de
viviendas, pero sufrió un proceso parcial de renovación urbana con un 17% de
viviendas demolidas,[38] lo que
permitió que para 1960 el centro contara con un 46,4% de viviendas tipo
departamento.[39] En
este contexto, es posible identificar algunos Estudios de Arquitectura que,
además de haber tenido una importante intervención en la construcción de la
ciudad, también tuvieron una presencia destacada en los debates urbano-arquitectónicos
de la época. A costa de ofrecer una lista parcial e incompleta, nos parece
importante señalar algunos de los más activos en el momento. Tal vez uno de los
edificios más emblemáticos construidos en esta época fue el “Ames” (1957-1959),
de Rodolfo Ávila Guevara, Marcelo Moyano y Raúl Zarazaga
–un particular Estudio que juntaba a encumbrados antiperonistas como Ávila
(primer interventor de la “Revolución Libertadora” en la FAU) con profesos
peronistas como Zarazaga–, que tenía la
particularidad de retraerse de la línea de edificación, en un intento por
incorporar una plaza cerca y generar su propio “espacio urbano”, al tiempo que
jugaba con la volumetría del edificio, con claras referencias a las propuestas
del Team 10 y su revalorización de la calle.
Hacia finales de la década, ya habían realizado numerosos edificios dos de los
Estudios de Arquitectura más dinámicos del momento que, además, tuvieron una
fuerte participación en la FAU. Nos referimos al de Manuel Revol,
Eduardo Díaz García y Hubert Hobbs,
y al de Bernadino Taranto y Edmundo Arias.[40] Ambos
estudios trabajaron juntos en varios concursos, como en del Concurso Nacional
de Planificación de la Ciudad Universitaria de Córdoba (1962), ganando otros
posteriormente, como el de la Central de Policía (1978). Deberíamos mencionar
también el de Luís Rébora y Calos Lange
que, entre los muchos edificios construidos en el centro, podemos destacar el
“Edificio Progreso”, ubicado al lado del Correo Central. Lamentablemente no
contamos con información sobre las empresas constructoras, que tuvieron un rol
central en la construcción de la ciudad, algunas con proyección nacional, como Roggio.
Por
otro lado, también fue significativa la construcción de edificios públicos en
el centro. Como señalamos al principio, el peronismo supuso la apertura de un
ciclo de transformaciones urbanas que, en parte, se vieron favorecidas por la
política que propició el asentamiento de las industrias automotrices. Igualmente,
es necesario remarcar que mientras el peronismo supuso el arribo de sectores
tradicionalistas y conservadores en diferentes ámbitos estatales (provincial o
municipal), también es posible observar que los principales cuadros
profesionales que se encargaban de pensar la ciudad y de proponer políticas
sobre ella se identificaban con la “arquitectura moderna” y estaban
comprometidos con algún tipo de transformación modernizadora. En tal sentido, el
peronismo en la ciudad impulsó –particularmente durante la intendencia de
Martín Federico (1951-1954)– la realización de una serie de proyectos
urbano-arquitectónicos –algunos nunca realizados, otros parcialmente llevados a
cabo– que, en conjunto, implicaron una importante transformación de la estructura
de la ciudad. Sin dudas, el más importante de ellos fue el Plan Regulador
realizado por el italiano Ernesto La Padula entre
1954 y 1958 entre las oficinas del Ministerio de Obras Públicas y la
Municipalidad. Aunque no podemos detenernos en su consideración, sí habría que
indicar que de él se derivaron las principales intervenciones sobre el sistema
vial de la ciudad, realizadas entre los sesenta y setenta, como el ensanche de
algunas avenidas, como la Av. Chacabuco-Maipú que implicó la demolición entre
1965 y 1970 de una franja de edificios en más de seis manzanas plenamente
consolidadas, así como la eliminación de antiguos bulevares (24 de Septiembre),
la apertura y/o ensanche de algunos puentes sobre el río (Puente Sarmiento,
Puente Avellaneda) y, sobre todo, la construcción de un anillo externo a la
ciudad, la avenida de circunvalación, que empezó a construirse en 1966 y que
todavía no ha sido terminada. Además, durante el decenio peronista se
proyectaron el nuevo edificio para la Municipalidad en 1953, el Correo Central
en el cruce de la Av. General Paz y la Av. Colón y una propuesta para un nuevo
centro administrativo de la provincia en la desembocadura de La Cañada y el Río
Suquía en 1955, que hubiera supuesto la mayor
intervención urbano arquitectónica del mismo, pero que
no se realizó por el golpe de Estado de ese año. Todos estos nuevos edificios
se encuadraban dentro de diversas tendencias de la “arquitectura moderna”, aunque
no dejaron de causar cierto revuelo entre sectores tradicionalistas de la
ciudad. El que mayor controversia desató fue el proyecto para la Municipalidad,
de clara influencia de la unité d’habitation de Marsella de Le Corbusier, contiguo al
tradicional Paseo Sobremonte. En esa ocasión, algunos
grupos católicos apelaron a la tradición y la historia para oponerse a las
modificaciones sobre el Paseo. Tal fue el revelo que el propio intendente
Federico tuvo que salir a justificar el proyecto.[41]
Por
otro lado, en 1954 el intendente Federico, asesorado por La Padula,
propuso una serie de normativas tendientes a resguardar el “centro histórico” –constituyendo
uno de los antecedentes más tempranos en el país–, al tiempo que llevaba
adelante un minucioso trabajo de recuperación del “patrimonio arquitectónico”
sobre la Catedral. De tal forma, La Padula traía a
Córdoba la articulación italiana entre modernismo
arquitectónico y preservación arquitectónica a la vez que introducía la
noción de “entorno urbano” de Gustavo Giovannoni, de
quien había sido alumno en Italia. A esos nuevos edificios habría que sumarle
la nueva sede de la EPEC, cuyo concurso se llevó adelante en 1966 –sobre parte
de los terrenos en donde se habían pensado el Centro Administrativo–. El mismo
fue ganado por el estudio de Revol, Díaz García y Hobbs. Según Liernur, este
edificio –atribuido erróneamente al equipo de Gramática, Morini,
Rampulla, Urtubey y Pisani– produjo una de las “propuestas más interesantes” en
la línea de experimentación formal, siendo “un
edificio que consistía en una suerte de aparato calentador construido a partir
de pantallas colectoras de energía solar”.[42]
De la Córdoba de las campanas a la
Córdoba de las avenidas
Como
indicaba una nota de Jerónimo,[43] en los años que estamos
analizando la ciudad pasó de ser la “Córdoba
de las campanas a la Córdoba de las avenidas”,[44] entendiendo que en ese
pasaje se condensaron las transformaciones urbanas que llevaron a que Córdoba
pasara de ser una tranquila capital provinciana a una dinámica metrópolis
industrial. En tal sentido, por ejemplo, Gacetika –la revista de
divulgación interna que apadrinó IKA y que sirvió de vehículo de divulgación de
las diversas políticas culturales de la empresa que iban desde la enseñanza
técnica a la gestión de las Bienales Americanas de Arte–,[45] publicó en diciembre de
1962 un artículo en la que se realizaba una operación de alto valor simbólico:
la mirada del lector se posaba sobre dos imágenes que llevaban el contraste
entre la “vieja” y la “nueva” Córdoba al extremo (véase imagen 5 en el anexo).[46] La primera era el famoso
paisaje pintado en 1885 por el italiano Honorio Mossi
Córdoba en el año 1895, que
representaba una panorámica de la ciudad desde las barrancas norte, en la que
se podía ver la hondonada en que se asentaba la ciudad y su extensión, dominada
por campanarios y cúpulas de iglesias y algunas chimeneas de fábrica. La
segunda era una fotografía tomada en el mismo lugar que la pintura, en el que era
difícil reconocer la fisonomía urbana anterior. Aquí, el panorama está poblado
de edificios que se levantan en altura, haciendo imposible, ya, identificar
iglesias y campanarios. Cinco años después, Reinaldo Colomé
podía afirmar que “Córdoba es una ciudad
que está cambiando profundamente su fisonomía desde los últimos veinte años, sobre
todo en la zona céntrica”.[47] Para luego agregar que
el
“Casco Céntrico” es la zona que registra menor construcción en el periodo
[1947-1960], no obstante ser la que hoy día ofrece la imagen moderna de Córdoba, es decir, aquella en la cual el cambio
se nota en mayor medida y da a Córdoba la sensación de una gran ciudad[48]
Ante
este nuevo paisaje metropolitano, es interesante analizar algunas crónicas de
los sesenta que nos permitirán apreciar el dinamismo que el centro había
adquirido al mismo tiempo que señalar algunas intervenciones urbanas puntuales que
terminaron de definir el nuevo panorama que ofrecía la ciudad. De tal forma, diversas
fotografías de la época, utilizadas para ilustrar de forma celebratoria la
nueva vida “moderna” de la ciudad, daban cuenta de un paisaje de calles
atestadas de autos y personas, plagado de carteles comerciales donde parecería
desenvolverse una vida frenética de moda, juventud y diversión (véase imagen 6
en el anexo). Estas imágenes contrastan con cierto rechazo en Buenos Aires,
como ha indicado Ana Sánchez Troillet,[49] por los ritmos y los
modos de vida moderna de la “sociedad de masas”, como muy bien lo atestigua Buenos Aires: vida cotidiana y alienación
de Juan José Sebreli de 1964. Según el relato
“Córdoba desde una esquina” -publicado en Gacetika por un tal Kalo- la esquina entre “San Martín y 9 de Julio surgió como centro
de simetría de dos calles plagadas de negocios, en la época en que Córdoba
empezaba a convertirse en gran ciudad”, allí “se podían ver largas filas de numerosos muchachones, todos con el
servicio militar hecho, esperando el paso de las niñas que andaban de compras,
o la salida de las empleadas de comercio”, en donde se encontraba, además,
la primera casa de venta de discos. En esos mismos años, el centro de la vida
social pareció desplazarse de lugar, aunque sea tan solo unos metros. Según Kalo
algunas
entradas de pasajes como el Muñoz y la Galería Central,
pretendieron, por instantes nomás, la hegemonía de la ciudad. Luego, la esquina
de General Paz y Colón, con el Correo nuevo, pareció que era la elegida. Al
frente del Correo estaba desde mucho atrás el Montecarlo, uno de los últimos
lugares de Córdoba donde se jugó el café a la generala. Pero todos fueron
intentos frustrados, y aprovechando la indecisión, una nueva esquina se irguió
poderosa, la de 9 de Julio y General Paz
Allí, “la ‘nueva
generación’ es suplantada por otra, más nueva aún, la denominada ‘nueva ola’”.[50] A los comercios, bares y
confiterías, el centro también sumaba los recorridos nocturnos, los lugares de
baile, los “night-club”, las “boites” y los primeros
grupos “beatnik” que intentaban emular a sus pares de Estados Unidos o de
Buenos Aires.[51] Así,
la revista Jerónimo podía ofrecer un
breve relato de las transformaciones ocurridas en el centro entre 1960 y 1970:
el
centro, en aquellos tiempos, era un área de élite. El progreso, tanto en la
urbanización como en los medios de transporte, lo popularizaron bastante: por
lo menos en lo que a diversión se refiere, dejó de ser refugio de la clase alta
y se transformó en el de la clase media[52]
Según la misma nota,
después
vinieron, parece, Maxim’s, al lado de Intermezzo [la
primera confitería bailable] en el primer piso de la Galería Libertad (…) y El
Dorado, con la publicitada fantasía de su cúpula de oro. En esa época floreció
el 88, en el 73 de la calle Rosario
de Santa Fe que más tarde se transformó en Antoine’s…
a los que se le sumaban “Seven-Seas”
en la 9 de Julio y el “Laussanne” en la 27 de Abril. Justamente allí,
en
dos cuadras, la del trescientos y la del cuatrocientos, es un reducto
inestimable. Además del Laussanne y del ya mencionado
Puerto Rico, estaba –está todavía, aunque algo cambiado– El Pilar, y al frente
(…) la pizzería 27. ‘El Pilar, en un tiempo, fue famosa por los bochinches que
se armaban; cabe la excusa de que la mayoría se debía a enfrentamientos
políticos entre la derecha que se estimaba dueña del lugar y eventuales
visitantes de la izquierda’[53]
De
tal forma, y más allá de su precisión o no, estos relatos daban cuenta de que
el centro neurálgico de la ciudad se desenvolvía en el reducido espacio de seis
manzanas por cinco –que además coincidían con el “centro histórico”–,
comprendidas entre Bv. San Juan, Av. General Paz /
Av. Vélez Sarsfield, Av. Colón y Bv. Chacabuco/Av.
Maipú. Allí no solo tenía su sede principal la universidad –aunque lentamente
comenzó a desplazarse hacia la recién inaugurada Ciudad Universitaria–, la CGT
local y los principales sindicatos, los poderes ejecutivos y legislativos
provincial y municipal, sino que también se concentraban mayoritariamente las
actividades comerciales y bancarias, constituyendo “el único centro multifuncional de servicios de la estructura urbana
total”.[54]
Además, estos relatos daban cuenta de un fenómeno que si bien ya había
comenzado a finales de los cuarenta, se intensificó en los sesenta y le dio al
centro de Córdoba cierto aire particular: el de las galerías comerciales,[55] en donde se exponían las
novedades de la moda, donde se socializaba mediante el consumo, donde la ciudad
parecía ponerse al día con el mundo. Como verdaderos escaparates donde la
“fantasmagoría” de la mercancía se mostraba cual “templo original del capitalismo de las mercancías”,[56] según las palabras que
usó Walter Benjamin para describir los “Pasajes” del
París del Segundo Imperio pero que, salvando todas las distancias, podrían
aplicarse a las galerías cordobesas, en donde la novedad de la “sociedad de
masas” parecía cobrar verdadera vida en esos contingentes de consumidores que
circulaban por las calles o en los trasnochados visitantes que recurrían a sus
pistas de baile. Este fenómeno se complementó con la creación de peatonales en
el centro. Durante la breve pero intensa intendencia del arquitecto Hugo F.
Taboada (1969-1970) se pensó, según sus propias palabras, en “crear una zona aislada peatonal, en el casco
chico, que se una a la vez con el centro histórico y crear para el peatón una
‘isla’ de trabajo y de estar. Córdoba es una ciudad que tiene algo de living-room”.[57] La idea no era nueva en
la cultura arquitectónica internacional que, en el contexto de la
reconstrucción de las ciudades europeas de la posguerra, había planteado el
problema de la revitalización “del centro
de la ciudad”. Una de cuyas principales referencias fue el proyecto de
Jacob Bakema y Johannes Van Den Broek
para el centro de Rotterdam, que consistía en un conjunto de tiendas a lo largo
de una calle peatonal, que se encuadraba en las propuestas realizadas por el Team 10 –del que Bakema
y Van Den Broeck formaban parte– sobre la importancia
de la calle en el entramado urbano.[58] Para 1971 las primeras
peatonales ya se habían concretado sobre la 9 de Julio y la San Martín,[59] convirtiendo a la propia
calle en una suerte de paseo comercial a cielo abierto. Galerías comerciales y
peatonales, entonces, venían a complementar el paisaje de una ciudad moderna,
dinámica y bulliciosa que tuvieron una amplia difusión en los setenta.
Entre
finales de los sesenta y principios de los setenta, aquellos circuitos sociales
de moda, juventud y diversión tendieron a extenderse a medida que el carácter
metropolitano de la ciudad se acentuaba: “Córdoba
extiende sus tentáculos luminosos por la ruta 9, por la avenida Rafael Núñez y
los caminos que la prolongan hacia Villa Allende y Saldán”.[60] Así, el del Cerro de las Rosas –antigua zona residencial de la
élite fundada en la década del treinta– se incorporó plenamente a la urbe,
convirtiendo a la Av. Rafael Núñez en un espacio de sociabilización para
sectores medios y altos, con una amplia oferta de bares y restaurantes que, en
el relato de Jerónimo sobre los
circuitos nocturnos de Córdoba, podía decir –con una fuerte carga de ironía–
que era “casi un motivo de soponcio para
revolucionarios”.[61] Pero fueron los poblados
serranos cercanos a la ciudad los que se incorporaron a un circuito de ocio y
diversión de las “multitudes” y ya no solo de veraneo de las clases altas. En
una tapa de Jerónimo se presentaba un
collage en el que se superponía a la
familia de Tarzán y la mona chita –personajes de la
televisión y el cine de gran popularidad en el momento– sobre un trasfondo en
el que se ven dos adolescentes jugando entre las piedras de un arroyo de Río
Ceballos, donde “todo el año es aventura”.
Con este procedimiento, el “primitivismo” de la familia junto a la idea de la
aventura veraniega parecerían sugerir la posibilidad de un escapismo de la
sociedad de masas junto a un retorno a la naturaleza, tópicos recurrentes en la
cultura bohemia –entre “rockera” y hippie– de los
setenta.[62] Pero el lugar que atraía
todas las miradas era la villa serrana de Carlos Paz, que se convirtió en
receptor de un importante turismo de masas, proveniente principalmente de
Buenos Aires. El fenómeno que se describía era el de “un turismo de gran solvencia económica” que convivía con un
“turismo mochilero”:
las
calles, los bares de moda y las confiterías bailables ofrecían un aspecto muy
especial con la presencia multitudinaria y alegre de estos muchachos y chicas,
que, aunque, por lo común con poco dinero, estaban dispuestos a gozar al máximo
de su vacaciones. Las playas se convirtieron por las
tardes en improvisadas ‘peñas’, espectáculos que se repetían, con mayor
cantidad de público, por las noches en la zona céntrica[63]
A
ello se le sumaba la inauguración de la discoteca Keops, realizada por Horacio
Pons en base a una estructura de metal que procuraba parecer una pirámide
egipcia, junto a un circuito de folklore mucho más amplio que tenía en el
Festival de Cosquín uno de sus epicentros.[64]
“Córdoba, de hoy a mañana”
Hacia
principios de los setenta, y a pesar del convulsionado contexto que había
dejado El Cordobazo en 1969, la
ciudad parecía encaminada hacia un futuro promisorio. En tal sentido, las
cifras sobre su crecimiento habían excedido los pronósticos más optimistas y
las proyecciones hablaban de entre 1.800.000 a 2.000.000 de habitantes para el
año 2000,[65]
mientras que el sector industrial, si bien ya daba señales de haber agotado un
ciclo –con la pérdida de la hegemonía cordobesa en la producción automotriz–,
todavía se mostraba lo suficientemente vigoroso. Tan es así que el Intendente
Rodríguez Brizuela podía afirmar, con un optimismo desmedido, que “todo contribuirá sin duda a que Córdoba se
afirme cada vez más en la gran capital, en la gran metrópolis que el destino le
ha señalado desde el día de su fundación”.[66] En 1970 Jerónimo se hacía eco de un anuncio
largamente esperado: Córdoba recuperaba el título de segunda ciudad del país,
del que había sido desplazada por Rosario a finales del siglo XIX.
En
la mañana del jueves 20, las oficinas del Registro Civil del Palacio Municipal
registraron una inusitada actividad. Periodistas, fotógrafos y autoridades,
esperaban se produjese la inscripción que confirmaría a Córdoba, como la
segunda ciudad del país. A las 10.20 horas, el Intendente Lozada Echenique pudo
refrendar el acta que convirtió a Justo Eladio González, nacido el día 15, en
el ‘Habitante 800 mil’ de la ciudad[67]
En
esos tempranos setenta, no faltaron las iniciativas que buscaban acondicionar a
la ciudad a su nuevo carácter de metrópolis en crecimiento. Algunas no pasaron
de ser ideas,
mientras que otras tuvieron una amplia repercusión. De ellas, la que mayor impacto
tuvo fue la remodelación de las tradicionales plazas Vélez Sarsfield y General
Paz que, hacia principios de siglo, se habían constituido como los dos extremos
de uno de los ejes monumentales de la ciudad, sobre el cual se pensaron alguno
de los principales edificios públicos y sobre las que, finalmente, se erigieron
estatuas conmemorativas a dos figuras centrales de la tradición liberal
cordobesa: el autor del código civil y comercial argentino, Dalmasio Vélez
Sarsfield, y el caudillo de la guerra de independencia, José María Paz.[68] Siguiendo en parte la
propuesta vial de La Padula, del que Taboada había
sido alumno, el Intendente se proponía “coordinar
la nueva avenida Chacabuco-Maipú con la Vélez Sarsfield-General Paz, de manera
de crear un cinturón de circulación rápida”,[69] que se complementaba con
la implementación de avenidas de mano única y el cambio de circulación en
algunas calles. Completaba este plan la refuncionalización
de las mencionadas plazas, así como la relocalización de sus estatuas, para
agilizar el tráfico, que en ese momento se estimaba cercano a los 50.000
vehículos.[70]
Según señalaba Jerónimo,
hace
un año aproximadamente la opinión pública cordobesa tuvo motivos para
inquietarse. En el sector céntrico de la ciudad, a las corridas estudiantiles y
los gases policiales provocados por los non sanctos
exámenes de ingreso, se sumaron piquetes obreros que se dedicaban con especial
cuidado a desmontar la figura del ilustre Vélez Sarsfield. Pero no se trataba
de un ataque revisionista contra el Codificador. Sí, en cambio, de la puesta en
marcha del operativo ‘mano única’ con que el entonces intendente, arquitecto
Hugo Taboada, tratada de solucionar el problema de una ciudad con calles
estrechas y rugientes automóviles[71]
Justamente, estas modificaciones en dos hitos urbanos
tan visibles, contribuyeron a esa imagen de una ciudad
en grandes transformaciones, en donde la apertura de nuevas y anchas avenidas
daba lugar al despliegue de todo un imaginario urbano-arquitectónico
modernista. Así, por ejemplo, a una tapa con el título de “Córdoba, de hoy a
mañana” en la que se exponía el nuevo cruce de avenidas sobre la ahora ex plaza
Vélez Sarsfield,[72] se
le agregaba en otro número una fotografía -aunque por la poca calidad de la
imagen, también podría ser un dibujo- de la ex Plaza General Paz que mostraba
la perspectiva de una gran avenida rodeada de aparentes edificios -poco importa
que la escala real de estos elementos diste bastante de su representación-, que
parecería acercarse a algunas de las imágenes de la ciudad del futuro que
idearon las vanguardias arquitectónicas de los años veinte (véase imagen 7 en
el anexo). Sobre esa imagen, Jerónimo
trazaba la parábola que nosotros hemos intentado analizar en este trabajo:
aquella que va de la “Córdoba de las campanas a la Córdoba de las avenidas”.
Así, el artículo señalaba que,
en
consecuencia, si tales cosas [crecimiento industrial, electrificación, aumento
demográfico, de consumo y del producto bruto, organización de complejos
fabriles, etc.] suceden en las vértebras profundas de la urbe, no es de
extrañar la necesidad -a veces imperiosa- de adecuar su imagen física a tales
fenómenos. Ello fabrica una suerte de pugna entre una Córdoba tradicional,
sólidamente asentada en sus símbolos y monumentos y otra Córdoba que necesita
traslaciones implacables de esos símbolos, de la creación y perfeccionamiento
de otras vías urbanas que desaten los nudos que el progreso mismo ha
contribuido a formar[73]
La
exaltación de esta “modernidad cinética”[74] que venía aparejada al
automóvil –en una ciudad que, además, en los años sesenta se había convertido
en equivalente de industria automotriz y que llegó a ser pensada como la
“Detroit” o la “Turín” Latinoamericana–, tenía su correlato en el aumento del
propio parque automotor que había pasado de 27.460 autos en 1965 a más de
53.000 en 1970 y se proyectaba en más de 100.000 para 1975,[75] sumado a un tránsito
metropolitano cada vez más importante. Ante ello, la Dirección Provincial de
Vialidad junto a la Asesoría de Planeamiento Urbano llevaron adelante en 1968
el “Censo Origen y Destino” que permitió determinar la incidencia del problema
del tráfico y sus posibles soluciones.[76] Del informe emergieron
tres direcciones bien definidas del tráfico vehicular: la más importante era la
que conectaba con el noroeste de la ciudad (Cerro de las Rosas) y los pueblos
de las sierras chicas (Villa Allende, Saldán, Unquillo, etc.), con un tráfico promedio de 20.897 autos
por día (que se incrementaba hasta 26.367 los fines de semana); le seguía la
ruta hacia Villa Carlos Paz (cuya autopista comenzaba a construirse), mientras
que en el casco céntrico se observaba una circulación diaria de 28.000
vehículos,[77]
requiriendo la implementación de un sistema de semaforización que, para 1969,
ya incluía treinta semáforos y que proyectaba llegar a 5300.[78] El volumen vehicular
hacia el oeste y el noroeste –incrementado durante los fines de semana–
reafirmaba la importancia de parte del área metropolitana como zona
recreativo-turística. En base a este informe, además, se pensaron posibles
alternativas metropolitanas para el problema del transporte masivo de
pasajeros, como un sistema de subterráneos o un monorriel colgado. La idea ya
había sido lanzada por Rodríguez Brizuela en 1969, proponiendo utilizar la
topografía del río.[79] A mediados de 1970, la
Municipalidad convocó a empresas argentinas y extranjeras para realizar un
estudio de factibilidad para un servicio de transporte masivo rápido. El
gráfico que acompañaba la nota de Jerónimo
mostraba una sección del monorriel pasando arriba de La Cañada al frente del
Palacio Municipal (véase imagen 8 en el anexo).[80] Nuevamente, la imagen
evocaba la idea de una suerte de “tren volador” que, en el imaginario de la
época, era pensado como el transporte masivo del futuro y como un sinónimo de
avance tecnológico.
Fin de ciclo
A
modo de cierre, podríamos decir que hacia mediados de los setenta algunas
señales ya indicaban que el ciclo que se había abierto hacia finales de los
cuarenta con la llegada del peronismo al poder comenzaba a cerrarse. En un
estudio que abordaba el crecimiento de Córdoba en el periodo que nos toca, Arnaldo
Arnaudo indicaba en 1970 que “el empuje inicial que hizo crecer tan rápida e inesperadamente a
Córdoba se agotó en menos de una década”.[81] Asimismo, el crecimiento
demográfico que en los sesenta era catalogado de “explosivo”, comenzaba a
morigerar su curva de ascenso. Si en 1962 la previsión para el año 2000 era de
dos millones de habitantes, en el Diagnóstico
tentativo y alternativas de desarrollo físico para la ciudad de Córdoba elaborado
desde la Asesoría para el Planeamiento urbano de la Municipalidad en 1973 las
expectativas habían bajado a 1.800.000, con el agregado de que el crecimiento
ya no se catalogaba de explosivo, mientras en la actualidad la ciudad llega a
poco más de 1.300.000. Por otro lado, aquellas expectativas optimistas sobre la
ciudad en los tempranos setenta se mostraron efímeras, en tanto el clima de
creciente violencia política y de crisis económica imposibilitó toda agenda de
reforma urbana. Como una suerte de anticipación de lo que iba a suceder en
1976, en marzo de 1974 se produjo el golpe policial contra el gobierno
provincial de Ricardo Obregón Cano, conocido como el “Navarrazo”
que luego fue convalidado por medio de la intervención a la provincia.[82] De tal forma, se desplazaba
a la izquierda peronista y sindical –representados por Obregón Cano y Atilio
López, respectivamente– por los sectores más ortodoxos y reaccionarios del
peronismo, encabezados por el interventor federal Raúl Lacabanne,
bajo cuyo auspicio diversos grupos paramilitares –como la Alianza Anticomunista
Argentina o el Comando Libertadores de América– comenzaron la persecución y
asesinato de dirigentes políticos, sindicales y estudiantiles.
Por
otro lado, las ideas de La Padula habían guiado de
alguna manera las principales transformaciones de la ciudad durante los sesenta,
además de contribuir a la imagen de una Córdoba moderna que, entre los setenta
y setenta, se superpuso con la visión de Córdoba como un enclave de lo más
avanzado del capitalismo y se proyectaba como esperanza de la revolución
socialista gracias a sus luchas obreras. Pero si en términos políticos y
culturales se puede advertir el fin de una época entre 1975 y 1976, los tiempos
de la ciudad nunca son tan precisos. Sin embargo, los marcos a partir de los
cuales se pensó y se intervino en la ciudad luego de 1976 respondieron a
coordenadas sustancialmente diferentes. Sin poder entrar en el tema, la
propuesta para Córdoba formulada por Miguel Ángel Roca en 1978 desde la
Secretaría de Obras Públicas del municipio fue una de las expresiones más
significativas de lo que se ha llamado “arquitectura posmoderna”. Ello implicó
una visión “culturalista” sobre la ciudad que, poco atenta a las condiciones
específicas del habitar cordobés, buscó “refundar
la ciudad con su marca personal” como lo ha señalado Graciela Silvestri,[83] sin detenerse siquiera en
las contradicciones que implicaba sostener un discurso sobre el “espacio
público” en el contexto de la más sangrienta dictadura argentina.
Fuentes
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Anexos
Imagen 1. Fuente: Boixadós,
C. (2011): Córdoba fotografiada
entre 1870 y 1930. Imágenes urbanas, UNC, Córdoba.
Imagen 2. Fuente: Boixadós,
C. (2011): Córdoba fotografiada
entre 1870 y 1930. Imágenes urbanas, UNC, Córdoba.
Imagen 3. Fuente: Colomé,
R. (1967): “Construcciones y vivienda de la ciudad de Córdoba, 1947-1965”
en Separata de la Revista de
economía y estadística, N 3 y 4, Córdoba.
Imagen 4. Fuente: Bustamante, Juana
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social. Modelos alternativos de resolución formal-funcional adaptibilidad a los usos, Primer informe de
Investigación, Conicet, Córdoba, mimeo.
Imagen 5. Fuente: Gacetika, s/n, diciembre de
1962, pp. 20-21.
Imagen 6. Fuente: Libro IKA 10 años, 1955-1965, IKA-Departamento de Publicaciones,
Córdoba, 1965.
Imagen 7. Fuente: Libro IKA 10 años, 1955-1965, IKA-Departamento de
Publicaciones, Córdoba, 1965.
Imagen 8. Fuente: Jerónimo, año 2, N 30, segunda quincena de octubre de 1970.
* Universidad
Nacional de Córdoba, CONICET.
[1] Ballent,
2004: 316.
[2] Boixadós,
2000.
[3] Vapnarsky
y Gorojovsky, 1990: 37.
[4] Liernur,
2011: 432.
[5] Sobre el Plan Regulador de
Carrasco, véase Díaz Terreno, 2012.
[6] Boixadós,
2011: 19.
[7] LVI, 28/7/1946, citado en Barbieri y Boixadós,
2005: 77 y 78.
[8] LVI, 27/03/1946, citado en Barbieri y Boixadós,
2005: 80.
[9] No son muchos los trabajos que, en
un sentido genérico, podrían encuadrarse como de historia urbana sobre Córdoba.
Para la Córdoba finisecular tenemos los trabajos de Boixadós,
2000; Ansaldi, 2000, y Agüero, 2010, como principales
referencias que analizan, respectivamente, el proceso de urbanización, las
transformaciones en la estructura económica y la ciudad como práctica cultural.
Para la segunda mitad del siglo XX, lamentablemente, las referencias son mucho
más acotadas. Deberíamos indicar un primer grupo de trabajos realizados contemporáneamente
a los procesos de transformación urbana de Córdoba, realizados en sedes
disciplinares ajenas a la historiografía, que son sumamente valiosos por las
informaciones que aportan. Nos referimos a los trabajos realizados en el
Instituto de Estadísticas y Finanzas de la Facultad de Ciencias Económicas de
la UNC (los cuales son citados extensamente en este trabajo), así como el Plan
Regulador de La Padula y el Diagnóstico tentativo -elaborado por María Elena Foglia desde dependencias municipales en 1973-. De todas
maneras, habría que precisar que estos trabajos deben considerarse más como
fuentes que como antecedentes. En cuanto a los antecedentes, el de Foglia, 1989, es uno de los primeros en analizar la
evolución de la estructura urbana, aunque es más descriptivo que explicativo.
El extenso trabajo de Brennan, 1996, si bien está
dedicado a analizar las dinámicas del mundo obrero organizado de Córdoba que
hicieron posible El Cordobazo,
constituye el principal antecedente específico ya que en el primer capítulo
realiza una pormenorizada reconstrucción de las transformaciones en la
estructura social de la ciudad entre los años cincuenta y sesenta. En tal
sentido, no podemos más que admitir que nuestro propio análisis se vale del
realizado por Brennan –en parte por compartir las
mismas fuentes, aquellas elaboradas por el IEF–, aunque pretende complementarlo
con un enfoque más centrado en los procesos urbanos.
[10] Ansaldi,
2000; Dadone, 1973/74.
[11] Brennan,
1996: 50.
[12] Gerchunoff
y Antúvez, 2002: 184 y ss.
[13] Véase Brennan,
1996: 51 y ss. Sobre la instalación de IKA, Brennan
sostiene que “las plantas Kaiser introdujeron concentraciones de capital, trabajo y
tecnología en una escala desconocida hasta entonces en la industria argentina.
En esencia, habían transferido sus operaciones de Detroit a la Argentina, y
dividieron el complejo de Santa Isabel en unidades independientes de
producción: forja, departamento de prensas, servicios de máquinas, herramienta
y matrices, planta de motores, montaje de vehículos, departamento de pintura y
planta de galvanoplastia. La gran planta de máquinas, herramientas y matrices
producía todas las matrices de prensas utilizadas en la construcción de la
línea de autos propia de Kaiser; la planta de motores
y la forja, las más grandes del país, empleaba procesos manufactureros y
laborales que revolucionaron la cultura industrial local, si bien quedaban cada
vez más desactualizados frente a las normas de las industrias automotrices
estadounidense y europeas. El trabajo en las plantas Kaiser
tenía muchas características específicas –en particular la ubicuidad del
trabajo en tandas en oposición a la producción en línea móvil, una alta
incidencia de los retoques en los modelos y, por último, una mezcla extrema de
productos–, todas las cuales requerían una considerable flexibilidad de la mano
de obra. Pero, en general, IKA estableció en Córdoba una moderna industria de
producción masiva, que estimuló el tipo de desarrollo industrial iniciado por
las fábricas de IAME y contribuyó a dar forma al peculiar carácter de la vida,
el trabajo y la política obrera de la ciudad”, Brennan,
1996: 53.
[14] Palmieri
y Colomé, 1964: 15.
[15] Dadone, 1973/74: 180-181.
[16] Palmieri
y Colomé, 1964: 4-10.
[17] Arnaudo,
1970: 8.
[18] Brennan,
1991: 60.
[19] Agulla,
1966: 19.
[20] Véase Población
1869-1960, Dirección General de Estadísticas, Censos e Investigaciones.
Publicación Especial N° 3, Córdoba, 1961.
[21] El término, a primera vista,
parecería ser excesivo para Córdoba en el contexto latinoamericano de gran
crecimiento urbano que se dio desde los cincuenta, que produjo ciudades de
varios millones de habitantes. Sin embargo, algunas de las características que
se le atribuyen a este proceso bien podrían aplicarse a Córdoba: explosión
demográfica y urbana, pérdida de escala, anomia social, concentración de
funciones, polo de atracción regional, etc. En términos de crecimiento
poblacional, por ejemplo, París pasó de 800.000 habitantes a 2.000.000 entre
1831 y 1976 -con una máxima de crecimiento del 20,48 %- (Harvey, 2008: 124),
mientras Berlín pasó de 750.000 habitantes en 1870 a 1.000.000 en 1895 para
llegar a más de 2.000.000 en 1905 (Frisby, 2007:
262), en tanto Buenos Aires, durante su primer gran ciclo de crecimiento
demográfico, pasó de 671.000 habitantes en 1895 a casi 2.000.000 en 1914 (Vapnarsky y Gorojovsky, 1990:
37). Por otro lado, los propios coetáneos entendieron que estaban viviendo un
procesos de metropolización, como se infiere de las
citas, aunque no haya sido un asunto especialmente tematizado.
[22] Tcach,
2006 [1991]: 91.
[23] Arnaudo,
1970: 4 y 5.
[24] Sánchez y Schulthess,
1969: 4.
[25] Brennan
y Gordillo, 2008: 11.
[26] Silvestri
y Gorelik, 2005: 448 y ss.
[27] Brennan
y Gordillo, 2008: 11.
[28] Ferrero, 1964: 32.
[29] Los números sobre el proceso de
urbanización corresponden al periodo de mayor incremento poblacional que vivió
la ciudad en el ciclo propuesto. Como señalamos anteriormente, entre 1957 y
1960 se incorporaron más de 200.000 habitantes. Lamentablemente no hay
información disponible sobre la construcción de viviendas para el periodo 1960-1970,
lo que permitiría detectar modificaciones o alteraciones en las tendencias
descriptas. Tal vez una de los datos que arrojaría la comparación con este
segundo periodo fuera la aparición de asentamientos precarios, aunque todavía a
una escala reducida comparada con la de Buenos Aires.
[30] Colomé,
1967.
[31] Para un análisis de las políticas
de vivienda del peronismo, véase Gaggero y Garro,
2009. Para un estudio sobre las políticas habitacionales entre 1955 y 1981,
aunque no tiene información desagregada sobre Córdoba, ver Yujnovsky,
1984.
[32] Bustamante, 1989: 45.
[33] Sobre la construcción del Barrio
Los Perales en Buenos Aires, véase Aboy, 2005.
[34] No fue posible encontrar
información sobre el funcionamiento y la composición de la mencionada Comisión.
La información que pudimos obtener del Archivo de Gobierno de la Provincia de
Córdoba (periodo 1947-1951) es la siguiente: 26 casas en Alta Córdoba, Res.
9.083-C-1950 (21/03/1950); 326 casas Barrio Remorino,
Res. 9.671-C-1950 (19/04/1950); 3 casas Alto Alberdi, Res. 9.680-C-1950 (19/04/1950);
92 casas Villa Corina, Res. 6.977-C-1950 (07/01/1950); 201 casas Corral de
Palos, Res. 6.979-C-1950 (07/01/1950); 141 casas Alto Alberdi, Res.
6.980-C-1950 (07/01/1950); 326 casas sin indicación de sitio, Res. 7.211-C-1950
(16/01/1950); 26 casas Alta Córdoba, Res. 7.765-C-1950 (01/02/1950); 174 casas
Barrio Oña, Res. 4413-C-1950 (10/10/1950); 442 casas Alto Alberdi y Empalme,
Res. 4961-C-1950 (27/10/1950).
[35] Tedesco,
2010 y 2012.
[36] Delich,
F.: “Córdoba, la movilización permanente” en Los Libros, N 21, 1971, p. 8.
[37] Véase las entrevistas a diversos
delegados del Sitrac-Sitram incluidas en Schmucler, Malecki, Gordillo,
2008.
[38] De 7284 viviendas, unas 1245
fueron demolidas entre 1947 y 1960, siendo construidas otras 1141.
[39] Las zonas que mayores renovaciones
tuvieron fueron los “barrios tradicionales”, con un 22,32% de demoliciones
(sobre 33.241 casas en 1947, se demolieron 7390), mientras que la zona de
“expansión tradicional”, que fue la que más creció en el periodo, sólo registró
un 18% de demoliciones (de 15.013 casas, 2790 fueron demolidas). El resto de
las zonas incluidas (“Barrios en formación” y “residencial urbano”), no
computan demoliciones. Los números fueron extraídos de dos de los cuadros
realizados por Colomé, 1967.
[40] Del primero podemos mencionar el
edificio “Carmela” (1957-1959) sobre Hipólito Irigoyen, y del segundo el
“Consorcio de viviendas Belgrano” (1959) en Caseros y 27 de Abril, y el
edificio “Garlot” (1959) en Hipólito Irigoyen.
[41] Véase, por ejemplo, Los Principios 27/10/1953; Los Principios 30/10/1953; La Voz del Interior 19/11/1953; la
respuesta del intendente está en Boletín
Municipal, N° 3277, del 31/10/1953 y 14/11/1953.
[42] Liernur,
2008: 326.
[43] La revista Jerónimo comenzó a publicarse a finales de 1968, bajo la dirección
de Miguel Ángel Piccato. Con un formato similar a Primera Plana, la revista ofrecía
artículos de actualidad, moda, diversión y noticias sobre política, universidad
y sindicatos, manteniendo una orientación marcadamente de izquierda -abundaban
las entrevistas a dirigentes sindicales, como Agustín Tosco, a representantes
de grupos armados o de los sectores del peronismo de izquierda-. La revista
alcanzó una circulación importante, llegando a una tirada quincenal de 5000
ejemplares que, además, se distribuían en otras provincias. Buen exponente del
clima de época de Córdoba, entre vanguardista y naïf, la temática de la vida en
la ciudad ocupó un lugar central en Jerónimo,
haciéndose eco de las líneas más progresivas de la cultura urbana del momento. La
revista tuvo dos épocas, la primera bajo Piccato,
publicando un total de 48 números. Entre los primeros redactores figuran Luis Ammann, Miguel Camperchioli,
Antonio Marimón, María C. Mata y Daniel Vera; en el
segundo o tercer número se suma como columnista Francisco Delich
y luego se sumaron José Oreste Gaido
y Nilo Neder. La segunda época comenzó cuando Alfredo
J. Paiva se convirtió en director de la revista, en
septiembre de 1971, editando unos 18 números, hasta marzo de 1973.
[44] “Nueva geografía para la Córdoba
de las campanas. Córdoba de las Avenidas” en Jerónimo, Año 3, N° 39, 04/05/1971.
[45] La revista comenzó en 1957 y
llegó, hasta donde sabemos, hasta 1965. Al parecer, cuando IKA fue adquirida
por Renault dejó de publicarla. Lamentablemente no hemos podido encontrar la
colección completa. Sobre esta publicación, véase Tedesco
(2013).
[46] Gacetika, s/n, diciembre de 1962,
pp. 20-21.
[47] Colomé,
1967: 3.
[48] Colomé,
1967: 15. Subrayado nuestro.
[49] Sánchez Troillet,
2014: 101 y ss.
[50] Kalo,
“Córdoba desde una esquina”, en Gacetika, N° 71, julio-agosto de 1964.
[51] “Córdoba tiene sus beatniks” en Siete Días, N 911, julio de 1967.
Agradezco a Ana Sánchez Troillet el dato.
[52] “Nocturno. Las luces del centro”
en Jerónimo, Año 3, N° 33, primera
quincena de diciembre de 1970, p. 78.
[53] Ibídem, p. 79.
[54] Foglia y
Eguiguren, 1978: 43.
[55] Foglia y
Eguiguren cuentan veinte galerías de paso y más de
una docena sin salida. Los autores no ofrecen cifras exactas de los años de su
realización, pero parece que dos fueron realizadas en los cuarenta, tres en los
cincuenta y el resto en los sesenta y setenta.
[56] Citado en Buck-Morss,
1995: 99.
[57] “Reportaje: la ciudad cambió de
mano” en Jerónimo, Año 1, N° 15,
septiembre de 1969. Subrayado nuestro.
[58] Tafuri y
Dal Co, 1978: 376 y ss.
[59] Waisman,
1974.
[60] “Nocturno”, Op.
Cit. p. 78.
[61] “Tú no has visto la ciudad”, Jerónimo, Año 2, N° 19, enero de 1970,
p. 36
[62] Sobre la “cultura rock” en los
sesenta, véase la tesis de maestría de Sánchez Trolliet,
2014.
[63] “Carlos Paz. La ciudad y los jóvenes”
en Jerónimo, Año 1, N° 13, 25/07/1969.
[64] “Carlos Paz. Los templos de la
noche” en Jerónimo, Año 2, N° 20,
primera quincena de marzo, 1970. Sobre la renovación del folklore en los
sesenta, véase Carillo, 2010.
[65] En la actualización que La Padula hizo de las proyecciones del Plan Regulador en 1962
se estipulan dos millones de habitantes para el año 2000, mientras que en el Diagnóstico tentativo se habla ya de
1.800.000.
[66] “¿Cómo anda la ciudad?” en Jerónimo, Año 1, N° 8, 10/04/1969, p.
18.
[67] “800.000 cordobeses ley” en Jerónimo, Año 2, N° 32, segunda quincena
de 1970.
[68] Sobre la Plaza Vélez Sarsfield,
ver Boixadós, Maizón y Eguía, 2013. Sobre los edificios públicos pensados, véase
Page, 1994. Para un análisis más preciso, véase Agüero, 2009.
[69] “La ciudad cambio de mano”, Op. Cit., p. 22. La propuesta coincidía prácticamente con
el anillo interno que había trazado La Padula en su
Plan Regulador.
[70] “¿Cómo anda la ciudad?”, Op. Cit. p. 15.
[71] “Monumentos. Otra vez La Tablada”
en Jerónimo, Año 3, N° 35, primera quincena
de febrero de 1971, p. 40.
[72] Jerónimo, Año 2, N° 21, segunda quincena de mayo de 1970.
[73] “Nueva geografía para la Córdoba
de las campanas. Córdoba de las Avenidas”, en Jerónimo, Año 3, N° 39, 04/05/1971, p. 11.
[74] Para una historia cultural del
automóvil, véase Giucci, 2007.
[75] Diagnóstico tentativo y alternativas de desarrollo físico para la
ciudad de Córdoba, Municipalidad de Córdoba y Asesoría de Planeamiento
Urbano, Córdoba, 1973, p. 41. Por cuestiones de espacio -y por encontrarme
temporalmente fuera del país-, se hace imposible un análisis sobre el Diagnóstico tentativo, el cual
correspondería, además, ponerlo en relación con el Plan Regulador de La Padula.
[76] Hasta el momento, no hemos podido
dar con el mencionado Censo.
[77] Diagnóstico tentativo, op. cit., p. 14 y
gráfico 10.
[78] “¿Cómo anda la ciudad?”, Op. Cit., p. 17.
[79] Ibídem, p. 17.
[80] “Monorriel. El municipio tras él”
en Jerónimo, Año 2, N° 30, segunda
quincena de octubre de 1970, p. 42.
[81] Arnaudo,
1970: 11.
[82] Servetto,
2010.