Masculinidades en transformación y reconfiguración de las intimidades entre varones del AMBA

Masculinities in Transformation and Reconfiguration of Intimacies Between Men of the AMBA

Santiago Canevaro

https://orcid.org/0000-0002-2582-6859

Escuela de Altos Estudios Sociales,

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

sancanevaro@gmail.com

María Victoria Castilla

https://orcid.org/0000-0001-6399-8486

Escuela de Altos Estudios Sociales,

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

vickycastilla@yahoo.com.ar

Fecha de envío: 15 de abril de 2024. Fecha de dictamen: 7 de octubre de 2024. Fecha de aceptación: 1 de noviembre de 2024.

Resumen

En las últimas décadas, ha cobrado principal relevancia para las ciencias sociales la constante imbricación entre la intimización de la vida pública y la mercantilización de la intimidad. Asimismo, se señaló que los modos de pensar las masculinidades hegemónicas (y sus mandatos) son plurales, en constante disputa (Connell y Messerschmidt, 2005; Archetti, 2003) y atravesadas por desigualdades económicas, sociales y raciales (Bourgois, 2010; Jiménez, 2004).

En este artículo analizamos, desde una metodología y perspectiva etnográfica, los límites y posibilidades que encuentran varones del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) para practicar su intimidad. En primer lugar, reconstruimos el lugar que ha tenido la intimidad en la aparición de la modernidad y la consolidación de las esferas pública y privada que establecieron una serie de oposiciones y dualismos y, más contemporáneamente, permitieron comenzar a pensar en un tipo de intimidad superpuesta con el mundo de lo público (Arfuch, 2005). En segundo lugar, nos enfocamos en las formas de pensar y experimentar las intimidades para y por los varones y cómo se vinculan con las transformaciones y disputas en las propias subjetividades masculinas.

La dimensión de lo doméstico y la esfera de la comunicación de las emociones constituyen aspectos problemáticos y de gran incomodidad para los varones en la constitución de identidades y subjetividades masculinas de nuevo tipo. La dimensión espacial y el manejo de las proximidades y los requisitos del mercado laboral exhiben nuevos modos y ejercicios de masculinidad que evidencian estar siendo puestos a prueba y resignificados en un contexto social en transformación.

Abstract

In recent decades, the constant interweaving between the intimacy of public life and the commodification of privacy has gained major relevance for the social sciences. Likewise, it was pointed out that the ways of thinking about hegemonic masculinities (and their mandates) are plural, in constant dispute (Connell and Messerschmidt, 2005; Archetti, 2003), and affected by economic, social and racial inequalities (Bourgois, 2010; Jiménez, 2004).

In this article, we analyze, from an ethnographic methodology and perspective, the limits and possibilities that men from the AMBA (Metropolitan Area of Buenos Aires) find to put their intimacy into practice. Firstly, we reconstruct the place that intimacy has had in the emergence of modernity and the consolidation of the public and private spheres that established a series of oppositions and dualisms and, more contemporaneously, has allowed us to begin to think about a type of overlapping intimacy with the public world (Arfuch, 2005). Secondly, we focus on the ways of thinking about and experiencing intimacies for and by men, and how they are linked to the transformations and disputes in masculine subjectivities.

The dimension of the domestic as well as the sphere of communication of emotions constitute problematic aspects and may be the cause of great discomfort for men in the constitution of new types of masculine identities and subjectivities. The spatial dimension, which involves the management of proximities and the requirements of the labor market, exhibits new modes and an exercise of masculinities that show that they are being tested and resignified in a social context in transformation.

Palabras clave: masculinidad; intimidad; emociones; subjetividad; esfera pública/privada.

Keywords: masculinity; intimacy; emotions; subjectivity; public/private sphere.

Introducción

En las últimas décadas, ha cobrado principal relevancia para las ciencias sociales la constante imbricación entre la intimización de la vida pública y la mercantilización de la intimidad. De igual manera, se han extendido los estudios que sostienen que los afectos impregnan la política, el Estado, la vida social y la construcción de subjetividades (Illouz, 2007; Lara y Domínguez, 2013; Ahmed, 2015; Berlant, 1998). Asimismo, se señaló que los modos de pensar las masculinidades hegemónicas (y sus mandatos) son plurales, en constante disputa (Connell y Messerschmidt, 2005; Archetti, 2003) y están atravesados por desigualdades económicas, sociales y raciales (Canevaro, 2020; Bourgois, 2010; Jiménez, 2004). Dichos mandatos, foco de este artículo, moldean los sentidos de intimidad (Suárez Navaz, 2018) y sostienen —en su versión tradicional— que exhibir lo íntimo puede ser leído como sinónimo de debilidad y de falta de fortaleza (Castilla, 2020). Estas disposiciones de los varones se encuentran insertas en lógicas genéricas que moldean sus “prácticas de intimidad”[1].

Inscripto dentro de estas problemáticas generales, este texto aborda la relación entre masculinidad e intimidad. Nos interesa reconstruir el lugar que ha tenido la intimidad en la aparición de la modernidad y la consolidación de las esferas pública y privada que establecieron una serie de oposiciones y dualismos y, más contemporáneamente, permitieron comenzar a pensar un tipo de intimidad superpuesta con el mundo de lo público (Arfuch, 2005). En particular, nos enfocamos en las formas de pensar y experimentar las intimidades para y por los varones y cómo se vinculan con las transformaciones y disputas en las propias subjetividades masculinas.

Sostenemos que en los varones cis de clase media de la ciudad de Buenos Aires existe una relación de ajenidad con el espacio doméstico (que se vio potenciada durante la pandemia) que no suele expresarse con sus familias, amigos y allegados debido a que se corresponde con un escaso desarrollo de una reflexividad comunicativa en relación con temáticas de sus intimidades. Asimismo, estos varones muestran una negociación y tensión constante con aquellos aspectos que la definición de la intimidad asocia usualmente: un espacio y una comunicación.

Los resultados volcados en este texto son producto de reflexiones que venimos desarrollando a lo largo de nuestras trayectorias académicas vinculadas al estudio de las intimidades desde una perspectiva de género y que confluyeron en la conformación del Núcleo de Estudios sobre Intimidades, Política y Sociedad (IDAES-UNSAM). Específicamente, son el resultado de una investigación cualitativa de tipo etnográfica desarrollada desde 2019 que aborda las experiencias laborales y familiares de varones adultos residentes en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) y enmarcada dentro del proyecto PIP-CONICET Nº 2.002[2].

Aspectos metodológicos

Para abordar las experiencias y modos de pensar la intimidad de varones de sectores medios y bajos del AMBA, realizamos una investigación de tipo etnográfica desde 2019, que tuvo su obligada adecuación metodológica y de objetivos debido a la pandemia de Covid-19, cuando se realizaron entrevistas por medio de las redes y utilizando sistemas de videollamadas (Zoom, Whatsapp, Google Meet, etc.). El trabajo de registro estuvo compuesto por dos fases. En la primera, se estableció un primer contacto con los varones a entrevistar y se lo mantuvo constante y fluido por períodos de tiempo que llegaron a los dos meses[3]; en la segunda, se realizaron nuevos contactos y seguimientos utilizando los mismos medios e incorporando entrevistas semi-estructuradas con los mismos entrevistados durante 2012 y 2022.

En todos los casos se indagaron sus experiencias con las intimidades, la relación con sus masculinidades y sus experiencias en la superposición con el universo de lo público, focalizando en las trayectorias laborales y su valoración de las tareas domésticas y en las dificultades y conflictos que enfrentan en el ejercicio cotidiano de sus ocupaciones. Los entrevistados fueron 35 y tenían 29 y 62 años, con al menos nivel de instrucción secundario, vivían en el AMBA y tenían trabajos tanto formales como informales[4]. En todos los registros se contó con el consentimiento informado, en el cual se explicitaron los objetivos de la investigación, aclarando el carácter anónimo, voluntario y confidencial. A lo largo del texto los nombres de los entrevistados se han modificado y se ha borrado todo rasgo que pueda identificarlos de manera directa o indirecta. Los textos obtenidos de las entrevistas y las notas de campo fueron analizados a partir de categorías, siguiendo los criterios y técnicas del análisis de contenidos.

La organización del texto estará centrada en explorar experiencias y modos de pensar de los varones con quienes realizamos el trabajo de campo en el AMBA que emergen en las trayectorias laborales e historias de vida. En primer lugar, reconstruimos sucintamente la conformación sociohistórica de la intimidad, exhibiendo sus tensiones y modos de procesamiento a lo largo del tiempo e indagamos la especificidad que tienen las identidades genéricas en la construcción de expectativas en torno a las intimidades. Luego, nos adentramos en los resultados del trabajo de campo explorando tanto la experiencia de los sectores medios durante la pandemia como su manera de gestionar y comunicar sus emociones y exploramos la experiencia de trabajadores encargados de edificio, puntualmente en la historia de vida de uno de ellos[5].

Intimidad y modernidad: de dualismos, mezclas y transformaciones recientes

La racionalidad moderna es la que, en gran medida, instituyó la idea de la existencia de producción de dominios o esferas separadas de lo público y lo privado (Hochschild, 1979). Esta separación alimenta y sostiene el dualismo de atributos entre los géneros masculino y femenino, entre razones y emociones, entre lo público y lo privado[6]. Esto hizo que la intimidad quedara ligada a lo privado, lo prerreflexivo, lo hogareño, la sexualidad, los afectos (Giddens, 2004), como esa esfera personal y privada de una persona en la que se comparten experiencias, emociones, secretos, pensamientos, y se establecen vínculos de confianza, amorosos o sexoafectivos (Beck, 1986). Este modo de concebir la intimidad se manifiesta en relaciones familiares, románticas o de amistad, variando en su intensidad y modalidad entre individuos, coyunturas, grupos sociales y momentos históricos. Cada una de estas nociones acarrea diversos dominios y modos en que la intimidad es narrada, expuesta, disputada, construida y/o transformada, moldeando subjetividades en los distintos sectores sociales.

Junto con las emociones, los afectos y los sentimientos (y todo lo que pueda estar opuesto a la razón pública), la intimidad ha quedado socialmente definida por su carácter interior, que plantea la existencia de un “adentro” individual opuesto a un “afuera” extraño. Las cuestiones del corazón se pondrán a un costado por considerarse excesivas y difíciles de explicar racionalmente. En este punto, es conocida la fórmula de Blaise Pascal que dice que el corazón tiene razones que la razón no comprende. Pero, además, se intentará poner las pasiones a un lado por el peligro de su interferencia contaminante en los ámbitos de la política, los negocios, la justicia. Se tratará no solo de separar, sino también de subordinar y descalificar el mundo de los sentimientos, adjudicándoles un estatuto inferior al de las operaciones racionales (Hochschild, 1979).

Focalizando en el mundo moderno, no son pocos los historiadores, sociólogos, antropólogos y filósofos que, contemplando la presencia de estos dualismos, se han abocado a estudiar su génesis y su funcionamiento. Max Weber, por ejemplo, mostró de qué manera la racionalidad occidental (a diferencia de las racionalidades orientales o antiguas) se construye a través de la creación de dominios separados como los de la burocracia, el derecho, la política, la familia o la religión, y cómo esa separación se funda en ideales de pureza y contaminación. Se trata de ideales que legitiman la existencia de especialistas y especialidades encargados de regular las relaciones entre esos mundos construidos como autónomos, por un lado, y mutuamente hostiles, por otro. Así surge la idea de que los lazos de sangre en la política son fuente de corrupción y clientelismo, de que tomar en cuenta lo emocional en el campo del comercio conlleva irracionalidades; o, al contrario, de que la economía o la política degradan o corrompen los vínculos familiares de verdadera autenticidad y afecto, fundados en la comunidad de sangre y en la afinidad (Luzzi y Neiburg, 2009).

La perspectiva “moderna” desacredita y ve con desconfianza las temáticas vinculadas con las cualidades morales de los políticos, la presencia de la vida doméstica y familiar en sus actividades laborales y políticas, las relaciones afectivas de los empresarios, las rencillas personales en ámbitos laborales (Neiburg, 2003). Por ello, quienes participaban del ámbito público (la política, la cultura, lo social) debían resguardar su vida íntima controlando las estrategias de comunicación con el fin de que no se conociera toda aquella acción posible de ser entendida como fuera de los márgenes morales. Sin embargo, Giddens (2004) señala que la separación entre los espacios público y privado que había caracterizado la fase inicial de las sociedades industriales es cuestionada con la segunda modernidad. Los procesos de individualización, el decreciente control de la estructura sobre los agentes y la creciente reflexividad institucional no solo modificaron sustancialmente la naturaleza de la vida social, sino que también transformaron la vida personal.

Hacia mediados de la década de 1990, han ocurrido transformaciones políticas, económicas y culturales que moldearon la intimidad y que han tenido como origen las mutaciones estructurales iniciadas hacia la segunda mitad del siglo vinculadas con el pasaje de la sociedad industrial a la posindustrial (Boltanski y Chiappello, 2002) y de un capitalismo material a un capitalismo afectivo (Hardt, 2007); el surgimiento de un capitalismo financiero y el crecimiento del área de servicios (Boltanski y Chiapello, 2002); la expansión de la psicología y el psicoanálisis hacia diversos ámbitos de la vida social (Illouz, 2007 y 2010); la puesta en cuestión de las disciplinas, las autoridades y las instituciones tradicionales (Ehrenberg, 2000; Dubet, 2006); y el fin de la Guerra Fría y el debilitamiento de las polaridades político-ideológicas en el ordenamiento de las relaciones de fuerza y la construcción de subjetividades (Moraña, 2012).

Estos cambios se correlacionan con cambios demográficos, caracterizados por un descenso sostenido de las tasas de natalidad y un incremento en la esperanza de vida y envejecimiento poblacional. También, con otros modos de pensar y vivir los géneros, en particular, los modos en que varones “aprehendieron” a humanizarse y socializarse en el “trabajo emocional” (Hochschild, 1979)[7]. Se promovieron nuevos modelos de masculinidad que modificaron las bases de la domesticidad, exigiendo a los varones la realización de tareas entendidas —hasta el momento— como de competencia femenina (Maynes, 2003; Cosse, 2009)[8]. Dicho cambio cuestionaba el modelo patriarcal de división sexual del trabajo, que asignó a los varones el ámbito público y a las mujeres el doméstico, abriendo paso a varones amorosos, involucrados y presentes (Bonino, 2003; de Keijzer, 2000; Lamb, 2000; Oiberman, 1998; Olavarría, 2001) que no perdieron sus privilegios masculinos (Lupton, 1998).

Es decir, no se han eliminado la desigual distribución de las responsabilidades de cuidado, atención y contención a las diversas dependencias ni tampoco los privilegios históricos de género. Las masculinidades hegemónicas (Connell, 1997) han mostrado adaptaciones y respuestas a las crisis de género (Demetriou, 2001) y es, justamente, esta capacidad de adaptarse, cambiar y acomodarse lo que las hace poderosas (Demetriou, 2001) habilitando masculinidades más sensibles que no desafían las lógicas de poder de la hegemonía (Bridges y Pascoe, 2014). Se trata también de masculinidades que exigen protección, provisión y control (Gilmore, 1990) y reprimir emociones entendidas como “femeninas” —como la tristeza, la vulnerabilidad o el miedo— y mostrar solo aquellas que proyectan fuerza y control —como la competitividad (Kimmel, 2000)— y que encuentran en la violencia o la ira formas aceptadas de expresión emocional (Garriga Zucal, 2014; Hearn, 1998).

Tampoco se ha eliminado la tradicional asociación de la masculinidad con la virilidad, la sexualidad y el uso de la fuerza física (Garriga Zucal, 2014; Kimmel, 1997) que, en su forma hegemónica, es representada por hombres blancos, de clase media, heterosexuales y proveedores (Connell, 1995). Un ideal inaccesible para muchos hombres (Bourgois, 2010; Jiménez, 2004). Estas masculinidades hegemónicas están en tensión con otras que buscan deslegitimarlas para constituir nuevas hegemonías, influyéndolas y coexistiendo con ellas, ya que siempre existe una lucha por la hegemonía (Connell y Messerschmidt, 2005). Al respecto, Archetti (2003) sostiene que no existe una única masculinidad hegemónica, sino una “pluralidad de masculinidades hegemónicas” en constante disputa.

Todos estos procesos sociales, políticos y económicos han llevado a que, en la actualidad, pensemos la intimidad superpuesta con otras categorías y co-construyendo la relación con otros ámbitos otrora opuestos o contradictorios. Esta nueva posición de la intimidad se corresponde con una nueva bibliografía que ha empezado desde la antropología de la intimidad a reconocer el carácter flexible, esquivo y ambiguo del término (Wilson, 2012; Canevaro y Castilla, 2021), así como ha destacado la dificultad que encuentra la actual agenda de investigación en aprehender el concepto debido a su complejidad, ya que lo  encontramos situado en algún lugar del humano en relación con otros sujetos humanos, con no humanos y con las ideas de lo social, del tiempo y del espacio (Sehlikoglu y Zengin, 2015), modificando el lugar que ocupaban los hombres en la sociedad.

En este sentido, durante mucho tiempo, encontramos escindidos los estudios sobre la intimidad y la masculinidad. En parte, esto era así puesto que si, por un lado, el análisis de la intimidad tendía a centrarse en cuestiones referidas a la privacidad y a representaciones de la sexualidad, la sensualidad, los afectos o los secretos y, por ende, a aspectos que tenían que ver con el universo femenino, por el otro, los estudios sobre la masculinidad tendían a focalizarse en aspectos del ámbito público. Inscripto dentro de una problemática general que ha cobrado principal relevancia en los últimos años sobre la constante imbricación entre la intimización de la vida pública y la mercantilización de la intimidad y los afectos que impregna la política, el Estado, la vida social y la construcción de subjetividades (Illouz, 2007), la masculinidad y la intimidad ya no aparecen como dimensiones opuestas.

La pandemia como escenario “obligado” de transformaciones

La pandemia del Covid-19 modificó la cotidianeidad y reconfiguró los modos en que vivimos nuestras intimidades, el espacio público y el de nuestros hogares. El denominado Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio decretado por el gobierno nacional argentino en marzo de 2020 provocó una crisis económica y sanitaria trastocando, a su vez, las actividades de “cuidado” y de “trabajo”. En este contexto, las distinciones taxativas e infranqueables entre lo público y privado quedaron en jaque junto con la vida íntima, que comenzó a percibirse como amenazada ya que su par antagónico —lo “público”— había perdido su tradicional espacio, esto es, todo aquello que estaba por fuera de los hogares.

Al mismo tiempo, la crisis económica y sanitaria generó una “ruptura” del tiempo “normal” y la relación entre pasado, presente y futuro (Visacovsky, 2023). Desde el inicio del confinamiento y a partir de las innumerables tareas y obligaciones que comenzamos a realizar en los hogares, lo público y lo privado se solaparon (no sin múltiples conflictos) en un mismo espacio físico entrecruzándose, pero sin fusionarse. Las redes tecnológicas se encargaron de mantener la interacción y sociabilidad con el afuera y de llevar adelante esta obra en la vida cotidiana. Así, se debió trasladar las tareas y prácticas que se realizaban en lo “público” al mundo de lo “privado”. En este contexto, la espacialidad se transformó en una variable clave desde donde pensar la construcción de la intimidad, de la vida familiar y de la sociabilidad para los varones de sectores medios.

Un ejemplo de ello es Rodolfo, de 56 años, casado y con dos hijos. La primera vez que conversamos con Rodolfo se estaba desarrollando la primera parte del ASPO y decidimos hacerlo vía WhatsApp y llamadas de Meet. En esas circunstancias, recordamos que tanto Rodolfo como otros entrevistados mencionaban la dificultad que tenían para encontrar un momento para conversar “tranquilos” dentro de sus hogares. Muchas veces los rostros de fastidio e irritabilildad se traducían en llamadas que debían realizar en dos o tres oportunidades ya que debían buscar el mejor espacio y momento para hacerlo sin interrupciones.

Unos meses después, cuando conversamos durante más de una hora en un bar, se lo nota más jocoso y haciendo reflexiones respecto de lo sucedido. Su recuerdo, casi un año después, lo lleva a reflexiona y afirma nunca más volver a ese momento porque la pasó mal. Rodolfo se levantaba a las 6:30 de la mañana para no despertar a sus hijos ni a su mujer y cerraba las puertas de sus habitaciones. Acordaba ese horario para no hacer ruido y porque no tenía otro espacio que el living para reunirse. Recuerda, con una precisión sorprendente, mientras conversamos en un bar de Caballito, que ubicaba la taza de café al costado de la computadora junto con un vaso de agua para no volver a pararse. Luego se conectaba a Skype o Zoom para tener las primeras reuniones del día. Cuando se despertaba alguno de su familia, lo que hacía era modificar el fondo de pantalla para, más tarde, pasar a trabajar en su propia habitación.

La nueva realidad que supuso la declaración de la pandemia llevó a “descubrir” algo que parecía obvio pero que la pandemia potenció: el espacio del hogar está como una esfera de dominio (casi exclusivo) de las mujeres, quienes son las encargadas de su orden y mantenimiento cotidiano (Butler, 2020). Los varones, como Rodolfo, ante esta situación y al igual que la mayoría de los varones que entrevistamos, manifestaron sentirse “fuera de lugar” e incómodos a la hora de hacer convivir ambos mundos. De igual manera que afirma que le costaba tener reuniones de trabajo en su casa, también reconoce la extrañeza que sentía ante la falta de espacios para compartir sus experiencias y sensaciones con sus amigos. Rodolfo manifiesta que “[…] encontraba en irme al balcón un lugar donde poder estar tranquilo, conversar ahí con algún amigo o tirarme un pedo tranquilo o por lo menos no escuchar el griterío y la pelea de los chicos” (Rodolfo).

Como señala Illouz (2007), las dinámicas afectivas están estructuradas por jerarquías de poder, incluidas las de género. En el relato de Rodolfo, podemos observar cómo el confinamiento, el trabajo remoto y la necesidad de compartir más tiempo en el hogar obligaron a los hombres a enfrentarse con nuevas temporalidades que desafiaban la lógica androcéntrica a la que estaban acostumbrados. Durante la pandemia, el tiempo androcéntrico (Bessin, 2014) fue interpelado por las exigencias de la intimidad, reconfigurando las dinámicas familiares y emocionales[9].

Todos los aspectos retratados evidencian la dificultad que produjo un confinamiento obligatorio que no solo implicó la obligatoriedad de estar dentro de los hogares, sino que la simultaneidad de la vida en común hizo que desapareciera esa intimidad que nos brinda la soledad. Al mismo tiempo, podría hacernos pensar inicialmente que dicha medida potenció la separación entre el mundo de lo “público” y de lo “privado”, ya que todas las prácticas y obligaciones quedaron subsumidas en el universo de los hogares. Sin embargo, el resultado ha sido la generación de espacios donde se potenció la superposición y porosidad de ambos universos que desde la teoría podrían pensarse como separados, opuestos e incompatibles (Giddens, 2004; Beck, 1986).

Esta cuestión más general adquiere una tonalidad específica cuando se piensa en la situación de los varones durante la pandemia, quienes refieren que su intimidad fue reconfigurada. Redefinió las formas de interacción íntima y afectiva de una masculinidad que no dejó de ser flexible (Demetriou, 2001; Bridges y Pascoe, 2014) frente a dicha crisis. Esta flexibilidad se observó en el hecho de que los varones entrevistados mencionaron que no habían modificado las lógicas genéricas domésticas y de cuidado. Al igual que la evidencia publicada en diversas investigaciones, las mujeres no solo continuaron con los trabajos de cuidado sino que, en muchos casos, los incrementaron a la vez que aumentaron los trabajos remunerados (CEPAL, 2022).

Por ejemplo, Miguel tiene 32 años, un hijo y hasta antes de las medidas de aislamiento se levantaba a las 8:30 de la mañana para ir a trabajar a un ministerio público en el centro de la ciudad. Estudió en una escuela técnica y luego hizo la carrera de Comunicación Social en una universidad pública. Antes del ASPO, jugaba todos los sábados al fútbol con los amigos y antes del nacimiento de su primer hijo salía de dos a tres veces por semana a tomar cerveza con sus amigos y hacía al menos un asado por semana, algo que se redujo a una vez por mes después del nacimiento de su segundo hijo. Al igual que la mayoría de los entrevistados, cuando le consultamos sobre los efectos de la pandemia en las tareas de cuidado y la distribución de roles con su pareja, manifestó que su compromiso mucho no había cambiado. A pesar de estar en el hogar las 24 horas del día. Cuando le preguntamos qué era lo que más extrañaba del tiempo previo a la pandemia, mencionó los espacios de sociabilidad masculina, como el encontrarse con amigos a tomar una cerveza, hacer un asado, jugar al fútbol o juntarse a charlar. Estas actividades, que consideraba esenciales para su vida, fueron las que más sintió haber perdido durante el confinamiento.

“Yo no sabía que era tan dependiente de eso para mi vida hasta lo de la pandemia […] no verlos por tanto tiempo, las charlas, el cagarse de la risa, todas esas cosas reimportantes yo creo […] esto lo ves en los grupitos [de WhatsApp] y esas cosas, con chistes, todo, estamos todo el tiempo con esto de tener los huevos al plato”.

La necesidad del desahogo y de un espacio para compartir con otros varones, donde poder hablar y reírse de las mismas cosas, aparece como algo que no afloraba como algo esencial para su vida hasta que lo vio cercenado. Unos días después de nuestra primera conversación, Miguel volvió sobre el tema de la posibilidad de salir al espacio público:

“Me quedé pensando en lo que hablamos y viendo cómo viene la mano estoy cada vez más pensando en todo lo que daría por volver a poder salir, hasta te diría que me muero por ir hacinado en el 126 al laburo [risas] pero salir, salir, es reimportante”.

En consonancia con las versiones tradicionales de la domesticidad (Cosse, 2009; Bonino, 2003; de Keijzer, 2000; Olavarría, 2001), en los casos retratados encontramos que, para los varones, la declaración del ASPO emerge como una instancia que señalan como desconocida y por momentos en un obstáculo para continuar con su relacionamiento en la vida pública, tanto sea laboral como de sociabilidad por fuera del ámbito del hogar. En este contexto y como emergió de otras conversaciones con varones, salir a hacer compras, ir a una plaza o tener reuniones virtuales con amigos se transformaron en espacios nodales que les permitían canalizar una situación de incomodidad e incertidumbre provocada por la imposibilidad de continuar con la vida social como antes[10].

De alguna manera, en la añoranza de estos varones por la esfera pública estaba la idea de que recuperar la circulación por los espacios públicos implica, a su vez, recuperar el modo que tenían de pensar y resguardar su propia intimidad e identidad. Asimismo, encontramos que los espacios de sociabilidad que se construyen en la esfera pública constituyen parte de sus espacios de intimidad. A continuación, nos enfocamos en dos formas que tienen los varones para relacionarse con aspectos de su intimidad en los ámbitos laborales y de sociabilidad, que constituyen un tipo de construcción de sus masculinidades.


Mejor no hablar de ciertas cosas. Silencios y aprendizajes forzosos

Tanto durante como después de la pandemia, los varones con quienes conversamos en general manifestaron una dificultad para comunicar sus emociones y hablar de su intimidad con sus pares hombres. Siguiendo la propuesta de Viviana Zelizer (2009), para quien cuanto mayor manejo de información de la otra persona, mayor confianza, aquí habría una lógica donde la mayor cercanía no estaría asociada directamente con una mayor comunicación de aspectos de la intimidad. Existe de alguna manera un gradiente de intimidad que tiene que ver con el tipo y el nivel de información que circula en las interacciones sociales, pero que no está definida por el propio contexto de interacción sino por el sujeto con quien se interactúa. En tal sentido, es frecuente que las pautas de virilidad y masculinidad incidan en que los varones mencionen diversos espacios de sociabilidad y encuentro con otros varones (en general, cis), donde pueden exhibir sus partes íntimas, desnudos, sin ningún pudor, pero les cuesta comentar alguna dificultad de índole personal o íntima. También aparecen referencias a ciertas personas con quienes compartirlas, en general hermanas, amigas, familiares, pero mayoritariamente de condición femenina. Un ejemplo de ello, es Félix, de 34 años, soltero, agrimensor:

“Yo lo siento como algo natural, a los tipos que son mis amigos no les cuento eso, como que me da cosa, capaz es algo como que te van a ver sensiblero, medio débil [se ríe] no sé, es difícil de explicar, pero las cosas más de lo personal, cuando tengo un problema, no lo hablo primero con amigos varones”.

Cuando Félix comenta los espacios que comparte con amigos, menciona partidos de fútbol y entrenamientos donde la exhibición de los cuerpos y partes íntimas no se asocian con una mayor apertura para comunicar sus problemas vinculados con su intimidad: “Es como te decía antes, cuando estás ahí, qué se yo, en bolas después del fútbol, hablás de boludeces, de minas, de fútbol, de política, qué se yo, pero nada muy profundo, de tus quilombos ahí no”.

En la última imagen que se deriva de lo que relata Félix, encontramos la doble condición del espacio compartido con varones de su misma edad, con quienes puede mostrar su cuerpo desnudo aunque no comentar si tiene un problema personal, familiar o de pareja. Esta explicación también se vincula con un aspecto de la intimidad donde cierta exposición corporal no se corresponde con una manifestación de sus emociones. Por otro lado, algunos varones brindan ejemplos sobre la posibilidad de que dentro de un mismo espacio compartido, como puede ser un hogar, con ciertas personas compartan algunos aspectos de su intimidad.

Lautaro, de 25 años, estudiante universitario que vive con su madre y su padre, nos mencionaba que para él la intimidad está asociada con su mamá ya que ella era la que estaba presente todos los días en las cosas que le iban pasando en todo momento, en los detalles de la vida diaria. También comentaba que cuando tuvo problemas con alguna pareja y vivía su hermana con ellos lo conversaba mucho con ella porque sentía que lo podría entender más. Según su opinión, su mamá tenía más tacto, no así su papá, con el que solo hablaba cuando eran cosas asociadas a cuestiones económicas o de mayor importancia. Por otro lado, era su hermana quien, por su condición etaria y genérica, podía comprenderlo sin juzgarlo.

Desde la perspectiva de los varones entrevistados, la cercanía física no implica que haya una confianza para comunicar ciertas cuestiones de índole personal. Al mismo tiempo, habría una diferenciación genérica y etaria en relación con quienes podrían ser proclives a recibir de mejor manera cuestiones referidas a la vida íntima o privada de estos varones. Al mismo tiempo, habría temas que emergen en oposición a los privados que tendrían mayor relevancia y estarían asociados al mundo de lo público, lo monetario o lo económico, como el caso de Lautaro y las conversaciones con su padre. También, por último, apareció frecuentemente la contraposición entre mostrarse abiertos a contar cuestiones “del corazón” con aspectos que se opondría a una virilidad que habría que manifestar y sostener en tanto varones. A continuación, exhibimos en las historias de dos trabajadores algunas experiencias que muestran los cambios en sus condiciones y tareas laborales, exhibiendo las nuevas realidades laborales que deben afrontar y las dificultades que muestran para adaptarse a un espacio laboral con otros requerimientos.

Si hasta el momento analizamos el visible desconcierto, la incomodidad y cierta dificultad para comunicar aspectos “internos” de la vida personal que tienen los varones, en el siguiente apartado nos centramos en aspectos que no aparecen explicitados por los varones en sus ámbitos laborales pero que forman parte esencial de ellos a partir de los procesos de transformación de las últimas décadas. Muchos varones con quienes hemos conversado a lo largo de nuestro trabajo de campo deben enfrentar en sus trabajos, como en otras intervenciones públicas, conocimientos y saberes específicos relacionados con el manejo de las emociones, los sentimientos y la escucha, entre otras categorías. A continuación, nos centramos en la historia de vida de Jorge como encargado de edificio y los cambios en las tareas laborales.

De arreglar el calefón a tomar el té

Jorge es encargado de edificio, tiene 62 años, dos hijas, está separado y trabajó como albañil y de seguridad privada antes de comenzar a trabajar en un edificio de ocho pisos en el barrio de Flores en 1985. El primo que se lo recomendó, por intermedio de un amigo, le dijo que era “para hacer de todo”. Como Jorge había trabajado como albañil y sabía que se podía “dar maña” para hacer tareas de plomería, electricidad y albañilería, durante los 37 años que lleva en el edificio realizó arreglos y “changas” para los residentes del edificio, que lo contrataban de manera privada. Aunque también se encargaba de los arreglos de las zonas exteriores y del garaje del edificio, durante los horarios de la siesta y los sábados por la tarde se organizaba para realizar las tareas privadas en los departamentos del edificio. En 2010, y con 50 años de edad, tuvo una charla con el administrador en la que le manifestó su cansancio. Este le dijo que podría “tercerizar” todas las tareas que venía haciendo solo dentro del edificio. A partir de ese momento, Jorge fue el nexo entre los propietarios e inquilinos con la administración para los arreglos que solicitaban tanto dentro de sus viviendas como fuera de ellas. Sin embargo, algo cambió durante la pandemia ya que aunque había sido tercerizado el trabajo, debido a las restricciones de movimiento, su tarea se modificó completamente: “En la pandemia fue muy evidente que yo tuve que adaptarme, porque acá hay gente grande que dependía mucho de mí, por las compras, la farmacia, si venía una ambulancia, lo que sea”.

Según la interpretación de Jorge, esa situación lo llevó a establecer vínculos más cercanos con gran parte de los adultos mayores del edificio y que en la actualidad lo lleva a estar todo el día “tomando tés” y “comiendo masitas”, en alusión a que es frecuentemente invitado a concurrir a hogares de adultos mayores que viven solos en el edificio donde trabaja: “Es que se dio algo único porque yo los conocía, pero de repente tenía que llevarles todo, era el único que entraba, que salía, ellos confiaban porque estaban con mucho miedo y alguien tenía que hacer el trabajo”.

Jorge revela también que esa cercanía hizo que debiera desarrollar una capacidad para hacer “oídos sordos” a algunas situaciones y posiciones de los residentes con quienes tenía más confianza para poder continuar con su trabajo. Pero además menciona que esta proximidad hizo que indefectiblemente debiera tener que “ponerles la oreja a muchos propietarios, terminando como psicólogo, como su familia, su amigo, porque estaban muy solos o necesitaban que los escuchen”.

Esto que refiere Jorge forma parte del fenómeno de envejecimiento poblacional, que en Ciudad Autónoma de Buenos Aires es el más marcado del país. Este incremento de la longevidad incide en los modos en que se organizan los cuidados social, económica y políticamente, modela las propias experiencias y sentidos del cuidado y conforma un lazo entre la economía moral y la economía política (Buch, 2015). Tanto en la Argentina como en la región latinoamericana, la familia o los allegados son fundamentales en la provisión de los cuidados, junto con otros agentes como la comunidad, el Estado y el mercado.

Como ya se ha evidenciado, este envejecimiento y el incremento de personas con enfermedades crónicas o con discapacidades han generado nuevas y crecientes necesidades de cuidados que no pueden ser atendidas únicamente desde el marco familiar y la implicación de las mujeres (Bodoque Puerta, Roca Escoda y Comas d’Argemir, 2016). En el caso de los varones encargados de edificios, el aumento de las demandas de cuidado que no pueden ser satisfechas por las familias y que no están contempladas en los contratos de los cuidados tercerizados en el mercado abre una posibilidad de reconversión de actividades más afines a las posibilidades de los encargados.

Finalmente, cuando hace referencia a la actualidad, Jorge cuenta que el trabajo que tiene hoy es “más tranquilo” que antes, que tenía que estar como un “bombero, apagando los incendios y los miles de quilombos del edificio”, porque afirma que el edificio tiene muchos problemas debido a su antigüedad. El cambio en el tipo de tareas que revela Jorge se correlaciona con lo descrito en la literatura académica que ubica en los años 1970 (en los países del Norte Global), pero sobre todo a partir de los años 1990 en nuestro continente, el momento en que lo afectivo e inmaterial comenzó a tomar, en el ámbito del trabajo, un carácter inédito (Hardt, 2007). “Capitalismo cognitivo”, “capitalismo estético” o “capitalismo emocional” (Illouz, 2019; Altomonte, 2020) son denominaciones que buscan dar cuenta de estas mutaciones vinculadas con el lugar central de la esfera de servicios y el papel protagónico del conocimiento y de lo cognitivo —esto es, de las llamadas habilidades blandas— en la economía.

Como bien lo marcamos al principio, Illouz (2019: 20) es quien define como una progresiva “emocionalización del lugar de trabajo” al proceso por el cual los trabajadores comienzan a tener consecuencias en los “criterios de evaluación del trabajo en términos de satisfacción emocional, manejo emocional y expresividad emocional”. Para ella, las emociones se convirtieron en un elemento central del proceso de producción, y para dar cuenta de ello acuñó la expresión de emodities o commodities emocionales. Siguiendo los interesantes aportes que Abramowski (2021: 390) reconoce en el estudio de Presta, estamos asistiendo a “un proceso de objetivación de las cualidades subjetivas y afectivas que ahora aparecen como una fuerza productiva del capital”. Interesa remarcar, además, que las emociones se valoran como la expresión auténtica del yo y, al mismo tiempo, se convierten en “habilidades separables para vender en los mercados laborales” (Altomonte, 2020: 11). En consonancia, Jorge reconoce que gran parte de su trabajo hoy con los propietarios jubilados del edificio pasa por “enfriarles la cabeza”, una tarea que combina el hecho de “escucharlos y tranquilizarlos” porque revela que, en general, están pensando en alguien del edificio o algún familiar que se quiere “avivar” con ellos o están “enojados con la política, los políticos”.

Finalmente, las transformaciones en el tipo de tareas que nos trajo la historia de vida de trabajadores como Jorge indican, como lo anticipamos, el pasaje de un tipo de sociedades: es la tarea de volverse empáticos, sensibles y con la situación de quienes viven solos una nueva cualidad “emocional” (Hochschild, 2008) que se espera en sus desempeños. La nueva realidad laboral lleva a que sus trabajos contengan un componente relacional mayor y de reglas emocionales que deben conocer para saber moverse. En la mayor parte de los trabajos asistimos a una proliferación de conocimientos y saberes vinculados con el manejo de las relaciones cara a cara, personales y emocionales.

Consideraciones finales

Este artículo se preocupó por explorar las distintas maneras en que las intimidades moldean en la actualidad las subjetividades de varones cis urbanos de clase media residentes en Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sobre todo en lo que concierne a dos dimensiones que en su versión tradicional estuvieran pensadas como ajenas: la domesticidad y la comunicación de las emociones. Encontramos que, independientemente de su condición generacional, los varones con los que conversamos exhiben una dificultad para moverse en un espacio que les resulta ajeno como el hogar, así como muestran dificultades para comunicar sus intimidades con sus pares varones al mismo tiempo que encuentran que sus tareas laborales y los requerimientos actuales no se condicen con aquellos en los que fueron socializados. Los varones manifiestan una incomodidad cuando deben ejercitar un tipo de masculinidad con componentes singulares y novedosos.

En particular, y en primer lugar, en el artículo exhibimos la condición de ajenidad y de extranjería que los varones sintieron durante el confinamiento obligatorio de la pandemia, que los llevó a resignificar espacios, sociabilidades y percepciones respecto de los límites en la construcción de sus propios espacios íntimos (tanto públicos como privados). En segundo lugar, encontramos que los varones mostraban una dificultad para comunicar sus emociones con personas en general y más en particular con las de su mismo género. Esto, además, se correspondía con una naturalidad para exhibirse físicamente con personas de su mismo género. Finalmente, a partir de la historia de Jorge evidenciamos que la nueva realidad para los varones en sus universos laborales y cotidianos supone un conjunto de requerimientos y reglas que se vinculan con atributos afectivos y lógicas emocionales que deben movilizar y en las que se inscriben sus realidades laborales.

Los modos en que los varones se relacionan con los cuidados son variados y cambian con el tiempo, y los marcos interpretativos y morales acerca de su participación están atravesados por eventos de los propios cursos de vida y están situados en un nexo de privilegios de género y desigualdades relacionadas con la edad, que pueden ser mitigadas o atenuadas por otras diferencias sociales. Ellos pueden ser empujados al cuidado (en sus diversas maneras) por circunstancias personales, como enfermedades u otras dependencias de sus parejas u otros familiares o allegados, o por circunstancias estructurales, como no poder pagar los servicios de atención en el mercado.

Por último, y como un indicador para futuras indagaciones, encontramos de gran relevancia que tanto la dimensión espacial como el manejo de las proximidades y los requisitos del mercado laboral exhiben nuevos modos y ejercicios de masculinidad que están siendo puestos a prueba y resignificados en un contexto social en transformación. Los varones, independientemente de su condición etaria, se muestran incómodos con ciertas situaciones, espacios y tareas que deben realizar en un nuevo escenario que, reconocen, ubica a la cuestión emocional y el manejo de las relaciones de intimidad como aspectos que deben saber movilizar para relacionarse con los demás, así como para continuar con sus carreras laborales y desempeñarse en ámbitos familiares y sociales inéditos para ellos.

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[1]Notas

 Esta idea parte de buscar incluir en un mismo concepto tanto las prácticas concretas de los individuos como aquellos discursos, narrativas y repertorios interpretativos que condicionan muchas veces su propia acción. Esta idea la traemos de Wetherell (2012), que habla sobre la inseparabilidad de los afectos y las emociones (el primer término vinculado únicamente a la cuestión sensorial y el segundo al significado) para adentrarnos en la posibilidad de capturar el carácter inseparable de ambos aspectos.

[2] El título del proyecto es “Intimidades masculinas: cuidados, dineros y emociones en el AMBA”, dirigido por Santiago Canevaro y codirigido por María Victoria Castilla. La elección de la zona en cuestión remite a que parte de la investigación se encuentra emplazada en la zona de la Universidad Nacional de San Martín (Provincia de Buenos Aires), a lo que se suman las indagaciones que en Ciudad Autónoma de Buenos Aires veníamos realizando como equipo de investigación.

[3] El interés por temáticas vinculadas a la intimidad comenzó luego de la declaración del ASPO, a partir de las primeras indagaciones que veníamos realizando en torno a la reconfiguración de los espacios del hogar y privados en el contexto de la pandemia. A partir de ese momento y confluyendo desde marcos teóricos y universos empíricos diversos, nos empezamos a preguntar en particular por las continuidades y rupturas que podría tener el proceso iniciado en la pandemia. Luego, continuamos trabajando en el seguimiento de varios de los varones con quienes habíamos comenzado el trabajo en la pandemia. El criterio de selección se centró en que fueran varones cis, de sectores medios del AMBA, con quienes veníamos trabajando. La decisión de elegir los casos que se presentan en el presente texto se debió a una recurrencia significativa que encontramos en temáticas y ejes relacionados con las maneras de movilizar, negociar y regular distancias y proximidades en la superposición entre ambientes públicos y privados.

[4] Las investigaciones de las que se nutre este texto son básicamente dos. La primera, relacionada con varones que se encuentran realizando los primeros años de la Universidad; y la segunda, varones que realizan actividades de formación dentro de un sindicato de trabajadores de renta horizontal. En todos los casos se trata de personas que viven en el AMBA, trabajan en relación de dependencia o son autónomos, pero en todos los casos son personas que necesitan trabajar para poder sobrevivir.

[5] La investigación sobre encargados de edificios es parte del actual proyecto de investigación de Canevaro en el marco del CONICET. La elección de una de las historias de vida obedece a la saturación teórica que supone el caso en relación con la temática que estamos problematizando en este texto.

[6] La intimidad, las emociones, los afectos y los sentimientos (y todo lo que pueda estar opuesto a la razón pública) han quedado, en general, ligados a su carácter supuestamente femenino, interior, individual, apareciendo como exentos de potencialidad y autonomía. Las emociones son consideradas femeninas, oscuras y confusas, y opuestas a las certezas y claridades del pensamiento racional. Estos enfrentamientos son réplicas de la confrontación entre cultura y naturaleza, mente y cuerpo, sujeto y objeto, pasivo y activo. Al mismo tiempo, encontramos que, como las distintas esferas de la vida social se solapan, superponen e imbrican, ese par oposicional se mantiene unido a (Abramowsky y Canevaro, 2017).

[7] Arlie Hochschild (2012) sostiene que dicho “trabajo emocional” dentro del sector servicios busca generar cierta empatía con los clientes. Para ello, los trabajadores deben desarrollar habilidades que les permitan percibir las emociones ajenas y adecuarse a ellas. Por otra parte, deben comunicarse a través de un lenguaje corporal determinado que implica un esfuerzo por parte del trabajador, tanto en el control de sus movimientos como de sus emociones, sentimientos y expresiones.

[8] La referencia a las masculinidades no remite de manera exclusiva al varón, sino que se la entiende en tanto construcción social que puede ser reproducida por cualquier género (Connell, 1997; Halberstam, 1998).

[9] Para Bessin (2014), la concepción cronológica y androcéntrica del tiempo no permite concebir la complejidad del trabajo, la interrelación de los tiempos públicos y privados, la movilización de las dimensiones subjetivas y morales en la actividad profesional y la capacidad de comprometerse profesional o colectivamente manteniendo una vigilancia hacia lo “doméstico”.

[10] Este aspecto revela la dificultad que para los varones supone el espacio privado en el que durante la pandemia debieron hacer converger también la dimensión pública de sus trabajos y sociabilidades.