Dinero y futuro en tiempos de cambio climático. Un abordaje sociológico e histórico de El ministerio del futuro, de Kim Stanley Robinson

Money and Future in Times of Climate Change. A Sociological and Historical Approach to Kim Stanley Robinson´s The Ministry of the Future

Ezequiel Gatto

https://orcid.org/0000-0002-7630-9499

Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas,

Universidad de San Martín

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

ezequiel.gatto@gmail.com

Fecha de envío: 26 de febrero de 2024. Fecha de dictamen: 16 de abril de 2024. Fecha de aceptación: 22 de abril de 2024.

Resumen

Buscando aportar a la investigación sobre la imaginación de futuro actual, el artículo explora una ficción científica, El ministerio del futuro (2020), de Kim Stanley Robinson. Esta novela tiene dos singularidades: comienza en julio de 2024, por lo que narra un futuro inminente, prolongando posibilidades concretas de nuestro presente, y propone, basándose en artículos académicos existentes, una moneda —carboncoin— para la transición ecológica. Ello la convierte en una ficción científica especulativa de estrategia, noción explorada en el artículo para comprender esta forma de imaginar el futuro.

Tras presentar una serie de conceptos sociológicos para el estudio del dinero (con énfasis en “ficción social”, de Nigel Dodd) y esbozar una historia de la imaginación del futuro del dinero, sosteniendo que, desde 2008, vivimos en una coyuntura de transformación de la moneda, se analiza la futurización del dinero presente en la novela. Se exploran las características e implicaciones del carboncoin, que premia la captura de carbono, analizando momentos de su diseño y devenir en relación a las instituciones bancarias, el dólar, las tecnologías y los dilemas de su adopción.

Poniendo a dialogar la trama de la novela con fenómenos históricos, posiciones teóricas, discursos políticos, procesos sociales y tecnológicos, se intenta dar volumen a la hipótesis de que el modo de imaginar el futuro en una ficción científica actual, que especula con el porvenir del dinero en tiempos de cambio climático, puede ofrecer nuevas posibilidades de pensar el futuro a las ciencias sociales.

Abstract

Seeking to contribute to current research on the future imagination, the article explores a scientific fiction text, The Ministry of the Future (2020), by Kim Stanley Robinson. This novel has two singularities: it begins in July 2024, so it narrates an imminent future, prolonging concrete possibilities of our present, and it proposes, based on existing academic articles, a currency —carboncoin— for the ecological transition. This makes the novel a speculative science fiction of strategy, a notion explored in the article to understand this way of imagining the future.

After presenting a series of sociological concepts for the study of money (with emphasis on Nigel Dodd’s concept of “social fiction”) and outlining a history of imagining the future of money, and arguing that, since 2008, we live in a conjuncture of currency transformation, the futurization of money present in the novel is analyzed. The characteristics and implications of the carboncoin, which rewards carbon capture, are explored, analyzing moments of its design and evolution in relation to banking institutions, the dollar, technologies and the dilemmas of its adoption.

By putting the plot of the novel into dialogue with historical phenomena, theoretical positions, political discourses, social and technological processes, we try to support the hypothesis that the way of imagining the future in a current science fiction novel, which speculates on the future of money in times of climate change, can offer new possibilities for the social sciences to think about the future.

Palabras claves: dinero; futurización; ficción científica; cambio climático; imaginación.

Keywords: money; futurization; science fiction; climate change; imagination.

Introducción

Las crisis superpuestas que involucran al cambio climático, la retracción de las instituciones democráticas y la aceleración del capital están impulsando una renovación de la imaginación de futuro. En la ficción científica se detecta esta renovación, que invita a pensarla en una articulación con las ciencias sociales y la historia que evite el dualismo que distingue materia prima (ficción) de elaboración secundaria (concepto). Es posible un intercambio donde la ficción ofrezca elementos conceptuales, la investigación funcione como materia de ficción y la teoría reflexione sobre ficciones que alimenten la inventiva teórica[1].

En esa línea, este artículo quiere aportar a la investigación de las “futurizaciones del dinero”: la postulación de un mundo futuro en el cual el dinero habría de existir (o no) de ciertas formas y propiciar determinadas relaciones. Veremos que la teoría económica, la política y la cultura elaboraron futurizaciones a lo largo de los siglos; la ficción científica, también.

El artículo se enfoca en El ministerio del futuro[2], escrita por Kim Stanley Robinson. Publicada a finales de 2020, elabora una singular y compleja narración sobre un futuro inminente y figura un dinero posible: el carboncoin. Se analizará esa futurización del dinero, que especula con la moneda como herramienta de transición, mostrando las potencias de la ficción científica para imaginar un futuro enlazado prospectivamente a la coyuntura actual, sin describir escenarios cerrados sino explorando posibilidades, un rasgo de las actuales imaginaciones de futuro que esta investigación pretende resaltar.

En el primer apartado, metodológico, se presentan herramientas de la sociología del dinero, en especial la idea del dinero como “ficción social”, de Nigel Dodd. El segundo esboza una historia de las imaginaciones de futuro ligadas al dinero y operativiza la noción de “futurización del dinero”. El tercer apartado vincula la ficción científica futurista y sus representaciones del dinero. El cuarto, el más extenso, se divide en un primer tramo, que explora la relación de EMDF con la coyuntura actual (sosteniendo que, al “prolongar” nuestro presente, es una “ficción especulativa científica de estrategia”, noción que creo útil para reflexionar sobre las formas actuales de imaginación de futuro), y un segundo tramo, que analiza el carboncoin, una futurización del dinero que establece nuevas relaciones entre moneda y ambiente.

Poniendo a dialogar la trama con fenómenos históricos, posiciones teóricas, discursos políticos, procesos sociales y tecnológicos se intenta dar volumen a la hipótesis de que el modo de imaginar el futuro en EMDF, que especula con el porvenir del dinero en tiempos de cambio climático, puede ofrecer nuevas posibilidades de pensar el futuro a las ciencias sociales.

Una definición conceptual de dinero

La discusión sociológica en torno a dinero y moneda es inmensa. Sus ejes refieren a aspectos formales e históricos, cuyos abordajes combinan teorías (marxismo, fenomenología, interaccionismo, funcionalismo, posestructuralismo, cibernética, cognitivismo) y perspectivas (históricas, económicas, filosóficas, antropológicas, sociológicas, etnográficas, psicológicas). Las exploraciones incluyen las características del dinero, su origen, su materialidad, la cultura, la política, el mercado, el lenguaje y la subjetivación. Se discute la significación de las instituciones económicas, la relación con el valor, su incidencia en las temporalidades sociales, las formas de orientación e imaginación de futuro (Avranne, 2022; Caffentzis, 2021a; Dodd, 2016; Laera, 2014; Roig y Wilkis, 2015; Simmel, 1958; Zelizer, 2021).

Generalmente se define al dinero como medio de pago, unidad de medida, reserva de valor y, especialmente en las sociedades modernas, objeto de inversión y especulación (Keynes, 2007). Existen diferentes realidades monetarias (desde sistemas homogéneos con moneda única a sistemas fragmentados con monedas plurales) (Aglietta y Orlean, 1990), niveles de confianza (institucional, social, interpersonal) y anonimato, y de formas de utilización. Esta definición se amplía si, siguiendo a Nigel Dodd, se aborda la vida social del dinero, sus condiciones de posibilidad y existencia. Dodd (2016: 35) lo entiende como una “ficción social”: “Un sistema de comparación metafórica que conecta lo que de otro modo no estaría relacionado”, que involucra prácticas de dominación, producción, consumo, intercambio, valoración y legitimación, en una dialéctica entre posesión individual e institución social, uso particular y universalidad. Esta perspectiva entiende que la ficción social que constituye el dinero no es una falsedad en una realidad previa o subterránea, que sería más real, material y verdadera, sino que es una existencia, una mediación, en la que convergen entidades y procesos (físicos, biológicos, psíquicos, simbólicos, sociales) que producen realidades y significaciones. Entre ellas, orientaciones y anticipaciones (Bryant y Knight, 2019).

        Esta ficción social se expresa performativamente. Mientras para una línea de reflexión —Marx, Simmel, Baudrillard— el dinero daña la vida social al abstraer, cuantificar y formalizar, para otra —Mauss, Zelizer, Dodd— es productor sociocultural e impacta en las modalidades de significación, semiotización y composición social. El camino que se tome (aquí será el segundo) no es un instrumento neutral. El sujeto humano se ve afectado por la irreversibilidad de su emergencia, expresada en la fenomenología de las formas de vida, conocimiento, experiencia, corporalidades y relaciones (Hopenhayn, 1989).

Si, siguiendo a Zelizer (2000), podemos afirmar que el dinero no es un artefacto racional e idéntico para todos, sino que está inscripto y expresa condiciones de existencia diferentes, también podemos afirmar, con Simondon (2009 y 2015), que el dinero no es un vacío sobre el que se depositan sentidos, sino un individuo cuya materialidad específica (metal, papel, bits), durabilidad, ensamblaje a esquemas sociotécnicos diversos y modos de ser imagen, configuran dineros diferentes. “Proceso antes que cosa” (Dodd, 2016: 18), esa ficción social no es solo actualidad: incuba posibilidades y virtualidades. En efecto, “la moneda nace como moneda virtual” (Lazzarato, 2023: 32), lo que hace de ella, además de mecanismo de endeudamiento y pago, un signo de lo posible y su consecución. El dinero es una virtualidad de mercancías accesibles a través suyo. Es una existencia actual inclinada a lo virtual, un aspecto decisivo de un pensamiento de la futuridad (Gatto, 2018).

        Su inclinación al futuro se vincula también a ser, desde la antigüedad mesopotámica, “un poderoso dispositivo para controlar el tiempo, gobernar las actividades de los súbditos, imponer ritmos de trabajo y calendarios de pago de impuestos” (Lazzarato y Alliez, 2022: 30). El dinero es un proceso político, económico, cultural y técnico que fabrica, y no refleja, temporalidades sociales y, por ende, performa anticipaciones (Bryant y Knight, 2019). Como dispositivo de anticipación, es un componente de las relaciones de poder, que son relaciones de fuerza y orientación en las que la imaginación de futuro y las intenciones cumplen un papel relevante.

        La expansión capitalista incrementó la importancia social de estas características del dinero y la moneda. Su capilaridad condiciona enormemente las relaciones de poder y los contenidos de las anticipaciones sociales. No sorprende, pues, que en sociedades como la nuestra, donde la supervivencia depende cada vez más de la posesión de dinero, la interrogación por este conlleve preguntas sobre el porvenir e imaginaciones de futuro.

En resumen, el dinero es una ficción social y un proceso que da forma a temporalidades sociales y disposiciones anticipatorias. Todo esto cuenta para lo que Dodd (2016: 10) identifica como “trazos utópicos”: las imaginaciones del futuro de la moneda. Ficciones del porvenir de esta ficción. Propongo denominarlas “futurización del dinero”, entendiendo el acto de hacer del dinero un objeto de la imaginación anticipatoria, atribuyéndole funciones y posibilidades en un mundo futuro imaginado, al que ayuda a transformar o reproducirse.

A continuación, haré un repaso histórico de futurizaciones del dinero hasta llegar a nuestra coyuntura, con la intención de aprovechar esa densificación histórica de la noción para el posterior análisis de la futurización presente en EMDF.

Futurizaciones del dinero

¿Qué sucede con el dinero en la imaginación de futuro? ¿Qué pensar de los discursos que ponen al dinero como objeto de imaginación anticipatoria? Las discusiones normativas, las “reimaginaciones” (Dodd, 2016), sobre las características y funciones que deberían tener el dinero y la moneda en el porvenir, se remontan miles de años, siendo transversales a civilizaciones, religiones y saberes.

Esas futurizaciones del dinero pueden hallarse en el abolicionismo de Platón en República, en las reflexiones de Aristóteles en Política sobre la crematística (Borisonik, 2013), en las prescripciones y predicciones del Antiguo y Nuevo Testamento, en las vidas desmonetizadas del medieval País de Jauja, en las relaciones entre dinero y adivinación en las culturas africanas (Guyer, 1995).

        El despliegue colonial europeo, el avance de las relaciones capitalistas, la emergencia de un mercado mundial y la construcción de un corpus de saberes económicos fueron decisivos en la emergencia del dinero moderno, que apareció con las finanzas renacentistas y se consolidó con la monetización de las deudas de las coronas europeas[3] (Braudel, 1974). Dichas novedades, articuladas a esquemas conceptuales que migraron de la teología cristiana a la teoría económica moderna (Jourdain, 2021) y a una secularización —relativa— de los horizontes de expectativas, multiplicaron hipótesis, pronósticos, anticipaciones e incertidumbres sobre el dinero y el lugar que debía tener —o no tener— en un mundo por venir. Esto puede detectarse en el texto fundante de la literatura utópica moderna: Utopía, de Thomas More (2021), donde el dinero es abolido para eliminar su nocividad para la vida en común, una decisión donde resuenan las polémicas del momento sobre usura y salvación (Weber, 2011). Los siglos posteriores produjeron futurizaciones que no eliminaban el dinero, al contrario: Locke, Hume, Adam Smith y, un siglo después, Carl Menger, imaginaban al mundo libre como inexorablemente monetizado, dando cuenta de futurizaciones liberales del dinero (Caffentzis, 2021a y 2021b).

Durante los siglos XVIII y XIX, los estados nacionales se esforzaron en controlar las monedas en sus territorios, monopolizar la decisión monetaria y ampliar y homogeneizar mercados (Lazzarato y Alliez, 2022; Oslak, 1982). La soberanía dependía en parte de ese control, por lo que pueden pensarse las futurizaciones del dinero como importantes en las experiencias y programáticas estatales, en sus narrativas nacionales, en los proyectos de país (Gilbert, 1999), así como en las resistencias y alternativas subalternas, que podían blandir una autonomía monetaria como forma de existencia y proyección (Graeber, 2011).

Socialistas como Proudhon y Marx, reimaginaron diversamente la moneda. Para Proudhon, la Comuna de 1848 enseñó que los bancos populares podían ser mecanismos igualadores; para Marx, ninguna reforma monetaria resolvía las desigualdades capitalistas. En los Grundrisse (1857), escribió:

“Podemos hacer pequeñas reformas al dinero y una forma podría remediar males contra los cuales otras formas son impotentes, pero ninguna solución única es capaz de superar las contradicciones inherentes a la relación monetaria, y en lugar de eso solo puede esperar reproducir esas contradicciones de una forma u otra”. (Marx, 2007: 57)

Reforma y revolución también involucraban futurizaciones del dinero. Desde finales del siglo XIX, la renovación conceptual de la teoría económica (Roncaglia, 2006) fue haciendo más meticulosos y técnicos los debates sobre dinero y mundos futuros. Ejemplos son las teorías de Keynes (2007), las de la moneda de Hayek y Friedman (1969), la destrucción creativa de Schumpeter (1954). A principios del siglo XX, hubo polémicas sobre la necesidad (o no) de moneda para una buena marcha de la economía, cuál debía ser la institución monetaria, cuáles eran sus efectos sociales y políticos, qué relación tenía con la igualdad. En los años 1920 y 1930, el debate entre los liberales von Mises y Hayek y los socialistas Lange, Lerner y Neurath (Dale, 2023) sobre el cálculo económico socialista fue un momento de condensación polémica de las futurizaciones del dinero (Morozov, 2019).

Algo similar sucedió con la teoría social, la sociología y la antropología, que ampliaron sus investigaciones y consideraciones sobre las posibilidades de la moneda. Simmel, Weber, Benjamin, Mauss o Parsons se interesaron por los efectos de su poder de abstracción y formalización de las relaciones sociales y por su impacto cultural e institucional. También produjeron hipótesis y pronósticos sobre mundos por venir en los que la moneda adquiría formas diferentes: se mantenía idéntica a la actualidad (Parsons, 1984), se creaban monedas diferentes para garantizar la igualdad de los intercambios (Simmel, 1958) o se la abolía (Benjamin, 1978).

A comienzos de la década de 1970, la crisis de los acuerdos de Breton Woods y la decisión de Nixon de abandonar el patrón oro y pasar a un mercado flotante de divisas con predominio del dólar propició “una desacralización del dinero” (Aglietta, 1987: 16). Desenganchada del oro, sucedáneo de Dios, la moneda quedó huérfana de un garante en última instancia. El dólar pasó de ser “una divisa de commodity, respaldada por una riqueza material, a una divisa fiduciaria, respaldada por un poder soberano y fe colectiva” (Holmgren, 2010: 11). En consecuencia, se extendió su hegemonía mundial a base de endeudamientos masivos internacionales, nacionales e individuales y reformas de mercado y desregulaciones financieras introducidas por vías parlamentarias y/o militares. La imposición de su moneda como moneda mundial (en curso desde la Segunda Guerra) expandió el poder de Estados Unidos, gobernando a partir de ser simultáneamente emisor, principal mayor acreedor y mayor deudor (Lazzarato y Alliez, 2022)[4]. Las relaciones entre dólar, endeudamiento y finanzas, aspectos decisivos de la globalización, fueron vectores por los cuales esa moneda colonizó el futuro y su imaginación (Esposito, 2011). En aquel momento, George Schultz, secretario del Tesoro de Nixon, lo resumió sarcásticamente: “El dólar es nuestra moneda, pero es vuestro problema” (Graeber, 2011: 245).

Esa coyuntura, combinada con las políticas económicas de otros países centrales y la posterior disolución del bloque socialista, intensificó o propició nuevas futurizaciones capitalistas del dinero, centrales al neoliberalismo[5], que Baudrillard (1980) definió como el pasaje del dinero-signo al dinero-estructura de significación. En aquel momento, Foucault (2007: 69) destacó que “el liberalismo como estilo general de pensamiento, análisis e imaginación”, lejos de ser un discurso sin horizontes o inmediatista, “necesita una utopía”, imágenes de futuro programáticas en las que se figura exitoso. En esas utopías neoliberales, el dinero tiene un lugar fundamental. En 1976, poco después de la decisión de Nixon, apareció La desnacionalización del dinero, de Frederich Hayek (1996a), donde el autor neoliberal —primer ganador no keynesiano del cuasi Premio Nobel, en 1974— planteó desenganchar la moneda ya no del oro sino del Estado, proponiendo monedas privadas compitiendo entre sí, marcando un camino de rechazo a la soberanía monetaria del Estado, una futurización del dinero con importantes consecuencias en la imaginación política de futuro[6].

        Tras la crisis, para muchos aún vigente (Pettifor, 2018), detonada por las hipotecas subprime, se multiplicaron las discusiones sobre el futuro del dinero y la moneda, y sobre el dinero y la moneda en el futuro. Estos debates acuerdan que la transformación del sistema monetario, aún en proceso, se caracteriza por el debilitamiento de la hegemonía del dólar (Lazzarato y Alliez, 2022); el surgimiento de criptomonedas que disputan con las monedas soberanas, configurando a veces “utopías tecnocráticas del dinero” (Paraná, 2020)[7]; la aparición de discursos anarcocapitalistas; la demanda por un salario universal; el desarrollo de monedas sociales con diversas características (Avranne, 2022); y una acelerada digitalización de los flujos monetarios (Zakariah, 2021)[8].

        Este escenario, además de agitar discusiones sobre soberanía monetaria, instituciones financieras, valor y relación entre economía y estructuras sociotemporales, alimenta futurizaciones del dinero que pueden ser poscapitalistas, posneoliberales o aceleracionistas del capital (Alizart, 2019; Gibson-Graham, 2011; Land, 2017). Todas ellas se expresan en un registro más cercano a la economía de lo que parece: la ficción científica.

Futurizaciones del dinero en la ficción científica

No es casual que se denomine especulación al acto de pensar, considerar realidades hipotéticas y calcular económicamente. Así como “la economía consiste en ficciones sostenidas colectivamente, requiere especular con el futuro y construir mundos imaginarios” (Jain, 2020), las ficciones científicas, que expresan la potencia anticipatoria de la especulación teórica y literaria, pueden ser ocasiones para elaborar futurizaciones de la economía y el dinero.

Aun si “en la ficción científica, la moneda es con frecuencia saludada desde lejos o completamente ignorada” (Sommers, 2019: 2), existen obras que narran futuros del dinero: París en el siglo XX (1860), de Jules Verne (2017), donde el dinero lo ha racionalizado todo; Los desposeídos (1974), de Ursula Le Guin (2021), que presenta un conflicto entre un planeta con economía planificada y otro capitalista; Snow Crash (1992), de Neal Stepheson, sobre un mundo criptoanarcocapitalista; Distraction (1999), de Bruce Sterling (2000), que explora la idea de una economía de la reputación; Plop (2002), de Rafael Pinedo (2002), donde la moneda ha desaparecido; The Windup Girl (2009), de Fabio Bacigaluppi (2015), que, como Plop, es la historia de una sociedad catastrófica y modos crueles de intercambio; también entran en este grupo Neptune Brood´s (2014), de Charles Stross, y Walkaway (2017), de Cory Doctorow (2018).

Para abordar EMDF, que integra esta lista, es útil retomar la noción de dinero como ficción social y explorar sus trazos utópicos. Dodd presenta dos grandes orientaciones en las futurizaciones del dinero: el abolicionismo (mundos donde no existe el dinero) y la reimaginación (mundos donde funciona diversamente a la actualidad). Mientras considera marginal al abolicionismo, sostiene que la reimaginación —en la que se inscribe EMDF— es prolífica[9].

Esta distribución categórica, útil para analizar una ficción científica especulativa[10], admite una declinación respecto de la reimaginación. Esta admite dos futurizaciones: una que refuerza o intensifica los rasgos de la moneda capitalista actual, y otra que rompe con esa lógica dando lugar a nuevas monedas. Una distinción importante, puesto que EMDF será un ejercicio de reimaginación que oscila entre un comienzo reforzante y un desenlace transformador.

Lo que queda del artículo analizará las singularidades de esa futurización, inscripta en una ficción científica especulativa que no narra un futuro lejano o extraplanetario, sino un porvenir inmediato marcado por el cambio climático.

El ministerio del futuro: una ficción científica de estrategia

EMDF, escrita por Kim Stanley Robinson[11], es una ficción científica especulativa con eje en una historia de intentos de mitigar y superar el cambio climático, en la que el dinero es un elemento fundamental.

        Escrita antes del Covid-19 y publicada en octubre de 2020, comienza en julio de 2024 y finaliza en 2059, abarcando las décadas que nos separan, de no mediar acciones, de un aumento crítico de la temperatura (4º C) respecto de los valores preindustriales.

Muchos elementos de la trama (líderes, instituciones, países, problemas, saberes) son entidades de nuestro presente; otros, hoy posibles (una ola de calor letal), ya sucedieron; otros más, que hoy parecen posibles pero menos probables (una red social comunitaria), adquieren consistencia; y fenómenos actuales (volar en avión) se vuelven imposibles. En la obra circulan saberes científicos contemporáneos y posiciones políticas que le dan tonos argumentales a un flujo narrativo que, relatando un porvenir cercano, produce una ficción científica especulativa de proximidad. Una imaginación de futuro que presenta un espectro de posibilidades vinculado al tiempo de su escritura, desde el cual traza trayectorias. Casi una no-ficción de ficción científica. Así lo explicó Robinson: “Desde Utopía de More, la utopía está separada espacial o temporalmente por una disyunción a la que llaman «La gran fosa»” (O’Keefe, 2020). EMDF casi salta esa “gran fosa” narrando una historia que comienza pocos años después del momento de escritura, casi prolongando el presente, produciendo simultáneamente familiaridad y extrañeza. Quizá así se siente una transición.

Un trauma climático abre EMDF. En julio de 2024, una región de India sufre una ola de calor. La temperatura de bulbo húmedo llega a 35º C con 60% de humedad[12]. La ola dura diez días. Mueren veinte millones de personas. “Más gente que la que había muerto en la Primera Guerra Mundial, en una sola semana y en una sola región del mundo” (Robinson, 2020: 34).

        Luego, en la COP29, realizada entre noviembre y diciembre de 2024 en Bogotá[13], se crea:

“un Órgano Subsidiario que colaborará con el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, con los organismos de las Naciones Unidas y con todos los gobiernos firmantes del Acuerdo de París, para defender a las futuras generaciones de ciudadanos del mundo, cuyos derechos, tal como se definen en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, son tan válidos como los nuestros”. (Robinson, 2020: 27)

El órgano lo presidirá Mary Murphy —irlandesa, abogada sindical, exministra de Asuntos Exteriores. Se le llama El Ministerio del Futuro. Está compuesto por un equipo plurinacional de economistas, abogados, ecólogos, lobistas y comunicólogos. Opera en un contexto de enormes tensiones geopolíticas, con la emergencia de India como potencia global, guerrillas ambientalistas, millonarios y políticos intransigentes, catástrofes ambientales y presiones que llegarán a expresarse en atentados y asesinatos. Los conflictos son permanentes, la situación es hipertensa. El Ministerio se va convirtiendo en “una especie de gabinete de guerra” (Robinson, 2020: 268).

La narración de un futuro inminente se enlaza con la de un intento de transición. La novela tiene como protagonista a un individuo colectivo (el Ministerio) que, a su vez, está encargado de imaginar el futuro e intervenir. Eso hace que EMDF no sea la descripción de un mundo imaginado. Es una ficción científica especulativa que “prolonga” nuestro presente para esbozar estrategias contra el cambio climático y para la transición ecológica. Propongo llamar a esta específica forma de imaginación de futuro, ficción especulativa científica de estrategia.

La novela presenta esa imaginación de futuro bifurcada: de continuar la tendencia dominante, el final es catastrófico. Si se intenta la transición, es posible un mundo diferente. Incluso cuando, hacia 2050, las cosas empiezan a mejorar, no hay optimismo, sino un “pesimismo organizado” (Sabatto, 2024), una conciencia de la magnitud de los problemas y la fragilidad de las soluciones que no impide la orientación estratégica y las acciones, sino que les imprime tonalidades menos proféticas y asertivas. Una relación más pragmática pero quizá más osada, por abandonar la imaginación de soluciones únicas, totales o definitivas. Esto será clave en la futurización del dinero que analizaré.

A lo largo de la historia, el Ministerio interviene para reducir el CO2 en la atmósfera, evitar que se libere el almacenado[14] y operativizar la transición ecológica. Pueden ser acciones legales; apoyo a experiencias ecosociales y cooperativas; diseños tecnológicos (cuya importancia veremos luego) u operaciones armadas secretas. También buscará actuar sobre la economía global. Durante una discusión, un integrante reflexiona: “¿Qué pasa con el dinero? En mi opinión, el dinero actúa como la fuerza de la gravedad. Cuanto más se acumula, mayor fuerza de atracción [...]” (Robinson, 2020: 75). Y aunque en otra reunión de equipo, Badim, asesor de la ministra, responde a la pregunta por el precio de la civilización diciendo que “el valor económico y humano de la civilización son incalculables” (Robinson, 2020: 300), porque no es del orden de lo medible, el intento de alterar las condiciones de lo incalculable a partir de lo calculable (la economía o la ciencia), es central en la estrategia ministerial, al punto que su especialista en riesgo define al colapso ecológico como el momento en que “el dinero ya no servirá como moneda de cambio” (Robinson 2020: 66). En este marco, la moneda y el dinero tendrán gran protagonismo en la trama haciendo de sus futurizaciones un eje fundamental.

La futurización del dinero en El ministerio del futuro

En EMDF existen monedas (nacionales, locales, crypto), usos (legales e ilegales) e instituciones (bancos, empresas, compradores, consumidores) coincidentes con las actuales. Al aparecer en una novela ambientada entre 2024 y 2059, son futurizaciones del dinero; una reimaginación reforzante. Pero la futurización fundamental está dada por una reimaginación transformadora.

        El director del equipo económico del Ministerio, basándose en un artículo del hidrogeólogo Delton Cheng, propone una moneda: el carboncoin (su sigla es CQE: Carbon Quantitative Easing). Siendo que Delton Chen existe y sus textos están disponibles (Chen, 2017; Chen, Zappalà y van der Beek, 2018), la futurización del dinero de EMDF construye un diálogo con las propuestas científicas contemporáneas, como si las pusiera a prueba en clave narrativa.

La idea es “una moneda digital que se desembolsaría al demostrarse una reducción de las emisiones”, “un nuevo flujo de dinero fiduciario con el que se recompensarían acciones destinadas a conservar la biosfera” (Robinson, 2020: 195). El argumento es sólido:

“el ser humano emite alrededor de 40 gigatoneladas (1 gigatonelada son mil millones de toneladas) de CO2 por combustibles fósiles cada año. Los científicos han calculado que si emitimos 500 gigatoneladas más, la temperatura del planeta subirá 2º C respecto a la que tenía al comienzo de la revolución industrial; calculan que es la subida máxima que podemos permitirnos antes de que la mayoría de las biorregiones de la Tierra sufran peligrosos efectos”. (Robinson, 2020: 41)

A finales de la década de 2030, el planeta entraría en crisis. El CQE es pensado como una moneda reductora del CO2, puesto que “por cada tonelada de carbono no emitida, o capturada y almacenada, de una manera que fuera posible certificarse, se recibiría un carboncoin” (Robinson, 2020: 196). Explicará Mary: “dinero contante y sonante, respaldado por el conjunto de los Bancos Centrales y con un valor garantizado con la creación de bonos a largo plazo, que al cabo de cien años devengarían unos intereses asegurados lo suficientemente altos para tentar a cualquier persona interesada en un valor estable” (Robinson, 2020: 328). Además, el CQE formaría parte del mercado de divisas. El Ministerio decide explorar su viabilidad.

Vale analizar esta idea de una moneda ligada al cambio climático en una ficción científica especulativa. Esta no da por sentado o abolido el dinero, sino que reimagina sus funciones y las posibilidades aún no actualizadas que anidan en él. Robinson, o al menos algunos personajes de la novela, consideran al dinero una fuerza positiva. Contra la idea de una esencia maligna, EMDF imagina una moneda capaz de impactar positivamente en el devenir planetario. Aporta una orientación diferente a la de su existencia acrítica, su abolición o su desaparición milagrosa: ser un medio para evitar la catástrofe y reorganizar la sociedad, un vector de descarbonización y minería invertida. Esta futurización del dinero es una moneda de transición “creada para el bien público y gastada primariamente en eso” (O’Keefe, 2020). En este sentido, EMDF interviene en la coyuntura signada por la crisis del sistema de la moneda actual.

Esta moneda es narrada en su devenir desde su génesis, en 2025, hasta su implementación (exitosa) durante la década de 2050. Esto hace que EMDF sea una ficción científica especulativa singular porque su futurización del dinero no es la mera descripción de un mundo futuro donde el CQE funciona. Así, Robinson produce una imagen de futuro en movimiento, una futurización dinámica del dinero.

Generar las condiciones de uso del carboncoin

En la dinámica de dicha futurización existen dos momentos, el de generar las condiciones de uso y el de cierto éxito. El primero comienza en 2025, cuando el Ministerio apuesta a esta moneda. Parte del relato consiste en darle consistencia práctica a esa promesa. Una ingeniería de fabricación de confianza, adopción de los valores que definen la moneda y estructuración de la escala de su existencia. Los argumentos y las acciones —políticas, económicas, tecnológicas, comunicacionales, teóricas— se entremezclan. Ninguna basta por sí sola para lograr que CQE prospere.

“Si los doce bancos centrales más importantes del mundo aceptaran colaborar, saldría adelante”, dice Dick. “¡No pides nada!”, replica Mary y añade: “¿Qué sería lo mínimo necesario para que el plan diera resultado?”. Dick contesta: “Cualquier Banco Central podría experimentar con el carboncoin” (Robinson, 2020: 199). El Ministerio decide empezar por arriba, por el grupo de instituciones que controlan la moneda: los bancos centrales. Esto implica pronósticos y decisiones: “Es lo que tenemos ahora, y cuando llegue el momento crítico y todo se desmorone habrá que utilizar algo del antiguo sistema para sostener el nuevo, y mejor que sea algo grande y sólido” (Robinson, 2020: 471).

        Para alcanzar escala global, futurizando un dinero que, para ser eficaz, debe ser planetario, Mary Murphy, “lista para liderar un movimiento mundial que tenía como fin que los gobiernos ataran en corto a sus bancos centrales y los obligaran a actuar de acuerdo con sus deseos” (Robinson, 2020: 333), intenta convencer a la Reserva Federal, el Deutschbank, el Banco Europeo, el Banco Popular de China, entre otros, de las posibilidades del CQE. Las negociaciones funcionan como presentación de los paradigmas neoliberales dominantes en economía y políticas monetarias: cualquier acción por fuera de la obligación de mantener estable la moneda y baja la inflación, incluso a costa de grandes problemas sociales, parece excluida de las posibilidades del sistema financiero internacional. Robinson describe esas políticas monetarias vigentes, por qué caminos llevan a las sociedades y qué futurizaciones del dinero producen esas instituciones. Esas instancias tendrán el difícil objetivo de alterar las imágenes de futuro dominantes, propias del consenso monetarista, que orientan las decisiones de los banqueros.

Ante los banqueros, Mary oscila entre promesas de rentabilidad e imágenes de futuro en las que la base de su poder —el control del dinero— trastabilla. Los efectos benéficos para la sociedad y el ambiente que supone el CQE quedan en sordina; Mary resalta las promesas de ganancias próximas y lejanas del CQE. En la propuesta del CQE hacia los bancos se vislumbra la plataforma del Green New Deal, el capitalismo verde y, muy especialmente, los bonos por cuotas de emisión carbono (Simms, Pettifor, Lucas, Secrett, Hines, Legget, Elliott, Murphy y Juniper, 2008; Moore, 2018). A estas propuestas, insistentes con la valorización capitalista, Argento (2022: 6) las denomina “acumulación por desfosilización”: los actores del capital desplazan sus acciones hacia paradigmas sustentables (o, al menos, discursos ambientales) sin revisar sus lógicas de negocios.

Mary, Badim y Dick llaman “zanahoria” a la promesa de valorización que aparece en la negociación con banqueros. Mary explica que el CQE “estará subordinado al tiempo, como un presupuesto, con un plazo fijo estipulado en el contrato, como en los bonos. El nuevo carboncoin estaría respaldado por bonos a cien años con tasas de retorno garantizadas” (Robinson, 2020: 196). En otras conversaciones sostiene: “para los inversores tendría más valor una moneda si se garantizara que, pase lo que pase, su precio subiría con el paso del tiempo. Siempre sería una moneda fuerte en el mercado de divisas porque tendría garantizado el incremento de su valor” (Robinson, 2020: 199). En definitiva, a Mary le interesa dejar claro a los banqueros que, en 2124, ganarán dinero.

        Pero aun si hay que ir con cuidado, porque “podría afirmarse que el propio dinero se resistiría al cambio” (Robinson, 2020: 177), Mary también los apura. Para ello, apunta a la confianza —que, como el temor y la esperanza, es un afecto de anticipación (Bloch, 2007: 124)—, núcleo sensible de la ficción del dinero. “Si se pierde esa confianza, ¡bum!, el dinero desaparece. Mientras tanto, la gente forma parte del sistema financiero global, que ha alcanzado tal grado de complejidad que ni siquiera las personas que lo gestionan lo comprenden. Una megaestructura imprevista, justo en el corazón de la sociedad” (Robinson, 2020: 365). Poder no siempre es saber de anticipación: la megaestructura imprevista puede chocar con el abandono social de una moneda, con un vaciamiento de la confianza. En esta instancia negociadora no hay promesa, sino amenaza: un mundo futuro donde los bancos perdieron fuerza, su dinero no vale nada, un mundo que puede vivir sin esos bancos.

        En la relación con los bancos, lo que se pone en juego de la futurización del dinero son la promesa de la ganancia (una cifra en el futuro) y la amenaza de su imposibilidad (crisis de confianza), antes que las consecuencias sociales de una nueva moneda. Nada nuevo, se diría. Sin embargo, aun dentro de un esquema de promesa de rentabilidad, esta futurización tiene diferencias importantes con el mercado de bonos de carbono o el Green New Deal, criticados desde su aparición (Holmgren, 2010): no se trata de cuotas de emisión negociables sino de una moneda que paga la eliminación, o no generación, de CO2. CQE implica que el carbono es siempre cero o negativo (-1 tn). Veremos luego su relevancia.

Además de una posible oposición de las estructuras financieras, otro personaje histórico obliga a moverse con cuidado: el dólar, “la moneda imperial” (Robinson, 2020: 237), susceptible y capaz de responder con furia. A pesar del actual debilitamiento de su hegemonía, en las décadas siguientes el dólar seguía siendo “la moneda a la que se vinculaban el resto de las monedas, a la que todos acudían siempre que las monedas daban un susto” (Robinson, 2020: 237). El dinero del último recurso, por así decirlo. En un sentido fundamental, “el imperio estadounidense estaba vivo y gozaba de muy buena salud”, escribe Robinson (2020: 212) en sintonía con Lazzarato y Alliez (2022). Para el Ministerio, la sustitución de ese equivalente general global debía ser un proceso de reforma progresiva: que primero el CQE se complementase con el dólar para luego reemplazarlo.

        La tensión dólar-carboncoin es un rasgo estratégico de la futurización del dinero en EMDF por encadenarse a un cambio de matriz energética, aspecto central del cambio climático. Siguiendo a Fujita (2022), existe una correlación histórica entre cierta energía y cierta moneda. Durante la modernidad, al oro y la plata del primer momento colonial le correspondieron el viento y los animales; a la libra esterlina del imperialismo inglés, el vapor; al dólar del expansionismo norteamericano, el petróleo[15]. En tanto, Pettifor (2018) ve una relación estrecha entre el sistema del dólar y la emisión de CO2. Enlazando la moneda a la eliminación de las emisiones y el uso de energías verdes, la hipótesis de EMDF es que una moneda como CQE podría poner en crisis la hegemonía del dólar. De hecho, en privado, Mary especula con ese escenario: “Es probable que un carboncoin con esas características acabara sustituyendo al dólar como moneda de referencia” (Robinson, 2020: 199). La futurización del CQE implica un mundo donde petróleo y combustibles fósiles perdieron centralidad.

Y un mundo cuyo mercado de divisas ve aparecer un elemento novedoso. Recordemos: desde 1971 hasta hoy (verano de 2023-2024), el mercado cambiario no está atado a un patrón, el precio de las divisas se define sin referencia a un ente estable. A diferencia del petróleo, cuya relación al dólar no es fija, el CQE tiene una cotización fija: “1 tonelada de carbono = 1CQE”[16]. En EMDF se cualifica varias veces al CQE como dinero fiduciario, pero quisiera proponer que la relación fija entre carbono y CQE produce una suerte de patrón que no remite a una cantidad de oro u otros metales o mercancías, sino a una cantidad de gas. Esa tonelada de carbono como medida de valor del CQE es más sólida que la fluctuación cambiaria (que es la nuestra) en la que viven la mayor parte de la historia los personajes de EMDF. Esa tonelada de carbono parece ser imaginada por Robinson como un organizador del sistema de la moneda[17]. No replica al oro, sino que arma un tipo de relación entre moneda (CQE), acción humana (trabajo), objeto físico (gas) y finalidad (reducción del gas) que diseña “un sistema de ética cuantificada” (Robinson, 2022: 546). La tonelada de carbono sería una suerte de patrón para esa moneda de transición.

        Cuando Nixon finiquitó el patrón oro, la cotización era 35 USD por onza (28,350 grs.). En la novela, la tonelada de carbono vale 1 CQE. Pero lo inverso no es cierto. Un CQE no vale una tonelada de carbono porque nadie recibiría carbono a cambio de CQE. Vale una cantidad de dólares, incrementable con los años gracias a los bonos que lo respaldan. A diferencia del oro, que durante su existencia como patrón valía una cantidad fija de dólares, el CQE (por ende, la tonelada de CO2) no vale una cantidad fija de dólares. Ese dólar sigue participando del mercado flotante, mientras que el CQE tiene un valor en dólares al tiempo que equivale a una tonelada de carbono. En esta futurización del dinero hay una parte fija (la relación CQE-CO2) y una parte fluctuante (la relación CQE-USD). Que el CQE tenga que pasar por la tonelada de carbono para existir hace de esta futurización del dinero una reforma respecto del dinero actual: modifica la relación del dinero con el ambiente.

En sintonía con la propuesta de “terraformación” de Bratton (2021), según la cual revertir el Antropoceno requiere instituciones globales, verticales e integradas que implementen políticas a gran escala, EMDF muestra que solo la implementación planetaria de la moneda transicional puede volverla significativa. Es una inquietud principal de Robinson, que imagina una política del dinero contra el cambio climático que no sea local, una campaña de concientización de consumidores ni pedidos de donaciones, sino que intervenga directamente en “la lucha por los protocolos” (Terranova, 2022: 73).

Las negociaciones con los bancos y la relación moneda-ambiente no agotan el problema de la escala; también se enfrentan en términos tecnológicos. Mientras investigadores como Morozov (2019) imaginan abolir el dinero y reemplazarlo por la asignación tecnológica de recursos en tiempo real[18], EMDF combina la existencia de Blockchain, el software diseñado para Bitcoin, con una nueva moneda. En efecto, BTC es una inspiración clave. En un pasaje del libro se lamenta que “el 1% de la electricidad producida se dedica a hacer bitcoins” (Robinson, 2020: 99), cuando un uso alternativo de Blockchain podría tener efectos de justicia si, como dice el economista del equipo, todo el dinero “se volviera digital y distribuyera por medio de cadena de bloques, de manera que su ubicación y movimientos dejaran un rastro que todo el mundo pudiera seguir, por medio de sanciones, embargos, incautaciones y borrados se terminaría con las artimañas ilegales para no pagar impuestos” (Robinson, 2020: 383). Pero, en línea con Alizart (2019), en EMDF se busca más: rediseñar la criptomoneda como herramienta de transformación. Cuando, hacia la década de 2040, la red social Yourlock, interesada en dar poder a los usuarios sobre sus datos, comienza a funcionar como soporte de “la distribución digital de todos los registros de las cadenas de bloques de CQE […] había una especie de banco popular para emergencias, una democracia directa del dinero” (Robinson, 2020: 519). Esa democracia directa que se vale de Blockchain difiere mucho de Bitcoin. Este busca un mundo sin inflación y una moneda encriptada para seguir haciendo business as usual (Paraná, 2020); el CQE no tiene límite estipulado y está atado a la captura de carbono, una práctica de transición ecológica.

El momento del éxito del carboncoin

Durante más de una década, el CQE queda entrampado en la lógica financiera. Es cuando “solo es otro producto con el que mercadear, una moneda más en el mercado de divisas. [...] la gente está operando en corto con los carboncoins, y eso significa que, cuanto peor le vaya al clima, más dinero ganará. Ha hecho una apuesta compensatoria por el apocalipsis” (Robinson, 2020: 209). Pero algo cambia.

Por una multiplicidad de factores simultáneos, desde 2050, el escenario mejora. Dice Badim sobre este giro inesperado: “la revolución que llega siempre es otra”. En ese momento se consolidó una “Superdepresión” económica: “circulaba muy poco dinero, y sin dinero no se puede pagar a nadie; no hay créditos ni adquisiciones. El paro rápidamente superó la marca del 25% registrada en la década de 1930” (Robinson, 2020: 438)[19]. Además:

“el nuevo gobierno de Arabia reclamó ante la Coalición de Bancos Centrales para el Clima que se había creado recientemente con la función específica de administrar el carboncoin, que su conversión inmediata a una energía completamente solar y su negativa a vender sus reservas de petróleo para la producción de combustibles merecían una compensación en la forma de los nuevos carboncoins”. (Robinson, 2020: 394)

Esto se combinó con el apoyo de Estados Unidos, inquieto por esta moneda que “se había convertido en algo así como el dólar creado con el secuestro de dióxido de carbono” y “tenía una seria posibilidad de desbancar al dólar estadounidense como la moneda hegemónica en el mundo, el último garante de valor” (Robinson, 2022: 519). Y con la insoportable dificultad y angustia de vivir en crisis económicas, catástrofes o bajo amenaza de extinción, que propiciaron mutaciones profundas,

“cuando las definiciones de valor dejaron de lado los tipos de interés para hablar de confianza social, las finanzas y las teorías sobre el dinero se fueron por el sumidero en la vida cotidiana y acabaron en el pozo sin fondo de la filosofía, cuando la gente comenzó a preguntarse por el sentido del dinero y por qué unas personas eran como dioses que se paseaban por la Tierra mientras otras no tenían un lugar donde acostarse [...]”. (Robinson, 2022: 437)

En ese contexto, la red social pública distribuida YourLock expande su uso como billetera virtual —al modo de la actual WeChat china— y se vuelve “una cooperativa de crédito incrustada en las redes sociales” (Robinson, 2020: 320). Entonces

“la gente empezó a buscar la manera de conseguir un par de carboncoins. Su valor al cambio de las monedas nacionales era altísimo. ¡No tenía que ser tan difícil secuestrar una tonelada de dióxido de carbono! La captura directa de CO2 del aire se convirtió en una apasionante actividad paralela, como cultivar un huerto para el autoconsumo en la parte de atrás de una camioneta”. (Robinson, 2020: 440)

Casi como minar criptomonedas, pero sustrayendo carbono. Entonces, el CQE despega, actualizando posibilidades que incubaba, haciendo existir un mundo diferente. Pieza vital, aunque no única, se consolida como moneda de transición. Es el momento que Robinson llama, con resonancias humanistas, “El nacimiento de un Antropoceno bueno” (Robinson, 2020: 541). Una era de protección humana del planeta que busca asegurar su reproducción “para siempre, es decir, hasta que el Sol se convirtiera en un gigante rojo y engullera la Tierra” (Robinson, 2020: 379).

        Así se consuma la reimaginación del dinero que define a la futurización del dinero en EMDF. No se trata de abolir la moneda sino de enlazarla a una nueva matriz de valores políticos, económicos, tecnológicos y ambientales. Esa futurización no está marcada por el imperativo del crecimiento, la ganancia, el consumo, el enriquecimiento individual, sino por lograr buenos efectos ecosistémicos. Si, en nuestras condiciones, la moneda va perdiendo cualquier orientación social que no sea la ganancia (el imperativo de volverse un número mayor al número actual), la futurización del dinero que propone EMDF es una moneda que por diferentes vías —regulaciones, patrón de valorización, instituciones, emisores, usuarios— abandona ese imperativo y funciona como protocolo de regulación ambiental y justicia social. Una moneda de transición.

        Finalmente, vale decir que el CQE no es un personaje monetario único, excluyente ni definitivo. Como si la transición invitara a pensar provisionalmente, sin imágenes de futuro fijas, cuando el carbono haya alcanzado niveles aceptables, el CQE podría desaparecer. Lo importante es que aporte a un orden, un socialismo, incluso “un comunismo democrático” (Robinson, 2020: 474), uno de cuyos caracteres democráticos es recurrir a esquemas heterogéneos de organización. “El plan de Zúrich, el sistema de Mondragón, la economía participativa de Albert y Hahnel, el comunismo, el Plan de inversión pública, el plan «Aquello que es bueno para la tierra es bueno», las diversas fórmulas de poscapitalismo, y un largo etcétera”, dice Badim (Robinson, 2020: 471). Este cuadro, que evoca las investigaciones de Gibson-Graham (2006) sobre poscapitalismo, es un elogio de las resoluciones diversas y combinadas. Un socialismo de heterogeneidades. El CQE, la moneda que Robinson puso a existir en un futuro imaginado, parece ser un elemento más en una estrategia compleja que incluso contempla otras monedas (ligadas al crédito social, el trabajo doméstico, las especies amenazadas, la composición propietaria). En la actual crisis y transformación del sistema de la moneda, EMDF produce una futurización del dinero contra el cambio climático, capaz de combinarse con otras posibilidades, respetando un principio de justicia más que sometiendo todo a una única forma.

A modo de conclusión

Robinson intercala la historia del Ministerio con breves ensayos. En uno define lo que podría ser su modo de articular conocimiento, política, imaginación y futurización. “Existe una situación real, irrebatible, pero es demasiado vasta como para que un solo individuo la conozca en su totalidad, así que debemos crear nuestra comprensión de ella por medio de la imaginación” (Robinson, 2020: 54). EMDF es el intento de entender e intervenir en ese fenómeno complejo llamado “cambio climático” imaginándole una salida no catastrófica. Valiéndose de saberes disponibles y situaciones actuales y posibles, Robinson construye una ficción científica especulativa para lo que considera “un nicho vacío en nuestra ecología mental” (O’Keefe, 2020), la anticipación de la transición como asunto narrativo.

        En Dirección única, Benjamin (1978: 63) escribió: “los billetes ornamentan la arquitectura de la fachada del Infierno”. EMDF ofrece una mirada diferente: los billetes —aquí una criptomoneda— pueden ser vectores de cambio. No los abole ni los deja sin problematizar; en cambio, narra el devenir de un dinero, que no solo ocupa un primer plano en la trama, sino que es un dinero nuevo, una moneda de transición. Es una ficción científica especulativa estratégica que propone una futurización del dinero como vector de una transición contando una historia de “cómo se llega a un sistema social nuevo y mejor”.

En EMDF, la moneda no surge del intercambio sino que es inventada por una institución política, el Ministerio, que busca imponerlo a instituciones bancarias y Estados y diseminarlo en la vida social. Esa moneda parece propiciar un patrón que, como el oro, consiste en un elemento químico, solo que ahora no está ligado a su extracción sino a su sustracción. Así, EMDF pone a prueba narrativa la hipótesis de una moneda global de transición ecológica como aspecto de geoingeniería, como moneda terraformante. Además, aporta una nueva capa de sentido a la idea de riqueza material ya que se trata de una riqueza que, para serlo, no debe ser recurso. El valor de CO2 está en disminuir.

Últimamente aparecieron programáticas políticas que, de diferentes maneras, futurizan al dinero. El anarcocapitalismo puede ser leído en esa clave; lo mismo las criptomonedas. Como parte de esta coyuntura donde las políticas, posibilidades y peligros de la cuestión monetaria son materia de proyección, EMDF ha recibido atención entre economistas y militantes que encararon el desafío de pensar las posibilidades inscritas en esta futurización del dinero[20]. Contra lo que afirma O’Keefe (2020) en su entrevista a Robinson —que “la cuestión económica [de EMDF] puede no servir como un proyecto político”—, es posible hipotetizar que una ficción científica de estas características y la futurización del dinero que propone puede no pretender ser una hoja de ruta exacta, pero sí un artefacto que explora los límites y las potencialidades de una posibilidad virtual y da que pensar a las ciencias sociales sobre las condiciones actuales de la imaginación de futuro.

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[1]Notas

 La resonancia en ciencias sociales de ciberespacio, propuesta por William Gibson en Neuromante (2017, edición original 1984), es ejemplar.

[2] Escribiré EMDF para referirme a la novela y El Ministerio del Futuro, para el personaje de la novela.

[3] Un momento fundacional del dinero moderno fue la formación del Banco de Inglaterra (1694) por un grupo de privados que, a cambio de prestar dinero a la Corona, emitieron billetes para su circulación, inaugurando la transformación del crédito en circulante (McNally, 2020).

[4] La deuda estadounidense equivalía, en 1980, a 41,18% de su PBI; y en 2022, a 121,31% (Datosmacro.com, 2022).

[5] Aun así, la futurización socialista abolicionista del dinero no desapareció. Se encuentra en el zapatismo (Baschet, 2015).

[6] Abordaré esta futurización de Hayek en un próximo artículo.

[7] En 2008, catalizando décadas de experimentación económica e informática, apareció “Bitcoin: un sistema de efectivo electrónico usuario-a-usuario”, el artículo donde Satoshi Nakamoto propuso el algoritmo y la arquitectura Blockchain, un libro contable inviolable que automatizaría la confianza en transacciones comerciales e impediría fraudes gracias a un sistema distribuido en la red de usuarios (Paraná, 2020). Desde entonces, proliferan criptomonedas (Dodd, 2016).

[8] Decisiones políticas, económicas y tecnológicas tomadas durante la pandemia de Covid-19 fueron reduciendo el papel billete al actual 10% del circulante. Más que desmaterialización, es una nueva materialidad (Borisonik, 2013).  

[9] Considero que Dodd marginaliza el abolicionismo por trabajar fundamentalmente con textos sociológicos, filosóficos y económicos, pero en la ficción científica se lo imaginó de maneras sugerentes. Los casos son buenos ejemplos.

[10] Margaret Atwood distingue ficción científica (“cosas que aún no podemos hacer o empezar a hacer, seres hablantes que nunca podríamos conocer y lugares a los que no podríamos ir”) de ficción especulativa (“que emplea medios ya más o menos disponibles, y sucede en la Tierra”) (Rabkin, 2004). La distinción es productive, pero propongo hablar de ficción científica fantástica y ficción científica especulativa. Actualmente, corrientes y perspectivas teóricas han redescubierto la ficción científica como materia de pensamiento, lo que a su vez renovó historias, paradigmas y perspectivas (Bisset, 2022).

[11] Nació en Waukegan, Estados Unidos, en 1952. Entre sus obras, se destacan La trilogía de Marte y En tiempos de arroz y sal. Ha ganado premios (Nebula, Hugo, Locus). Milita en Democratic Socialist of America.

[12] Con 35º C de bulbo húmedo y 100% de humedad, una persona sana puede morir en seis horas.

[13] La COP29 sucederá efectivamente en Bakú, capital de Azerbaiyán.

[14] Un ecólogo explica durante una reunión del Ministerio: “El permafrost almacena tanto metano como el que producirá y emitirá todo el ganado de la Tierra durante los próximos seis siglos, y este eructo gigantesco, si se libera, seguramente empujará al planeta hasta un punto de no retorno, y lo convertirá en una selva donde el hielo no existirá; llegado ese momento, el nivel del mar subirá ciento diez metros, y la temperatura media global se incrementará en 5 o 6º C, probablemente más, lo que convertirá en inhabitables para el ser humano vastas zonas de la Tierra” (Robinson, 2020: 25).

[15] Agregaría a la serie, litio-criptomoneda.

[16] Independientemente de derivados del CQE, que tienen precios variables.

[17] Resuena la definición de "metalismo práctico” de Schumpeter (1954: 236): “el patrocinio de un principio de política monetaria, a saber, el principio de que la unidad monetaria «debería» mantenerse firmemente vinculada y libremente intercambiable con una cantidad dada de algún bien”.

[18] Este argumento es decisivo en el neoliberalismo. Se encuentra en Socialismo (1922), de von Misses (2022), y en Individualismo y orden económico (1948), de Hayek (1996b).

[19] Pettifor (2018) especula con un escenario de Superdepresión en un futuro cercano, como consecuencia de las políticas monetarias y crediticias del sistema financiero internacional.

[20] En un próximo artículo analizaré la recepción de esta ficción científica por economistas, políticos y activistas y su impacto en otras imaginaciones de futuro.