Biografía y archivo. Una conferencia de Jorge Luis Borges escrita por un agente de inteligencia policial

Biography and Archive. A Lecture by Jorge Luis Borges as Transcribed by a Police Intelligence Agent

Patricia Funes

https://orcid.org/0000-0002-1697-4905

Instituto de Investigaciones Gino Germani

Universidad de Buenos Aires

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

patfunes@gmail.com

Fecha de envío: 19 de febrero de 2024. Fecha de dictamen: 22 de agosto de 2024. Fecha de aceptación: 20 de setiembre de 2024.

Resumen

El 28 de mayo de 1970, Jorge Luis Borges dictó la conferencia “Junín y la Conquista del Desierto” en esa la ciudad. Entre el público presente, un agente de los servicios de inteligencia local, escuchó, escribió y envió a sus superiores una versión de la conferencia y sus impresiones, registro singular que consta en el Archivo de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPPBA).

El objetivo del artículo es inscribir el documento en dos niveles: (1) exponer algunas notas y reflexiones acerca de la narración de vidas, momentos biográficos y autobiográficos en la escritura y la estética literaria de Borges que señalan temas afines a lo supuestamente expuesto en la conferencia; (2) ubicar el documento, las lógicas del archivo y la coyuntura política que lo rodeaba en diálogo con lo anterior. Y, entretejiendo ambos, analizar en términos metodológicos y analíticos las relaciones tensionadas entre biografía, autobiografía y archivo.

Abstract

On May 28, 1970, Jorge Luis Borges delivered the conference “Junín and the Conquest of the Desert” in that city. Among the audience present, an agent of the local intelligence services listened, wrote and sent to his superiors a version of the lecture and his impressions, a singular record that is kept in the Archives of the Intelligence Directorate of the Police of the Province of Buenos Aires (DIPPBA).

The aim of the article is to inscribe the document on two levels: (1) to expose some notes and reflections on the narration of lives, biographical and autobiographical moments in the writing and literary aesthetics of Jorge Luis Borges that point to themes related to what was supposedly exposed in the conference; (2) to situate the document, the logics of the archive and the political context that surrounded it, and to put this in dialogue with the previous point. And, interweaving both, to analyze in methodological and analytical terms, the tense relations between biography, autobiography and archive.

Palabras clave: Borges; biografía; archivo; espía política.

Keywords: Borges; biography; archive; political spy.

Introducción

Vuelvo a Junín, donde no estuve nunca / A tu Junín, abuelo Borges / ¿me oyes, sombra o ceniza última / o desoyes en tu sueño de bronce esta voz trunca?

“Junín”, Jorge Luis Borges

El postulado parte de la base de saber quién es quién, es decir, tener registrados a los buenos, para saber quiénes son cuando dejan de serlo.

Archivo DIPPBA

El 28 de mayo de 1970, Jorge Luis Borges dictó la conferencia “Junín y la Conquista del Desierto”, organizada por el Centro Universitario Junín-La Plata, en el Colegio de Abogados de esa ciudad, asunto nada excepcional: ni la conferencia ni el lugar. Tres años antes, había disertado en la misma ciudad acerca de Leopoldo Lugones (27 de agosto de 1966) y lo haría en una tercera ocasión. Junín era parte de su biografía y se propuso hablar acerca de ello, aunque el título convencional de la disertación, recatadamente, no aludiera exactamente a eso. El auditorio, 320 personas, estaba integrado por estudiantes secundarios, profesores y, quizá, aficionados a la cultura en general. Sin embargo, entre el público también estaba presente alguien menos interesado en la literatura, en Junín o en la Conquista del Desierto pampeano. Era un agente de inteligencia local que, respondiendo una orden del Jefe del Servicio de Informaciones Policiales de la Provincia de Buenos Aires con sede en La Plata (SIPBA), escuchó, escribió y envió a sus superiores una versión de la conferencia y sus impresiones. Borges fue espiado y escrito en un parte de inteligencia, registro singular que consta en el Archivo de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPPBA)[1].

“¿A Borges?”, se preguntaba la historiadora, lectora silvestre de Borges, cuando encontró el legajo. Probablemente el interrogante sea compartido por los lectores de este texto, si la pregunta está bien formulada.

El objetivo del artículo es inscribir el documento en dos niveles: apuntar algunas notas biográfico-literarias de Jorge Luis Borges, que señalan temas y subjetividades afines a lo supuestamente expuesto en la conferencia; y ubicar el documento, el archivo y la coyuntura política que lo rodeaba para responder al interrogante. Porque ni el día ni el mes ni el año eran irrelevantes. Quizá, en un giro borgeano, se descifraría después.

Notas sobre biografía, biblioteca, historia

En agosto de 1824, Simón Bolívar libraba una de las últimas batallas de la independencia sudamericana contra el ejército realista en las pampas de Junín. En ella participaba Isidoro Suárez, al mando de los Húsares del Perú. Era un militar que se había enrolado en el Ejército de Los Andes al mando del general San Martín, participando en todas las batallas, las victoriosas y las derrotadas: “Sirvió trece años en las guerras de América. Al fin la suerte lo llevó al Estado Oriental, campos del Río Negro”, escribió Borges (1974: 872) en un poema. También se sumó a las guerras civiles entre unitarios, federales, blancos y colorados en los porosos márgenes del Río de la Plata y en el Norte de la Provincia de Buenos Aires. En esta última, durante 1829, se produjo un levantamiento encabezado por caudillos federales contra los unitarios en la línea de frontera rosista que fue desbaratado por Isidoro Suárez y el que antes se llamara “Fuerte de la Federación”, pasó a llamarse Junín, por ese hombre que había tenido una actuación tan destacada en las guerras de la Independencia. Sus días terminaron en la Banda Oriental: “Aunque Suárez era primo segundo de Juan Manuel de Rosas, prefirió el destierro y la pobreza en Montevideo a vivir bajo una tiranía en Buenos Aires” (Borges, 1999: 22-23). Isidoro Suárez era el bisabuelo de Borges y, además de la saga, heredó uno de sus cuatro nombres de pila que se rehusó a usar cuando pensó en firmar “Isidoro Borges” alguno de sus textos, asunto probablemente desaconsejado por su madre[2].

En la ciudad de Junín, la avenida José Inocencio Arias está cruzada por una calle llamada coronel Francisco Borges. Ambos habían peleado juntos en la guerra contra el Paraguay y guardaron entre sí un caballeroso respeto mutuo aun cuando en las guerras civiles hubieran optado por bandos opuestos. Pero no eran esas las razones que ameritaron sus nombres inscriptos en el ejido urbano.

El coronel Francisco Borges fue un oficial oriental de lealtades mitristas. Peleó en la batalla de Cepeda, en la de Pavón y, como se ha escrito, en la guerra contra el Paraguay. Se sumó a perseguir la montonera de Ricardo López Jordán en Entre Ríos (allí conoció y desposó a Frances Ann Haslam, la abuela inglesa de Jorge Luis) y luchó en la frontera contra los indios, entre la civilización y esa barbarie que nunca dejaba de seducir a sus detractores literarios: “De chico le oí contar a Fanny Haslam muchas historias sobre la vida de frontera de aquellos tiempos. Una de ellas aparece en mi cuento Historia del guerrero y de la cautiva (Borges, 1999: 17).

En 1874, Bartolomé Mitre (Partido Nacional) encaró una revolución contra Nicolás Avellaneda (ya electo presidente por el Partido Autonomista). Francisco Borges era comandante militar de Junín y se unió al levantamiento, no sin reparos y constricciones acerca de la oportunidad de la asonada, asuntos que exceden los límites de este artículo. Finalmente se unió al ejército mitrista y se enfrentó con el teniente José Inocencio Arias en la batalla de “La Verde”. Mitre resultó derrotado y el coronel Borges murió en combate. El teniente había vencido al general, el remington a la más antigua artillería de Mitre y Borges recibió el nombre Francisco en honor a su abuelo.  

Sus antepasados se enhebraban a la historia patria. También ostentaba un parentesco algo lejano con un protagonista de la acción y el texto emancipador por excelencia. Se trata del sanjuanino Francisco de Laprida, pariente distante de Borges por la vía de los Acevedo, que fuera diputado y presidente en el Congreso que declaró la Independencia de las Provincias Unidas del Río de La Plata en 1816: “hombre de sentencias, de libros, de dictámenes”, que fue vencido y asesinado por unos “gauchos bárbaros” que le revelaron su destino sudamericano, como dice el inspirado Poema conjetural en el que evanescen algunas partículas autobiográficas.

La épica de esas tierras purpúreas, las armas blancas y Junín (el de Perú y el de la Provincia de Buenos Aires), las guerras civiles, gauchos e indios, entonces, eran parte de un paisaje biográfico urdido laboriosamente a partir casi exclusivamente de relatos orales, y lo fue también de algunas de sus construcciones literarias. Varios poemas lo tienen como un lugar fundacional de su estirpe y algunos cuentos como imaginario escenario de tramas narrativas[3]. Si esos varones dotados de coraje y batallas estaban en su herencia, fueron las mujeres —su madre y su abuela— las voces que transmitieron ese legado. Ignoramos si era un ejercicio de memoria familiar o bien devenían de la lectura de la Historia de Bartolomé Mitre, a quien razonablemente no tenían en su estima.

La Historia, durante casi todo el siglo XIX, asumió la forma biográfica: eran los grandes hombres quienes la encarnaban. Hija secularizada de la hagiografía, conservaba un carácter magistral y pedagógico y en algún sentido se consideraba precursora o antecedente de la “historia nacional” habida cuenta que la Nación y el Estado aún eran una ilusión. De allí que fueran frecuentes los “bosquejos”, las “biografías”, las “introducciones” o “esbozos” que, en cada caso, explicitaban lo provisorio de la tarea. Esto guardaba relación con nuevos sentidos adjudicados a la historia en la construcción de las naciones, que dejaba de ser un catálogo de formas retóricas o eruditas más o menos moralizantes y se erigía en el saber que debía desentrañar las formas del poder y los valores identitarios de las naciones: para algunos había que despertar a la bella durmiente; para otros, inventarla.

El imperativo de la reconstrucción de un pasado tan cercano como escueto (nada del orden colonial ni originario merecía la pena ser contado) encontró en la biografía el formato posible para narrarlo. Conforme la organización nacional alcanzó perímetros algo más definidos, el ethos fundacional de la escritura de ese pasado matizó cuando no reemplazó a la biografía. Recordemos que la primera historia interpretativa de la Nación en el Río de la Plata comenzó siendo, en su versión preliminar, la Biografía de Manuel Belgrano (1858-1859) escrita por Bartolomé Mitre. Recién en la tercera edición (1876-1877) se denominó Historia de Belgrano y de la Independencia argentina. Fueran Facundo y Aldao para Sarmiento, Belgrano y San Martín para Mitre o Bulnes y Wheelwright para Alberdi, la historia tenía nombres propios, cargados de mayúsculas para imaginar los aún esquivos símbolos de la Nación. Por otra parte, la superposición de la condición de hacedores fáusticos de la Nación y la escritura de sus representaciones era, para las élites letradas de la época, algo frecuente.

Borges (1974: 107), muy distante de esas monumentalidades, lo pensaba en otro registro: “Yo afirmo —sin remilgado temor ni novelero amor a la paradoja— que solamente los países nuevos tienen pasado; es decir, recuerdo autobiográfico de él; es decir, tienen historia viva”.

Como señala Leonor Arfuch (2018: 33-34),

“Vecina de la historia y al mismo tiempo a distancia de ella —quizá con parecidos de familia, según la expresión de Wittgenstein)— la biografía sigue su derrotero clásico retratando la vida de los hombres ilustres hasta encontrar en las Confesiones de Rousseau (1766) el nacimiento, esta vez sí, de una hermana, la autobiografía, donde es el yo —esa inocente marca gramatical de la autoría— el que se impone al biógrafo y ocupa su lugar. Un yo que inaugura el sujeto moderno y sus dilemas […]”.

Más allá de biografías altisonantes o de memorias o mitologías subjetivas y hereditarias, “en Borges las relaciones de parentesco son metafóricas de todas las demás” (Piglia, 1979: 5). Los “dos linajes”, el familiar (guerreros/estancieros) y la biblioteca paterna (matriz de todas las bibliotecas multiplicadas y babélicas), atraviesan la polifónica imaginación borgeana.  

A lo largo de su obra, explícita o escamoteada bajo los más diversos temas y recursos literarios, reescribió aquello que quería contar acerca de su vida. Trizada, minimalista y con temporalidades que no son diáfanas en el caso de Borges, escribió esa vida o, mejor, aquellas experiencias del estatuto siempre precario de toda identidad, teniendo en cuenta que nunca hay una mimética autorrepresentación de la ipseidad, siempre mediada por sistemas simbólicos. Se duplicó, se disoció, se vio en espejos, en contrapuntos entre el “soy y no soy” (entre Borges y “él”), entre la espada y el verbo. Una memoria fractal que permite leer su estrategia biográfica entre los pliegues de una escritura en la que se incluye como personaje.

“He olvidado mi nombre. No soy Borges

(Borges murió en La Verde, ante las balas)

Ni Acevedo, soñando una batalla,

Ni mi padre, inclinado sobre el libro

O aceptando la muerte en la mañana,

Ni Haslam, descifrando los versículos

De la Escritura, lejos de Northumberland,

Ni Suárez, de la carga de las lanzas.

Soy apenas la sombra que proyectan

Esas íntimas sombras intrincadas.

Soy su memoria, pero soy el otro”.

(Borges, 1989: 196)

Nos arriesgamos a citar algunos pasajes autobiográficos en los poemas e incurrir en algunas identificaciones entre literatura y vida aclarando que esa relación nunca es transparente ni necesaria entre la persona y el autor. Esas confesiones del yo en Borges están transidas de juegos especulares, ideales arquetípicos (un hombre son todos los hombres, en cualquier lugar y tiempo), espectros, atopías. “La ficcionalización a la vez que construye al yo lo dispersa y difumina a través del disfraz de las identidades asumidas. Por otro lado, transmutarse en personaje contagia y dota de un carácter evanescente al Borges real que, como autor, está y no está presente en su obra” (Rodríguez Martín, 2007: 21). Consideramos que tales ejemplares referencias de su biblioteca no son un soliloquio literario, tampoco un ingenuo autorretrato de su vida, sino que establece interlocuciones con lo social temporalizado, otredades que no solo son literarias o endogámicas, como se verá más adelante.

Las biografías formaron parte de su oficio de escritor. En sus numerosas reseñas sobre libros y autores, no pocas veces insertó reflexiones acerca de cómo narrar una vida. Otro tanto en prólogos y epílogos de sus libros. En el epílogo de El libro de Arena, afirma haber “entretejido, según es mi hábito, rasgos biográficos” (Borges, 1989: 72; las itálicas son nuestras). En los prólogos de sus obras en los que se desliza comentarios sobre su vida, sus obsesiones, sus creados precursores, los justifica: “el prólogo tolera la confidencia” (Borges, 1989: 121). 

Vayan algunos “momentos autobiográficos”. Regresado de Europa, el joven Borges escribió y publicó libros de poemas. El primer texto en prosa fue la biografía de Evaristo Carriego, un poeta marginal, amigo de su padre, orillero, del barrio de su infancia. Conforme redacta el texto, incrusta reflexiones acerca de lo biográfico, quizá advirtiendo las tentaciones ficcionales que habitaban su escritura: “Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero, es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja, es la inocente voluntad de toda biografía” (Borges, 1974: 113). O bien: “Cuanto más escribía, menos me importaba mi héroe. Había empezado a hacer una simple biografía, pero a mitad de camino me empezó a interesar cada vez más el viejo Buenos Aires” (Borges, 1999: 86). ¿Es Carriego o Borges?, ese “hombre de clara y vieja cepa entrerriana, [que] sentía nostalgia del destino valeroso de sus mayores y buscaba una suerte de compensación en las románticas ficciones de Dumas, en la leyenda napoleónica y en el culto idolátrico de los gauchos” (Borges, 1998a: 56). “Este texto podría pensarse como capítulos de autobiografía imaginaria que han cambiado de sujeto: de Carriego a Borges / de Borges a Carriego” (Sarlo, 1988: 46).

Otra estación de esas vicisitudes es la Historia universal de la infamia, una antología de vidas, o bien “el juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar ajenas historias” (Borges, 1974: 291). El pasaje entre escribir cuentos y las ajenas vidas le permite a Borges “desdeñar —descaradamente— al personaje y complacerse en el puro artificio” (Molloy, 1977: 133). Por su parte, Leonor Arfuch (2018: 34) señala la influencia de Marcel Schwob y sus Vidas imaginadas (1896) a partir de un comentario de Borges sobre ese libro: “[Schwob] inventó un método curioso. Los protagonistas son reales; los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos. El sabor peculiar de esta obra está en ese vaivén” y, agrega Arfuch, esos rasgos “desdibujan el umbral entre ficción y realidad haciendo más desconcertante la lectura”.

Mordaz, aritmético y, a nuestro juicio, representativo de las complejidades biográficas, Borges (1974: 729) escribe, con humor paradojal y agudo:

“Wilde atribuye la siguiente broma a Carlyle: una biografía de Miguel Ángel que omitiera toda mención de las obras de Miguel Ángel. Tan compleja es la realidad, tan fragmentaria y tan simplificada la historia, que un observador omnisciente podría redactar un número indefinido, y casi infinito, de biografías de un hombre. Simplifiquemos desaforadamente una vida: imaginemos que la integran trece mil hechos. Una de las hipotéticas biografías registraría la serie 11, 22, 33…; otra, la serie 9, 13, 17, 21…; otra, la serie 3, 12, 21, 30, 39… No es inconcebible una historia de los sueños de un hombre; […] otra, de las falacias cometidas por él; otra, de todos los momentos en que se imaginó las pirámides; otra, de su comercio con la noche y con las auroras. Lo anterior puede parecer meramente quimérico; desgraciadamente, no lo es. La broma de Carlyle predecía nuestra literatura contemporánea: en 1943 lo paradójico es una biografía de Miguel Ángel que tolere alguna mención de las obras de Miguel Ángel”.

El hilo de las aproximaciones biográficas de Borges es mucho más largo, ingenioso y enredado que estas notas. No es nuestra intención seguirlo o desanudarlo para evitar bifurcaciones que nos desviarían de nuestro tema. Consideramos, sin embargo, que para ubicar los contextos de la conferencia de Junín y algunos tramos biográficos contribuye la mención de dos obras que se cruzan temporalmente con la conferencia.

Hemos citado algún pasaje de la Autobiografía de Borges que, como se ha señalado muchas veces, fue una sugerencia de su secretario y traductor Norman Thomas de Giovanni a partir de la experiencia de una conferencia de Borges en la Universidad de Oklahoma (Texas) en 1969. El propósito era ubicar a los lectores angloparlantes en el conocimiento, aunque fuera somero, de su vida y su obra[4]. Borges escribió unos borradores y dictó el texto en inglés a Di Giovanni entre abril y junio de 1970. La ordenada secuencia temporal del texto y los títulos de los capítulos (Borges no era muy afecto a las cronologías lineales, otros sentidos metafísicos del tiempo ocuparon gran parte de su obra), el estilo narrativo, esa ausencia de un “yo lírico”, la no interpelación a los lectores, son rasgos que la vuelven desleída, mejor —para que no se malinterprete—, algo desencantada. En esa Autobiografía desfilan pasajes de su infancia, antepasados, viajes, precursores y maestros, las obras publicadas, los títulos otorgados en su honor, la docencia universitaria; por momentos, en un desganado estilo académico-curricular. 

De hecho, no se tradujo al español de manera completa sino hasta después de su muerte y en conmemoración del centenario de su nacimiento. ¿Hubiera escrito sobre esa paradoja? Imposible constatarlo, pero otra paradoja envuelve su consideración acerca de la autobiografía de uno de sus escritores más admirados:

“que de todos los libros de Chesterton el único que no es autobiográfico es el libro Autobiografía no es una paradoja muy memorable, pero es la casi pura verdad. El Padre Brown, o la batalla naval de Lepanto o el libro que fulminaba a quienes lo abrían, le han dado a Chesterton más oportunidad de ser Chesterton que esta labor autobiográfica”. (Borges, 1998b: 209)

Ese ensayo autobiográfico, aunque instrumental, despliega muchos temas sobre los que insistió en reportajes, dedicatorias, epílogos y prólogos que tenía muy presentes en ese momento por el esmero de la selección de sus escritos, la reactualización de algunos prólogos (reescritos en 1969) y las advertencias cómplices hacia sus futuros lectores de la primera edición de sus Obras completas 1923-1972, contemporáneas a la Autobiografía y a la conferencia de Junín[5].

No se pretende aquí el análisis crítico y mucho menos los criterios de verdad de datos y contenidos, ni el artificio de las condiciones de su producción, aunque se impone advertir en la Autobiografía esas mediaciones. Y, en algunas interpretaciones, la fugitiva, híbrida y esquiva condición del género autobiográfico (incluso su imposibilidad o su “desfiguración”).

La Autobiografía de Borges puede ser apropiada en las inherentes contingencias, bordes esquivos (autobiografía y ficción, por ejemplo) que siempre suscitan los análisis sobre su definición, entre la presunción de mímesis o de retrato realista que admite la ilusión autorreferencial hasta aquellos radicales que diluyen o sustituyen su estatuto genérico. De Man (1991: 115) encuentra en la prosopopeya (figura que consiste en dar voz y rostro a lo ausente o inanimado) la forma fundamental de la autobiografía, y por su mediación un nombre resulta tan inteligible y memorable como un rostro: “Nuestro tema se ocupa del conferir y el despojar máscaras, del otorgar y deformar rostros, de figuras, de figuración y de desfiguración”. En esa enunciación, resuena un personaje borgeano que se propone dibujar el mundo y advierte al final de su vida que “ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su propia cara” (Borges, 1974: 854).

Esos debatidos rasgos genéricos se acentúan en las autobiografías de escritores que imantan hacia el espejismo de correspondencias entre obra y vida (Arfuch, 2007). Y en la poética borgeana, si no se amplifican, se multiplican por esa condición de biógrafo y biografiado y por las tensiones entre lo singular y lo arquetípico, no sin olvidar ironías y parodias sobre un género que tenazmente recorrió (con distintas tonalidades y temporalidades) entre la crítica a las “naderías de la personalidad” y la aspiración de descifrar almas y vidas: “Biógrafo es el que nos descubre destinos, el presentador de almas al alma. La definición es breve; su prueba, la de sentir o no una presencia, un acuerdo humano” (Borges, 1997: 382)[6].

Sin pretensiones normativas, la cita de Borges es congruente con algunas coordenadas de la categoría “espacio biográfico” en la obra de Arfuch reinterpretando a Lejeune: ese “acuerdo humano” puede deslizarse a las autobiografías, un pacto/contrato de lectura anclado en el nombre propio con cierta intencionalidad veredictiva y de búsqueda de sentido, y avanzando un horizonte de inteligibilidad de lo que puede interpretarse como una reconfiguración de la subjetividad (Arfuch, 2013b). Así, el valor de la autobiografía “no es tanto el relato de los «hechos» como los modos de enunciación, el trabajo del lenguaje que impone una forma en la experiencia —y no viene meramente a representarla—, los avatares del discurso según las figuras tropológicas de la narración” (Arfuch, 2013a: 73).

A las distancias, cercanías y tensiones que genera un yo autoral, dialógico y subjetivo en la narración de la propia vida (con el estatuto fluctuante de toda identidad), a nuestro entender se suman otras en el caso del epílogo de las Obras completas de 1974. Un ejercicio deliberadamente ficcional, futurista y, aun cuando carezca de referencia autoral, pensamos que es expresivo de subjetividades y de selectivos pasajes de su obra de medio siglo.

El texto está escrito en una gramatical primera persona plural que “transcribe” una nota de una enciclopedia sudamericana, que se publicará en Santiago de Chile, un siglo después (2074): 

“BORGES, JOSÉ FRANCISCO ISIDORO LUIS: autor autodidacta, nació en la ciudad de Buenos Aires, a la sazón capital de la Argentina, en 1899. La fecha de su muerte se ignora, ya que los periódicos, género literario de la época, desaparecieron durante los magnos conflictos que los historiadores locales ahora compendian. Sus preferencias fueron la literatura, la filosofía y la ética. Prueba de lo primero es lo que nos ha llegado de su labor, deja entrever ciertas incurables limitaciones […]

Le agradaba pertenecer a la burguesía, atestiguada por su nombre. La plebe y la aristocracia, devotas del dinero, del juego, de los deportes, del nacionalismo, del éxito y de la publicidad, le parecían idénticas. Hacia 1960 se afilió al Partido Conservador, porque (decía) «es indudablemente el único que no puede suscitar fanatismos».

No hay que olvidar, en primer término, que los años de Borges correspondieron a una declinación del país. Era de estirpe militar y sintió la nostalgia del destino épico de sus mayores. Pensaba que el valor es una de las pocas virtudes de que son capaces los hombres, pero su culto lo llevó, como a tantos otros, a la veneración atolondrada de los hombres del hampa.

Así a lo largo de los años contribuyó sin saberlo a esa exaltación de la barbarie que culminó en el culto del gaucho, de Artigas y de Rosas.

¿Sintió Borges alguna vez la discordia íntima de su suerte? Sospechamos que sí. Descreyó del libre albedrío y le complacía repetir esta sentencia de Carlyle: «La historia universal es un texto que estamos obligados a leer y a escribir incesantemente y en el cual también nos escriben»”. (Borges, 1974: 1141)

El nombre propio (¿del autor, narrador, personaje?) hace a la condición autobiográfica. En este caso, la reseña está escrita en un momento retrospectivo que sintetiza medio siglo de la obra de Borges. La firma autoral está ausente, pero los nombres de pila del “biografiado” están excepcionalmente desplegados completos con una intervención sobre el primero de ellos. El “José” (en reemplazo de “Jorge”) es una opción algo lúdica, quizá psicoanalítica (pero no bucearemos en esas aguas) ya que reemplaza deliberadamente el nombre de su padre. Le dedica esas Obras completas a su madre, Leonor Acevedo de Borges, y en el texto de la dedicatoria también sustrae el nombre de su padre, presente solo como filiación: su madre “le ha dado muchas cosas y recuerdos, entre ellas: Padre, Norah, los abuelos, tu memoria y en ella la memoria de los mayores […]” (Borges, 1974: 9).

El nombre “José” no es extraordinario, había firmado algunos de sus trabajos de juventud con ese nombre. Pudo haber otra razón que también alude al padre: a los diez años, tradujo El príncipe feliz, de Oscar Wilde, publicado en el diario porteño El País, el 25 de junio de 1910, firmado por “Jorge Borges”, y la gente se lo adjudicaba a Jorge Guillermo (su padre), según contó algunas veces. Otra razón pudo haber sido del orden del sonido. Entre las anécdotas humorísticas de Borges, Roberto Alifano (1996: 120) refiere coloquialmente otra explicación: “Todo el mundo me llama José Luis. A la larga seré José Luis. Y está bien, creo que es más eufónico. Es el triunfo de la eufonía. Jorge Luis es muy áspero; Borges, espantoso, repetido, intolerable. En cambio José Luis parece que fluye”.

Se inscribió en muchos seudónimos, por ejemplo, el cuento Hombre de la esquina rosada lo firmó como “Francisco Bustos” (el apellido devenía de un bisabuelo), que también aparece compartido con Bioy Casares en Seis problemas para don Isidro Parodi (1942), junto con el apellido del bisabuelo de Bioy Casares (Domecq), o José Tuntar (en alemán “hacer”, “El hacedor”), con el que firmó varios artículos en la revista Multicolor. La pertenencia a la burguesía “atestiguada por el nombre” es elocuente, también la centralidad de sus antepasados y de los contextos político-sociales de su escritura (ser conservador, la decadencia argentina, la violencia del siglo XIX y sobre todo la del XX, como veremos).  

Trascendencia y mortalidad merodean la escritura autobiográfica. En este caso, esa “tercera persona” ignora la fecha de la muerte del autor de la entrada enciclopédica, adjudicada de manera algo pueril e irónica a la desaparición de los periódicos por “unos conflictos magnos” que deja en manos de los historiadores, que los están ¿reconstruyendo?, ¿analizando?, ¿explicando? No: “compendiando”, más cercano a la lógica enciclopédica.

Entre las líneas de ese texto ficcional, no está la vida de Borges, aunque sí su estética y sus artes para biografiar, como en las múltiples referencias biográficas en sus primeras Obras completas que asumen, esta vez en nombre propio, un carácter explícitamente testimonial: “mis limitaciones personales y mis curiosidades dejan aquí su testimonio” (contratapa).

28 de mayo de 1970: “Una razón sentimental”

Cuando le hablamos del tema de la charla —prefirió llamarla así— inmediatamente nos dijo que no hablaba de la campaña al desierto por tener conocimientos históricos sino por una razón sentimental.

Diario La Verdad

Luego de leer el documento de la conferencia, la historiadora no dudaba de su contenido, de inequívocos tonos y temas borgeanos. Sin embargo, le llamó la atención el requerimiento preciso vía radiograma, con fecha 27 de mayo, de la SIPBA a la Unidad Regional VIII de Junín ¿para espiar una conferencia de Borges? Había leído en el mismo archivo, entre otros asuntos, decenas de Informes de la Asesoría Literaria del Departamento Coordinación de Antecedentes de la SIDE (Servicio de Inteligencia del Estado) que analizaban pormenorizadamente libros, revistas, editoriales, canciones, destinados al index de producciones censuradas durante la última dictadura cívico-militar, bajo la fórmula “propicia la difusión de ideologías, doctrinas o sistemas políticos, económicos o sociales marxistas tendientes a derogar los principios sustentados por nuestra Constitución Nacional” (Funes, 2010). Un ejercicio profesionalizado de análisis y posterior censura que había comenzado décadas antes y se había profundizado durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, inspirada en los principios de la Doctrina de Seguridad Nacional, al compás isócrono de la legislación represiva conforme el conflicto social, la radicalización política y la protesta antidictatorial se desplegaba en el contexto de la Guerra Fría. La historiadora, incluso, había publicado algunos artículos sobre el tema y entre los análisis de la “Asesoría Literaria” de la SIDE no había ninguna obra de Borges (Funes, 2007).

El trabajo con documentos de inteligencia requiere reservas deontológicas imprescindibles en el pasaje de lo secreto a lo público, aun cuando se trate de conferencias o mesas redondas públicas (incluso explícitamente políticas), pasadas por el tamiz de la mirada policial. Un principio ético-metodológico, cuando se aborda un documento de los servicios de inteligencia, son las premisas de su lectura. Estos parten de la presunción ideológica de la inversión de la carga de la prueba: todos son sospechosos, cuando no decididamente “culpables”, de “marxismo, comunismo, subversión” hasta que se demuestra lo contrario, y nada de eso podía serle adjudicado a Borges. La primera actitud es dudar frente a un documento construido para el estigma que parte del presupuesto de “registrar a los buenos, para saber quiénes son cuando dejan de serlo”.

La curiosidad fue tal que la historiadora escribió a la biblioteca de la localidad de Junín para averiguar si había alguna nota periodística acerca de la presencia de Borges ese 28 de mayo de 1970. Días después, de manera muy amable, llegó por correo postal la entrevista “Jorge Luis Borges habla de Junín”, publicada en el diario La Verdad, el día en cuestión, horas antes de la conferencia. En esa “charla”, Borges afirmaba que no iba a hablar de la Campaña del Desierto por tener conocimientos históricos sino por una “razón sentimental”:

“—Mi abuelo paterno el Coronel Francisco Borges, cuyo nombre acabo de ver en una calle de Junín, fue jefe de tres fronteras desde 1870 hasta 1874, fecha en que entregó el mando de las fuerzas que comandaba y participó de la revolución de Mitre, muriendo después en el combate de La Verde […]. Para mí significa sobre todo lo que mi abuela me dijo”.

A la pregunta sobre qué estaba escribiendo, Borges anunciaba un libro a publicarse próximamente, de cuentos “directos”: “me he esmerado en su escritura y mi ambición es que el lector crea que no me he tomado ningún trabajo. Ahora estoy haciendo algo a la manera de Chesterton, un argumento que llevo conmigo desde hace quince o veinte años”. (El libro es El informe de Brodie.) También se refirió a un guion cinematográfico que estaba concluyendo junto con Adolfo Bioy Casares para un film del realizador Hugo Santiago (Los otros)[7].

A pesar de la insistencia de quien lo entrevistaba sobre el tema del guion de la película, Borges retornaba, obstinado, a su abuela inglesa hablando de Junín, de Pincén, de Coliqueo, de los fortines y los malones. La entrevista culminaba con un concepto que en el documento de inteligencia ¿se adapta? ¿O fue Borges quien lo adaptó de manera considerada para su auditorio de estudiantes secundarios?: “Junín fue el término de la cultura occidental, fue una especie de muralla de Adriano”, frase que en la conferencia cambió unas horas después por el más modesto “glorioso zanjón de Alsina”.

La entrevista y su contenido refrendaba el documento del agente de inteligencia. Borges estuvo ese 28 de mayo de 1970 hablando de sus antepasados en ese Junín “en el que no había estado nunca”.

Severa aunque discreta vigilancia

Teniendo en cuenta que la acción comunista es muy intensa en nuestro medio en las esferas intelectuales, siendo las universidades, los colegios secundarios y establecimientos similares los lugares preferidos por ellos [...] es imprescindible someter a estos lugares educacionales a una severa aunque discreta vigilancia.

Archivo DIPPBA

La conferencia de Borges está registrada en el legajo Nº 182, Centro Universitario Junín-La Plata, a Mesa “A”, Estudiantil en el Archivo de la DIPPBA[8]. En el legajo se consigna la sede del Centro, el año de su fundación, el carácter de la entidad (social/cultural), que entre otras actividades otorgaba becas a estudiantes para realizar estudios universitarios. Consta además el número de personería jurídica de la entidad y su número de socios. También los nombres, apellidos y documentos de identidad de todos los miembros de la Comisión Directiva de ese año y se especifica que la totalidad de sus miembros son “apolíticos”, no hay “acción comunista” ni “acción disolvente” ya que “todos gozan de buen concepto, conducta y moralidad”.

El formulario es común a las cientos de asociaciones de la sociedad civil registradas por la SIPBA en la Provincia de Buenos Aires: asociaciones colombófilas, teatros independientes, bibliotecas, cooperadoras de escuelas y decenas de etcéteras. Estos paratextos de la conferencia (que se adjuntan y envían junto con ella) permiten reconstruir el marco significante en el que está inscripta la institución organizadora y las enunciaciones y procedimientos de la SIPBA.

Quizá algo extenso para un artículo, pero imprescindible para el argumento, se reproduce textualmente el documento:

Para Información del Sr. Jefe del Scio de Informaciones Policiales. Depto “AyF”

La Plata

Producido por: Delegado del Servicio de Informaciones Policiales. Unidad Regional VIII.

Junín, 28 de mayo de 1970

Asunto: C/radiograma “A y F” Mesa “D”, Nº 59.

En cumplimiento a lo ordenado por esa superioridad en radiograma del epígrafe y ampliando despacho radial de fecha 27 del cte. referente a la conferencia organizada por el Centro Universitario Junín-La Plata, cúmpleme informar lo siguiente:

La misma se realizó en el salón auditorium del Colegio de Abogados del Departamento Judicial de Junín, sito en calle Bme. Mitre 77 de esta ciudad, dando comienzo a las 21.45 hs. con la asistencia de aproximadamente 320 personas, en su mayoría estudiantes secundarios.

Disertó el escritor Sr. JORGE LUIS BORGES sobre el tema “JUNÍN Y LA CONQUISTA DEL DESIERTO”, y entre otros conceptos expresó lo siguiente: “Nuestra historia literaria ya tenemos la epopeya del Martín Fierro, el libro gauchesco por excelencia. La escencia [sic] de esta gesta está en el Facundo de Sarmiento y está perfectamente reflejada en el episodio del gaucho malo, el cual simboliza fielmente la lucha de la civilización contra la barbarie, magna gesta que dará como fruto final la conquista del desierto pampeano”.

“Fue más fácil la conquista de América por los españoles, que la tarea de civilizar nuestro territorio indígena. Porque los imperios mayas, aztecas e incas estaban organizados administrativamente, sus habitantes conocían la agricultura y poseían los conocimientos básicos de distintas ciencias, tales como astronomía y matemáticas. Por tales motivos, la tarea principal para triunfar fue simplemente sitiar ciudades”.

“En cambio, en nuestro país los indios después de una derrota desaparecían como tragados por la llanura y lo difícil era lucha contra ese enemigo casi invisible, refugiados en esa inconmensurable planicie, que nadie conocía mejor que el mismo aborigen”.

“El indio era un elemento de barbarie y en la época que estamos analizando, el mayor problema para la civilización eran los malones, que asaltaban sobre todo las estancias, para alzarse con cautivos y abundantes cabezas de ganados”.

“El gaucho es el otro elemento básico que intervino en todo el desarrollo de esta epopeya del desierto. No todo el gauchaje fue federal, como se cree generalmente, ya que el mismo tenía la característica peculiar de no interesarle las ideas políticas y peleaba para el bando que le ordenaba su caudillo”.

“Pasemos a la historia de Junín, diciendo que su primera población fue en 1823 o 1827, mejor la segunda fecha, y se inició por iniciativa de Rivadavia y colaboraron en su concreción algunos vecinos de San Nicolás. Tuvo mucho que ver en su emplazamiento junto a la margen izquierda del río Salado, el General Mariano Acha, el héroe que fue muerto y degollado por los federales en el combate de Angaco”.

“Mi abuelo el Comandante Francisco Borges fue jefe de las tres fronteras, con sede aquí en Junín, desde 1870 hasta 1874; fecha que renunció a su puesto, para morir gloriosamente en la batalla de La Verde en los pagos de 25 de Mayo cuando Arias lo venció a Mitre”.

“Mi abuela, que era de descendencia inglesa, me ha contado de esa época muchas anécdotas. Entre ellas la forma de parlamentar del cacique Pincén acompañado por su lenguaraz, la disposición que tenía en aquel entonces, lo que hoy es esta pujante ciudad; la forma forzada en que se hacía la mayoría de las levas de soldados fortineros”.

“Refería también mi abuela, que el indio era mejor jinete que el gaucho, a pesar que nunca usaron espuelas y que montaban en su gran mayoría directamente en pelo. Además sus cabalgaduras estaban adiestradas para ser montadas por derecha o izquierda indistintamente sin espantarse”.

“Finalmente, yo diría que la Historia es, y yo esto lo sentí bien cerca en aquellos gloriosos días de septiembre de 1955, algo que se construye a cada momento. Junín fue cuna de la frontera, como lo fue anteriormente a su debido tiempo, el glorioso zanjón de Alsina”.

Con estas palabras finalizó el Sr. Borges su exposición, no habiéndosele formulado ninguna pregunta al respecto por los asistentes. Siendo las 23 hs. de ayer, finalizó la conferencia sin novedad”.

En algunas investigaciones, hemos denominado “espía preventiva” a una de las dinámicas rutinarias que se muestran elocuentes en los documentos del Archivo de la DIPPBA. También las había más focalizadas, como se advierte en la mesa “C” (Comunismo) y sobre todo en la Mesa “DS” (Delincuente Subversivo) (Funes, 2010). Un ejemplo de esa espía preventiva: un legajo titulado Personas que establecieron contactos con embajadas comunistas”, también producido por la Regional VIII con asiento en Junín, en 1964. El título transpira “guerra fría” y antes de leerlo podría despertar imaginaciones detectivescas, misterios, traiciones, enigmas. Está muy lejos de eso:

“[Nombre y apellido] de la localidad de Mauricio Hirsch, partido de Carlos Casares, argentino, 12 años de edad, concurre a la Escuela Nº 6 de la mencionada localidad de Hirsch, cursando el 6to grado primario, siendo la directora de dicho establecimiento la Sra. […]. El padre […] es casado, instruido, agricultor ganadero […] de ideología política Radical del Pueblo. El menor no tiene ideología definida debido a su corta edad y el haber solicitado datos sobre otro país se debe a que la directora del mencionado establecimiento ordenó que todos los alumnos que cursan 6to grado soliciten a países europeos con fines culturales, material ilustrativo de los mismos”. (Archivo DIPPBA, Mesa C)

El legajo incluye a niños y niñas que solicitaron material didáctico por correo postal a embajadas de países pertenecientes a la órbita soviética. En el informe general se aclara que los maestros recomiendan a los estudiantes enviar cartas para realizar trabajos escolares. Sin embargo, culmina con una alerta: “inician un contacto que podría derivarse en casos de países pertenecientes al bloque comunista hacia la propaganda política”. No habría que trivializarlo: esos niños y niñas quedaron fichados en el Archivo. Los largos tentáculos del pulpo de la SIPBA llegaban a cada rincón de la Provincia de Buenos Aires, un panóptico de vigilancia, connotación y una infraestructura montada que tuvo una gran incidencia en el circuito represivo de la última dictadura militar[9].

Como se señala en el epígrafe, para los servicios de inteligencia los establecimientos educativos y sus periferias (agregaríamos) eran muy permeables a la “infiltración comunista”, de allí la recomendación procedimental e ideológica de una “severa aunque discreta vigilancia”. Podemos deducir, entonces, que el “blanco” de la “búsqueda” (en el idioma de la “inteligencia”) estaba más cerca de esa rutina preventiva y de la reunión de personas entre las cuales había estudiantes secundarios y postulantes para los estudios universitarios y menos en Borges[10].

A esa espía preventiva de la entonces SIPBA se sumaba otra inquietud. Conforme los servicios de inteligencia se articularon hasta conformar la denominada “Comunidad informativa”, construyeron a nivel nacional una agenda de “efemérides” en las que potencialmente podría activarse el conflicto social (protestas, movilizaciones, huelgas). Por ejemplo: 1 de mayo (Día del Trabajador), 17 de octubre (1945, movilización obrera y sindical para exigir la liberación de Juan Domingo Perón), 9 de junio (1956, fusilamientos de José León Suárez), 8 de octubre (1967, asesinato del Che Guevara), entre muchas otras fechas que agregaban alertas a su “calendario de trabajo”[11].

Y aquí la fecha de la conferencia ilumina otros sentidos: al día siguiente,         se cumplía un año del Cordobazo (protesta del movimiento obrero y estudiantil, considerada una bisagra en la historia argentina y que le costara la renuncia al presidente de facto general Juan Carlos Onganía). La SIPBA llegaba, por ejemplo, a ese centro cultural social y —por extensión— a Borges. El calendario, sin embargo, no previó la espectacular y dramática escena que marcó a fuego las dinámicas políticas del país: la aparición de la organización político-militar Montoneros, la demanda del cadáver de Eva Perón y el secuestro y posterior asesinato de Pedro Eugenio Aramburu.

 


También nos escriben

La historia universal es un texto que estamos obligados a leer y a escribir incesantemente y en el cual también nos escriben.

Jorge Luis Borges (1974: 1145)

Es conocida la afición de Borges por la lectura, el análisis y la escritura de tramas policiales. En la primera antología de relatos policiales del país (Diez cuentos policiales argentinos, 1953), su compilador, Rodolfo Walsh, señalaba la inauguración del género a partir de la aparición de Seis problemas para don Isidro Parodi, escrito por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares con el seudónimo H. Bustos Domecq, en 1942[12].

Borges defendía ese “género menor”, incluso proponía efectos pedagógicos en épocas en que no solamente lo sólido se desvanecía en el aire, sino que las violencias del siglo XX se le manifestaban perturbadoras y peligrosas. En una clave iluminista sentencia:

“En esta época nuestra, tan caótica, hay algo que, humildemente, ha mantenido las virtudes clásicas: el cuento policial. Ya que no se entiende un cuento policial sin principio, sin medio y sin fin. Yo diría, para defender la novela policial, que no necesita defensa; leída con cierto desdén ahora, está salvando el orden en una época de desorden”. (Borges, 1986: 80)

El tema del orden, la violencia, las “tiranías”, sobre todo su experiencia del primer peronismo y los horizontes emancipatorios de los años 1960, está metaforizado o explicitado muchas veces en Borges, en la ficción y en proclamas públicas[13]. Y cada vez más cuando el país transitaba un período de efervescencia social y política revolucionarias, además del fracaso dictatorial para evitar el inminente retorno de Perón. Un nudo gordiano del pasado que el campo político y cultural ha debatido y auscultado con fruición y la historiografía del tiempo presente ha reconstruido y analizado con documentos, análisis y debates, aún en curso, que nos desviaría de los objetivos de este artículo (aunque estamos pensando en otro sobre el tema).

Regresando, entonces. Esta vez el escritor fue escrito por un agente policial, ya no el personaje sino el mismísimo Jorge Luis Borges, sujeto de un escribiente que dejó la marca secreta de su relato en el legajo de un archivo de inteligencia. La conferencia está decentemente escrita, obviamente es una síntesis. El texto refiere con precisión que comenzó a las 21.45 y concluyó a las 23 horas y no hubo preguntas. Excede largamente la página y media a un espacio en máquina de escribir, pero el escribiente, prolijamente consignó “entre otros conceptos”, no aspiraba a la totalidad del relato (quizá porque con ese escrito quedaba salvada cualquier sospecha).

Como hemos desarrollado, Borges apeló a sus linajes biográficos juninenses en esa conferencia, reconocibles y verificables aún atravesados por el texto policial. El “sin novedad” del final es metonímico de “sin política, sin conflicto, sin ideologías peligrosas”. Pero es elocuente la relación entre “las fronteras bárbaras del siglo XIX” y “aquellos gloriosos días de septiembre de 1955”, frase explícitamente ideológico-política que no parece mellar el “sin novedad”.

El antiperonismo de Borges fue evidente y categórico, el anudamiento tiranía-Rosas-Perón también, como en tantas referencias e interpretaciones en torno a la civilización / la barbarie, el antiperonismo / el peronismo, sobre las que se abriría una ventana geométrica y casi eterna en la obra de Borges y en la cultura política del país. Esa mención en la conferencia sobre el Martín Fierro y el Facundo es una cifra sobre sus interpretaciones genealógicas de la violencia y su paralelo en escorzo en el siglo XX argentino. Otro tanto la manipulación de los caudillos en las montoneras decimonónicas bárbaras: “no todo el gauchaje fue federal, como se cree generalmente, ya que el mismo tenía la característica peculiar de no interesarle las ideas políticas y peleaba para el bando que le ordenaba su caudillo”, temas abordados por la literatura, la crítica literaria, el ensayo de interpretación y las ciencias sociales hasta el presente y nada dice que no será en los futuros del pasado.  

El encadenamiento dictadura-peronismo-persecución-policial-conferencia fue escrito por Borges (1999: 123) en modo autobiográfico:  

“En 1950 me eligieron presidente de la Sociedad Argentina de Escritores […] uno de los pocos bastiones contra la dictadura. […] Recuerdo la última conferencia que se me permitió dar allí. El público, bastante escaso, incluía a un policía muy desconcertado que hacía con torpeza todo lo posible por anotar algunos de mis comentarios sobre el sufismo persa. Durante ese período gris y desesperanzado, mi madre, que andaba por los setenta años, estuvo bajo arresto domiciliario. Mi hermana y uno de mis sobrinos pasaron un mes en la cárcel. Yo mismo tenía un agente pisándome los talones; al principio lo llevaba a dar largos paseos sin rumbo fijo y finalmente me hice amigo suyo”.

La mención real o imaginada se tornó crudamente “material”, sin lirismos ni imaginaciones, esa tarde en Junín, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, 20 años después. Y el escribiente policial fue mucho menos torpe que aquel que intentaba anotar sus comentarios en la conferencia de la SADE sobre el sufismo persa.

Nada de este artículo sobre la obra de Borges es original, excepto ese singular texto del escribiente en la no menos singular coyuntura histórica, sobre la que podríamos expandirnos con más solidez y menos riesgo que en este artículo, pero no es el objetivo propuesto para este ejercicio interpretativo de anudar Archivo y Biografía.

Es posible pensar encuentros y dispersiones entre biografía y archivo. Ambos se organizan en el eje espacio/temporalidad y el orden narrativo es un orden construido performativamente. Sin embargo, también hay bifurcaciones entre ambos. La autobiografía propone un pacto de lectura expresivo de la textura de la palabra: lo que muestra, lo que calla, lo que esquiva un “yo” subjetivo, testimonial, ficticio. El archivo, por el contrario, se afirma en la contundencia de la prueba, la atestación, el anclaje fáctico (Arfuch, 2008: 149).

En este caso singular, esa relación se tensa. La residencia de la conferencia en un archivo de espía político-ideológica implica que la original narración oral fue mediada por el escribiente policial, para quien la biografía de Borges está subalternizada. Al escribiente no le interesaban los avatares de los recuerdos juninenses del conferencista ni las genealogías de sus antepasados. Aun cuando rescate con aparente “fidelidad” algunos pasajes, escogió algunos párrafos para demostrar que en ese relato y en ese recinto no había “disolventes” ni “comunistas” y el imperativo que lo animaba era menos Borges que ese ese centro cultural social, sujeto de la espía como parte de la dinámica de la SIPBA. Se traman con disonancias y no sin puntos de fuga tres narrativas y tres sentidos: la del relato biográfico/autobiográfico, la mirada de un Otro que interpreta y escribe como guardián y mandato (el arconte al que remite la palabra “archivo”) y la de quien recupera esa tensión a partir del legajo documental que asoció ambos y proyecta alguna pregunta sobre espacios biográficos y memorias subjetivas acerca del pasado. ¿Será Borges, para una generación político-literaria de nuestro país, un despertador de biografías en tiempos de giros subjetivos? Vayan dos ejemplos.

Una de las mayores especialistas en su obra, Beatriz Sarlo, escribió un libro para anudar el relato de Montoneros sobre el secuestro y asesinato de Aramburu, el cadáver de Eva Perón y un cuento de Borges, justamente, de El informe de Brodie (“El otro duelo”), en el que el extremo excepcional de las pasiones se crispa de manera inusual. El libro de Beatriz Sarlo comienza y culmina con “la pregunta sobre la excepcionalidad de una mujer, el asesinato de Aramburu y unos textos de Borges, leídos en el mismo momento en que se desarrollaban otros hechos decisivos, tuvo, como se dijo al comienzo, un origen biográfico” (Sarlo, 2005: 232; las itálicas nos pertenecen).

Otro referente del análisis borgeano, Ricardo Piglia, lector, divulgador y escritor, entre otros destinos literarios, de cuentos policiales, sobre ellos, terminalmente enfermo, regresaba al personaje de ese intuitivo descifrador de misterios, el detective Croce, devenido comisario. En el cuento “La conferencia” imagina un personaje que es, sin dudas, Borges —demasiados guiños permiten identificarlo y, quizá identificarse (Piglia, 2018). La trama transcurre en un pueblo de La Pampa en el que “Borges” iba a dictar una conferencia sobre el cuento policial. Ese mismo día el director técnico de un seleccionado de fútbol daba una charla que amenazaba con restarle casi todo el público. La organizadora, preocupada, va a buscar al comisario Croce para pedirle que engrosara el público. El relato del conferencista sobre el cuento policial es seguido no sin diferencias por el astuto, pero para nada secreto, comisario Croce. En la cena intercambian esas diferencias y descubren sorpresivas y fraternales afinidades (ambos recitan de memoria el Martín Fierro) y Croce le acerca un caso policial que terminan resolviendo, dialógicamente, ambos.

¿Qué hubiera inventado la interminable imaginación de Borges si hubiera leído o le hubieran leído el texto del escribiente? Pregunta retórica porque lo contrafáctico o lo ucrónico no es recomendable para el ejercicio de la historia. Menos aún para quien lleva un sello borgeano-biográfico inscripto en su experiencia.

Referencias bibliográficas

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ARFUCH, Leonor. (2007). Vidas de escritores. En El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea, pp. 157-176. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

ARFUCH, Leonor. (2008). Crítica cultural entre política y poética. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

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ARFUCH, Leonor. (2013b). “Identidad y narración: devenires autobiográficos”. Vertex, 108, 127-131.

ARFUCH, Leonor. (2018). La vida narrada. Memoria, subjetividad y política. Villa María, Córdoba: Eduvim.

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BORGES, Jorge Luis (1986). Borges oral. Buenos Aires: Emecé - Editorial de Belgrano.

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PROGRAMA DE GESTIÓN Y PRESERVACIÓN DE ARCHIVOS, COMISIÓN PROVINCIAL POR LA MEMORIA. (2015). “La DIPPBA va a la Universidad. El registro de la vida universitaria por la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires”. Aletheia, 6-11, 1-16. Disponible en: https://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.6972/pr.6972.pdf [consulta: noviembre de 2023].

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SARLO Beatriz. (2005). La pasión y la excepción. Buenos Aires: Siglo XXI.

Documentos

Archivo DIPPBA (Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires):

* Mesa A, Estudiantil. Legajo Nº 182. “Centro Universitario Junín-La Plata”. 1970.

* Mesa C, Comunismo. Varios. Legajo Nº 25 “Informaciones que se requieren para el normal funcionamiento del Departamento y la mesa respectiva”. 1957.

* Mesa C, Comunismo. Varios. Legajo Nº 254 “Personas que establecieron contactos con embajadas de países comunistas”. 1964.

* Mesa Doctrina. Legajo Nº 43 “Anteproyecto función y actividades de la DIGPBA”, s/f.

Diario La Verdad, Junín, Provincia de Buenos Aires:

* “Jorge Luis Borges habla de Junín”. 28 de mayo de 1970.


[1]        Notas

         La Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPPBA) se creó en 1956 y —con diferentes rangos y denominaciones— funcionó hasta 1998. El edificio donde funcionaba y su archivo fueron cedidos por ley provincial (2000) a la Comisión Provincial por la Memoria. El archivo es un pormenorizado registro de espionaje, seguimiento y análisis para la persecución político-ideológica. Sobre el Fondo Documental DIPPBA, sus instrumentos descriptivos y la Comisión Provincial por la Memoria, véase https://www.comisionporlamemoria.org/archivo/la-dippba/. En 1970, se denominaba Servicio de Informaciones de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (SIPBA). El archivo lleva el nombre técnico de la última denominación de esa dependencia: Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPPBA).

[2]         “Mi madre me dijo que parecía el nombre de un peón brasilero […]. Eso vino porque yo quise firmar alguna vez Isidoro Borges. Pero, bueno, mi madre me disuadió juiciosamente, creo” (Alifano, 1996: 120).

[3]         Entre los poemas a sus antepasados: “Inscripción sepulcral”, “Isidoro Acevedo”, “Alusión a la muerte del coronel Francisco Borges (1833-1874)”, “Poema conjetural”, “Página para recordar al coronel Suárez, vencedor en Junín”, “Junín”, “Coronel Suárez”, “La suerte de la espada”. Entre los cuentos ambientados en el partido de Junín, vaya como ejemplo “El Evangelio según San Marcos” (El Informe de Brodie), publicado en agosto del mismo año que la conferencia de Junín. 

[4]         An Autobiographical Essay se publicó en la revista The New Yorker en setiembre de 1970 con el título Autobiographical Notes. Fue traducida al español parcialmente hasta que en el centenario de su nacimiento se publicaron dos traducciones: una fue editada por El Ateneo, en Buenos Aires; la otra, por Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores y Emecé, en Barcelona. Aquí se cita la primera.

[5]         Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929) están precedidos por nuevos prólogos fechados en 1969.

[6]         “Hay en los géneros biográficos un desdoblamiento de sí que equipara en cierto modo al biógrafo con el autobiógrafo: el primero, para construir su personaje debe realizar una inmersión en la vida de otro; el segundo, al objetivar su relato, realiza un extrañamiento de sí para verse con los ojos de otro” (Arfuch, 2013a: 49).

[7]         No era la primera vez que colaboraba en un guion cinematográfico. Ese mismo año se estrenaba La invasión, dirigida por Hugo Santiago Muchnik, con un guion escrito por el director, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. La película Los otros (Les autres) se rodó en Francia y, después de algunas dilaciones, se estrenó en 1974, cuando Hugo Santiago se había radicado definitivamente en París.

[8]         El archivo guarda una lógica de búsqueda y organización de la información en factores y mesas. Los factores político, social, económico, religioso, estudiantil, laboral, centralizaban la información recabada en el territorio, que luego era analizada y procesada —con el fin de producir inteligencia— a través de la estructura de secciones o mesas. 

[9]         La Unidad Regional VIII integró un circuito de persecución, detención e incluso de desaparición forzada de personas junto con la Unidad Penitenciaria N° 13 y el Destacamento Morse, pertenecientes a la denominada Subzona 13. El personal actuaba bajo los mandos militares del Primer Cuerpo de Ejército, representado por el jefe del Comando de Artillería 101 de Junín.

[10]         Respecto de la espía político-ideológica en el ámbito universitario, véase Programa de Gestión y Preservación de Archivos, Comisión Provincial por la Memoria (2015). 

[11]         La Comunidad Informativa tuvo como función coordinar y centralizar los distintos organismos de inteligencia del Estado: Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE), Servicio de Informaciones del Ejército (SIE), Servicio de Informaciones Naval (SIN), Servicio de Informaciones Aeronáuticas (SIA), de la Policía Federal y de la Policía Bonaerense.

[12]         Ambos también se ocuparon de la difusión del género como directores de la colección “El Séptimo Círculo” para la editorial Emecé, en la que publicaron clásicos del género entre 1945 y 1956.

[13]         Véase, por ejemplo, la nota enviada por Borges a la Comisión Promotora de Concentración Cívica en pro de la República que, con distintos títulos, se publicó en los diarios La Prensa y La Nación el 28 de mayo de 1971.