El reordenamiento de la vida cotidiana en la pandemia: intimidad, afectos y cuidados

The Reordering of Daily Life in the Pandemic: Intimacy, Affection and Care

Carolina Duek

https://orcid.org/0000-0002-3103-0363

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales

Universidad de Buenos Aires

duekcarolina@gmail.com

Fecha de envío: 19 de febrero de 2024. Fecha de dictamen: 20 de agosto de 2024. Fecha de aceptación:4 de setiembre de 2024.

Resumen

La pandemia irrumpió en la cotidianeidad modificando los tiempos, los espacios, los desplazamientos, los vínculos y las formas de trabajar. Todas las rutinas, la organización doméstica y familiar, se vieron atravesadas por una nueva situación que exigía una serie de cuidados respecto de la salud pero, también, la reconfiguración de las formas de vida que se conocían hasta entonces. En este artículo nos centraremos en la experiencia de mujeres profesionales con niños y niñas a cargo durante la cuarentena en particular y en la pandemia en general de Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Provincia de Buenos Aires y el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). El objetivo es reconstruir, mediante sus palabras y desde una perspectiva cualitativa, la experiencia subjetiva de las transformaciones y continuidades que atravesaron la pandemia en relación con el espacio doméstico, el espacio público y el íntimo. La hipótesis que organiza este artículo sostiene que el cierre de instituciones y la reclusión doméstica fueron situaciones de alta sobrecarga laboral, emocional y material para las mujeres con hijos, lo que supuso una pérdida de espacios personales. Esta sobrecarga no se vincularía solo con tareas de cuidado sino con el empeoramiento de las condiciones de trabajo, de concentración y de individualización de cada una de ellas en el contexto de la imposibilidad de traslados y de movimientos. Este artículo se propone contribuir a la descripción y al análisis de la cotidianidad en pandemia y de las dimensiones familiares, sociales, laborales y vinculares que se desplegaron de diversas maneras en la experiencia subjetiva de mujeres profesionales.

Abstract

The pandemic drastically affected everyday life, modifying times, spaces, movements, connections and ways of working. All routines, domestic and family organization were affected by a new situation that required a series of health care tasks but also the reconfiguration of the ways of life that were known until then. In this article we will focus on the experience of professional women with children under their care during lockdown in particular and the pandemic in general from the City of Buenos Aires, the Metropolitan Area and the province of Buenos Aires. The objective is to reconstruct, through their words, from a qualitative perspective, the subjective experience of the transformations and continuities that the pandemic implied in relation to the domestic, the public and the intimate space. The hypothesis that organizes this article states that the closure of institutions and the domestic confinement were situations of high emotional, work and material burden for women with children, which entailed the loss of personal spaces. This overload would not only be linked to care tasks but also to the worsening of working conditions, their concentration and individualization in the context of the impossibility of mobility. This article aims to contribute to the description and analysis of everyday life during the pandemic and the family, social, work and relational dimensions that unfolded in different ways in the subjective experience of professional women.

Palabras clave: pandemia; espacios; vida cotidiana; mujeres.

Keywords: pandemic; spaces; everyday life; women.


Introducción

La pandemia por Covid-19 irrumpió en la cotidianeidad modificando los tiempos, los espacios, los desplazamientos, los vínculos y las formas de trabajar y de cuidar. Desde el 20 de marzo de 2020, en Argentina se dispuso el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) y todas las rutinas, la organización doméstica y familiar se vio atravesada por una nueva situación que exigía una serie de cuidados respecto de la salud pero, también, la reconfiguración de las formas de vida que se conocían hasta entonces. La escolaridad presencial se suspendió, los trabajos fueron clasificados como esenciales y no esenciales, se establecieron medidas de higiene inéditas (uso de alcohol en gel, distanciamiento social, uso de barbijos, entre otras) y se cerraron espacios públicos de ocio y entretenimiento.

Para cada familia, sujeto, institución y organización la pandemia y la reclusión doméstica supusieron cambios en las dinámicas de funcionamiento (Montero Rodríguez, 2021). En este artículo nos centraremos en la experiencia de mujeres profesionales con niños y niñas de diferentes edades a cargo durante la cuarentena en particular y la pandemia en general. El objetivo es reconstruir, mediante sus palabras, la experiencia subjetiva de las transformaciones y continuidades que atravesaron la pandemia en relación con el espacio doméstico, el espacio público y el íntimo. La hipótesis que lo organiza sostiene que el cierre de instituciones y la reclusión doméstica fueron situaciones de alta sobrecarga para las mujeres con hijos y supusieron una pérdida de espacios personales al tener que pasar la totalidad de los días en el mismo espacio que sus convivientes. Esta sobrecarga no se vinculará solo con tareas de cuidado sino con el empeoramiento de las condiciones de trabajo, de concentración y de individualización de cada una de ellas en el contexto de la imposibilidad de traslados y de movimientos (en caso de no ser parte de las trabajadoras “esenciales”). Según el informe de Rulli (2020) para ONU Mujeres, la relación entre el mercado de trabajo y las mujeres fue muy desigual en relación con los varones en tiempos de pandemia por la omnipresencia de tareas de cuidado de niños, niñas, adolescentes y, en muchos casos, de adultos mayores y personas con discapacidad. UNICEF (2020) relevó que el 90% de las tareas de cuidado en la cuarentena fueron realizadas por mujeres y, siguiendo a Arza (2020), los tipos de cuidado también variaron en función de su intensidad y estuvieron mayoritariamente a cargo de mujeres. El cuidado directo, el indirecto y la supervisión son tres modalidades que se desplegaron especialmente durante la pandemia e incluyeron actividades tales como el cuidado personal, las tareas domésticas y la supervisión y el monitoreo de otros hogares y espacios. Si bien en algunos países se mostró una tendencia al cambio de distribución de tareas domésticas, lo que prevaleció fue la desigualdad entre hombres y mujeres resultando en una sobrecarga para ellas (Meneses Medina, 2023). A su vez, las emociones vinculadas con el encierro aparecieron con claridad en diferentes momentos de la pandemia y de la reclusión: la ansiedad, la incertidumbre, la angustia y la preocupación fueron algunas de las más recurrentes en los primeros meses de encierro (Koury, 2020; Cervio, 2020) para, luego, transformarse en hastío y desgaste. Todo el contexto fue peculiar y se pudieron constatar las muchas actividades, dinámicas y los apoyos con los que todos los miembros de la sociedad cuentan en su cotidianeidad. La pandemia supuso la interrupción de lo que se daba por sentado de la vida familiar laboral, social, educativa y doméstica y exigió redefinición y cambio con poco tiempo de adaptación (Moguillansky y Duek, 2024). Y, siguiendo a Segura y Pinedo (2022: 4), la pandemia debe entenderse “como un «proceso» antes que como un suceso o un acontecimiento específico, que involucró e involucra temporalidades heterogéneas, escalas diversas y efectos situados”.

Acerca del diseño metodológico

Para el presente artículo, se seleccionaron algunos de los relatos que forman parte de un corpus mayor de entrevistas que se realizaron en el marco del proyecto PIP “Pandemia y vida cotidiana” (2022-2024), dirigido por Marina Moguillansky (con mi codirección), que fueron seleccionados como síntesis de muchas otras entrevistas realizadas a mujeres con perfiles similares que se encuentran en la unidad hermenéutica del proyecto. Si bien los relatos que aquí presentamos no son representativos de la totalidad del conjunto de mujeres profesionales argentinas, sí lo son respecto de las mujeres profesionales del corpus (en el que se encuentran más de 14 casos).

Las entrevistas del proyecto fueron realizadas a informantes varones y mujeres habitantes de la Ciudad de Buenos Aires, del Área Metropolitana de Buenos Aires y de algunas regiones de la Provincia de Buenos Aires (Tandil y La Plata, por ejemplo), con el objetivo de sistematizar las experiencias subjetivas de la cotidianeidad de la pandemia en dimensiones analíticas tales como la reclusión, la socialización, los consumos culturales, el trabajo, las tareas de cuidado y los posicionamientos políticos. En total se realizaron 78 entrevistas a adolescentes, jóvenes adultos y adultos, entre enero y agosto de 2022, con una distribución equitativa entre varones y mujeres (40 y 38, respectivamente), que fueron desgrabadas y constituidas como unidad hermenéutica que se codificó utilizando el software Atlas.ti con un libro de códigos construido intencionalmente para el análisis de cada uno de los relatos. El análisis realizado fue, por un lado, de contenido de cada una de las entrevistas y, por otro, transversal para identificar similitudes, continuidades, diferencias y características vinculadas con la clase, la zona de residencia, el género y la composición familiar (entre otras dimensiones). La distribución del nivel socioeconómico en la unidad hermenéutica es pareja entre sectores populares, clase media y clase media alta, lo que permite tener un panorama (si bien no representativo) de un arco de experiencias atravesadas por desigualdades preexistentes que se potenciaron en la situación de la excepcionalidad de la pandemia (Benza y Kessler, 2021; Dalle, 2022). Algunas de las dimensiones tomadas en cuenta para la construcción del indicador de nivel socioeconómico fue la vivienda, el tipo de trabajo (aunque no el salario explícitamente), si tenían cobertura de salud o si recurrían al sistema público y el tipo de establecimiento educativo de sus hijos (público o privado).

Las entrevistas fueron realizadas por diferentes miembros del equipo con un instrumento diseñado con preguntas abiertas que invitaban a la conversación en relación con las dimensiones analíticas mencionadas, que son las que ordenan la progresión teórica y conceptual del proyecto-marco. Cada relato se compone de una entrevista a cada informante que duró, en promedio, una hora y consistió en una conversación presencial y/o virtual (mediante videollamada de WhatsApp o de Google Meet) en los casos en los que los y las entrevistados así lo preferían.

La elección de mujeres profesionales de clase media a cargo de niñas y niños nos permitirá aproximarnos a la construcción de un espacio de experiencias insustituible que se manifiesta en los relatos de cada una de las entrevistadas. Entre esas mujeres profesionales hay una médica que fue trabajadora esencial y una abogada de un juzgado de familia, una economista que trabaja en Gendarmería Nacional y una periodista autónoma cuyas tareas no fueron consideradas esenciales. Será mediante sus testimonios que analizaremos la relación de los espacios públicos y privados, las continuidades y cambios en la subjetividad y las emociones vehiculizadas por la experiencia misma de atravesar una pandemia.

Espacios y movimientos

Román Gubern (1987) analizó la relación entre el espacio público y el privado a la luz de los nuevos dispositivos electrónicos y de las potencialidades de sus usos. Pedir comida, trabajar remotamente, hacer las compras de la casa, interactuar con amigos y colegas, estudiar, ver películas, series y escuchar música se hicieron posibles en la comodidad del hogar. Gubern habla del hogar como “cueva aterciopelada” (concepto que describió metafóricamente Ernest Dichter) para dar cuenta de la forma en que la reclusión doméstica se vincula con la ampliación del acceso a bienes y servicios desde y dentro del hogar. El autor plantea la existencia de una dialéctica de la socialización contemporánea: la masificación de eventos en el ámbito público y la potenciación del ocio y del trabajo desde el espacio doméstico. La tensión entre la extroversión pública y la reclusión hogareña no tiene, para Gubern, una resolución lineal. Cuestiones vinculadas a la pertenencia de clase y a las posibilidades de acceso a bienes materiales y simbólicos se conjugan con las limitaciones de espacio, de tiempo y de recursos económicos de los sectores populares que buscan en el espacio público el ocio y el confort que en sus ámbitos domésticos no tienen.

Quienes acceden a ciertos niveles de confort doméstico y pueden adquirir dispositivos electrónicos que favorezcan una mediación con el “afuera”, tienden a buscar potenciar los usos de esa intermediación. Porque, no muy curiosamente, la vida social implica movimientos, traslados, horarios, rutinas e intercambios con otros. Gubern remarca, a su vez, que la tendencia a la reclusión hogareña coincide temporalmente con una crisis de la familia nuclear que se evidencia en, al menos, dos dimensiones: el cuestionamiento de la “familia” como centro de la vida de cada uno de sus miembros, sus variantes, dinámicas y modalidades (el ascenso imparable de la tasa de divorcios, por ejemplo); y la segmentación de los consumos culturales y de los horizontes de interés de cada uno de sus miembros. Incluso contando con el confort doméstico, cada uno de los miembros del hogar atraviesa su cotidianeidad de forma individualizada con el apoyo (limitado o no) de los recursos que le brinda el acceso a los dispositivos electrónicos. Vivir con otros pero consumir películas, series, libros, música con el auxilio de auriculares y de pantallas individuales (más grandes o más chicas) es hoy una posibilidad real para las clases medias que acceden a la conectividad de algún modo.

Ahora bien, la irrupción de la pandemia y del confinamiento como forma de atravesar las limitaciones de movilidad se vinculó de diferentes maneras con los dispositivos y con la organización previa en cada hogar y en cada conformación familiar. Por un lado, la movilidad y la convivencia se puso en cuestión: si no se consideraba el trabajo o la condición como especial para autorizar la movilidad (tratamientos, enfermedades crónicas, entre otras posibilidades), todas las actividades laborales debían suspenderse o realizarse desde los hogares. Por otro lado, las escuelas, como gran centro de educación, socialización y construcción de rutinas, se cerraron y pasaron a ser de maneras desparejas, desiguales e inconstantes, no presenciales. Finalmente, el contacto con pares, familiares no convivientes, colegas y amigos se vio limitado e impedido por la potencialidad y peligrosidad del contagio: la distancia social impuesta por decreto junto con el miedo a la enfermedad construyó un muro entre cada hogar y los demás por un tiempo determinado y con consecuencias diferentes en cada caso.

La reclusión hogareña o la “claustrofilia” que describe Gubern en su texto no se despliega del mismo modo en tanto elección subjetiva que cuando es parte de un impedimento que tiene como consecuencia una sanción. La elección de priorizar el ocio y el trabajo doméstico en un contexto que permite el afuera como potencialidad no puede equipararse con el impedimento absoluto de circular, de moverse y el cierre de espacios, instituciones y vínculos. Durante la pandemia, moverse sin un permiso suponía una violación de las normas vigentes. Lo que el autor no nos permite resolver es la tensión entre el control y la autonomía de los sujetos para elegir los espacios de sus actividades en un contexto de excepcional supervisión y sanción. Es por ello que la reclusión obligada, excepcional y extendida en el tiempo, no puede analizarse solo con las herramientas que planteaba Gubern en la dialéctica de la socialización, sino que es indispensable recurrir a otras que permitan pensar la subjetividad, las emociones y los relatos.

Sin embargo, sí es posible retomar sus ideas en relación con los procesos sociales, culturales, económicos y políticos para indagar en las experiencias subjetivas del encierro durante la pandemia e identificar las formas en que los espacios públicos, privados e íntimos se reconfiguran a la luz de la reclusión obligatoria y de la construcción simbólica, pero, también, material del afuera como un espacio peligroso, riesgoso y prohibido. Salir, moverse e interactuar presencialmente con otras personas fueron actividades que estuvieron fuera de los límites de gran parte de la población mundial durante los años que duró la expansión del virus.

Espacio biográfico, palabras y entrevistas

La reconfiguración de los espacios y de la vida social fue, como dijimos, diferente para cada historia personal y familiar. Es por ello que, en términos metodológicos, reviste cierta complejidad la búsqueda de experiencias y rasgos comunes de la vida en pandemia y la reclusión doméstica. Retomando el trabajo central de Leonor Arfuch (2002) sobre el espacio biográfico, desarrollaremos cuatro relatos de mujeres profesionales de clase media: entendemos al espacio biográfico como horizonte analítico que permite dar cuenta “de la multiplicidad, lugar de confluencia y de circulación, de parecidos de familia, vecindades y diferencias” (Arfuch, 2002: 22) que permiten delimitar universos específicos. Será en la búsqueda de continuidades, similitudes y diferencias que encontraremos, en los relatos, los marcos subjetivos en y con los cuales atravesaron estas mujeres la pandemia.

Si bien sabemos con Bourdieu (1999) que toda entrevista supone una artificialidad, en tanto el dispositivo mismo ubica a entrevistadores y entrevistados en un espacio construido para provecho de uno de ellos, que “extrae” un testimonio del otro para fines ajenos a esa entrevista en sí, coincidimos con Arfuch (2002) en que la entrevista condensa los tonos de la época porque quienes tienden a buscar ciertos niveles de “verdad” en lo que se dice, dan cuenta del afán del registro de esa experiencia, en ese momento y de ese modo. La búsqueda de la “voz y la experiencia de los sujetos y con el énfasis testimonial” (Arfuch, 2002: 24) es uno de los vectores del nuevo siglo. Es por ello que la dimensión biográfica es, para Arfuch (2002: 29), un espacio intermedio entre lo público y lo privado que “operará prioritariamente, como orden narrativo y orientación ética, en esa modelización de hábitos, costumbres, sentimientos y prácticas que es constitutiva del orden social”. No es tan crucial el contenido específico de un relato ni su veracidad, sino las estrategias ficcionales de autorrepresentación. Cómo se muestra alguien frente a un otro, qué palabras y estructuras elige consciente o inconscientemente para hacerlo, qué hechos jerarquiza, cómo los narra, mediante qué mecanismos y con qué despliegue de emociones, gestos y tonos.

Vivir una pandemia como adulta profesional, madre, esposa o exesposa, a cargo de un hogar cuyas rutinas estallaron cuando se desarmó el entramado social e institucional que sostenía la vida de ese núcleo familiar, no fue sencillo. Veremos, mediante la presentación de las cuatro entrevistas seleccionadas, cómo caracterizan, narran, describen y despliegan la experiencia vivida en relación con su propios relatos, contextos y marcos interpretativos preexistentes.

Habitar el encierro: la elección como clave

Mencionamos que no era lo mismo elegir permanecer en el hogar con la mediación de la tecnología como herramienta que ser confinados por una pandemia con un afuera amenazante y abrumador para el cual no había información suficiente. El encierro fue, en todo el mundo, una novedad que cada gobierno de turno administró con medidas en función de sus características económicas, poblacionales, culturales y habitacionales y que tuvo efectos diferenciales en sus habitantes (Heredia, 2022).

Marina es abogada y tiene 42 años. Vive en Wilde, Provincia de Buenos Aires. Trabaja en un juzgado de familia del Poder Judicial de la Nación en Ciudad Autónoma de Buenos Aires y es docente de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Vive con su marido y sus dos hijos, que tenían 3 y 13 años al comienzo de la pandemia. Marina relata que, cuando se decretó el ASPO, para ella fue un sueño:

“A mí me encanta mi trabajo, la felicidad de poder estar dentro de mi casa era un sueño realmente. Pensamos aparte que eran quince días y estábamos chochas [ella y sus compañeras del juzgado]. «Wow qué bueno, vamos a poder despachar expedientes, no sé, un fin de semana». Si la nena está enferma, voy a poder quedarme en casa. Ay qué bien, no se me acumula la pila [de expedientes]”.

En la misma línea, Marcela, licenciada en Economía, 43 años, casada y con dos hijas de 8 y 10 años, habitante del barrio porteño de Flores, presenta su evaluación sobre la virtualidad de su trabajo como parte de la sección de contrataciones de la Gendarmería Nacional:

“Mi trabajo se puede hacer tranquilamente desde casa. Me parece que está bueno ir una vez por semana o cada quince días para poder reunirte o ver temas pendientes. Me organicé perfectamente desde casa […] Como lo mío es un trabajo por resultados, si tenía que quedarme hasta cualquier hora de la noche para terminarlo, me quedaba hasta cualquier hora. A mí me sirve la flexibilidad”.

En ambos casos, la organización del espacio doméstico se vio acompañada de un valor de lo excepcional: el tiempo que podían pasar en sus hogares con sus hijos e hijas mientras trabajaban y cumplían sus obligaciones en la primera parte de la cuarentena. Ambas resaltan en diferentes partes de las entrevistas que al comienzo de la cuarentena sus expectativas en la mejora de la calidad de vida y del tiempo familiar eran altas. Reorganizaron los espacios: Marcela sacó una mesa al balcón y trabajaba desde ahí, incluso sus hijas tomaban algunas de sus clases en el balcón: “Sacamos la mesa de la cocina, la dejamos en el balcón, más al principio que todavía estaban lindos los días y ese era como nuestro lugar”. Un espacio antes no utilizado se revalorizó cuando apareció el impedimento de salir y comenzó a formar parte de los nuevos espacios habitables de la familia con una valoración especial por el pequeño fragmento de “aire fresco” que les proporcionaba. Otra transformación del espacio la realizó, en la misma dirección, Marina, para dar clases de la universidad:

“Solamente dimos dos clases por Word o sea, mandamos el Word escrito y después enseguida las JTP, o sea la jefa de trabajo prácticos, mi jefa en la facu, contrató un Zoom pago, metió a todos los pibites en el Zoom. Hay una materia que yo doy de las 7 de la mañana, así que 6:30 me metía en la cocina, no sé por qué hacía eso, después evolucioné y usé la pieza de mi hijo que es como mucho más cómoda. Y lo saco de su cama y lo meto en mi cama… Pero antes me metía en la cocina, armaba todo un escenario atrás, o sea, como que en vez de donde estaban mis botellas de licores, ponía una planta para que pareciera que estaba en una oficina que no tengo”.

Marina construía un escenario en la cocina para que pareciera que estaba dando la clase desde una oficina, una forma de construir un relato de sí misma frente a sus estudiantes que comenzaba por la puesta en escena. Una planta en lugar de las botellas de licores y, luego, el traslado de su hijo de una habitación a la otra le permitieron armar una escena en la que se proponía comunicar cierta faceta de sí misma y de su intimidad frente a los demás. La construcción de la escena y del personaje “docente” se vincula con lo que Goffman (1971) llamó el “trabajo de la cara”, sumado al espacio en que se despliegan las actividades como comunicantes de múltiples significados (Hall, 1966).

Paula Sibilia (2008) tensiona las puestas en escena en pos de exhibir la intimidad en redes sociales y en otros espacios compartidos. La erosión entre lo público, lo privado y lo íntimo se cristaliza en la confusión entre lo que se muestra, se cuenta, se exhibe y se guarda para sí. El espacio de la intimidad solía quedar relegado no solamente a lo doméstico sino a lo invisible de la dimensión cotidiana y, aún más, a lo indecible, impronunciable, a lo imposible de poner en palabras frente a otro. Sibilia (2008: 37) sostiene que, en la web, el “yo” suele ser triple: “es al mismo tiempo autor, narrador y personaje. Pero, además, no deja de ser una ficción, ya que, a pesar de su contundente auto evidencia, el estatuto del yo siempre es frágil”. La pandemia forzó en muchos casos puestas en escena inesperadas: de una clase que se dictaba en un aula de una universidad se pasó a una cocina en la que definir qué exhibir, qué no, qué ocultar y cómo organizar el espacio doméstico para un fin laboral. La diferencia radica, una vez más, en la voluntad: la pandemia impuso un condicionamiento externo a una cotidianeidad en la que la voluntad de exhibir, salir y mostrarse estaba organizada por el deseo, las posibilidades y las limitaciones. No se trata de la preferencia por permanecer en el confort del hogar, como mencionaba Gubern (1987), sino la obligación de hacerlo y la prohibición de circular por el espacio público. La intimidad se vio forzada a visibilizarse parcialmente en pos de la continuidad de trabajos y de contactos en el contexto del aislamiento.

El ASPO llegó con una exigencia: la de adaptar el espacio doméstico para las tareas que solían realizarse fuera del hogar. Y las modalidades de adaptación se relacionan, claramente, con los condicionamientos y las representaciones preexistentes de los sujetos que encarnan esa práctica y construyen un escenario literal y metafórico para esa situación comunicativa. Arfuch (2002), siguiendo a Elias (1987), sostiene que lo relegado al mundo de lo privado se vincula con el autocontrol, un dispositivo interior de censura frente a la sociedad percibida como amenazante y concluye que el espacio de lo íntimo tampoco puede sustraerse de las reglas comunes de la sociedad. Los condicionamientos externos que impuso la pandemia de habitar el hogar como único espacio, como “centro de operaciones” (Duek, 2020), atraviesan no solamente las acciones públicas sino las formas en las que la intimidad se “cuela” en esos relatos, imágenes, videos y trasmisiones en vivo mediante plataformas (como es el caso del Zoom en las clases de la abogada). Todo eso fue posible gracias a las tecnologías de proximidad y, también, con las formas de supervisión de los trabajos, las actividades y las interacciones y que impiden el aislamiento de los demás. Pensar la experiencia subjetiva de la pandemia sin conectividad es complejo desde la actualidad, pero, siguiendo a Sibilia (2009), la mera existencia de los sistemas de control y de monitoreo han redefinido al ser humano en su vínculo con su entorno, con sus pares y con las posibilidades y limitaciones que encarna el ser en el mundo contemporáneo.

Asfixias y malabares

Los primeros días y semanas de aislamiento permitieron a dos de las profesionales entrevistadas valorar el tiempo, la flexibilidad y la disponibilidad para la familia como nunca antes había ocurrido. Pero, pasado ese tiempo, aparece una coincidencia entre las entrevistadas y sus relatos sobre la experiencia del encierro como trabajadoras y madres a lo largo de los meses.

Helena, 42 años y tres hijos de 9, 8 y 6 años, habitante del barrio de Almagro, separada y periodista independiente para una agencia de prensa de Miami de forma remota:

“Fue un recontra estrés cuando me llegaba algo de trabajo porque yo siempre me iba a trabajar a un bar, antes… me iba varias horas con la computadora y trabajaba desde ahí. Mis hijos se quedaban con la niñera en casa y de repente, con la pandemia, no tenía niñera […] Fue como bastante caótico porque trabajé en casa, tenía que hacer entrevistas y hacía como en plan cosas que no sé, o sea, hoy las miro y no sé ni cómo sobreviví y cómo entrevistaba con el despiole de los niños y eso”.

La falta de espacios fue, para Helena, dramática. No sabe cómo pudo seguir trabajando en las condiciones de encierro y sin ayuda de la niñera que solía llevar a sus hijos a la plaza y entretenerlos hasta que ella concluyera su jornada laboral. Agrega en la entrevista que “no nos dimos cuenta” de que las niñeras eran trabajadoras esenciales desde el comienzo y que pasó mucho tiempo hasta que volvió a contar con la suya. Cuando relata su experiencia, la sobrecarga general de tareas, el “caos”, el estrés, las dificultades que encontró se hacen presentes de manera angustiante. La imagen de “mujeres malabaristas”, de Leonor Faur (2012), aparece con fuerza a la hora de caracterizar el trabajo, la educación, el cuidado, la higiene y los afectos durante la pandemia: “No tener un respiro de la presencia de los hijos. Eso fue como, no sé… las 24 horas, todo el tiempo, no tener como ningún respiro, la sensación de no tener ningún espacio como de soledad y… trabajar me estresó más”.

Marina, la abogada, pasados los quince días, empezó a sentir una sobrecarga:

“Sentís que no hay límite, que estás en la máquina, podés despachar, podés contestar un mail, podés preparar algo de la facultad… se extendió el horario […] se descontrolaron los horarios, se rompieron límites. Me tuve que comprar una silla nueva porque, primero, reventamos las de mi casa. Segundo, se me reventaba la espalda, la cintura, las piernas, se me entumecían los gemelos. O sea, no se podía estar. Entonces fui un día a un lugar, hice una inversión y me compré una silla espectacular”.

No hay límite, no hay espacios propios, no hay respiro, no hay sillas que resistan el sedentarismo impuesto por el aislamiento doméstico. Se va construyendo un campo semántico vinculado con la falta de espacios propios que se acompaña con emociones angustiantes y de sobrecarga emocional y de actividades. Pero, también, agrega Marina:

“Nadie se casa para estar 24/7 con tu marido, si no, no te casás ni en pedo. Ni tenés hijos para estar todos los días con tus hijos y tu marido, es antinatural estar todos los días con tus hijos y con tu marido encerrados en un iglú, es antinatural […] Lo recuerdo como un tiempo de dolor de panza […] No fue grato, fueron días de tomar mucha cerveza, Campari y Aperol. O sea, era una barra de tragos, mi casa, todos los días de lunes a lunes. Subir de peso, dejar la actividad física, usar todo el día jogging, calzas. Reventar la ropa”.

La falta de lugar, de espacios individuales y la convivencia forzada sin apoyo de instituciones ni de cuidadores familiares o tercerizados fue un peso enorme para muchas familias durante la pandemia (Batthyany, 2020; Pautassi, 2020). La asfixia que se relaciona con la “no naturalidad” de la convivencia y de la reclusión forzada de la cuarentena. Los malabares, la concentración del espacio y del tiempo familiar exigían de estas mujeres una búsqueda constante de formas de funcionamiento doméstico en las que todas las tareas, actividades y responsabilidades propias y ajenas pudieran condensarse y realizarse. Un espacio, todas las funciones, todos los días, todas las horas, todo el tiempo. Marina lo recuerda como “un tiempo de dolor de panza”, de síntomas que se ponen en palabras y se recuerdan con angustia. Y agrega: “si te tengo que ser sincera, me da cierta angustia este recuerdo que estoy teniendo ahora”, concluyó, mientras terminaba su respuesta.

La asfixia, la no naturalidad, la invasión de espacios y el dolor de panza son formas distintas de mostrar la excepcionalidad de la situación, pero, también, de dar cuenta en palabras cómo dejó huellas emocionales, familiares, espaciales y afectivas. Y una certeza: la sociedad no está construida para una convivencia sostenida en soledad por los miembros de la familia sin apoyo de las instituciones, los familiares y los cuidados tercerizados disponibles (Benítez Larghi, Lemus y Duek, 2023). La presencia de los padres de los hijos de las entrevistadas era difusa en los relatos vinculados con la superposición de tareas y con posibles distribuciones. Si bien en algunas entrevistas aparece alguna reorganización de las tareas domésticas, los cambios fueron temporales y motorizados por las mujeres como cabezas de hogar con todas las cosas por hacer en sus mentes. Es posible pensar que la escasa presencia de los padres en los relatos tuvo más que ver con las limitaciones cuanti y cualitativas de sus tareas y su poco peso como “aliviantes” de la cotidianeidad asfixiante. Un dato complementario que se obtiene de esta dimensión es que no encontramos diferencias de intensidad ni de presencia de los padres entre las mujeres en pareja con ellos y las separadas. Si bien esto debería indagarse específicamente con sistematicidad, es un dato relevante que se obtiene de la comparación de entrevistas que da cuenta de un rol no prevalente de los varones en las tareas cotidianas de cuidado. Frente a la pregunta sobre el seguimiento de su exmarido de las tareas escolares, Carina respondió: “no le pido peras al olmo”, sintetizando su resignación y, también, la desigualdad en la distribución de tareas.

“No tener respiro” de los hijos y no tenerlo de convivientes fue agotador para las mujeres entrevistadas. “No te casás ni en pedo” si sabés que tenés que estar sin respiro con marido e hijos, dice Marina. Tampoco los hogares, en tanto espacios simbólicos y materiales, están preparados para algo semejante. Siguiendo a Gaytán Alcalá (2020: 25), “las casas en la modernidad fueron diseñadas para relajar las exigencias del mundo exterior, no para llevar toda la vida en su interior”.

Todas las entrevistadas dieron cuenta de su sobrecarga y todas se sintieron, de distintos modos, asfixiadas por la excepcionalidad y la demanda de la situación de encierro y de preocupación. De un primer momento más esperanzador para estar en los hogares, se pasó a una cotidianeidad exigida que evocaba con cierta nostalgia las actividades del pasado inmediato anterior a la pandemia. Marcela afirmó: “llegó un momento como que tal vez quería ir más seguido trabajar porque me gusta ir a trabajar, o sea, esto de ir tres veces por semana para mí es ideal”, dando cuenta de que la búsqueda de espacios fuera del hogar (no todos los días) pero sí tres de cinco le daba alegría y le permitía cambiar su rutina. Lo que no pudo sostener fue su espacio de terapia. No encontró en la virtualidad un espacio cómodo ni tampoco en su casa un espacio de soledad para tener su sesión.

La falta de espacios, de intimidad, la imposibilidad de irse de un espacio limitado y limitante y la ausencia de relevos fue, para las entrevistadas, una dimensión crucial de su experiencia subjetiva de la pandemia. Las imágenes convocadas en sus relatos incluyen sillas y ropa “reventadas” (no rotas sino reventadas), dolores corporales, estrés, falta de soledad y de respiro. El cuerpo atravesó la pandemia ya no como enfermedad sino como encarnación de las limitaciones y de las posibilidades que se habilitaron: desde el trabajo remoto como posibilidad hasta la ausencia de límites, de horarios y de aire se encarnaron en las entrevistadas como tatuajes invisibles de la experiencia del encierro.

Dilemas y anticipaciones

La historia de Carina presenta una diferencia significativa porque ella, como médica, continuó trabajando fuera de su hogar como antes de la pandemia ya que formaba parte de los trabajadores “esenciales”. 47 años, dos hijos de 11 y de 10 con quienes vivía en el barrio porteño de Flores, separada del padre de sus hijos, siguió con guardias y horarios de atención que le exigían salir cotidianamente de su hogar para ir a trabajar. Su experiencia comenzó con una afirmación interesante: desde el comienzo de la pandemia tuvo armado un bolso por si se contagiaba y tenía que internarse.

“Yo tenía un bolso por si algún día me agarraba fiebre y me tenía que internar, vos pensá, vos ubicate al principio de la pandemia, no sabíamos nada, no sabíamos nada, ni dónde ir a nada, eh. Y me daba mucho cargo de conciencia con los chicos, volver, que los iba a buscar, volvía, me cuidaba con mi barbijo y me desinfectaba y en casa tiraba lavandina, tiraba alcohol […] Toda ropa para internación, tenía pijama, ropa interior. Sí, sí lo tuve armado hasta hace poco, te diría, que ya lo dejé por cábala. Lo tenía armado porque yo pensaba esto que decía, «van a venir a mi casa y me van a llevar», cualquier cosa, viste cuando uno dice alguien viene y me va a meter cualquier calzón [risas], entonces por lo menos que me lleven los corpiños, las bombachas grandes [risas] […] había metido un par de remeras, así metí ropa como para quedarme una semana internada y ahí quedó el bolso. Sí, hasta hace... Te diría que hace un mes. Después me daba miedo de desarmarlo por cábala, porque nunca, tuve gracias a Dios y toco todo, pero nunca me aislaron y nunca tuve sospecha, entonces dije «lo dejo»”.

Dos años tuvo el bolso armado. Habló con sus hermanas y se rieron del bolso, de ella, de la situación y de su exageración. La angustia de contagiarse y de contagiar se combinaba, para Carina, con su responsabilidad y su ausencia. Cómo haría con sus hijos, qué pasaría si “la llevaban”, como fantaseaba negativamente. El bolso tenía todo lo que ella imaginaba que necesitaría en caso de enfermarse tan seriamente que sería internada. No pensó por un instante en enfermarse sin gravedad: sus emociones la trasladaban desde la salud completa a la enfermedad. La sobrecarga de su preocupación se completaba con un dato: el padre de sus hijos vivía en Provincia de Buenos Aires (lo cual implicaba tener que cruzar la “frontera” entre CABA y Provincia) y eso le exigía un llenado de autorizaciones de traslado, constancias de trabajo, vinculares y otras situaciones que le generaron nuevas exigencias.

Como médica, profesional y madre tuvo tensiones y dicotomías a lo largo de la pandemia:

“Yo me imaginaba en ese momento tipo los chicos de Malvinas, o sea, salir a pelear una guerra sin armas, sin conocimientos y nada. Y salía solita a las 5, las 7 de la mañana, cuando salgo a mi guardia, no había nadie. Decía «ay, no quiero», «yo me quiero quedar en casa», o sea, era una dicotomía… era una sensación de decir «bueno, es una dicotomía», es donde tengo que estar, es para lo que me formé. Yo tengo que estar acá y me la banco, y por otro decir dónde voy, qué hago, no sé nada, no sabemos… siempre, más el miedo cuando uno tiene hijos, ¿no?”

Saber y no saber y la imagen de los combatientes de la guerra de Malvinas (1982) sin “armas” para batallar aparecen como materialidad en sus palabras. Esta búsqueda de identificación, de una referencia con algún suceso colectivo identificable, se relaciona con lo que Arfuch (2002) designa como la cualidad de la vivencia que trasciende lo específico y se inserta en un espacio más amplio de la experiencia biográfica. Carina vincula sus emociones y los recuerdos de su trabajo en la pandemia como una guerra invisible que se desplegaba socialmente para la cual ella era personal calificado, pero, a la vez, tenía miedos, angustias y tensiones en todos los planos. “Para lo que me formé” aparece como un mandato del que no puede escapar y lo manifiesta con angustia y con cierta resignación. No se quedó en su casa, fue a trabajar todos los días y, luego de eso, se ocupaba de que su hijo hiciera la tarea de la escuela:

“Trabajar después de una guardia 24 horas o después y hacer la comida y te sentás y tenés que ponerte a explicar fracciones, que no me las acuerdo, no me acuerdo cómo dividir, entonces, bueno, tener que mirar el video de Youtube. Explicar, bajar la información para el nene, tratar de que me preste atención porque la goma se cae cada 5 minutos, el lápiz de la silla, la cosa y cuando se decide a sentarse, bueno…”.

Y en la sobrecarga de esta madre (y de todas las demás entrevistadas) aparece la educación a distancia en diferentes modalidades, tal como se desplegó durante el tiempo de cierre de escuelas. Los hijos de las cuatro informantes concurrían a escuelas privadas que se organizaron más rápidamente que las públicas (Duek y Moguillansky, 2023). Sentarse y tratar de explicar un tema de matemáticas aparece como una de las tareas complementarias de la médica luego de su trabajo. La abogada recurrió a clases particulares virtuales, mientras que la periodista se sintió desbordada frente a la demanda de la escolaridad virtual de sus tres hijos con un exmarido que no les adjudicaba relevancia a las tareas escolares durante la cuarentena. La falta de acompañamiento, la sobreutilización de dispositivos electrónicos y las dificultades de seguimiento y control se suman a la sobrecarga mencionada. El espacio doméstico como centro de la vida de la familia a lo largo de los días, meses y semanas se convirtió en una arena de disputas por permisos, límites, emociones, espacios y tareas. La escolaridad no presencial, sumada a la virtualización del trabajo, supuso, para las cuatro entrevistadas, una pérdida en múltiples dimensiones y sentidos en relación con su propia maternidad, su inserción en el mundo del trabajo, las negociaciones con los padres de sus hijos (ya sea en convivencia o separados) y con sus propios deseos. La pandemia en general y la cuarentena en particular pusieron en escena no solamente las desigualdades de clase, de género y de cuidados sino el desplazamiento del deseo como motor posible de las acciones y los espacios en sus hogares y fuera de ellos.

Conclusiones

La búsqueda de la voz de las mujeres con el objetivo de encontrar en ellas un testimonio de una experiencia fue uno de los vectores que intentamos desplegar aquí mediante los fragmentos de los relatos de las entrevistas. Mencionamos como problema metodológico que lo vivido estuvo tan vinculado a condiciones subjetivas como también espaciales, económicas, laborales y culturales y que, por ello, revestía mucha complejidad la sistematización de los relatos. Lo que sí podemos vincular como un hilo conductor entre las entrevistas analizadas es que la pandemia fue, para las entrevistadas, un tiempo complejo, de mucha demanda, de muchas exigencias y de visibilización de un factor crucial: la vida familiar, social y laboral se apoyan necesariamente en personas e instituciones que se ocupan del cuidado de niños, niñas, adolescentes, personas con discapacidad y adultos. Sin esos soportes, las experiencias relevadas dan cuenta de lo difícil que es la experiencia de la cotidianeidad. La maternidad fue, para las mujeres presentadas, una parte de su cotidianeidad que estalló en demandas, en tareas y en la imposibilidad de delegar los cuidados (Batthyanny, 2020).

Dos de las entrevistadas estaban en pareja durante 2020 y dos estaban separadas (Marcela se separó en 2021, cuenta en la entrevista). Esta diferencia no supuso, como mencionamos, una marca en los relatos respecto del acompañamiento y la soledad y la sobrecarga aparecieron por igual en los testimonios. El orden de los relatos, la elección de las palabras, de las maneras de narrar lo vivido se vinculan con el espacio biográfico, tal como lo definió Arfuch (2002), en términos de construir mediante un orden un registro de la experiencia con alguna intención de verdad (para quien lo enuncia) sobre lo vivido. En este sentido, las emociones negativas, el miedo y la resignación nos permiten pensar que existe una necesidad de poner en palabras sentimientos y experiencias que dan cuenta del agotamiento de ciertos modelos de distribución del trabajo (no rentado) doméstico. La médica, única trabajadora esencial de la muestra, llegaba de una guardia y tenía que ponerse a ver videos de YouTube para explicarle fracciones a su hijo o hacer que escriba una oración con un sustantivo sin que se le caiga el lápiz por su distracción. Mientras todo eso ocurría, ella pensaba que, si su hijo se apurara, ella podría estar haciendo las milanesas o poniendo un lavado.

La carga mental (la sobrecarga) aparece como factor común en muchas de las entrevistas. Y es esta misma noción de carga mental la que permite explicar la relación con los espacios. El borramiento de los límites entre el trabajo, los quehaceres domésticos, la educación, el ocio y los afectos tuvo un impacto claro en las emociones y en la configuración de la experiencia de la pandemia para estas mujeres. El sostenimiento de sus trabajos rentados y no rentados, junto con la condensación en el tiempo y en el espacio, fue descripto de maneras abrumadoras en relación con la sensación de invasión y de pérdida de espacios propios. La diferenciación de espacios físicos y la presencia de otros que complementan el doméstico, como la escuela, los espacios de cuidado, clubes, plazas, organizaciones y viviendas de familiares, es una de las claves para la reproducción (más o menos) armónica de las familias y su sostenimiento emocional y material. Desplazados todos esos espacios, la condensación se percibe como una falta de aire. “No tener respiro de los chicos” o nadie se casa para pasar las 24 horas del día, los siete días de la semana conviviendo con su familia, fueron dos de las afirmaciones fuertes que sintetizaron la sensación de avasallamiento de los espacios.

La única de las dimensiones de la definición de los tipos de cuidado según sus destinatarios (Pautassi, 2020) que no apareció con claridad ni con extensión alguna en las entrevistas fue la del autocuidado. Y esta omisión se vincula con la conclusión inmediatamente anterior: la falta de espacios supuso un desplazamiento de actividades y responsabilidades sobre el cuidado de sí mismas que estas mujeres no pudieron, no quisieron o no encontraron la forma de realizar. Pereyra, Santillán Pizarro, Molinatti y Acosta (2023) concluyen en su investigación sobre la necesidad de indagar las condiciones y la calidad de vida en los hogares pospandemia para analizar, en y desde ellos, el impacto, las huellas y los cambios que generó la pandemia en la vida cotidiana doméstica. La porosidad de los límites entre lo público, lo privado y lo íntimo se refleja en la imposibilidad de pensar y organizar espacios propios en un contexto novedoso para el cual no hubo anticipación ni preparación.

La pandemia, a través de los relatos de las mujeres profesionales y madres aquí presentadas, dejó huellas en múltiples niveles de su discurso y de su subjetividad. La experiencia misma de la reclusión o del trabajo esencial implicó dilemas, cuestionamientos, reflexiones y agotamiento. Esto se vio también en los objetos que las rodeaban, que se iban rompiendo por el uso intensivo en el tiempo de la cuarentena. La pandemia reordenó la vida cotidiana y visibilizó las actividades, las responsabilidades y las desigualdades. Desplegamos en este artículo un análisis de las maneras en que la vida cotidiana se reconfiguró durante la pandemia y la visibilización de las huellas que dejó en la experiencia de las mujeres como profesionales, como madres, como parejas o exparejas y como cuidadoras en relación con los espacios públicos, privados e íntimos en los que transcurre la cotidianeidad.

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