Bien, a full, trabajando. Prácticas y experiencias temporales de investigadorxs jóvenes en Argentina

Fine, at full capacity, working. Practices and Temporal Experiences of Young Researchers in Argentina

Javier Cristiano

https://orcid.org/0000-0001-5731-7269

Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad,

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

y Universidad Nacional de Córdoba

javier.cristiano@unc.edu.ar

Ana Inés Lázzaro

https://orcid.org/0000-0002-3967-4593

Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Córdoba

ana.ines.lazzaro@unc.edu.ar

Guido Montali

https://orcid.org/0000-0002-4538-711X

Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad,

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

y Universidad Nacional de Córdoba

guido.montali@unc.edu.ar

Fecha de envío: 18 de agosto de 2023. Fecha de dictamen: 16 de febrero de 2024. Fecha de aceptación: 4 de abril de 2023.

Resumen

El artículo presenta resultados iniciales de una investigación sobre el modo en que investigadorxs jóvenes del Conicet usan y experimentan el tiempo en sus prácticas cotidianas. El punto de partida es que la inserción de lógicas competitivas de evaluación y acreditación tiene el efecto de incrementar los pisos de productividad necesarios para alcanzar y sostener puestos de trabajo, lo que en términos temporales se traduce en una racionalización de la ecuación tiempo/resultados y en diferentes formas, tanto objetivas como subjetivas, de presión temporal. Puesto que el fenómeno no ha sido estudiado previamente en Argentina, la investigación tiene un carácter exploratorio y se limita al colectivo potencialmente más expuesto a esa dinámica, esto es, quienes transitan las primeras etapas de la carrera. El principal resultado es que tienen que enfrentar y resolver cuatro grandes tensiones temporales: la que contrapone el trabajo con otros aspectos de la vida; la que tensiona las exigencias de largo plazo de la carrera con la agenda diaria o de corto plazo; la que surge de los requerimientos de diferentes aspectos del trabajo; y la que opone el interés de hacer bien a la necesidad de hacer rápido. Luego de presentar el enfoque teórico y metodológico, el artículo expone los diferentes modos en que esas tensiones son experimentadas y gestionadas.

Abstract

The article presents the initial results of research on how young Conicet (National Scientific and Technical Research Council - Argentina) researchers use and experience time in their daily practices. The starting assumption is that the insertion of competitive evaluation and accreditation logics has the effect of increasing the levels of productivity necessary to reach and sustain their jobs, which in temporal terms translates into a rationalization of the time/results equation and in different forms of time pressure, in an objective and subjective sense. Since the phenomenon has not been previously studied in Argentina, this research is exploratory in nature and has been limited to young people who are in the early stages of their career, assuming they are potentially most exposed to this dynamic. The main result is that these young people have to face and resolve four major time-related tensions: the clash between work and other aspects of life; the tension between the long-term demands of the degree and those of the daily or short-term agenda; the strain that arises from the requirements of different aspects of the job; the burden caused by the opposition between the interest in doing well and the need to do something quickly. After presenting its theoretical and methodological approach, the article exposes the different ways in which these tensions are experienced and managed.

Palabras clave: sociología del tiempo; investigadores jóvenes; carrera académica; tensiones temporales.

Keywords: sociology of time; young researchers; academic career; time-related tensions.

Introducción

En el marco de la Sociología del Tiempo[1], y específicamente de la Sociología de la Aceleración[2], ha crecido en los últimos años el interés por la temporalidad de las prácticas académicas en general y científicas en particular[3]. La idea, compartida en muchos trabajos, es que en estos ámbitos, atravesados cada vez más por lógicas competitivas de asignación de recursos (desde puesto de trabajo hasta subsidios de investigación), se ha producido una modificación de la estructura temporal cuya tendencia consiste en que es necesario hacer más para acceder a lo mismo. En publicaciones anteriores (Cristiano, 2019 y 2021) hemos situado esa tendencia en la más general del capitalismo llamado “posfordista” o “flexible” (Harvey, 1999), que radicaliza la importancia de la relación entre valor y tiempo y que expande la forma mercancía hacia ámbitos hasta ahora relativamente protegidos, como el académico.

Ahora bien, esta tendencia es solo eso, una tendencia, cuya realización en contextos concretos tiene infinidad de variantes. La investigación cuyos resultados presentamos en este artículo es una contribución al conocimiento de esos matices. Nos centramos en el principal organismo estatal de ciencia y técnica de Argentina, el Conicet, y dentro de él en investigadorxs jóvenes del área de las ciencias sociales y las humanidades. Puesto que no se han hecho trabajos similares previamente[4] nos planteamos un objetivo limitado: describir, con el mayor detalle posible, de qué modo organizan, experimentan, usan y piensan en el tiempo sus prácticas cotidianas quienes están en los primeros tramos de la carrera. Nuestro principal hallazgo es que esas experiencias remiten a cuatro grandes tensiones temporales: la que contrapone el tiempo de trabajo con el de otros aspectos y proyectos de la vida; la que tensiona el día a día con el tiempo largo de la carrera; la que confronta los requerimientos temporales de distintos aspectos del trabajo; y la que opone la exigencia de hacerlo bien con la de hacerlo rápido. En varios apartados, mostramos el contenido empírico de estas cuatro tensiones y aclaramos mejor su naturaleza junto con el encuadre teórico y metodológico de la investigación. Dedicamos las conclusiones a bosquejar posibles líneas de continuidad.

Aspectos teóricos, metodológicos y contextuales

De acuerdo con el carácter exploratorio de la investigación, partimos de un enfoque teórico muy general, una suerte de sensibilidad sociológica primaria, destinada a orientar la observación, pero sobre todo a “dejar hablar” al objeto. El supuesto es que ninguna práctica y ninguna experiencia se realiza en el vacío social y como acto inaugural de relación con el mundo (Bourdieu, 2007), sino desde posiciones y trayectorias que, por un lado, implican una distribución desigual de recursos y, por otro, dejan su huella en las disposiciones, representaciones y actitudes de lxs actorxs. Suponemos, además, que esas posiciones y trayectorias lo son del espacio social en general, pero también de los ámbitos específicos en que se realizan las prácticas, en nuestro caso la investigación científica-académica. El modo en que las trayectorias como las posiciones orientan las prácticas es, al mismo tiempo, condicionante y contingente: establece probabilidades, pero no determina el contenido de su realización (Bourdieu, 2006).

        Por lo que respecta al tiempo, asumimos también una determinación mínima en relación a la complejidad y riqueza del debate especializado[5]. Partimos del supuesto, común a los enfoques sociológicos del tema, de que el tiempo es un conjunto de prácticas, experiencias y significados socialmente construidos, lo que implica poner entre paréntesis la pregunta filosófica acerca de su “naturaleza” o “esencia”. Desde este punto de vista, la determinación mínima común del tiempo es la de un ámbito en que las cosas transcurren (el otro es el espacio) y la de la experiencia del cambio y la sucesión (antes/ahora/después). El contenido concreto que asumen estas determinaciones depende íntegramente de los contextos, lo que en términos metodológicos se tradujo para nosotros en una premisa: dejar que el término fluyera libremente en sus evocaciones y fuera asumido por lxs entrevistadxs en toda la riqueza espontánea de su sentido.

La institución en la que centramos la investigación (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Conicet) es, de acuerdo a su descripción oficial, el principal organismo estatal de promoción de la Ciencia y la Investigación en Argentina, fundado en 1958[6]. Para lo que nos interesa en este artículo son de fundamental importancia dos datos de su historia reciente: la expansión inédita de su planta desde 2003 y, acompañando ese proceso, el desarrollo de sistemas de evaluación y acreditación altamente competitivos, fuertemente insertos en la estructura internacional de jerarquización de publicaciones e instituciones científicas[7]. Su estructura tiene la forma de una carrera con tres etapas principales: la de becarix doctoral, posdoctoral e investigadxr, que se divide a su vez en cinco escalafones: asistente, adjunto, independiente, principal y superior. Su actividad se desarrolla en cuatro áreas (Ciencias Agrarias, de Ingenierías y de Materiales; Ciencias Biológicas y de la Salud; Ciencias Exactas y Naturales; y Ciencias Sociales y Humanidades) y subáreas que abarcan la totalidad de los campos del conocimiento.

        La decisión de centrar la investigación en quienes transitan los primeros tramos de la carrera obedece al supuesto de que son quienes experimentan de manera más directa los efectos de la competencia y la acreditación: su continuidad en el sistema depende de evaluaciones que tienen un estricto carácter concurrencial, en donde los méritos se valoran comparativamente y la selección sigue un riguroso orden de méritos[8]. Si bien quienes ingresan a la categoría de investigadxr continúan siendo evaluadxs periódicamente, ya no ponen en juego su plaza sino la posibilidad de cambiar de escalafón y las distintas formas de capital simbólico que distinguen a la actividad. Lo que llamamos “investigadorxs jóvenes”, por lo tanto, no remite a una noción preconcebida sobre la “juventud” (Bourdieu, 1990), sino que se refiere a quienes revisten la condición de becarixs, doctorales y posdoctorales, e investigadorxs de la primera categoría escalafonaria (“asistentes”), siendo relativamente independiente de la edad, aunque en su mayoría tienen menos de 40 años.

        El trabajo de campo consistió en 17 entrevistas en profundidad a personas elegidas por su posición y por otras dos variables: género y presencia o no de tareas de cuidado[9]. Apoyadxs en trabajos previos que dan cuenta de la diferencia entre géneros en el ámbito científico-académico y, en especial, de la dimensión de los cuidados como condicionante de la productividad en el campo (Van den Brink y Benschop, 2012; Contrera Gómez, Gil Antón y Altonar Gómez, 2022), tomamos estas variables como a prioris de variación en las experiencias temporales. Cada entrevista buscó alcanzar descripciones lo más detalladas posibles del modo en que las prácticas se organizan temporalmente (qué se hace y cuándo), con especial atención a las dificultades de esa organización y a los modos en que esas dificultades son verbalizadas, valoradas y razonadas en sus causas y consecuencias. En este último punto, nos interesó principalmente el modo en que se percibe el papel de la competencia y los sistemas de evaluación, siempre en la perspectiva y apreciación de lxs entrevistadxs. Además del presente, la entrevista se refirió al pasado y al futuro: se les pidió que reconstruyeran su trayectoria e imaginasen su futuro y el futuro de la institución.

En esta primera aproximación, nos limitamos al área de ciencias sociales y humanidades bajo el supuesto de que cada campo tiene lógicas diferentes de trabajo y contextos de acreditación y competencia también particulares. Limitar este primer abordaje a una de las grandes áreas de la institución nos pareció lo más adecuado para alcanzar resultados útiles para la continuidad de la investigación, y no ser prematuramente abarcadores ni excesivamente acotados.

Como adelantamos, lo que detectamos[10] es la existencia de lo que proponemos denominar tensiones de la estructura temporal. Partiendo de la base de que toda estructura supone un orden temporal que pauta los tiempos esperados de prácticas y procesos, podemos diferenciar una gradiente de mayor o menor coherencia de sus coacciones temporales, desde la máxima armonía hasta la abierta contradicción. Lo que se desprende de los discursos es que, en el caso que nos ocupa, existen al menos cuatro compatibilidades problemáticas del tiempo:

(a) La que contrapone el tiempo que insume el trabajo y el que requieren otros aspectos de la vida;

(b) La que contrapone la agenda diaria con los requerimientos de la carrera en el mediano y largo plazo;

(c) La que contrapone tiempos cualitativamente distintos de diferentes aspectos y dimensiones del trabajo;

(d) La que contrapone la velocidad que requiere la competencia (hacer en cantidad, por ende, lo más rápido posible) a los ritmos y cadencias del trabajo bien hecho (en los más variados sentidos de esta expresión).

Al decir que son tensiones, queremos decir que la armonización de estos polos no está resuelta de antemano y recae como problema sobre las espaldas de lxs actorxs que, con sus recursos y desde sus posiciones y disposiciones, las perciben y las gestionan de maneras diferenciadas. Se trata, además, de procesos que incluyen cambios de perspectivas, aprendizajes y etapas, incluidas las de máxima tensión, pero también de distensión. Todo esto es lo que mostramos empíricamente en los próximos apartados.

La tensión entre trabajo y vida

Si bien la tensión entre trabajo y vida es una constante en el capitalismo actual (Delfino, 2011), en el caso que nos ocupa tiene un carácter especial que puede describirse como ilimitación del trabajo. La idea de que la investigación es una actividad de límites difusos, que tiende a impregnarlo todo y que, en cierto modo, nunca se termina, es una constante de las entrevistas, en gran medida debido a la competencia. A ojos de lxs entrevistadxs, las evaluaciones de las que depende su continuidad en el sistema son opacas no solo porque no se sabe con quiénes se va a competir y cuántas plazas habrá sino porque tampoco se sabe cómo se valorarán y puntuarán los méritos. De ahí que sea razonable hacer siempre un poco más, en una suerte de carrera autoimpulsada cuyo efecto lógico resume con elocuencia una entrevistada: “hagas lo que hagas, nunca será suficiente” (Vanesa).

Pero el trabajo es también ilimitado porque tiene, para la mayoría de lxs entrevistadxs, una fuerte carga valorativa y simbólica. Casi nadie lo concibe como un trabajo en el sentido convencional, un medio de vida como podría ser cualquier otro. Es una actividad que envuelve y compromete, sea por sus implicancias éticas y políticas, sea por su complejidad intrínseca, sea porque simplemente gusta mucho hacerla y se siente en ella mucho placer. Esto no quiere decir que se asuman estos valores sin críticas ni ambivalencias, pero en general es una actividad fuertemente catectizada que cuesta dejar.

A ello hay que agregar aspectos propios de la investigación como oficio. No hay un límite claro de las tareas que implica ni del perfeccionamiento que puede lograrse en cada una. Una de las entrevistadas habla, por ejemplo, de documentos que tiene almacenados y que podría transcribir para facilitar su accesibilidad: “podría estar todo el sábado haciendo eso” (Isabel); o sobre el volumen de información disponible en internet y que es imposible de agotar, como dice Paula: “cada vez hay que leer más cosas para saber dónde una está”. También el hecho de que sea un trabajo intelectual hace que la diferencia entre estar trabajando y estar haciendo otras cosas sea muchas veces difusa:

“[…] si uno trabaja con la cabeza, te llevás todo el tiempo el laburo adonde vas […] nunca dejás de pensar, digamos. Vas a dar una vuelta de compras y estás resolviendo cosas […]”. (Gustavo)

“Y mientras estoy trabajando estoy viendo la ropa, estoy viendo que tengo que regar las plantas […] cosas domésticas, pero estoy trabajando... Es un trabajo intersticial porque lo hago hasta en […] los ratos libres, estoy pensando, estoy imaginando y estoy escribiendo, o me ayudo con el celular para anotar ideas […]”. (Miguel)

Esta ilimitación implica de por sí tensiones con otros aspectos de la vida, a veces experimentados como obstáculos para el trabajo y también al revés, el trabajo como impedimento de otros deseos y proyectos. En los casos extremos y en momentos críticos —por ejemplo, la etapa final de escritura de la tesis—, las necesidades más básicas pueden ser vividas como interrupciones (“me costaba un montón cortar para almorzar”, Isabel) e incluso las actividades recreativas aparecen como intromisiones y percances (“mis amigos me decían: loca, nunca te podés juntar”, Lucía). Pero también se lamenta lo que debe postergarse: “estoy esperando las vacaciones para conectarme con esa Vanesa que toca la guitarra y mira el atardecer” (Vanesa); “necesitaría más tiempo… necesito […] que no se organice en torno a lo que tiene que ver con obligaciones de lo doméstico o el trabajo” (Sandra).

En ningún aspecto, sin embargo, la tensión es más intensa que en el caso de padres y madres. Dependiendo de la edad de lxs niñxs, de los recursos disponibles (por ejemplo, familiares que ayuden) y de las actitudes y disposiciones con que se asume, la idea de que investigar y criar son actividades de muy difícil composición atraviesa todas las entrevistas a padres y madres e, incluso, algunas de quienes no lo son. Por un lado, está el hecho de que la institución contempla de manera limitada las implicancias de la maternidad y la paternidad respecto de la competencia[11]. Ser padre o madre es competir en inferioridad de condiciones, pues habrá que hacer en menos tiempo lo mismo que hacen lxs demás, lo que lleva a veces a postergar la decisión (“me dijeron: ni se te ocurra tener un hijo... no al menos hasta que ingreses a carrera”, Isabel) o bien asumir que se tendrán menos chances o bien extremar los esfuerzos para alcanzar el ritmo y la productividad (“con una bebé a upa, durmiendo pésimo, pero igual quería seguir mandando artículos”, Carla).

Tener “menos tiempo” tiene, por otro lado, una dimensión cuantitativa y una cualitativa. La crianza insume horas reloj que objetivamente se restan a otras actividades. Pero cualitativamente es un tiempo que compite con el trabajo porque también está cargado de valores y significados muy poderosos. Las variantes particulares son muchas, pero el significado cultural de la paternidad, y sobre todo de la maternidad, es indiscutible en este sentido y hace que la tensión trabajo/crianza sea más intensa y más difícil de resolver:

“Acostarme a la 1, 2 de la mañana. O, bueno, a veces también siento que sacrifico tiempo de mi hijo, ¿no? Porque no le doy bola o no puedo estar jugando con él porque tengo que corregir, entregar artículo, hacer esto, hacer lo otro... entonces bueno, ese es el tiempo que saco…”. (Sandra)

“[…] no me alcanza, claramente no me alcanza, y es un tema que me tiene estresado y preocupado […] tengo ahí muchas horas, muchas horas-padre […] que era lo que yo en algún punto buscaba o idealizaba con lo de la beca, y después ya en la práctica me terminó siendo mucho […] Ser padre progre moderno hoy implica una cantidad de compromiso, y de horas y de cuerpo…”. (Manuel)

La crianza repercute además sobre la calidad del tiempo, tanto el que se asigna a los cuidados como el que se asigna al trabajo. El malestar por estar atendiendo a lxs niñxs al mismo tiempo que se trabaja (“mi forma de trabajo es: le pongo la computadora y yo trabajo y él ve dibujitos”, Sandra) es paralelo al de trabajar desconcentradx, de manera discontinua (“hay mil interrupciones, mil redefiniciones”, Paula) y sin regularidad (“dejo de trabajar cuando él me pide algo, ese es el límite”, Carla). De ahí que la necesidad de separar ambos universos sea recurrente (“intento irme a la Universidad... en este momento estoy trabajando en la biblioteca”, Omar) y de ahí que la dimensión espacial de esta tensión sea sumamente importante. Trabajar en la casa facilita la conciliación porque ahorra tiempos de viaje y permite cambiar flexiblemente de rol, pero por otro lado hace más visible la tensión y en algunos casos la hace estallar (“me doy cuenta que antes, cómo pensaba, cómo hablaba, era una persona mucho más calma... ahora no tengo paciencia... y me sigue costando mucho concentrarme”, Patricia).Si bien la pandemia no fue objeto de esta investigación, hay frecuentes referencias como momento crítico en este sentido, lo cual ameritaría un trabajo específico (“la sobrecarga ahí fue total... la mezcla de los espacios, no tener espacio para nada, nada, nada...”, Patricia).

En algunos momentos hay referencias explícitas a la tensión trabajo/vida, es decir, pasajes en que lxs entrevistadxs reflexionan sobre sus condiciones y sobre sus prácticas en este aspecto en particular. Esos fragmentos describen ciertas “tomas de conciencia” que son como bisagras, como motivos de cambios de actitud:

“Me empecé a dar cuenta que… ¿sabés qué me dí cuenta? […] que cuando los familiares de mi pareja lo llamaban por teléfono él siempre les respondía: bien, a full, trabajando. Siempre. ¿Qué hace? Bien, acá, a full trabajando, porque se presentó a una beca, porque… Siempre, la única respuesta posible es que yo estaba a full trabajando… y te cansás un poco vos misma, de ser eso. ¿Cómo andás? Pasada, estresada, no sé qué… No sé si lo logré ahora, pero al menos me preocupa, antes era como que estaba… entré como flecha, me sentía tan contenta de haber llegado a eso que te digo, desde que tenía 17 aspiraba, que era como darlo todo y di de más, entonces, bueno, por suerte me pude dar cuenta y no convertirme en un ser horrible…”. (Lucía)

“[…] yo era una adicta al trabajo [pero…] el último tramo de la pandemia fue como no, listo, yo no quiero vivir más esto… ¡estoy cansada!... me sentí físicamente agotada, mentalmente, pero físicamente agotada… con muchas ganas de dormir, y dije, bueno, si tengo ganas de dormir la siesta, voy a dormir, y si tengo ganas de dormir la siesta, despertarme y ver una serie, lo voy a hacer porque yo sé que finalmente produzco, puedo organizarme de manera tal para no estar así como un relojito y eso […] esto no, no, no, esto no puede seguir así, estoy agotada…”. (Isabel)

Pero esos mismos fragmentos dan cuenta de la profundidad de la tensión: al mismo tiempo que advierten desproporciones y afirman decisiones de cambio, señalan rápidamente los costos que se asumen (“aunque me quede afuera, que es lo que posiblemente vaya a pasar”, Vanesa) o la carga psicológica que implica el cambio de rumbo. La palabra “culpa” aparece en varias entrevistas, como algo que demanda interiormente y que también se trabaja para poner a raya: “si te soy sincera, hasta hace poco me daba culpa cortar a las seis y media de la tarde”, Lucía. La resistencia de la tensión es también visible en la recurrencia de la expresión “tratar de no trabajar” que aparece en varias entrevistas y que expresa, casi a nivel de paradoja, el núcleo del problema: se intenta no hacer aquello que es necesario hacer, pero que también se desea hacer y no siempre se logra: “[…] debo confesar que cuando me toca estar sola un fin de semana, por una eventualidad… ¡trabajo todo el fin de semana! [risas]” (Paula).

La tensión entre día a día y carrera

La segunda tensión contrapone las exigencias de la carrera a largo plazo con la agenda del día a día. Un rasgo específico de la actividad es que permite un día a día relativamente flexible en el sentido de que quien investiga puede decidir qué hace concretamente en cada momento, incluso qué cantidad de horas trabajar[12]. De ahí que pueda, por ejemplo, combinar el trabajo con tareas de cuidado. Pero esa flexibilidad tiene como contraparte la necesidad de cumplir con tareas que requieren esfuerzos de largo aliento, como la tesis doctoral o las investigaciones de varios años. Esos trabajos “complejos, arduos, que no vienen de un día para otro” (Sandra) son determinantes para el futuro laboral y deben distribuirse en la agenda de corto plazo, en la que hay también otros muchos objetivos y exigencias. La tensión consiste en la necesidad, imperiosa para continuar en carrera, de armonizar ambas cosas.

Obviamente, el modo en que se experimenta la tensión no es igual en todos los casos. Para algunos representa un problema relevante (“muchísima incertidumbre... me imagino escenarios catastróficos en cuanto a que no voy a terminar la tesis”, Mario) y para otros pasa casi desapercibido (“yo en general me sé administrar ese tiempo para cumplir, no me costó”, Daniela), aunque lo más habitual está en la gama intermedia. Posiblemente, estas diferencias están ligadas a factores disposicionales[13], pero los relatos sugieren analizar otros dos factores generales cuyos efectos no son unívocos e iluminan algunas diferencias. El primero es el modo en que se asume el proyecto carrera. Una asunción enfática, que pone mucho en ese objetivo y que a su vez no pone en discusión las reglas del juego: se hace simplemente lo que “debe” hacerse. Esto lleva a alivianar la tensión en tanto reduce el problema de la jerarquización, pero a su vez —por todo lo que se juega en su resolución— contribuye a sobrecargarla. Una entrevistada que se acerca bastante a esta tipificación muestra, en momentos distintos del relato, esa doble incidencia: cuenta una historia de armonización muy lograda, guiada por un director pragmático que la condujo con mucha dedicación, pero al mismo tiempo muestra los costos de esa armonización:

“[…] es que Conicet te aplasta... o sea, cuando te diste cuenta […] yo estoy hoy, si me preguntás, estoy agotada... siento que fueron muchos años de trabajo muy intensivo […] trabajé mucho y siempre muy enfocada en esto, quiero entrar a carrera, quiero entrar a carrera, quiero entrar a carrera, y tal vez hubiese estado bueno tener otro tipo de laburo, que pudiese volver a mi casa a determinado horario, no sé, lo que fuese, administrativo...”. (Isabel)

A la inversa, algunxs entrevistadxs que asumen el proyecto de una manera más desapegada, dado que no ponen todo en ese objetivo y al mismo tiempo tienen dudas sobre “el sistema” y sus imperativos, suelen tener más problemas para conciliar en el día a día, aunque lo asumen con menos dramatismo: “Que no me escuche la matrix, pero me parece más deseable estar más tiempo con mi hija que enfrente de la compu produciendo para revistas científicas que nadie va a leer...” (Vanesa).  

El segundo factor que influye es el momento de la carrera. La perspectiva que se tiene de la carrera y de lo que exige (y, por ende, de la armonización) es diferente según se está recién comenzando o en etapas más avanzadas. También influye la distancia a la que se está de la próxima evaluación (“calculo que con el tiempo se transforma en presión... esos cinco años que hoy están muy lejos pero que cada vez van a estar menos lejos”, Manuel). Hay, además, exigencias objetivas distintas en cada etapa (“desde que entré a carrera asumí muchas cosas…” Miguel) y también un proceso de socialización de campo que va modificando perspectivas. Todas estas cuestiones hacen que la tensión tenga significados diferentes no solo para distintxs actorxs sino para unx mismx actorx en distintos momentos. Dentro de este amplio tema, que requeriría una investigación más detallada, merecen destacarse por su recurrencia tres aspectos de los relatos. Uno es la idea de “aprendizaje”, la sensación subjetiva de que la armonización es algo que se aprende con el tiempo. Otro es la importancia que tienen en ese proceso las figuras orientadoras, principalmente directorxs de beca o de institutos, pero también lxs propixs pares, que transmiten información y a veces son agentes de control involuntarixs (“estás con tus compañeros y te dicen: ah, pero arrancá a escribir que no llegás… y vos no te vas a tomar vacaciones, ¿no?, porque no llegás”, Lucía). El tercero es la combinación de momentos de distensión, en donde las circunstancias permiten aplazar o gestionar con comodidad la armonización, con momentos de máxima tensión, que varios relatos describen como auténticamente sacrificiales:

“entré como en una especie de psicosis o de locura… recuerdo haber echado gente de mi casa como… no sé, me tocaron el timbre unos amigos y me acuerdo: ¡se van! ¡Qué hacen acá! ¡Se van! ¡Yo estoy escribiendo la tesis! […] Es un momento de mucha alteración, de… de tener acá la cosa, la cosa, la cosa: yo me tengo que doctorar, me tengo que doctorar, me tengo que doctorar…”. (Daniela)

La tensión tiene, por otra parte, distintos contenidos empíricos. Si se analizan los relatos que lxs entrevistadxs hacen de su trabajo[14], se advierte la complejidad del conocimiento práctico implicado en la armonización y se comprende mejor la importancia que tienen la socialización, el aprendizaje y las orientaciones externas. Por ejemplo, una tarea concreta y bien delimitada como es “doctorarse” supone la realización de muchas actividades —estudiar para cada curso, escribir monografías de evaluación, ir avanzando en el proyecto de tesis— que son cualitativamente diferentes y que deben secuenciarse y sincronizarse adecuadamente. Esto incluye la capacidad de estimar los tiempos que insume cada una, la de sostener el rumbo frente a distracciones y desviaciones, además de los saberes de oficio que se dan por descontados, como el de realizar fichas, hacer observaciones de campo o escribir. Se puede dimensionar el incremento de complejidad que suponen otras tareas de conciliación mencionadas en las entrevistas; por ejemplo, construir una agenda de publicaciones que vaya en paralelo con el avance en el doctorado o participar en equipos de investigación a los que se deben aportar contribuciones que no se desprenden directamente de la tesis.

Con todo, se puede hacer una distinción formal entre dos tipos de desafíos de conciliación: los propiamente dichos, que son los que requieren definir qué hacer hoy para los objetivos de largo plazo, y los que surgen de deseos, proyectos o exigencias del presente que desvían de esos objetivos. En el primer caso, se trata de definir la coherencia entre el hacer presente y las metas futuras; en el segundo, de priorizar las metas futuras o lo que, por la razón que sea, se impone en el hoy. La razón puede ser académica pero no necesariamente, con lo que retomamos in toto los problemas del apartado anterior: unx niñx que llora es un requerimiento presente que quita tiempo presente a la demanda proveniente del futuro. Sin contar los demás aspectos de la vida: hacer un viaje, tomarse unos días de vacaciones, refaccionar la casa, etcétera. Pero también pueden ser razones del propio ámbito laboral, lo que nos envía al próximo apartado: veremos, en efecto, que un rasgo particular de la actividad es que supone la realización de numerosas tareas, muchas más de las definidas estatutariamente.

En este segundo grupo hay que incluir la existencia de planes a futuro alternativos a la carrera. Puesto que, al menos hasta el momento crítico de convertirse en investigadxr asistente no hay garantías de continuidad, varixs entrevistadxs mantienen proyectos alternativos a modo de resguardo. A veces son inocuos, porque no tienen contenido concreto y funcionan como especulación abstracta. Pero otras veces suponen inversiones en el presente que compiten de manera más o menos abierta con el proyecto principal. Lo más reiterado en las entrevistas son los proyectos de docencia, a nivel universitario o a nivel secundario, que son también carreras y que requieren, en particular la docencia universitaria, una paciente tarea de acumulación y espera[15]. Aunque son tareas académicas y por ende parecidas, y aunque algunas de sus apuestas valen para ambos campos (por ejemplo, doctorarse o publicar), requieren de actividades distintas que compiten por el tiempo presente.

Lo que significa el plan B depende de lo que significa el proyecto de carrera, el cual, entre otros factores, depende de los recursos con que se cuenta:

“Yo lo que definí es que […] voy a ir haciendo lo que tenga sentido para mí, voy a presentar mi currículum y mi propuesta y si pasa, pasa, y si no pasa, tendré que reorganizarme […] Yo sé que, aunque me paguen mal, dar clases me encanta, yo sé que, aunque me quede sin trabajo, tengo un compañero y una familia que pueden responder por mí”. (Lucía)

“[…] yo bromeo un poco con mis amigos y les digo: si no entro a carrera un puesto de comida ahí en el Sarmiento, o sea, y [que] todos lleguen a comprarme […] porque lo digo en forma jocosa, pero tengo una realidad […] no puedo, no estaría pudiendo bancarme vivir en Córdoba sin la beca...”. (Diego)

“[…] uno analiza qué es Conicet para uno en el horizonte, si es un punto de llegada o es lo que uno aspiracionalmente quiere hacer [...] [Yo] nunca lo descarté, pero nunca fue la única opción… siempre hubo un plan B”. (Gustavo)

En estos fragmentos, los capitales económicos, familiares, relacionales y culturales asoman como trasfondo de los significados que tienen tanto la carrera como la conciliación presente/futuro. Pero las entrevistas recogen un indicio más concreto de esa relación, que son las experiencias laborales que varixs entrevistadxs han tenido previamente. El hecho de haber sido fleterx, carnicerx, empleadx de comercio, encuestadxr de calle, e incluso tareas más próximas al metier académico, como la docencia media o en institutos de capacitación, opera como trasfondo comparativo que, según los casos, da sentido al esfuerzo que requiere la carrera (“era esto o trabajar en un shopping”, Natalia), relativiza sus exigencias (“no hay nadie que te diga que no lo disfruta […] te pagan por investigar, te pagan por estudiar”, Daniela) o las justifica política y socialmente (“es un privilegio”, Román).

Las referencias explícitas a la tensión presente/futuro no deja dudas acerca de su ambivalencia. La carrera es muy exigente, incluye momentos sacrificiales, obliga a soportar la incertidumbre, pero permite una libertad que difícilmente se encuentre en otros trabajos y ofrece unas garantías que tampoco son comunes, a lo que se agrega la fuerte carga simbólica que mencionamos en el apartado precedente. Según lo que se acentúe de esta transacción implícita, la tensión pasado/futuro puede ser irrelevante o dramática, razonable o injustificada, y los éxitos o fracasos de su administración otro tanto. Pero un último dato que llama la atención, y que retomaremos más adelante, es que cuando la armonización falla lxs entrevistadxs son más proclives a remitir el problema a sus propios errores que a razones estructurales. Los lamentos en torno a lo que “no se sabe hacer”, lo que “todavía debe aprenderse” o lo que “se hizo mal" superan con creces las referencias a un problema que es de todxs por igual.

La tensión entre distintos aspectos del trabajo

La tercera tensión se refiere a la diversidad de tareas que incluye el trabajo. No ya lo que suman la agenda diaria más la de largo plazo, ni lo que suman otros aspectos de la vida al trabajo, sino el trabajo mismo en sus múltiples componentes. En sus relatos, lxs entrevistadxs hablan de obligaciones asumidas con equipos de investigación, de tareas administrativas, gestión de subsidios, organización de eventos académicos, dirección de tesistas, arbitraje en revistas científicas, participación en jurados de tesis, acompañamiento de estudiantes o investigadorxs más jóvenes... La lista es larga y aunque no todos hacen todo, en todos los casos las agendas son apretadas y heterogéneas. El tercer desafío consiste precisamente en gestionar esa amplitud y multiplicidad.

Pero antes de analizar cómo lo hacen conviene preguntarse por qué: qué es lo que explica tantas y tan diversas actividades. La razón más nítida que se desprende de las entrevistas es, nuevamente, la competencia. Si bien estatutariamente no están obligadxs, lxs entrevistadxs saben que, si quieren continuar en carrera, deben adelantar los trabajos que les serán requeridos en la próxima instancia de evaluación, tal como propone Müller (2014) con la idea de “aceleración anticipatoria”.

De ahí que, por ejemplo, un becario posdoctoral que, desde el punto de vista formal, no tiene más obligación que cumplir el plan de investigación que él mismo propuso, sienta la obligación de asumir otras muchas tareas que refuerzan su currículum y por ende sus chances competitivas:

“[...] y a la noche hay días de serie y hay otros días que volver a la compu y contestar cosas [...] yo en este momento tengo dos tesistas, una de doctorado y una de maestría [eso] te implica mucho tiempo, mucho tiempo de lectura [...] Ayer me llegó para evaluar una tesina [...], y así, como que todas esas cosas son un montón de tiempo, que uno invierte y con gusto, yo lo hago porque realmente me gusta [...] O evaluar papers [...] hay momentos en que yo digo ay, no, esto no quiero evaluarlo, pero, por ejemplo, a veces llegan revistas muy copadas y digo: [...] te están buscando y te están diciendo que puedes ser un evaluador... Entonces, desde un lugar, a veces como... no, tengo que hacerlo, porque son contactos, porque también no es solo eso que yo te digo de sumar un poroto como investigador, sino que también te genera vínculos con editores, con otros académicos [...] hay cosas que hay presión también de amigues colegas, que te dicen che, qué te parece si escribimos tal cosa...”. (Diego)

Citamos in extenso este fragmento ya que muestra la dificultad de la decisión (se sabe que mejorará el currículum, pero también que llevará mucho tiempo) y porque se vislumbra una segunda razón de la diversidad: el gusto o el placer asociado a la tarea (“lo hago porque realmente me gusta”). Como vimos, parte de la sobrecarga proviene del hecho de que lxs investigadorxs disfrutan su trabajo y lo revisten de cargas afectivas y simbólicas que parecen intervenir también en la diversificación de las tareas.

Otras veces lo que está en juego es simplemente el poder. Aunque sean relativamente libres en su día a día, eso no quita que estén inmersxs en relaciones asimétricas en donde se les imponen cosas con mayor o menor sutileza: “En mi equipo de trabajo se demandan muchas otras cosas además de lo esperado a un becario [...] que presentarnos a subsidios, a cosas, a cuestiones administrativas, que a mí me generan bastante tensión porque yo las acepto a regañadientes” (Mario).

Una razón más de la multiplicidad de tareas proviene de valores ético políticos que lxs entrevistadxs sostienen y hacen que vivan ciertos compromisos sociales como parte de su trabajo. Así, una entrevistada cuenta que estudia desde hace mucho una organización que le pide informes, análisis de documentos estatales, sistematizaciones de datos, etcétera, que ella considera parte de sus deberes como investigadora pero la llevan a trabajar fuera de hora (“la tarde y la noche del domingo pasado fue para eso”, Paula).

La gestión de esta diversidad es un fenómeno de muchas aristas. Por empezar, tiene un rasgo singular que los relatos muestran, aunque no hagan explícito: es un trabajo intransferible, que solo puede hacer el propix interesadx porque es quien tiene la perspectiva de conjunto. Así, en el fragmento citado, el investigador tiene que hacer un referato, guiar una tesis de grado, otra de maestría e integrar un tribunal de tesis, cuatro tareas que hace en instituciones diferentes, en las que entabla relación con distintxs actorxs y que realiza incluso en espacios físicos diferentes. Él es el único que puede tener la mirada global, por lo que la tarea es una mezcla de autonomía y soledad, en donde las ambivalencias deben resolverse en el fuero interno: “no, esto no quiero evaluarlo, pero... no, tengo que hacerlo”, dice.

Así, lo que debe componerse no es una especie de puzzle con piezas de distinto tamaño (distintas cantidades de tiempo): son tareas y tiempos cualitativamente diferentes. Algunos son de alta concentración, como la escritura, pero otros requieren simplemente un poco de atención (como algunas tareas administrativas). Algunos son tiempos decidibles por quien investiga, mientras otros son impuestos (por ejemplo, las reuniones o las fechas de las convocatorias). Algunos son tiempos breves, de tareas que empiezan y terminan rápido (la misma reunión, o un curso), mientras que otras son de largo o de muy largo plazo (como la tesis doctoral). Algunos tienen duraciones fijas, que permiten planificar, pero otros son de duración indeterminada (como la escritura de un paper o el trabajo de campo). Algunas tareas son repetitivas, tienen forma cíclica, mientras otras son procesuales: van cambiando de contenido a medida que se realizan (la investigación es un ejemplo). Es muy fácil que estos diferentes tiempos cualitativos no armonicen entre sí.

La tensión primordial, sin embargo, la que define en gran medida el problema de la heterogeneidad, es la inconsistencia entre la agenda y las propias prioridades. Por distintas razones, varixs entrevistadxs expresan que dedican poco tiempo a lo que consideran importante y que otras tareas les quitan un tiempo excesivo, teniendo que relegar lo que realmente les interesa:

“También tareas de evaluación que me han llegado, cada vez llegan más... [...] que dije que sí y después en el proceso me arrepiento de haber dicho que sí porque es mucho tiempo, mucha lectura [...] este tipo de cosas, que van llegando y que, bueno, finalmente, no sé bien por qué digo que sí... Quizás sea parte... bueno, es parte de nuestra tarea, pero a lo mejor sea cuestión de cómo administrar mejor para que eso no ocupe la mayor parte del tiempo y finalmente la investigación quede siempre al último...”. (Paula)

“Cuando llega setiembre, en todos los años me pasa lo mismo, finales de setiembre, ya estoy muy agotado, muy cansado, y me empiezo a despelotar y a desorganizar y empiezo a hacer lo que puedo, empiezo a perder la agenda [...] Tengo que empezar a revisar esto para poder hacer más óptima mi producción en Conicet, que es mi prioridad y es lo que más... me da el sustento, digamos... por lo que yo tengo que establecer prioridades”. (Miguel)

“[...] me lleva un tiempo en pausa escribir. O sea, como un tiempo de estar en shock frente a la hoja y arrancar. Y la verdad es que en esta organización del día a día y que siempre es tan loca, nunca tengo el tiempo para hacer la pausa [...] si me reservé, por ejemplo, dos horas, y a la hora no arranqué, me frustro y empiezo a hacer cualquiera de las otras cosas que ya enlisté”. (Lucía)

Los fragmentos dan cuenta de varios componentes de esa sensación de inconsistencia. A veces el problema es que las prioridades no están claras o no son constantes (“no sé bien por qué digo que sí”; “quizás sea parte... bueno, es parte de nuestra tarea”, “tengo que fijar prioridades”), algo que no resulta extraño si atendemos a la diversidad de razones que tienen para ampliar sus tareas. Perfectamente puede ocurrir que una de ellas, como la competencia o la acreditación, entre en tensión con otras; por ejemplo, lo que realmente gusta e interesa hacer. Los fragmentos también dan cuenta del problema de estimación de los tiempos que llevará cada cosa: aceptan tareas que creen que podrán resolver rápidamente y después resulta insuficiente (“en el proceso me arrepiento de haber dicho que sí porque es mucho tiempo”). El segundo fragmento sugiere, además, que la sensación de inconsistencia no es permanente, que alterna con períodos de armonía (“llega setiembre [...] empiezo a hacer lo que puedo, empiezo a perder la agenda”). Y el último introduce el elemento cualitativo, a veces no se trata de no tener tiempo sino de no tener el tipo de tiempo que se requiere: la entrevistada necesita, para escribir, un paréntesis de tranquilidad que en la organización “loca” del día a día no tiene.

        Por último, los dos primeros fragmentos ilustran lo más habitual de esta tensión: lxs entrevistadxs son más proclives a analizar críticamente lo que ellxs mismxs hacen que a poner en discusión sus condiciones. Los lamentos por la inconsistencia conducen a reflexiones acerca de lo que se hizo mal y lo que se debería hacer mejor mucho más que a la discusión del problema objetivo que deben resolver y su aceptabilidad como imposición.

La tensión entre hacer bien y hacer rápido

La cuarta y última tensión se refiere a la convivencia problemática entre la intención de hacer bien el trabajo y la necesidad de hacerlo rápido. Al preguntárseles sobre su relación con los sistemas vigentes de evaluación, varixs entrevistadxs hicieron referencia expresa a esta relación como un problema. Y buena parte de la literatura crítica sobre el tema lo afirma como axioma o lo sopesa empíricamente. La idea central es que la competencia genera la necesidad de hacer cada vez más en menos tiempo y que eso atenta contra la calidad de lo que se hace, en este caso la calidad de la ciencia (Vostal, 2015).

En las entrevistas, ese argumento está presente con importantes matices y variaciones que sugieren la necesidad de distinguir entre evaluación y competencia. En el caso que nos ocupa, las evaluaciones son periódicas para todxs lxs investigadorxs, desde lxs becarixs en adelante, y suponen el cumplimiento de pautas temporales concretas, pues las tareas a realizar siempre tienen plazos. Esto supone alguna presión de tiempo, pero no necesariamente la exigencia de hacer las cosas más rápido de lo que se desea. Así, por ejemplo, algunxs entrevistadxs dicen que la cantidad de publicaciones que se requieren son demasiadas (“apenas llego al mínimo, y me cuesta un montón”, Paula) y otrxs la consideran mínima y relativamente fácil de lograr (“tengo tiempo, tengo tiempo para todo”, Omar).

La competencia, en cambio, tiene en sus análisis una relación más directa con la rapidez. Pero no la competencia en abstracto sino la que se desarrolla en su ámbito y tal como la perciben. Por un lado, se trata de una competencia en la que no es posible tener certezas porque no se sabe con quién se va a competir y por ende no puede determinarse el valor del propio currículum. Por otro, consideran que las evaluaciones son fundamentalmente cuantitativas y que su principal componente son los artículos en revistas indexadas. En este punto, reencontramos el tópico de la opacidad que tiene para ellos el sistema de evaluación (“tras escena se dice que…”, Diego; “lo que todo el mundo dice es...”, Paula), que parece saldarse con consensos bastante generalizados sobre cosas que no están explicitadas en ningún reglamento, por ejemplo, la idea de que deben publicarse al menos dos artículos por año. Sumadas, todas estas cosas conducen a que efectivamente la estrategia dominante sea siempre hacer un poco más, y puntualmente publicar más artículos. En algunos casos se lo hace y en otros no, pero hay coincidencia en que esa es la respuesta lógica para enfrentar la indeterminación y en que, más allá de cierto punto, entra en conflicto con el buen hacer.

Qué significa buen hacer no es, sin embargo, algo unívoco. Los siguientes fragmentos ilustran las principales ideas al respecto:

“[...] la lógica [de las evaluaciones] va en contra de la reflexión, de las ideas y de la investigación, porque en realidad estás corriendo contra los números y contra el tiempo constantemente...”. (Vanesa)

“[...] no es fácil encontrar gente que quiera narrar sus historias de vida [...] y esto implica un tiempo de vínculo con la comunidad [...] puede tardar años el poder entrar a una comunidad”. (Diego)

“[...] esto de que haya compañeras, por ejemplo, que no les dan la promoción porque no tienen sus dos papers por año, cuando vos ves que están en el terreno, haciendo mucho laburo en la comunidad...”. (Daniela)

“[...] ciencia amorosa, encuentro con aquellos que tienen ganas de entender la ciencia como la entiendo yo y desde lugares [...] de respeto, apoyo mutuo, solidaridad, horizontalidad, compañerismo...”. (Natalia)

En el primer y segundo fragmento, se ponen en juego ideales acerca de lo que es la buena ciencia o el auténtico trabajo intelectual, que requeriría una lógica temporal menos imperativa de la que existe (el segundo advierte una variante de este fenómeno dado que algunas investigaciones llevan, por definición, mucho tiempo y no pueden hacerse bien si se cede a las presiones temporales). El tercer fragmento alude al ideal de una ciencia vinculada con la sociedad y al tipo de relación con el medio que la competencia estaría desplazando (la extensión, el trabajo con y para las comunidades, etcétera). Y el último no se refiere tanto al resultado sino a las prácticas que lo producen y a las consecuencias negativas de la competencia, relacionadas con el individualismo, el egoísmo y el aislamiento.

Estas consideraciones son producto de reflexiones y análisis a partir de una pregunta explícita por los sistemas de evaluación. Mucho más ricos son los relatos de la experiencia que suscita la contradicción. Es allí donde la tensión se manifiesta como una polaridad en la que es difícil hacer equilibrio porque ambos impulsos merecen ser atendidos. Los siguientes fragmentos, que están entre los más elocuentes de las entrevistas en su conjunto, dan cuenta en pocas líneas de esa complejidad:

“Hay algo del tiempo productivo, que me hace sentir a veces insatisfecha en torno a mi producción, pero después [...] digo: loca, sos re seria, le estás dedicando un montón de tiempo a esto… O sea, ¿qué parámetro? ¿Adónde querés llegar? [...] A veces me lo pregunto y digo no quiero ser investigadora independiente, quiero hacer mi trabajo [...] Pero después hay un informe que me devuelven de mi promoción diciéndome [...]: espectacular, pero la falta producción”. (Natalia)

“Yo sí sé que es una característica de mi personalidad ser híper ordenada y veloz con lo que hago, entonces [...] termino también introyectando eso. Yo puedo decir: malo, malo sistema científico, cómo transformás mi tiempo y mi inteligencia en números y a nadie le importa si es importante lo que hago o no. [Pero] yo también soy parte del juego, en el sentido de que me doy cuenta que me autoexijo un montón [...] todo el tiempo, el multitasking, un montón de ventanas abiertas [...] como una optimización de la energía vital y psíquica extrema… bueno, es una mierda…”. (Vanesa)

En el primero, hay una oscilación explícita entre los dos polos, la entrevistada se interroga a sí misma desde dos perspectivas contrapuestas, la del rendimiento y la de la calidad, desde las cuales siente sucesivamente satisfacción y malestar (“sos re seria” / “me hace sentir insatisfecha”) en un intenso diálogo interno que, sin embargo, hace intervenir condiciones objetivas concretas: cambiar de categoría (“ser independiente”) implica hacer más de lo que ella hace, algo que se le ha advertido en el dictamen (“falta producción”) y frente a lo cual se plantea las dudas (“no sé si quiero ser independiente”). En el segundo, la propia entrevistada reflexiona sobre la ambivalencia con un dejo de resignación: se puede criticar el sistema, pero sus imperativos de exigencia y rapidez son ya parte de sus propias disposiciones, y por ende menos decidibles.

La forma en que lxs entrevistadxs gestionan la ambivalencia se resume en un término recurrente: el de “negociación”. La metáfora describe una operación compleja que encierra aspectos objetivos y subjetivos. Objetivamente, supone cumplir con las exigencias de la rapidez hasta un punto de equilibrio que, en general, se identifica con la idea de mantenerse dentro del sistema: se acepta publicar una cantidad aceptable de trabajos y se espera que los resultados confirmen que es efectivamente suficiente. Subjetivamente, requiere una suerte de permiso normativo auto-administrado: se puede ceder parte de los ideales, pero hasta un límite práctico que cada unx conoce y con el que puede convivir:

“Creo que mi mayor desafío siempre es y sigue siendo no negociar algunas cosas. Porque, para mí, negociar con el primer objetivo de la productividad, por ejemplo, es negociar lo que me gusta escribir y el modo en que me gusta escribir [...] Me parece que eso es para mí el mayor desafío hoy...”. (Paula)

“Yo no quiero poner mi vida en el laburo, no quiero que se me vaya la vida en el laburo [...] sí quiero ser bueno, sí quiero ser serio, son cosas que no se negocian...”. (Gustavo)

“Si vos ponés mi apellido y mi nombre en Conicet vas a ver que estoy publicando [...] entonces también puedo negociar con esta [...] coerción burocrático institucional... porque estoy buscando el caminito, ¿sabés?, el caminito para poder disfrutar cada vez más de lo que hago”. (Natalia)

Por supuesto, la cuestión no es solo normativa ni consiste en la aplicación de un criterio mecánico: parece más bien una tarea de tacto y de decisión en cada contexto y en cada momento particular. Pero sobre todo no es exclusivamente una actividad privada sino una que involucra el juicio externo. Nuestras entrevistas no abordaron directamente esta cuestión —cómo se construye el juicio sobre la calidad de lo que unx mismx hace—, pero hay múltiples indicios de la importancia capital que tiene respecto de la experiencia y gestión de esta tensión, y posiblemente también de las anteriores. En un extremo, la duda acerca de la calidad puede conducir a un malestar (“no son las expectativas de rendimiento que yo mismo tenía, yo pensé que me iba a costar menos”, Mario) o, por el contrario, a un cierto pragmatismo de contexto (“¿podría ser mejor? Totalmente, podría ser re mejor, podría darme muchísimo más tiempo, pero hay que cerrarlo”, Román). En el otro, la certidumbre de que lo que se hace está bien puede operar como fuente de las demandas y las críticas al sistema, pero también como reserva anímica para sobrellevar la incertidumbre y lo que eventualmente se experimente como injusticia en las evaluaciones (“yo igual siento que estoy tranquila... hice de todo, tengo un mecanismo de autorregulación y autoexplotación tremendo”, Vanesa).  

Conclusión y perspectiva

Reiteramos una vez más el carácter exploratorio de nuestra investigación y por ende conjetural de las descripciones y sobre todo de las conexiones que hemos ido estableciendo: cada una vale a lo sumo como hipótesis para indagaciones más detalladas, que son el primer camino abierto para la continuidad de esta investigación. Los otros son los siguientes:

(a) La expansión del análisis hacia otros campos del conocimiento y hacia otras categorías escalafonarias, que permita una visión más completa de la institución y eventualmente trabajos comparativos con organismos similares de otras partes del mundo. Aunque las grandes tendencias pueden considerarse similares, la incidencia de las políticas científicas locales, de los procesos materiales involucrados (redes internacionales, infraestructura digital, etcétera), entre otros muchos factores, son seguramente determinantes del modo en que los procesos se inscriben localmente.

(b) En el comienzo del artículo situamos la discusión en el marco más amplio de las transformaciones del capitalismo en el contexto de la “flexibilidad” y el “posfordismo”, nociones que expresan una de las muchas interpretaciones de la naturaleza del capitalismo actual y que elegimos por su interés explícito en la temporalidad. La tesis central de ese enfoque es que la crisis endémica que arrastra el capitalismo desde fines del siglo pasado tiene como principal correlato la expansión de la forma mercancía hacia ámbitos de actividad hasta ahora protegidos por el Estado, como el de la ciencia. Lo que plantea al menos dos temas concretos de investigación:

(1) El del modo en que la forma mercancía se introduce en la esfera estatal, específicamente en un ámbito que, como la ciencia, no produce objetos estandarizados ni los produce con objetivos comerciales, pero sí lo hace en un marco de competencia productivista y crecientemente bajo un concepto de balance costo/beneficio de la inversión estatal. El desarrollo de este tipo de análisis requiere la apelación a conceptos mediadores entre las macrotendencias del capitalismo y las esferas específicas de análisis (por ejemplo, en el mundo científico, el concepto de campo u otros similares).

(2) Las similitudes y diferencias entre lo que ello implica para la temporalidad del trabajo científico y lo que ocurre en otros ámbitos laborales, más próximos en este sentido (otros trabajos de alta cualificación en el Estado) o más alejados. Las cuatro tensiones temporales que identificamos seguramente no son exclusivas del trabajo científico, pero probablemente sí lo sea que se den las cuatro juntas y con el contenido específico que tienen allí. También aquí hay un importante margen de análisis comparativo ya en el ámbito de los estudios sobre el trabajo.

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[1]Notas

 Para una presentación general, pueden verse los trabajos de Ramos Torre (1992), Pronovost (1989) y Bergman (1992).

[2] La principal referencia en el debate sobre la aceleración es la obra de H. Rosa. Véase en particular Rosa (2013) y, para una panorámica actualizada de la discusión, Torres (2023).

[3] Vostal (2015) y Vostal, Benda y Virtová (2019) subrayan los efectos negativos que produce la aceleración en el trabajo académico, que no es exclusivo del campo, pero sí impacta de modo específico en él (dificultad para marcar el ritmo personal, aspiración a la excelencia, tiempo que requieren los procesos reflexivos) y complejizan su interpretación entrecruzando diferentes temporalidades (experimental, cognitiva, institucional). Musselin (2007), por su parte, subraya como aspectos centrales la diversificación, la hiperespecialización y las nuevas modalidades de control articuladas con las formas de evaluación (también en Skolnik, 2000).

[4] No registramos estudios centrados en el uso del tiempo en el ámbito específico en que localizamos nuestra investigación.

[5] Además de los textos mencionados en la nota 1, véase, sobre el concepto sociológico de tiempo, Luhmman (1992), Jacques (1984), Valencia García (2007) y Cristiano (2020).

[6] La información que en este párrafo abreviamos y las normativas de evaluación del organismo pueden consultarse detalladamente en su sitio web: https://www.conicet.gov.ar/que-es/.

[7] Para una revisión sobre la institucionalización de políticas científicas a nivel internacional desde mediados del siglo XX hasta la actualidad y su correspondencia con las implementadas en Argentina, puede consultarse Feld (2015) y Velho (2011). En ese marco, la inserción del CONICET en las lógicas de evaluación internacionalizadas ha sido trabajada por Pablo Kreimer (2015). De acuerdo a lo apuntado por estxs autorxs, un desarrollo más amplio de esta investigación podría contemplar el devenir histórico de las políticas científicas con sus modelos dominantes, estructuras organizativas, modos de financiación y criterios de evaluación.

[8] Los trabajos de Müller (2014) y Smithers, Spina, Harris y Gurr (2022) se presentan como antecedentes de nuestra indagación en la literatura internacional. Ambas son investigaciones basadas en entrevistas en profundidad con investigadorxs posdoctorales, en el primer caso, y de investigadorxs recientes, en comparación a consagradxs, en el segundo. En los trabajos se resaltan los efectos negativos de la aceleración en aquellxs que aún no tienen consolidadas posiciones en la academia, a las que denominan “posiciones frágiles”.

[9] Cruzando las variables de posición con las de género (varón = V, mujeres = M) y presencia ausencia de tareas de cuidado (presencia = Ctc, ausencia = Stc), el cuadro resultante es el siguiente (los nombres de lxs entrevistadxs son ficticios):

Becarixs doctorales

Becarios post doctorales

Investigadorxs asistentes

V Ctc

1 (Manuel)

1 (Gustavo)

1 (Omar)

V Stc

1 (Mario)

1 (Diego)

2 (Miguel; Román)

M Ctc

2 (Patricia; Violeta)

2 (Sandra; Mabel)

1 (Paula)

M Stc

2 (Lorena, Lucía)

2 (Daniela; Isabel)

1 (Natalia)

[10] Para el análisis de las entrevistas, empleamos la técnica de “puntuar insistencias” (Fernández, 2005), que básicamente consiste en identificar tópicos recurrentes en torno a los cuales se organizan los discursos, más allá de sus diferencias.

[11] Existe una licencia de 90 días y la posibilidad de prorrogar por el mismo tiempo la finalización de la beca doctoral o posdoctoral. Sin embargo, la maternidad/paternidad no supone formalmente ninguna consideración especial al momento de la evaluación.

[12] Hay muchas variaciones en este aspecto en función de las áreas y el tipo de investigación que se realiza. Lo que afirmamos es lo más habitual en el caso de las ciencias sociales y las humanidades.

[13] Aunque no lo hemos indagado en la investigación, es más que probable que las disposiciones de clase y trayectoria desempeñen un papel significativo sobre todo en los primeros tramos de la carrera, cuando las disposiciones específicas del campo están todavía en formación.

[14] En una de las preguntas, solicitamos a lxs entrevistadxs que describieran, con el mayor detalle posible, qué cosas hacían en concreto cuando estaban trabajando.

[15] La carrera docente universitaria ha experimentado en Argentina una notable intensificación de la competencia, producto, entre otras cosas, de una inserción de lógicas evaluativas que corre en paralelo y tiene múltiples relaciones con la que se desarrolla en Conicet (Beigel y Bekerman, 2019).