Afecciones que persisten: memoria episódica y ética animal

Persistent Affections: Episodic Memory and Animal Ethics

Gabriel Corda

https://orcid.org/0000-0002-6053-9695

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Universidad de Buenos Aires

gcorda94@gmail.com

Fernando Marte

https://orcid.org/0009-0005-7473-3375

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Universidad Nacional de Córdoba

davidmarte1234@gmail.com

Fecha de envío: 15 de agosto de 2023. Fecha de dictamen: 12 de abril de 2024. Fecha de aceptación: 3 de mayo de 2024.

Resumen

A partir de una metodología filosófica naturalista, el presente artículo propone dos rasgos de la memoria episódica que resultan relevantes para pensar algunos tópicos de la ética animal: (1) el carácter reconstructivo de eventos pasados cargados afectivamente y (2) el carácter narrativo y la conciencia autonoética de la memoria episódica. Respecto del primero, se reseña brevemente el debate actual en torno a la evidencia de que algunos animales presentan experiencias impulsadas internamente con valencia hedónica y padecen trastorno de estrés postraumático. Luego, se exploran algunas consecuencias que tendría esta propiedad a la hora de considerar el bienestar de los animales en sistemas de producción intensivos. A continuación, se reseña el debate vinculado con el segundo rasgo y se evidencia el rol que estas propiedades de la memoria episódica han cumplido en la atribución del carácter de persona en la tradición filosófica, junto a las concepciones más deflacionadas de estas capacidades, entendida como unidad o continuidad psicológica. En la última sección se argumenta que estas concepciones contemporáneas, que vinculan ciertas notas de la memoria con la unidad psicológica, permiten atribuir el carácter personal a animales no humanos.

Abstract

Based on a naturalistic philosophical methodology, this article proposes two features of episodic memory that are relevant for thinking about some issues in animal ethics: (1) the reconstructive character of affectively charged past events, and (2) the narrative character and autonoethical awareness of episodic memory. Regarding the first issue, we briefly review the current debate over evidence that some animals have internally triggered experiences of hedonic valence and suffer from post-traumatic stress disorder. We then explore some of the implications of this trait for animal welfare in intensive production systems. Next, we review the debate on the second issue and demonstrate the role that the properties of episodic memory have played in the attribution of personhood in the philosophical tradition, along with more deflated conceptions of these capacities, understood as a psychological unity or continuity. The final section argues that these contemporary conceptions, which link certain features of memory to psychological unity, allow for the attribution of personhood to nonhuman animals.

Palabras clave: memoria episódica (ME); experiencias impulsadas internamente con valencia hedónica (EIIVH); trastorno de estrés postraumático (TEPT); bienestar animal; persona.

Keywords: episodic memory; internally triggered experiences of hedonic valence; post-traumatic stress disorder; animal welfare; personhood.


Introducción

Muchos especialistas en ética animal consideran que las capacidades cognitivas de las criaturas constituyen la base del estatus moral de los animales. Por esta razón se ha sugerido que toda investigación sobre las capacidades cognitivas de los animales no humanos (en adelante animales) contribuye a aclarar nuestros deberes morales hacia ellos. A esta posición se la denomina individualismo moral y actualmente se la considera como una tesis meta-normativa que subyace a diversas concepciones de la ética animal, como, por ejemplo, concepciones deontológicas, utilitaristas e incluso el enfoque de las capacidades (Delon, 2014).

Esta tesis meta-normativa se postuló como una alternativa a la tradición filosófica que le otorgaba relevancia ética a la pertenencia a la especie humana. En contraste con esta tradición, el individualismo moral postula “que cómo un individuo puede ser tratado está determinado, no por su membresía a cierto grupo, sino por considerar sus propias características particulares” (Rachels, 1990: 33). Desde esta perspectiva, se considera la pertenencia a la especie humana como un mero hecho biológico que no tiene mayor importancia moral, y se fundamentan los deberes morales en las capacidades cognitivas y afectivas de los individuos. Esta tesis fue defendida por varios académicos (Rachels, 1990; McMahan, 2005) y es el supuesto meta-normativo a partir del cual se exploran algunas de las consecuencias que se derivarían de la atribución de ciertas notas de la memoria episódica a los animales[1].

La memoria episódica (en adelante ME) es la memoria de eventos pasados personales, es decir, aquellos que fueron experimentados de primera mano. Se contrasta generalmente con la memoria semántica, que almacena información general descontextualizada. Por ejemplo, si recuerdo mi participación en la marcha “Deuda x Clima” estoy recordando episódicamente. En cambio, sí recuerdo que el cartón es reciclable, sin recordar ningún evento asociado con esa información, entonces estoy recordando semánticamente.

Si los animales tienen la capacidad de recordar episódicamente es un tema de controversia. Por un lado, los optimistas les atribuyen la capacidad por los resultados de numerosos estudios que confirman que recuerdan eventos pasados. Por otro lado, los escépticos consideran, o bien que no tienen en absoluto la capacidad de recordar eventos (escepticismo de capacidad, por ejemplo, Hoerl y McCormack, 2019; Suddendorf y Corballis, 2007), o bien que tienen la capacidad de recordar eventos pero es una capacidad que difiere en clase de la ME (escepticismo de clase, por ejemplo, Keven, 2022; Mahr y Csibra, 2018). El desacuerdo entre los optimistas y los escépticos de clase no consiste, según Boyle (2022), en notar que existen diferencias entre la memoria humana y la del resto de los animales, sino en la forma de caracterizar y delimitar la ME. Estas diferencias se generan debido a que diferentes intereses teóricos traen consigo diferentes delimitaciones de un fenómeno (Taylor, 2021). Por ejemplo, si el propósito de una investigación es descubrir cuándo, por qué y en qué circunstancia emergió la ME (un interés evolutivo), entonces la caracterización de la ME será más inclusiva, abstracta, de grano-grueso, para poder detectar así formas anteriores y simples de la capacidad. Por el contrario, si el interés es encontrar cómo funciona la memoria humana para hallar, por ejemplo, tratamientos para ciertas patologías (interés biomédico), entonces la caracterización de la ME será más exclusiva, concreta, de grano-fino, a partir de la función y mecanismo de la memoria humana. De este modo, desde el interés evolutivo es más probable que se considere que varias especies tienen ME; en cambio, desde la concepción menos inclusiva del interés biomédico, es probable que se niegue la posibilidad de los animales de recordar episodios. En lo que respecta al objetivo de investigación ético, Boyle considera que no es claro cómo debe ser caracterizada y delimitada la ME. Esto se debe a que prácticamente no se ha abordado el problema de la ME desde un enfoque ético en la psicología comparada. Por esta razón, en el presente trabajo se explora qué rasgos de la ME presentan consecuencias en la consideración ética de los animales.

Para ello, se sigue una metodología naturalista (Papineau, 2023) según la cual la investigación filosófica de análisis conceptual y evaluación crítica de teorías se realiza de forma empíricamente informada y con la intención de realizar un aporte a nuestro conocimiento sobre el mundo al esclarecer los conceptos implicados en el tema de investigación y elaborar desarrollos teóricos que contribuyan a la coherencia e integración entre diversas tradiciones y fuentes de conocimiento que abordan la misma temática.

Desde esta perspectiva, se proponen dos rasgos relevantes de la ME que implican tratos éticos específicos: (1) la afección involucrada en la reconstrucción de eventos que hace a los recuerdos episódicos placenteros o dolorosos y (2) el carácter narrativo y la autonoesis de la ME, cruciales en la construcción de la identidad personal que merece, a su vez, de ciertos tratos. En la primera parte, se reseña brevemente el debate actual en torno al aspecto afectivo que acompaña la ME junto a dos líneas de investigación que atribuyen este elemento a algunos animales: la investigación sobre las experiencias impulsadas internamente con valencia hedónica en mamíferos y el desarrollo de trastorno de estrés postraumático. Luego, se exploran dos consecuencias bienestaristas vinculadas con el reconocimiento de esta evidencia: la incorporación de ítems diacrónicos en los modelos que evalúan el bienestar animal y la atención en elementos del ambiente que pueden desencadenar recuerdos con carga afectiva negativa. A continuación, se reconstruye el debate en la tradición filosófica respecto al rol que ha tenido la autonoesis y el carácter narrativo de la ME en la atribución del carácter de persona. Por último, se exploran las concepciones deflacionadas de estas capacidades que la entienden como unidad o continuidad psicológica para, finalmente, argumentar en la última sección que estas concepciones recientes que vinculan ciertas notas de la ME con la unidad psicológica permiten atribuir ser personas en sentido pleno a los animales.

Afección en la reconstrucción de eventos

Como se mencionó, la mayoría de los autores coinciden en que los animales tienen recuerdos de eventos particulares y se presenta evidencia muy diversa al respecto. Los criterios para atribuir ME de los que se halló evidencia favorable en algunos animales son el de recordar qué, dónde y cuándo (Clayton y Dickinson, 1998), el de integrar estos tres componentes en una representación (Clayton, Yu y Dickinson, 2001; Clayton, Bussey y Dickinson, 2003), que esta representación integrada sea flexible (Clayton, Yu y Dickinson, 2003), recordar qué, dónde y cuál (Eacott, Easton y Zinkivskay, 2005), recordar condiciones bajo las cuales se adquirió el recuerdo (Crystal, Alford, Zhou y Hohmann, 2013), viajar mentalmente en el tiempo (Tulving, 2005), recordar el orden secuencial de eventos (Panoz-Brown, Iyer, Carey, Sluka, Rajic, Kestenman, Gentry, Brotheridge, Somekh, Corbin, Tucker, Almeida, Hex, Garcia, Hohmann y Crystal, 2018; Crystal, 2022), aprender retrospectivamente, es decir, recordar información que resultaba irrelevante en el momento que ocurrió el evento (Singer y Zentall, 2007; Boyle, 2019) y dependencia del hipocampo del desempeño de la memoria (Eichenbaum y Fortin, 2005, Crystal et al., 2013)[2].

Este número diverso de evidencia condujo a atribuirles a varios animales una capacidad de memoria como la episódica (episodic-like memory) que les permite recordar eventos particulares con elementos del contexto espacio-temporal. No obstante, la mayoría de estos enfoques sobre la ME presentan la limitación de que se han centrado en los componentes “objetivos”, “epistémicos”, “informativos”, “descriptivos” o “cognitivos”, dejando de lado sus aspectos “subjetivos”, “afectivos” o “emocionales”, que actualmente son considerados como constitutivos de los recuerdos episódicos. Esta tesis, que integra explícitamente la información afectiva y emocional como parte constitutiva de la ME, puede encontrarse en distintos modelos neurocientíficos (Dolan, Lane, Chua y Fletcher, 2000; Allen, Kaut y Lord, 2008; Yonelinas y Ritchey, 2015) y teórico-conceptuales (Trakas, 2021) recientes[3]. Trakas (2021) considera que la cuestión afectiva es constitutiva de los recuerdos episódicos y entiende la noción de afecto como los sentimientos más elementales y bipolares de placer y disgusto, tensión o relajación, depresión y euforia, que reflejan la manera en que los sujetos son afectados por su ambiente. En adelante, tomaremos esta noción de afecto entendido como un sentimiento elemental bipolar (positivo o negativo) presente en todas nuestras experiencias, ya sean sobre estímulos externos (por ejemplo, la experiencia perceptiva) o estados internos (por ejemplo, la reexperiencia de un evento pasado).

En el contexto del presente trabajo, que busca explorar algunas consecuencias éticas de la atribución de ME en animales, el rasgo principal a tener en cuenta es el afectivo. Este es precisamente el aspecto que, como se mencionó, ha sido pasado por alto y desatendido por la psicología comparada. No obstante, es posible hallar dos proyectos de investigación que resultan pertinentes para abordar esta problemática. El primero surge a partir de un estudio reciente (Mahr y Fischer, 2023) que argumenta que los animales tienen experiencias impulsadas internamente con valencia hedónica (en adelante EIIVH). El segundo se corresponde con el conjunto de modelos animales del trastorno de estrés postraumático (TEPT). En adelante describiremos cada uno de estos estudios por ser la evidencia que actualmente poseemos para atribuirle recuerdos afectivos a animales.

Mahr y Fischer (2023) muestran evidencia de varios dominios que sugieren fuertemente que los animales presentan la cualidad hedónica de circunstancias previas activadas no por estímulos externos, sino internos. El problema que analizan es si los animales tienen representaciones con características espacio-temporales y valencia hedónica que no están directamente causadas por estímulos externos[4]. Por ejemplo, si una rata experimenta algún tipo de dolor al considerar un camino que previamente ha sido asociado con un shock eléctrico.

Los motivos por los cuales les atribuyen la capacidad de EIIVH son:

1. Los mecanismos implicados en la simulación episódica en humanos (la activación de imágenes mentales conscientes) se encuentran en ratas.

2. Tales mecanismos rastrean tanto el valor de experiencias positivas como negativas y se vinculan con áreas del cerebro que representan la valencia.

3. Estos mecanismos son relevantes motivacionalmente y predicen conductas de elección y evasión.

4. Estos mecanismos se encuentran implicados en funciones que podrían haber conducido la evolución de las representaciones episódicas con valencia hedónica a través de las especies (deliberación, delay de la gratificación, value computation).

5. Las simulaciones episódicas parecen ser mediante imágenes en tanto representan características espaciales y temporales al implicar la reactivación de las áreas cerebrales sensoriales.

Quienes niegan que los mamíferos no humanos puedan generar EIIVH tendrían que argumentar cómo fue posible la novedad evolutiva humana a pesar del extendido valor adaptativo de las EIIVH y a qué se deben las similitudes neurológicas entre mamíferos que están plausiblemente conectados a la generación de imágenes sensoriales. De modo que si bien no es concluyente la argumentación mencionada junto al modo de entender la evidencia, hay mejores razones a favor de la conclusión de que realizan representaciones episódicas con valencia hedónica que a favor de sus alternativas. Esto sugiere, según los autores, que al menos los mamíferos son capaces de generar simulaciones mentales que integran muchos aspectos de la experiencia, incluyendo información de la valencia hedónica dentro de una representación coherente.

A partir de esta evidencia consideran que la principal implicación en el bienestar animal de las representaciones impulsadas internamente con valencia hedónica es que el dolor o el placer no se limita a la intensidad y duración del momento presente, sino que incluye todas las ocasiones futuras en las cuales el animal recuerde esas memorias o simule circunstancias basadas en ellas. En este sentido, la capacidad de tener estos EIIVH funciona como un multiplicador de las experiencias positivas y negativas según la historia del animal[5].

Otro tipo de evidencia que manifiesta que ciertos animales tienen recuerdos de eventos afectivos son los vinculados al trastorno de estrés postraumático (TEPT). El TEPT es un trastorno psiquiátrico que en los seres humanos se caracteriza por la reexperiencia involuntaria e intrusiva de un evento que se experimentó como una amenaza de daño o muerte y resulta en cambios drásticos en el estado de ánimo y el comportamiento de quien lo padece. La atribución de TEPT se vincula con la ME porque un aspecto característico (Brewin, 2015), central (Bourne, Mackay y Holmes, 2013) y cardinal (Iffland y Neuner, 2016) en el diagnóstico de TEPT el experimentar flashbacks que son también reexperiencias de eventos pasados.

Según el DSM-5 (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), el TEPT se caracteriza por cuatro grupos de síntomas: (1) intrusión, recuerdos recurrentes, involuntarios e intrusivos del suceso traumático; (2) evitación, se elude elementos vinculados al suceso traumático (personas, lugares, objetos, actividades, etc.); (3) alteraciones negativas en el estado de ánimo y cognición, depresión, percepción y expectativas negativas, incapacidad de experimentar emociones positivas, disminución del interés en las actividades, retraimiento, entre otros; y (4) alteraciones en la excitación y reactividad, tales como impulsividad, irritabilidad, comportamientos agresivos y autodestructivos, hipervigilancia (estado de alerta), entre otros.

En animales, se presenta evidencia de los cuatro grupos de síntomas. En la mayoría de los casos, esta evidencia proviene de estudios de laboratorio con roedores con los cuales el “procedimiento” general consiste en someter los individuos a un evento traumático (por ejemplo, darles shocks eléctricos, exponerlos a depredadores, inmovilizarlos por dos horas, etc.) y luego analizar los cambios conductuales y neuronales que presentan. No obstante, también se estudia actualmente este trastorno en casos de primates de laboratorio (Lopresti-Goodman, Bezner y Ritter, 2015), perros militares (Cruse, 2014), perros que han recibido abuso (McMillan, Duffy, Zawistowski y Serpell, 2015), elefantes que han sido utilizados en la tala de árboles (Carnahan, 2019), en animales salvajes expuestos a depredadores (Zanette, Hobbs, Witterick, MacDougall-Shackleton y Clinchy, 2019) o a los cuales se les hizo escuchar voces humanas (Suraci, Clinchy, Zanette, Wilmers y Grether, 2019).

Un caso representativo de TEPT en animales puede encontrarse en chimpancés de investigación que sufrieron abuso físico (por ejemplo, cirugías invasivas e infecciones por enfermedades) que presentan reacciones intensas a los objetos que pueden haberles simbolizado o recordado el tiempo en el laboratorio (lo que puede leerse como una conducta del primer y segundo tipo de síntomas mencionados), tienen ataques de gritos, se autolesionan y carecen de interés en socializar (tercer síntoma), y, respecto al cuarto síntoma, presentan aumento de la excitación e hipervigilancia (Lopresti-Goodman et al., 2015).

Ahora bien, si estamos en lo cierto respecto de la atribución de EIIVH y de TEPT en animales, entonces estas atribuciones que consideran el aspecto afectivo y emocional de la ME deberían tener un impacto a la hora de pensar la forma de evaluar el bienestar de los animales. Si las experiencias pasadas tienen el potencial de afectar de forma permanente la vida efectiva de los animales, entonces este hecho debería ser clave a la hora de evaluar su bienestar. A continuación, se exploran algunas de estas consecuencias.

Consecuencias bienestaristas de la atribución de EIIVH y del TEPT

Esta conceptualización sobre la EIIVH y sobre el TEPT es de vital importancia a la hora de medir el bienestar de los animales de granja en sistemas intensivos, donde los animales son sometidos a situaciones que claramente pueden catalogarse como eventos traumáticos[6]. Ellos son separados de sus progenitoras a edades muy tempranas, se les corta la cola, los genitales y los cuernos sin anestesia, se los somete al encierro y a la casi inmovilidad durante gran parte de su vida, entre otras prácticas potencialmente traumáticas (DeGrazia, 2017)[7]. Debido a este conjunto de experiencias traumáticas es que resulta de vital importancia que los modelos que miden el bienestar animal incorporen criterios que consideren el potencial traumático de estas experiencias y la marca que estas dejan en la vida mental de los animales. Puesto que si estamos en lo cierto, es fuertemente cuestionable que algún sistema de producción intensivo pueda ofrecer bienestar o calidad de vida a animales con TEPT.

En línea con la idea de incorporar criterios que atiendan a la historia de los individuos para evaluar el bienestar de los animales, se encuentran algunos teóricos del bienestar animal positivo. En contraste con el bienestarismo inicial, que solo intentaba indagar sobre cómo prevenir los estados afectivos negativos, el bienestarismo positivo se focaliza en cómo los responsables del cuidado de los animales deben proceder para fomentarles estados afectivos positivos. Con este objetivo en mente, han elaborado conceptos teóricos como el de calidad de vida o incluso el concepto de felicidad en animales (Yeates y Main, 2008). Estos conceptos son relevantes en el presente contexto porque, como explicitan los investigadores:

“la noción de felicidad puede traer nuevamente la vida de cada animal al foco de atención cuando se discute sobre el bienestar animal positivo, incluyendo aspectos hasta ahora no discutidos como la manera en que las experiencias del animal (incluidas las experiencias durante la vida temprana) pueden afectar el bienestar animal positivo mediante la afectación de la habilidad de los animales para sacar lo mejor de las oportunidades disponibles”. (Lawrence, Vigors y Sandøe, 2019: 11).

En línea con este marco conceptual de la ciencia de bienestar animal positivo, es posible señalar que los modelos que miden el nivel de bienestar animal deberían incorporar criterios diacrónicos (factores que afectan el bienestar a lo largo del tiempo) para dichas evaluaciones. Esta implicación ya fue sugerida por Mahr y Fischer (2023), quienes usaron como ejemplo el modelo SOWEL. Este fue desarrollado para evaluar el nivel de bienestar de cerdas embarazadas y consta de 37 ítems o indicadores sincrónicos que son tenidos en cuenta para calcular el nivel de bienestar (Bracke, Spruijt, Metz y Schouten, 2002). Este modelo es ampliamente usado y la lista de ítems se focaliza en factores ambientales como el espacio por corral, el nivel de higiene y la salud física, el grado de exposición al frío y la disponibilidad de agua, entre otros. A su vez, incorpora algunos ítems vinculados con la salud psicológica como si el manejo de los animales les induce miedo o sufrimiento, si padecen de dolores crónicos u otros padecimientos similares. Sin embargo, todos estos ítems son sincrónicos (factores que evalúan el bienestar en un momento determinado) y no consideran lo que la evidencia reseñada hace evidente, a saber, que para evaluar el bienestar psicológico de los individuos también hay que considerar su historia. Puesto que mamíferos expuestos a eventos traumáticos, o simplemente a experiencias con valencia hedónica muy negativa, al tener la capacidad de EIIVH, pueden revivir una y otra vez esas experiencias afectivamente negativas en el presente. E incluso estos recuerdos afectivamente negativos pueden ser mucho más frecuentes si hay estímulos ambientales que los desencadenan habitualmente[8].

Otra implicación vinculada con el bienestar de los animales que se desprende de la evidencia está vinculada con el manejo de los perros que han sido rescatados y que parecen haber padecido traumas o abusos. Estos perros presentan comportamientos como ira o miedo intenso frente a extraños, ladridos constantes, hipervigilancia e hiperactividad, entre otras conductas desajustadas al ambiente actual de los refugios (McMillan et al., 2015). Se conjetura que es factible que estos comportamientos se deban a un desorden en su mecanismo cognitivo para reconstruir recuerdos con carga afectiva (EIIVH) y que a eso se deba la conducta desajustada con el nuevo ambiente (Mahr y Fischer, 2023). A pesar de que es sensato pensar que cada caso sería diferente, sería recomendable que los cuidadores intenten detectar si hay señales específicas que estén desencadenando estos estados afectivos o comportamientos. Tal vez se pueda mejorar el bienestar afectivo de estos animales eliminando los factores ambientales que desencadenan los recuerdos intrusivos con carga afectiva negativa. Aunque si son animales que padecen de TEPT, es posible que el alcance de la medida sea limitado porque sus síntomas cognitivos y conductuales son diversos.

A modo de síntesis de esta primera sección, podemos decir que hemos reseñado la evidencia relativa a la atribución de EIIVH y del TEPT que parece indicarnos que es legítima la atribución de estas capacidades vinculadas con la ME a mamíferos. A su vez, hemos explorado dos consecuencias bienestaristas vinculadas con el reconocimiento de estas capacidades. La primera de ellas se vincula con la ciencia del bienestar animal y señala la necesidad de la incorporación de ítems diacrónicos en los modelos que evalúan el bienestar animal. En otras palabras, se sugirió que dada la plausibilidad del potencial traumático de ciertas prácticas de los sistemas intensivos, los modelos que evalúan el bienestar de los animales (por ejemplo, el SOWEL) deberían incluir ítems que apuntan a los aspectos históricos que pueden afectar el bienestar afectivo de los animales. Por otra parte, también se señaló que estas capacidades cognitivas/afectivas nos llevan a pensar que los cuidadores de perros que han sido abusados deberían prestar especial atención al ambiente a fin de intentar crear el ambiente que minimice la aparición de recuerdos con carga afectiva negativa. En las secciones siguientes se explorarán otros rasgos de la ME y se explorarán sus vínculos con el debate relativo a la consideración de los animales como personas[9].

Carácter narrativo y la conciencia autonoética en humanos

Los otros dos rasgos de la ME a los que se les atribuye consecuencias éticas son su estructura narrativa y la conciencia autonoética. Ambos rasgos adquieren relevancia moral al ser considerados por diversos autores como requerimientos constitutivos del ser persona. Primero, se describirán ambos rasgos de la memoria episódica junto a los motivos por los que se consideran relevantes moralmente. Se concluirá el apartado problematizando que los animales presenten evidencia de estas características tal como se encuentran en los humanos, aunque en los próximos apartados se analiza en qué sentido pueden atribuirse características similares a los animales que igualmente presentan implicaciones en ética animal.  

Quien describe en detalle la estructura narrativa que caracteriza a la ME es Keven (2016 y 2022). Su concepción de la ME parte de aquellos rasgos que la distinguen de la memoria de eventos. Mientras que la memoria de eventos representa en forma de imágenes (su contenido es meramente sensorial), la ME representa en forma narrativa basada en las metas y propósitos del sujeto (no solo posee componentes perceptivos, sino también componentes inferenciales que no pueden ser proporcionados solo por la experiencia perceptiva). La diferencia radica en que la ME proporciona un contexto organizador de los eventos personales en torno a los propósitos del sujeto al unir eventos mediante relaciones inferenciales de tres tipos: (1) temporales (por ejemplo, que uno ocurrió antes o después que otro), (2) causales (que un evento es efecto de otro) o (3) teleológicas (que un episodio se realizó para alcanzar otro). Keven emplea el término “vinculación narrativa” (narrative binding) para referirse a estas relaciones inferenciales entre eventos pasados implicados en la ME. Aunque utiliza la palabra “narrativa”, no considera que las relaciones inferenciales se limiten únicamente a la expresión lingüística, sino que, por el contrario, las considera constitutivas de la estructura, organización y fenomenología de la ME.

Esta estructura narrativa organizada temporal, causal y teleológicamente en torno a los propósitos del sujeto vuelve a la ME en la piedra angular de la identidad personal. Las identidades de las personas se construyen a través de la adopción de una narrativa, y es precisamente esta capacidad de tener un sentido biográfico de sí mismo lo que da a la vida un especial significado moral (Schechtman, 1996; Varner, 2012). La relevancia ética del carácter narrativo de la ME se manifiesta en el modo en que la capacidad de narrar historias afecta la experiencia de una persona incluso cuando la narrativa es implícita. Esta naturaleza diacrónica de las personas, que abarca el pasado y el futuro, es crucial para su capacidad de tener intereses en sus vidas como un todo biográfico. Estas historias, sean explícitas o implícitas, influyen en la forma de interpretar el mundo, en las perspectivas de futuro y los deseos de una persona, lo que afecta positiva o negativamente sobre sus vidas. En este sentido, las vidas de las personas pueden contener más afecciones de valor y disvalor que aquellos que carecen de estas capacidades. Esto se debe a que es por esta capacidad que, por ejemplo, una lesión en un deportista de alto rendimiento presenta un daño mayor hasta el punto que puede expresar que “perdió su vida” en el sentido de que todo su entusiasmo y motivación, todas sus metas y objetivos giraban en torno a su práctica deportiva, incluso sus acciones y decisiones de su vida pasada. El dolor de la lesión es mucho mayor para el deportista debido al significado que el deporte tiene en su vida. Por esta razón, Varner (2012) argumenta que ver nuestra vida como una historia afecta nuestra experiencia. Por lo tanto, esta capacidad de narrar historias hace que la vida de las personas sea más rica y compleja que la de aquellos que no pueden hacerlo.

Otra característica distintiva de la estructura narrativa que se atribuye a la ME y que también se vincula con el ser persona es la conciencia autonoética. La conciencia autonoética fue postulada por primera vez por Tulving (1985) para describir la ME y distinguirla así de la memoria semántica (que se caracteriza por una conciencia noética) y las memorias no declarativas (que son inconscientes). Se caracteriza como la capacidad de revivir experiencias subjetivas con un sentido del yo que se extiende en el tiempo (Tulving, 2005). Es el modo de presentación de un episodio con el sentido de que se vivenció (vio, presenció, etc.) con anterioridad. Es, precisamente, esta característica de la ME la que nos permite saber que el conocimiento sobre el pasado viene de nuestra propia experiencia personal, es decir, que se obtuvo de primera mano y no por otra fuente (Michaelian, 2016; Mahr y Csibra, 2018). Así, para ser capaz de autonoesis, según estos autores, uno debe tener el tipo de habilidades metacognitivas que le permiten subsumir un episodio bajo la etiqueta de que se lo experimentó personalmente en el pasado.

La característica de que la ME involucra una conciencia autonoética es relevante moralmente porque tradicionalmente la definición de persona, que se vincula con ciertos tratos morales y legales, se encuentra asociada a esta capacidad[10]. Por ejemplo, Locke (1980: 492-493), en su definición de persona, enfatiza la capacidad de “considerarse como la misma entidad pensante en diferentes momentos y lugares”, y en los humanos es precisamente el rasgo autonoético de la ME el que se refiere a esta conciencia diacrónica del yo a lo largo del tiempo.

A continuación, se argumenta que resulta problemático atribuir a los animales estas características de la ME tal como se encuentran en los seres humanos, aunque en el próximo apartado se argumenta que puede encontrarse elementos deflacionados de estos rasgos que igualmente poseen relevancia moral.

En cuanto al carácter narrativo, Keven (2016 y 2022) argumenta que aunque los animales tienen memoria de eventos (recuerdos con contenido perceptivo), solo los humanos tienen recuerdos episódicos con contenido perceptivo organizado por contenido inferencial. Esto se debe a que no se presenta evidencia hasta el momento, al carecer de comunicación lingüística, de que algún animal pueda hacer inferencias temporales, causales o teleológicas. Asimismo, tampoco hay pruebas de que algún animal tenga un sentido biográfico de sí mismo, es decir, sea consciente de su historia de la forma en que lo son los humanos, ya que tales pruebas requieren de una comunicación mucho más compleja que la simple sintaxis que han aprendido algunos animales (Varner, 2012). Por ello, no parece estar justificada la atribución de persona entendida en este sentido.

Lo mismo ocurre con la característica de la conciencia autonoética que acompaña los recuerdos episódicos. Subsumir un episodio bajo la etiqueta de que se lo experimentó personalmente en el pasado requiere de habilidades metacognitivas. Por lo tanto, si los animales carecen de estas capacidades[11], entonces no pueden ser criaturas autoconscientes ni tener autonoesis.

Recapitulando, la estructura narrativa y la autonoesis son características distintivas de la ME que tienen consecuencias éticas y son cognitivamente demandantes en tanto requieren competencias y capacidades complejas como metacognición o lenguaje, cuya atribución a animales es problemática. Las diferencias cognitivas entre humanos y animales tradicionalmente se han usado como un argumento para negar el carácter de persona (según el criterio de Locke) a los animales no humanos (Aguilera Dreyse, 2019). Sin embargo, como veremos a continuación, diversos especialistas en ética y cognición animal hoy reconocen capacidades cognitivas que cumplen funciones similares a las previamente reseñadas. A su vez, argumentan que estas capacidades nos fuerzan a otorgarles una consideración moral plena, en otras palabras, considerarlos como personas en sentido moral.  

La unidad de la vida mental y su vínculo con el concepto de persona

Algunos especialistas en ética animal sostienen que poseer unidad psicológica o una vida mental unitaria implica una consideración ética similar a la de tener autonoesis o recuerdos episódicos con estructura narrativa. En este sentido, Korsgaard (2018) considera que tener un yo (self) es una cuestión de grado y que aquello que llamamos identidad personal es producto de un conjunto de elementos (como el aprendizaje, la memoria episódica, las relaciones continuas, proyectos a largo plazo) que proporcionan una continuidad psicológica a lo largo del tiempo. Estas capacidades permiten unificar el punto de vista del sujeto a través del tiempo constituyendo la identidad personal. Comportamientos animales que manifiestan una unidad sistemática en sus puntos de vista a lo largo del tiempo son, por ejemplo, sus “relaciones afectivas”, asumir roles o adquirir gustos. En estas conductas lo que sucede en un momento cambia el punto de vista sobre el mundo en otro momento, de modo que el yo adquiere un carácter continuo a través del tiempo. En otras palabras, la experiencia acumulada altera la manera en la cual el animal percibe el mundo, lo que significa que la vivencia actual se encuentra moldeada por momentos previos.

En este mismo sentido se manifiesta Rowland (2019) al afirmar que cuando alguien lleva a cabo un acto mental, como pensar, recordar o percibir algo, su propia identidad y perspectiva influyen en cómo se experimenta y procesa ese acto. Esta “infusión” de la persona en el contenido del acto mental es lo que proporciona coherencia y unidad a la experiencia mental a lo largo del tiempo. Cada acto mental lleva consigo una parte de la identidad, la perspectiva única de la persona que lo realiza. Esta integración de la persona en el contenido mental contribuye a la formación de una continuidad en la experiencia y en la forma en que se comprende el mundo, estableciendo así una “unidad” en la vida mental de ese sujeto.

Esta atribución de poseer una vida mental unitaria presenta implicaciones cognitivas y éticas similares a la atribución de las notas de estructura narrativa y autonoesis de la ME, ya que esta continuidad en la experiencia (1) constituye el modo en que uno es afectado por nuevas vivencias y (2) conforma, a su vez, una especie de identidad personal.

En cuanto al primer punto, ambos autores (Korsgaard, 2018; Rowland, 2019) señalan cómo la vivencia actual se encuentra influenciada por momentos previos, de modo que puede conducir a percibir el mundo de forma negativa (como adverso u hostil) o positiva (como favorable o amigable). Es cierto que las formas en las que el pasado puede moldear nuestra perspectiva actual puede darse a partir de diversas capacidades distintas a la ME, como la memoria procedimental, semántica, propósitos del agente, etc. No obstante, la ME también puede tener un rol en esta dirección tal como lo manifiestan los casos de TEPT en los cuales los animales han presentado conductas de aversión, congelamiento y comportamientos maladaptativos fuera de lo esperado (como esconderse, gritar o lastimarse) en contextos seguros frente a disparadores que les hacen revivir el evento traumático. En otras palabras, el evento traumático pasado los conduce a experimentar en el presente ciertos elementos asociados a tal episodio como amenazas, lo cual produce efectos negativos en la calidad de vida del individuo. Un ejemplo claro de este fenómeno es la evidencia presentada sobre perros en la tercera sección del presente artículo.

En relación a la implicación ética asociada a la noción de ser persona, Rowland (2019) sostiene que ser considerado como tal implica que la vida mental esté integrada. Hay unidad en la vida mental cuando los actos, estados y procesos mentales tienen conexión (ya sea lógica o causal) entre sí. Que estos procesos conformen un todo coherente es necesario para que exista una persona, porque es lo que hace que un individuo siga siendo la misma cosa pensante en diferentes tiempos y lugares (Locke, 1980). De modo que en el corazón conceptual de la persona está la idea de unidad a través de la diversidad, la idea de una vida mental unificada, la idea de algo que persiste a través del tiempo. Esta centralidad de poseer una vida mental unificada como requisito para ser persona abre la posibilidad de que numerosos animales califiquen como tales, aun sin la necesidad de comprometernos con la controvertida atribución de habilidades metacognitivas ni lingüísticas[12].

Consecuencias de considerar personas a los animales

Anteriormente se desarrolló cómo dos filósofos contemporáneos entienden la capacidad de la unidad de la vida mental en los animales y también se señaló que poseer esta capacidad resulta clave para que los animales puedan ser considerados como personas. En esta sección se describe la manera ortodoxa de interpretar la atribución de persona a animales, y la manera heterodoxa representada por Rowlands (2019).

Según algunos académicos, los conceptos de estatus moral y de persona son conceptos que refieren a diferentes grados de consideración moral (Aguilera Dreyse, 2018; Rowlands, 2019). En este sentido, para poseer un estatus moral básico simplemente hay que ser un ser sintiente y eso le confiere al individuo cierta consideración moral mínima (por ejemplo, debe llevar presente su sufrimiento físico y psicológico). Mientras que si un individuo se cataloga como persona, accedería al máximo grado de consideración moral, o a una consideración moral plena. En este punto hay que resaltar que, para catalogar como persona en sentido moral, es necesario reunir los requisitos para ser considerado persona en sentido metafísico. Estos requisitos exigen fundamentalmente un grado considerable de complejidad cognitivo-afectiva (Rowlands, 2019)[13]. Ahora bien, lo que se desprende de esta concepción serían dos cosas. En primer lugar, que el grado de consideración moral es dependiente del grado de complejidad cognitivo-afectiva (lo cual estaría en sintonía con la tesis del individualismo moral)[14]. En segundo lugar, lo que se desprende de esta concepción sería que si un animal es persona en sentido moral, entonces necesariamente sus intereses pesan lo mismo que los intereses de los humanos que son personas.

Ahora, si bien Aguilera Dreyse y Rowlands comparten esta distinción conceptual básica, difieren en el estatus moral que le otorgan a los animales. Esto se debe a que Aguilera Dreyse (2018) exige los estándares cognitivos tradicionales (los metacognitivos, entre ellos: la estructura narrativa y la conciencia autonoética) para considerar a los animales como personas. Por lo tanto, él solo los consideraría como seres sintientes que merecen una consideración moral básica.

En contraste, Rowlands (2016 y 2019) sostiene que los estándares metacognitivos tradicionales presentan problemas para justificar la unidad de la vida mental. Por eso desarrolla y defiende la idea de la unidad de la vida mental alternativa presentada en la anterior sección. Eso le permite sostener la tesis de que los animales son personas. Ahora, para Rowlands, ser persona se puede entender en tres sentidos diferentes: en sentido legal, en sentido moral y en sentido metafísico. Uno es persona en el sentido legal cuando la ley lo consagra de esa manera[15]. Este sentido de persona se ve asociado con ciertos derechos que se deberían respetar. Por otra parte, persona en sentido moral implica que el individuo al que se le atribuye esta característica goza de cierto estatus moral del que no gozan los individuos que no son personas. Este es el sentido por el que está interesado Aguilera Dreyse. En contraste, el interés de Rowlands va a ser sostener la atribución de persona en el sentido metafísico tradicional. Para ser persona en este sentido el individuo debe poseer ciertas características que no son morales ni legales, sino más bien cognitivo-afectivas (una de las cuales es la unidad de la vida mental previamente mencionada). Sin entrar en los detalles del conjunto de características propias de las personas en sentido metafísico del autor mencionado[16], lo importante es que el objetivo argumentativo central de Rowlands es sostener que los animales son personas en sentido metafísico. Sin embargo, él también afirma que aceptar el carácter de personas en sentido legal o moral “será un corolario del hecho de que son personas” (Rowlands, 2019: 10) en sentido metafísico. En otras palabras, considera que la consecuencia última del reconocimiento de los animales como personas metafísicas es el reconocimiento de los animales como personas morales o legales. Por ende, su argumentación permite afirmar que cierto conjunto de animales (los que reúnen ciertas propiedades cognitivo-afectivas, entre ellas, la unidad de la vida mental) deberían contar como individuos merecedores de consideración moral plena. La razón que ofrece para sostener esto último es que los animales con estas capacidades cognitivo-afectivas experimentan sus vidas mentales con una continuidad e integración psicológica semejante a la humana. Y según su concepción, en sintonía con el individualismo moral supuesto en este trabajo (Rachels, 1990), el reconocimiento de la rica vida cognitiva de los animales nos obligaría a otorgarles una consideración moral plena. En otros términos, el reconocimiento de la compleja vida cognitivo-afectiva de los animales nos forzaría a reconocerlos como personas en un sentido moral.

Conclusión

El presente estudio parte de suponer el individualismo moral para hacer un análisis de las implicaciones éticas de diferentes características de la ME: su afección intrínseca, la estructura narrativa, la conciencia autonoética y la unidad de la vida mental. Este análisis condujo a considerar diversas consecuencias en la ética animal partiendo de dos características principales. La primera parte del afecto que acompaña toda memoria y la segunda, de la unidad de la vida mental.

En cuanto a la primera, se ha reseñado la evidencia relativa a la atribución de experiencias impulsadas internamente con valencia hedónica y de trastorno de estrés postraumático en animales, las cuales manifiestan que las experiencias pasadas tienen el potencial de afectar la vida de los animales. De este modo, estas atribuciones parecen implicar (1) la necesidad de incorporar elementos diacrónicos en los modelos que evalúan el bienestar animal y (2) prestar especial atención al ambiente a fin de minimizar la aparición de recuerdos con carga afectiva negativa.

En cuanto a la segunda, se puso de manifiesto que la estructura narrativa y la autonoesis son características cognitivamente demandantes en tanto requieren competencias y capacidades complejas que presentan dificultades para atribuirse en animales. Sin embargo, la característica de presentar unidad en la vida mental que se encuentra en algunos animales es un factor central que igualmente implica tratos éticos específicos en dos sentidos: (1) en cuanto constituye el modo en que uno es afectado por nuevas vivencias y (2) en cuanto conforma una especie de identidad personal que puede conducir a considerar a los animales como personas en sentido metafísico y moral.

En última instancia, el debate sobre si los animales tienen estas notas de la ME y las implicaciones éticas que esto conlleva no es solo una cuestión teórica, sino una reflexión profunda sobre cómo la sociedad valora y trata a otras formas de vida. El reconocimiento de ciertos atributos cognitivos en los animales no humanos plantea desafíos éticos sobre el bienestar animal, los derechos y la consideración moral que merecen. La ética animal se encuentra en un momento crucial en el que se cuestionan las bases de nuestras creencias y actitudes hacia otras especies, y donde la filosofía desempeña un papel fundamental en la construcción de un marco ético más comprensivo y justo para todas las formas de vida en nuestro mundo compartido.

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[1]Notas

 El individualismo moral es objeto de disputa por quienes sostienen que la determinación de nuestros deberes morales también se debería basar en otros factores, como las relaciones sociales o las vulnerabilidades de los individuos (Huth, 2020). A su vez, también ha sido cuestionado desde posiciones capacitistas y wittgenstenianas (Monsó, 2019). Sin embargo, debido al enfoque y alcance del presente artículo, no se profundiza en estas discusiones.

[2] No es posible por la extensión del presente trabajo realizar una descripción detallada de cada criterio, pero a modo de ejemplo se describe brevemente alguno de ellos. Por ejemplo, Clayton y Dickinson (1998), a partir del criterio qué, dónde y cuándo (what-where-when), le atribuyeron un tipo de memoria como la episódica a charas californianas al presentar evidencia de que se dirigen a los recipientes (memoria de dónde) con gusanos (memoria de qué) en caso que la recuperación haya sido de 4 horas (memoria de cuándo) y buscando los recipientes con maníes en caso que la recuperación haya sido de 124 horas (ya que a los cinco días los gusanos ya se encuentran en mal estado). Otro criterio es el “qué, dónde y cuál” de Eacott et al. (2005), según el cual los recuerdos episódicos permiten discriminar eventos similares y eso no solo puede lograrse apelando a componentes temporales (el “cuándo”), sino también a elementos del contexto, como es el caso de las ratas que exploran con preferencia las nuevas combinaciones de objetos (qué), localización (dónde) y contexto (cuál) sobre las combinaciones familiares de estos elementos (Eacott y Norman, 2004). Asimismo, el recordar información sobre la fuente de la memoria, es decir, sobre las condiciones bajo las cuales se adquirió el recuerdo, posibilita distinguir un recuerdo particular de otro, como ocurre con las ratas que pueden recordar si ellas encontraron por sí mismas el camino a una localización o si fueron ubicadas allí por un investigador (Crystal et al., 2013).

[3] En neurociencias se ha abandonado la idea de un sistema neuronal (el límbico) dedicado a las emociones (Barrett, 2017) porque se ha mostrado que la cognición y la emoción se superponen ampliamente a nivel cerebral (Pessoa, 2008; Hamann, 2012; Lindquist, Wager, Kober, Bliss-Moreau y Barrett, 2012) por lo que se considera toda conducta, estado y proceso cognitivo también como afectivo.

[4] Suponen que sus experiencias de estímulos presentes sí poseen valencia hedónica. Por ejemplo, si una rata pisa un plato cargado eléctricamente, entonces sentirá dolor.

[5] Estos autores consideran que las experiencias con valencia hedónicas pueden ser activadas internamente, aunque requieran de un estímulo externo (cue). La simulación es interna, pero es impulsada externamente. Esto quiere decir que si bien los animales podrían no rumiar sobre el sufrimiento pasado, en el sentido de reflexionar deliberadamente sobre él, pueden, igualmente, recordar o simular experiencias con valencia hedónica a partir de cierta situación externa.

[6] El trabajo no se compromete con ninguna concepción filosófica sobre el bienestar animal o el derecho animal. Simplemente intenta explorar los aportes que tiene la atribución de EIIVH y del TEPT en diversas concepciones filosóficas que les atribuyen diferentes grados de consideración moral a los animales.

[7] En este punto, nos limitamos a reseñar las prácticas traumáticas más comunes en mamíferos, ya que la evidencia recolectada sobre la atribución de estas notas de la memoria episódica refiere, principalmente, a este subgrupo de animales.

[8] Un ejemplo de esto sería que el trabajador que realizó la remoción de las colas o de los genitales sea percibido cotidianamente por los animales, lo cual podría desencadenar el recuerdo con valencia negativa y su consecuente malestar afectivo.

[9] Es menester aclarar que las concepciones bienestaristas (Yeates y Main, 2008) suelen prescindir por completo del concepto de persona. De hecho, estas posiciones siguen considerando a los animales como seres que los seres humanos podemos usar, en la medida en que les demos un trato “humanitario”. En contraste, la atribución de carácter personal apunta a otorgarles un estatus moral muy superior.

[10] Si bien esta es la concepción de persona más influyente y tradicional, también se han desarrollado concepciones de persona que exigen menos capacidades cognitivas (Aaltola, 2008).

[11] La cuestión de si los animales poseen o no habilidades metacognitivas es objeto de debate (para una introducción al tema, Andrews, 2020). El presente trabajo no se define respecto a esta cuestión, ya que el objetivo es mostrar que, incluso cuando se niega que los animales tengan metacognición y autonoesis, se presentan rasgos vinculados con estas capacidades que tienen consecuencias éticas.

[12] La teoría de Rowland (2019) se compromete con la idea de que los animales presentan vidas mentales unificadas porque poseen autoconciencia no intencional. La idea que argumenta es que existen dos formas diferentes de autoconciencia y que si bien es cuestionable que los animales posean la forma de autoconciencia que requiere habilidades metacognitivas, existe otra forma de autoconciencia que sí poseen los animales y que es relevante para la cuestión de si los animales son personas. En el presente trabajo defendemos una tesis similar al argumentar que la unidad en la vida mental no requiere habilidades lingüísticas ni metacognitivas, por lo que puede atribuirse a algunos animales y es un aspecto crucial para la personalidad. Sin embargo, para ello, no nos comprometemos con la idea de que es necesaria para una vida mental unificada la capacidad de autoconciencia no intencional.

[13] Más adelante se especifica un poco más sobre los tres sentidos en que se entiende el concepto de persona en Rowlands, puesto que, como esperamos que se aprecie, el sentido metafísico y el moral no significan lo mismo, pero sí guardan una fuerte relación.

[14] Como mencionamos en la introducción, un supuesto del trabajo es la tesis meta-normativa denominada como individualismo moral (Rachels, 1990).

[15] Rowlands reconstruye brevemente la historia de la personalidad legal: “En 1999, Nueva Zelanda prohibió el uso de cinco especies de grandes simios en la investigación y la enseñanza, medida que ha sido interpretada como otorgando a estas especies derechos legales débiles. Varios países europeos han prohibido el uso de grandes simios en pruebas con animales. En 2007, las Islas Baleares de España aprobaron una legislación que, en efecto, otorga personalidad a todos los grandes simios. En 2014, Argentina otorgó derechos humanos básicos a un orangután cautivo. En abril de 2015, la Corte Suprema de Nueva York ordenó un recurso de hábeas corpus para dos chimpancés, aunque las palabras «auto de hábeas corpus» fueron eliminados en una sentencia posterior” (Rowlands, 2016: 18).

[16] Rowlands (2019) dedica todo un libro argumentando sobre estas características cognitivas y simplemente no nos es posible hacerle justicia en un espacio tan exiguo.