Migraciones en África. El caso de África Occidental y por qué no existe una “invasión” a Europa

Migrations in Africa. The Case of West Africa and Why There is not an “invasion” of Europe

Pablo Blanco

https://orcid.org/0000-0001-7150-6744

Instituto de Investigaciones Históricas y Sociales,

Universidad Nacional de la Patagonia

pabloblanco72@yahoo.com.ar

Fecha de envío: 19 de junio de 2023. Fecha de dictamen: 17 de octubre de 2023. Fecha de aceptación: 8 de noviembre de 2023.

Resumen

El presente trabajo tiene como principal objetivo analizar las dinámicas migratorias que se llevan adelante en África Occidental a partir del interrogante que se desprende de los discursos dominantes respecto de la supuesta invasión de migrantes africanos a Europa, especialmente después de 2015. Desde ese año, la consigna más frecuente ha sido “Grandes oleadas de refugiados arriban a Europa”.

Sin embargo, la realidad muestra que no existe tal invasión en términos cuantitativos absolutos, además de profundizarse el discurso racista y xenófobo que habla de “crisis migratoria” para alertar sobre una presunta invasión de africanos al continente, cuando casi un 80% de quienes emigran de sus países se dirige a otro país del continente africano y tan solo el, aproximadamente, 20% restante “intenta” cruzar a Europa. Y este último dato representa un porcentaje de población extremadamente reducido en relación con la población europea.

A partir del trabajo de campo en Senegal, Malí, Burkina Faso y Níger, realizado para una tesis de doctorado, las reflexiones en torno al problema planteado se orientan a desmontar ideas ampliamente difundidas por medios de comunicación y determinados ámbitos académicos en relación con las migraciones subsaharianas en dirección a Europa, en muchos casos fundamentadas por representaciones vinculadas a “la huida del continente”, “las guerras”, “los conflictos étnicos” y “la invasión de migrantes a Europa”, entre otras.

Abstract

The main objective of this work is to analyze the migratory dynamics that are carried out in West Africa based on the question that emerges from the dominant discourses regarding the alleged invasion of African migrants to Europe, especially after 2015. Since that year, the most frequent slogan has been that of “Large waves of refugees arrive in Europe”.

However, reality shows that there is no such invasion in absolute quantitative terms, but there is an increasingly racist and xenophobic discourse that speaks of the “migration crisis”, which alerts about an alleged invasion of Africans to the continent, when, in fact, almost 80% of those who emigrate from their countries go to another country on the African continent and only the remaining 20% “try” to cross to Europe. And this last figure represents an extremely small percentage of the population in relation to the European population.

Based on fieldwork in Senegal, Mali, Burkina Faso and Niger carried out for a doctoral dissertation, the reflections on the problem posed are aimed at dismantling ideas widely disseminated by the media and certain academic fields in relation to migrations and sub-Saharan movements towards Europe, in many cases based on representations linked to “the flight from the continent”, “wars”, “ethnic conflicts” and “the invasion of migrants to Europe”, among others.

Palabras clave: Migraciones; África Occidental; invasión; Europa.

Keywords: migrations; West Africa; invasion; Europe.

Introducción

Fue durante el colonialismo, a partir de determinados procesos de modernización y urbanismo, cuando se transformaron los patrones de la migración africana, hasta entonces signados por el nomadismo. Comenzaron a manifestarse migraciones internas desde zonas rurales a urbanas y desde estos países a las metrópolis colonizadoras, ya sea por cuestiones laborales o por la injerencia cada vez mayor de los emprendimientos económicos en las principales ciudades africanas (Fernández García, 2011), situación que se ha mantenido en el período poscolonial a partir del neocolonialismo.

Desde finales de la Guerra Fría, predomina dentro de los imaginarios respecto de las migraciones y del continente africano la idea de enormes cantidades de personas embarcadas en transportes precarios cruzando el Mar Mediterráneo, como así también una gran cantidad de personas que, huyendo de guerras y hambrunas, arriban al continente europeo en pos de obtener la figura de refugiado, produciendo así diversos momentos de “crisis migratoria” en los países de Occidente. Lo cierto es que la migración en África se produce, mayoritariamente, dentro de la propia región. (Appleyard, 1998; De Hass, 2008; Brachet, 2009; Kabunda Badi, 2016; Arnal Canudo, 2017). Esos imaginarios, orientados a poner en primera plana la idea de “tragedias humanitarias”, en el desierto del Sahara o en el Mar Mediterráneo, “han llegado al punto de eclipsar completamente las migraciones Sur-Sur. Generalmente, los análisis sobre los flujos migratorios suelen insistir más en las migraciones Sur-Norte, verticales o intercontinentales, pasando por alto las intracontinentales u horizontales, o entre los países africanos” (Kabunda Badi, 2016: 28). En este sentido, Agier (2015 y 2014) subraya la multidireccionalidad y diversificación de las movilidades humanas de la actualidad, en donde los migrantes consideran que no hay un único país receptor al cual arribar, haciendo hincapié en la condición cosmopolita que habita las fronteras del mundo actual. Así, una enorme cantidad de personas, hallándose en desplazamiento forzoso, atraviesan fronteras o son retenidas en ellas.

El presente artículo, entonces, se desprende de una experiencia de campo en Senegal, Malí, Burkina Faso y Níger, realizada para una tesis de doctorado. Las reflexiones en torno al problema planteado se orientan a desmontar ideas ampliamente difundidas por medios de comunicación y determinados ámbitos académicos en relación con las migraciones subsaharianas en dirección a Europa, en muchos casos fundamentadas por representaciones vinculadas “a la huida del continente”, “las guerras”, “los conflictos étnicos” y “la invasión de migrantes a Europa”, entre otras. Para ello, se realizaron entrevistas en profundidad con migrantes provenientes de diversos países de África Occidental, como así también con integrantes de diversas organizaciones sociales en los países visitados. Se realizaron observaciones en los espacios públicos de las ciudades donde se llevó adelante el trabajo de campo, y en las rutas que unen a esas ciudades, específicamente los tramos Dakar-Bamako, Bamako-Uagadugú-Niamey, y Niamey-Agadez. Por último, se recurrió a fuentes secundarias para la obtención de información sobre estadísticas vinculadas al tema investigado o relatos de personas que vivenciaron situaciones muy complejas de supervivencia, especialmente en Libia (país al que recomendaron no visitar por cuestiones de seguridad).

África Occidental

La globalización ha influenciado en todas las regiones de planeta, logrando que las corporaciones internacionales tengan estrecho vínculo con las economías de diversos países africanos, en la mayoría de los casos,

“dejando al continente abandonado en manos de corporaciones cuya única preocupación es maximizar sus beneficios […] los países del África Subsahariana, con excepción de Sudáfrica, no cuentan con los recursos, la organización, la infraestructura, la tecnología y la experiencia necesarios para encarar los retos que la globalización impone”. (Martín-Sacristán Núñez, 2011: 328)

Además, se incrementan las enormes diferencias entre zonas rurales y urbanas, siendo esto último el punto cero de las dinámicas migratorias durante los últimos 30 años en el continente africano. Por ello se han ido creando nuevas zonas económicas y fortaleciendo las que ya estaban: ECOWAS (Economic Comunity of West African States; CEDEAO, en sus siglas en español); SADC (Southern African Development Comunity); COMESA (The Common Market for Eastern and Souththern Africa); EAC (The East African Comunity). Esta división además ha generado la posibilidad de facilitar la libre circulación de personas al menos por 90 días sin requerimientos de ningún tipo de visados (Adepoju, 2008; Martín-Sacristán Núñez, 2011; Arnal Canudo, 2017).

Esto permite que lxs migrantes puedan ir desplegando su tránsito hacia diversos destinos, intra y extra continentales, con libertad de circulación, aunque habría que sumar las intervenciones de los países europeos en estas legislaciones, tal como apunta Ceriani Cernadas (2009: 190):

“A los mecanismos de vigilancia, visado y la agencia FRONTEX, se han añadido nuevos instrumentos para incrementar la eficacia del control migratorio: acuerdos bilaterales de readmisión entre España e Italia con países africanos; iniciativas euroafricanas sobre migración y desarrollo; la política europea de vecindad (PEV); el sistema de identificación dactilar EURODAC; el reforzamiento de vallas fronterizas terrestres (Ceuta y Melilla); desde 2007, las acciones de la European Patrol Network (EPN) en el mediterráneo y el atlántico; los Equipos de Intervención Rápida en las Fronteras (RABIT); etc.

Considero necesario insistir que entre las causas más importantes de estos desplazamientos de personas, entre países y hacia el interior de ellos durante estos últimos años, se halla la permanente desigualdad en los niveles de desarrollo existente entre los Estados, con todo lo que ello implica desde el punto de vista económico, político, social y demográfico (Adepoju, 2005 y 2008; Martín-Sacristán Núñez, 2011; Kabunda Badi, 2016). Además, insisto, la transformación de la agricultura y el extractivismo, enmarcados en los permanentes procesos de acumulación por desposesión (Harvey, 2004) imperantes en diversas partes de mundo, han hecho mella en la región, fomentando numerosos movimientos de población entre diversas regiones, realizándose la mayoría de ellos bajo condiciones muy precarias en búsqueda de trabajo, sumando en sus trayectorias problemas de seguridad, de persecución y de salud/pandemias, entre otros. Ya en los lugares de asentamiento, generalmente de tránsito y en muchos casos de inmovilidad forzada, los migrantes compiten por los escasos empleos en los que pueden percibir un salario, intentando ocupar las vacantes dejadas por aquellas personas que han decidido emigrar, también, hacia otro país; habitan en las márgenes urbanas, de manera muy informal, sin agua, sin luz, sin salud, sin educación y, aun así, son destinatarixs de desalojos constantes (Fernández García, 2011).

Es decir, migran hacia países apenas menos pobres que sus países de origen; y los países del norte de África ya no son de tránsito hacia Europa, sino que se han convertido en destino necesario, al menos temporalmente, para varixs migrantes del África Subsahariana, implicando todos estos desplazamientos la movilidad de millones de africanxs por todo el continente (Kabunda Badi, 2016; Arabi, 2016), aunque las cifras concretas son muy complejas de obtener puesto que son desplazamientos informales y sin documentación oficial (Alvear Trenor, 2008; Fernández García, 2011).

Por supuesto que los factores políticos y los conflictos también están entre las variables concretas por las que personas de diversas regiones del continente han debido desplazarse sí o sí de su lugar de origen. Guerras civiles y tensiones étnicas (o la utilización que se ha hecho de lo étnico para estimular el conflicto) se hicieron presentes en casi la mitad de los países africanos desde 1960 hasta la actualidad (Fernández García, 2011), siendo Liberia, Sierra Leona, Guinea-Bissau, Guinea Conakry, Togo, Chad, Sudán, Centroáfrica, Etiopía, Somalia, RD Congo, Congo-Brazzaville, Uganda, Ruanda, Burundi, Angola, Zimbabue, Mozambique y Madagascar, los países que han tenido conflictos en los últimos 20 años, generándose gran cantidad de movimientos de personas (Alvear Trenor, 2008; Kabunda Badi, 2016). En la actualidad,

“los refugiados proceden especialmente de los conflictos armados en el sur de Sudán y en Centroáfrica; del yihadismo de Al Qaida en el Magreb Islámico (AQMI) y en el Sahel y de Daesh en Libia; el terrorismo de Boko Haram en Nigeria (con repercusiones en Níger, Camerún y Chad) y del entramado de Al Shabaab en el cuerno de África”. (Kabunda Badi: 32)

Ahora bien, me quiero detener en la subregión denominada África Occidental, cuyos países se hallan aglutinados en la CEDEAO. Los 16 Estados ocupan un 17% de la superficie del continente africano. La región en su conjunto es la más habitada y densa del continente africano; en la actualidad, casi el 30% de las personas que habitan el continente, vive en esta región y registra un crecimiento anual medio de casi un 3%. Por otro lado, presenta los mayores valores de desigualdad de toda África, destacándose el acceso a la salud, a la educación y al agua como los grandes ejes que dan cuenta del desequilibrio mencionado (Díez Alcalde, 2013).

África Occidental ha presentado factores de inestabilidad históricos, sobre todo a partir de las fronteras artificiales de la Conferencia de Berlín, de 1884-1885, creadas para responder a intereses coloniales europeos. Desde 2013, comienzan a registrarse ataques contra civiles en el noreste de Nigeria y en el centro y norte de Malí, con gran cantidad de personas huyendo a Chad y Níger. En conjunto, en África Occidental se registraron unas 300.000 personas que tuvieron que huir por la violencia a otros países y casi 3.000.000 de desplazados internos.

En la región de África Occidental, habitan 7,5 millones de migrantes procedentes de otro país de la región, lo que indica que 3% de su población vive fuera de su país de origen, un poco más que la media africana (2%) y bastante más que la de la Unión Europea (0,5%) (Fernández García, 2011). Además, es desde esta región donde inician sus trayectorias una gran cantidad de personas hacia Europa, atravesando sus respectivas fronteras y los países del Magreb. Los países que conforman la CEDEAO adoptaron en 1979 un protocolo sobre la libre circulación de las personas que otorga la ciudadanía a toda persona que provenga de cualquier país miembro de la Comunidad, garantizando la libre circulación y, en algunos casos, la residencia. Todo ello implicó, en principio, que las personas residentes de la Comunidad no deberían portar visado ni carta de residencia, además de poder trabajar y realizar actividades vinculadas al comercio en todos los países de la región, resoluciones que fueron ratificadas en 2000 (Arnal Canudo, 2017). Como se ha podido comprobar a partir del trabajo de campo realizado en Senegal, Malí y Níger, no resulta tan sencillo para estas personas cruzar las fronteras de estos países, debiendo desembolsar dinero en cada una de ellas y soportar violentos controles migratorios.

En los últimos años, y aunque la mayoría de los países son parte de la Convención de Ginebra del Estatuto del Refugiado de 1951, de su Protocolo de 1967 y de la Convención de la Organización de la Unión Africana sobre los Problemas Específicos de los Refugiados Africanos de 1969, solo Costa de Marfil respetaba la libre circulación por tres meses, tal como lo sugiere el convenio de 1979, incluso habiendo sucedido durante las décadas de 1990 y parte de 2000 conflictos importantes en Liberia, Sierra Leona y Guinea (Grupo de Estudios Africanos, 2011). Asimismo, todos los Estados miembros de la CEDEAO son parte de la Convención de Naciones Unidas sobre la Delincuencia Organizada Transnacional y el Protocolo para Prevenir, Reprimir y Sancionar la Trata de Personas, estableciendo cada país sus propias leyes particulares. Sin embargo, las prácticas culturales, el poder de algunas familias o determinadas instituciones (religiosas, sociales, en definitiva, políticas) involucradas en la trata, además de las escasas posibilidades de acción por parte de los Estados,

“hace que los marcos regulativos sean de difícil cumplimiento. Así, por ejemplo, en Malí, Mauritania y Senegal, países que son origen, tránsito y destino de las redes de trata y en los que las dimensiones de la trata interna son también considerables, la práctica de la trata se inserta en las normas culturales”. (Grupo de Estudios Africanos, 2011: 31)

También, en relación con los derechos laborales de las personas que se desplazan, la mayoría de los Estados miembros ha ratificado la Convención de los Trabajadores Migrantes y sus Familias, pero existe un desfasaje que tensiona los derechos que se deben garantizar y las políticas migratorias puestas en práctica, lo que desprotege a los migrantes que se hallan en situación irregular.

África Occidental es la región desde donde parte la mayoría de los migrantes africanos que se dirigen al continente europeo (Alvear Trenor, 2008), pero, además, junto al África Austral, son las regiones con mayor movilidad interna del continente, mayormente trabajadores de baja cualificación:

El 83% de la migración en esta región es interna, de los cuales el 47% son mujeres. Según el Banco Africano para el Desarrollo, el corredor entre Burkina Faso y Costa de Marfil es el más importante en flujo de personas de África a pesar de que Burkina Faso es el país con mayor exportación de mano de obra. Costa de Marfil, junto con Nigeria, Ghana y Senegal, son los principales países receptores de la zona. El tamaño que conforman estos Estados ha provocado que las etnias compartan territorios en diferentes países generando una red de contactos y apoyos facilitadora de la movilidad (Arnal Canudo, 2017).

A esto debemos sumarle que la región posee en sus tierras y aguas una enorme cantidad de recursos estratégicos, como petróleo, oro, uranio (Níger, es el cuarto productor mundial de este último), lo que ha aumentado las tensiones y los desplazamientos de personas que deben huir de sus tierras para que se desarrollen estos proyectos extractivistas[1].

Para pensar los desplazamientos en África Occidental y por qué se deben respetar los convenios de libre circulación y residencia en otros países debemos tener en cuenta que existen tres grandes zonas de intercambio de comercio que no atienden a la lógica de las fronteras tradicionales (Nso, 2007): (a) el Golfo de Benin (Nigeria, Camerún, Chad, Níger y Benin; (b) el bloque central (Costa de Marfil, Ghana, Togo, Burkina Faso y el Este de Malí), principalmente comercializa ganado; (c) la franja occidental (Senegal y Gambia, espacio de contacto entre el Sahel y el sur). Cuando se habla de crisis migratoria en Europa y la invasión de migrantes a ese continente, se debería atender también a los desplazamientos entre y hacia estas áreas, en algunos casos “confluyendo desplazados de las zonas rurales, refugiados, o inmigrantes de la región, compitiendo por los escasos empleos disponibles” (Nso, 2007: 177). Además, bajo el argumento de las sequías permanentes, se crearon reservas naturales bien demarcadas y amparadas por estrictas leyes destinadas a proteger los paisajes de algunas regiones, como, por ejemplo, de Níger, “de las supuestas «técnicas predadoras naturales» aplicadas por los pastores nómadas” (Nso, 2007: 188), alterando los modos de vida y de trabajo de los Tuareg, pueblo que habita regiones de Níger, Malí, Argelia, Mauritania y Libia.

Este panorama socioeconómico de la región repercute en las desigualdades entre las zonas mencionadas y en los desplazamientos de personas, orientándose estos últimos en un eje Norte-Sur. En este sentido, Costa de Marfil, en tanto primer exportador de cacao del mundo, con altos niveles de producción de café y madera, es, luego de Nigeria, una de las principales potencias petroleras del continente, el segundo polo económico de la región. Estos dos países, junto a Ghana, también son emisores de población hacia el continente europeo. Senegal recibe migrantes de Malí, Mauritania, Guinea Conakry, Guinea-Bissau, Sierra Leona y Liberia. Como en los casos anteriores, además de ser un país receptor de migraciones Sur-Sur, es un punto de origen de las migraciones hacia Europa (Kabunda Badi, 2016).

Reconociendo los múltiples factores estructurales que interactúan al momento de intentar explicar los motivos por los cuales estas personas deben migrar forzosamente de su residencia habitual, el “factor tierra”, vinculado al concepto anteriormente mencionado de “acumulación por desposesión” (Harvey, 2004), adquiere un peso fundamental. Esto refiere a la manera en que se presentan las diversas “elecciones” respecto de emigrar, ya sea por condiciones ecológicas marginales por parte de algunos grupos, tierras poco rentables, poco fértiles, que ocasionan que exista una determinada presión de población sobre algunas zonas, el alto costo de mantenimiento de esas tierras, etc. En el caso concreto de África Occidental, la gran mayoría de los desplazamientos humanos, sean internos o transfronterizos, se vinculan con los ecosistemas existentes al interior de cada país, ya que de ellos depende gran parte de la población, en su mayoría rural, y dificultan la posibilidad de acceder a la salud, al alimento, al agua y a la infraestructura básica. En este sentido,

“La fragilidad del ecosistema, la deforestación y desertización, la baja productividad agrícola, la insuficiente irrigación y la erosión de los suelos, a los que se suma la baja pluviometría, pérdida de tierras cultivables, desarrollo de enfermedades, pérdida de ecosistemas naturales, riesgos en zonas costeras, etc., terminan de dibujar el escenario que impulsa a los grandes flujos de migraciones, primero voluntarios pero cada vez más frecuentemente de carácter forzoso (supervivencia), y cuyo impacto también está transformando el propio ecosistema”. (Fernández García, 2011: 113).

Otra de las características a tener en cuenta en los movimientos migratorios en el interior del continente africano se vincula con las expulsiones, la xenofobia y la explotación de seres humanos a lo largo de los desplazamientos, aspectos que generalmente se menciona al momento de hacer referencia a la presencia de migrantes africanos en Europa. Desde finales del siglo XX,

“las dificultades económicas de los países que acogen masivas olas de emigrantes, la falta de previsión, y, lo que es peor, la táctica de no pocos políticos africanos de demonizar a los emigrantes para ganarse el favor de sus ciudadanos, ha invertido radicalmente la situación. Con cada vez más frecuencia los dirigentes subsaharianos utilizan el discurso de la etnicidad, la identidad y la invasión de extranjeros para conseguir votos, como ha ocurrido en Suráfrica, Costa de Marfil y Nigeria. Estos dirigentes temen, entre otras cosas, que la presencia de amplias colonias de extranjeros de diferentes etnias pueda alterar los resultados electorales. En muchos países no se ha dudado en estigmatizar a los extranjeros y culpabilizarlos de la crisis económica, el desempleo o la criminalidad, e incluso alentar desde las instituciones actitudes violentas contra los inmigrantes”. (Alvear Trenor, 2008: 11).

El racismo en África es un tema que no se profundiza demasiado más allá del racismo entre blancos y negros (Arabi, 2016). No ahondaremos aquí en la multiplicidad de situaciones que se han hecho presentes en las diferentes naciones que integran el continente, pero sí trataré de pensar cómo se visualiza el racismo en las trayectorias migratorias de quienes emprenden el viaje a través de múltiples fronteras, aspecto que he decidido incluir y analizar a partir de la experiencia de campo en Senegal, Malí y Níger. En Mauritania, en pleno siglo XXI, la esclavitud continúa con normalidad, a pesar de los reclamos y protestas de organizaciones internacionales; en este país, la población negra del sur tiene como destino ser servidora de los “moros” del norte. En Costa de Marfil se utiliza mano de obra de Malí y Níger para la cosecha del cacao y, cuando los precios son bajos, la intolerancia aumenta hacia esxs extranjerxs.

En Libia, durante el período de Qaddafi en el poder, lxs migrantes egipcixs que trabajaban allí eran violentadxs y humilladxs permanentemente, aun teniendo la misma religión y la misma lengua. Luego de 2011, Libia se convirtió en tierra de nadie, controlada por diversas facciones de acuerdo al territorio y las vejaciones, abusos y todo tipo de violencias contra lxs migrantes en tránsito hacia Europa han aumentado de manera exponencial, dato corroborado a partir de los relatos de los mismos migrantes entrevistados y de lxs voluntarixs de diversas ONGs que trabajan en temas migratorios. Argelia y Túnez serían alternativa, si no fuera porque el terrorismo también se hace presente allí, influyendo en sus economías y en la seguridad interior. De esta manera, Libia se convierte en un embudo de la movilidad humana proveniente de gran parte de los países africanos.

El Norte del Sur Global. Rutas migratorias y externalización de las fronteras en África Occidental, el Sahel y el Magreb

Las fronteras de los países de África Occidental, el Sahel y el Magreb están cada vez más militarizadas. Las personas que las atraviesan, en el medio de transporte que sea, deben soportar numerosos y violentos controles policiales en cada una de ellas (y en algunos casos, varias veces en el mismo puesto fronterizo); la frase más recurrente que escuché en el trabajo de campo en la región fue: “¿Esta es la famosa integración? La integración no existe”. Las leyes que permiten la libre circulación de lxs habitantes de la región por sus territorios quedan en la nada ante la superposición del territorio europeo en el norte de África, a partir de un fenómeno que se ha manifestado sobre todo desde el 11 de septiembre de 2001: la externalización de las fronteras (Rodríguez Ortiz, 2020; Boyer, 2018; Guevara González, 2018; Castaño Madroñal, 2018; Omizzolo y Sodario, 2018; Mezzadra y Neilson, 2017; Meneses, 2017; Naranjo Giraldo, 2014; Jiménez, 2012; Ceriani Cernadas, 2009).

Abordar la externalización de las fronteras en el norte de África implica pensar el accionar de Estados Unidos y sus aliados europeos en relación con el avance sobre dominios territoriales de África, Asia y América Latina y en ocupaciones e intervenciones en esos territorios, como son los casos de Libia, Níger, Malí y Chad (por citar algunos ejemplos), donde las fronteras funcionan como espacios de narcotráfico, de violencia y de desplazamientos forzosos de sujetos provenientes de África Subsahariana, expulsadxs por actividades del capital transnacional centradas en el extractivismo o por los conflictos internos en sus países, donde también intervienen las grandes potencias. Desde la Cumbre de La Valeta (Malta), celebrada en 2015, y la Agenda Europea sobre la Migración, también del mismo año, la política migratoria de la UE, aliada de Estados Unidos, cuesta miles de millones de euros, construyendo vallas a lo largo y ancho del planeta, instalando sofisticados sistemas de vigilancia y controlando sus fronteras. Estas inversiones se realizan en países vecinos como Marruecos, Argelia, Níger, Burkina Faso, Malí, Chad y Libia, entre otros, que forman parte de una gran región de contención para frenar los desplazamientos, forzosos o no, de las personas provenientes de África Subsahariana. Los controles, entonces, van más allá de las fronteras europeas; las rutas de tránsito son permanentemente intervenidas a través de dispositivos de vigilancia, como es el caso de Frontex, incrementándose la presencia militar en estas regiones (Dietrich, 2008; Romero, 2008; Ceriani Cernadas, 2009; Gil Araujo, 2011; Azkona Ramos, 2011 y 2013; Galdos Pozo, 2015; Rodier, 2015, Meneses, 2017; Romera Pintor, 2017; Omizzolo y Sodario, 2018; Puig, 2016 y 2019a; Marín Egoscozábal, 2019; Nievas Bullejos, 2019).

Muy importante ha sido el papel de Marruecos en todo este proceso, convirtiéndose en el “alumno modelo de la política migratoria europea” (Rodier, 2015) o en una “luz de esperanza en toda África del Norte” (Arabi, 2016). Este país ha implementado una ley de extranjería para regular la entrada y salida de personas provenientes de diversos países de África que intentaran llegar a España. Esto, junto a los sofisticados sistemas de vigilancia llevados adelante por Frontex, hizo que muchos de esxs migrantes decidieran quedarse en Marruecos, donde las oportunidades de trabajo resultaban ser más firmes que en otros países de la región[2]. Pero también se ha transformado en una “barrera en la frontera Sur que alivia la entrada de emigrantes al espacio europeo. Es por eso, que, en materia de migraciones, la relación bilateral Marruecos-UE, y en particular con España, debe tomar una mayor implicación en cuanto a las ayudas y a la cooperación” (Arabi, 2016: 58). El migrante que arriba a suelo marroquí sufre la criminalización en dos sentidos: por arribar a ese suelo desde terceros países y por tener la intención de continuar la trayectoria en dirección a Europa (Pastor Aguilar y León Mendoza, 2017).

La externalización de las fronteras europeas en el noroeste de África ha implicado el corrimiento de las rutas migratorias que originalmente los migrantes emprendían para arribar a Europa (De Haas, 2008; Jiménez, 2012; Rodier, 2015). La multiplicidad de mecanismos de control y vigilancia en el Estrecho de Gibraltar, en la frontera sur de Marruecos, en la costa de Túnez, en la frontera terrestre Marruecos-Argelia, entre otras, ha convertido a las diversas rutas “elegidas” por los migrantes en más peligrosas, con lo que estos países y los controles permanentes y cada vez más sofisticados, se constituyen en necrofronteras (Caminando Fronteras, 2019), donde una enorme cantidad de migrantes fallecen cada año en el desierto del Sahara o sufren diversas violencias en su tránsito hacia Europa. La necrofrontera hace referencia a la muerte, la vigilancia, la detención, el encarcelamiento y desaparición, tráfico y esclavitud de personas que se hallen atravesando las fronteras en las rutas migratorias del Mediterráneo Central, aunque también, a partir de los relatos obtenidos en el trabajo de campo, se incluyen las historias de supervivencia y resistencias que se generan entre los migrantes y sus familias para hacer frente a esas zonas de “excepción democrática”, donde la lucha migrante, la agencia y la organización se hacen presentes en diversos contextos del Sur Global (Domenech y Boito, 2019; Cordero, Mezzadra y Varela Huerta, 2018; Schindel, 2017; Cordero y Cabrera, 2016; Naranjo Giraldo, 2016; Varela Huerta, 2016, 2015a y 2015b; Aquino Moreschi y Varela Huerta, 2013; Mezzadra, 2012 y 2005; Suárez Navaz, 2007; Sassen, 2003).

La odisea que implican estos desplazamientos de migrantes incluye, además de lo mencionado, el racismo y las redadas policiales de quienes controlan las fronteras respondiendo a los intereses de la UE, las condiciones de vida infrahumanas y espantosas en Monte Gurugú (norte de Marruecos) y los cuchillos de las vallas en los enclaves españoles de Ceuta y Melilla, construidas para atemorizar a los migrantes que llegan hasta allí. La localidad de Agadez, en Níger, última ciudad antes de emprender el viaje por el Sahara, está cada vez más militarizada y allí se criminaliza cada vez más la ayuda a lxs migrantes, todo esto apoyado por la UE. Entonces, desplazarse entre las fronteras de estos territorios implica tomar caminos que se vuelven más peligrosos e inseguros que los anteriores. Se criminaliza y se vulnera la migración, propiciando el desarrollo de actividades clandestinas para transportar pasajerxs (Brachet, 2009 y 2018; Puig, 2019b; Carayol, 2019).

La situación política en el Sahel desde, al menos, 2012, ha acrecentado la posibilidad de intervencionismo “occidental” en la región, especialmente en Malí y el norte de Níger. La “crisis del Sahel” (Boas, 2019), caracterizada por la fragilidad estatal, los conflictos por los recursos y el terrorismo, es un condimento más para pensar la externalización de las fronteras y su repercusión en las migraciones en la región. El caso de Malí, con insurgencias de comunidades y grupos terroristas vinculados al Daesh, dio cuenta de la debilidad con que los Estados deben afrontar estas situaciones, convirtiéndose la región en un lugar estratégico para Estados Unidos y la UE, con el fin de controlar de cerca las derivaciones de las revueltas árabes de 2011, destacándose la operación Serval de enero de 2013, llevada adelante por Francia (García Cantalapiedra y Barras, 2016; Rodier, 2015; Díez Alcalde, 2013). Además, haciendo hincapié en el vínculo entre desarrollo y seguridad para la región, la UE creó ese año el Plan de Acción del Sahel con el fin de avanzar en los objetivos hacia la región y de atender intereses en torno a cuatro ejes: “prevención y lucha contra la radicalización; creación de condiciones adecuadas para los jóvenes, la migración, la movilidad y la gestión de fronteras; lucha contra el tráfico ilegal; y la delincuencia organizada transnacional” (García Cantalapiedra y Barras,2016: 181). La idea era estimular las relaciones entre los países de la región y los países vecinos y avanzar en la cooperación entre el Sahel, el Magreb y la UE[3]. En este sentido, Europa continúa reproduciendo el colonialismo en la región, promoviendo “políticas ineficaces, cínicas y vulneradoras de derechos, sin ofrecer vías legales y seguras para quienes deseen llegar a su territorio, desgarrando, además, valores endógenos de una zona que sigue sin querer entender” (Puig, 2019b: 136).

La vinculación entre migración y desarrollo ha tenido relevancia desde los comienzos de la formulación de una política europea vinculada a la movilidad de personas (Romera Pintor, 2017). Sumado al Acuerdo de Cotonú (tratado de intercambio comercial y de asistencia firmado en 2000 entre la UE y los 78 miembros de la Asociación Estados de África, del Caribe y del Pacífico [ACP] en Cotonú, Benín) y las reuniones que se realizan cada tres años desde 2007 de la Asociación Estratégica UE-África, los cuatro ámbitos generales de cooperación entre la UE y África Subsahariana son los siguientes: (1) cooperación económica; (2) cooperación al desarrollo; (3) cooperación sobre migraciones; y (4) cooperación en seguridad, defensa y lucha antiterrorista (Marín Egoscozábal, 2019). Las cuatro se hacen presente en el Sahel, que para Europa no implica la región geográfica identificada con ese nombre y que incluye toda una franja desde el occidente hasta el oriente del continente, sino que solo tiene en cuenta a la agrupación regional G-5 Sahel, formada en 2014 por Burkina Faso, Chad, Malí, Mauritania y Níger. La cooperación que más se destaca es la de seguridad y defensa, a través de la cual se han desarrollado actividades de “formación de cuadros policiales, entrenamiento de batallones, diferentes gendarmerías y guardias nacionales para la lucha contra el terrorismo, el crimen organizado y la inmigración irregular” (Marín Egoscozábal, 2019: 22). Pero también la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) es un mecanismo de manipulación para sostener las relaciones entre UE y África Subsahariana, y que esta última región se involucre en el endurecimiento de la política migratoria europea en el continente, especialmente desde 2015; a cambio, Europa brinda, en principio, colaboración en aspectos vinculados a la educación, la agricultura y el desarrollo rural, entre otros, con el fin de generar empleos que aminoren los flujos de personas en tránsito hacia el norte (Marin Egoscozábal, 2019; Puig y Pérez, 2019). Por supuesto que si los países del Sahel (u otros de África) no cumplen con las políticas migratorias impuestas por Europa, esas ayudas disminuyen o se eliminan.

África Occidental en su conjunto alberga gran cantidad de migrantes forzosxs provenientes de los países que integran la región y también de desplazados internos. Hacia 2017, en Nigeria, las violaciones de derechos humanos y el hambre aumentaron el número de personas que se desplazaron dentro del país a casi 2.000.000, mientras que casi 200.000 hallaron refugio en Níger, Chad y Camerún. Otro país que presenta serios inconvenientes con la gran cantidad de desplazados es Malí, donde, como hemos mencionado, la seguridad en el norte y centro del territorio se encuentra amenazada por enfrentamientos entre grupos armados y ataques terroristas, especialmente en las fronteras con Burkina Faso y Níger. De esta manera, 140.000 malienses encontraron refugio en Burkina Faso, Níger y Mauritania. Como en el caso de los refugiados nigerianos, los refugiados malienses encuentran protección en sociedades muy pobres, tanto o más de la que de donde provienen.

Entonces, este fenómeno denominado externalización de fronteras, entendida como el “pago a terceros países para que ejerzan como fronteras físicas u operacionales de otro u otros estados, en este caso, de la UE” (Boyer, en Puig, 2019b: 133), y llevada a cabo, insisto, para frenar los movimientos migratorios, se manifiesta en una región de tránsito histórico, de relevante cruce de personas, culturas y modos de ser y estar (Brachet, 2009; Boesen y Marfaing, 2007). Uno de los aspectos a destacar es que quizás no se tenga en cuenta a las poblaciones que habitan la región y la importancia que tiene el tráfico en la cotidianeidad de la vida social (Puig, 2019a). La nueva frontera europea fortalece la idea de necrofrontera mencionada: es en esta región, norte de Níger, norte de Malí, donde lxs migrantes comienzan las travesías para cruzar el Sahara, convirtiendo a todo este espacio en el cementerio al aire libre más grande del mundo (Puig, 2019a). Durante varios años, Libia ocupó el rol de gendarme de los movimientos migratorios hacia Europa, a través de acuerdos políticos y económicos con Italia en particular y la UE en general (Bensaad, 2009; Rodier, 2015; Puig, 2019b), pero luego de 2011, cuando Qaddafi fue asesinado, a ese papel lo jugaron Níger, Chad, Malí o Burkina Faso, entre otros, sustituyéndose el “sueño libio” por el “sueño europeo”. Así, la UE junto a la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y a varios estados sahelianos profundizaron la vulnerabilidad de las poblaciones africanas, rompiendo dinámicas específicas de movilidad y relaciones sociales (Puig, 2018, 2019a y 2019b; Boyer y Mounkaila, 2018).

Considerado uno de los países más pobres del mundo[4], Níger es muy rico en uranio (tercer productor mundial, y uno de los principales abastecedores de China), que representa el 70% de las exportaciones del país, carbón (extrae el 10% de la producción mundial), petróleo, oro, cobre, plata, platino, estaño, fosfatos, hierro, titanio, litio, etc., materias primas controladas mayoritariamente por empresas extranjeras (entre las que se destacan AREVA, francesa, de actividad minero-nuclear[5], y la China Nuclear International Uranium Corporation, dependiente de la China National Nuclear Corporation). Habiendo crecido un 400% el precio del uranio en los últimos 10 años, ningún beneficio llegó a las poblaciones del norte del país, en donde se encuentran esos recursos, entre ellas Agadez, lo que generó tensiones entre los tuaregs que habitan allí y el gobierno nigerino. En este contexto, la clase dirigente ha sido invitada a reuniones con las grandes potencias mundiales, como el G7, en Sicilia, en 2017, con el fin de reafirmar lo acordado en La Valeta y acrecentar los esfuerzos para retener los flujos migratorios que atraviesan el país, provenientes del sur (Puig, 2018).

De esta manera, Níger “conforma un laboratorio ideal para las políticas europeas de externalización de fronteras por su dependencia financiera y su subordinación política a países miembros de la UE, especialmente Francia, su exmetrópolis” (Puig, 2019a: 55). Por ello, desde 2015 se ha vuelto un territorio donde se ensayan permanentemente modelos de gestión de las migraciones, con presencia de sectores vinculados a la policía, la justicia y el ejército (Bensaad, 2006; Boyer, Lestage y París Pombo, 2018). Ese mismo año, el país adoptó la ley 2015/36, destinada a luchar contra el tráfico ilícito de migrantes, condenando no a lxs migrantes sino a quienes participan en el transporte y hospedaje de personas que quieren intentar el cruce de fronteras de manera irregular. Su aplicación impactó sobre todo a la región de Agadez, al norte de Níger, afectando a diversos sectores de la economía local, además de incrementar la criminalización de la migración, el peligro de las rutas transfronterizas, el tiempo de espera en Agadez (antes de l 2015 era de tres días, ahora dos o tres meses) y, casi con seguridad, los fallecimientos y desapariciones en el desierto del Sahara (Boyer y Mounkaila, 2018; Carayol, 2019).

Señalaba previamente el papel que jugó Libia en los movimientos migratorios de la región, estableciéndose una diferencia entre el antes y el después del asesinato de Qaddafi en 2011, en el contexto de lo que se denominó “Primavera Árabe”. Anteriormente, el líder libio había generado numerosos acuerdos con la UE (Uriburu Colsa, 2008; Bensaad, 2009; Rodier, 2015; Puig, 2017, 2019a y 2019b). A raíz del “giro panafricano” llevado adelante por Qaddafi a comienzos de la década de 1990 (Hart, 2011; Puig, 2017 y 2019a), el país se convirtió en un destino elegido por varixs africanxs subsaharianxs, que lo consideraban pujante y con numerosas oportunidades laborales como consecuencia de la existencia de gran cantidad de recursos energéticos, como gas y petróleo (Colomé 2016; Puig 2017). Hacia 2010, los migrantes se estimaban en un 10% de la población total, aunque también existían cifras que rondaban el 30%; de ese porcentaje, muy pocos continuaban su recorrido hacia Europa a través del mar (Hart, 2011). Por estos años, al país lo nombraban “Libyan Kaman Turaï” (“Libia como Europa”, en hausa) o el Dorado Libio.

En Libia, los movimientos migratorios experimentan un cambio a partir del conflicto de 2011, convirtiendo al país en “un precario puente hacia Europa” (Zurutuza, 2018: 18). Sumida, desde entonces, en una descomposición estatal y fragmentada en, mínimo, tres formas de gobierno diferentes, además del Daesh, se ha transformado en un territorio propicio para el terrorismo yihadista, el narcotráfico y la migración irregular, además de ser una de las necrofronteras más peligrosas a cruzar, con diferentes gobiernos de acuerdo a las regiones, casi sin fronteras formales establecidas (Colomé, 2016; Fuente Cobo, 2017; Molina y Gantus, 2018; Ben Fkih Mohammed 2018; Zurutuza, 2018). Allí comenzó una masiva expulsión de africanxs subsaharianxs, acusadxs de colaborar con Qaddafi, y el tránsito por el país se convirtió en una verdadera odisea para quienes lo realizaban como paso previo para llegar a Europa, incrementando la presencia de mafias que hacen de la migración un negocio, ya sea en el sur, en el desierto, en las fronteras de Argelia y Níger, o en la costa, ofreciendo barcazas a precios exorbitantes para las personas que desearan cruzar el Mar Mediterráneo. De esta situación no solo es responsable Libia sino también las principales potencias de la UE (Viviano y Ziniti, 2018).

Como mencioné, el racismo y la esclavitud son moneda corriente en algunos países del norte de África y lxs destinatarixs son, en la mayoría de los casos, lxs migrantes que provienen de África Subsahariana o de la región sur del Sahel. En el caso específico de Libia, el contexto mencionado en el párrafo anterior favoreció el incremento de las mafias que abusan de lxs migrantes forzosxs en su tránsito hacia Europa, exponiéndolxs a condiciones muy extremas de trabajo y explotación, además de incrementarse las violaciones, las torturas, el encarcelamiento, los secuestros (y posteriores rescates vía telefónica llamando a sus familiares de sus países de origen), la prostitución y/o diversas otras formas de explotación sexual, entre tantas otras prácticas (Amnistía Internacional 2011; Colomé, 2016; Napoleoni, 2016; Meneses, 2017; Ben Fkih Mohammed, 2018; Cocchini, 2018; Omizzolo y Sodario, 2018; Zurutuza, 2018; Viviano y Ziniti, 2018). Muchas de estas situaciones recién son conocidas cuando lxs migrantes son entrevistadxs en la isla de Sicilia (Italia), luego de cruzar el Mar Mediterráneo, pero cada vez más se escuchan estas historias en migrantes que han sido expulsadxs de Libia o no han podido continuar su trayectoria a través de ese país, entrevistadxs en Niamey y Bamako.

Un dato importante y poco conocido a tener en cuenta es que, de acuerdo con la OIM, las muertes que se produjeron en el desierto del Sahara ascenderían aproximadamente al doble que la cantidad de personas fallecidas o desaparecidas en el Mediterráneo (Europa Press, 2017), donde, desde 2015 hasta finales de 2019, han fallecido o desaparecido intentando cruzarlo, cerca de 20.000 (Black, 2020).

Comentarios finales

El fenómeno conocido como externalización de las fronteras europeas en el continente africano ha sido y es un elemento clave al momento de indagar sobre las trayectorias migratorias de lxs migrantes de la región.

Por ello, vale la pena insistir con la existencia y el papel de las redes, los saberes, los intercambios entre lxs migrantes. Las migraciones son parte central de la globalización, con todo lo que ello acarrea, y quien migra es agente de cambio, sea este político, cultural y/o social (Goldberg, 2003). En todos los ámbitos donde desarrollé el trabajo de campo, se da este tipo de cooperación, organización y lucha. Aunque sea el francés la lengua de la colonia que hegemonizó la mayoría del África Occidental, buena parte de lxs migrantes actualmente apenas lo habla o directamente no lo habla. Voces en wolof, peul, mandinga y muchísimas lenguas nativas más se oyen allí, on the route.

Esclavitud, colonialismo y migraciones se entrelazan como una continuidad biopolítica, donde la nuda vida es la razón de ser del capitalismo y el modelo de acumulación por despojo. Aunque existan diferencias en el funcionamiento de la necropolítca en las fronteras del Sur y el Norte Global, que se abordaron en el presente trabajo, no quedan dudas de que el destinatario de las políticas migratorias, en el espacio CEDEAO o en el Schengen, es el cuerpo migrante, el cuerpo-frontera. Sí, aun en África Occidental, donde existen leyes de libre circulación para quienes habitan en esos países, la necropolitica opera sobre esos cuerpos; he escuchado y leído que los recorridos llegan a ser de hasta 13 años, entre que un migrante sale de su comunidad y pisa —si tiene suerte— suelo europeo.

Los hallazgos del trabajo de campo realizado en Senegal, Malí y Níger, como así también en todas las rutas de tránsito entre las principales ciudades de esos países, me permitieron detectar las elevadas cifras en dinero que buena parte de lxs migrantes forzosxs paga a personas que se dedican a esa tarea para poder cruzar las diferentes fronteras que se les presentan en su largo trayecto hacia el tan preciado objetivo final: Europa. Corroboré, al mismo tiempo, cuántos de estxs migrantes se quedan en el camino, como consecuencia de la falta de alimentos o de agua en el Sahara, o por naufragar en las peligrosas aguas del Mediterráneo. También percibí que una proporción considerable de migrantes tiene a los países de África septentrional como su destino primario, mientras que otra fracción que no logra o no se aventura a entrar a Europa prefiere establecerse en el norte de África en vez de regresar a sus países, más inestables y sustancialmente más pobres. En tal sentido, la migración aparece para estas personas como una estrategia de supervivencia.

Paralelamente, retomo en este trabajo la construcción político-mediática que hablaba del “aluvión de migrantes que arriban a Europa”, de “la invasión de africanos a Europa”, o, simplemente, de “la crisis de los refugiados” o “crisis migratoria”, considerando que el corte temporal de esta investigación comienza en 2015, año en que Europa toda se atemorizó ante la “crisis de refugiados”, que en el transcurso de tres meses implicó el arribo de casi un millón de migrantes al continente, en su mayoría sirios llegados a Grecia que huían de la guerra. Sin embargo, la falacia incluía el título clasificatorio del fenómeno, ya que no se trataba de refugiados, según la definición jurídica, ni de una crisis, mucho menos de una invasión.

La verdadera crisis migratoria se da en Malí y Níger, donde miles de personas de diversos países de África convergen en un embudo mortal, abarrotado de violencias; personas que se dirigen hacia Libia o Argelia o que son expulsados de allí. Todxs en un mismo espacio. Quienes logran salir de ese embudo, vía Libia, cruzan el mar, para luego —si llegan a sobrevivir al cruce— comenzar a desplazarse por un continente europeo plagado de controles, barreras y obstáculos de distinto tipo e igual intensidad criminalizadora contra sus cuerpos.

Finalmente, las evidencias muestran que entre un 70% y un 80% de quienes migran en África Occidental se dirige a países de la región y solo el resto intenta cruzar a Europa. En este sentido, “el enorme éxodo rural hacia las ciudades implica movimientos migratorios infinitamente más importantes que las migraciones africanas hacia Europa […] El vertiginoso crecimiento urbano [… ha provocado que…] la inmensa mayoría de las personas están condenadas a luchar por su supervivencia diaria en la economía sumergida” (Romero, 2008: 163). Por supuesto, esto no implica que la trayectoria se detenga allí, en las márgenes urbanas de la ciudad capital; en muchos casos, el tránsito, característica esencial de las migraciones forzosas, es perpetuo.

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[1]Notas

 En la experiencia de campo realizada para la investigación, he tenido la oportunidad de dialogar con personas que habían sido desplazadas de sus tierras por esos motivos, en algunos casos, para terminar trabajando en la agricultura de las regiones del sur de Italia, Grecia, España y Portugal (Avallone, 2014, 2018a y 2018b).

[2] La convivencia es menos complicada debido a la tradicional relación de los países africanos con Marruecos. Marruecos alberga en su territorio más de 96 nacionalidades, según los datos del ministerio encargado de los marroquíes residentes en el extranjero y de los asuntos de la migración, aunque el 93% de los expedientes de las peticiones provienen especialmente de 15 países, entre ellos, Mauritania, Senegal, Nigeria, Costa de Marfil, Guinea, Congo y Malí (Arabi, 2016).

[3] Para ampliar sobre lo que se denominó la Crisis del Sahel, específicamente en Malí y Níger, puede consultarse el trabajo de Boas (2019), específicamente el capítulo dos.

[4] Hacia fines de 2019, ocupaba el puesto 189 de 193 en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) (Carayol, 2020).

[5] En los últimos 35 años, AREVA ha extraído unas 100.000 toneladas de uranio en este país.