La complejidad de las relaciones entre animales: aporte de la empatía y el género a la comprensión del abuso animal

The Complexity of Relationships Between Animals: the Contribution of Empathy and Gender to the Understanding of Animal Abuse

Mariana Moll

https://orcid.org/0009-0003-2286-2525

Facultad de Psicología, Universidad Nacional de Córdoba

moll.mariana.93@gmail.com

Rocío Fernández

https://orcid.org/0009-0009-6331-6591

Facultad de Psicología, Universidad Nacional de Córdoba

rociofernandez645@gmail.com

María Isabel Morales

https://orcid.org/0009-0004-7623-2956

Secretaría de Asuntos Académicos, Universidad Nacional de Córdoba

marisa.morales@unc.edu.ar

Patricia Mariel Sorribas

https://orcid.org/0000-0003-0024-098X

Instituto de Estudios en Comunicación, Expresión y Tecnologías,

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

y Universidad Nacional de Córdoba

patricia.sorribas@conicet.gov.ar

Fecha de envío: 7 de mayo de 2023. Fecha de dictamen: 22 de abril de 2024. Fecha de aceptación: 10 de mayo de 2024.

Resumen

Problema: tradicionalmente se ha excluido de la esfera de consideración moral tanto al ambiente como a otros animales, aun cuando una relación positiva con ellos reporta beneficios para la salud de unas y otras criaturas y promueve el desarrollo de empatía y la emisión de conductas prosociales (Ngai, Yu, Chau, Lee y Wong, 2021). De hecho, en las últimas décadas se han observado casos de zoonosis, uso inadecuado de recursos, deterioro del ambiente y un aumento de casos registrados de abuso animal. El abuso animal, fenómeno complejo y multideterminado, frecuentemente funciona como precursor o indicador de otras conductas calificadas como “antisociales”, violentas y no violentas. Respecto del rol que juega la empatía en la emisión o inhibición de conductas agresivas y de cuán generalizable es la empatía interespecie, existe evidencia contradictoria y se resaltan aquí tres fenómenos de interés: erosión empática, desensibilización progresiva a la violencia y fatiga por compasión. Objetivo: determinar si los niveles de empatía, la disposición a comportarse de manera abusiva contra otros animales y la conducta efectiva de abuso animal se relacionan con el contexto de formación preprofesional, el género autopercibido y la tenencia actual y/o previa de animales de compañía en estudiantes universitarios que cursan el tramo final de la Licenciatura en Psicología. Metodología: diseño ex post facto retrospectivo de grupo único (N = 241). Se aplicó un cuestionario autoadministrado que incluyó el Interpersonal Reactivity Index, la Animal Empathy Scale, la Animal Abuse Proclivity Scale y la cantidad y frecuencia de conductas efectivas de abuso animal. Contribución: se evidencia sobre el aporte del género autopercibido a la relación entre diversas medidas de empatía y el abuso hacia otros animales y se refuerza la tesis de la no generalizabilidad de la empatía interespecie.

Abstract

Problem: Traditionally, both the environment and other animals have been excluded from the sphere of moral consideration, even though humans’ positive relationship with them brings benefits for the health of both creatures and promotes the development of empathy and the display of prosocial behaviors (Ngai, Yu, Chau, Lee & Wong, 2021). In fact, in recent decades there have been cases of zoonoses, inappropriate use of resources, deterioration of the environment and an increase in recorded cases of animal abuse. Animal abuse, a complex and multi-determined phenomenon, frequently works as a precursor or indicator of other behaviors classified as “antisocial”, violent and non-violent. There is conflicting evidence regarding the role that empathy plays in the emission or inhibition of aggressive behaviors and how generalizable interspecies empathy is. In this respect, three phenomena of interest stand out: empathic erosion, progressive desensitization to violence and compassion fatigue. Objective: To determine whether the levels of empathy, the willingness to behave abusively against other animals, and actual animal abuse behavior are related to the context of pre-professional training, self-perceived gender, and current and/or previous ownership of other companion animals in university students who are in the final stage of their training to obtain their university degree in Psychology. Methodology: Retrospective ex post facto single case design (N=241). A self-administered questionnaire was applied that included the Interpersonal Reactivity Index, the Animal Empathy Scale, the Animal Abuse Proclivity Scale and the quantity and frequency of effective animal abuse behaviors. Contribution: the contribution of self-perceived gender to the relationship between various measures of empathy and abuse towards other animals is evidenced, and the thesis of the non-generalizability of interspecies empathy is reinforced.

Palabras claves: empatía hacia humanos; empatía hacia animales no humanos; crueldad animal; erosión empática.

Keywords: empathy towards humans; empathy towards non-human animals; animal cruelty; empathic erosion.

Introducción

En este trabajo nos proponemos hacer aportes que permitan entender la complejidad que reviste la relación entre seres humanos y otros animales y lo hacemos desde algunos avances en el conocimiento que derivan de la Psicología.

En el marco de esa complejidad y en aras de evitar un uso especista del lenguaje, a menudo se ha optado por aludir a la yuxtaposición “animales humanos / animales no humanos” antes que a “humanos / animales” puesto que “esta última inevitablemente privilegia a los seres humanos, y porque nosotros los seres humanos así como otras criaturas compañeras somos todos animales” (Beirne, 1999: 118). Aun así, es posible señalar que el hecho de hablar de “animales no humanos” “irónicamente privilegia a los seres humanos en tanto define a todos los animales-no-Homo-Sapiens mostrando déficits en cualidades supuestamente inherentes y exclusivas de seres humanos” (Beirne, 1999: 118). Por ello, en el presente escrito hemos optado por hacer referencia a “humanos” y “otros animales” en tanto dicha denominación sugiere continuidad antes que yuxtaposición y parece ser una forma más amable y menos especista de hablar de ellos.

Más allá de los términos que nombran las partes de esta relación, cabe señalar que parte de la complejidad que le reconocemos deriva de que los otros animales tradicionalmente han sido excluidos de la esfera de consideración moral (Higuera, 2011) y concebidos como objetos al servicio de humanos (Cragnolini, 2014), lo cual explica que a nivel mundial sea frecuente todo tipo de violencia ejercida contra ellos (Betancourt Fraire, 2015). En este sentido, si bien en las últimas décadas las regulaciones legales avanzaron en sus intentos de protección de los derechos de otros animales, a menudo fracasan en su implementación concreta (Arluke e Irvin, 2017; Ascione, Thompson y Black, 1993; Holoyda, 2018), por lo cual la violencia hacia ellos persiste como problema social.

Aun así, Hughes y Lawson (2011) resaltan que el abuso animal continúa siendo un tema de estudio marginalizado en el campo de la criminología. Al respecto, Vermeulena y Odendaala (1993), Flynn (1999) y Levitt (2018) plantean que el abuso animal a menudo ha sido ignorado debido a que (a) la posición hegemónica es antropocéntrica y especista, y se tiende a subvalorar a otros animales en comparación con los animales humanos, (b) el interés y la preocupación por otros animales históricamente se ha asociado al sentimentalismo, (c) solo una pequeña fracción de casos de abuso animal llega a los medios, razón por la cual (d) estos crímenes suelen percibirse como incidentes aislados y no como conectados a otras conductas violentas, y finalmente (e) ciertas formas de violencia contra otros animales son social y culturalmente aceptadas, provocando desinterés cuando se da en otros animales menos antropomorfizables. Por ello, Flynn (2011) llama la atención acerca de la necesidad de una criminología inclusiva y no antropocentrista que considere el valor intrínseco de otros animales y que posibilite que sean vistos como fines en sí mismos, merecedores de consideración moral. Desde esta perspectiva, pueden reconocerse los paralelismos entre la opresión ejercida sobre otros animales y la de otros grupos históricamente oprimidos, y su victimización puede ser vista como social y sistémica en lugar de individual y patológica. De esta manera, el abuso animal es relevante en tanto produce daño a otros seres sintientes, y no solo en la medida en que se conecta con la violencia contra humanos (Agnew, 1998; Beirne, 1999; Gullone, 2012).

Respecto a las violencias dirigidas hacia otros animales, cabe aclarar que no existe un único término para definirlas y es común que las palabras “abuso”, “crueldad” y “maltrato” sean utilizadas de manera intercambiable provocando una imprecisión conceptual que se traslada a la metodología —en términos de operacionalización—, lo que dificulta la comparabilidad de resultados. A pesar de esta imprecisión, se pueden establecer algunas distinciones entre estos términos y así reconocer cierta variación en las formas violentas de relacionarnos. “Abuso” puede tomarse como término paraguas que incluye a los otros dos. A su vez, “crueldad” puede reservarse para hacer referencia exclusivamente a actos proactivos, deliberados, repetitivos y maliciosos (Ascione, 1993; Gullone, 2012) que tienen la intención de provocar dolor (físico y/o psíquico) y/o muerte a otros animales. Por el contrario, consideramos que el término “maltrato” permite referir a conductas no maliciosas de comisión u omisión que ponen en riesgo la integridad física y/o psíquica de otros animales y que pueden provocar daños e incluso la muerte. Al respecto, es importante destacar que no todas las personas que se comportan de manera abusiva contra otros animales sienten placer al producir sufrimiento, algunas pueden experimentar indiferencia (Arluke e Irvin, 2017; Nell, 2006).

Habiendo hecho estas distinciones y de acuerdo con Beirne (1999), estas modalidades violentas de relacionarnos con otros animales pueden y deben ser conceptualizadas como una actividad delictiva. De hecho, ya es objeto del derecho penal en la mayoría de los países occidentales (Chible Villadangos, 2016; Ortega Peñafiel, Maldonado Cabrera, Bejarano Paz y Freire Goyes, 2021; Weiss, Fromm y Glazer, 2018). En Argentina, tanto el maltrato como la crueldad animal constituyen delitos sancionados por el Código Penal a través de la Ley Nacional 14.346, “Malos tratos y actos de crueldad hacia los animales” (5 de noviembre de 1954) y ello representa un gran avance: en el país la frecuencia de este tipo de fenómenos ha ido en aumento, pero no solo se estima un sub-reporte por parte de la población general, sino que también se cree que una cantidad importante de denuncias no son registradas como tales, dando lugar a lo que desde la criminología se denomina como “cifra negra” (Aebi, citado en Buil Gil, 2016).

Ello no es un dato menor, más aún teniendo en cuenta que el abuso animal no solo representa una violación de los derechos de otros animales, sino que a menudo coexiste con otras conductas calificadas como “antisociales” (Ascione, McDonald, Tedeschi y Williams, 2018; Walters, 2013), entendidas como conductas que suponen una infracción a las reglas o normas sociales y/o una violación o avasallamiento de los derechos de otros seres (Garaigordobil y Maganto, 2016). En esta línea, se considera que la empatía puede ayudar a prevenir este tipo de conductas al tiempo que promueve conductas prosociales, compromiso cívico y relaciones saludables entre animales humanos y otros animales. A la par, cabe destacar que factores como la exposición temprana a la violencia, la falta de comportamientos prosociales en las figuras del entorno primario y ciertos rasgos de personalidad antisocial (insensibilidad emocional, egocentrismo y manipulación) son factores que pueden estar implicados en el desarrollo y/o mantenimiento de conductas antisociales (Flynn, 1999; McPhedran, 2009).

En este sentido, es necesario tener en cuenta que el abuso animal puede funcionar no solo como precursor sino también como indicador de violencia interpersonal, ya sea violencia de pareja íntima y/o maltrato infantil (Ascione et al., 2018; Flynn, 2011; Gullone, 2012; Levitt, 2018), bullying (Parkes y Signal, 2017; Schwarts, Fremouw, Schenk y Ragatz, 2012), delincuencia juvenil (Henry, 2004), y/o crímenes violentos y no violentos (Arluke, Lankford y Madfis, 2018), así también como indicador de formas de violencia más complejas como el crimen organizado, el tráfico de especies, la radicalización violenta y actos terroristas (Trespaderne Dedeu, 2023).

Asimismo, el abuso animal a menudo se ha asociado a problemas de externalización de la conducta y diagnósticos psiquiátricos caracterizados por un déficit en el control de impulsos, afecto superficial, escasa tolerancia a la frustración y comportamientos que violan los derechos de humanos y otros animales y/o conducen a conflictos con las normas sociales o figuras de autoridad (Díaz Videla e Irurzun, 2018; Molinuevo Alonso, 2014; Vaughn, Fu, Delisi, Beaver, Perron, Terrell y Howard, 2009), actualmente clasificados como “Trastornos disruptivos, del control de los impulsos y de conducta” en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-5) (Ascione et al., 2018; APA, 2013; López Ortega, 2011).

En relación a factores explicativos, resulta interesante destacar que tanto la violencia en general como el abuso animal en particular a menudo han sido asociados a un déficit de empatía (Ascione et al., 2018; Fraser, Taylor y Signal, 2017; Komorosky y O’Neal, 2015). Por ello amerita dar cuenta en mayor detalle de su rol en la relación con otros animales.

Relaciones entre animales: el rol de la empatía

La empatía puede concebirse como un constructo multidimensional que incluye diferentes componentes. El componente cognitivo hace referencia a la capacidad para comprender y adoptar el punto de vista de otra persona o criatura. El afectivo refiere a la capacidad para experimentar de manera vicaria esos estados emocionales percibidos en otras personas o criaturas (Parkes y Signal, 2017; Young, Khalil y Wharton, 2018). Por otra parte, el componente motivacional recuerda el concepto de compasión ofrecido por Gilbert y Choden (2013) puesto que supone no solo ser sensible al sufrimiento (propio o ajeno), sino también la intención de hacer algo para aliviarlo y/o prevenirlo. Además, Auné, Abal, y Attorresi (2015) agregan el componente relacional (definido como validación por Koerner, 2011), ya que la empatía consiste también en la comunicación de esa comprensión a través de conductas observables y no observables.

En relación con la empatía, se han observado tres fenómenos que permiten reconocer distintos tipos de relaciones: la desensibilización, la erosión empática y, finalmente, la fatiga por compasión.

En cuanto a la desensibilización, la relación entre la exposición temprana a la violencia y la comisión de actos violentos ha sido observada y descrita en diversos estudios (Ascione, 1993; Flynn, 1999; Henry, 2004; Hensley y Tallichet, 2008; Pagani, Robustelli y Ascione, 2007; Querol Viñas, 2008), y en base a ellos se hipotetiza que quienes han sido expuestos a distintos tipos de violencia intra e inter especie a una edad temprana (haber vivido o atestiguado dicha violencia) tienen más probabilidades de comportarse de manera violenta contra animales humanos y otros animales. Se asume que esa exposición temprana y repetida a actos violentos genera una “Desensibilización progresiva a la Violencia” (DV) (Wright y Hensley, 2003), así como una erosión en el desarrollo emocional y moral de esas infancias y adolescencias (Merz-Perez y Heide, en Querol Viñas, 2008), que puede traducirse en una disminución de las reacciones emocionales displacenteras y juicios valorativos negativos hacia la violencia; una normalización y minimización de la gravedad de actos violentos; y, al mismo tiempo, promover emociones placenteras como el entretenimiento, la diversión o el agrado ante la exposición de actos de índole violenta (Galán et al., en Galán Jiménez, Calderón Mafud, Sánchez-Armáss Cappello y Guzmán Sescosse, 2022).

Según Miller y Eisenberg (en McPhedran, 2009), tiende a existir una correlación negativa entre empatía y agresión; y según Ascione y Arkow (1999), aquellas infancias que crecen en el contexto de hogares violentos pueden aprender a comportarse de manera violenta (mediante modelado), disfrutar el sentimiento de poder producto de la violencia ejercida sobre otras criaturas (teoría del control), y todo ello sin sufrir emocionalmente (ya que el desarrollo de la empatía se encuentra comprometido).

Contrariamente, otros estudios sugieren que haber presenciado actos violentos promueve la compasión hacia otras criaturas, haciendo menos probable que la persona responda con conductas violentas (Arluke, 2003). En el caso particular de la exposición temprana a actos de abuso animal, Henry (2004) constató una diferencia significativa mediada por el género: los hombres mostraron actitudes de mayor superficialidad emocional hacia el trato con otros animales, mientras las mujeres mostraron actitudes de mayor sensibilidad hacia el trato con otros animales. De todos modos, también evidenció que tanto hombres como mujeres que habían observado y/o perpetrado abuso animal en su infancia puntuaron más alto en el cuestionario para una variedad de conductas delictivas en el último año y a lo largo de su vida.

Como puede reconocerse, los antecedentes relativos a la desensibilización resaltan el valor de la detección y prevención temprana, más si se tiene en cuenta que tanto la empatía como la autoestima son consideradas factores protectores contra la conducta antisocial. Por ello son de vital importancia los programas de educación humanista que promueven relaciones positivas entre humanos, ambiente y otros animales, impulsando el desarrollo de empatía intra e interespecie y al mismo tiempo el sentido de responsabilidad y cooperación con el ambiente y otras criaturas (Querol Viñas, 2008).

A diferencia de la desensibilización, la erosión empática alude a una disminución brusca de los niveles de empatía (Calzadilla Núñez, Díaz Narváez, Dávila Pontón, Aguilera Muñoz, Fortich Mesa, Aparicio Marenco y Reyes Reyes, 2017; Hojat, Vergare, Maxwell, Brainard, Herrine, Isenberg, Veloski y Gonnella, 2009) que ocurre en jóvenes o adultos y se observa en el ámbito de la salud, específicamente en estudiantes y profesionales de ciencias médicas, odontológicas y veterinarias. Más allá de esta evidencia, aún resta establecer si lo que ocurre es una declinación de la empatía en general o particularmente de la empatía en el contexto de la atención a la salud, y qué dimensiones específicas de estos constructos se ven afectadas (Luna, García Reyes, Ramírez Molina, Ávila Rojas, García Hernández, Soria González, Lezana Fernández y Meneses González, 2022). En aquellos casos en los que se ha podido detectar una erosión empática, se ha comprobado también una deshumanización de aquellas personas a las cuales se pretende proveer de atención médica y cuidados (Hojat et al., 2009) y quizás se pueda hipotetizar que algo similar ocurre en estudiantes y profesionales de las ciencias veterinarias. Dado que la empatía se postula como una herramienta clave para conectar con pacientes y proveer un trato humanista, una declinación brusca en sus niveles solo puede ir en detrimento de un cuidado de tales características.

Otros estudios contradicen la hipótesis de la erosión (Aparicio, Ramos, Mendoza, Utsman-Abarca, Calzadilla-Núñez y Díaz-Narváez, 2019; Luna et al., 2022; Ulloque, Villalba, Varela de Villalba, Fantini, Quinteros y Díaz-Narváez, 2019), ya que han encontrado una tendencia a incrementar la empatía conforme avanza la carrera universitaria, especialmente en la empatía afectiva (Aparicio et al., 2019; Ulloque et al., 2019)[1].

En función de estos antecedentes, puede pensarse que la erosión parece no ser la regla sino solo una de las tantas formas que puede adoptar la empatía en las relaciones implicadas en estas profesiones (Aparicio et al., 2019).

Ahora bien, tanto la empatía como la autoestima suelen ser consideradas como factores protectores frente a conductas antisociales y agresivas, haciendo menos probable que este tipo de conductas tengan lugar (Querol Viñas, 2008; Moreno Bataller, Segatore Pittón y Tabullo Tomas, 2019). Aun así, la evidencia no ha resultado concluyente y existen estudios que encontraron diferencias significativas entre los niveles de empatía de personas que habían abusado de otros animales y los de personas que no lo habían hecho (Henry, 2006; Mayer, Jusyte, Klimecki-Lenz y Schonenberg, 2018; Palix, Abu-Akel, Moulin, Abbiati, Gasser, Hasler, Marcot, Mohr, y Dan-Glauser, 2022). Al respecto, cabe destacar que si bien algunos estudios sugieren que la empatía juega un papel clave en la emisión o inhibición de conductas agresivas (Querol Viñas, 2008), la evidencia sigue siendo insuficiente para afirmar que los niveles de empatía sean los únicos responsables del desarrollo y mantenimiento de conductas violentas o antisociales (Alleyne, Tilston, Parfitt y Butcher, 2015; McPhedran, 2009).

Finalmente, mientras que el desarrollo de empatía cognitiva conduce al crecimiento personal, la satisfacción con la carrera y a mejores resultados clínicos, un exceso de empatía afectiva con más frecuencia puede conducir al burnout, fatiga por compasión, cansancio extremo e incluso trauma vicario, lo cual puede impedir la neutralidad a la hora de tomar decisiones (Hojat et al., 2009).

Si bien no existe una definición unívoca, Stamm (en Monaghan, Rohlf, Scotney y Bennett, 2020) afirma que la fatiga por compasión involucra tanto estrés por trauma vicario como burnout. Según Jenkins y Baird (en Monaghan et al., 2020) el estrés por trauma vicario alude al estrés generado por la exposición directa e indirecta al sufrimiento de otras criaturas, y los síntomas son similares a aquellos que pueden observarse en el trastorno de estrés postraumático (pensamientos intrusivos, pesadillas, hipervigilancia, evitación de claves). Por otro lado, el síndrome de burnout es definido como un estado de agotamiento físico, mental y emocional causado por la exposición crónica a estresores (Maslach et al., en Monaghan et al., 2020), lo cual a menudo se traduce en una deshumanización de pacientes y niveles bajos de satisfacción personal, y ello impacta de manera negativa no solo a nivel personal (insomnio, irritabilidad, poca tolerancia), sino a nivel profesional y laboral (ausentismo, licencias, deterioro en el cuidado de pacientes, elevada frecuencia de errores cometidos) (Ortega-Campos, Vargas-Román, Velando-Soriano, Suleiman-Martos, Cañadas-de la Fuente, Albendín-García y Gómez-Urquiza, 2020).

De manera similar, la fatiga por compasión alude al agotamiento y distrés extremos en los planos físico, afectivo y cognitivo, producto de cuidar a otros seres (Ortega-Campos et al., 2020), lo cual tiene sentido si se tiene en cuenta que la compasión supone no solo una comprensión y sensibilidad al sufrimiento (propio o ajeno) sino también la intención de asistir y hacer algo para aliviarlo y/o prevenirlo (Gilbert y Choden, 2013).

Ahora bien, estos fenómenos han sido mayormente estudiados en el campo de la salud entre humanos, por ello existe poca investigación referida a aquellas personas que trabajan cuidando de otros animales (Scotney et al., en Monaghan et al., 2020), ya sea que se trate de profesionales en ciencias veterinarias (Weinborn, Bruna, Calventus y Sepúlveda, 2019), personas que trabajan en refugios, entrenan y/o que rescatan y brindan hogar provisorio a otros animales que así lo necesitan. Si bien estas personas suelen sentir pasión y vocación por lo que hacen (Scotney et al., en Monaghan et al., 2020), a menudo entran en contacto con otros animales que han atravesado distintas formas de abuso (Rohlf y Bennett, en Monaghan et al., 2020) y en ocasiones puede que incluso deban practicar o acompañar casos de eutanasia (Reeve et al., en Monaghan et al., 2020).

En este contexto, tanto la autocompasión como la inteligencia emocional han sido identificadas como importantes factores protectores contra la fatiga por compasión, ya que invitan no solo a dirigirse hacia la propia experiencia de manera amable, comprensiva y sin juzgar, sino que al mismo tiempo suponen reconocer, etiquetar y regulan las propias emociones para así poder comportarse de manera efectiva (Monaghan et al., 2020).

Relaciones entre animales: ¿una empatía o varias empatías?

Por otro lado, como ya se ha explicitado la empatía no se reserva solo para animales humanos sino que puede extenderse a otros animales (Ascione, 1993; Thompson y Gullone, 2003). Sin embargo, existen aquí también hallazgos contradictorios respecto de cuán generalizable puede ser la empatía interespecie (Arluke y Sax, 1992; Ascione y Weber, 1996; Gómez-Leal, Costa, Megías-Robles, Fernández-Berrocal y Faria, 2021; Paul, 2000; Sprinkle, 2008). Al respecto, diversos estudios han encontrado apoyo parcial para la premisa de la generalizabilidad de la empatía y parecen coincidir en que el hecho de que las correlaciones positivas entre empatía dirigida a animales humanos y empatía dirigida a otros animales sea significativa pero débil indica que no deben ser estudiadas como un constructo unitario, sino como como constructos psicológicos diferentes (Calderón-Amor, Luna-Fernández y Tadich, 2017; Gómez-Leal et al., 2021; Ellingsen, Zanella, Bjerkås e Indrebø, 2010; Lagos, Rojas, Rodrigues y Tadich, 2021).

Asimismo, la evidencia sugiere que la empatía dirigida a otros animales se encuentra modulada por factores contextuales y sociales, como la experiencia previa con ellos (Gómez-Leal et al., 2021; Norring, Wikman, Hokkanen, Kujala y Hänninen, 2014), las características de esos otros animales (Agnew, 1998; Hills, 1995; Young et al., 2018), el nivel de educación y/o área de especialización profesional (Calderón-Amor et al., 2017; Lagos et al., 2021), el género autopercibido (Bailey, Sims y Chin, 2016; Hein, Röder y Fingerle, 2016; Komorosky y O’Neal, 2015), el nivel socioeconómico (Paul, 2000) y el tipo de dieta que lleven las personas (Preylo y Arikawa, 2008).

Por otra parte, algunos evidenciaron la existencia de una correlación positiva significativa entre la empatía dirigida a humanos y las actitudes hacia otros animales, (Eckardt Erlanger y Tsytsarev, 2012; Henry, 2006). En este sentido, la literatura sugiere que aquellas actitudes que apoyan conductas antisociales funcionan como un indicador apropiado sobre la probabilidad de que una persona incurra o no en este tipo de conductas en el futuro (Alleyne et al., 2015). Por lo tanto, los instrumentos que evalúan actitudes y creencias hacia la conducta antisocial pueden considerarse predictivas de este tipo de conductas (Gullone, 2012).

A partir de los antecedentes, se reconoce la necesidad de realizar aún más investigaciones empíricas utilizando diversos instrumentos para estudiar la generalizabilidad de la empatía interespecie, explorar el rol de la empatía en relación con las conductas antisociales violentas y no violentas, y también en relación con el abuso animal en muestras comunitarias. Entender el fenómeno del abuso animal es de suma importancia para diseñar intervenciones y pensar en medidas preventivas que resulten eficaces. En esa dirección se dirige nuestro estudio, que tuvo por objetivo explorar la relación entre los niveles de empatía intra e inter especie, la disposición a comportarse de manera abusiva con otros animales y la conducta efectiva de abuso animal en estudiantes de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), durante su trayectoria en las prácticas pre profesionales (PPP) correspondientes al ciclo lectivo 2021-2022.


Metodología

Diseño: ex post facto retrospectivo de grupo único en el cual las variables independientes fueron (a) nivel de empatía, (b) género autopercibido, (c) contexto de PPP, (d) tenencia actual y/o previa de otros animales de compañía y (e) actos efectivos de conducta cruel hacia otros animales. La variable dependiente fue la disposición a comportarse de manera abusiva contra otros animales.

Participantes: personas que realizaban sus PPP correspondientes al tramo final (5to. año) de la Licenciatura en Psicología de la UNC durante el período 2021-2022. La PPP es una de las tres modalidades de egreso que contempla 300 horas de prácticas bajo supervisión en instituciones sin fines de lucro y 200 horas de elaboración del trabajo integrador final.

Instrumentos: en la primera sección, se recabaron datos sociodemográficos: edad, género autopercibido, tenencia de animales de compañía en los últimos cinco años y/o en la infancia, formación previa relacionada al tema de empatía, maltrato y crueldad animal. En la segunda sección se incluyeron el Interpersonal Reactivity Index (IRI) (Davis, 1983), validado en español por Mestre Escrivá, Frías Navarro y Samper García (2004) y adaptado a población adulta de Argentina por Müller, Ungaretti y Etchezahar (2015), para medir la empatía dirigida hacia animales humanos —tanto en sus dimensiones cognitivas como afectivas— y la versión modificada de la Animal Empathy Scale (AES) (Paul, 2000), cortesía de Luna, Vásquez y Tadich (2019), para medir la empatía dirigida hacia otros animales. Luego se integró la Animal Abuse Proclivity Scale (AAPS) (Alleyne et al., 2015) para medir la disposición a comportarse de manera cruel con otros animales considerando seis escenarios hipotéticos que describen incidentes de abuso animal y motivaciones subyacentes más comúnmente encontradas en la literatura. Para cada escenario se evalúan cuatro dimensiones: entusiasmo, poder, propensión y disfrute. En la sección final se incluyó una escala que contempló distintos tipos de conductas abusivas contra otros animales para evaluar la cantidad y frecuencia de ellas basada en los aportes de Newberry (2017) y Vermeulena y Odendaala (1993). El cuestionario se respondió de manera on line mediante autorreporte.

Procedimiento: el cuestionario fue diseñado en la plataforma Lime Survey y compartido con los/as estudiantes matriculados en las PPP vía correo electrónico y grupos cerrados de Facebook, Telegram y WhatsApp. Esto facilitó la difusión y habilitó también la posibilidad de responder en cualquier momento y lugar, favoreciendo el confort y la privacidad (Eckardt Erlanger y Tsytsarev, 2012). Además, de esta manera se espera haber podido minimizar el posible efecto de respuestas por deseabilidad social (Parfitt y Alleyne, 2016).

Resultados

De la población total (N = 347), el 69.45% (n = 241) respondió la encuesta. En cuanto a género autopercibido, un 83.8% (n = 202) se identificó como mujer cis, un 13.3% (n = 32) como varón cis, un 0.8% (n = 2) como no binarie y un 2.1% (n = 5) prefirió no responder. La edad osciló entre 20 y 67 años (Mdn = 26 años). En cuanto a los contextos de PPP, el 28.2% (n = 68) correspondió al contexto salud-sanitarista, un 21.2% (n = 51) al jurídico, otro 21.2% (n = 51) al social-comunitario, un 17.4% (n = 42) al educativo y el 12% restante (n = 29) al organizacional.

Considerando tres niveles para la medición de los dos tipos de empatía evaluados (alto, medio y bajo), se registró que la mayoría cuenta con niveles medios tanto en empatía dirigida a animales humanos (46.9%) como en la dirigida a otros animales (53.1%). A su vez, el porcentaje de puntaje alto fue similar (23.7% y 22%, respectivamente). Entre el puntaje global de la escala AES y el puntaje global de la escala IRI no se encontró una relación significativa. Lo mismo se evidenció al relacionar el puntaje global de la AES con las cuatro subescalas del IRI.

En cuanto a diferencias mediadas por el género autopercibido, mujeres cis presentaron mayores niveles de empatía dirigida a animales humanos y otros animales en comparación con varones cis (ver tabla 1).

Tabla 1. Diferencias según género

Escalas

t

gl

p

M mujeres

M varones

IRI

2.170

232

.031

16.87

15.46

AES

3.277

232

.002

85.12

76.90

AAPS

-3.126

232

.002

.63

1.1

AAPS directa

-3.365

232

.002

.50

1.09

Conducta efectiva

-3.035

232

.003

2.43

4.65

Fuente: elaboración propia

La empatía hacia otros animales se relaciona tanto con el comportamiento efectivo de abuso como con la disposición a hacerlo. En cambio, la empatía hacia animales humanos solo se relaciona con las disposiciones a nivel de las subdimensiones agresión directa e indirecta (ver tabla 2).

Tabla 2. Correlaciones

Escalas

AAPS

AAPS agresión directa

AAPS agresión indirecta

Comportamiento efectivo de abuso animal

AES

- .334*

- .165*

Comportamiento efectivo de abuso animal

.26*

.27*

.23*

IRI - TP

- .143*

- .165*

* p = .001

Fuente: elaboración propia

Cerca de un 30% de la muestra registró una alta disposición a comportarse de manera abusiva contra otros animales. Al diferenciarse la disposición se observó que el nivel alto presenta un mayor porcentaje en la dimensión agresión directa (22.8%) en comparación con la dimensión agresión indirecta (17.4%).

La mayoría (62.7%) informó que realizó algún comportamiento de abuso hacia otros animales. Entre quienes efectivamente lo hicieron, la mayoría (73%) realizó el o los comportamientos dos o más veces. A su vez, en este grupo fue mayor la disposición a realizar —en el futuro— comportamientos de abuso y se registró una media más baja en la empatía hacia otros animales.

Por otra parte, cabe destacar que varones cis mostraron niveles más altos de disposición a comportarse de manera abusiva contra otros animales, y también indicaron con mayor frecuencia que efectivamente lo hicieron al menos una vez en su vida (ver tabla 1).

Algo llamativo fue el hecho de que la convivencia durante la infancia con otros animales de compañía no se relacionó con la disposición a comportarse de manera abusiva ni con la conducta efectiva de abuso de otros animales alguna vez en su vida. Si bien los niveles de empatía dirigida a humanos/as no variaron de manera significativa en función de la convivencia actual con animales de compañía, sí hubo una diferencia significativa entre los niveles de empatía dirigida hacia otros animales: t (239)= 4.770, p= .000. Esto es consistente con estudios similares que encontraron una correlación fuerte entre la convivencia actual con animales de compañía y actitudes hacia otros animales (Taylor y Signal, 2005).

Finalmente, cabe mencionar que ni los niveles de ambas empatías ni el tipo y frecuencia de conductas abusivas variaron entre contextos de las PPP. Sin embargo, en el contexto jurídico el 80.4% mostró niveles bajos de disposición a comportarse de manera abusiva contra otros animales. Este fue el contexto con mayor porcentaje de personas que tenían formación previa en estos temas (35.3%).

Conclusión

La relación entre animales humanos y otros animales es compleja y se encuentra mediada —entre otros factores— por la empatía. Si bien desde la psicología se continúan realizando aportes en un intento de comprender mejor esta complejidad, la evidencia empírica no siempre es consistente. Esta inconsistencia puede derivarse de las diferencias en la conceptualización de algunos constructos (por ejemplo, entre empatías: general vs. específica, o empatía hacia humanos vs. hacia otros animales), de los instrumentos de medición (por ejemplo, escalas de empatía con diferentes subdimensiones o diferentes agrupamientos de comportamientos de abuso) y de las poblaciones bajo análisis (infancias, universitarios o profesionales).

Los tres fenómenos presentados en relación con la empatía (desensibilización, erosión y fatiga por compasión) también dan cuenta de estas diferencias, ya que cada uno implica una conceptualización y modo de indagación específico.

En este marco, nos propusimos hacer un aporte que permita esclarecer la discusión sobre las empatías y sus relaciones tanto con disposiciones como con comportamientos efectivos de abuso desde personas humanas hacia otros animales.

Al igual que los estudios que identificaron el fenómeno de la erosión empática, en este trabajo se abordaron estudiantes de nivel universitario próximos a su egreso. Estos futuros profesionales de la Psicología mayoritariamente registraron un nivel medio en ambas empatías. Sus niveles de empatía no variaron en función de los contextos formativos elegidos para el tramo del egreso, pero sí variaron en función del género autopercibido: aquellas personas identificadas como mujeres cis experimentaron mayor malestar personal al ver a otras personas humanas sufriendo; a la par, mostraron ser más empáticas con otros animales, en consonancia con otros estudios (Calderón-Amor et al., 2017; Komorosky y O’Neal, 2015; Paul, 2000). Este resultado puede deberse a una socialización diferenciada a través de la cual ciertos estereotipos de género han sido inculcados (Auné et al., 2015).

Este tipo de hallazgo revela la importancia de las etapas tempranas de socialización y alerta sobre el mayor desafío que hay que afrontar al momento de diseñar estrategias de intervención orientadas a modificar esta situación.

Otros resultados producidos en nuestro estudio refuerzan esta lectura. Aquellas personas identificadas como varones cis no solo puntuaron más alto que las mujeres cis en la escala de conductas efectivas, sino también en la escala AAPS, y esto es coincidente con Alleyne et al. (2015). En cinco subdimensiones de la AAPS los varones cis superan a las mujeres cis: entusiasmo, poder y propensión, que corresponden a agresión directa; disfrute y poder, que corresponden a la agresión indirecta. Tiene sentido que varones cis hayan puntuado más alto en disfrute y poder ya que aluden a escenarios en los cuales la agresividad es desplazada sobre otros animales de compañía con el objetivo de producir un daño a otra persona humana (Levitt, Hoffer y Loper, 2016; Parkes y Signal, 2017). Entonces, a la disminución en los niveles de empatía se suma una mayor disposición de los varones cis hacia comportamientos violentos; disposición que también puede derivar de su proceso de socialización más temprana y que el proceso de socialización universitaria no habría modificado.

A su vez, estas disposiciones medidas con la AAPS evidenciaron una variación en función del contexto de formación pre-profesional (PPP), que también parcialmente se explicarían por el género autopercibido. Varones cis mayormente optan por el contexto organizacional, donde se registró un mayor puntaje en la AAPS, en comparación con el contexto jurídico. Este último registró la menor disposición a agresiones hacia otros animales y está conformado por más mujeres cis que por varones cis. Además, podría pensarse que este contexto tiene un acercamiento mayor a conceptos relacionados al maltrato, tanto hacia humanos como hacia otros animales, ya que fue el contexto con mayor porcentaje de personas que tenían formación previa en estos temas. Quizás esto influyó en el hecho de que mostrasen menores niveles de disposición, comparado con el resto de los contextos. Este hallazgo advierte sobre otro aspecto relevante que requiere más indagación: ¿se trata de una disposición previa de parte del estudiantado que condiciona la búsqueda de formación específica sobre estas temáticas y que luego deriva en la elección del contexto para realizar el tramo final? A su vez, esta disposición previa, ¿se encuentra condicionada o no por el género autopercibido?

Por otra parte, la evaluación de la empatía también es una cuestión en discusión y los antecedentes sobre erosión empática dan cuenta de esta problemática. Se reconocen esfuerzos por lograr mayor especificidad en su medición (Hojat et al., 2009) y, a su vez, la necesidad de diferenciar hacia quiénes se expresa la empatía en sus múltiples dimensiones (por ejemplo, humanos y otros animales en Calderón-Amor et al., 2017; Eckardt Erlanger y Tsytsarev, 2012; Gómez-Leal et al., 2021; Lagos et al., 2021; Norring et al., 2014). Por ello, diferenciamos la evaluación entre humanos y otros animales. El hecho de que no se encontrase una correlación entre ambas mediciones apoya la idea de que se trata de constructos distintos y que, por lo tanto, no deben ser estudiados como un solo concepto. Es decir, no necesariamente quienes muestran empatía por humanos mostrarán empatía por otros animales y viceversa. En cuanto a la escala AES, evidenciamos el aporte específico que proporciona para entender la relación entre humanos y otros animales. A su vez, cabe señalar que los ítems de la AES refieren tanto a otros animales silvestres como a los de compañía. Es posible que de haber utilizado una escala que midiera específicamente los niveles de empatía dirigida a los de compañía, los resultados hubiesen variado considerablemente puesto que la literatura sugiere que las personas humanas tienden a mostrar niveles mayores de empatía hacia ellos (Eckardt Erlanger y Tsytsarev, 2012; Ellingsen et al., 2010; Vizek-Vidovic, Arambasic, Kerestes, Kuterovac-Jagodic y Vlahovic-Stetic, 2001), más aún si se ha establecido un vínculo fuerte con ellos.

En síntesis, constatamos un efecto del género autopercibido sobre las empatías analizadas y tanto en la disposición como en el comportamiento abusivo. En este sentido, comprobamos el impacto de una socialización diferenciada entre los géneros según la cual se estimula y refuerza que las mujeres sean más empáticas y ejerzan menor violencia hacia otros animales.

A su vez, nuestros resultados nos permiten sostener que la empatía hacia humanos no juega un papel clave en los fenómenos de violencia interespecie y posicionarnos en contra de la generalizabilidad de la empatía interespecie. Al menos en nuestro estudio, la escala IRI no permitió discriminar a personas que abusan de otros animales de aquellas que no lo hacen, tal y como sucedió en otras investigaciones (Henry, 2006; Palix et al., 2022). Henry (2006) señala que unos niveles bajos de empatía hacia personas humanas parecen ser una característica de solo unas pocas personas abusadoras, y no de la gran mayoría.

En función de nuestros hallazgos y de los nuevos interrogantes que emergieron nos permitimos también dejar planteadas algunas futuras líneas de indagación.

En relación con la población, sería relevante recurrir a muestras universitarias pertenecientes a distintas carreras (con variaciones en la formación específica sobre estas problemáticas) y orientaciones, ya que ello permitiría establecer comparaciones relacionadas a datos sociodemográficos, niveles de empatía, disposición a comportarse de manera abusiva y conductas efectivas de abuso animal. Asimismo, dado que el nivel socioeconómico ha sido identificado en otros estudios como factor que se asocia con los fenómenos de maltrato y crueldad animal (Pagani, Robustelli y Ascione, 2007; Paul, 2000; Vaughn et al., 2009), sería interesante replicar el estudio con muestras comunitarias de diferentes estratos. Todo ello enriquecería la comprensión de este tipo de fenómenos y permitiría obtener una idea mucho más acabada de la prevalencia de actos abusivos contra otros animales en la población argentina.

En el futuro, también se podría optar por muestras más cuantiosas donde las distintas identidades de género se encuentren representadas y puedan llevarse a cabo comparaciones que posibiliten mayor generalización.

Por otro lado, es relevante indagar si la convivencia con animales de compañía involucra perros, gatos u otro tipo de animales y solicitar información sobre el tipo de conductas efectivas de abuso animal que se ejercen sobre cada uno de ellos. En referencia a ello, también podría haberse indagado si la persona que participó del estudio estaba a cargo del animal de compañía o quien estaba a cargo era su pareja u otra persona con la cual estuviese conviviendo al momento del estudio, ya que ello puede incidir en el tipo de escenarios de abuso animal hacia el cual mostrasen mayor apoyo, así como en el tipo de dimensiones (poder, entusiasmo, disfrute, propensión) hacia las cuales mostrasen mayor apoyo.

Sería interesante también explorar el tipo de vínculo establecido entre las personas que conformaron la muestra y aquellos otros animales de compañía con los cuales conviven o habían convivido al momento del estudio, ya que el apego parece incidir en el funcionamiento socioemocional de las infancias y posee mayor peso que la tenencia de otros animales de compañía per se (Vizek-Vidovic et al., 2001).

En lo que se refiere al orden temporal, en el presente estudio no se indagó por el período de tiempo (o períodos de tiempo) en que fueron cometidos los actos de crueldad o maltrato animal ni tampoco la co-ocurrencia o no de otros tipos de conductas antisociales, razón por la cual no fue posible aportar evidencia a favor ni en contra de otras hipótesis (hipótesis de la graduación de la violencia e hipótesis de la generalización de la desviación, Alleyne y Partiff, 2018; Díaz Videla e Irurzun, 2018; Walters, 2013).

Al medir la empatía entre humanos no siempre se ha logrado discriminar muestras de personas que cometen abusos de aquellas que no, y sería interesante en un futuro poder complementar estudios sobre empatía con medidas psicofisiológicas que permitan establecer congruencias o incongruencias entre los resultados encontrados (Henry, 2006; Palix et al., 2022). Que no se haya encontrado una relación significativa entre los niveles de empatía dirigida a animales humanos y aquella dirigida a otros animales puede indicar que los ítems de las escalas utilizadas no hayan sido lo suficientemente adecuados, y sería interesante replicar el estudio utilizando escalas diferentes y más específicas.

Por otro lado, no se evaluaron las motivaciones que subyacen a las conductas abusivas contra otros animales y sería interesante indagar sobre ellas en futuros estudios ya que podrían arrojar luz sobre el fenómeno, así como la caracterización y diferenciación entre personas que, si bien comparten pensamientos y actitudes que apoyan los actos abusivos, logran inhibir su conducta y no comportarse de manera abusiva contra otros animales y personas que no lo logran.

Finalmente, cabe destacar que no todas las personas que muestran interés en este tipo de conductas abusivas se comportaron o se comportarán de manera abusiva contra otros animales (Alleyne et al., 2015); asumir lo contrario supone aceptar la existencia de una relación lineal o causal, lo cual puede resultar reduccionista y hasta mecanicista (Pepper, citado en Olaz y Polk, 2021). En este sentido, sería interesante poder llevar a cabo una serie de análisis funcionales de la conducta efectiva de abuso animal en personas que han abusado y en personas que, si bien han tenido conductas privadas (pensamientos o actitudes) que apoyan ese tipo de conductas, han logrado inhibir la conducta pública (accesible a la mirada de otras personas). Esto quizás permitiría identificar los antecedentes y consecuentes más comunes en este tipo de fenómenos, y servir como información para diseñar intervenciones e instrumentos más ajustados, basados en procesos que permitan relacionarse de otra manera con esos contenidos privados (antes que modificar su contenido) y modificar también la conducta abierta (de abuso contra otros animales).

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[1]Notas

 La mayor parte de los estudios citados no utilizaron la IRI sino la Jefferson Scale of Physician Empathy, que mide exclusivamente la empatía cognitiva en el contexto de educación en medicina y cuidado de pacientes (Hojat et al., 2009).