Neoliberalismo y feminismos: una aproximación al problema desde las nociones de tecnología móvil y promesa neoliberal

Neoliberalism and Feminisms: an Approach to the Problem from the Notions of Mobile Technology and Neoliberal Promise

Fiorella Guaglianone

https://orcid.org/0000-0003-1140-947X

Universidad Nacional de Entre Ríos,

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas,

fiorella.guaglianone@gmail.com

Fecha de envío: 23 de octubre de 2022. Fecha de dictamen: 11 de abril de 2022. Fecha de aceptación: 25 de abril de 2022.

Resumen

Este trabajo tiene como objetivo indagar la relación entre feminismos y neoliberalismo a través de un abordaje basado en los conceptos de tecnología móvil (Ong, 2007) y promesa (Berlant, 2011). En esa clave, se intentará pensar la relación montaje-estructura y las formas de consenso y consentimiento que se ordenan en torno a la promesa neoliberal. Se trata de una lectura exploratoria que reúne herramientas analíticas que provienen del giro afectivo de los estudios feministas. A partir de ese entramado, se intentará explorar algunos puntos posibles de intersección entre las lógicas de producción de consenso del neoliberalismo y las estrategias feministas hegemónicas y contrahegemónicas.

Abstract

This work aims to investigate the relationship between feminism and neoliberalism through an approach based on the concepts of mobile technology (Ong, 2007) and promise (Berlant, 2011). In this vein, an attempt will be made to think about the assembly-structure relationship and the forms of consensus and consent that are ordered around the neoliberal promise. It is an exploratory reading that brings together analytical tools that come from the affective turn of feminist studies. From this framework, it will try to explore some possible points of intersection between the consensus production logic of neoliberalism and hegemonic and counter-hegemonic feminist strategies.

Palabras clave: promesa neoliberal; feminismos; tecnologías móviles.

Keywords: neoliberal promise; feminisms; mobile technologies.

Introducción

La relación entre feminismos y neoliberalismo habilita múltiples entradas para pensar el problema. Podríamos comenzar a narrar una lectura posible de las alianzas, de las afinidades, de los anudamientos que se presentan o aparecen disponibles entre feminismos y neoliberalismo; señalar cómo cierta racionalidad neoliberal auto-empresarial, de auto-vigilancia y de auto-control se entrama con algunas reivindicaciones feministas fechadas quizás en la segunda ola o, tal vez, en el igualitarismo liberal de la tercera. Sería posible, también, trazar un recorrido que vaya entretejiendo claves de análisis que expliquen la vinculación entre crisis de sostenibilidad de la vida, feminización de la pobreza y conflicto capital-vida. Podríamos, si no, hacer un abordaje acerca de cómo el capitalismo neoliberal produce formas de racialización y empobrecimiento de las feminizadas, analizando qué respuestas y reivindicaciones elaboran los feminismos de maneras más o menos hegemónicas o contrahegemónicas. Son diversas las preguntas que se pueden explorar al adentrarse en la actualidad del movimiento feminista, en su coyuntura neoliberal. La relación entre autoritarismo y neoliberalismo que emerge con claridad en el triunfo electoral de extremas derechas hace aparecer, por ejemplo, la pregunta por los autoritarismos, los fascismos y la novedad en las construcciones políticas populares. Así también, la feliz convivencia de algunas reivindicaciones feministas con narrativas neoliberales emprendedoristas, individualizantes, punitivistas, evidencia ciertas inquietudes por la dirección de los feminismos como resistencia anti-capitalista. En este trabajo me propongo ensayar, componer, un modo de pensar el neoliberalismo que ponga en relación estos tres sistemas de opresiones (capitalismo, colonialismo, patriarcado) de una manera particular: describiéndolo como una tecnología móvil que actúa de manera diferencial para abordar, desde ese punto de partida, una aproximación a la pregunta por los feminismos neoliberales. Esta problematización se involucra con algunas lecturas y herramientas propias de lo que se nombra como giro afectivo, específicamente en relación con cómo se producen socialmente consensos y estructuras de consentimiento.

Propongo una lectura desde el giro porque me interesa pensar cómo ciertas reivindicaciones se entrelazan con las dinámicas del capitalismo neoliberal entendiéndolo como un modo de afectar y ser afectadxs, como instancias performativas y colectivas de sentimientos y emoción. En esa clave, entiendo que arrancar significantes como alegría (Ahmed, 2018), optimismo (Berlant, 2020), depresión (Cvetovich, 2012) o promesa (Berlant, 2011) del modelo de las emociones como interioridad y privacidad hace posible reflexionar acerca de cómo “las emociones están entreveradas con el afianzamiento de la jerarquía social” (Ahmed, 2015: 23), habilitando una aproximación a la relación feminismos/neoliberalismo que trascienda la identificación de dinámicas de integración o de resistencia. Sin desconocer acuerdos y divergencias dentro de esta corriente, en este trabajo optaré por utilizar las nociones de emoción, sensación y afecto de manera laxa, observando cómo impactan socialmente y son socialmente impactadas. Es decir, tomaré como supuesto la relación circular entre intensidades sensoriales (no estructuradas y no lingüísticas) y el modo en que son codificadas en el lenguaje y la cultura. Esta aclaración es necesaria porque para algunxs autores del giro es indispensable mantener la distinción analítica entre afecto y emociones, mientras que otra vertiente —más afín a los objetivos del trabajo— ha tendido a difuminarla. Elegiré posicionarme, como sugiere Ann Cvetkovich (2012), en la opacidad epistemológica como forma de dar cuenta de fenómenos que son de naturaleza somática y sensorial, a la vez que conceptos cognitivos o construcciones sociales.

Estas inquietudes son formuladas en un sentido profundamente explorado por algunas teorías feministas que parten del reconocimiento de una tendencia: la emergencia de un (pos)feminismo joven, fashion e individualista (McRobbie, 2009), un feminismo neoliberal (Fraser, 2014; Arruzza, Bhattacharya y Fraser, 2019), de mercado (Alexander y Mohanty, 2004; Mohanty, 2008) que encuentra amplios lugares de consensos y resonancia. Algunas teóricas y militantes feministas (Fraser, 2014 y 2015; Mohanty, 2008; Alexander y Mohanty, 2004; Arruzza, Bhattacharya y Fraser, 2019) han elaborado una serie de reflexiones que podrían exponerse de este modo: ¿puede el neoliberalismo, en su devenir, explotar por igual —sin jerarquías de género— a racializadxs y precarizadxs?, ¿cómo y qué feminismo puede montarse sobre las desigualdades de clase y raza exigiendo independencia económica, libertad reproductiva y empoderamiento femenino? Este feminismo neoliberal, que es objeto de análisis para las autoras, mantiene una relación compleja con el capitalismo y su desarrollo, como bien lo escenifica la apropiación y resignificación de reivindicaciones y conceptualizaciones propias de la segunda ola en un sentido ligado a la aceptación o el sostenimiento del sistema de explotación y dominación (Rottenberg, 2020; Fraser, 2014). En esa línea, resulta significativo distinguir un feminismo marcado por la presencia hegemónica de las ideas liberales-pluralistas feministas en el mercado global; la emergencia de un feminismo para consumo cuya imagen de futuro se asienta en la democracia formal de libre mercado/capitalista (Alexander y Mohanty, 2004); y también unos feminismos como conjunto multiforme y dinámico de apuestas políticas, teóricas y prácticas, que antagonizan con la noción de sujeto homogéneo, racional, occidental y universalizante, promoviendo el reconocimiento de subjetividades múltiples, cambiantes, indeterminadas y/o abiertas.

El análisis se presenta en dos momentos: el primero es una descripción del neoliberalismo a través del señalamiento de algunas dimensiones que facilitarían su comprensión; y el segundo está orientado a reflexionar acerca de qué noción de neoliberalismo hace posible pensar una relación de subjetivación enredada con las luchas feministas y sus desenvolvimientos. La propuesta que intentaré desarrollar es ¿de qué manera las divergencias en la conceptualización del neoliberalismo afectan también la definición de su relación con los feminismos y qué consecuencias analíticas se derivan de ellas? Me anima la posibilidad de darme una tarea intrincada que solo puede ser un incipiente intento de exploración del problema: proponer dos modos de lectura del neoliberalismo que pueden resultar estimulantes para imaginar o seguir el rastro de un feminismo anti-capitalista, anti-colonialista y anti-patriarcal y, al mismo tiempo, señalar algunas vinculaciones entre esos sistemas de opresión y los feminismos. En el primer apartado haré referencia a su lógica; en el segundo, a cómo puede abordarse analíticamente su dimensión afectiva y, por último, a algunos entrelazamientos posibles entre feminismos y neoliberalismo.  

Aclaraciones metodológicas

Para pensar el problema que introducíamos, es necesario poner en relación dos dimensiones: modo de acumulación y modelos de subjetivación. La manera en que esta relación será explorada responderá al entrecruzamiento de unas lecturas posibles de dos autoras que podrían hallarse en una y en otra forma de aproximación. Una más ligada a cómo en el modo de acumulación se reproducen saberes, tecnologías y prácticas (Ong, 2007), y otra más vinculada a cómo los modelos de subjetivación se entrelazan con los objetivos de intervención neoliberales (Berlant, 2011). Este trabajo se sitúa entre dos dimensiones de análisis del problema neoliberal: el modo de acumulación que (re)produce un conjunto de saberes, tecnologías y prácticas, y los modelos de subjetivación que (re)producen objetivos de intervención neoliberales (Cavallero y Gago, 2021). Abordar las narrativas y los discursos teóricos feministas desde la subjetivación y la acumulación, de manera interrelacionada, responde a una conceptualización de valor ampliada: la del valor como producción de existencia, multiplicidad afectiva, intelectual, física, cooperativa (vida) que el capital pone a trabajar (Gago, 2014). El cruce que intento proponer, entonces, liga dos dimensiones, pero lo hace de un modo específico: se interroga por cómo el neoliberalismo, en relación de afinidad con algunos feminismos, genera una estructura de consenso y consentimiento en torno a objetivos, lógicas, sentimientos, modos de vida, emociones y saberes del capital.  

En estas reflexiones, quisiera proponer un abordaje del problema del neoliberalismo y su relación con los feminismos a través de dos operaciones analíticas: la primera, la construcción de una definición del neoliberalismo como tecnología móvil y como razón sentimental, apelando a una lectura particular de Lauren Berlant y Aihwa Ong; la segunda, la búsqueda de algunos puntos de intersección entre las lógicas neoliberales, descritas en el momento anterior, con un feminismo neoliberal hegemónico, pero también con las posibilidades de reformulación contrahegemónica de esa relación. Se trata de un texto de carácter exploratorio que apela a rastrear unas taxonomías de los espacios donde se superponen lógicas neoliberales y afectos y racionalidades anti-neoliberales, anti-patriarcales y anti-capitalistas; eso que Kosofsky Sedgwick (1998: 36) llama taxonomías inmediatas: recursos ricos y poco sistemáticos “para planificar las posibilidades, los peligros y los estímulos del paisaje humano”, similares al “cotilleo inmemoriablemente relacionadas en el pensamiento europeo con los criados, los hombres afeminados, los gays y las mujeres” y necesarias para quienes “hayan experimentado en mayor grado la opresión o la subordinación”.

En el recorrido que intento proponer, me parece necesario mantener cierta vigilancia respecto de dos gestos habituales en las aproximaciones a la relación feminismos/neoliberalismo: el primero, la tentación de abordar el problema indicando aquellos elementos feministas que podrían catalogarse como proyecciones de las lógicas del capital, como realidad especular del modo de producción, renunciando a su complejidad e indeterminación; y el segundo, provocar un estiramiento conceptual de la categoría neoliberalismo de manera tal que toda posición, afirmación, lógica, dinámica o recurso político levemente emparentado con abstracciones tales como individuo, autocontrol o derechos universales pueda ser incluida en un análisis que se precipita en encontrar un crimen perfecto del capital o una astucia histórica del espíritu neoliberal. Quisiera comenzar por pensar, junto a Aihwa Ong, qué podría significar una tecnología móvil de gobierno al trazar una definición sobre neoliberalismo; luego, a través de la idea de tecnología móvil, pensar algunas dimensiones de la promesa neoliberal, concepto elaborado por Berlant para analizar la crisis del capitalismo. Finalmente, a partir de esos dos movimientos, ordenar algunas intuiciones acerca de qué relaciones pueden pensarse entre feminismos y neoliberalismo, en un sentido permeable a las contingencias e indeterminaciones de las luchas sociales y las revueltas feministas.

El neoliberalismo como tecnología móvil

Aihwa Ong, antropóloga malasia con largos años de trabajo en los estudios urbanos, la ciencia, la tecnología, la medicina y el arte contemporáneo, construye una caracterización del neoliberalismo que se sostiene en el intento de distanciarse de aquellas perspectivas que tienden a suponer que produce en diferentes lugares los mismos resultados políticos y las mismas transformaciones sociales. La noción de neoliberalismo que procuramos explorar se liga menos con un análisis situado en sus dimensiones macrosociales y macroeconómicas y más con los aspectos de la autogestión, la autovigilancia y la autoempresarialidad (Foucault, 2007; Brown, 2017; Dardot y Laval, 2013), propios de los modelos de subjetivación y del modo de acumulación neoliberales. Como señala Wendy Brown (2017: 18), es un modo de analizar al neoliberalismo como “un orden normativo de la razón que, a lo largo de tres décadas, se convirtió en una racionalidad rectora amplia y profundamente diseminada” que “transforma cada dominio humano y cada empresa —junto con los seres humanos mismos— de acuerdo con una imagen específica de lo económico”; es pensar al capital como “una nueva trascendencia, una nueva forma de subjetivización” (Han, 2014: 19).

En esa clave, la perspectiva de Ong es interesante por un motivo significativo para pensar el dinamismo de las luchas políticas feministas y anti-capitalistas: el carácter móvil, mutante y contingente del neoliberalismo como modelo de subjetivación, pero también como modo de producción. Contingencia que pone de relieve dos cuestiones: una, que las teorías y los feminismos decoloniales advirtieron hace tiempo, que en el neoliberalismo no todas las poblaciones son objeto de técnicas de autogobierno (aparecen combinadas o relegadas por formas de necro-poder y de violencia sexual sistémica); otra, que las estrategias neoliberales responden a los problemas políticos con decisiones calculadas sobre la intervención y el riesgo pero en una situación abierta que hace necesario hacer ajustes, reelaboraciones, actualizaciones.

La propuesta que trataré de desarrollar y poner a jugar con los feminismos y su coyuntura se deriva de afirmar que para pensar este fenómeno es necesario desplegar “una analítica del montaje sobre una analítica de la estructura y un enfoque en los medios emergentes sobre la estabilización de un nuevo orden global” (Ong, 2007: 5). ¿Una analítica del montaje sobre una analítica de la estructura? Con la idea de montaje, Ong reúne una constelación inestable de formas globales que interactúan con regímenes políticos particulares: al tratarse de un montaje, el punto de análisis no se revela a partir de la identificación de la relación jerárquica entre los elementos, determinada por la posición estructural de cada uno, sino por la selección de un punto de entrada que haga posible pensar la relación entre cada conjunto de fuerzas, sin determinarlas a partir de una forma global. Al detectar que “la racionalidad neoliberal ha flotado más allá de los países liberales avanzados hacia ambientes políticos tan variados como el estado guarnición […] la oligarquía post-comunista o la formación autoritaria sin reemplazar el aparato político y la ideología”, produciendo “[…] acoplamientos aparentemente indiscriminados”, propone tomar “las señales del vector de esta forma global y sus convergencias con instituciones y prácticas” (Ong, 2007: 5). Esta apertura conceptual a configuraciones inesperadas de intenciones políticas y éticas dispares sugiere que los resultados no se pueden determinar de antemano. En lugar de suponer que ciertos ambientes son más o menos susceptibles a la racionalidad neoliberal, el concepto de ensamblaje enfatiza la reflexividad en la interacción entre tecnología global y prácticas situadas (Ong, 2007). La analítica del montaje sobre la analítica de la estructura invita a atender, por un lado, a aquellos aspectos de lo neoliberal a los que se les podría otorgar carácter estructural y que se relacionan más estrechamente con la larga duración del colonialismo, el capitalismo y el patriarcado, mientras que, por otro lado, aparecen también contempladas observadas en su modo de ensamblarse aquellas prácticas, tecnologías, narrativas que pueden percibirse más fluidas, contingentes o más asociadas a la excepción que a la lógica del neoliberalismo como régimen global.

Ong habilita una lectura capaz de pensar la larga duración del colonialismo y la captura y reconfiguración neoliberal de elementos propios de sistemas de creencias ancestrales entre la estructura de clases y la contingente elaboración de una economía afectiva signada por el cálculo y el auto-gobierno, pero también por sentimientos que tienen otra materialidad e historicidad. Pensando con Ong, puede entenderse, por ejemplo, aquello que Brown encuentra en lo que denomina neoliberalismo autoritario: una combinación híbrida en los nuevos movimientos de derecha que reúnen algunos principios ligados al libre mercado con una recuperación de los valores morales tradicionales.

“[…] la combinación del desprecio del neoliberalismo de lo político y de lo social y una masculinidad herida desublimada, juntos generan una libertad desinhibida que es el síntoma de la destitución ética, aunque por lo general se disfrace de virtud religiosa o de melancolía conservadora de un pasado fantasmático”. (Brown, 2020: 197)

La herida en la masculinidad blanca que hace desplegar un neoliberalismo marcadamente anti-feminista y racista es pensable en la relación entre montaje y estructura. Una continuidad histórica que enlaza al colonialismo con el patriarcado y el capitalismo, que se patentiza en la figura del hombre blanco (algo distinto al homo oeconomicus), con una particular economía de sentimientos y emociones (que tiene su propia genealogía) y una específica reconfiguración neoliberal que deviene autoritaria. El resentimiento ese sentimiento que para Brown anima el autoritarismo neoliberal se entrelaza con un estado anímico el nihilismo fatalista en un sentido singular que está signado por la estructura de las relaciones de opresión: al tiempo que reabre la herida colonial, intenta restituir un orden de dominación basado en la apropiación de las mujeres. Sin embargo, esa pulsión de muerte masculinista es plausible de ser gestionada, sometida a las lógicas de la racionalidad neoliberal, de lo que resulta un tipo de moralidad que hace coincidir conservadurismo con ensanchamiento de la esfera privada y la sacralización de las libertades individuales. La analítica del montaje junto con la analítica de la estructura, articuladas en torno a la noción de tecnologías móviles, abre un camino alternativo al de la oposición entre continuidades y rupturas; también a las lecturas que se centran en la astucia histórica del neoliberalismo o a aquellas que oponen tecnologías blandas de autocontrol con tecnologías disciplinarias o necropolíticas. Hace posible pensar la relación entre neoliberalismo y feminismos atendiendo a cómo esta tecnología móvil recombina diversas zonas de la vida social, afectiva y política interviniendo en cada región según sus peculiaridades históricas y sociales. “Estudiar el neoliberalismo no como una cultura o una estructura sino como técnicas móviles de gobierno que pueden ser descontextualizadas de sus fuentes originales y re-contextualizadas en constelaciones de relaciones mutuamente constitutivas y contingentes” (Ong, 2007: 4) nos convoca a un abordaje atento a las contingencias, pero también a la persistencia de la estructura de las violencias, posibilita la identificación de múltiples capas (más y menos rígidas) en las que se asientan los sistemas de opresión y también esas configuraciones mutantes, abiertas e indeterminadas que nos devuelven a una pregunta por la hegemonía y las marcas de la contra-normatividad.

El neoliberalismo como razón sentimental

Si con neoliberalismo remitimos a tecnologías móviles que despliegan una configuración particular de elementos de diversa procedencia histórica, política y social, ¿qué lo hace un tipo particular de tecnología, una forma distinguible de otros modos del capital, del colonialismo y del patriarcado? Me gustaría explorar una respuesta, rastreando algunos elementos teóricos y analíticos presentes en Berlant (2011), con la intención de establecer cuál podría ser esa característica particular del neoliberalismo como tecnología; búsqueda que no pretende hacer esa distinción más que a los fines de pensarla en su relación con los feminismos. En ese sentido, nuevamente, se trata de una analítica del montaje sobre una analítica de la estructura; un esfuerzo interpretativo que no pretende describir todos los elementos, las formas de aparición y las lógicas que se rubrican bajo el concepto neoliberalismo, sino poner a funcionar herramientas que permitan analizar una forma determinada de montaje y una relación específica con sus determinaciones estructurales.

En El corazón de la nación, Berlant se adentra en un modo particular de relación de subordinación subjetiva al neoliberalismo: intenta identificar un tipo de apego a una normatividad utópica en contextos de supervivencia, de abismo y precariedad. En ese “dominio poroso del atomismo empresarial hiperexplotador que ha sido denominado, diversamente, globalización, soberanía liberal, capitalismo tardío, posfordismo o neoliberalismo”, rastrea una escena de masas que, paradójicamente, no tiene nada de colectiva; más bien indaga en “un sentimiento de normalidad aspiracional, el deseo de sentirse normal y de sentir la normalidad como un terreno de vida confiable, una vida que no tiene que ser permanentemente reinventada” (Berlant, 2011: 76).

Ese sentirse normal, sin embargo, no se produce en un sentido contingente o estrictamente coyuntural. Ni en su forma ni en sus modos de aparición está ligado a la economía de sentimientos que se instaura entre los próximos, entre quienes comparten la desgastante tarea de sobrevivir a las crisis del capital; son, en cambio, “soluciones individuales a problemas sistémicos” (Beck, en Berlant, 2011: 8). ¿Cuál es el contenido de esta fantasía, de esa normatividad anhelada? Para los fines de este análisis, es conveniente dividir la cuestión en dos aspectos: la primera, el contenido específico de la fantasía; la segunda, su estructura subyacente. Con respecto al contenido, podría decir, recurriendo a los términos propios de la autora, que se trata de una proyección defensiva (ante la crisis abismal de la precariedad) que se produce en clave transclasista, que borra o desplaza lo que aparece como un obstáculo al deseo de encarnar la norma; dinámica similar a la que acontece con la marca racial: quienes negocian subjetivamente su permanencia afectiva en los regímenes del capitalismo neoliberal, lo hacen a costa de afirmarse sobre un olvido olvido que remite a las condiciones estructurales de su posición social. No requiere, sino que incluso repele, un sentimiento ligado a una forma específica de vida: “proponer el juego, el riesgo y, por encima de todo, la autorrepetición, en proximidad a cualesquiera objetos/escenas que estén disponibles o sean convenientes, la voluntad de sentir ese sentimiento, otra vez se convierte en el primer orden del deseo” (Berlant, 2011: 76).

Esta configuración deseante se presenta entonces anudando elementos que, en primera instancia, podrían aparecer en contradicción: una joven precaria la joven de la película Rossetta, que analiza Berlant—, en una familia monoparental débilmente insertada en economías de subsistencia, sueña con ser una buena trabajadora en un empleo mal pagado. Algo que le interesa tan profundamente que rechaza, contra sus posibilidades mismas de supervivencia, un subsidio estatal. La posibilidad de imaginarlo la hace introducirse en la sensación gratificante y ansiolítica de “tener un lugar”, de “estar mínimamente en la jugada” (Berlant, 2011: 82).

La promesa del neoliberalismo hace posible no una acción política orientada a cambiar el mundo, a producir una interrupción en el orden de cosas que se presentan como dado, sino que ofrece un trazado afectivo que hace posible negociar con él, hacer la vida vivible en situaciones de vulnerabilidad social y subjetiva. “La comunidad y la sociedad civil no se ven como recursos para construir nada, ni la fantasía ni la vida normal. Los apegos son tan quebradizos como el sistema económico que aclama y expulsa a su ejército de reserva de trabajadores” (Berlant, 2011: 77). Un punto es central en la formulación de la promesa neoliberal: la fantasía es “el único capital que puede transmitirse con certeza de un espacio contingente a otro” (Berlant, 2011: 80). Este aspecto es central para distinguir la sugerencia analítica de Berlant de otras como la de Brown, por ejemplo—, el deseo de estar en la jugada es un deseo conservador en un sentido particular: se trata de tener lugar, de no estar forzado a reinventar la vida, las condiciones de reproducción materiales, simbólicas, subjetivas. Aparece, entonces sí, el problema de la hegemonía repolitizado: lo que es relevante para el neoliberalismo como razón sentimental, como economía afectiva y estructura de sentimientos es proveer de los medios de sujeción y consentimiento a través de la lógica de una promesa que solo puede incumplirse, pero sin la cual aparece amenazada la posibilidad subjetiva de mantenerse en negociación con un mundo hostil, amenazante y fluido.

No es lo mismo encontrar confort en la cercanía de un objeto o de una escena vaga que promete brindar cierto lastre en la socialidad que disfrutar del placer supremacista, así como, hablando en términos psicoanalíticos, reconocer erróneamente no es lo mismo que estar equivocado. Después de todo, lo hegemónico no es simplemente la dominación con ropajes más atractivos: es una metaestructura de consentimiento (Berlant, 2011).

La clave de lectura de Berlant, el neoliberalismo como una razón sentimental reñida muy íntimamente con lo que correspondería a las lógicas del cálculo racional en un aspecto central como la construcción de una metaestructura de consentimiento, nos devuelve al problema de la hegemonía en un sentido importante, que ronda gran parte de las preguntas por la actualidad del proyecto neoliberal y su devenir autoritario. No se trata solamente de explicar la emergencia y consolidación de derechas reaccionarias y su popularización a través de la intersección de las estructuras de clase, raza y sexo (el resentimiento, por ejemplo, del varón blanco heterosexual que siente amenazados sus lugares de privilegio históricos), sino de pensar la complejidad que se presenta al identificar cómo se produce un montaje de diversos elementos contradictorios que componen una escena de compromiso afectivo con el capitalismo en su momento actual. Lo que aparece como eminentemente neoliberal y que pone a funcionar diferentes formas de apego y consentimiento no tiene un carácter necesariamente clasista, racista o sexista aunque pueda presentar una o más combinaciones—, sino que se edifica sobre la oportunidad de fantasear con una vida segura, así eso parezca incluso ontológicamente imposible:

“[…] para comprender los apegos colectivos a vidas convencionales, fundamentalmente estresadas, tenemos que pensar en la normatividad como un agrupamiento en evolución, incoherente, de promesas hegemónicas acerca de la experiencia presente y futura de la pertenencia social, en la que se puede ingresar de diversas maneras, y que puede rastrearse mejor en términos de transacciones afectivas que tienen lugar al mismo tiempo que las transacciones más instrumentales”. (Berlant, 2011: 74)

La metaestructura de consentimiento neoliberal a la que se refiere Berlant tanto como la analítica del montaje y de la estructura que piensa Ong permiten adentrarse en la cuestión del neoliberalismo evitando hacer abuso de las nociones de mercantilización y mercado, así como de una conceptualización de gubernamentalidad inflacionaria[1]. Alrededor de estas dos marcas, trataré de pensar algunas líneas sobre la relación feminismos-neoliberalismo señalando ciertas implicancias, para la cuestión feminista, de estos aportes al debate sobre la actualidad neoliberal del capitalismo.

Feminismos neoliberales

Decía con Berlant y pensaba con Ong que el problema del neoliberalismo puede ser abordado conceptualizándolo como elementos contradictorios que integran un montaje compuesto por fenómenos contingentes, pero también por persistencias estructurales. Así, la promesa neoliberal de no tener que reinventar la propia vida, de tener lugar o de estar mínimamente en la jugada se conjuga con los registros afectivos comunes (generizados, racializados, sexo-generizados) de lo que una vida buena es. Sin embargo, primariamente lo que aparece como insustituible es el deseo de sentirse todavía en relación con un entorno extremadamente incierto y cruel. Sobre esa línea, me interesa indagar las formas de apego colectivo al neoliberalismo que aparecen enlazadas con los feminismos y sus luchas.

Si pensar el neoliberalismo como una razón sentimental, como una tecnología móvil que pone en relación las lógicas del montaje y de la estructura, nos advierte de la posibilidad de una definición más amplia y también táctica del problema, ¿qué podría decirse de lo que nombramos como feminismos neoliberales y en qué sentido los feminismos se encuentran ante la amenaza de ser capturados por la maquinaria material y simbólica del neoliberalismo? Al tratarse de una pregunta ambiciosa que, como adelantaba, no es mi objetivo responder, pero sí explorar, me gustaría comenzar por plantear una descripción general de lo que podría significar un feminismo neoliberal para luego señalar posiciones antagónicas. Finalmente, quisiera adentrarme en la pregunta por las posibilidades de la resistencia y sus términos, bajo un sentido resignificado de la noción de neoliberalismo, que se atenga a algunas de las herramientas que fueron expuestas en el desarrollo de estas reflexiones.

Dice hooks (2017: 26; la autora escribe su apellido en minúsculas) que una de las lógicas más eficientes del feminismo blanco y capitalista tiene que ver, en la actualidad, con su formulación del “feminismo como estilo de vida” y con la idea de que existen “tantas versiones del feminismo como mujeres en el mundo”. Es fácil trazar una analogía entre las dinámicas de la promesa neoliberal y este modo de articulación política, afectiva y discursiva: la promesa neoliberal requiere del borramiento del obstáculo de la posición de clase, de raza, de sexo. Efectivamente, lo que amenaza la posibilidad de desear estar en la jugada es la emergencia consciente de las limitaciones impuestas por la estructura social. Al mismo tiempo, la posibilidad de cumplimiento de la promesa (no tener que reinventar la vida, tener un lugar en el que quedarse, una vida buena) es nula bajo los términos de los sistemas de opresión que la formulan. Para que la promesa pueda realizarse deben permanecer ocultas las características sexuales, raciales y de clase de quienes están sujetxs a través del deseo: la igualdad de los varones con las mujeres, por caso, puede presentarse dentro de los límites de una formulación neoliberal solo si estos se universalizan y son desprovistos de sus otras posiciones. Un feminismo neoliberal que recentra la categoría de género vinculándola tanto a reivindicaciones igualitaristas y pluralistas de mercado como a proyectos reformistas de Estado. La utilización blanca, plutócrata y/o institucionalista de la categoría género (generismo) se orienta a ordenar las luchas feministas bajo “los temas y directrices de un feminismo eminentemente mujeril, pragmático y reformista, convertido en presa de la maquinaria estatal y su lenguaje técnico-administrativo” (flores, 2017: 36; la autora escribe su apellido en minúsculas). A medida que vuelve difusas las opresiones de clase y raza, también vuelve difusas las respuestas políticas y colectivas a la opresión sexual; deviene una terapéutica con perspectiva de género (femenino) orientada a la auto-realización y el auto-conocimiento. Bajo una narrativa de impugnación a las formas de subjetivación y al modo de acumulación tradicionalista patriarcal, puede hacerse cada vez más público el género y más privada (menos visible, más opaca) la explotación de raza y clase. Este “feminismo del poder” (hooks, 2017: 62) combina la exhortación neoliberal a producirse a sí mismx con la exaltación de mercado de las virtudes del género femenino: introduce en la retórica de la producción de sí la invitación a perfeccionar y a capitalizar habilidades estereotipadamente femeninas en el sentido de la mejora de las competencias individuales; promete un nuevo tiempo que ofrece un lugar habitable para quienes les había sido negada su posibilidad de estar mínimamente en la jugada por su posición de clase sexual.

En otro momento de este texto señalé que, si pensamos con Berlant, el contenido clasista, racista o sexista de la promesa está muy relacionado, pero no se superpone, con la dinámica cruel de la promesa: el sentimiento necesario para el montaje de la metaestructura del consentimiento neoliberal es el deseo de sentirse en la jugada, de tener lugar en contextos de incertidumbre. ¿Podemos pensar entonces que, más allá de la forma prototípica de feminismo neoliberal, existen también formas de entrelazamiento entre la tecnología neoliberal de la promesa y las estrategias, economías afectivas y discursividades feministas?, ¿en qué sentido podría explorarse esa relación? Quisiera plantear dos formas posibles de abordaje que se desprenden de los desarrollos anteriores acerca del neoliberalismo como tecnología móvil y como razón sentimental. En primer lugar, un punto de intersección entre feminismos y neoliberalismo se produce cuando en el horizonte de la utopía política irrumpe la promesa de una vida futura cuya seguridad es ontologizada negando su precariedad constitutiva[2]; en segundo lugar, cuando la promesa del movimiento parece consistir en una vida feminista desprovista del conflicto como dinámica propia de la política y de la experiencia vital. Ambas promesas comparten con la razón sentimental hegemónica una serie de cuestiones: son formuladas en los términos del individualismo neoliberal y del conservadurismo social. En los párrafos que siguen, quisiera indagar en esos dos puntos (la promesa de seguridad y la anulación del conflicto): propondré algunos matices y rastrearé alternativas que podrían vincularse con las resistencias feministas al capitalismo neoliberal.

Tener un lugar o hacer un lugar común

La fantasía de tener un lugar en el que quedarse, que identificábamos con Berlant, es compleja y polisémica: desarmarla puede tener algunas implicancias políticas que me gustaría desarrollar. ¿En qué sentido tener un lugar para quedarse, no tener que reinventar permanentemente la propia vida, puede configurar una promesa contrahegemónica, una promesa que reinstaure un hacer colectivo frente a la precariedad neoliberal? La promesa que le interesa a Berlant redunda en posiciones subjetivas de reafirmación de la heterosexualidad, la blanquitud y la explotación capitalista del tiempo: no cualquier objeto está imbuido de la amenaza de fracaso o éxito; no cualquier objeto es objeto de una promesa. Los objetos tienen relaciones específicas entre sí: la normatividad heterosexual arma una red en la cual activo, exitoso, blanco, masculino, feliz, se oponen a la pasividad radical, al fracaso, a la incompetencia. Sin embargo, estas posiciones se sustentan, todas, en una necesidad que emerge como forma de negociación con la precariedad vital de las subjetividades neoliberales: el deseo de fantasear con sustraerse de la tarea desgastante de sobrevivir, con la posibilidad de detener esos esfuerzos y hacerse un lugar. El sentido que la razón sentimental neoliberal le impregna, como tecnología móvil, a este estado afectivo, no hace más que reafirmar las determinaciones estructurales que son en sí mismas el obstáculo para la existencia de vidas menos precarias, menos sometidas a las lógicas de la precariedad capitalista.

Ahora bien, resulta difícil pensar un movimiento contrahegemónico que prescinda de una promesa, de algún tipo de compromiso afectivo con el futuro que se produzca sobre el deseo anticipatorio de sensaciones más gratificantes, placenteras, felices. Los feminismos tejen redes de autodefensa, de cuidado y de luchas que tienen la capacidad de expresarse en relación antagónica con la promesa individualista de tener un lugar de inmovilidad en un mundo en permanente crisis. La promesa feminista puede significar, en contraposición a la de tener un lugar en el que quedarse, hacer un lugar común. Un lugar común que no reniega de la precariedad constitutiva de la vida y que no promete cruelmente abolirla, sino que hace posible “reimaginar la comunidad sobre la base de la vulnerabilidad y la pérdida” (Butler, 2004: 45); una posibilidad de afirmar otro tiempo donde la precariedad convoque a trazar alianzas que desborden y amenacen los límites del sujeto neoliberal, a desafiar el llamamiento a cuidarse solx, abriendo espacios para sentirse políticx. Hacer visible el sentido público del sexo, de la muerte, su artificialidad, y con ello provocar alianzas entre lxs arrojadxs a cuidarse solxs, a autoproducirse genérica, patriarcal y colonialmente.

La promesa neoliberal apela al conservadurismo en el sentido de la inmovilidad social y subjetiva: convoca a anhelar un mundo perdido de identidades fijas y de instituciones rígidas. Propone, en algún sentido, una retroutopía: una vuelta a un pasado perdido, robado o negado, en el que la familia y el trabajo funcionaban como garantes de una vida segura y previsible. Frente a la emergencia de derechas autoritarias que logran combinar peligrosamente el ensanchamiento del campo de la esfera privada con la restauración de las violencias heteropatriarcales, clasistas y racistas, ¿qué relación con el futuro podría abrir una línea de fuga al autoritarismo retroutópico y proponer otro tipo de contrato afectivo?

Reflexiones finales

En este trabajo, propuse una forma de lectura de la relación feminismos-neoliberalismo que recupera y explora las dimensiones de promesa (Berlant, 2011) y tecnología móvil (Ong, 2007). Ese recorrido nos condujo a elaborar una aproximación al problema neoliberal en dos claves: como montaje/estructura y como razón sentimental. Esa aproximación nos permitió pensar lo neoliberal en la tensión entre su carácter estructural (su íntima relación con el colonialismo, el capitalismo y el patriarcado) y los modos de ensamblarse con aquellas prácticas, tecnologías y narrativas que pueden percibirse más fluidas o asociadas a la excepción que a la lógica del neoliberalismo como racionalidad. En esa clave es que se exploró una entrada al problema a partir de la identificación de un tipo de apego a una normatividad utópica en contextos de supervivencia, de abismo y de precariedad. Ambas dimensiones de análisis intentaron abrir líneas de problematización de lo que se nombra como feminismo neoliberal, señalando algunas marcas para pensar qué podría significar una contrahegemonía ahí donde las claves de análisis ya no son las determinaciones estructurales ni el movimiento como sujeto de la revolución.

Para concluir este recorrido, quisiera componer dos escenas de lo que más arriba nombraba, con Berlant, como una contra-sentimentalidad o una contrahegemonía sentimental. Para hacerlo es necesario introducir una categoría propia de los estudios y activismos queer/cuir: la crononormatividad. ¿De qué nos previene la categoría? Como señalan un amplio conjunto de teóricos y activistas queer, entre los que se encuentra nuestra autora (Edelman, 2014; Halberstam, 2018; Berlant, 2020; Love, 2009; Bernini, 2013), es importante andar con recaudos cuando se explora una dimensión propositiva en un diagnóstico o una lectura del momento actual. Esta advertencia tiene que ver con la identificación de que en los proyectos teóricos o políticos que abordan la complejidad de lo social, muchas veces se reinstaura un sentido lineal del tiempo signado por las marcas de la heterosexualidad, el reproductivismo y la blanquitud. La crononormatividad es aquella experiencia temporal hegemónica (heterolineal, colonialista, productivista y reproductivista) que deja fuera del tiempo social a generizadxs, racializadxs, empobrecidxs; subjetividades que llevan la marca del fracaso, el rezago, la desviación y la queeridad. Este posicionamiento nos conduce a comprender que la intención de exponer imágenes de una contra-sentimentalidad no puede plegarse a las formas de reproducción de las temporalidades hegemónicas (pasado-presente-futuro), sino a introducir escenas capaces de hacer aparecer otros modos de habitar las resistencias al capitalismo neoliberal. Intentando tomar esas precauciones, me detendré en describir dos momentos en los que pueden advertirse formas de contra-sentimentalidad en un sentido tan amplio como el que la categoría misma supone. Estos momentos no se desprenderán del intento por describir una imagen de futuro en sintonía con nuestro diagnóstico de la coyuntura, sino que repondrán esfuerzos y repertorios militantes que pertenecen a la compleja genealogía de los activismos feministas y queer.

1980. Un virus afecta fatalmente al sistema inmunitario de las personas infectadas, produciendo enfermedades que se desarrollan hasta dar muerte. Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos la llamaron the 4H disease por la inicial que tenían en común cuatro comunidades: hemofílicos, heroinómanos, haitianos y homosexuales. El 20 de marzo de 1990, casi nueve años después de los primeros cinco casos de sida registrados en el mundo, algunos activistas se reunieron para conformar un grupo de acción directa, con el objetivo explícito de combatir, por un lado, el sistema heteronormativo y, por otro, el asimilacionismo LGBT. Se hicieron llamar Queer Nation. Su estrategia fue la confrontación con una cultura gay que respondía al estigma del sida reproduciendo los estándares heterosexuales de vida buena y ascenso social. Sus luchas no pudieron ni intentaron inscribirse en el paradigma estadounidense que orientaba los repertorios de protesta a la consecución de derechos individuales o de minorías (igualdad de género, respeto por la diversidad sexual, ampliación de derechos) (Vidarte, 2007; Córdoba, Sáez del Álamo y Vidarte, 2006). Fueron apariciones intempestivas, paradójicas, con un sentido profundamente perturbador del universo heterosexual, pero también de la promesa neoliberal de hacerse lugar en un mundo desigual. Entrar en relación de oposición con los paradigmas de restitución y reparación son gestos que permiten avizorar una contra-sentimentalidad, especialmente si entendemos que el reconocimiento opera allí “cuando el dolor de otros íntimos les quema la conciencia a los sujetos nacionales clásicamente privilegiados, de manera que sienten como propio el dolor de la ciudadanía fallida o denegada” (Berlant, 2011: 12), haciendo que tiendan a pensarse dos cuestiones. La primera, que la ley y otras fuentes de desigualdad pueden ser el remedio para las mismas desigualdades que producen. La segunda, que la erradicación del dolor hace desaparecer las relaciones asimétricas de clase, raza o sexo. Sin embargo, los sentimientos de la experiencia traumática, de una situación expuesta como injusta, pueden pertenecer a una narrativa disidente del orden sexo-genérico de un modo en el que este no puede ser eludido ni desplazado en favor de la restitución de una ciudadanía blanca, heterosexual y patriarcal. Queer Nation puede ser una pista de lectura.

2012. Una forma particular de archivo, el Archivo de la Memoria Trans. La propuesta de reunir dos repertorios de la memoria en Latinoamérica: la práctica de elaboración testimonial del genocidio de la última dictadura militar en Argentina, tomada de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, y la práctica travesti-trans de rescatar las fotos de la muerta por violencias patriarcales o transfóbicas de las familias que solían eliminar las marcas de las ovejas negras en sus entierros, velorios o rituales de duelo (Antoniucci, 2021). Guardar las fotos de la compañera contra el dispositivo de control familiar, por una parte, y por otra, inscribir esas imágenes en las luchas contra la represión policial del Estado heteropatriarcal, militar y eclesiástico. Se trata de una forma de narrar la injusticia que no convoca a una reparación identitaria solo limitada a la tolerancia y la asimilación (hacer lugar), sino que tensa el contrato sentimental. De los sentimientos socialmente calificados como negativos, hace política y resistencias en el sentido de integrarlos en un registro más amplio de la experiencia disidente: si la promesa neoliberal suele depositarse sobre objetos socialmente legitimados como deseables para el ejercicio de una vida buena (familia, heterosexualidad, crononorma), el archivo reconstruye los rastros de unas alianzas sexo-afectivas anti-normativas —el legado y la promesa de una familia trans-travesti, una alianza política de madres y hermanas nacidas del exilio de la heteronormatividad— y hace una narrativa de la injusticia que trae a la memoria el sentido público de las violencias privatizadas y la dimensión pública de la violencia privada.

Hacer una contrahegemonía sentimental implica también una forma de habitar en la resistencia, es decir, si las retóricas conservadoras neoliberales tienden a ordenarse en torno a una terapéutica orientada al futuro (una promesa de reparación, felicidad y vida buena) que reinstaura un pasado imaginario (de identidades fijas e instituciones opresivas), los feminismos encuentran también espacios donde es posible trazar todavía una narrativa contra-sentimental. Si el contrato sentimental hegemónico solo puede producirse en un sentido transclasista y transracial, ocultando las desigualdades y estructuras de clase que lo produjeron en primera instancia, quizás los feminismos logren encarnar una promesa de comunidad que no sea lanzada hacia el futuro, sino que haga carne en las lógicas de construcción de estrategias para la supervivencia y el cuidado de las vidas racializadas, feminizadas y empobrecidas.

Frente a las lógicas asimilacionistas de la reparación, de la ciudadanía universal, pueden pervivir unas formas de existir fugando del mandato reproductivista heterosexual, componiendo un modo comunitario de la promesa con objetos de sentimiento y afectos múltiples, contradictorios, abiertos, difíciles de asir a las dinámicas del individualismo neoliberal. Una promesa de lugar común capaz de hacer sentido en la indecidibilidad de un modo políticamente operante, potente y transformador que está abierto, arrojado a su propia dinámica. Los repertorios de resistencia y lucha feministas contienen una serie de paradojas que atraviesan el problema de la crisis neoliberal del capital: no solo exhiben la necesidad de una promesa frente a la experiencia social y subjetiva de precariedad, sino que construyen y reconstruyen unas alianzas sexo-afectivas contra-normativas; un legado y una promesa de comunidad que aparece siempre en relación con las dinámicas de producción de sexo, de raza, de clase.

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[1]Notas

 Estos resguardos para abordar el problema neoliberal surgen de una lectura de Wacquant (2012, sin paginación), cuando afirma que las reflexiones teóricas sobre el fenómeno se pueden clasificar en dos tipos, uno hegemónico, otro insurgente: las neo-clásicas y neo-marxistas del dominio del mercado y “las derivaciones libres del concepto foucaultiano de gubernamentalidad”. Al primer enfoque, lo descarta por reflectar el discurso neoliberal de mercado orientado a la ausencia de instituciones, mientras que al segundo enfoque lo juzga “promiscuo, superpoblado por instituciones que proliferan, todas aparentemente infectadas por el virus neoliberal”, rayano al “solipsismo crítico”. Estas advertencias son claves en dos sentidos: en uno, relacionado a la necesidad de evitar la tentación de abordar el problema de la relación feminismos-neoliberalismo indicando aquellos elementos de los primeros que podrían catalogarse como proyecciones de las lógicas del capital, como realidad especular del modo de producción, renunciando a su complejidad e indeterminación; en el otro, vinculado a la importancia de abstenerse de provocar un estiramiento conceptual de la categoría neoliberalismo de manera tal que toda posición, afirmación, lógica, dinámica o recurso político levemente emparentado con abstracciones tales como individuo, autocontrol o derechos universales pueda ser incluida en un análisis que se precipitaría en encontrar un crimen perfecto del capital o una astucia histórica del espíritu neoliberal.

[2] En este sentido, me gustaría señalar una distinción, trabajada por Lorey (2016: 27 y 28), entre condición precaria, como dimensión socio-ontológica de la vida y de los cuerpos, “algo en todo momento relacional y por lo tanto compartido con otras vidas precarias”, y la característica específica del estado actual del neoliberalismo, que consiste en el gobierno de la inseguridad, de la desprotección; una “precarización como gubernamentalidad”.