Saberes pulsados por la “guerra”. Una revisión del corpus foucaulteano alrededor de la politicidad de la actividad experta

Knowledge pulsed by “war”. A review of the Foucaultean corpus around the politics of expert activity

Eliana Lijterman

https://orcid.org/0000-0002-5679-1919

Instituto Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires

eliana.lijterman@gmail.com

Fecha de envío: 30 de mayo de 2021. Fecha de dictamen: 17 de setiembre de 2021. Fecha de aceptación: 19 de octubre de 2021.

Resumen

En las últimas décadas, se ha consolidado un campo de estudios alrededor de la expertise que articula enfoques y programas de investigación heterogéneos, según los modos de conceptualizar la relación entre ciencia y política, saber y poder, de fijar sus conexiones y de determinar el nivel del análisis para su abordaje. El corpus foucaulteano contiene herramientas analíticas fructíferas para el tratamiento sustantivo de la politicidad inherente a los saberes, al cuestionar las lecturas instrumentales de aquella relación e inscribir la actividad especializada en estrategias de gobierno y en formas de resistencia hacia ellas. Sin embargo, las conceptualizaciones del saber experto desde una matriz foucaulteana registran cierta dispersión y, pese al avance de los estudios sobre gubernamentalidad en este aspecto, la ausencia de una reflexión sobre la categoría de expertise introduce el riesgo de que en estos análisis se establezca una cuestionable relación de coherencia y correspondencia entre saberes y racionalidades de gobierno. En este artículo, nos proponemos revisar el corpus foucaulteano y sistematizar otras claves de lectura sobre los saberes y su condición política, a fin de aportar con ello al campo de estudios sobre expertise. Examinamos la “hipótesis de la guerra”, mostramos su pulso en el ejercicio de saber y ponemos en juego estas coordenadas analíticas en un pequeño trabajo de archivo sobre una serie documental de textos de Hayek, a propósito de la articulación de la racionalidad neoliberal de gobierno. La conformación del corpus y el análisis de los textos se valieron, metodológicamente, de una traducción instrumental de tales coordenadas mediada por una perspectiva materialista del discurso.

Abstract

In recent decades, a field of studies has built up around expertise, which articulates various research perspectives and programs according to the ways of conceptualizing the relationship between science and politics, knowledge and power, of determining connections between them and the level of analysis for its approach. The Foucaultean corpus contains fruitful analytical tools for the substantive approach of the inherent politicality of knowledge, by questioning the instrumental readings of that relationship and including the activity of specialists in government strategies and in forms of resistance towards these strategies. However, the conceptualizations of expert knowledge from a Foucaultean matrix show some dispersion and, despite the progress of governmentality studies on this issue, the absence of reflection on the category of “expertise” introduces the risk that these analyzes may lead to a questionable relationship of coherence and correspondence between knowledge and governmental rationalities. Within the fields that study expertise, in this article we review the Foucaultean corpus and systematize other ways to discuss knowledge and its political condition. We examine the “war hypothesis”, we show its pulse when we create knowledge and we put these analytical categories into play in a small archival work on a documentary series of texts by Hayek, about the articulation of the neoliberal rationality of government. Methodologically, the corpus and the analysis of the texts used a cross section between an instrumental translation of such categories and a materialist perspective of discourse.

Palabras clave: expertise; saber; poder; guerra; Foucault.

Keywords: expertise; knowledge; power; war; Foucault.


La politicidad de los saberes, un problema de inagotable exploración

En las últimas décadas, se ha consolidado un campo de estudios en las ciencias sociales cuyo objeto es la expertise, desplegándose un ejercicio de reflexividad epistémica sobre el saber especializado. En la empresa de estudiarse a sí mismas, la relación entre el saber especializado y el poder ha sido un eje crucial de elaboración, tornándose dominio de pensamiento como un “requisito y [una] forma de trabajo sociológico” (Wacquant, 2014: 66). Si bien la problematización de este lazo es clásica para la sociología, registrándose ya en los escritos de Max Weber, desde los años 1970 ha sido actualizada, a partir del contacto con otras disciplinas (como la filosofía de la ciencia, la historia intelectual, la historia del presente) y de nuevas preocupaciones alrededor de figuras emergentes de los procesos de reforma social contemporáneos, que condensan distintas intersecciones posibles entre ambos campos: la tecnocracia (Centeno, 1997), los technopols (Domínguez, 1997), los “intelectuales anfibios” (Svampa, 2007), entre otras.

Precisamente, en lo concerniente a la categoría de expertise, la relación entre ciencia y política es definitoria. Ella se delimita de otras formas de conocimiento de la realidad por su constitución en la intersección entre el mundo académico e intelectual —pues es una práctica científica— y el campo del poder, debido a las múltiples y diversas conexiones establecidas con la política institucionalizada y la arena estatal (Morresi y Vommaro, 2011). Tal intersección tiene lugar porque el saber experto funda y disputa su legitimidad en su pretensión de utilidad práctica y de articulación, más o menos inmediata, con procesos de intervención social[1]. De allí su destacada conexión con las políticas públicas y, en ciertas ocasiones, con otros espacios de la política institucionalizada. Si toda forma de saber puede ser interrogada en términos de su entramado político y su relación con la política, la expertise puede ser particularizada en virtud de su orientación a movilizar ciertos efectos en sus objetos de estudio al producir bienes materiales y simbólicos técnicamente fundados, ligados a un campo disciplinar dado (Giddens, 1997). Dicho de otro modo, la autoridad experta se conforma en una doble reivindicación: la del buen manejo de los métodos institucionalizados que garantizan la producción de conocimiento válido; y la de una determinada orientación del saber hacia la práctica, que puede apelar a fundamentos diversos y asumir diferentes modalidades (el compromiso intelectual, militante, cívico, etc.). Es esa constitución entre la academia y la política la que inviste a la expertise de ambigüedad: quiénes son o no expertos y expertas dependerá del éxito de su reivindicación como tales y el resultado de esas disputas de legitimidad son a menudo modulaciones muy heterogéneas del ejercicio experto (Lijterman, 2021)[2].

A grandes rasgos, en el campo de estudios pueden identificarse tres grandes orientaciones para su abordaje (Morresi y Vommaro, 2011): desde las trayectorias individuales y las redes de alianza y de sociabilidad, que conforman modalidades y estilos de actividad especializada; desde dominios particulares de expertise y el análisis de sus reglas; y a partir del foco en las narrativas especializadas que constituyen problemas públicos. Esta rápida cartografía deja ver que las aproximaciones suponen consideraciones disímiles acerca de lo político y la política, a partir de lo cual se movilizan distintas formas de tratar las conexiones entre dicho registro, la práctica científica y los saberes en un sentido más amplio. De modo tal que la conceptualización de este lazo constituye un desafío que se activa en el despliegue de pesquisas concretas y que interpela al campo de estudios en su generalidad.

Desde nuestra perspectiva, el corpus foucaulteano contiene herramientas analíticas fructíferas para tratar la relación entre ciencia y política, pues colocan en primer plano la politicidad inherente a los saberes. Puesto que el poder funciona a partir de la formación y circulación de discursos verdaderos, su relación con los saberes no puede ser exterior ni tampoco instrumental. Se trata de un alerta conceptual y metodológico que juzgamos sumamente valioso, en la medida que se abstiene de pensar a la política como un elemento que, desde afuera, invade el campo científico, para poner en foco las formas de expresión de lo político en los campos de saber[3]. De allí la posibilidad de inscribir la acción de las y los expertos en estrategias históricas de poder y de resistencia que los implican y trascienden, desestabilizando ciertas evidencias relativas al pleno control del campo de actividad en el que participan. Un pasaje de Nacimiento de la biopolítica es ilustrativo de este gesto analítico, al precisar las vías descartadas para analizar la conexión entre saber y poder. A propósito de la relación entre economía política y arte liberal de gobierno, Foucault polemiza:

“[…] ¿Quiere decir que la primera propuso determinado modelo de gobierno? ¿Quiere decir que los hombres de Estado se iniciaron en la economía política o que empezaron a escuchar a los economistas? ¿El modelo económico se convirtió en principio organizador de la práctica gubernamental? No es eso, desde luego, lo que quise decir. […] Traté de designar algo de una naturaleza y un nivel un tanto diferentes; el principio de esa conexión que procuré señalar, esa conexión entre práctica de gobierno y régimen de verdad sería lo siguiente: que había, pues, algo que en el régimen de gobierno, en la práctica gubernamental de los siglos XVI y XVII y también de la Edad Media, había constituido uno de los objetos privilegiados de la intervención, de la regulación gubernamental, algo que había sido el objeto privilegiado de la vigilancia y las intervenciones del gobierno. Y es ese lugar mismo, y no la teoría económica, el que, a partir del siglo XVIII, llegaría a ser un ámbito y un mecanismo de formación de verdad. […] Ese lugar de verdad no es, claro está, la cabeza de los economistas, sino el mercado”. (Foucault, 2008a: 45-46.)

Fueron los llamados governmentality studies los que, en mayor medida, recogieron y expandieron las conceptualizaciones de Foucault acerca de la relación saber/poder desde los años 1980, abonando al campo de estudios sobre expertise. Abocados al análisis de la ascendente racionalidad neoliberal, retomaron las elaboraciones sobre poder político y gobierno del curso dictado entre 1977 y 1978, Seguridad, territorio y población. Estas investigaciones captaron la capacidad productiva del saber especializado de volver inteligible lo real y elaboraron herramientas analíticas y procedimientos metodológicos originales que tradujeron operativamente la analítica foucaulteana, como las tríadas conceptuales entre racionalidades, programas y tecnologías de gobierno, en palabras de Rose y Miller (1992), entre epistemes, techné y ethos, en la formulación de Dean (1999). Ahora bien, el foco de esta traducción del corpus foucaulteano en la cuestión del gobierno condicionó una serie de lagunas sobre las nociones de “saber” y de “saber experto”, recurrentemente utilizadas pero insuficientemente conceptualizadas en sí mismas. La ausencia no es inocua. Ella es efecto y, al mismo tiempo, induce un supuesto problemático para las investigaciones sobre expertise: el de la coherencia entre saberes, programáticas e intervenciones. Suponer tal correspondencia contiene dos riesgos. Por un lado, aplanar la politicidad inherente a los saberes, la conflictividad específica que atraviesa su campo, las heterogéneas modulaciones del ejercicio experto que pueden coexistir y competir en una misma coyuntura. Por otro, y vinculado con lo anterior, pasar por alto una problematización necesaria sobre las relaciones mediatas entre los saberes y la coyuntura, de la que prescinden, en ocasiones, los estudios sobre gubernamentalidad.

De allí que hacer emerger la politicidad de la expertise y trabajar en torno a ella en pesquisas concretas exige profundizar la conceptualización de la relación ciencia/política, saber/poder, para lo cual nos proponemos volver, una vez más, al corpus foucaulteano. Pero, en una aproximación distinta a la realizada por los enfoques sobre gubernamentalidad, retomamos la noción de “guerra” como una vía para abrir la reflexión. La hipótesis de la guerra es tratada de forma intensiva por Foucault (2010) en el curso dictado en el Collège de France entre 1975 y 1976 para pensar el poder como relación de fuerza en sí mismo, a contrapelo de una concepción economicista y jurídica que lo concibe como derecho de posesión. El poder invade la vida y es ejercido por la vida: una determinada práctica gubernamental se despliega como resultado de batallas, pero la estabilización de cierta relación de fuerzas no logra anular, bajo la “paz” instituida, la continuidad del enfrentamiento. Así, la política emerge como continuidad de la guerra por otros medios y remite a la resistencia al poder. El modelo de la guerra como analizador de las relaciones de poder permite pensar que el gobierno de lo humano no se realiza sino por la mediación de la política y propone encarar su estudio desde la estrategia. Además de tratarse el tema de la guerra en Defender la sociedad, dicho modelo también se activa en otros escritos de la misma época respecto de la formación de los regímenes de veridicción. Hablamos de la “hipótesis Nietzsche” sobre la verdad (Foucault, 2010), según la cual esta resulta del combate y no de la representación de una esencia pre-existente al sujeto de conocimiento. A partir de allí, Foucault afirma la existencia de una “política general de la verdad”, por la que el combate se orienta a desgarrar el régimen de veridicción dominante mediante un “decir verdadero”. El artículo se propone desarrollar ambos puntos en base a una revisión del corpus foucaulteano: el modelo de la guerra como analizador del poder y de la verdad y los sentidos sobre la política que estas ideas entrañan[4]. El planteo insta a pensar la expertise como un discurso estratégico que adquiere sentido en y participa de ciertas relaciones de fuerza, dentro y fuera de los campos de saber. Relaciones que, en ocasiones, pueden incluir modalidades violentas de contienda.

Bajo el impulso de ensayar traducciones metodológicas de las coordenadas conceptuales sistematizadas, realizamos un breve ejercicio en el archivo como último eslabón del artículo: rastrear y seguir el “hilo” de la guerra en una serie de textos escritos por Friedrich Hayek durante la segunda posguerra, analizando su superficie de emergencia y las reflexiones estratégicas desplegadas en ellos, acerca de los problemas del gobierno de la sociedad. En estas, resulta clave la definición de un campo de adversidad y de un conjunto de tácticas para el despliegue del proyecto neoliberal. Concluimos con una reflexión sobre los aportes de estas elaboraciones al campo de estudios sobre expertise.


Ningún poder es absoluto: el gobierno y la política

La guerra continúa causando estragos en los mecanismos de poder, aun en los más regulares.

(Foucault, 2010: 56)

Las conceptualizaciones sobre el poder que pueden rastrearse en la obra de Foucault tienden a rechazar su unicidad y carácter absoluto, afirmando su reversibilidad. Es aquí donde se abre espacio para la política que, entendida como enfrentamiento y oposición de una resistencia al poder, es afirmada como condición en el despliegue del gobierno de la vida. Foucault ordena estas afirmaciones en el debate con interpretaciones alternativas sobre el poder, la concepción jurídica y la marxista, en Defender la sociedad. En el marco de esta polémica, propone la noción de guerra como analizador de las relaciones de poder.

El modelo jurídico sobre el poder encarna los rasgos formales del intercambio económico: lo entiende como una posesión análoga a un bien, que podría transferirse o enajenarse de forma total o parcial. Esta concepción subyace a las teorías del contrato social, según las cuales el fundamento del poder político se asienta en la cesión de poder por parte del individuo mediante un acto jurídico que sienta las bases de la soberanía estatal. Por su parte, la concepción marxista —argumenta Foucault (2010: 27)— postula la “funcionalidad económica del poder”, concibiéndolo como sostén de las relaciones de apropiación privada de las fuerzas productivas. El principio de la forma concreta del poder hundiría sus raíces históricas en la economía. En ambos casos, el poder cristalizaría como “objeto”, planteándose una relación entre economía y política, ya de isomorfismo formal, ya de subordinación funcional (Foucault, 2010). Por ello es que ambas interpretaciones tendrían una raigambre economicista común.

En oposición a estas conceptualizaciones, Foucault (2010: 27) afirma que el poder “no se da, ni se intercambia, ni se retoma, sino que se ejerce y solo existe en acto”. No es, pues, “mantenimiento y prórroga de las relaciones económicas” sino la puesta en juego y el despliegue, en sí mismo, de una relación de fuerza (Foucault, 2010: 28). En consecuencia, tal como también se desarrolla en Vigilar y castigar, en lugar de concebirse como propiedad, es preciso pensar el poder como una estrategia. Este es el fundamento de la “hipótesis Nietzsche” o de la hipótesis de la guerra sobre el ejercicio del poder. Esta analítica pondrá el foco en los efectos del poder en su puesta en acto, no como apropiación o conquista de determinados territorios, cuerpos y libertades, sino como producto de una serie de disposiciones, maniobras, tácticas, técnicas y funcionamientos. En lugar de un poder que asciende desde abajo hacia arriba, concentrándose en la figura del soberano, Foucault (2006: 34) afirma que las relaciones de poder “descienden hondamente en el espesor de la sociedad”.

Puesto que se trata de un poder desmultiplicado, que circula y se ejerce por todo el cuerpo social, no existen lugares liberados de poder, islas en las que se conserven libertades elementales a salvo de él. Es que, en el planteo del autor, entre la vida y el poder no hay relación de exterioridad: el poder invade la vida, pero esta también ejerce poder. Por eso es que, aun cuando “no se puede estar «fuera del poder»”, ello no significa que “se está de todas formas atrapado’” (Foucault, 1992a: 174). Al negar “un poder esencialmente negativo” y concentrado en un soberano, la concepción foucaulteana rechaza la idea de “un sujeto que debe de algún modo decir sí a esta prohibición” (Foucault, 1979: 172).

“El poder, creo, debe analizarse como algo que circula o, mejor, como algo que solo funciona en cadena. […] El poder se ejerce en red y, en ella, los individuos no solo circulan sino que siempre están en situación de sufrirlo y también de ejercerlo. Nunca son el blanco inerte o consintiente del poder, siempre son sus relevos”. (Foucault, 2010: 38)

El poder existe puesto que hay libertad, como atributo de la vida. Por ende, la resistencia tiene lugar en el mismo espacio en el que se despliega el poder: “no existen relaciones de poder sin resistencias” (Foucault, 1992a: 174). En ese encabalgamiento, en esa relación recíproca entre vida, resistencia y poder, se abre espacio para la política, entendida como contienda. En definitiva, la concepción del poder como estrategia se erige sobre la idea de un enfrentamiento belicoso de las fuerzas, a modo de batalla perpetua e inmanente a la vida. La guerra, entonces, antecedería a otras relaciones, sería su sustrato.

La “hipótesis Nietzsche” codifica el antagonismo y enfrentamiento como “guerra”: propone un esquema binario para comprender el enfrentamiento, identificando dos adversarios (de hecho, el enfrentamiento existe puesto que hay adversarios)[5]. El análisis de las relaciones de poder debe reconocer que estas tienen punto de anclaje en una cierta relación de fuerzas establecida en un momento dado, históricamente identificable, en la guerra y por la guerra. Su resultado provisorio en términos de fuerzas se inscribiría en las instituciones, las desigualdades, el lenguaje, los cuerpos. Pero, bajo la paz instituida, la guerra persiste. Allí emerge la política, invirtiendo el conocido principio de Clausewitz, la guerra continuada por otros medios. La política es la sanción y la prórroga del desequilibrio de fuerzas manifestado en la guerra y comprende las luchas y los enfrentamientos como episodios, fragmentaciones y desplazamientos de la guerra:

“Las luchas políticas, los enfrentamientos con respecto al poder, con el poder, por el poder, las modificaciones de las relaciones de fuerza —acentuaciones de un lado, inversiones, etcétera— todo eso, en un sistema político, no debería interpretarse sino como las secuelas de la guerra”. (Foucault, 2010: 29)

Como argumenta Raffin (2018: 35), “se trataría […], si se mantiene la separación entre guerra y política, de dos estrategias diferentes (pero prontas a caer la una en la otra) para integrar estas relaciones de fuerza desequilibradas, heterogéneas, inestables y tensas”. No hay modo de que se despliegue una forma de ejercicio del poder en el que la política quede anulada: solo se daría en caso de asistir a una victoria definitiva de alguno de los adversarios en contienda. Pero la idea misma de una victoria y una derrota definitivas no puede hacer parte del esquema conceptual propuesto por Foucault para pensar la vida y el poder.

De hecho, al explicar la configuración de la “era del biopoder” hacia el siglo XVIII, Foucault (2008b: 169) advierte que dicha racionalidad no anuló ni reemplazó simplemente a la “vieja potencia de muerte” del poder soberano, sino que se produjeron encabalgamientos, ecos e interacciones entre ambas formas de gobierno, pese a que una de ellas hubiese resultado dominante. Descarta que las transformaciones históricas en el gobierno comprendan un proceso único y en bloque. El mundo moderno, señala, es producido en el encuentro de distintas racionalidades gubernamentales, “distintas maneras de calcular, racionalizar, regular el arte de gobernar”, que se superponen unas con otras, y es allí —advierte Foucault (2008a: 358)— donde “nace la política”: “¿Qué es la política, en definitiva, si no el juego de esas diferentes artes de gobernar con sus diferentes ajustes y, a la vez, el debate que ellas suscitan?”.

Una última implicancia de la “hipótesis Nietzsche” es que la decisión final proviene de la guerra, es decir, de la prueba de fuerzas. Si la relación de poder “es en el fondo una relación de enfrentamiento” y de guerra, cabe pensar que sea una “lucha a muerte” (Foucault, 2010: 52). Se advierte en este punto la intrínseca relación entre poder y resistencia, sintetizada con belleza y claridad en ¿Inútil sublevarse?

“[…] El hombre que se levanta finalmente no tiene explicaciones; es necesario un desgarramiento que interrumpa el hilo de la historia, y sus largas cadenas de razones, para que un hombre pueda, «realmente», preferir el riesgo de la muerte a la certeza de tener que obedecer. […] Si las sociedades se mantienen y viven, es decir, si los poderes no son «absolutamente absolutos», es que, detrás de todas las aceptaciones y las coerciones, más allá de las amenazas, de las violencias y de las persuasiones, hay la posibilidad de ese momento en el cual la vida no se canjea más, en el cual los poderes no pueden ya nada y en el cual, ante los cadalsos y las metralletas, los hombres se sublevan”. (Foucault, 1979: 1)

La política de la verdad

La guerra misma sostiene ese saber, pasa por ese saber, lo atraviesa y lo determina. Ese saber no es nunca otra cosa que un arma en la guerra.

(Foucault, 2010: 162)

El tratamiento antecedente sobre la cuestión del poder no se completa sino considerando los modos de producción de discursos verdaderos, pues el poder funciona a partir de la circulación de un determinado régimen de verdad. Es preciso, entonces, desterrar aquellas concepciones del saber que postulan que su existencia solo es posible allí donde se hayan suspendidas las relaciones de poder. En este sentido, se trata de observar el ejercicio de poder en la formación de saberes y la emergencia de una politicidad inherente al saber. La verdad, dice Foucault (1992b: 191), “es de este mundo”: ella no está fuera del poder, ni carece de poder. En realidad es, en sí misma, poder.  

Esta conexión entre saber y poder rechaza la imagen de un vínculo instrumental, como planteamos en la introducción. Como argumenta Foucault (2006: 34), “el poder produce saber no simplemente favoreciéndolo porque lo sirva o aplicándolo porque sea útil”. Dicha conexión es de otra naturaleza y nivel: no alude a una relación entre los hombres de Estado y los expertos —a modo de influencias recíprocas—, ni tampoco a que las teorías científicas se conviertan en principios de la práctica gubernamental. La “política general de la verdad” (Foucault, 1992b: 191) remite a los modos por los cuales se configuran dominios de saber en el funcionamiento de ciertas relaciones de poder y a la forma en que se constituyen relaciones de poder a partir del despliegue de un saber. El problema, que atraviesa distintas obras de Foucault, es cómo ciertas prácticas sociales crean dominios de conocimiento. De allí que sea posible advertir que la verdad tiene una historia.

La historia de la verdad no se trata de la historia de un “descubrimiento” y de la progresiva reducción de la opacidad con la que el hombre se relaciona en el mundo y con el prójimo. No es la reconstitución de la génesis de lo verdadero, a través de errores que se superan y rectifican; ni tampoco la constitución de una serie de racionalidades sucesivas históricamente que reemplazan y eliminan las ideologías como “falsa conciencia” (Foucault, 2008a). La pregunta para reconstruir su historia no es ni “¿qué es la verdad?” ni tampoco “¿qué es verdad?”, sino “¿cómo se organiza lo verdadero?”, es decir, cómo los discursos verdaderos se distribuyen, ejercen y qué efectos materiales suscitan y vehiculizan (sobre las prácticas, sobre los cuerpos). No se trata tanto de la verdad como del conjunto de reglas que permiten, con respecto a un discurso dado, establecer cuáles son los enunciados que podrán caracterizarse en él como verdaderos o falsos (Foucault, 1992b). Es lo que Foucault define como regímenes veridiccionales, que remiten a una determinada relación entre derecho y verdad, manifestándose en el discurso. Discurso entendido como un juego estratégico y polémico.

La reflexión sobre la historia de la verdad vuelve a traer a Nietzsche a la escena y al modelo de la guerra como metáfora. La historia de las reglas que organizan los discursos verdaderos está hecha de luchas, enfrentamientos y dominación. Los textos de Nietzsche, argumenta Foucault en La verdad y las formas jurídicas, ofrecen un modelo para abordar el problema de la formación de determinados dominios de saber a partir de relaciones de fuerza y políticas. El modelo nietzscheano ejerce una crítica fundamental sobre el pensamiento occidental y la mirada positivista o platónica de la historia (Foucault, 1992c), caracterizada por considerar al sujeto de conocimiento como punto de origen del “descubrimiento” de la verdad, en términos de una esencia que se revela y es pasible de ser representada. Como esencia, la verdad permanecería idéntica a sí misma a lo largo del tiempo y su “comienzo histórico” portaría el atributo de la perfección. Es contra esta historia y su concepción de lo verdadero que Foucault alega la “invención” de la verdad y propone la “historia efectiva” como modo de hacer su genealogía. La afirmación de una historia belicosa de la verdad ejerce tres negaciones respecto de la historia platónica: (a) de su origen prístino; (b) de la conexión esencial entre el sujeto y el objeto de conocimiento; y (c) del sujeto como punto de origen del conocimiento.

En lugar de la solemnidad del origen, la “villanía de los comienzos” (Foucault, 1996: 14). Foucault plantea que la verdad es una fabricación meticulosa, plagada de azares y violencias inconfesables: su secreto es que no hay esencia alguna o que, mejor dicho, su “esencia fue construida pieza por pieza a partir de figuras que le eran extrañas” (Foucault, 1992c: 11). Al negar la esencia de la verdad y afirmar su invención, se rechaza la idea de la inscripción del conocimiento en la naturaleza humana. En lugar de constituir la representación de una esencia, el conocimiento pasa a ser comprendido como “contranatural” (Foucault, 1996: 8), como el resultado contingente del “enfrentamiento, la confluencia, la lucha”, según el compás de relaciones de fuerza (Foucault, 1996: 15). La verdad, pues, hunde sus raíces en bajos fondos y sigue una trama de azares, sorpresas, derrotas, sacudidas, ironías, ausencias (Foucault, 1992c).

Entendiendo al conocimiento como “contra-natural”, la relación entre sujeto y objeto de conocimiento pasa a definirse por la dominación: no hay principio divino que se exprese en ella, sino que es una relación arbitraria de poder y violencia del sujeto sobre el mundo. La realidad es “un caos eterno”, puesto que no hay ley superior que la organice, y el conocimiento constituye una forma de “lucha contra un mundo sin orden, sin encadenamiento, sin formas, sin belleza, sin sabiduría, sin armonía, sin ley” (Foucault, 1996: 16). Entre el conocimiento y el mundo no hay una relación de continuidad natural, sino de violencia y violación: “el conocimiento solo puede ser una violación de las cosas a conocer y no percepción, reconocimiento, identificación de o con ellas” (Foucault, 1996: 17). Si, entonces, el conocimiento no es una relación de reconocimiento y adecuación al objeto, la relación entre sujeto y objeto se caracteriza por la distancia y la dominación: “en el conocimiento no hay nada que se parezca a la felicidad o al amor, hay más bien odio” (Foucault, 1996: 21).

Dado que el “sentido histórico” de la genealogía destruye la verdad, al mostrar las relaciones de fuerza que la fundan, con ello también sacrifica al sujeto de conocimiento. Por debajo del sujeto neutral, cuya conciencia científica se presenta “despojada de toda pasión, encarnizada solamente con la verdad”, es posible hallar “las formas y transformaciones de la voluntad de saber que es instinto, pasión, encarnizamiento, inquisición, refinamiento cruel, maldad” (Foucault, 1992c: 27). Se devela, en fin, la violencia y se parodia la supuesta unicidad y racionalidad del sujeto de conocimiento para mostrarlo como un efecto más de las “implicaciones fundamentales del poder-saber” (Foucault, 2006: 34). Es que el saber remite tanto al movimiento de objetivación de lo real como al de subjetivación, esto es, al proceso en virtud del cual “el sujeto de conocimiento, en vez de permanecer sin cambios, sufre una modificación durante el trabajo que efectúa para conocer” (Revel, 2009: 125). El sujeto de conocimiento y el tipo de relación que establece con el objeto se construyen en el proceso de configuración del saber.

En este sentido, Foucault señala que el conocimiento debe ser entendido como una relación estratégica en la que “el hombre está situado”, en tanto “solo hay conocimiento bajo la forma de ciertos actos […] por los cuales el ser humano se apodera violentamente de las cosas, reacciones a ciertas situaciones, les impone ciertas relaciones de fuerza” (Foucault, 1996: 24). Todo conocimiento, argumenta, es “perspectivo”, es decir, es producido desde una posición en el marco de un campo de relaciones de fuerza y en vistas a una estrategia.

“Es precisamente esa relación estratégica la que definirá el efecto del conocimiento y, por esta razón, sería totalmente contradictorio imaginar un conocimiento que no fuese en su naturaleza obligatoriamente parcial, oblicuo, perspectivo. El carácter perspectivo del conocimiento no deriva de la naturaleza humana sino siempre del carácter polémico y estratégico del conocimiento. Se puede hablar del carácter perspectivo del conocimiento porque hay batalla y porque el conocimiento es el efecto de esa batalla”. (Foucault, 1996: 24)

Así, pues, el conocimiento, como el poder, puede ser pensado bajo el esquema de una relación de fuerzas. La historia efectiva de los discursos verdaderos adquiere sentido político no por advertir que la verdad sea una ilusión o un error: “la cuestión no pasa por mostrar que esos objetos estuvieron ocultos durante mucho tiempo antes de ser descubiertos, y tampoco por señalar que no son más que ruines ilusiones o productos ideológicos que se disiparán a la [luz] de la razón por fin llegada a su cénit” (Foucault, 2008a: 24). El sentido político de la historia de la verdad tampoco es denunciar la voluntad de poder que subyace a todo conocimiento, “pues la mentira o el error son abusos de poder semejantes” (Foucault, 2008a: 54). El sentido político de la historia efectiva de la verdad es, por el contrario, mostrar que su producción hace existir algo, sometiéndolo al juego de lo verdadero y de lo falso.

“[…] Lo [que] me gustaría mostrar es que cierto régimen de verdad, y por consiguiente no un error, hizo que algo inexistente pudiera convertirse en algo. No es una ilusión porque es precisamente un conjunto de prácticas, y de prácticas reales, lo que lo ha establecido y lo marca así de manera imperiosa en lo real. La apuesta de todas esas empresas acerca de la locura, la enfermedad, la delincuencia, la sexualidad […] es mostrar que el acoplamiento serie de prácticas-régimen de verdad forma un dispositivo de saber-poder que marca efectivamente en lo real lo inexistente, y lo somete en forma legítima a la división de lo verdadero y lo falso”. (Foucault, 2008a: 37-38)

Verdad-relación de fuerza, verdad-estrategia, verdad-guerra. Como en el apartado anterior, la guerra como codificación del enfrentamiento es el punto de despliegue de la política en relación con los regímenes de veridicción. En la era del biopoder, la “economía política” de la verdad se caracteriza por centrarse en el discurso científico y por el control de su producción y circulación por las instituciones académicas y otros aparatos políticos y económicos (Foucault, 1992b). Sin embargo, dicho control no es exclusivo y se despliega en el terreno mismo de los discursos verdaderos “todo un debate político y un enfrentamiento social” (Foucault, 1992b: 191). “La cuestión política” de la verdad “es la verdad misma”, subraya Foucault (Foucault, 1992b: 193): el enfrentamiento se libra respecto del estatuto de la verdad y del conjunto de reglas y dispositivos que la producen, además de orientarse hacia sus contenidos. El enfrentamiento entraña un “decir verdadero”, que “implica por parte de aquellos que lo juegan una cierta relación [consigo] mismo y con los otros” y “eso es la política” (Foucault en Raffin, 2018: 37). Una posición de sujeto que no se asume neutral ni habla de una universalidad jurídica, sino que es, plenamente, beligerante (Foucault, 2010).

Un ejercicio en el archivo, el hilo de la guerra

Hay que reencontrar la guerra: ¿por qué? Pues bien, porque esta guerra antigua es una guerra permanente. Tenemos que ser, en efecto, los eruditos de las batallas, porque la guerra no ha terminado […]

(Foucault, 2010: 56)

Hemos planteado los modos por los cuales la “hipótesis de la guerra”, formulada por Foucault para pensar las relaciones saber-poder, permite recuperar la politicidad inherente al gobierno de lo humano, a los saberes y, también, a la expertise. En este apartado nos proponemos ensayar un modo de funcionamiento de esta hipótesis en un ejercicio de trabajo de archivo, relevando el carácter estratégico del discurso especializado como vía para reinscribir lo político en su pulso.

Lo reconstruido hasta aquí invita a considerar las continuidades e interfaces entre “guerra” y “política” en la discursividad científica y experta no como un exterior que la invade, o con el que se establecen ciertas conexiones, pero en la externalidad, sino como un pulso que la rige. Foucault (1992b: 181) lo califica como un “problema de régimen, de política del enunciado científico”. El análisis de este problema, del “régimen interior de poder” del saber científico (Foucault, 1992b), comprendería los tipos de discurso que acoge “la verdad”, los mecanismos y técnicas involucrados en la distinción y sanción de enunciados como verdaderos o falsos, los procedimientos valorados para obtener la verdad, y el estatuto de quienes se reconocen como personal autorizado para decir qué es verdadero. Con ello, la politicidad de los saberes y, entre estos, de la expertise, puede ser captada en un sentido sustantivo. Se pone en primer plano el antagonismo, las estrategias y las tácticas que rigen la relación sujeto/objeto de conocimiento. Se perfila una mirada expandida de los campos de saber, a través de la cual se vuelve posible interrogar la frontera que separa el conocimiento científico y el buen saber experto de otros saberes especializados “enterrados” y de “saberes de abajo” (Foucault, 2010: 21). Se hacen visibles las luchas en el campo experto a propósito de los modelos intelectuales, los ethos, y los fundamentos de legitimidad del quehacer. Este camino de la indagación no es muy distinto al que trazaron los estudios sobre gubernamentalidad, generando herramientas analíticas imprescindibles para pesquisar la relación saber/poder.

La revisión de la “hipótesis de la guerra”, entendemos, permite ampliar los modos de comprensión y abordaje empírico de la politicidad de los saberes expertos, identificando cómo estos son atravesados y constituidos por la guerra y por la política, a la vez que indagando los modos por los cuales estos participan de ellas, manipulan condiciones a su alcance en el trazado de una estrategia, diseñan tácticas para imponerse sobre adversarios y sobre una situación determinada, cuyas variables no manejan del todo. En suma, los saberes no se formulan ni articulan sino frente a una situación real que demanda ser encarada, en función de ciertas “tareas” delimitadas en contraposición a las tareas de otro, en el marco de una coyuntura y de una determinada relación de fuerzas —dentro y fuera de los campos de saber— en relación con la cual se erige una estrategia de la que los saberes son una dimensión constitutiva. Esta perspectiva daría lugar a dos elementos a menudo desconsiderados por los estudios sobre gubernamentalidad. En términos más generales, a la coyuntura en tanto que entramado de condiciones de producción de las prácticas desplegadas en el campo especializado (acontecimientos sociales, económicos, políticos). Por otro lado, a las formas en que “la prueba de fuerzas en las armas” (Foucault, 2010: 29) puede alterar los resultados de los combates desplegados en las instituciones civiles. Ambos aspectos invitan a enfocar las interfaces entre saberes, tecnologías de gobierno y procesos sociales más amplios (incluyendo los usos de la violencia y la potencia de muerte)[6].

En este sentido, hallamos productividad en una serie de conceptos que también se derivan del corpus foucaulteano y que establecen una mediación analítica con la “hipótesis de la guerra” al habilitar el tratamiento de los saberes emplazados en situación, es decir, en su dimensión perspectiva e inscripción en una particular relación de fuerzas. Se trata de las nociones de “superficies de emergencia” y “campo de adversidad” que, desde nuestra perspectiva, particularizan las condiciones en que una estrategia y ciertas tácticas son producidas y cobran sentido. La idea de superficie de emergencia refiere a los lugares donde surge y se manifiesta aquello que será designado, descripto y analizado por el discurso científico, mientras que la de campo de adversidad comprende la “lógica global del conjunto de los obstáculos, enemigos, o adversarios” a enfrentar en la búsqueda de alcanzar los objetivos que las prospectivas expertas encarnan (Foucault, 2008a: 135). La puesta en juego de ambas en el trabajo de archivo sobre la emergencia de la racionalidad neoliberal muestra la íntima relación entre las confrontaciones en el interior de los campos de saber y los acontecimientos políticos y sociales, poniendo de relieve el lazo entre saber, política y guerra/violencia. Seguir estos hilos evidencia que la convergencia de saberes heterogéneos en la articulación de la racionalidad neoliberal ha sido históricamente contingente y que no pre-existió a la delimitación de una estrategia y unas tácticas de combate, dentro y fuera del campo especializado, por los modos de gobierno y dominación. Por el contrario, los saberes se constituyeron y articularon como tales mientras se perfiló una prospectiva neoliberal sobre la sociedad a construir, un diagnóstico de los obstáculos a enfrentar para ello, un retrato del adversario y las tareas para sobreponerse a él.

Analizamos una pequeña serie documental alrededor de la articulación de la racionalidad neoliberal durante la segunda posguerra, la que, según Foucault (2008a), significó una torsión e inversión del liberalismo y no simplemente su continuidad “reformulada”. Conviene pensar su emergencia, entonces, como el resultado de una confrontación cuyo objeto y enclave fueron los regímenes de veridicción, esto es, los principios que hacen inteligible e intervenible la realidad. La serie documental construida remite a la creación de la sociedad Mont Pèlerin, un eslabón crucial en la formación de la racionalidad neoliberal, y la referencia principal es el texto escrito por Hayek, Camino de servidumbre, que sirvió para la discusión en su reunión fundacional. Decimos que la sociedad Mont Pèlerin fue un hito en el desbloqueo de la racionalidad neoliberal no solo por lo que significó en términos de la articulación gestada entre referentes del mundo empresarial y de tendencias académicas, sino porque encarnó una nueva forma de ejercicio de la expertise, cuya difusión entre los países latinoamericanos fue, de hecho, una dimensión jerarquizada de su accionar[7]. Se trató de un modelo precursor del espectro de organizaciones de tipo think tanks. De modo que es posible pensar que parte del conflicto implicado en el desbloqueo de la racionalidad neoliberal tuvo en el campo experto un terreno de primer orden: no solo porque la reflexión especializada haya hecho posible formas de “conciencia de sí” del gobierno (Foucault, 2008a: 17), sino porque allí se desplegaron tácticas específicas para emprender la batalla de ideas. En este sentido, la posición de relevancia que, con el ascenso de la sociedad Mont Pèlerin, asumió Hayek en los estudios económicos (de Büren, 2015) habla, fundamentalmente, del progresivo predominio de todo un modo de hacer economía. Por todo ello, este momento liminar del neoliberalismo es especialmente sugerente para activar y poner a prueba las coordenadas analíticas que proponemos para pensar la expertise desde otras aristas del corpus foucaulteano, distintas a las visibilizadas por los estudios sobre gubernamentalidad.

Por un liberalismo de nuevo tipo: revelarse contra la servidumbre

“Cuando un hombre dedicado por profesión al estudio de los problemas sociales escribe un libro político, su primer deber es decirlo abiertamente. Este es un libro político. […] Si, a pesar de todo, he llegado a considerar la redacción de este libro como un deber ineludible, ha sido, más que nada, por causa de un rasgo peculiar y grave de las actuales discusiones sobre los problemas de la política económica futura, que el público no conoce lo bastante. Es el hecho que la mayoría de los economistas llevan varios años absorbidos por la máquina bélica y reducidos al silencio por sus puestos oficiales, por lo cual la opinión pública está siendo dirigida en estos problemas, en un grado alarmante, por los aficionados y los arbitristas […]. En estas circunstancias, quien todavía dispone de tiempo para la tarea de escribir, apenas puede tener derecho a reservar para sí los temores que las tendencias actuales tienen que despertar en el pensamiento de muchos que no pueden expresarse públicamente. En diferente situación, empero, hubiera yo dejado con gusto la discusión de las cuestiones de política general a quienes están, a la vez, mejor calificados y más autorizados para la tarea”. (Hayek, 2007: 21-22)

Numerosos estudios sobre la emergencia y despliegue de la racionalidad neoliberal ubican en el Coloquio Walter Lippmann y en la fundación de la sociedad Mont Pèlerin eslabones cruciales (Denord, 2001; Foucault, 2008a; Trudel, 2011; Murillo, 2015). Ambos constituyeron modalidades institucionales de agrupamiento de personalidades expertas, referentes políticos y del mundo empresarial que funcionaron como instancias de articulación de una prospectiva sobre el futuro deseable y de elaboración de un diagnóstico sobre la coyuntura. En este orden, la programática neoliberal puso en primer plano, desde su momento de emergencia, el diseño de una estrategia política de confrontación. Como señalamos antes, en dicha estrategia el alumbramiento de un nuevo estilo de expertise tuvo un lugar destacado: el pasaje de profesionales desde la academia a otro modo de ejercicio, enclavado en la discusión pública, sin mediar una inscripción partidaria nítida, hubo de ser construido, siendo una dimensión de las operaciones involucradas en el proceso de hegemonización de la grilla de inteligibilidad neoliberal.

El Coloquio Lippmann, realizado en 1938, en París, había sintetizado una serie de críticas hacia el liberalismo clásico en la búsqueda de una “nueva estrategia liberal” o, como se acuñó por primera vez allí, “neoliberal” (Denord, 2001). La reunión vehiculizó una serie relevante de intercambios entre diversas escuelas teóricas y con el mundo empresarial: entraron en conexión expertos de las escuelas de economía política inglesa, austríaca, de Friburgo y de Chicago. De la reunión nació el Centro Internacional de Estudios para la Renovación del Liberalismo (CIERL), cuya vida fue corta pero relevante, pues fue un “modelo” para la futura sociedad Mont Pèlerin. La Segunda Guerra Mundial ralentizó las iniciativas para establecer y expandir las redes internacionales dedicadas a la formulación y difusión del proyecto de “liberalismo positivo”, recobrando impulso durante la posguerra (de Büren, 2015). Dichos esfuerzos cristalizaron en la creación de dicha sociedad, cuya reunión fundacional fue convocada en 1947 por los economistas Röpke y Hayek, referentes de las escuelas de Friburgo y austríaca, respectivamente. Desde entonces, se aceleró el acercamiento entre la escuela austríaca —crucial en el primer momento de la organización— y la Universidad de Chicago, cuya centralidad fue en ascenso.

La sociedad Mont Pèlerin expresó tanto como habilitó un nuevo momento en la configuración de las relaciones de fuerzas y en la articulación del proyecto neoliberal. Cristalizó una ruptura institucional considerable en los engranajes de gobierno de las poblaciones respecto del liberalismo clásico (Denord, 2001), al proponerse expresamente una acción diferenciada del sistema de partidos políticos. Esto no significa, claro está, que no se propusiera una intervención sistemática en el campo del poder. Por el contrario, su modelo organizacional se inspiraba en una idea madurada por Hayek, hacia mediados de los años 1940, sobre una organización que se ubicara “a medio camino” entre una “academia de filosofía” y una sociedad política (de Büren, 2015). Este modelo institucional respondía a una serie de reflexiones sobre las tácticas a seguir en el enfrentamiento contra el liberalismo clásico —en declive— y el socialismo, unificados bajo el significante “totalitarismo”. Tanto en la declaración de objetivos de la sociedad Mont Pèlerin como en diversos textos de Hayek y de su maestro, Mises[8], se expresaba la necesidad no solo de asumir la tarea de refutar las premisas que sostenían al “totalitarismo”, sino, además, de formular y difundir una alternativa capaz de reemplazarlo, tornándola creíble, haciéndola deseable. Así lo expresaba Hartwell, miembro de la organización:

“[Según Hayek] la crítica histórica no era suficiente. El éxito contra las ideas socialistas prevalecientes solo se lograría al ofrecer una «alternativa real» mediante «la más amplia colaboración de todos los calificados para […] preservar las instituciones libres» y a través de un «esfuerzo internacional»”. (Citado en de Büren, 2015: 78)

La reflexión sobre los problemas del ejercicio del poder y las relaciones de fuerza puede seguirse en Camino de servidumbre, libro que sirvió a la discusión de la reunión fundacional de la sociedad Mont Pèlerin y que ubicó a Hayek en una posición de relevancia en el campo de estudios de la economía. La elaboración de un diagnóstico de crisis es un núcleo fundamental del texto. En base a dicho escenario, perfila el adversario a enfrentar distinguiendo las tareas y tácticas a encarar para consolidar y difundir la nueva tendencia neoliberal. La “guerra” hilvana los enunciados del libro y hace aparición de forma expresa: fue escrito desde y para la batalla. Es así que Hayek (2007: 21) declaraba desde las primeras páginas que se trataba de un “libro político” más que especializado.

Precisamente, el diagnóstico sobre la crisis de su época como una encrucijada evidencia la politicidad del libro. Hayek (2007: 35) presentaba la coyuntura como una crisis eminentemente moral, pues eran “los valores centrales de la civilización” los que se veían amenazados. Se caracterizaba por “el crecimiento progresivo y la victoria final de un conjunto particular de ideas […] de raigambre totalitaria” (Hayek, 2007: 35) desde hacía más de 70 años, es decir, desde finales del siglo XIX. En esta operación, el totalitarismo como significante quedaba desanclado de las experiencias fascistas y del nazismo, combatidos durante la Segunda Guerra, y pasaba a reunir al socialismo y al intervencionismo estatal, el cual cobró protagonismo como blanco de crítica. Desafiando el consenso social y político que sostenía la expansión de los estados de Bienestar, Hayek argumentaba que el colectivismo —aun en contra de sus propios ideales— había redundado en el ascenso de la tiranía, por la restricción sucesiva y creciente de la libertad individual, entendida como ausencia de coerción por parte de otros y de la autoridad política.

La “crisis moral” se planteaba como una encrucijada pues de su resolución dependía el futuro mismo de la humanidad: la civilización dejaría de existir si se restringía, hasta ahogarla, la libertad individual. El estrangulamiento de la libertad afectaba a la competencia, definida como el modo más eficiente y virtuoso de gestionar la sociedad para el bien común y el bienestar individual. Su consecuencia podía ser, argumentaba Hayek, la pauperización de las mayorías, pudiendo llegar incluso al exterminio. Como señala Anderson (2003), tal diagnóstico no podía ser del todo verosímil en un momento en el que el capitalismo avanzado transitaba una larga fase de auge, caracterizándose las décadas de 1950 y 1960 como su “edad de oro”. Si bien las condiciones históricas no eran del todo favorables para las temerarias advertencias neoliberales, la polémica contra la regulación estatal y la protección social registró una mayor repercusión.

Desde el temor movilizado por ese escenario de encrucijada, el libro despliega otras operaciones que conceptualizan la situación de derrota, definen al adversario y discriminan las tácticas para la ofensiva. La construcción del enfrentamiento sigue un esquema binario, en el que la definición del adversario enlaza la planificación centralizada, el colectivismo y el totalitarismo, oponiéndose a la idea de libertad individual[9]. En esta operación, Hayek reescribía la historia asociada a la Segunda Guerra, inscribiendo al nazismo como una evolución del colectivismo y la planificación centralizada. Sería producto de la previa consolidación en Alemania del intervencionismo y habría aparecido no como reacción a un supuesto socialismo previo, sino como “el producto inevitable de aquellas corrientes” (Hayek, 2007: 33). Así, el Estado de Bienestar hacía parte de una historia de degradación civilizatoria, signada por el “avance” experimentado por “los credos hostiles a la libertad”. Culminada la Segunda Guerra, la imagen del adversario se reformulaba, prolongando el conflicto más allá del escenario belicoso. A través de esta operación, extremaba los peligros y amenazas futuras que portaba el Estado Social en ascenso en Inglaterra, en donde el libro era editado por primera vez, interviniendo con este relato histórico en disputas que le eran contemporáneas[10].

“[El nazismo] ofrece una impresionante descripción del camino por donde el colectivismo avanza ahora, después de la derrota del totalitarismo germánico, a saber: el de la «planificación» económica. Esta, la planificación, ha nacido y se ha desarrollado en gran parte como desgraciada e irresponsable extensión de las técnicas de la ingeniería a la organización de la sociedad y lleva a un completo envilecimiento de la vida social y a la esclavitud del hombre”. (Hayek, 2007: 33)

En este sentido, se señalaba que era “el predominio de las ideas socialistas, y no el prusianismo, lo que Alemania tuvo en común con Italia y Rusia” (Hayek, 2007: 38). El fascismo no sería más que la fase ulterior del comunismo. Este argumento muestra cómo el adversario se reconfiguraba, para incluir en él a la otrora aliada en la guerra, Rusia. De hecho, en 1976, al confeccionar un nuevo prólogo de Camino de servidumbre, Hayek reflexionaba retrospectivamente que le parecía “equivocado […] no haber destacado bastante la significación de la experiencia comunista en Rusia, falta que capaz es perdonable al recordar que cuando lo escribí Rusia era nuestra aliada en la guerra” (Hayek, 2007: 27).

El campo de adversidad se delimitaba en base a la oposición de dos sentidos distintos de libertad. Hayek argumentaba —recurriendo, nuevamente, a la historia— que el socialismo tenía orígenes “francamente autoritarios”, puesto que había nacido como una “reacción contra el liberalismo de la Revolución Francesa” (Hayek, 2007: 53). En las décadas posteriores, al tomar como propia “la bandera de la libertad”, el socialismo habría tergiversado su sentido, al transmutarla en la idea de la igualación de la condición civil. La libertad, entonces, había pasado a significar la supresión del apremio de las circunstancias y de la indigencia (Hayek, 2007: 56). Este sentido de la libertad, argumentaba Hayek, no era más que “otro nombre para la vieja aspiración a una distribución igualitaria de la riqueza” (Hayek, 2007: 56). En tanto la democracia aspirase a la igualdad en las condiciones de vida, restringiría la libertad individual. En este punto era posible confrontar de forma unificada al socialismo y al liberalismo clásico, pues la promesa de libertad de este último no se escindía de la reflexión sobre la igualdad como problema, pues ella de algún modo constituía una condición elemental para el intercambio en el mercado, lugar de veridicción de la práctica gubernamental (Foucault, 2008a).

Como explica con claridad Foucault en Nacimiento de la biopolítica, la torsión que ejerce el neoliberalismo sobre el liberalismo tiene que ver, justamente, con el desplazamiento del intercambio a la competencia como principio del mercado y lugar de veridicción de la práctica gubernamental. Tal como se evidencia en Camino de servidumbre y en La fatal arrogancia, escritos por Hayek en 1944 y 1988 respectivamente, lo esencial en el funcionamiento del mercado no está en el intercambio sino en la competencia, por lo cual “ya no es la equivalencia, sino, al contrario, la desigualdad” (Foucault, 2008a: 151) entre los individuos la que se admite como condición natural. Ahora bien, la innovación que introduce la discursividad neoliberal es que la competencia, explica Hayek, debe ser producida continuamente y resguardada, puesto que no es natural, sino sostenida en costumbres y hábitos. De allí la discusión relativa al laissez faire y el desplazamiento de la cuestión sobre cuánto debe el Estado intervenir para atender a la naturaleza de dicha intervención. De modo que el núcleo del enfrentamiento binario entre “totalitarismo” y “liberalismo positivo” o neoliberalismo radica en la construcción de una oposición entre dos modos de dar sentido a la libertad individual y de concebir la acción estatal. En el enfrentamiento, los recursos conceptuales y técnicos se reorganizan (Foucault, 2008a) para la constitución de nuevos dominios de saber y principios de veridicción de la práctica de gobierno.

Palabras finales

Iniciamos este escrito bajo el impulso de aportar al campo de estudios sobre expertise profundizando en la relación entre saber y poder, ciencia y política, pues su conceptualización configura un desafío de primer orden al que se enfrentan las investigaciones empíricas. Apostando a hacer emerger la politicidad inherente al saber, volvimos, una vez más, al corpus foucaulteano, soporte de aproximaciones sustantivas a la cuestión. En él encontramos una serie de coordenadas conceptuales, susceptibles de ser traducidas metodológicamente, para sortear un sesgo que, a menudo, se inscribe en los procesos de investigación sobre expertise. Nos referimos al tratamiento de la relación entre la ciencia y la política bajo el supuesto de cierta exterioridad de ambas, que reduce el sentido de lo político y sienta las bases de lecturas instrumentales del lazo entre saber y poder. Desde nuestra perspectiva, el análisis de la politicidad del saber y de la expertise como una de sus formas de expresión implica relevar el pulso de lo político en el interior del discurso y la actividad especializada, así como la particularidad de las luchas que se despliegan en este campo. En otras palabras: evitar la afirmación de la política como un elemento que, desde afuera, invade el campo científico, para poner en foco las formas de expresión de lo político en los campos de saber[11].

Los estudios sobre gubernamentalidad produjeron avances sustantivos en la traducción teórico-metodológica de ciertas premisas del corpus foucaulteano, nucleadas en el concepto de gobierno, al análisis de la relación entre intervenciones y ciencias sociales. Sin embargo, como señalamos al inicio, en ocasiones se ha planteado en los términos de una correspondencia inmediata, que reduce las tensiones e inclusive las incoherencias que emergen entre las discursividades expertas y las programáticas de gobierno. Nos encontramos, nuevamente, con el riesgo de aplanar la politicidad de las formas de saber y, entre ellas, de la expertise. Por eso, a diferencia de los estudios sobre gubernamentalidad, optamos por explorar en este artículo la “hipótesis de la guerra” como modelo analítico de las relaciones saber/poder, en el que la política y la confrontación se plantean como condiciones inherentes al ejercicio del gobierno de la vida. La política, como guerra continuada por otros medios, como oposición de una resistencia, como decir verdadero.

Propusimos que las elaboraciones de Foucault a propósito de la guerra podían fungir de apertura a una reflexión sobre la politicidad del saber que, por un lado, evada el supuesto de coherencia y correspondencia inmediata con las programáticas y tecnologías de gobierno con las que ellos convergen y se articulan, enfocando la conflictividad específica que se despliega en una coyuntura determinada en el campo científico; y por otro, incorpore al análisis de dicha conflictividad los acontecimientos políticos, sociales y económicos que definen dicha coyuntura, sin rechazar los lazos posibles entre saber, gobierno y violencia. En este sentido, el recorrido realizado ha sido propiamente un ensayo, dedicado a explorar otras aristas del corpus foucaulteano que nos permitan tensar ciertos sesgos de las aproximaciones ya probadas a las conexiones entre ciencia y política. A su término, es posible reubicar el carácter estratégico de los saberes y del discurso experto en particular, lo que habilita a reinscribir e indagar lo político en su propio pulso.

Como parte de esa exploración, incluimos un breve ejercicio en el archivo, cuyo objetivo fue hacer funcionar las coordenadas conceptuales derivadas de la “hipótesis de la guerra” en un análisis del discurso experto que también podríamos llamar estratégico (en el sentido que propone Foucault cuando señala que las relaciones de saber/poder deben ser analizadas en clave de estrategia, del arte de la guerra). Este invita a tratar los saberes emplazados en situación, es decir, en su dimensión perspectiva y en el marco de una particular relación de fuerzas, que se expresa en entramados institucionales concretos, cuya fisonomía es preciso relevar. Trabajando sobre una pequeña serie documental centrada en la emergencia del neoliberalismo y en la fundación de la sociedad Mont Pèlerin, hemos puesto en juego algunas categorías teórico-metodológicas para traducir instrumentalmente este enfoque: las superficies de emergencia de lo decible, poniendo de relieve las relaciones de fuerzas en las que se inscriben y de las que participan los textos; los diagnósticos sobre la situación y la delimitación del campo de adversidad del discurso; y la definición de una serie de objetivos de gobierno y tácticas para alcanzarlo, entre los cuales la expertise emerge como campo y herramienta de lucha simultáneamente. Con esas operaciones pretendimos reencontrar el hilo de la guerra en los saberes articulados alrededor de la racionalidad neoliberal en ascenso. El efecto de ellas, creemos, ha sido evidenciar que los saberes participan del perfilamiento de una visión estratégica, sí, pero que ellos mismos se constituyen como tales en el despliegue de una confrontación. En otras palabras, que el saber no pre-existe a la estrategia, sino que se configura en ella y a partir de ella.

Esta mirada arroja una serie de ventajas para trabajar sobre la politicidad inherente a los saberes en un sentido sustantivo, es decir, sin reducirla a las conexiones con el campo de la política institucionalizada. Y, además, sin derivar dicha condición de la inscripción del saber en un régimen de gobierno anónimo, cuyas explicaciones pueden prescindir de la coyuntura, tanto como de las agencias. Por el contrario, se trata de poner de relieve las formas en que el ejercicio experto es atravesado por y participa de la guerra y la política respecto de los dominios que tienen por objeto. Solo entonces las interfaces entre saber, política y guerra devienen un problema a pesquisar, imposible de dar por sentado.  

 

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[1]Notas

 Sobre la mutua constitución entre ciencias sociales y administración pública, es referencia ineludible y de gran valor conceptual el trabajo historiográfico que realiza Topalov (2004) acerca de la reforma liberal de inicios del siglo XX en América del Norte, Francia e Inglaterra. Para el caso argentino, Zimmerman (1995) y Neiburg y Plotkin (2004).

[2] No se trata únicamente de la multiposicionalidad de los y las especialistas, señalada por la literatura especializada como un rasgo sobresaliente de la expertise (Boltanski, 1973), sino de las muy diversas declinaciones del lenguaje experto según las voces que devienen legítimas para corporizarlo y decirlo, en un arco que va desde técnicos reconocidos de organismos del sistema multilateral hasta especialistas involucrados en las agendas de movimientos sociales, desbordando y tensionando la clásica figura del intelectual orgánico (Lijterman, 2021).

[3] Cuando hablamos de lo político en sentido sustantivo, seguimos la distinción que trazan Mouffe (2007) y Lechner (1994) con “la política”. Mientras que el primer término refiere a las formas de imaginar, valorar y vivir el orden y la comunidad política, que ontológicamente entrañan un antagonismo constitutivo de la vida compartida, la segunda remite a un nivel óntico de la política como práctica institucionalizada.

[4] Si bien nos centramos en un momento bien circunscripto del corpus foucaulteano, en base al trabajo con textos de los 70, lo cierto es que la reflexión sobre las formas de verdad resulta articuladora de su producción, por lo que podrían seguirse los lazos de lo aquí analizado con el momento arqueológico previo y con la problemática de la subjetividad posterior.

[5] Como sugiere Revel (2009), entre los diversos problemas en que se desagrega la hipótesis de la guerra, uno de ellos remite a si las distintas clases de luchas y antagonismos son pasibles de ser subsumidas en un esquema binario de enfrentamiento.

[6] De hecho, a propósito de la emergencia y despliegue de la racionalidad neoliberal, en las últimas décadas se han desarrollado debates nodales a propósito de su lazo con formas de violencia que, lejos de ser intromisiones externas en el gobierno de las poblaciones, son sus condiciones de posibilidad: las dictaduras y el Terrorismo de Estado en América Latina, el espectro de nazismo en Alemania, la devastación generacional de la guerra de Vietnam para Estados Unidos (Grondona y Haidar, 2012). De este modo, recientemente se ha tejido una estrecha relación entre neoliberalismo, violencia y producción de muerte, previamente obliterada o desoída en los estudios sobre gubernamentalidad.

[7] Desde el inicio, la sociedad Mont Pelerin se fijó tácticas relevantes para lograr una amplia circulación de dicho discurso: la cooptación de referentes académicos capaz de legitimar el discurso en elaboración; la ubicación de intelectuales propios en lugares clave del campo académico y de la administración pública; la elaboración de proyectos de formación de intelectuales, no solo en los países centrales sino en el Sur global; y la relevancia asignada a la tarea de divulgar el conocimiento producido, trascendiendo el ámbito académico. Estos elementos propulsaron un salto cualitativo en la articulación de la nueva “tendencia”.

[8] La declaración de objetivos escrita en 1947 es citada por de Büren (2015). Por otro lado, los textos de Hayek a los que hago referencia son Camino de servidumbre y La fatal arrogancia. Respecto de Mises, se puede observar este punto en Política económica. Pensamientos para hoy y para el futuro.

[9] Tal esquema puede observarse también en el texto Good Society, de Lippmann (1938), que sirvió a la discusión del coloquio homónimo, así como en textos de Mises.

[10] La polémica con el Partido Laborista inglés es casi explícita en Camino de servidumbre, publicado en Inglaterra un año antes de las elecciones generales en la que resultaría victorioso, derrotando a Churchill.

[11] El planteo se basa en la distinción conceptual entre “lo político” y “la política” que enunciamos en la nota 3.